Capítulo 1: El descubrimiento de un pescador; o, Hallar y seguir

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Juan 1:35-42
ME PROPONGO, queridos amigos, con la ayuda del Señor, hablar en el curso de estas reuniones un poco acerca de la Luz, y mostraros en la historia de los varios hombres que pasarán ante nosotros las diferentes maneras en que un alma llega a la luz; porque no creo que haya dos personas que lleguen a ella por el mismo camino. Esto es lo que hace que las Escrituras sean tan interesantes. Nos muestran todo tipo y clase de gentes, describiéndolas exactamente como son. Nos muestran diferentes clases y diferentes condiciones de almas, todas pasando por distintas experiencias y, en su momento, nos muestran cómo la gracia conduce a cada alma a la luz.
Es imposible sobreestimar el valor de la luz. La luz es una cosa maravillosa. Dice la Escritura, "La luz es lo que manifiesta todo" (Ef. 5:13). La luz muestra exactamente cuál es el verdadero estado de las cosas; y, por ello, un hombre no sabe cómo es hasta que no se halla en la luz; y hasta entonces no llega a conocer a Dios. De hecho, hasta que un alma no es llevada a la luz no comprende realmente su verdadero estado ante Dios.
Ahora bien, en la Escritura que tenemos ante nosotros, vemos esto expuesto. Tenemos en otra parte la asombrosa afirmación, que "la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas" (Jn. 3:1919And this is the condemnation, that light is come into the world, and men loved darkness rather than light, because their deeds were evil. (John 3:19)). La luz viene ante todo en la Persona de Cristo, porque, "En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, mas las tinieblas no la comprendieron" (Jn. 1:4-54In him was life; and the life was the light of men. 5And the light shineth in darkness; and the darkness comprehended it not. (John 1:4‑5)). Ahora bien, esta es una afirmación muy notable. Veis que, si introducimos lo que llamamos luz natural, o luz física en un lugar oscuro, la oscuridad se desvanece. Si la habitación estuviera ahora oscura, y alguien encendiera la luz eléctrica, la oscuridad desaparecería al instante. Si estuvierais en un pozo de una mina de carbón, y se apagara vuestra luz, os hallaríais en tinieblas, y no podríais estimar la relación de las cosas. ¿Cuál sería la forma natural de que pudierais ver dónde estabais y cuales eran vuestros alrededores? Introducid la luz, porque cuando la luz entra, se desvanecen las tinieblas. Esta es la verdad con respecto a las cosas naturales; pero en las cosas divinas lo que resulta solemne es esto, que, aunque la luz entre, permanecen las tinieblas; porque la oscuridad no comprende a la luz.
Pero os oigo preguntar, ¿Qué es la Luz? Dios—"Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en Él" (1 Jn. 1:55This then is the message which we have heard of him, and declare unto you, that God is light, and in him is no darkness at all. (1 John 1:5)). Y, ¿qué son las tinieblas? El hombre. ¡Oh, no! diréis; querrá decir que el hombre estaba en las tinieblas. No, no quiero decir esto. El hombre hace las tinieblas; las tinieblas es lo que constituye su propio estado como pecador. Esto es lo que constituye las tinieblas, como leemos, "Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor" (Ef. 5:8). Es un momento maravilloso cuando un hombre entra a la luz, y se transforma en "luz en el Señor." No sé cuántos de vosotros han entrado a la luz; pero, si hasta ahora nunca has entrado a la luz, recuerda, puedes entrar a la luz ahora, y os lo diré ahora de entrada, nunca llegaréis a la luz hasta que no lleguéis a Cristo.
