Capítulo 12: La perplejidad de un hombre rico; o, ¿Qué haré?

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Marcos 10:17-52
EXISTE un contraste muy fuerte en este pasaje, entre la pregunta del joven al Señor, "¿Qué haré?" (v. 17), y la pregunta del Señor al pobre ciego al final del capítulo: "¿Qué quieres que te haga?" (v. 51). En este evangelio no aparece que el primer suplicante era un joven; pero en la narración paralela que leemos en el Evangelio de Mateo (19:20) leemos que era un joven el que vino a Jesús con esta profunda e importante pregunta.
El joven era un príncipe y era rico; pero, aunque era príncipe, y también rico, la cuestión de la posesión de la vida eterna no había quedado satisfactoriamente resuelta en la historia de su alma. Evidentemente, era un joven ferviente. Es algo bueno ver a un joven ansioso, y este lo era de forma demostrativa: estaba corriendo "Vino uno corriendo, e hincando la rodilla delante de él, le preguntó: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?" (v. 17). Evidentemente, pensaba en las cosas eternas. Es evidente que pasó por su mente la cuestión de cómo se podía obtener la vida eterna. No la tenía: la deseaba. La quería, y deseaba, seriamente y ansiosamente, conocer cómo podía obtener la vida eterna.
Ahora, espero que haya aquí un joven, quizás más de uno, que verdaderamente desee saber cómo obtener la vida eterna. Pero, no dudo que hasta que no tengamos los ojos totalmente abiertos para ver donde estamos, le haríamos al Señor el mismo tipo de pregunta que Le hizo este joven rico. Le dice: "Maestro bueno ¿qué haré para heredar la vida eterna?" ¿Suponéis que la vida eterna se puede heredar haciendo obras? Todos nosotros hemos pensado esto en algún momento.
"Pero," dirá alguno, "¿no le responde el Señor, y le ordena hacer ciertas cosas?" Indudablemente que sí; cuando este joven viene a Él el Señor le dice, por decirlo así: "Vamos a ver qué es lo que estás dispuesto a hacer." Y lo que sale de ello es que no se hallaba dispuesto a hacer lo que le hubiera dado la vida eterna, si es que se hubiera podido obtener mediante las obras. Esto es evidente. En realidad, fue probado; el Señor le tomó sobre el terreno sobre el que él se le aproximó. Y así hará el Señor ahora. Creo que Él nos toma al principio sobre el terreno en el que nos aproximamos a Él.
Este príncipe se acercó a Jesús evidentemente en un ansia inmensa, y se arrodilló ante Él. ¿Te has arrodillado alguna vez ante Jesús? ¿Ante el Señor Jesucristo, el Hijo de Dios? No quiero decir en forma, sino con el sentimiento en tu corazón de una inmensa necesidad que solamente Él puede cubrir. "E hincando la rodilla delante de Él, Le preguntó: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?" Esta era una pregunta de la máxima importancia. No podía salir una pregunta más importante de sus labios, y estoy bien seguro de que el Señor se tomó un gran interés en él, porque leemos: "Jesús, mirándole, le amó" (v. 21). Hermosas palabras: "le amó." No tengo duda que eran las características morales y naturales de este joven que le hacían un amigo de lo más deseable, un compañero agradable. Había un fervor, un ansia, una genuinidad y una sencillez en él que era atractiva y, contemplando sus calidades naturales, el Señor "le amó."
Pero, veis, vino con este pensamiento de que tenía que "hacer" algo. Todos nosotros hemos pensado de forma similar. Cuando pensamos en la posesión de la vida eterna, el primer pensamiento siempre es: "¿Qué haré?" El Señor de inmediato le replica: "¿Por qué me llamas bueno?" No le contesta a la pregunta de forma directa; le contesta con otra pregunta: "¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino solo uno, Dios." Esto hubiera debido golpear su conciencia en el acto con el sentimiento de que, si no hay ninguno bueno sino solo Dios, claro está que no puedo hacer nada "bueno." Otro Evangelio nos dice que dijo: "Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?" (Mt. 19:16). ¿Crees tú que puedes hacer algo bueno? Algunas veces oigo a la gente decir que van a mejorar; aún más, he oído que hablan acerca de hacer "lo mejor de su parte." ¡Qué insensatez!
