Capítulo 11: La pregunta de un carcelero; o, El primerconverso de Europa

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Hechos 16:6-40
HAY un interés peculiar en la escena ante nosotros, debido a que el Espíritu de Dios registra aquí la introducción del evangelio en Europa. Ningún europeo debiera tomarse a la ligera un hecho de tanto peso como éste. Es maravilloso, el evangelio, porque es la revelación de Dios a los hombres; además, lleva a los hombres a Dios. Y comprendedlo bien, no conocéis el evangelio a menos que conozcáis a Dios, y a no ser que hayáis llegado de una manera concreta y personal a Dios, de forma que vuestro corazón pueda gozarse en Dios, como lo hizo este pobre carcelero. Creo que mejor debiera llamarle "rico carcelero" ahora, porque ciertamente fue un hombre rico a partir de aquella noche.
Esta escena es una de las más hermosas en tanto que muestra que no hay límites a la gracia de Dios. Europa no era quizás más impía que otras regiones, pero se hallaba en las tinieblas del paganismo, y revolcándose en la inmundicia del pecado, gobernada por Satanás. Si puedo así decirlo, Dios dice, voy a empezar por lo más bajo de todo: voy a empezar con el peor hombre que pueda hallar. Ahora bien, el hombre que consideramos anteriormente, Cornelio, era lo que llamaríamos un buen hombre; dado a la oración, piadoso, dador de limosnas; bondadoso; pero aquí tenemos lo que podríamos considerar como un endurecido siervo del diablo. Si hay alguien que tenga el sentimiento de que ha estado sirviendo totalmente a Satanás, amigo mío, puedes sacar una gran esperanza de este capítulo. El hecho es que no hay nadie que sea demasiado malo para Jesús; pero hay demasiados que son demasiado buenos para Jesús. Me he encontrado con docenas de ellos. Son demasiado buenos para Jesús, no precisan de la salvación; no están perdidos, y por ende no Lo necesitan. Pero aquí estaba un hombre que sabía que estaba perdido; pero no era demasiado malo para Jesús.
Ahora, contempla el camino en que Dios trae la gracia a este hombre necesitado. Leemos en el versículo, que Pablo y sus compañeros de viaje "atravesando Frigia y la provincia de Galacia" (evidentemente querían predicar en el distrito en que se hallaban), "les fue prohibido por el Espíritu Santo hablar la Palabra en Asia." Esto es muy notable, porque, si hubiera dependido de ellos, hubieran estado trabajando en Asia, y no hubieran cruzado el agua para ir a Europa. Pero el Espíritu Santo les detiene. Yo creo, amigos míos, en la guía del Espíritu Santo: Espero que vosotros también. Creo en el hecho maravilloso de que el Espíritu Santo, la tercera Persona de la Trinidad, está sobre la tierra. Nunca oro a Dios para que lo envíe; espero que tampoco lo hagáis. Nunca he pedido a Dios que enviara al Espíritu. ¿Por qué? Porque se halla aquí.
Esta es la gran verdad de los Hechos de los Apóstoles, que, desde el día de Pentecostés en adelante, el Espíritu Santo había tomado Su habitación en la tierra en la Iglesia. Nuestro Señor anunció este maravilloso hecho en Juan 14, diciendo: "Yo rogaré al Padre, y os dará otro consolador, para que esté con vosotros para siempre" (v. 16). Vino a hacer dos cosas—a revelar la gloria de Cristo, y a administrar bendición a aquellos que creen; y a pesar del pecado de la Iglesia de Dios, el Espíritu de Dios está aquí ahora. Alguna gente me dice: "Por qué no ora para que venga el Espíritu de Dios?" Porque sé que está aquí. Oro que no vaya yo a entristecerle (Ef. 4:30); oro que no sea apagado en la asamblea (1 Tes. 5:19, 20); pero nunca pido—y espero que, si lo habéis estado haciendo hasta ahora, que no volváis a hacerlo—que el Espíritu Santo venga. Él está aquí, y añadiré, además, que creo que el pecado clamoroso del cristianismo es la incredulidad con respecto a la presencia del Espíritu Santo. Esto solamente de pasada.
El Espíritu prohibió a estos amados siervos de Dios que fueran en la dirección que ellos mismos querían tomar, porque "cuando llegaron a Misia, intentaron ir a Bitinia, pero el Espíritu no se lo permitió. Y pasando junto a Misia, descendieron a Troas" (vv. 7, 8). Esta era una gran ciudad mercantil, muy importante, además, desde el punto de vista humano, populosa y opulenta. Mientras que estaban allí, "se le mostró a Pablo una visión de noche: un varón macedonio estaba en pie, rogándole y diciendo: Pasa a Macedonia y ayúdanos" (v. 9). ¡Qué petición más conmovedora para que la oyera un evangelista: "Pasa y ayúdanos"! ¡Ah, es algo bueno cuando una persona sabe que necesita ayuda! "Cuando vio la visión, enseguida procuramos partir para Macedonia, dando por cierto que Dios nos llamaba para que les anunciásemos el evangelio" (v. 10). ¡Feliz conclusión! ¡Deducción bendita! Una conclusión cargada con las consecuencias más profundas para aquellos afortunados que vienen ante nosotros en la siguiente sección del capítulo.
Pablo reconoce que el Espíritu le había llamado a una esfera totalmente nueva, y pasa a Macedonia. ¡Gracias a Dios! Va a predicar el evangelio allí. Y ahora el evangelio ha llegado a el lugar donde estás tú: Me pregunto si ha llegado a tu corazón; esta es la cuestión. El evangelio está extendido estos días, pero ¿te ha llegado a ti? ¿Has sido salvado, o no? ¡Ah, quiera el Señor salvarte ahora mismo, amigo mío! Y si nunca has conocido lo que es Su salvación, ojalá puedas conocerla esta noche. No me avergüenzo del evangelio. ¿Por qué? Es el poder de Dios para salvación; y presta atención, no puedes salvarte de otra manera que por el evangelio; y serás condenado eternamente si no crees el evangelio.