Recordemos, entonces, que la luz ha venido. Leo en el Antiguo Testamento, "Dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz" (Gn. 1:33And God said, Let there be light: and there was light. (Genesis 1:3)). Y leo también que "Separó Dios la luz de las tinieblas" (Gn. 1:44And God saw the light, that it was good: and God divided the light from the darkness. (Genesis 1:4)). Es un momento maravilloso en la historia del hombre cuando Dios dice, "Sea la luz." No quiero decir con ello que todos los hombres están tanteando en búsqueda de la luz, ni que cada pecador está arrastrándose hacia la luz. Ojalá que fuera así. Cuando Dios obra, es siempre por la luz que el alma adquiere ansia. Si hay algún hombre ansioso esta noche, es que desea la luz. Está buscando la luz, y desearía hallar la luz. Tal persona clama "¡estoy a oscuras; quisiera ver!" Es como aquel joven que vi el otro domingo por la noche, cuando llegué a casa después de una reunión a la que habían asistido muchos. Cuando llegué a mi casa, allí estaba un joven esperándome. Era un joven ejemplar, por lo que a su vida y manera de tratar respectaba. Su saludo fue, "¿Puedo tener unas palabras con usted?" "Ciertamente", fue mi respuesta; y entró conmigo en mi estudio. Un minuto después rompía a llorar. "Oh, ruegue al Señor por mí", dijo. "¿Qué es lo que sucede?" le pregunté. "¡Ah! tan solo soy un joven malvado, soy muy malvado; ruegue al Señor que tenga misericordia de mí." ¡Gracias a Dios! El Señor tuvo misericordia de él. El Señor le salvó. El joven dijo que tenía miedo de que nunca sería capaz de confesar a Cristo, pero hizo una confesión espléndida. A la primera persona que encontró el lunes por la mañana le confesó el hecho de que Cristo le había salvado; y en el taller, a un hombre que era totalmente impío, la primera cosa que le dijo fue, "he recibido a Cristo." Ya veis, amigos, cuando la luz entra en el corazón de un hombre, resulta una cosa maravillosa. ¡Que la luz entre en vuestros corazones!
Bien, la luz ha venido en la Persona del Señor Jesucristo. "Dios es luz"—tened esto presente en vuestras mentes—y "no hay ningunas tinieblas en Él." Pero, ya que Dios es luz, esta luz revela la verdadera relación de las cosas. Ante todo, la luz muestra dónde está el hombre, y para este propósito la luz vino al mundo. "Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo" (Jn. 1:99That was the true Light, which lighteth every man that cometh into the world. (John 1:9)). No se debe entender por esta afirmación que cada hombre quedará convertido. ¡Ah, no! La Luz estaba ahí, y estaba ahí para todos, pero ¡ay! nadie tenía ojos para verla hasta que Dios hubiera obrado en el corazón y le hubiera abierto los ojos; este es el lado solemne de la verdad. El pecado nos ha situado en tal condición de distanciamiento de Dios que en realidad no vemos quien sea Cristo, o lo que Él es, hasta que Dios abre nuestros ojos. Cuando Pablo aparece ante Agripa, le dice que Dios le había ordenado que fuera a "los gentiles, a quienes ahora te envío, para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en Mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados" (Hechos 26:17, 18).
Y ahora, ¿quisierais tener luz? ¿Quisiérais tener paz? La luz exhibirá vuestra condición perdida, porque la pondrá en evidencia. Cierto, pero os diré qué es lo que sucede después de que la luz pone de manifiesto ante vosotros que sois pobres, miserables, pecadores merecedores del infierno. La siguiente cosa que la luz hará será revelar que "Dios es amor", y que Él ha dado a Su bendito Hijo para tu salvación. La luz revelará tu culpabilidad, y el amor la borrará toda. La luz pondrá de manifiesto tu condición perdida, y el amor la solucionará. Dios es luz, y Dios es amor. Ambas cosas se ven en Jesús.