El Señor Jesucristo dice aquí: "Ninguno hay bueno, sino solo uno, Dios." Creo que el Señor le dio la oportunidad de que Le dijera: "Pero Tú eres Dios." Si en verdad hubiera conocido, y discernido con claridad la Persona de Jesús, hubiera dicho de inmediato, "Tú eres Dios." Pero, por lo que se deduce, no vio en Cristo más que un maestro religioso, por lo que, cuando se le presentan las demandas del Señor, no se eleva hasta la altura divina de ellas. No podía, y por ello se fue entristecido.
Ya que vino sobre el terreno de las obras, en primer lugar, el Señor le dijo, "Los mandamientos sabes: No adulteres." Hay hombres en este auditorio esta noche que podrían decir con verdad: Nunca he hecho esto. Quizás haya algunos que sí lo hayan hecho. Convenido, que incluso el adúltero sepa que Cristo puede perdonar este pecado, y que la sangre de Jesucristo puede borrar esta terrible mancha de sobre el alma. "Los mandamientos sabes: No adulteres. No mates. No hurtes. No digas falso testimonio. No defraudes. Honra a tu padre y a tu madre." El Señor le presenta aquella tabla de la ley que tiene que ver especialmente con su prójimo, y lo que él era a su prójimo. Él Le dice entonces, "Maestro, todo esto he guardado desde mi juventud." Esto es, su conducta exterior hacia el hombre había sido perfecta. Pero, amigo mío, no dejes que tu conducta sea tan perfecta ante los hombres, exteriormente, que no te impida ser recto ante Dios.
Esto no te hace apto delante de Dios. No hace que tu alma sea aceptable delante de Dios; y este joven sentía que no estaba a bien con Dios.
"Entonces Jesús, mirándole, le amó, y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ve, sígueme, tomando tu cruz" (v. 21). Tenía un profundo interés por él. Me gusta meditar en que el Señor tiene un profundo interés en cada uno en este auditorio esta noche. Puedo ir más allí y decir que a ti te ama. Que tú Le ames a Él ya es otro asunto. No creo que Le ames, a no ser que hayas descubierto que Él te ama a ti. "Nosotros Le amamos a Él, porque Él nos amó primero" (1 Jn. 4:1919We love him, because he first loved us. (1 John 4:19)). El corazón de Jesús se hallaba profundamente interesado en este joven evidentemente ansioso, este buscador totalmente angustiado. "Entonces Jesús, mirándolo, le amó." "Tu conducta ha sido hermosa, 'parece decirle,' pero una cosa te falta."
El evangelio de Mateo nos dice que cuando el Señor le puso los detalles de la ley ante él, contestó, "Todo esto lo he guardado desde mi juventud. ¿Qué más me falta?" Te diré lo que le faltaba. Le faltaba el verdadero conocimiento de Cristo, y, amigo mío, si no tienes a Cristo, no importa cuán hermosa y moral haya sido tu vida, todo te falta. Que un hombre tenga y sea lo que se pueda tener y ser en este mundo; si no posee a Cristo, le falta todo lo que vale la pena tener. El hombre que no está bien con Cristo—está mal con respecto a todo lo demás. Estad seguros de esto. El hombre que está bien con Jesucristo estará bien con casi todo lo demás; pero el hombre que no está bien con Cristo está equivocado acerca de casi todo.
El Señor sabía su condición, y la expresó en estas palabras: "Una cosa te falta." Y ¿qué era lo que le faltaba? Adherirse a Él. "Tú no te has adherido a Mí, y hay ciertas cosas en el camino que te lo impiden." "Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ve, sígueme, tomando tu cruz." A nadie le gusta tomar la cruz. En primer lugar, ¿no veis la diferencia que ello haría en su vida? Él era algo en esta vida, debido a que siempre se considera más a un rico que a un pobre; todo el mundo sabe esto. Se considera más al estudiante que tiene montones de dinero que al que tiene simplemente lo suficiente para pagarse el alojamiento y su matrícula. Lo sabemos perfectamente. Sabemos lo que son los hombres, y que las riquezas son obstáculos directos al camino de la bendición.
