Capítulo 7: El dilema de un ministro de hacienda;o, El valor de las escrituras

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Hechos 8:26-40
EXISTE un atractivo peculiar en la historia de este eunuco, y ello por la siguiente razón: La lectura más superficial hará comprender a toda persona cuán particularmente profundo es el interés de Dios en el hombre que de tal manera busca la luz. Ahora bien, no hay ni una sombra de duda acerca del hombre que va a ser el centro de las observaciones que voy a hacer; él era un hombre con una ansia clara y profundamente asentada en su deseo de conseguir lo que sabía que necesitaba. Él no poseía el conocimiento de Dios. Nadie iba a viajar más de mil quinientos kilómetros bajo un sol ardiente por una pequeñez, y ciertamente este hombre había emprendido un viaje de esta magnitud, si no mayor. Pero ahora estaba de vuelta, sin haber encontrado lo que necesitaba.
Creo que el eunuco se hallaba ansioso, despierto, era un alma investigadora buscando la luz, y cuando volvía de Jerusalén, lugar al que había ido a "adorar", era evidente que no la había hallado. Y, además, estoy seguro, este hombre se hallaba en un gran dilema. "Creía," podríamos oírle decir, "que cuando llegara a Jerusalén, hallaría la luz en cuanto al Dios vivo y verdadero. Allí he estado, y con todo esto no le he hallado." De algún modo había conseguido una copia de las Escrituras. ¡Hombre feliz! Y las estaba leyendo. ¡Hombre sabio! Me pregunto si tú, amigo mío, posees una copia de las Escrituras. ¿La lees? Es una cosa muy grande leer las Escrituras.
Con frecuencia me hallo con personas que tienen dificultades acerca de las Escrituras, pero estas personas son generalmente, según descubro, las que no las leen.
En la actualidad el amistoso crítico erudito le dice al joven: La Biblia no es para que la leas tú, joven; hay tantas dificultades en ella, tantas incoherencias, tantas fallas, y tantos errores. ¡¿De veras?! Vaya, yo he estado leyendo las Escrituras ahora por muchos más años de los que muchos de vosotros tenéis. Durante treinta y siete años las he estado estudiando, y no he encontrado ninguna de las discrepancias que el erudito ha hallado. Pero lo que sí descubrí, cuando empecé a leer las Escrituras, era que yo era un cabezón al tratar de entenderlas. No era muy capaz de comprenderlas, porque era mucho como el hombre que hallamos en este pasaje. No las pude comprender hasta que no se me acercó un maestro. Pero, según he ido leyendo reverentemente, os diré lo que ha sucedido. He hallado que Dios me ha dado lo que le había dado a aquel hombre. Ha dado luz, y las Escrituras han quedado claras. Lo que constituía dificultades para mí, hallo ahora que son cosas de gran importancia y muy instructivas; y que lo que parecían incoherencias constituyen en realidad algunas de las más brillantes gemas de la revelación que se hallan dispersas, desde lo primero de Génesis hasta lo último de Apocalipsis, todo a lo largo de las páginas inspiradas.
Sí, podéis confiar en que Dios nos ama demasiado para poner en nuestras manos un libro que no sea de confiar. Lo digo sobriamente, y seriamente, y no tengo duda alguna en decir—a pesar de la incredulidad de hoy en día—que creo que las Escrituras son la Palabra de Dios de tapa a tapa. Y que a pesar de lo que se diga en contra, cuanto más estudio la Biblia, tanto más hallo su unidad, su integridad, su confiabilidad, su absoluta inexpugnabilidad en contra de todos los ataques del enemigo; y que constituye la revelación de Dios a mi alma. He hallado la luz, una luz que siempre va en aumento, mediante las Escrituras. Y os las recomiendo con todo fervor e intensidad.
Una de las razones por las que estoy bastante seguro de que este hombre estaba marcado para su bendición es que había obtenido una copia de las Escrituras y que, aunque no conseguía mucha luz de ellas, las estaba leyendo con una gran atención. Tenemos las Escrituras en nuestro día, pero ¿Te estaré acusando erróneamente si te digo que no las lees demasiado? Aprended, os lo ruego, la lección de este hombre.
Un gran atractivo de este pasaje ante nosotros es este—que Dios tiene Su mirada puesta sobre un hombre ansioso; y que él, en un cierto sentido, estará dispuesto a interrumpir Su obra de gracia en otra parte—por lo menos en cuanto se trata de un canal especial—a fin de alcanzar este ansioso hombre. Amigo mío, tú no sabes cuánto Dios te ama; no es hasta que tu corazón no se despierta que llegas a conocer en realidad el profundo interés que Dios tiene en la salvación del hombre. ¿Qué puede ser más hermoso que el interés de Dios por esta alma ansiosa? Ve lo que hace: llama a Felipe de su notable obra en Samaria, y le envía al desierto a encontrar a este hombre. Así es Dios; no es la única ocasión que ha actuado así. Lo ha hecho así una y otra vez, pero esta es tan solamente una muestra de la profunda delicia que Dios muestra cuando dirige Su mirada hacia la tierra y ve al pecador en pos de la luz, al pecador que se impone duras tareas y costo para poder hallar la luz.