En el Evangelio de Juan, del que he leído unos pocos versículos, veis que antes de que el Señor Jesús se dedicara a Su ministerio público, Dios envió a un hombre llamado Juan el Bautista, el heraldo de Jesús, para que diera testimonio de Él. "Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan. Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por Él" (Jn. 1:6, 76There was a man sent from God, whose name was John. 7The same came for a witness, to bear witness of the Light, that all men through him might believe. (John 1:6‑7)). ¿No creéis que fue algo asombroso que Dios tuviera que enviar un hombre que diera testimonio acerca de la luz? Creo que, si reflexionáis, amigos míos, veréis en qué terrible estado estaba el hombre, cuando era necesario que alguien tuviera que, para decirlo así, venir y decir, "Di testimonio de la luz." Si un hombre viniera a esta ciudad, y bajara por una calle, señalando al sol y diciendo, "¡Mirad hacia arriba!", la gente le diría, "Pues, ¿qué hay?" "Mirad", dice él, "ahí está el sol, y la luz que proviene del sol". Supongamos que persistiera en esta actitud. Bueno, pensaríamos que este hombre es un candidato al manicomio. De igual manera, ahí estaba la Luz en la persona del Señor Jesucristo, "y la luz en las tinieblas resplandece; mas las tinieblas no la comprendieron." Así que Dios envió a un hombre a que diera testimonio de la Luz. "Juan dio testimonio de Él, y clamó diciendo: Este es del que yo decía: Él que viene tras mí, es antes de mí: porque es primero que yo" (Jn. 1:1515John bare witness of him, and cried, saying, This was he of whom I spake, He that cometh after me is preferred before me: for he was before me. (John 1:15)). Además, Aquel que es la Luz es el Hijo de Dios, y es el Cordero de Dios. Él es Aquel único que puede suplir las necesidades del hombre.
Esto es lo que provino del ministerio de Juan, al señalar él a Jesús. Juan era un hombre notable; era algo ascético, habitando en el desierto, y viviendo de una manera sencilla a base de langostas y miel silvestre. Era un hombre directo, genuino, e intensamente dedicado. Vedlo ir de un extremo del país al otro; tiene solamente un mensaje, una palabra a pronunciar, y la hace resonar por todo Israel. ¿Qué es? ¡Arrepentíos! Si nunca te has arrepentido aún, es ya hora de que lo hagas. ¿Por qué dijo Juan "¡Arrepentíos!"? Porque él vio que se acercaba el final de las cosas, cuando "el hacha está puesta a la raíz de los árboles" (v. 10). Si se pone un hacha a la raíz del árbol, ¿qué es lo que sucede a continuación? Que el árbol es abatido. El árbol puede haber sido de buena apariencia exterior, pero cuando cae, lo que a menudo se descubre entonces es que estaba podrido por dentro.
Esta es la ilustración del hombre, que es muy agradable por fuera, pero, en la profundidad de su corazón, está en enemistad contra Dios; está corrompido por dentro. Os digo cómo es el hombre. En algunas ocasiones he entrado en una tienda y he comprado una hermosa pera. Me la he llevado, pensando que era hermosa, y al llegar a casa he empezado a pelarla, y había una pequeña mancha. Al ir sacando más y más la mancha se hacía más y más grande. Cortando otro trozo aún, se veía aún más corrompido. ¡Ah, decís!, está corrompida hasta el corazón. Sí, y tú, pecador, eres la pera; tu eres aquel hombre. Estás corrompido hasta el mismo corazón; no hay nada de bueno en ti. Se que el hombre dice, lo intentaré y haré el bien, pero el Espíritu Santo dice, "No hay quien haga lo bueno, no hay ni aún uno" (Ro. 3:12). Tendrás que aprender que no hay nada bueno en ti, y que nada bueno puede salir de ti.
Es algo sublime cuando un hombre se arrodilla en verdadero arrepentimiento. Algunos de los que escuchaban a Juan "eran bautizados de él, confesando sus pecados." Otras gentes, pretendiendo justicia propia, rechazaron el consejo de Dios en contra de sí mismos, no siendo bautizados de él. Al final, cuando Juan estaba a la ribera del Jordán, vio un día que Jesús venía hacia él, y entonces su lengua se desligó, y proclamó esta bendita verdad: "He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn. 1:2929The next day John seeth Jesus coming unto him, and saith, Behold the Lamb of God, which taketh away the sin of the world. (John 1:29)).