Pero os ruego que os deis cuenta, de una forma cuidadosa, que no creo que el Señor nos quiera enseñar aquí a ninguno de nosotros que la vida eterna se consiga dejando a un lado las cosas terrenas; esta no es la forma en que habla el evangelio. No, sino que las personas se convierten "de los ídolos a Dios," como dicen las Escrituras (1 Tes. 1:9); y se convierten a Cristo por la gracia, y Le poseen; y al poseerle como Salvador, aquello a lo que se dedicaban cae como las hojas de otoño. La razón de que el Señor presentara la verdad en la forma en que lo hizo en esta narración fue debido a que el joven se presentó sobre el terreno de las obras. Él dice, tengo que probarte a ver si estás realmente dispuesto a hacer lo que por lo menos te pondrá en el camino de obtener la vida eterna. "Anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres," le dijo, porque, como podemos observar, el joven había tomado la base de que amaba a su prójimo.
Hay dos principios en la Ley. El primero se resume en "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente" (Lc. 10:27). Y el otro dice: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." ¿Había él amado a su prójimo como a sí mismo? No había cometido adulterio; no había matado a nadie; no había robado; no había pronunciado falso testimonio; no había defraudado; y había honrado a su padre y a su madre. Era muy estimable; pero ¿amaba a su prójimo como a sí mismo? Verdaderamente no. ¿Por qué? Porque era rico. Si hubiera amado a su prójimo como a sí mismo, no hubiera podido ser rico.
¡Tomemos una ilustración! Si tengo un millón de dólares, y amo a mi prójimo como a mí mismo, le daré la mitad. No puedo guardarme este dinero para mí. Le amo como a mí mismo. Tengo que darle una participación de la mitad. "Pero," dirán algunos, "¿y de esta manera a dónde irás a parar?" Precisamente adonde el Señor quiso que este joven fuera a parar. Tengo un millón: veo a mi prójimo, que no tiene tanto: Si le amo tanto como a mí mismo, entonces voy y le doy medio millón. Me quedan 500.000, pero de nuevo veo a otro vecino sin dinero, y le doy 250.000. Entonces veo a otro, y le doy 125.000, y así. "Bueno," dirás tú, "de esta manera te vas a quedar sin nada." Así es. El Señor no tarda mucho en llegar a esta conclusión. Le dice al joven rico: "Si quieres heredar la vida eterna sobre esta base, ve ahora, vende todo lo que tienes, y dáselo a los pobres"; ilustra así el principio del hombre que ama a su prójimo como a sí mismo. Además, te librarás de aquello que solamente constituye un obstáculo para que puedas seguirme.
¡Ay! Amó más a su dinero que a su alma. Amó más sus riquezas que a la vida eterna. Amó más lo que tenía que lo que hubiera podido obtener—esto es, Cristo. La prueba fue demasiado grande. ¿Qué se le dijo? "Ven, sígueme, tomando tu cruz." ¿Qué quiere decir el Señor con esto? "Soy el Señor rechazado." No cierres tus ojos; no dejes que el hombre te engañe; que nadie se engañe a sí mismo. Es a un Jesús rechazado al que predicamos. Jesús no es popular. Ni podría serlo. La cruz no es popular. Ni podría serlo. ¡Ah, no! "Sígueme, tomando tu cruz," era una palabra dura, aunque fuera unida con "y tendrás tesoro en el cielo." Él tenía su tesoro en la tierra, y le había atrapado el corazón. ¿Qué es lo que vemos entonces? "Pero él, afligido por esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones" (v. 22). Se dijo a sí mismo, no puedo separarme de mi dinero, de ser alguien en esta tierra, aunque se me prometa bendición en el cielo, por lo que "se fue triste." Sencillamente, había sido probado y, creedme, todos somos probados. Yo he sido probado, y tu tendrás que serlo.
