Jueces 5

2 Samuel 7
 
Sigue una canción (Jueces 5), en cuanto a la cual uno sólo necesita hacer un comentario general. A menudo ha sido una dificultad para muchas almas cómo el Espíritu de Dios pudo indicar tal canción, una canción que triunfa más de lo habitual en la carnicería y la ruina del enemigo. Pero, ¿qué es lo que las personas que se burlan de ello conciben el Espíritu de Dios? La raíz de la dificultad parece ser esta, que los hombres son propensos constantemente a juzgar por sus propias circunstancias. Ahora, si pensamos realmente que el Espíritu de Dios está obligado a hacer o decir nada más que lo que le conviene a un cristiano, que Él nunca ha escrito nada más que cuál es la expresión de Su poder al magnificar a Cristo en nuestras almas, les concedo que no podríamos tener la canción de Débora. Pero entonces no podríamos haber tenido el Antiguo Testamento tal como es. El mismo principio que suplantaría esta canción y negaría su carácter inspirado, en mi opinión, decapitaría y destruiría el Antiguo Testamento mismo. No nos dejaría nada a lo sumo, sino unos pocos fragmentos de profecía que apuntan al Señor Jesús. Dislocaría toda la textura de los antiguos oráculos de Dios. El Espíritu de Dios obró, pero Él obró de acuerdo con el estado del pueblo de Dios entonces; y ¿quién sino un infiel puede negar la sabiduría y la bondad de Dios en tal guía?
La verdad es que la única manera de entender o disfrutar de la Biblia es la misma que necesitamos para magnificar a Dios donde estamos ahora, y la misma incredulidad que se sienta a criticar el Antiguo Testamento pierde todo poder de acuerdo con el Nuevo. Los mismos hombres que encuentran fallas en la canción de Débora no entienden mucho mejor lo que es el Espíritu de Dios en el cristiano y en la iglesia de Dios ahora. Estoy convencido de que la oscuridad de la incredulidad que se permite así deshonrar el Antiguo Testamento encuentra su justa retribución. ¿Qué saben realmente esos detractores de Pablo o Juan? Nada como deberían. Cuando nos acercamos a la Biblia como creyentes, cuando nos acercamos como aquellos que deben todo a la gracia de Dios que nos revela de acuerdo con Su propia sabiduría, cuando nos inclinamos ante Dios como aquellos que están dispuestos a aprender y agradecidos de ser enseñados por Él, ¿entonces qué? La belleza, la excelencia, el carácter saludable de cada parte de las Escrituras amanecen cada vez más sobre nuestras almas, y las mismas porciones que una vez fueron difíciles debido a nuestra (quizás inconscientemente) preparación para juzgar, cuando todavía y siempre deberíamos tomar el lugar de aprendices, se convierten entonces en corrientes de bendición, luz y fortaleza para nuestras propias almas. ¿No es el hecho de que los textos o libros enteros de la Palabra de Dios que, incluso como creyentes, sentimos nuestra total incapacidad una vez para leer con provecho son ahora lo que más nos deleita y regocijamos? ¿Y no podemos, por lo tanto, sacar la conclusión simple y justa de esto, que si algo más es oscuro para nosotros, y ciertamente todavía hay mucho que es poco y muy débilmente entrado por nuestras almas, todo lo que queremos es ser más humildes, ser más completamente dependientes de Dios, quien nos revelará incluso esto?