Contemplemos a Felipe por un momento, y veamos a qué estaba dedicado en aquel entonces. Nuestra narración tiene lugar precisamente después de la tremenda persecución después de la muerte de Esteban, que fue rechazado, y enviado al cielo con un mensaje de la nación judía al Rey de ellos. Sin duda alguna, Esteban es el mensajero que fue el portador de aquel notable mensaje de que nos habla el Señor en el capítulo 19 de Lucas: "Un hombre noble se fue a un país lejano, para recibir un reino y volver . . . pero sus conciudadanos le aborrecían, y enviaron tras él una embajada, diciendo: No queremos que éste reine sobre nosotros" (Lc. 19:12-14). Jesús había venido a los Suyos (los judíos) lleno de gracia, pero Le rechazaron, Le echaron afuera. No satisfechos con esto, cuando vino el Espíritu Santo, rechazaron el adicional mensaje de gracia, que fue desarrollado en Hechos 2 y 3 por Pedro, y al que después se refirió Esteban en los capítulos 6 y 7, en los que narra la culpabilidad de la nación, y les acusa de su pecado. Mientras "crujían los dientes contra él," él levantó los ojos, vio los cielos abiertos, y "al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios." En lenguaje sencillo, vio al Salvador coronado de gloria. El Hombre al que ellos rechazaron, y llevaron a la muerte, él lo vio coronado de gloria, y a la diestra de Dios. Cuando hubo dicho esto, ellos ya no pudieron soportarlo más. "Echándole fuera de la ciudad, le apedrearon" (Hch. 7:58). Le enviaron en pos del Salvador, al que habían crucificado, con este mensaje: "No queremos que éste reine sobre nosotros."
Este fue el final de la dispensación de Dios a los judíos. Aunque culpables del asesinato de su Mesías, la gracia se mantenía aun sobre ellos, hasta que la muerte de Esteban consumó la rotura entre la nación y Dios. Recordaréis que nuestro Señor Jesucristo, después de que Él resucitara de los muertos, mandó a Sus apóstoles "que se predicase en Su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén" (Lc. 24:47). Además, les dijo, "Y Me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra" (Hch. 1:8). Pero ¿por qué empezar primero en Jerusalén? Jesús les dijo: Empezad en el sitio donde Mi sangre fue derramada; donde clamaron por que se Me diera muerte: predicad perdón allí, e id después a Samaria, y después a lo último de la tierra.
Así, en cumplimiento de este mandato, hallamos que Felipe había ido a Samaria. El evangelio empezó siendo predicado en Jerusalén; pero el judío no lo quería. El testimonio del Espíritu Santo fue rechazado, y Esteban fue enviado con este mensaje: No queremos a Jesús para nada. Entonces el Espíritu Santo va obrando en un círculo cada vez más amplio, y Felipe va a Samaria. En otros pasajes es llamado "Felipe el evangelista" (Hch. 21:8), pero al empezar no era evangelista. Su caso fue el de un hombre fiel a su depósito, y desarrollando después el don que Dios le había dado. Felipe fue uno de los siete hombres puestos en el ministerio cotidiano de servir las mesas (ver Hch. 6:1-6). Esto es lo que se podría llamar un diácono. Fue señalado para cuidar del dinero, y de procurar por los pobres; pero después de la muerte de Esteban "hubo una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén; y todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles [...]. Pero los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio" (Hch. 8:1-4).
Encontrándose Felipe en Samaria, piensa que puede hablar a la gente acerca de Jesús; y leemos de él que "les predicaba a Cristo" (Hch. 8:5). ¡Notad esto! Es muy instructivo. No era la primera vez que Samaria había oído el evangelio. Recordaréis que un día el bendito Señor estaba sentado junto al pozo de Sicar, fatigado, y una pobre pecadora se acercó, una mujer con un corazón vacío, y un cántaro vacío—figura de su condición. Halló a Jesús; y Él empezó a hablarle a ella, en la plenitud de Su gracia, acerca del "don de Dios," del "agua viva," y de la "vida eterna" (ver Jn. 4:1-421When therefore the Lord knew how the Pharisees had heard that Jesus made and baptized more disciples than John, 2(Though Jesus himself baptized not, but his disciples,) 3He left Judea, and departed again into Galilee. 4And he must needs go through Samaria. 5Then cometh he to a city of Samaria, which is called Sychar, near to the parcel of ground that Jacob gave to his son Joseph. 6Now Jacob's well was there. Jesus therefore, being wearied with his journey, sat thus on the well: and it was about the sixth hour. 7There cometh a woman of Samaria to draw water: Jesus saith unto her, Give me to drink. 8(For his disciples were gone away unto the city to buy meat.) 9Then saith the woman of Samaria unto him, How is it that thou, being a Jew, askest drink of me, which am a woman of Samaria? for the Jews have no dealings with the Samaritans. 10Jesus answered and said unto her, If thou knewest the gift of God, and who it is that saith to thee, Give me to drink; thou wouldest have asked of him, and he would have given thee living water. 11The woman saith unto him, Sir, thou hast nothing to draw with, and the well is deep: from whence then hast thou that living water? 12Art thou greater than our father Jacob, which gave us the well, and drank thereof himself, and his children, and his cattle? 13Jesus answered and said unto her, Whosoever drinketh of this water shall thirst again: 14But whosoever drinketh of the water that I shall give him shall never thirst; but the water that I shall give him shall be in him a well of water springing up into everlasting life. 15The woman saith unto him, Sir, give me this water, that I thirst not, neither come hither to draw. 16Jesus saith unto her, Go, call thy husband, and come hither. 17The woman answered and said, I have no husband. Jesus said unto her, Thou hast well said, I have no husband: 18For thou hast had five husbands; and he whom thou now hast is not thy husband: in that saidst thou truly. 