Pero si viene alguien a mí que quiere la vida eterna, ¿le diré, tienes que darlo todo si quieres la vida eterna? Nada de esto. Esto no es el evangelio. El incidente de este joven constituye una buena ilustración del triste hecho de que el hombre se halla envuelto en lo que hace mucho de sí mismo, y además que no se deshará de las cosas que se ven, y que son temporales, por las que, aunque no se ven, son eternas. Aquel joven amaba más su dinero que a Cristo; amaba lo que tenía, más que lo que podría haber obtenido. Amaba la abundancia que la Providencia le había dado, y se aferraba a la tierra y a sus riquezas, a las cosas temporales. Estuvo tan cerca de la salvación como vosotros estáis, pero ¡ay! la perdió. No la perdáis vosotros. Él estuvo muy cerca de tenerla; al hincarse a los pies del Salvador, y al oírle decir, "Ven, sígueme." ¿Cuál fue su respuesta? "No, no puedo hacerlo." Se fue con un corazón triste. Guardó sus riquezas y sus tierras, pero se separó de Cristo, y hasta allí donde las Escrituras nos lo cuentan, no volvió a Él. Pongo gravemente en tela de juicio que tú y yo, si nos encontramos allí en la gloria celestial, con nuestros tesoros allí, hallaremos ahí a aquel joven.
Observad ahora lo que dice el Señor: "Jesús, mirando alrededor, dijo a Sus discípulos: ‘¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!' Los discípulos se asombraron de Sus palabras." Otra vez les insistió: "Hijos, ¡cuán difícilmente les es entrar en el reino de Dios a los que confían en las riquezas! Más fácil es para un camello pasar por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios. Ellos se asombraban aun más, diciendo entre sí: "¿Quién, pues, podrá ser salvo?" (vv. 23-26): Esta es una pregunta grave, "¿Quién, pues, podrá ser salvo?" Si estas cosas terrenas se interponen como dificultades tan insuperables, ¿quién podrá ser salvo? Dejadme responder: podéis ser salvos si estáis dispuestos a aceptar la salvación según el plan de Dios. Si queréis hacer el bien, o sea obras, a fin de dar a Dios una razón de mérito para que os bendiga, entonces nunca obtendréis Su bendición. Mas si tomáis el lugar del mendigo que al final de este capítulo toma cuando viene a Jesús en su necesidad, la tendréis.
Os habrá chocado el contraste entre el rico que llega y pregunta, "¿qué debo hacer? y el hombre al final del capítulo, el pobre mendigo ciego, al que Jesús le dice: "¿Qué quieres que te haga?" ¡Qué diferencia entre el "¿qué debo hacer?" del pecador al Salvador, y el "¿qué quieres que te haga?" del Salvador al pecador. ¿Quién puede salvarse? Todo aquel que deje que Jesús le salve; todo aquel que deje que Jesús actúe como Salvador de su vida—este es el hombre que será salvado. Si no has sido salvado, ¿por qué no? ¿Acaso no quieres ser salvado? ¿No te hallas ansioso de ser salvo? Los discípulos pueden preguntar ansiosos: "¿Quién, pues, podrá ser salvo?" ¿Cuál es la respuesta? Todo aquel que tome su lugar como incapaz de hacer lo que le pueda salvar; y que, cuando siente que no puede ganarse por sí mismo la vida eterna, se provee de la gracia del Salvador, de Su plenitud y bondad. Tú ven a Jesús; escucha la amante voz que te llama, y ven a Él, y tendrás tesoro en el cielo. ¿Quién puede ser salvo? La persona que oye la palabra de Jesús, va a Él, pone en Él su confianza, y consigue todo lo que Su sangre puede comprar para él, y todo lo que el corazón del Salvador puede ministrarle. La persona que deje que Jesús le bendiga, este es el hombre que será salvado.