"¡Bueno!" contestas tú, "no creo en la condenación." Ya sé que no crees: tú perteneces a una gran de compañía que ha unido las manos con tu incredulidad, pero esto no demuestra nada. Es por lo general la multitud la que corre a hacer el mal. Pero puedes estar cierto de esto: Si el hombre no precisara de la salvación, Dios jamás hubiera enviado a Su Hijo, nunca hubiera enviado el evangelio. Por ello, si no recibo el evangelio está perfectamente claro que no queda nada ante mí sino el justo juicio de Dios contra el pecado. La cuestión es que el hombre ha pecado, y Dios no toma el pecado a la ligera: todos hemos pecado, pero antes del día en que Dios vaya a juzgar el pecado del hombre, Él, en Su inmensa bendita gracia, ha enviado a Su propio Hijo a esta escena a que llevase el pecado, y a sostener el juicio que este pecado demandaba, a fin de poder librar al hombre que recibe el evangelio.
Aquí Él envía a Pablo a Europa. Creo que su corazón se sintió inmensamente alegre aquel día, y que cuando recibió este mensaje dijo, "¡Gracias a Dios! Tengo un campo nuevo." Nada da tanto calor a mi corazón como la apertura de un nuevo campo para el evangelio, y ver a Dios obrando en él. Sé que muchos de vosotros sois lo que se dice "duros frente al evangelio." Pero a pesar de todo, es la simple historia del evangelio lo que necesitáis. La habéis oído todos vuestros días; pero no hay nada más para vosotros que el antiguo y sencillo evangelio del Señor Jesucristo. Nada os llevará a la gloria excepto este evangelio. Podéis tener ciencia y erudición, pero éstas no os pueden llevar al cielo. Podéis pulir vuestras acciones tanto como queráis, pero no os darán entrada en la gloria de Dios. Os diré qué es lo que os dará entrada—la preciosa sangre del Hijo de Dios, derramada en el madero por los pecadores: Esto es el evangelio. Mejor será que lo aceptéis. ¡Dios os dé que lo recibáis esta noche!
Estoy plenamente consciente de que este bendito antiguo evangelio está en la actualidad muy olvidado o tenido a menos. Mas prefiero usar las Escrituras, y Quiero ir hacia atrás, y llevaros a la fe de la gente que oyeron las buenas nuevas al principio, y que las recibieron; que las disfrutaron; que vivieron de ellas, y que hubieran muerto por ellas si Dios les hubiera llamado a ello. "No me avergüenzo del evangelio" (Ro. 1:16); esto escribió el hombre del que estamos leyendo precisamente ahora. ¿Te avergüenzas tú? Te diré que se está aproximando un día en el que te avergonzarás de que te avergonzaste de él. ¡Avergonzarse de Jesús! ¡Dios lo impida! Podrías avergonzarte de ti mismo: en esto te haré compañía. Bien podrías avergonzarte de tu vida, de tu corazón, de tu manera de andar y de tu incredulidad: hasta allí iré contigo. Pero ¡avergonzarse de Jesús! ¡Dios lo impida! Nada puede alcanzar tu corazón y llenarlo, excepto el evangelio. Viene con las gratas nuevas del amor de Dios en una mano, y la santidad de Dios, mantenida en la cruz de Cristo, en la otra. El amor de Dios se manifestó al dar a Su Hijo, y el amor del Salvador se manifestó en Su muerte. Por aquella muerte satisfizo la justicia de Dios; más aún, llevó nuestros pecados, a fin de podernos liberar en justicia. Él ha ido a la muerte y, resucitando, ha anulado la muerte, ha derrotado el poder de Satanás, y ha dado libertad al creyente.
Ahora, el Espíritu Santo ha descendido a proclamar todo esto. Estas son buenas nuevas para mí; y creo que tú te hallas exactamente en la misma posición. Puedes creer que no, pero este es el caso: tú, como yo, eres un pobre pecador. Puede que tengas algo más de dinero; algo más de cultura; puede que tengas mejor posición social que yo; pero cuando te quedes sin nada de esto, y cuando te quedes revelado a ti mismo, tal como Dios te ve, serás un pobre pecador en tus pecados. Y esto es lo que yo era, mas Jesús me salvó. Y Él quiere salvarte a ti. Mejor que Le dejes salvarte. ¡Tú no amas el evangelio! Pero el Dios del evangelio te ama; el Jesús del evangelio te ama; y el Espíritu Santo, que proclama el evangelio, te ama, porque "Dios es amor." ¡Aleluya!
Fue amor, así, lo que envió a estos hombres de Troas a Filipos; sigámoslos. "Zarpando, pues, de Troas, vinimos con rumbo directo a Samotracia, y el día siguiente a Neápolis" (v. 11). Creo que esto es muy interesante. Tan pronto como el Espíritu de Dios dio el mensaje de ir a Macedonia, Pablo y sus compañeros bajaron al puerto, y pronto hallaron un barco que iba a Europa. No era un viaje muy largo, porque solamente les llevó un día y medio. Con esta misión evangelística fueron, por así decirlo, viento en popa, y pasaron aquella distancia en un día y medio; pero cuando estaban de vuelta necesitaron cinco días. Supongo que tendrían vientos en contra (ver Hechos 20:6). ¡Ah, Dios desea dar paz al alma ansiosa, angustiada! Dios se deleita en ello, y a menudo les da a sus evangelistas vientos favorables, para que puedan llevar el mensaje de la paz con más prontitud al alma angustiada. Su vigilante ojo y Su corazón amante se dan cuenta de cada alma hambrienta de luz, perdón y paz. Así es Dios.
