“Y aconteció después de la muerte de Josué que los hijos de Israel preguntaron a Jehová, diciendo: ¿quién de nosotros subirá el primero contra el Cananeo, para hacerle guerra?” (versículo 1). El primer párrafo, hasta el versículo 16, sirve de introducción al libro que abordamos: son como el preludio de la decadencia. Estos dieciséis versículos son dominados por el hecho de que Josué, tipo del Espíritu de Cristo manifestado con poder en medio de Su pueblo, no está más. ¡Peligrosa situación! Nos hace recordar el tiempo en que el Espíritu Santo actuaba en la Iglesia sin mezcla con “la carne”; tiempo que muy poco, demasiado poco ha durado para ella. Esto no quiere decir que el Espíritu se fue, pero ¡cuánto ha sido contristado y apagado!
Sin embargo, preguntamos ¿por qué no pidió Josué a Dios que eligiera a un sucesor fiel, “lleno del Espíritu”, como lo hiciera Moisés? (Números 27; Deuteronomio 29). Para la elección de Josué, Moisés había recibido una orden formal; mientras que Josué no recibía ninguna. ¿Podría tener el Espíritu de Cristo algún sucesor? ¿A quiénes eligieron los apóstoles en su lugar? Pedro no transmitió a nadie la autoridad apostólica que recibió: la Palabra de Dios por sus dos Epístolas están en nuestras manos y bastan: “Os encomiendo a Dios y a la Palabra de Su gracia”, declara el apóstol Pablo a los conductores de la asamblea en la ciudad de Éfeso (Hechos 20:3232And now, brethren, I commend you to God, and to the word of his grace, which is able to build you up, and to give you an inheritance among all them which are sanctified. (Acts 20:32)).
“Sirvió Israel a Jehová todo el tiempo de los ancianos que vivieron después de Josué y que sabían todas las obras de Jehová que había hecho por Israel” (Josué 24:3131And Israel served the Lord all the days of Joshua, and all the days of the elders that overlived Joshua, and which had known all the works of the Lord, that he had done for Israel. (Joshua 24:31)). ¡Hermoso testimonio! Así también la Iglesia siguió fielmente al Señor todo el tiempo de los apóstoles y los que el Espíritu puso por obispos (sobreveedores) sobre ella: aunque, en varios casos, la presencia y la actividad de ciertos principios corruptores hacían presentir ya, como en el tiempo de Josué, la decadencia que se avecinaba. Desaparecidos los apóstoles y sus contemporáneos, el obstáculo que detenía al mal desapareció también.
En apariencia las cosas iban todavía bien en Israel: en lugar de proceder a la elección de un capitán —como la sabiduría humana lo hubiera aconsejado— cada tribu toma su posición frente a un enemigo común, y pendiente de Su palabra, interroga a Jehová: “¿Quién de nosotros subirá el primero contra los Cananeos? Judá subirá”, contesta Jehová, “he aquí Yo he entregado la tierra en sus manos” (versículo 2). La contestación es clara, inmediata: es un gran privilegio conocer así la voluntad de Dios. El ejército de Judá puede contar sin reserva con Su fidelidad, y marchar adelante. Pero, la respuesta divina pone a prueba la fe de quién designó para ocupar las primeras filas en Israel; ¿y qué vemos? En vez de tomar solo la posición indicada, Judá comete un error: “Sube conmigo a mi suerte y peleemos contra el Cananeo”, sugiere a su hermano Simeón, “y yo también iré contigo a tu suerte; y Simeón fue con él” (versículo 3).
Falta a la tribu de Judá esa simplicidad de la fe en Jehová, la sencilla obediencia sin mezclar en sus planes la orden de Dios: parece desconfiar de sus fuerzas: le damos la razón, pero en lugar de confiar en Dios y apoyarse sobre Su promesa, busca el recurso necesario en los ejércitos de Simeón. Judá recurre a su hermano Simeón, a nadie más que a un hermano. Aquí, bajo el pretexto de adelantar la obra de Dios, de asegurar la victoria a las armas de Jehová, vemos aparecer el principio de las alianzas y asociaciones religiosas humanas, que en la actualidad, es el carácter predominante de la cristiandad, sustituyendo así el testimonio de la unidad del cuerpo de Cristo, o creyendo rendirlo mejor.