"¿Quién, pues, podrá salvarse?" exclamaron los discípulos asombrados. "Entonces Jesús mirándolos, dijo: Para los hombres es imposible, mas para Dios no; porque todas las cosas son posibles para Dios." Tú preguntas: "¿Qué significa esto? No es posible salvarnos por nuestros propios esfuerzos. ¿Por qué es imposible?" Porque somos pecadores, y no podemos salvarnos a nosotros mismos. ¿Cómo puedes cumplir las demandas de un Dios en justicia? Tendrías que ser más que un hombre para hacerlo. Puedes creer que tu caso no es tan malo. No se trata del veredicto del pecador acerca de su propia posición lo que cuenta. No eres tú el juez de tu causa. Dios te ha juzgado, y a mí también, como pecadores en nuestros pecados, perdidos e impotentes. Él nos ha juzgado por lo que somos, incapaces de liberarnos de la condición en la que el pecado nos ha depositado. Y aquello que no es posible para nosotros sí es posible para Él. "¿Quién, pues, podrá salvarse?" dicen los discípulos. "Bien," dice Cristo, "Para los hombres es imposible, pero no para Dios; porque para Dios todas las cosas son posibles." ¿Sobre quién pues tengo que descansar? Sobre Dios. ¿Cómo puedes salvarte? Tienes que dejar a Dios que te salve. Tienes que inclinarte ante Dios, y dejar que Él te salve. ¿Dices, Cómo? Es muy sencillo. Es por la gracia del Señor Jesucristo. Es por la obra expiatoria del Salvador. No hay otro camino.
En este momento Pedro interrumpe, y dice: "he aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y Te hemos seguido." Creo que fue más bien una lástima que Pedro dijera esto, pero la respuesta del Señor viene a decir: "Y habéis hecho muy bien. Ha sido bueno para vosotros que así lo hicierais Pedro." Ciertamente, es verdad. Si lo habéis dejado todo, y seguido a Jesús, habéis sacado un bien con ello. En realidad, no habéis perdido nada. ¿Qué has perdido? Él dice: "No hay ninguno que haya dejado casa o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por causa de Mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos, y tierras, con persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna" (vv. 29, 30). Hay una cadena de bendiciones para vosotros, con persecuciones también, si os mantenéis por Cristo. Nunca conocí a una persona que se decidiera por Cristo que no tuviera problemas.
Cuando yo mismo era un estudiante recibí abundancia de rechazo. No había cristianos entre los hombres en la facultad, que yo supiera por los menos, al principio. Había abundancia de compañeros del lado del mundo, y me dieron una buena cantidad de aquella mezquina persecución que los hombres impíos pueden aplicar a un joven discípulo de Cristo. Obtuve mi parte de ella, y fue algo que me sirvió mucho. Me mantuvo humilde y cerca de Cristo. No temáis un poco de persecución. Os hará mucho más bien que un poco de elogio. Creedme, es cierto. La persona que es perseguida, y que por la gracia recibe la capacidad de andar humildemente, y permanecer fiel a Cristo, muestra que su conversión es genuina, y que su fe es real. La persecución le hará bien.
Una buena cantidad de jóvenes son como Jonatán, que no siguió a David del todo. No se mantienen por el Señor. Huyen de la persecución, pero huyen a más de esto; huyen del apoyo de Cristo; huyen del goce del amor de Cristo; y se privan del privilegio de ser testigos de Cristo. Aquí estamos para gozar de Sus bendiciones "con persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna."