19The woman saith unto him, Sir, I perceive that thou art a prophet. 20Our fathers worshipped in this mountain; and ye say, that in Jerusalem is the place where men ought to worship. 21Jesus saith unto her, Woman, believe me, the hour cometh, when ye shall neither in this mountain, nor yet at Jerusalem, worship the Father. 22Ye worship ye know not what: we know what we worship: for salvation is of the Jews. 23But the hour cometh, and now is, when the true worshippers shall worship the Father in spirit and in truth: for the Father seeketh such to worship him. 24God is a Spirit: and they that worship him must worship him in spirit and in truth. 25The woman saith unto him, I know that Messias cometh, which is called Christ: when he is come, he will tell us all things. 26Jesus saith unto her, I that speak unto thee am he. 27And upon this came his disciples, and marvelled that he talked with the woman: yet no man said, What seekest thou? or, Why talkest thou with her? 28The woman then left her waterpot, and went her way into the city, and saith to the men, 29Come, see a man, which told me all things that ever I did: is not this the Christ? 30Then they went out of the city, and came unto him. 31In the mean while his disciples prayed him, saying, Master, eat. 32But he said unto them, I have meat to eat that ye know not of. 33Therefore said the disciples one to another, Hath any man brought him ought to eat? 34Jesus saith unto them, My meat is to do the will of him that sent me, and to finish his work. 35Say not ye, There are yet four months, and then cometh harvest? behold, I say unto you, Lift up your eyes, and look on the fields; for they are white already to harvest. 36And he that reapeth receiveth wages, and gathereth fruit unto life eternal: that both he that soweth and he that reapeth may rejoice together. 37And herein is that saying true, One soweth, and another reapeth. 38I sent you to reap that whereon ye bestowed no labor: other men labored, and ye are entered into their labors. 39And many of the Samaritans of that city believed on him for the saying of the woman, which testified, He told me all that ever I did. 40So when the Samaritans were come unto him, they besought him that he would tarry with them: and he abode there two days. 41And many more believed because of his own word; 42And said unto the woman, Now we believe, not because of thy saying: for we have heard him ourselves, and know that this is indeed the Christ, the Saviour of the world. (John 4:1‑42)). Al final, en su conversación, Él tocó la conciencia de ella, al decirle, "Vé, llama a tu marido, y ven acá." Vuelve a Mí. Ella respondió, "No tengo marido." ¡Ah! No, dijo el Señor, lo sé. Estás viviendo abiertamente en pecado. "Bien has dicho, no tengo marido; porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido." Ve, llámale, y vuelve a Mí; vuelve a la Luz. La Luz estaba empezando a trabajar en su alma.
Algo más de conversación siguió a continuación, y entonces recordaréis que ella se refugió en la religiosa ignorancia, y esto es lo que muchas almas disfrutan haciendo en la actualidad. "Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando Él venga, nos declarará todas las cosas" (Jn. 4:2525The woman saith unto him, I know that Messias cometh, which is called Christ: when he is come, he will tell us all things. (John 4:25)). "Jesús le dijo: Yo soy, el que habla contigo" (v. 26). Es muy digno de tener en cuenta que en Sus viajes a través de esta escena hay solamente dos personas a las que el Señor hizo una revelación—una declaración positiva acerca de Sí mismo. Una de ellas fue la pecadora desechada de Juan 4, la otra fue el ciego desechado de Juan 9. El ciego es echado afuera, y Jesús le pregunta, "¿Crees tú en el Hijo de Dios? Respondió él y dijo: ¿Quién es, Señor, para que crea en Él? Le dijo Jesús: Pues Le has visto, y el que habla contigo, Él es." No es mala cosa ser un desechado: esta es mi experiencia. Sé algo acerca de ello. ¿Y qué se halla cuando uno es un desechado? Que estás en compañía de Cristo, y que no puedes pasarte sin Él.
El Señor se revela a Sí mismo a esta mujer, y ella en el acto se va a la ciudad y le dice a la gente: "Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?" (Jn. 4:2929Come, see a man, which told me all things that ever I did: is not this the Christ? (John 4:29)). No tenía miedo de Él. No, Su gracia había ganado su corazón. Y ¿no era ella una pecadora? No creo que haya nadie aquí que sea moralmente peor que aquella mujer. Quizá no haya aquí ninguno que no se imagine que ella era infinitamente peor que cualquiera de los que nos hallamos aquí, y a pesar de ello esta mujer confió en Cristo, y salió y le dijo a todo el mundo que la conocía: "Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será este el Cristo?" Y los samaritanos salieron de la ciudad, e invitaron al Señor que entrara en la ciudad, y se quedara allí por dos días. Y entonces, como recordaréis, le dijeron a la mujer, "Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo" (Jn. 4:4242And said unto the woman, Now we believe, not because of thy saying: for we have heard him ourselves, and know that this is indeed the Christ, the Saviour of the world. (John 4:42)). Hubo una buena cantidad de obra llevada a cabo en Samaria entonces, y no paró cuando Jesús se fue. Continuó y en Hechos 8 hallo la ilustración de las palabras utilizadas por el Salvador en Juan 4: "Uno es el que siembra, y otro es el que siega" (v. 37). Felipe, descendiendo a Samaria con el testimonio del Señor Jesucristo, siega, porque leemos, "Y la gente, unánime, escuchaba atentamente las cosas que decía Felipe" (Hch. 8:6). Tiene que haber sido una obra maravillosa. En la actualidad la gente no cree en la conversión; pero cuando llego a las Escrituras hallo a toda una ciudad conmovida. Y Samaria no era una ciudad pequeña, aunque quizás no tan grande como la en que nosotros vivimos.