Bien, llegaron a Neápolis, el puerto marítimo de Filipos, que estaba a unos quince kilómetros de distancia. Y de allí "a Filipos, que es la primera ciudad de la provincia de Macedonia, y una colonia; y estuvimos en aquella ciudad algunos días" (v. 12). Supongo que cuando llegaron a la ciudad buscarían al hombre que les había dicho: "Pasa a Macedonia y ayúdanos." No tengo ninguna duda de que Pablo miraba a un lado y al otro diciéndose en su corazón, "¿Dónde estará este hombre que quiere el evangelio?" ¿Eres tú este hombre, amigo mío, que quiere el evangelio? Estoy esta noche buscando a mi hombre. Pablo buscaba a este hombre, pero no le halló de inmediato. Pero leemos: "Y un día de reposo salimos fuera de la puerta, junto al río, donde solía hacerse la oración; y sentándonos hablamos a las mujeres que se habían reunido" (v. 13). No pudo hallar a su hombre por ninguna parte, pero halló a una cantidad de mujeres dadas a la oración. ¡Gracias a Dios por las mujeres que oran!
Las mujeres son con frecuencia más fervorosas que los hombres, y tienen menos cobardía que ellos. Joven, ¿tienes miedo de que la gente crea que tú eres un cristiano, mientras que aquella joven conocida tuya es osada por Jesús? Conoces perfectamente bien que si ella tratara de hablarte acerca de Él, tú tratarías de huir; sé que lo harías. Los hombres jóvenes se creen muy viriles cuando actúan como necios, beben, maldicen, juran, y blasfeman; y a pesar de ello muchos de ellos son de lo más cobarde, y se pondrían ruborizados hasta las orejas si se les pidiera que se levantaran por Cristo, y le reconocieran delante de sus compañeros. ¿No lo sabes? ¿No te ha dicho tu conciencia que eres un cobarde moral, joven? "Pero," dices tú, "¿qué pensarían de mí los compañeros de clase? Se reirían de mí." Bueno, ¡pues déjalos que se rían! Yo era cristiano antes de empezar a estudiar medicina: Me dedicaba a estudiar leyes, iba a ser abogado; pero cuando me convertí no creí que la gracia y la ley pudieran ir demasiado unidas, por lo que pasé a la medicina. Esta es la verdad. Allí donde yo estaba, cuando estudiaba en Londres en 1861, no tenía al principio ni un compañero cristiano: ninguno de los estudiantes estaba del lado del Señor. Y, dirás tú, ¿Qué hizo? Bien, intenté hacerlos cristianos; aunque no podía, naturalmente; pero les hablé de Cristo, y esperé en Dios para que los bendijera, y me siento lleno de gratitud que algunos de ellos se volvieron al Señor. Naturalmente que me hicieron objeto de sus burlas: Se burlaban de mí, y me escarnecían; pero yo simplemente me volvía a ellos y les decía: "Bueno, chicos; podéis burlaros si queréis; pero yo estoy mejor que vosotros, porque tengo un Salvador, y vosotros carecéis de Él. Tengo la salvación, y vosotros no la tenéis." Pronto me dejaron tranquilo.
Si hay aquí alguno esta noche que esté temeroso de seguir a Cristo, me gustaría decirle lo que una anciana cristiana me dijo a mí. Ella había sido cristiana durante cincuenta y dos años, y al sentarse por la tarde a mi mesa, dijo: "¡Doctor, creo que hay una cosa que deberíamos de hacer!" "¿Y cuál es ésta, señora?", le pregunté. "Deberíamos de ser leales a nuestros colores." "Así es, exactamente," dije yo. Ante todo, amigos míos, buscad a Cristo; conocedle, y después confesadle. Sed leales a vuestros colores. Pero tú dices "¡Ah, es que no me gustaría que se me viera en una reunión de oración! No, dices tú, esto es algo solamente apropiado para mujeres. ¡Gracias a Dios por las mujeres que oran! vuelvo a repetir. ¡Gracias a Dios por las madres que oran, por las hermanas que oran, y por las esposas que oran! Lo digo desde el fondo de mi corazón, porque cuando el Señor me convirtió, aunque no lo sabía entonces, descubrí después que estaba bien envuelto en una malla de oración. Había gente orando por mí a todo lo largo y ancho del país, aunque yo mismo no oraba por mí. Otros oraban por mí, y entre ellos había una buena cantidad de mujeres. Mi querida anciana madre, que se ha ido ya al cielo, oraba por mí, y ¡cuán feliz fue cuando supo que yo me había convertido! Y ¿no crees que tu madre se sentiría feliz si tú te convirtieras esta noche, amigo mío? Cuando mi madre leyó la carta que le envié, diciéndole que el Señor me había salvado, he sabido después que lloró de gozo durante tres días. Las lágrimas caían por sus mejillas al leer y releer, una y otra vez, la carta que le decía que su hijo más pequeño había aceptado al Señor. ¿Cuándo va tu madre a tener este gozo? ¿Cuándo va a saber que tú te has vuelto al Señor?
En Filipos estas mujeres estaban orando, y dejad que os diga, nunca he sabido de mucha obra sin el amparo de mucha oración; mientras que, por otra parte, mucha obra ha sido el fruto de las oraciones de mujeres. Uno de los avivamientos más interesantes que jamás he conocido tuvo lugar a unos pocos kilómetros de aquí, y más de doscientas almas se convirtieron al Señor. Supe después, cuando fui a inquirir, que tres sencillas ancianas habían estado orando al Señor para que enviara a alguien a su distrito, durante nueve largos meses. Dios siempre da respuesta a la oración. Queridos hermanos, orad. Recibiréis la respuesta de Dios a su debido tiempo.