Tú, ¿has dejado algo por Cristo? Recuerdo perfectamente bien que después de unas tres semanas que había sido convertido en Londres me vino un anciano siervo de Dios, y me dijo, "He oído que usted hace poco ha sido convertido." "Si, señor," le dije. Entonces me dijo que siguiera al Señor totalmente, y me citó estos dos versículos (29, 30). No le vi de nuevo por muchos años, pero veinte años más tarde le recordé que me había dado este pasaje cuando solamente hacía tres semanas que era cristiano. "¿Y fue cierto lo que le cité?", preguntó él. "Me atreveré a decir que ha sido algo perseguido por causa del Señor, pero ¿no ha probado Su apoyo?" Solamente pude decirle cuán ciertas eran las palabras de mi Señor, y quiero que me dejéis ahora recomendároslas. He hallado la bendición del Señor sobre casi todo. Me he hallado fuera del mundo, pero en la familia de Dios. Me he descubierto como hermano de todos los que pertenecen al Señor Jesucristo. Descubrí que tenía decenas de millares de hermanos desconocidos. Como dice aquí que recibiremos "cien veces más ahora en este tiempo; casas y hermanos." Si seguís al Señor os hallaréis en medio del pueblo de Dios, entre aquellos que se tomarán un profundo interés en vosotros.
Debo dar testimonio de la verdad de este principio que el Señor desarrolla aquí, esto es, que el hombre que deja cualquier cosa por Cristo, y por causa del evangelio, es compensado por el Señor por ello. El Señor le sostiene también en el goce de Sus propias bendiciones celestiales al pasar por esta escena. Si hay un joven que esté deseoso de servir al Señor, anímate, amigo mío, a hacerlo así. Nunca lamentarás tu decisión por Cristo, ni tu discipulado al seguirle.
Lo que sigue es muy interesante. El Señor se dirigía a Jerusalén a morir y mientras Le acompañaban Él les dice a los discípulos las cosas que Le esperaban. Él iba delante de ellos, y no dudo que los discípulos se quedaron atónitos ante el hecho de que el Señor dejaba su compañía y se iba solo hacia adelante. Le seguían y se sentían temerosos. Entonces les tomó aparte y les mostró las cosas que Le iban a suceder: "He aquí subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, y Le condenarán a muerte." Si tú y yo hemos de vivir, Cristo, el Santo, sobre quien la muerte no tenía demandas, tiene que ir a la muerte; y aquí Él desarrolla, de la forma más clara, que no hay camino alguno a la gloria de Dios, excepto por medio de Su propia muerte. Si hemos de poseer vida eterna, no es por nada que hagamos de nuestra parte. Es por Su muerte. Los judíos, dice Él, "Le entregarán a los gentiles; y Le escarnecerán, Le azotarán, y escupirán en Él; mas al tercer día resucitará" (vv. 33, 34). Fue rechazado por los judíos entonces, y es todavía un Salvador rechazado, porque Cristo se halla tan rechazado en el siglo presente como cuando habló estas palabras. Manteneos por Cristo, creed en Él, y sed personas para Él, y descubriréis que es así. Pero ¿qué os dará Él? Su apoyo. Es un gran gozo hallarse del lado del Señor. Es algo bendito y maravilloso hallarse del lado del Salvador rechazado.
Pero en el momento en que los hombres Le rechazaron, Él en amor se dio a Sí mismo por ellos. Él murió, y Su obra quedó cumplida, Él ha ido a la diestra de Dios, donde está ahora glorificado. Allí está sentado; pero Él es el mismo Jesús hoy que Él era cuando pasó al lado de Bartimeo aquel día. En el capítulo que comentamos. Él es el mismo tierno Salvador, aunque en gloria ahora. Id a los pies del Salvador resucitado, ascendido, victorioso, y dejad que os bendiga. Si Le queréis, Le hallaréis igual que Le halló aquel ciego. Allí estaba el pobre hombre, junto al camino. Había oído de Jesús, igual que tú ahora. Estaba sentado allí, esperando conseguir un poco de dinero y, al oír aproximarse la multitud, no tengo duda de que se dijo a sí mismo: "Tendré un día próspero, conseguiré bastante dinero de esta multitud que se aproxima." Pero tuvo curiosidad por conocer el porqué de esta multitud. Le dijeron: "Pasa Jesús de Nazaret." Es indudable que había oído de Sus milagros, y de cómo había abierto los ojos de otros hombres, y llegó a la conclusión de que podría también abrir los suyos.