Al apremiar a los pecadores a que se humillaran y que reconocieran sus pecados, Juan no les había dicho cómo podrían librarse de ellos. Pero al ver venir Jesús, proclama las hermosas palabras, "He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo." El primer hombre, Adán, introdujo el pecado en el mundo, y Jesús, el Cordero de Dios, iba a quitarlo. ¿Has tenido tú alguna vez algo que ver con Él? ¿Has entrado alguna vez en contacto con Él? Éste era Su carácter; Él era el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Y a continuación el Bautista reitera su testimonio, "Este es del que dije: Tras mí viene un varón, el cual es antes de mí: porque era primero que yo" (Jn. 1:3030This is he of whom I said, After me cometh a man which is preferred before me: for he was before me. (John 1:30)). Él era un Ser Eterno; Él era el Hijo de Dios. "Y yo no le conocía; mas para que fuese manifestado a Israel, por eso vine yo bautizando con agua. Y Juan dio testimonio diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y reposó sobre él. Y yo no le conocía; mas el que me envió a bautizar con agua, aquel me dijo: Sobre quien vieres descender el Espíritu, y que reposa sobre él, éste es el que bautiza con Espíritu Santo. Y yo le vi, y he dado testimonio que éste es el Hijo de Dios" (Jn. 1:31-3431And I knew him not: but that he should be made manifest to Israel, therefore am I come baptizing with water. 32And John bare record, saying, I saw the Spirit descending from heaven like a dove, and it abode upon him. 33And I knew him not: but he that sent me to baptize with water, the same said unto me, Upon whom thou shalt see the Spirit descending, and remaining on him, the same is he which baptizeth with the Holy Ghost. 34And I saw, and bare record that this is the Son of God. (John 1:31‑34)). Él vio a Jesús, y después vio al Espíritu Santo descendiendo como paloma, y reposando sobre Él.
Recordáis como en los días de Noé, cuando el diluvio estaba sobre la tierra, Noé envió una paloma para que viera cual era el estado de cosas, y que al cabo de poco la paloma volvió, porque no hallaba ningún sitio para reposar. La envió siete días después, y de nuevo volvió, pero en esta ocasión con una hoja de olivo en su pico. Cuando fue enviada por tercera vez, ya no volvió; ya había hallado donde reposar. Cuando el Espíritu Santo descendió sobre el bendito Señor Jesucristo, ¿qué sucedió? Durante cuatro mil años el Espíritu Santo había estado buscando en vano sobre esta tierra en búsqueda de un hombre santo, sin pecado, sin mancha, al que poder ir y permanecer con él. Por fin había Uno sobre el cual podía reposar. Él, por así decirlo, como la paloma, no había hallado ningún lugar en el que reposar. ¿Y por qué no podía hallar la paloma de Noé donde reposar? ¿No había abundancia de cuerpos sobre los que Poder posarse? Si, el agua estaba, por decirlo así, repleta de cadáveres, flotando por todas partes en el agua, pero estos no servían como lugar de reposo porque la paloma es ave limpia. Y el Espíritu Santo había estado contemplando la tierra todos estos años, y lo único que había visto eran cadáveres, carroña moral—el hombre, una criatura pecaminosa, impía, mísera y arruinada en sí misma. Cierto que había descendido sobre hombres como Balaam y Saúl, pero les había dejado. Había venido sobre hombres como David e Isaías, pero los había dejado. Pero aquí se hallaba un hombre santo y sin mancha, y el Espíritu Santo vino y habitó en Él. Debido a que Jesús era perfecto, y sin pecado, el Espíritu Santo vino y reposó sobre Él. Él era, en su perfección moral, la delicia del Padre, el Cordero de Dios, el Hijo de Dios; y, más que esto, Aquel que recibió el Espíritu Santo bautizaría con el Espíritu Santo. Esto es, Él te limpia tus pecados con Su sangre preciosa y te da el Espíritu Santo. ¡Qué cosa más maravillosa! Aquel que puede quitar los pecados de los hombres puede también darles el Espíritu Santo; puede darles el poder necesario para el disfrute de Su vida habitando en sus almas.