¿Precisaba Dios la ayuda de Simeón para otorgar a Judá su heredad, o la de Judá para dar a Simeón la parte que le tocaba? El resultado de la acción de los ejércitos aliados fue magnífico en apariencia, pero la suerte de la tribu de Judá era excesiva para ella, mientras que la suerte de Simeón no fue la mejor (Josué 19:99Out of the portion of the children of Judah was the inheritance of the children of Simeon: for the part of the children of Judah was too much for them: therefore the children of Simeon had their inheritance within the inheritance of them. (Joshua 19:9)). Se tomó de lo que Judá no pudo conservar, lo superfluo de otro: “En el límite meridional del país de Israel, en los confines que miran hacia el desierto”. Dios no desaprobó la acción de las tribus hermanas porque leemos que “Jehová entregó al Cananeo y al Ferezeo en manos de ellos”, pero la lucha emprendida sobre el pie de una alianza humana que Dios no había ordenado se resiente por la falta de confianza en Él, y a la vez, se cumple la palabra profética que pronunciara el patriarca Jacob en su lecho de muerte acerca de Simeón y Leví: “Los apartaré en Jacob, y los esparciré en Israel” (Génesis 49:77Cursed be their anger, for it was fierce; and their wrath, for it was cruel: I will divide them in Jacob, and scatter them in Israel. (Genesis 49:7)). Pese a la alianza entre los dos hermanos, la unidad según Dios no existe, mal de que adolece hoy la cristiandad.
Notemos en qué forma Judá y Simeón cumplen la voluntad de Dios en cuanto al enemigo capturado: “Tomaron a Adoni-Bezec y le cortaron los pulgares de las manos y los pies” (versículo 6). ¿Era ésta la forma de tratar al enemigo? No era la “mutilación” del enemigo lo que Dios había ordenado a Josué, sino la muerte, colgado en el madero y sepultado. Pues no es la mutilación del “viejo hombre” lo que la Palabra nos enseña, sino su muerte: crucificado, muerto y sepultado. “Pensad que de cierto estáis muertos al pecado” (Romanos 6:1111Likewise reckon ye also yourselves to be dead indeed unto sin, but alive unto God through Jesus Christ our Lord. (Romans 6:11)); y también su realidad práctica: “Haced morir pues vuestros miembros que están sobre la tierra a saber: fornicación, inmundicia”, etc. “Si tu ojo te fuere ocasión de caer, sácalo, o si tu mano derecha te fuere ocasión de caer, córtala” (Mateo 18:88Wherefore if thy hand or thy foot offend thee, cut them off, and cast them from thee: it is better for thee to enter into life halt or maimed, rather than having two hands or two feet to be cast into everlasting fire. (Matthew 18:8)). Pero en cuanto a nuestro “viejo hombre”, la raíz del pecado, no es solamente un ojo, una mano o un pie lo que está crucificado, sino “el cuerpo del pecado” entero: “Con Cristo estoy juntamente crucificado” (Gálatas 2:20: Romanos 6:66Knowing this, that our old man is crucified with him, that the body of sin might be destroyed, that henceforth we should not serve sin. (Romans 6:6)).
La mutilación del enemigo era más bien “represalias” humanas, costumbres gentiles del mismo Adoni-Bezec, bajo cuya mesa tuvo setenta reyes cortados los dedos pulgares de las manos y de los pies. El hombre religioso carnal es capaz de mutilarse a sí mismo, su religión se lo enseña, “en duro trato del cuerpo”, pero, “para satisfacción de la carne”, es decir el “yo” religioso, como numerosos ejemplos nos ofrece la cristiandad y sobre todo la católica. Además, la presencia del enemigo humillado, guardado en la corte del vencedor, realzaba la gloria de éste: al imitar estas costumbres, los ejércitos de Jehová descienden así al nivel de los guerreros Cananeos, en lugar de permanecer a la altura de los mandamientos de Dios. Actitud similar se ve en la historia de la cristiandad: ¡cuántas veces la Iglesia ha hecho ostentación de sus victorias “carnales”, obtenidas con “armas carnales”, al conquistar pueblos paganos! Y aun sin tener la conciencia que Adoni-Bezec demuestra aquí, reconociendo el justo juicio de Dios que lo alcanza: “Como yo hice, así me ha pagado Dios” (versículo 7).