Bien, el evangelista fue y predicó a Cristo. ¿Por qué a Cristo? Porque pronto veréis que al eunuco le predicó a Jesús. ¿Por qué a Cristo? Porque era el que había ascendido. Los samaritanos tenían que conocer que Aquel al que los judíos habían rechazado—el Jesús que una vez habían tenido en medio de ellos—estaba ahora exaltado y a la diestra de Dios. Felipe predicó a Cristo, y ¿cuál fue el resultado? "Había gran gozo en aquella ciudad" (v. 8). Fue una escena maravillosa. No sé cómo tú lo sientes, pero si me puedes señalar un lugar en el que Dios está bendiciendo la predicación de Su Palabra para la salvación de las almas—aquel lugar tiene una gran atracción para mí. Aquí, entonces, veis cómo la obra sigue. Felipe, utilizado por Dios, predica a Cristo, y la gente se confía en Él, con el resultado de que hay "gran gozo en aquella ciudad." Te preguntaré, amigo mío, ¿has hallado gran gozo de la predicación de Cristo? No te digo si has oído alguna vez el evangelio, como si no lo hubieras estado oyendo una y otra vez. Esto te pregunto: ¿Te ha producido gran gozo en tu corazón? Que así lo haga ahora, si nunca lo ha hecho antes, como lo hizo en la ciudad de Samaria, con sus grandes multitudes, y en la soledad del desierto con una sola alma ansiosa. Sea que se proclame a Cristo, o que se presente a Jesús, el resultado del relato fue, en ambos casos, gozo.
Y ahora leemos: "Un ángel del Señor habló a Felipe, diciendo: Levántate y vé hacia el sur, por el camino que desciende de Jerusalén a Gaza, el cual es desierto" (v. 26). Observad que era el ángel del Señor. Es cuando llega a la vista del eunuco que habla el Espíritu. La razón es esta—el ángel, en las Escrituras, se utiliza frecuentemente de una forma providencial para llevar a la gente a la luz, mientras que el Espíritu siempre trata con el alma. Os citaré una escritura acerca de este punto. Quizás no creáis en el ministerio de los ángeles. ¿No creéis? Yo sí. "Pues, ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Siéntate a Mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies? ¿No son todos espíritus administradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de salvación?" (Heb. 1:13, 1413But to which of the angels said he at any time, Sit on my right hand, until I make thine enemies thy footstool? 14Are they not all ministering spirits, sent forth to minister for them who shall be heirs of salvation? (Hebrews 1:13‑14)).
Creo que el ángel que fue enviado para servir a este eunuco iba a ser ciertamente un ángel feliz, debido a que fue enviado para ser espíritu administrador a un heredero de la salvación. Aquel ángel tenía el sentimiento de que había sido encargado de una misión de suma importancia, al presentarse ante Felipe y encargarle de que hiciera aquel viaje, y llevara a aquel hombre las noticias de que él era uno de los "herederos de salvación." ¿Eres tú, amigo mío, un heredero de salvación? Dirás tú, ¿cómo puedo saberlo? Creo que si estuvieras en ansia lo podrías saber. ¿Soy yo un heredero de salvación? Ni soñaría de estaros hablando a vosotros esta noche si no estuviera seguro de que soy un heredero de salvación.
El ángel del Señor le dice al evangelista que deje su bendita obra en Samaria y que se dirija "al sur, por el camino que desciende de Jerusalén a Gaza, el cual es desierto" (v. 26). El viaje era de alrededor de ochenta a cien kilómetros, y naturalmente Felipe podría pensar que allí no iba a haber nadie. Había dos caminos por los que hubiera podido ir, pero Felipe tomó el buen camino. Cuando Dios envía a un mensajero para que se encuentre con un alma ansiosa puedes estar seguro de que Él se ocupará de que Su siervo tome el camino adecuado. Aquí veo cómo Felipe tomó el camino adecuado. Quizás tú no creas en la guía del Espíritu de Dios en estas cosas pequeñas. Bien, tan solamente tienes que leer las Escrituras, y verás cómo Él conduce a Sus siervos para que hallen a un alma ansiosa. Sigamos a este siervo obediente.
"Entonces él se levantó y se fue" (v. 27). Esta es una lección para todo cristiano. No hay dudas en la mente de Felipe. El único deber de un siervo es el de obedecer. Cuando he estado predicando la Palabra en una cierta ciudad, la gente me ha dicho frecuentemente, "¿Volverá usted de nuevo?" "No lo sé." "¿Pero usted va a volver, no?" "No lo sé." "¿Por qué?" "Esperaré hasta que taña la campana," dije yo. "¿Qué quiere usted decir?" Un verdadero siervo no se mueve por su propia voluntad, sino que, por así decirlo, espera hasta que suene la campana. Aquí suena la campana y el hombre de Dios, el siervo que recibe el llamamiento, queda listo. El mandato es: Deja esta maravillosa predicación y conversiones en la ciudad de Samaria, y sal al desierto. ¡Al desierto! La razón hubiera podido haber dicho, "¡Para qué! ¡Si no hay nadie a quien predicar allí, no hay nada en el desierto! ¿Qué es lo que hizo Felipe? "Se levantó y se fue." Obedeció. Aquí está la razón. Era un buen siervo, un siervo obediente, y por ello era adecuado para cumplir los designios de Su Maestro. Dios tenía Su mirada puesta sobre un hombre ansioso, en búsqueda de la luz, y tenía a un siervo obediente listo para llevarle la luz a este hombre.