"Y un día de reposo salimos fuera de la puerta, junto al río, donde solía hacerse la oración; y sentándonos, hablamos a las mujeres que se habían reunido." No tenían mucha luz, pero está claro que tenían ansias de recibir el evangelio, y muy sabiamente los mensajeros de las buenas nuevas se sentaron, y hablaron a las mujeres. Algunas veces digo que el evangelio entró a Europa con el carácter informal que debería de ser el carácter de las charlas después de las reuniones. No hubo predicación. No veo que ni Pablo, ni Lucas, ni Silas predicaran. Se sentaron y hablaron a las mujeres. ¿Sabéis, jóvenes cristianos, que, si os dedicarais un poco más a la evangelización conversacional, os asombraríais de los resultados? Estaba yo hablando a un joven que hace solamente seis semanas ha sido convertido, y me dijo: "Doctor, creo que los que hemos hallado la luz deberíamos de mostrar nuestra luz." "Evidentemente," le contesté. "¿Y no cree usted que deberíamos de hacer volver a otros?" "Ciertamente," le contesté. "Bueno," me dijo, "me temo que los cristianos no hacen demasiado." Le respondí: "Estás totalmente en lo cierto. Deberíamos dar testimonio a otras personas, pero me temo que nos hallamos demasiado inclinados a relegar nuestro testimonio a otras personas—personas llamadas predicadores—y a creer que solamente es el deber de ellos hacerlo." Pero no es así. Si conocéis a Cristo y Le amáis, le diréis a todos los que conozcáis lo que sabéis acerca de Él. Esta es la forma de esparcir el evangelio, y es maravillosa la forma en que se esparcirá.
"Se sentaron, y hablaron a las mujeres." Aquí hubo una sencilla exposición de la verdad en plan informal y coloquial. Es indudable que esto es lo que tuvo lugar, y ¿cuál fue el resultado? "Una mujer llamada Lidia vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios, estaba oyendo; y el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía" (v. 14). Esta mujer ferviente tuvo el corazón abierto: ¿Qué creéis que sucede cuando se abre el corazón? El Señor obtiene en él el sitio que Le corresponde. "Y cuando fue bautizada"— ella reconoció al Señor públicamente—"y su familia, nos rogó diciendo: Si habéis juzgado que yo sea fiel al Señor, entrad en mi casa, y posad. Y nos obligó a quedarnos" (v. 15). ¡Bien hecho, Lidia! Aquí tenéis una gran mujer para vosotros. No teme identificarse con el Señor. En Lidia tenemos a la primera persona convertida en Europa. Se identifica a sí misma con los siervos del Señor. Lo primero de todo, el corazón de ella es abierto, y lo siguiente es que su casa se abre. ¿Se utiliza tu casa para el Señor? Si es así, es algo excelente. Si no utilizas tu casa para el Señor, aunque solo sea una habitación o dos, no creo que Él ocupe demasiado lugar en tu corazón. ¿Qué puedes hacer? Puedes alojar a algún siervo del Señor—no necesariamente para que se quede en tu casa—ni tampoco implica ello que tienes que tener la posibilidad de ofrecer hospitalidad. El pensamiento es este: Quiero identificarme de una forma genuina totalmente con la obra del Señor. Lidia era una mujer genuina: ojalá que cada creyente fuera igual, de ferviente y verdadera.
Y ahora leo: "Aconteció que mientras íbamos a la oración"—se seguía con la reunión de oración—"nos salió al encuentro una muchacha que tenía espíritu de adivinación, la cual daba gran ganancia a sus amos, adivinando. Esta, siguiendo a Pablo, y a nosotros, daba voces, diciendo: Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, quienes os anuncian el camino de salvación. Y esto lo hacía por muchos días; mas desagradando a Pablo, éste se volvió y dijo al espíritu: Te mando en el nombre de Jesucristo, que salgas de ella. Y salió en aquella misma hora" (vv. 16-18). ¿Por qué hizo esto el Apóstol Pablo? pregunto yo. ¿Por qué rechaza el testimonio de esta engañada muchacha? Ella era simplemente una sierva del diablo: estaba poseída por el espíritu de Pitón. Satanás la gobernaba totalmente, aunque iba tras ellos día tras día, gritando: "Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, quienes os anuncian el camino de salvación." ¿Por qué Pablo no aceptó el testimonio de ella? El hecho es este: él fue lo suficientemente espiritual como para reconocer que éste era el diablo tratando de meter su mano en la obra de Dios. Hablando claramente, el diablo quería patrocinar la obra de Cristo, y esto no podía ser en absoluto.
Me atreveré a decir que algunos de nosotros, si hubiéramos sido seguidos por aquella muchacha que gritaba "Estos hombres son siervos del Dios Altísimo", hubiéramos creído que lo estábamos haciendo bastante bien; y nos hubiéramos sentido tentados a aceptar su ayuda. Pero el diablo nunca puede ayudar la obra de Dios. Satanás quería meter su mano, a fin de poder frustrar la obra del Espíritu de Dios. No obstante, Pablo le dice al espíritu maligno, "sal de ella." Era Satanás en su mortal oposición al evangelio, tratando de estropear la obra. Hay dos principios que se hallan a través de las Escrituras—son corrupción y violencia. En el huerto de Edén, el diablo corrompe a Eva: ¿y cuál es lo que sigue? Caín mata a Abel, esto es, violencia. Es la misma escena la que tenemos ante nosotros. Satanás trata de corromper la obra de Dios, antes de que Pablo la desarrolle. Cuando Pablo rechaza la ayuda del diablo, notad el cambio en su táctica. Entonces Satanás trata de aplastar a los siervos de Dios, y estalla la violencia. "Pero viendo sus amos que había salido la esperanza de su ganancia, prendieron a Pablo y a Silas, y los trajeron al foro, ante las autoridades" (v. 19).