“Y partió Judá contra el Cananeo que habita en Hebrón, la cual es llamada antes Kiriat-Arba: e hirieron a Sesai, a Ahimán y a Talmai. Y de allí fue a los habitantes de Debir que se llamaba Kiriat-Sefer” (versículos 10-11). Estos datos los hemos hallado ya en el capítulo 15 de Josué, pero con la diferencia que aquí se refieren a los ejércitos de Judá, lo que antes se le había atribuido al valeroso Caleb. Por su perseverancia, su energía y su fe, este luchador, tan fuerte a los ochenta años como a los cuarenta, imprime su empuje a la tribu a que pertenece. Podríamos interpretar favorablemente para Judá este pasaje que le atribuye las victorias de uno de los suyos, sin embargo veremos en el curso de Los Jueces que, una vez desaparecido el poseedor de esa fe y energía, la tribu a que pertenece, si no el pueblo entero, retorna a caer en la mayor desventura. No sucedía así en el tiempo de Josué y en las primeras jornadas de la Iglesia, cuando “la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma” prosiguiendo unidos con una misma fe hacia un solo blanco.
El predominio de la fe individual y sus resultados se evidencia de manera notable en el tiempo de Los Jueces: si avergüenza al conjunto preso de inercia, alienta al luchador que la posee: ¡qué honor para Caleb, ver a la tribu de Judá obtener la victoria! Pero, no olvidemos, por otra parte, que si uno contribuye al empuje de su tribu, cada individuo peligra aplicar el sello de su debilidad al pueblo entero, por su flojedad, su falta de fe o su desobediencia. La fidelidad de Caleb sirve de fundamento y escuela para la de su propia familia: Otoniel, testigo de la fe de su tío, es impulsado a obrar de la misma manera. Con él hace sus primeras armas: “Gana para sí buen grado y mucha confianza en la fe” (1 Timoteo 3:1313For they that have used the office of a deacon well purchase to themselves a good degree, and great boldness in the faith which is in Christ Jesus. (1 Timothy 3:13)): no le basta ser un miembro alejado de la familia de Caleb, lucha para obtener una relación nueva, personal, la de hijo y esposo. Debe conquistar una ciudad de gigantes: Kiriat-Sefer (esto es ciudad del libro), condición indispensable para obtener la mano de la hija de Caleb. El resultado de la lucha es doble: conquista Kiriat-Sefer y obtiene el galardón prometido: esto es el camino de la fe y la obediencia a Dios que llevó al “Jefe y Consumador de la fe” a luchar para obtener “la perla de gran precio”.
Los nuevos vínculos que unen a Otoniel con la familia de Caleb le aportan una posesión personal en la heredad de quien vino a ser el hijo: bajo cierto aspecto, nuestra parte se asemeja a la suya; por nuevo nacimiento somos hijos de Dios, y siendo hijos, somos herederos, “herederos de Dios, coherederos de Cristo, si empero padecemos con Él” (Romanos 8:1717And if children, then heirs; heirs of God, and joint-heirs with Christ; if so be that we suffer with him, that we may be also glorified together. (Romans 8:17)). Pues, para gozar de nuestras bendiciones debemos luchar, “sufrir trabajos como fieles soldados de Jesucristo” y, nuestra alma se sentirá apegada a Su gloriosa persona conocida y amada como Jefe de la Iglesia y su divino Esposo. La heredad que le toca a Axa no le basta: las tierras de secadales son para ella un campo estéril si su padre no le da los manantiales que las pueden fertilizar. Ella obtiene “las fuentes de arriba y las de abajo”, comunión con el Señor arriba, comunión con la familia de Dios abajo. Atan en muy diferentes circunstancias que las de Axa, el creyente que atraviesa el valle de las lágrimas, esto es el valle de Baca (Salmo 84), lo cambia en fuentes; y ve también lluvias del cielo colmarla de bendiciones. La hija de Caleb es una mujer ávida, pero ávida de los bienes de Canaán: es espantosa la condición de un cristiano codicioso del mundo, pero Dios aprueba y sella con todo Su agrado los anhelos de un creyente “que codicia y aún ardientemente desea los atrios de Jehová”: el primero se traspasa a sí mismo “con muchos dolores”, mientras que sobre el segundo, Dios derrama el rocío de Su bendición (Salmo 133).