"Entonces él se levantó y se fue. Y sucedió que un etíope, eunuco, funcionario de Candace reina de los etíopes, el cual estaba sobre todos sus tesoros, y había venido a Jerusalén para adorar, volvía sentado en su carro, y leyendo al profeta Isaías" (vv. 27, 28).
Alguien me diría que él no era el ministro de hacienda de la reina. Bien, no me preocupa demasiado qué etiqueta le vayamos a poner, pero aquí leo, "el cual estaba sobre todos sus tesoros." Era un hombre que gozaba de toda la confianza, con una inmensa cantidad de dinero pasando por sus manos. Es evidente que tenía un alto puesto en la confianza de su real señora; pero, a pesar de ello, había un vacío en su corazón. Este hombre, descubrimos, había subido a Jerusalén a adorar. Es indudable que era un prosélito judío. Esto es, había oído del judaísmo, había oído de la ley, y que la tierra de Israel era el sitio en el que Dios debía ser adorado. Yendo en pos de Dios, había llevado a cabo su viaje de más de mil quinientos kilómetros desde más allá de los confines meridionales de Egipto—el tiempo que le llevara las Escrituras no nos lo dicen—pero llegó a Jerusalén. Allí era donde esperaba hallar la luz, y hallar a Dios. ¿Qué es lo que halló? Lo que mucha gente halla en la cristiandad en la actualidad—ritualismo, formalismo, sacramentalismo, pero no la luz de Dios. No, esto no lo obtuvo. No tengo duda alguna de que halló el templo lleno, y a los sacerdotes ofreciendo sacrificios. Pero ¿qué había sucedido? ¡Pues, que Aquel que era Él mismo el cumplimiento de cada sacrificio había estado allí, pero había sido rechazado! El Templo se había convertido en una guarida de ladrones, y la misma casa del Señor se había convertido en casa de mercado. El Señor mismo había sido rechazado; y me parece ver a este etíope buscando la manifestación de la presencia de Dios, pero no vio nada excepto abundancia de forma y de ceremonias. De vida—vida según Dios—no vio nada. Había por todos los lados muerte moral y espiritual.
Después de un poco se volvió para ir a su casa—frustrado, sí, y me siento libre de decir que sumido en un inmenso dilema. "Qué haré ahora?" piensa él. "He salido de la tierra de las tinieblas del paganismo para ir a un lugar en el que esperaba que vería la luz, pero no hay ninguna luz." ¿Qué había sucedido? Aquel que era la luz había sido rechazado. Recordaréis que Jesús dijo, "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn. 8:1212Then spake Jesus again unto them, saying, I am the light of the world: he that followeth me shall not walk in darkness, but shall have the light of life. (John 8:12)). Dijo también, "Entre tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo" (Jn. 9:55As long as I am in the world, I am the light of the world. (John 9:5)). Cuando el eunuco llegó a Jerusalén, la luz del mundo no se hallaba allí ya; había sido trasladada a la gloria celestial. No había luz en Jerusalén. Había abundancia de formas religiosas, de ceremonia, de ritual; pero todo era solamente profesión vacía; y este pobre hombre, desengañado, y en un profundo dilema con respecto a dónde se podría hallar la verdad y la luz de Dios, volvió sus pasos hacia el hogar, ¡no habiendo conseguido nada despues de haber ido a Jerusalén! ¡Querida alma! Lo que realmente necesitaba no era Jerusalén, sino Jesús. Esto es también lo que tu necesitas, mi ansioso amigo. ¿Qué es lo que Jerusalén representa? Lo que muchas personas en la actualidad creen—formas religiosas, y observancias. Pero detente un momento. ¿Tienes a Jesús? ¿Conoces a Jesús? El eunuco no sabía dónde hallarle. Es posible que hubiera oído hablar de la muerte del Señor. Puede que oyera de cómo había sido rechazado por el pueblo. Puede que también hubiera oído de la muerte de Esteban. Estas cosas no las sé. Él, no obstante, adquirió una porción de las Escrituras, y con este tesoro sin precio en su posesión, aunque sin conocer su valor aun, emprendió el regreso al hogar.
Le hallamos en su carro, leyendo al profeta Isaías; y, podéis estar bien seguros, tanto entonces como ahora, si podéis hallar a un hombre que ha abierto las Escrituras, y que las está leyendo, te darás cuenta de que Dios enviará a algún Felipe al lado de este hombre, tarde o temprano. Sí, si te hallas en verdadero deseo de conocer la verdad, la conocerás. Este hombre estaba en ansia en su búsqueda de la luz y del conocimiento de Dios. Dios vio esto, y le preparó el camino para que pudiera recibir aquello que buscaba. ¿Dirás que fue un caso extraño? Te podría contar de incontables casos como este. Deja que te relate uno.