El hecho es que, si uno quiere tocar a un hombre del mundo en la forma más efectiva, el punto más vulnerable es su bolsillo. Estos hombres fueron tocados ahí cuando Pablo ordenó al espíritu de adivinación salir de la muchacha. De hecho, fue liberada del poder del diablo, y esto es lo que tú necesitas, amigo mío. No digo que necesites ser librado de la misma manera. Puedes decir que no tienes espíritu de adivinación, lo que admito totalmente, pero es una verdad solemne que la persona que no está bajo el poder del evangelio se halla bajo el poder de Satanás. Cuando Pablo fue convertido, el Señor le ordenó que fuera a los gentiles, "para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados" (Hechos 26:18). Por ello, veis que hasta que no vamos a Jesús, nos hallamos bajo el poder de Satanás. Admitiré con franqueza que a la gente no le gusta admitirlo. Sé que yo no quería admitirlo, ni lo hubiera admitido cuando no estaba convertido, pero reconozco ahora dónde me hallaba hasta que Cristo me liberó.
Aquí tenemos una mujer que se hallaba totalmente bajo el poder del diablo, y cuando resulta liberada de él por el poder del Espíritu Santo se desata una tempestad. Sus dueños "prendieron a Pablo y a Silas, y los trajeron al foro, ante las autoridades; y presentándolos a los magistrados, dijeron: Estos hombres, siendo judíos, alborotan nuestra ciudad" (v. 20). Fomentaron todo tipo de falsas acusaciones; no se les da un juicio justo; se les rasgan las ropas, y después los apóstoles son azotados. "Después de haberlos azotado mucho, los echaron en la cárcel, mandando al carcelero que los guardase con seguridad. El cual, recibido este mandato, los metió en el calabozo de más adentro, y les aseguró los pies en el cepo" (vv. 23, 24).
No tengo ninguna duda de que el diablo pensó: "Se terminó el evangelio ahora. He dado el cerrojazo a la obra del Señor, ahora que he amordazado a Sus siervos." ¿Sabéis cuándo la gracia consigue sus victorias más señaladas? En el momento en que todo parece estar contra Dios, y en contra de Sus siervos. En esta ocasión se tenía que conseguir una victoria; pero el camino a esta victoria iba a ser penoso. El hombre al que Pablo tenía que encontrar se hallaba en el edificio de la prisión. Dios tenía Su mirada puesta en él, y tenía que ser ganado de algún modo. No era probable que saliera a oír el evangelio, por lo que Satanás, en su intento de detener el curso de este evangelio, queda forzado a hacérselo llevar allí adentro donde actuaba de carcelero.
Los apóstoles son echados a la prisión de más adentro, y sus pies son puestos en cepos. El carcelero parece tomarse un brutal placer en el tratamiento que les aplica. No dice, "Vengan para aquí, siento tener que encerrarles;" sino que evidentemente sirviendo gozosamente a sus jefes, los "metió en el calabozo de más adentro, y les aseguró los pies en el cepo." Entonces, naturalmente se fue a dormir. "Pero a medianoche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios; y los presos los oían" (v. 25). ¡Qué cosa más maravillosa es la fe! Contemplad la fe y la energía de estos siervos de Dios. Pensad en sus condiciones, con sus espaldas ensangrentadas, sus miembros aherrojados, en aquel calabozo mísero y húmedo de la prisión. Las prisiones que los romanos preparaban para sus presos eran lugares horribles. Y a pesar de ello, si tú te hubieras acercado a aquella lóbrega prisión, creo que te hubieras parado, y que te hubieras hecho esta pregunta: "¿qué es lo que oigo? ¡Bueno, parece que lo están pasando bien allí! ¿Son cantos lo que oigo? ¡Están muy felices! ¿Qué ha sucedido? Parecen muy cómodos en esta prisión." Cierto, se hallaban profundamente felices, y por ello oraban y cantaban. ¡Ah, no podréis aplastar ni hacer callar el corazón de una persona que tiene a Cristo! No podéis estropear su gozo. ¿No veis que el Espíritu Santo siempre da gozo al corazón de los perseguidos? La persecución no aniquila el gozo: antes, al contrario, cuanto más perseguido se halla uno, tanto más gozo tiene. Un poco de persecución nos haría radiantes de una forma maravillosa, queridos amigos. No podría hallar de ello una ilustración mejor que la que se halla aquí.
¿Cuál creéis entonces que era el tema de las oraciones aquella noche? No creo que la oración de ellos fuera: "Señor, déjanos salir." Creo que la oración de ellos era: "Señor, haz que esto sea para Tu gloria; haz que esto sea para la salvación de las almas; haz que esto redunde en bendición para las almas preciosas en esta prisión; y, ¡oh Señor! mantén a aquellos que han creído, y especialmente a Lidia, en firmeza." Además, cantaban. Los cantos ascendieron a Dios por la noche. Si hubiéramos sido tú o yo, amigo mío, no estoy seguro de que hubiéramos actuado como Pablo y Silas. Es posible que nos hubiéramos lamentado el uno al otro, y hubiéramos dicho. "Este es verdaderamente un agujero muy oscuro. En lugar de seguir predicando, aquí nos encontramos encerrados." Ciertamente que en la actualidad somos unos cristianos muy superficiales, me temo yo; pero mirad a la constancia de estos hombres; mirad a la osadía y confianza de ellos en Dios. Es maravillosa.