El versículo 16 que concluye la primera división de este capítulo de Los Jueces, menciona una familia particular que no es israelita: son los hermanos de Séfora, esposa de Moisés: “Entonces los hijos del Cineo, suegro de Moisés, subieron de la ciudad de las palmas (esto es Jericó), con los hijos de Judá ... Y fueron y habitaron con el pueblo”. En la historia de esta familia oriunda de Madián, abundan los rasgos de la fe; Los Jueces mencionan algunos. Cuando Jetro, suegro de Moisés, retornó a su tierra después de haber visitado a Israel en el desierto (Éxodo 18), Moisés invita a su cuñado Hobab a acompañarlo: “Ven con nosotros, y te haremos bien porque Jehová ha hablado bien respecto a Israel” (Números 10:2929And Moses said unto Hobab, the son of Raguel the Midianite, Moses' father in law, We are journeying unto the place of which the Lord said, I will give it you: come thou with us, and we will do thee good: for the Lord hath spoken good concerning Israel. (Numbers 10:29)). Pese a una negativa vemos que su familia ha seguido la marcha de Israel, “haciendo misericordia a Israel cuando subían de Egipto”, lo que Dios no ha olvidado (1 Samuel 15:66And Saul said unto the Kenites, Go, depart, get you down from among the Amalekites, lest I destroy you with them: for ye showed kindness to all the children of Israel, when they came up out of Egypt. So the Kenites departed from among the Amalekites. (1 Samuel 15:6)), en contraste con Amalec que lo combatió. Semejantes a Rahab la ramera, estos extranjeros subieron de Jericó para permanecer asociados a la heredad de Dios en Canaán: como Rut, ellos se unen a los de Judá para no dejarlos nunca: se vinculan más íntimamente con la familia de Caleb y tuvieron por jefe a Jabes, ejemplo de oración y fe (1 Crónicas 4:99And Jabez was more honorable than his brethren: and his mother called his name Jabez, saying, Because I bare him with sorrow. (1 Chronicles 4:9)): muestran un corazón íntegro con Jehová cuando la idolatría ha invadido a Israel (2 Reyes 10:1515And when he was departed thence, he lighted on Jehonadab the son of Rechab coming to meet him: and he saluted him, and said to him, Is thine heart right, as my heart is with thy heart? And Jehonadab answered, It is. If it be, give me thine hand. And he gave him his hand; and he took him up to him into the chariot. (2 Kings 10:15)). Es de esta familia que descienden los Recabitas (1 Crónicas 2:5555And the families of the scribes which dwelt at Jabez; the Tirathites, the Shimeathites, and Suchathites. These are the Kenites that came of Hemath, the father of the house of Rechab. (1 Chronicles 2:55)), y al concluir su historia en el libro de Jeremías, la Palabra de Dios los alaba como ejemplo de fidelidad y verdaderos nazareos, santificados a Jehová en medio de la ruina de Israel (Jeremías 35:22Go unto the house of the Rechabites, and speak unto them, and bring them into the house of the Lord, into one of the chambers, and give them wine to drink. (Jeremiah 35:2)).
Pero ¡ah! este residuo fiel, salido de entre los gentiles, juega también su rol en el libro de la decadencia: lo constatamos en el capítulo 4. Cuando Israel lucha contra Jabín, enemigo del pueblo de Dios, Heber, un Cineo, había hecho paz con él: pero digamos luego, que Jael, su digna esposa no compartía la manera de ver de su esposo y tuvo la ocasión de demostrarlo. Quisiéramos que el lector haga un paralelismo entre la historia del Cineo, y la Iglesia. Bajo ciertos aspectos como esta familia, la Iglesia salió de entre los gentiles y participa de “la grosura de la oliva” (Romanos 11:1717And if some of the branches be broken off, and thou, being a wild olive tree, wert graffed in among them, and with them partakest of the root and fatness of the olive tree; (Romans 11:17)): como Séfora, esposa de Moisés sufriendo el rechazo de parte de sus hermanos, la Iglesia es la esposa de Cristo, rechazado de Israel: como Jael, hay en la Iglesia un residuo fiel que no pacta con el enemigo del pueblo de Dios; y cuando el juicio está a la puerta, en el tiempo de Jeremías, los Recabitas fieles a la palabra recibida de su jefe, demuestran los caracteres de un fiel residuo en medio de la ruina general. Así en medio de la cristiandad caída, Dios suscita un testimonio separado del mal, en obediencia a la palabra que su Jefe, Jesucristo, le ha transmitido.