No hace mucho tiempo, un lunes por la mañana, había un telegrafista en su puesto de trabajo en el oeste de Inglaterra. El joven se hallaba en una profunda ansiedad por su alma. Había sido despertado por el Espíritu de Dios, y era un hombre angustiado, inquieto. Sabía que no estaba en buen estado. Ansiaba tener a Cristo. El anterior domingo había ido a tres sitios distintos de adoración, con un profundo deseo de poder conseguir algo para su alma ansiosa. No recibió nada. Vino el lunes por la mañana, después de haber pasado una noche de insomnio en su ansiedad por su alma, y se fue a su trabajo. Teniendo la impresión de que se volvería loco si no conseguía alivio y perdón, se hallaba en oración cuando oyó el peculiar tic-tic que le hizo saber que llamaban a su estación. Fue a su instrumento, tomó su lápiz, y escribió el nombre y la dirección del remitente del mensaje, y a continuación el nombre y la dirección del destinatario. A continuación vino el mensaje: "He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn. 1:2929The next day John seeth Jesus coming unto him, and saith, Behold the Lamb of God, which taketh away the sin of the world. (John 1:29)). "En quien tenemos redención por Su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de Su gracia" (Ef. 1:7). Repitiendo el mensaje, gritó, "Gracias a Dios, estoy salvado: ¡lo tengo: lo veo!" Y dijo, contándoselo después a un amigo mío: "Aquellas palabras 'CORDERO DE DIOS', 'REDENCION', 'SANGRE', 'RIQUEZAS DE SU GRACIA', entraron directamente en mi pobre corazón, y nadie en todo el mundo podría tener mayor gozo que el que yo tuve aquel lunes por la mañana."
Dios hizo que aquel telegrama fuera el medio de dar la paz a aquel joven. ¿Qué hizo él entonces? Quería ver quién era el destinatario de aquel telegrama y, por ello, en lugar de dárselo al mensajero para que lo entregara, fue él mismo con el telegrama, a fin de ver al destinatario. Llevó el telegrama a una casa no muy lejos, y a la joven que abrió la puerta le dijo que traía un telegrama para tal persona. "Ah, ¡es para mí!" dijo la joven. Lo leyó, y también halló la paz. Preguntando por el significado del telegrama, ella le dijo que había entrado en ansia por su alma desde hacía unas dos semanas. Su amo no era cristiano, pero su hermano, que era un cristiano decidido, había estado en la casa por un tiempo. Por su lectura de las Escrituras con la familia por las mañanas y las tardes, esta joven sirvienta llegó a ponerse muy ansiosa. En la angustia de su alma, un domingo por la tarde se decidió a escribir al hermano de su amo, contándole que se hallaba muy ansiosa acerca de su alma, y rogándole que por favor le escribiera, y le dijera qué tenía que hacer para ser salva. El hombre cristiano le mandó el telegrama en lugar de escribir. ¿Por qué? Porque Dios quería darle paz a este joven. Dios es bueno; Dios es amor; Dios es luz; y Dios quiere bendecirte. Este fue un caso extraño, dirás tu; no creo que fuera más extraño que el del eunuco.
"Y el Espíritu dijo a Felipe: Acércate y júntate a este carro" (v. 29). Es muy agradable pensar que el Espíritu te guía a la persona precisa. Él siempre nos dirige a la persona indicada, si solamente nos sujetamos a Él, y listos, como Felipe, a marchar según las instrucciones del Señor. Bien, se acercó, y al marchar al lado del carro oyó leer al viajero. Dios no dijo, "Sube al carro." ¡Oh, no! Dios dijo, "Acércate y júntate a este carro." Veo al evangelista; corre y alcanza el carro. El hombre en el carro se halla muy interesado, y mientras que Felipe corre al lado le oye leer. ¿Qué estaba leyendo? "El pasaje de la Escritura que leía era este: Como oveja a la muerte fue llevado; y como cordero mudo delante del que lo trasquila, así no abrió su boca.
En su humillación no se le hizo justicia; mas su generación, ¿quién la contará? Porque fue quitada de la tierra su vida" (Hch. 8:32, 33; Is. 53:7, 8). En tanto que lee, de repente es sobresaltado por una voz, que nunca había oído antes, preguntando, "Pero ¿entiendes lo que lees?" (v. 30). Su respuesta fue muy sencilla: "¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare?" Reconoce su ignorancia, y después hace otra cosa: "Rogó a Felipe que se sentara con él" (v. 31). Me gustaría si me invitaras a mí a hablar contigo; no lo hagas si en realidad no quieres. Si no quieres a Cristo, no me llames: Nada me da tanto placer como recibir una carta diciendo, "¿Podría tener media hora con usted? ¿Podría verle?"
Este hombre "rogó a Felipe que subiese y se sentara con él." Se hallaba ansioso. Si no hubiera estado en ansia, ¿sabes lo que le hubiera contestado?, "¿y qué le importa a usted para hacerme estas preguntas?" Este es el tipo de respuesta que se recibe de personas insensibles, cuando les preguntas acerca de Cristo. Dicen: "¿Qué derecho tiene usted a hablar acerca de estos temas? Yo me guardo estas cosas para mí mismo." Te diré por qué, amigo mío. Porque no tienen demasiado que guardar. Encuentro que las personas que se cierran tan pronto como se llega cerca de ellas, lo hacen debido a que no tienen demasiado dentro de ellas. Si hubiera mucho dentro de ellas, se derramaría. Siempre hallarás, en la persona que ha recibido la verdad de la gracia del Señor, que su corazón se expande hacia otros. Esto fue del mismo modo en el caso del oficial telegrafista; el hombre consiguió la bendición para sí mismo al pasar el telegrama por sus manos, y deseaba comunicársela a otros.