En un minuto había olvidado sus deseos de llenar la bolsa, de conseguir dinero, y su voz se oye por encima del rumor de la multitud: "¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí." Esto es lo que dice. La gente dijo: "Calla, no chilles, ¿acaso crees que se detendrá por ti?" Pero leemos: "Pero él clamaba mucho más: "¡Hijo de David, ten misericordia de mí!" Y aquella voz de necesidad cayó en los oídos del Salvador, tocando Su corazón, y dice la Escritura que "Jesús, deteniéndose, mandó llamarle." Estaba de camino a Jerusalén para llevar a cabo la maravillosa obra de la cruz, pero el grito de la necesidad Le hizo detenerse. Él está en la gloria ahora, en el cielo, pero la voz de la necesidad Le llega ahora igual que Le llegaba entonces. "Jesús, deteniéndose, mandó llamarle: y llamaron al ciego, diciéndole: Ten confianza; levántate, te llama."
Y ¿qué hallamos? "Él entonces, arrojando su capa, se levantó y vino a Jesús." Aquello que le estorbaba lo arrojó a un lado. Imagínate aquel ciego, sentado al lado del camino, con la gente toda rodeándolo. Cuando se oyó su grito él pensó, "Si tengo que pasar en medio de toda esta multitud, tengo que tirar mi capa—me va a estorbar"; y así la tiró. Se libró de lo que le estorbaba. Cada persona tiene estorbos. Vosotros libraos también de vuestros impedimentos, y venid a Jesús. Leedlo otra vez: "Él entonces, arrojando su capa, se levantó, y vino a Jesús." Estaba ansioso; vino a Jesús. Pasó por en medio de la multitud, hasta que llegó a la presencia de Jesús. "Respondiendo Jesús, le dijo: ¿Qué quieres que te haga?" Ahí está el quid: "¿Qué quieres que te haga?" "Y el ciego Le dijo: Maestro, que recobre la vista." Quería ver; quería recobrar su vista.
¿Qué es lo que tú quieres? ¿Tus pecados perdonados; la salvación de tu alma; perdón, amor, y Su aceptación? Puedes tener todo esto. Lo que Cristo hace, por decirlo así, es darte un cheque en blanco, con Su nombre firmado ya, y tú puedes poner allí la cantidad que tú quieras. Él te dice esta noche: "¿Qué quieres que te haga?" ¿Qué es lo que deseas? ¿Poder ver al Salvador, al Hijo de Dios, que murió, pero que volvió a resucitar? "Maestro, que recobre la vista," dijo el ciego. "Y Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Y enseguida recobró la vista." Sus ojos fueron abiertos, y ¿qué fue lo primero que vio? ¡A Jesús! Y esto es lo que sucede cuando los ojos del pecador son abiertos. Ve a Jesús.
El Señor le dice: "Vete, tu fe te ha salvado. Y en seguida recobró la vista, y seguía a Jesús en el camino." El hizo lo que el rico no había hecho. Jesús le dijo al joven rico: "Ven, sígueme, tomando tu cruz." Y se fue entristecido. A este hombre, con sus ojos ahora abiertos, ¿qué le dijo Jesús? "Vete." Observad que el Señor nunca hace que un hombre le siga. No iba a hacer de él un seguidor obligatorio, por decirlo así. El que Le sigue tiene que querer seguirle, por gratitud y amor, y este es el caso de Bartimeo. ¿Qué leo? "Y enseguida recobró la vista, y seguía a Jesús en el camino." Rápidamente decidió que desde entonces Jesús iba a ser su camino. Seguía a Jesús. Esto estaba bien. No hay obligación. Si os dijera que tenéis que seguir a Jesús, no lo haríais. Pero podéis seguir a Jesús. Si aprendéis de Su amor, Le seguiréis. Diréis a partir de hoy, Cristo es para mí, y yo voy a seguir a Cristo a través de la persecución y de la paz. Voy a mantenerme por Jesús, y a seguirle en el camino.
Aquí tienes un verdadero discipulado. El Señor te ayude a seguirle también a Él. Esta es la cosa buena y sabia a "hacer."