Pero no solamente Dios oyó sus oraciones y cantos, porque leemos, "y los presos los oían." Creo que puedo oír a los otros diciéndose entre ellos, "Son una especie muy extraña de presos; pobre gente, hace bien poco que llegaron, y les dieron una terrible paliza allí afuera; y ahora tienen los pies en cepos. Y con todo, aquí están orando y cantando, como si se hallaran en un palacio en lugar de una prisión." Es indudable que constituían un gran enigma para sus compañeros de prisión, pero lo cierto es que estaban sencillamente actuando como sacerdotes santos, así como más tarde en la noche actuaron como sacerdotes regios. El cristiano es una persona notable. Ciertamente es una persona maravillosa. Es un sacerdote santo, y un sacerdote regio. "¿Qué quiere decir por sacerdote santo?" preguntáis. Tiene el privilegio de ofrecer a Dios el sacrificio de alabanza; como sacerdote regio tiene algo para otras personas. Levanta una mano a Dios en oración: es un adorador. La otra la extiende a los pobres y necesitados para darles lo que tiene: es un benefactor. (ver Heb. 13:15, 1615By him therefore let us offer the sacrifice of praise to God continually, that is, the fruit of our lips giving thanks to his name. 16But to do good and to communicate forget not: for with such sacrifices God is well pleased. (Hebrews 13:15‑16), y 1 Pe. 2:5-95Ye also, as lively stones, are built up a spiritual house, an holy priesthood, to offer up spiritual sacrifices, acceptable to God by Jesus Christ. 6Wherefore also it is contained in the scripture, Behold, I lay in Sion a chief corner stone, elect, precious: and he that believeth on him shall not be confounded. 7Unto you therefore which believe he is precious: but unto them which be disobedient, the stone which the builders disallowed, the same is made the head of the corner, 8And a stone of stumbling, and a rock of offence, even to them which stumble at the word, being disobedient: whereunto also they were appointed. 9But ye are a chosen generation, a royal priesthood, an holy nation, a peculiar people; that ye should show forth the praises of him who hath called you out of darkness into his marvellous light: (1 Peter 2:5‑9)). El cristiano es la criatura más independiente debajo del sol, por lo que al hombre respecta, pero depende de Dios. Tiene la salvación mediante la sangre del Hijo de Dios: Conoce a Dios; y está aquí para testificar de Dios. Desearía que hubiera más fortaleza en mí mismo como cristiano, porque en este pasaje leo cuán diferentes estos hombres eran de mí mismo.
Aquí entonces ellos estaban enviando sus cánticos a Dios: ¡y qué espectáculo tiene que haber sido esto para el cielo! Los siervos del Señor del cielo se hallaban encerrados en una prisión por el diablo, pero éste no podía cerrar sus labios, y ellos oraban, y cantaban alabanzas a Dios, y los presos les oían.
Que Dios les oyó quedó puesto de manifiesto de una forma bendita, porque leemos: "Entonces sobrevino de repente un gran terremoto, de tal manera que los cimientos de la cárcel se sacudían; y al instante se abrieron todas las puertas, y las cadenas de todos se soltaron." Dios interviene, y la prisión queda sacudida hasta sus mismos cimientos a Su mandato. Esta fue la respuesta de Dios a la oración de Sus siervos. Fue el tributo de Dios al alegre canto de Sus amados testigos; fue el testimonio de Dios al nombre de Su bendito Hijo. No creo que fuera el terremoto lo que convirtiera al carcelero. Hubo dos grandes sacudimientos aquella noche. El terremoto despertó al carcelero, como veréis ahora, de su sopor; el segundo, que se podría decir un "temblor de alma" le despertó en cuanto a su estado ante Dios. No fue el peligro físico que hizo esto. Dios irrumpe: la vieja prisión es sacudida hasta los cimientos; las puertas se abren, y las cadenas se sueltan. Esto es una especie de figura de lo que el evangelio hace; os lo diré, provoca un terremoto moral en el hombre. Cuando quedas bajo el poder del evangelio te hundes. Dios te toma, y quedas reducido a nada. Un hombre me contaba, no hace mucho: "Estaba yo en una reunión la noche pasada, donde usted estaba predicando acerca de la preciosa sangre de Cristo, y me pareció simplemente como si Dios me tomara y me hundiera, abajo, abajo; hasta que llegué al mismo polvo bajo el sentimiento de mi pecado, y culpa, y peligro delante de Dios." Es el mismo principio que hallamos aquí. Es una cosa maravillosa cuando Dios trata con el hombre; cuando uno está consciente en su alma de que la mirada de Dios está sobre sí.
"Las cadenas de todos se soltaron." Esto es lo que hace el evangelio. Sale y libera a los cautivos. La Emancipación está bordada en la bandera del evangelio. Emancipación para los cautivos, para los esclavos de Satanás. Esto es lo que tengo en este capítulo: y lo primero que tenemos es que cada uno queda liberado de sus cadenas. ¿Has recibido tú el evangelio? ¿Serás tú del Señor?
"Despertando el carcelero, y viendo abiertas las puertas de la cárcel, sacó la espada y se iba a matar, pensando que los presos habían huído" (v. 27). El carcelero despierta. Quedó consciente de que las puertas se habían abierto. En un minuto se dijo a sí mismo: "Todos se han ido, mi vida está perdida." Saca la espada, y se dispone a cometer suicidio. Sabe que le matarán por la mañana, pues esta era la ley romana. Si un carcelero permitía que un prisionero escapara, tenía que dar su vida por la del prisionero que había dejado escapar. Los historiadores nos dicen que Filipos era un lugar donde había muchos suicidios. Estaba muy de moda, y este pobre hombre estaba a punto de lanzarse a la eternidad. ¿Estás tú, pobre pecador, con pensamientos de suicidio? ¡Ah, amigo mío! ¡Detente! ¿Estás preparado para ir a la presencia de Dios? ¿Puedes ir a la presencia de Dios, sobre todo, con el pecado de la auto-destrucción sobre ti? ¿Hay aquí algún pobre hombre que está decidido a lanzarse a la eternidad como este pobre miserable lo iba a hacer? ¡Detente! No estás listo para presentarte ante Dios, a no ser que seas salvo.