Toma este consejo de un hombre salvado: Si no estás salvado aún, deja que te lo ruegue, busca un cristiano verdadero, este es el tipo de cristiano a conseguir, y siéntale a tu lado. ¿Lo harás? ¡Oh, dirás, no creo que me gustara hacerlo! ¡Ah, entonces no eres muy inteligente! Toma una lección de la inteligencia del etíope; se toma un viaje de más de mil quinientos kilómetros para conseguir la verdad, y se halla dispuesto a tomar consigo a este desconocido, si tan solamente puede abrirle las Escrituras.
Bien, Felipe, tomó sitio a su lado, y después consideraron este pasaje de las Escrituras. Era un pasaje notable, en el capítulo cincuenta y tres de Isaías, un pasaje que describe el terrible rechazo de Jesús por parte de los judíos. "Como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca." Solamente tenéis que volver a la historia del evangelio para ver el cumplimiento de esta profecía. Cuando Jesús fue llevado ante Pilato, no respondió nada ante Sus jueces. "En su humillación no se le hizo justicia." Se le trató con una gran injusticia. "Mas su generación, ¿quién la contará?" Todo el mundo le rechazó. "Porque fue quitada de la tierra su vida."
El eunuco no comprende las Escrituras, y ahora le pregunta, "Te ruego que me digas: ¿De quién dice el profeta esto; de sí mismo, o de algún otro? Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús." Fue un buen comienzo, un hermoso punto de partida para el evangelista. Las Escrituras señalan al mismo momento en que el Señor, muriendo en la cruz, estaba llevando la maldición y el pecado del hombre sobre Sí. Empezando por esta Escritura, le "anunció el evangelio de Jesús." No tengo duda alguna de que fue entrelazando la historia a través de las otras Escrituras; porque nada ayuda al hombre a comprender un pasaje de las Escrituras como otros pasajes. Es todo ello la Palabra de Dios, y no se puede exagerar el valor de la Palabra. Es toda ella sagrada, y si tienes que tratar con almas que dudan, no les dejes otra cosa sino las Escrituras, y de ello en abundancia.
Él "comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús." ¿Por qué Jesús? ¿Por qué no Cristo? Presenta ante él la gracia personal de Aquel que lleva el Nombre. Jesús significa, Jehová el Salvador; y qué maravilloso despertar fue para aquel prosélito pagano. Él había subido a Jerusalén para hallar la luz y el conocimiento de Dios, pero solamente halló formalismo y ritualismo. Y aquello no satisfizo su corazón. Pero ahora Felipe le cuenta acerca de Jesús, el Hijo de Dios, que vino a la tierra a sufrir y a morir por los pecadores y que, antes de Su nacimiento, recibió el Nombre de Jesús—"Llamarás su Nombre Jesús, porque Él salvará a Su pueblo de sus pecados." Felipe desarrolla ante él cómo Jesús vino a este mundo para poder salvar al hombre. Le abre las Escrituras, y le predica a Jesús. ¡Es un Nombre atrayente, el nombre de Jesús! ¿No ha sonado aun como una nota dulce en tu corazón? ¡Ah, el Nombre de Jesús; piensa de la gracia de Su vida, de Su vida santa, sin mancha, sin pecado! ¡Piensa de lo que significó Su muerte; piensa de cómo Él se dio a Sí mismo en amor por ti y por mí!
Le contó acerca de Jesús—Jesús el Salvador. Amigo, quiero contarte acerca de Jesús; es a Jesús a quien necesitas, y es Jesús quien te quiere, y Jesús solo quien puede salvarte. Jesús era la respuesta al profundo dilema del corazón del eunuco. Es decir, no había hallado nada en Jerusalén, y no podía comprender las Escrituras; pero aquí se le desarrolla la historia del nacimiento, de la vida, de la muerte, de la resurrección, y de la ascensión de Jesús; sus ojos son abiertos, y la luz penetra en su alma. Empieza a comprender la verdad. Todo lo que él buscaba, lo halló envuelto en la persona de Cristo. ¡Oh, el bendito Nombre, el Nombre lleno de atracción—Jesús! ¿Es él atractivo para tu corazón? ¿Amas tú el Nombre de Jesús? Si eres un cristiano, el Nombre de Jesús te es muy precioso. Si no eres uno de los hijos de Dios, sabes muy poco acerca de Él. Pero te pregunto esto: ¿Qué vas a hacer con este gran Salvador? ¿Vas a inclinarte a Jesús? ¿Vas a rendir tu corazón a Jesús? ¿Se está acercando el día en que rendirás gozosamente tu corazón a Él? Te pido que Le recibas hoy, porque no puedes decir qué es lo que va a ser el futuro en la historia de tu alma.