Cuando la espada le toca ya el cuerpo, una voz potente sale de en medio de la oscuridad. La voz de un sacerdote regio pronuncia estas palabras maravillosas: "No te hagas ningún mal, pues estamos todos aquí" (v. 28). Esto es lo que despertó al carcelero. No fue el terremoto lo que produjo el estado de ejercicio en su alma, lo que aquí leemos. Fue la palabra de la boca del sacerdote regio: "No te hagas ningún mal, pues estamos todos aquí." Seguro que se preguntó: "Cómo es posible que sepa que iba a cometer suicidio? Estamos en una profunda oscuridad, y a pesar de ello me ha visto." Fue el Espíritu de Dios el Autor de aquella palabra. "No te hagas ningún mal, pues estamos todos aquí." Tú, que estás siguiendo tu camino de ruina eterna, ¿sabes qué es lo que Dios te está diciendo a ti? Tú, pecador, que estás siguiendo por tu propio camino, tomando a la ligera las cosas de la vida, y dándole la espalda a Cristo, ¿sabes lo que Él te dice mediante mis labios esta noche? "No te hagas ningún mal." Esto es precisamente lo que el hombre se está haciendo. El carcelero oyó la voz, y leemos: "Él entonces, pidiendo luz . . ." ¿No es esto muy notable? Cuando una persona queda tocada por el Espíritu de Dios, siempre desea luz. Quiero ver al hombre que quiere la luz de Dios. ¿Sabéis qué hace la luz? Pone las cosas de manifiesto. Cierto que este hombre pidió una luz física; pero ¿no queréis vosotros una luz espiritual? Si la queréis, la recibiréis. El carcelero tuvo la luz física, y deseaba la luz espiritual, y la recibió.
Estaba justo al umbral de la puerta, y entonces "se precipitó adentro, y temblando, se postró a los pies de Pablo y de Silas; y sacándolos, les dijo: . . ." Entonces fue cuando surgió de los labios de aquel hombre despertado: "Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?" ¿Quién le había dicho nada a él acerca de la salvación? ¿Quién le había dicho nada a él acerca de sus pecados? ¿Quién le había dicho a aquel hombre que estaba perdido? ¿Quién le apremió para que viera su necesidad de salvación? Dios puede hacer una obra maravillosa en un tiempo muy breve; e incluso esta noche, desde que habéis llegado a esta reunión, tengo la esperanza de que Él ha obrado en vuestras almas, para haceros sentir que necesitáis la salvación. "¿Qué tengo que hacer para ser salvo?" es una pregunta maravillosa. Él había ya recibido luz de Dios, y el primer descubrimiento en su alma fue este: Soy un hombre perdido: Por ello clamó: "¿Qué tengo que hacer para ser salvo?"
¿Has llegado nunca a ocupar tu lugar ante el Salvador con una pregunta como ésta? ¿Acaso—deja que te lo pregunte afectuosamente—has pronunciado nunca una pregunta así? ¿Has preguntado alguna vez, en la presencia de Dios, "Qué tengo que hacer para ser salvo?" Si no lo has hecho, creo que la verdad es que no has descubierto lo que descubrió el carcelero: que eres un alma perdida. ¡Oh, quiera Dios mostrarte que eres un pecador perdido, y que te de gracia para volverte a Él con una petición similar; en búsqueda de luz, de conocimiento y de salvación! "¿Qué tengo que hacer para ser salvo?" es la pregunta del pecador. "¡Qué hermosa es la respuesta de Dios! "Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa." ¡Qué maravillosa respuesta! ¿Tenía que hacer él alguna gran cosa? ¡No! Él tenía que creer las buenas nuevas del amor de Dios puesto de manifiesto en Su precioso Hijo. "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa." Ni una sola palabra acerca de obras. Las obras tienen su sitio apropiado, de ello no hay duda alguna, en la historia del cristiano. Pero no tienes que hacer obras para poder ser salvado. Como lo dice el himno:
"No debo trabajar por salvar mi alma,
Esto lo hizo ya mi Señor;
Pero quisiera trabajar como fiel siervo,
Por amor al amado Hijo de Dios."
¿Qué obras podrías hacer, pecador? Como pecador indiferente, tus frutos son "obras malvadas", y como religioso inconverso solamente puedes hacer "obras muertas." Tanto las obras malvadas como las obras muertas serán juzgadas por Dios. No a aquel que obra, sino "al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia" (Ro. 4:5). Este es el camino de la salvación, y éste es el que el carcelero conoció aquella noche.
Pero ¿qué sabía el carcelero acerca del Señor Jesucristo? Hasta entonces nada, por lo que "le hablaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa." Fue al Señor Jesucristo a quien le predicaron para que depositara su fe en Él. Dieron Su Nombre completo. ¿Por qué no fue creer en Jesús; o creer en Cristo? Era al Señor Jesucristo al que tenía que conocer: Él era Señor, el Señor de todo. ¿No es Él tu Señor? Si no, ¡oh! deja que tenga dominio sobre ti en el futuro. ¡También era Jesús! ¿Qué significa este nombre? ¡Jehová Salvador! "Llamarás Su nombre Jesús, porque Él salvará a Su pueblo de sus pecados." Y, además, Él era el Cristo, el Ungido, el Exaltado.
Pero esto no es todo lo que el carcelero oyó, porque mediante la afirmación "le hablaron la palabra del Señor" no dudo que se quiere decir que Pablo les relató el nacimiento de Jesús, y Su vida santa y llena de gracia; la historia de Su muerte en la cruz donde los hombres Le llevaron; y cómo en aquel momento se consumó la obra de la redención, que solamente Él podía cumplir; y cómo Dios cargó en Él todas nuestras iniquidades; a Aquel que no conoció pecado, por nosotros hizo pecado; y cómo, después de que acabara Su sufrir en Su muerte expiatoria, y en el derramamiento de Su sangre, fue depositado en la tumba por tres días. Cómo al tercer día fue levantado de los muertos, y fue recibido en gloria a la derecha del Padre. Creo que Pablo les relató más que esto. Les relató que después que Jesús había ido a la diestra de Dios, el Espíritu Santo descendió a testificar de Él, para proclamar perdón de pecados en Su Nombre, y a sellar la fe del creyente.