Conviene conocer a Cristo como tu Salvador; y estoy seguro de que, si te hubieras encontrado al eunuco un poco más tarde, unos pocos kilómetros más abajo por aquel camino arenoso, y le hubieras preguntado acerca de Jesús, te hubiera contado una historia maravillosa del gozo que le daba el conocimiento de aquel Salvador. Al seguir ellos su camino, no dudo de que Felipe le contó mucho al eunuco acerca de la muerte y ascensión de Jesús, así como de la expiación que había cumplido; cómo había destruido el poder de Satanás, y había quitado el pecado; y cómo la tumba había sido abierta, y la piedra había sido quitada, no para dejar salir a Jesús, sino para permitirnos mirar adentro para ver la prueba y el trofeo de Su victoria. Los lienzos enrollados nos dicen que venció a la muerte. Esto, y mucho más, le contaría Felipe. Entonces, llegaron a "cierta agua," y ¿qué dice el hombre? No leo que Felipe dijera nada acerca del bautismo, pero el eunuco dice, "Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado?" Bien, ¿qué quería decir con esto? Había oído de la vida y de la muerte del Señor, y se había enterado de que el Señor había ido a la tumba y que había resucitado de nuevo. Parece estar diciendo: "Él vino a esta escena por mí, y ha salido de ella por la muerte; ahora quisiera identificarme con Él, aunque solamente sea en la figura del bautismo. En esta agua quisiera que Su Nombre fuera puesto sobre mí." Esto es lo que el eunuco vino a decir en la práctica, al alistarse del lado del rechazado Jesús. Tomó su posición—"Quisiera ser marcado desde este momento como un hombre que tiene el Nombre del Señor Jesús sobre sí. Este era el significado de ser bautizado. El eunuco tomó el Nombre de Cristo sobre sí, y llevó la Palabra a su propio país, Etiopia.
No se dice que Felipe le dijera que se tenía que bautizar. No, pero el corazón del hombre estaba en correcta afinidad, y aprendió la verdad con facilidad. Al salir del agua, leemos que "el Espíritu del Señor arrebató a Felipe." Es indudable que se trató de una intervención milagrosa de parte del Señor; y es de señalar que no fue solamente el eunuco que presenció esto. Aquel hombre no estaba conduciendo su propio carro aquel día; alguna otra persona lo hacía. Él tenía un buen equipaje, y es de pensar que había una buena cantidad de siervos que le acompañaban. Es una cosa buena cuando alguien en autoridad toma su postura por Cristo: Se verá después cómo una bendición cae también sobre los siervos.
Y, ¿Qué es lo que se dice después? "El eunuco no le vio más, y siguió su camino gozoso." Puedo decir honradamente que he seguido mi camino gozosamente por treinta y siete años desde que el Señor me salvó; y si recibís al Señor, podréis también iros con gozo. Adquirís en vuestra alma el sentimiento—el Señor me ha amado, y me ha salvado por el valor de Su obra expiatoria. Si así lo hacéis, y creéis la Palabra de Dios, entonces podréis andar vuestros caminos con gozo. Dejadme deciros esto: el cristiano es el hombre que verdaderamente tiene derecho a ser feliz. Sé que hay gente que me dice: La cristiandad es muy aburrida. ¡Aburrida! ¡En tu vida nunca cometiste un error mayor! Recuerdo a una dama que seguía mucho al mundo, y que un día me visitó y me dijo que quería venir a Cristo. Algunos días después volví a encontrarla, y le pregunté, "¿Ha venido usted a Cristo?" Parecía todo lo contrario de feliz. "Estoy intentando dejar el mundo," dijo ella. "Solamente esto," le dije yo, "usted no ha venido a Cristo." "Bueno," dijo ella, "he hecho una especie de profesión de Cristo, pero no me encuentro feliz. Esto no es todo. Si uno rinde su corazón a Cristo, y cree en el evangelio, entonces podrá andar su camino gozándose, igual el eunuco o el hombre que se está dirigiendo ahora a vosotros, debido a que cada cristiano sabe que se halla salvado por medio de la sangre de su Salvador, y por ello con derecho a gozarse en el Señor.
La verdad es, que Cristo ha muerto, y ha resucitado otra vez por nosotros, y que el cristiano vive en el Salvador ascendido. ¿Qué es lo que le da gozo y paz a una persona? Contemplar a Cristo, alimentarse de Cristo, y habitar en Cristo. No hay nada más bendito que ser un cristiano directo—lo que yo digo un cristiano con convicción. Le dije hoy a un estudiante de medicina: "Querido amigo, no tienes convicción." Y él me dijo, "Creo que está usted plenamente en lo cierto, doctor; no hay fervor ni impulso en mí." Un hombre sin convicción, como ya sabéis, es algo impotente. No hay fervor, ni rigidez, ni energía en él. Lo que se precisa es el espíritu que dice: Déjame saber lo que tengo que afrontar, y por gracia lo afrontaré.
Si has sido convertido, joven, enseña tus colores. Dices que al eunuco le fue todo muy bien, que nadie le vio. No estoy de acuerdo contigo ahí; estoy seguro de que una buena cantidad de gente le contempló, y, lo que es más, de que él vino a ser el que llevara a su país el evangelio, porque no se puede dudar de que el evangelio entrara allí. ¿No sería una cosa muy feliz, amigo mío, si tú llevaras el evangelio a donde vives? Permíteme que te aliente. Decídete a creer esta noche; confía en el Señor Jesús, y confiésale. Recuerda "que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios Le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación" (Ro. 10:9,10). Si fueras a hacer esto, te irías por tu camino gozoso.
El dilema de este ministro etíope ya se ha resuelto. Jerusalén no le dio nada, excepto las Escrituras. De ellas oye acerca de Jesús, cree en Él, lo confiesa, y da testimonio de Él, y después va por su camino gozándose. Que Dios te dé a ti, amigo mío, que hagas exactamente lo mismo.