Esta es, entonces, la respuesta a tu pregunta: Si quieres ser salvo, tienes que creer en el Hijo de Dios. "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa." ¡Fíjate en esto! Es a Cristo a quien tienes que conocer. Es la persona de Cristo la que tiene que ser el objeto de la creencia, el objeto de la fe. Cristo, personalmente, es el objeto de la fe del alma, y aquel que cree en Él obtiene el beneficio de toda la obra que Él ha hecho. No estoy en absoluto de acuerdo con aquella anciana, que le dijo a un amigo mío, que le estaba apremiando a que aceptara el evangelio: "Hacéis demasiado énfasis en esta palabra: ‘creed’." Esto reveló mucho en ella. No se puede nunca enfatizar suficiente. Si Cristo no ha sido hasta ahora el objeto de vuestra fe, quiera Dios daros que creáis ahora en Su bendito Hijo, y obtendréis lo que el carcelero obtuvo: "Serás salvo." Esta es la seguridad que da Dios al alma del creyente.
En el momento en que te vuelvas a Cristo, en el momento en que creas en el Señor Jesucristo, aquel momento obtienes la salvación. El momento en que el pecador Le acepta, Le reconoce, Le confiesa, en aquel momento constituye la salvación la porción presente y eterna del creyente. Obtienes lo que obtuvo el carcelero.
Obtuvo la salvación; porque, como leemos: "Y él, tomándolos en aquella misma hora de la noche, les lavó las heridas; y en seguida se bautizó él con todos los suyos. Y llevándolos a su casa, les puso la mesa; y se regocijó con toda su casa de haber creído a Dios" (vv. 33, 34). Se le dijo que creyera en el Señor Jesucristo, y leo que creyó a Dios. ¿Por qué fue así? Lo que había oído le llevó a darse cuenta de que el bendito Hombre, el Señor Jesucristo, de quien le habían relatado la historia, era en realidad Dios mismo; que Aquel Bendito, que vino a ser Hombre, a fin de poder morir por sus pecados y salvarle, era el bendito Hijo Eterno de Dios. Aceptando esta verdad, y creyendo esta verdad, con la simplicidad de un niño pequeño, creyó a Dios en cuanto a "toda su casa." ¡Notad esto! No solamente él mismo, sino que toda su casa quedó marcada para bendición. Pablo había encontrado al hombre, y a muchos más.
Verdaderamente es esta una escena maravillosa. El primer hombre convertido en Europa es solamente una muestra de lo que la gracia de Dios está todavía haciendo. Contemplad el contraste—en un momento el esclavo de Satanás, y a sueldo del enemigo. En aquel momento haciendo la obra del diablo, echando en prisión a los siervos del Señor, poniendo sus pies en un cepo; y al siguiente momento es repentinamente despertado—despertado por Dios—y cuando se dispone a lanzarse a la eternidad, oye unas palabras que le detienen, y grita, como un hombre perdido: "¿Qué debo hacer para ser salvo? Oye el evangelio, cree en el Señor Jesucristo, confiesa el nombre del Señor; y después se identifica con la obra del Señor. Es un hombre salvado, ciertamente un trofeo de la gracia. Un trofeo maravilloso fue este hombre—¿te pareces a él?
A la siguiente mañana los magistrados le enviaron a decir: "Suelta a aquellos hombres," y él fue y le dijo a Pablo: "Los magistrados han mandado a decir que se os suelte; así que ahora salid, y marchaos en paz" (v. 36).
¡Qué cambio entre la forma en que recibió a los siervos del Señor y la forma en que los despedía! Ciertamente que tiene lugar un maravilloso cambio en la persona cuando se recibe el evangelio, y el carcelero sabía esto muy bien al utilizar las palabras "marchaos en paz", las mismas palabras que el Señor había utilizado a menudo para otros.
Mis amigos hablan a menudo sobre escenas de transformación. Creo que esta es una de las escenas de cambio total más notables. Aquel hombre había sido un siervo de Satanás hasta aquella misma hora. En un momento fue transformado. Sale y se identifica con los intereses del Señor, y acepta esta posición, mientras que sigue cumpliendo sus deberes diarios como carcelero.
Dices que estás convertido, y que no ha habido cambio alguno en tu vida. Dudo mucho que te hayas convertido, si no ha habido cambio en tu vida. ¡Convertido! ¿A qué te has convertido, si tus maneras, tus hábitos, y tu forma de vivir continúan sin cambios? ¡Convertido! No, no, siempre que Dios está obrando, Satanás tiene una cantidad de falsos profesantes alrededor, a fin de estropear la obra. "¡Ah!" dirá alguno," esto es lo que me molesta. No creo que vaya a hacer nunca ninguna profesión de fe, porque los que la hacen no andan de una manera distinta. No creo que haya realidad en ninguna conversión." ¿Por qué? Porque crees que hay gente inconsecuente. No dejes que esto te haga tropezar. Si el Espíritu de Dios no estuviera haciendo convertidos verdaderos, genuinos, el diablo no fabricaría falsos convertidos a fin de estropear la obra. No seas un falso convertido. No profeses lo que no posees. Pero si conoces a Cristo, reconócelo osadamente, levanta Sus colores, y confiésale.
Quiera el Señor darte que estés de Su lado desde hoy mismo, y no te avergüences de confesar al Señor Jesucristo como tu Salvador.