Juan da este testimonio de Jesús, y ¿qué sucede? Nadie siguió a Jesús aquel día, pero al siguiente día Juan perdió a dos de sus discípulos. Entonces, en tanto que contemplaba al Señor, dijo, "He aquí el Cordero de Dios." Había aprendido a contemplar la gloria del Señor. Y, ¿qué sucede ahora? Dos de sus discípulos dejaron a Juan, y empezaron a seguir a Jesús. Aquel era un tipo correcto de ministerio; lo que yo llamo el ministerio de una persona. Es lo que lleva almas a Jesús, y solamente a Jesús. El ministerio que atrae a hombres al que ministra no es el ministerio deseable. Lo que se precisa es un ministerio que atraiga a los corazones a Cristo, y a Cristo solamente. Este era el mejor ministerio de todos, y no tengo duda alguna de que Juan estuvo encantado cuando vio a los discípulos dejándole, y siguiendo a Jesús.
"Y volviéndose Jesús, y viéndolos seguirle, díceles: ¿Qué buscáis?" ¿No es algo notable? Ahora bien, yo no tengo duda alguna que desde la gloria esta noche Jesús está diciendo a cada corazón en este auditorio, "¿Qué buscáis?" ¡Venid, dad ahora respuesta a esto! ¿Qué buscáis? ¿Cuál es vuestra meta en la vida? ¿El dinero? ¿El placer? ¿La fama? ¿O Cristo? ¿Qué buscáis? ¿Qué estaban ellos buscando? Era a Jesús, nada más que a Jesús. "Y ellos le dijeron: Rabbí (Maestro) ¿Dónde moras?" El lugar donde Jesús vivía era Capernaum, una ciudad muy impía. En el capítulo 9 de Mateo es llamada "su ciudad". ¿Qué querían ellos? Querían saber en qué lugar podrían hallarle siempre. Y, ¿qué dijo Él? "Venid y ved." "Vinieron y vieron donde moraba, y quedáronse con El aquel día: porque era como la hora de las diez" (v. 39). Pasaron con Él alrededor de dos horas. Ahora, honradamente, ¿has pasado alguna vez dos horas con Jesús? ¿Cierto? Entonces te garantizo que, si pasaras dos horas con Jesús, cuando salieras desearías que otros hicieran lo mismo. Nunca conocí a un hombre que realmente disfrutara la presencia del Señor y que no quisiera que otras personas también disfrutaran de este privilegio.
Esta es la peculiar belleza de la cristiandad. Uno desea que otros compartan en su gozo. Cuanto más uno da, tanto más recoge; cuanto más uno reparte, tanto más recibe. No se puede tener el corazón grande sin salir ganando. Bueno, aquellos que no dan, no tienen ellos tampoco mucho gozo. Encuentro a gente que me dice, nunca hablamos de estas cosas. Por así decirlo, tienen los abrigos bien abrochados; yo sé la razón de ello. No hay nada adentro. Si hubiera piedad adentro, pronto se evidenciaría. En el momento que uno tiene el corazón lleno de Cristo, uno no puede guardárselo para sí mismo; se tiene que contar a los demás. Si alguien trata de mantenerlo a oscuras, entonces de cierto que la luz en él es muy débil. El hombre que entra derecho en contacto con Cristo va de recto a decírselo a otros, quizás a su amigo más cercano, a su padre, madre, hermana, o hermano. Siempre es la misma historia. Siempre se encuentra que el corazón que ha conocido a Cristo quiere que la otra gente también le conozca. No me estoy dirigiendo a vosotros como un predicador, porque no profeso ser un predicador, sino que os hablo porque disfruto de la presencia y del amor del Señor por mí mismo, y porque deseo que otros disfruten del mismo privilegio. Os hará bien a vosotros, y a mí no me hará ningún daño, sino un gran gozo, si llegáis a conocer al bendito Salvador que yo conozco.
¿Qué sucedió en nuestro capítulo? "Era Andrés, hermano de Simón Pedro, uno de los dos que habían oído de Juan, y le habían seguido. Este halló primero a su hermano Simón, y díjole"—¿qué le dijo?—"Hemos hallado al Mesías" (Jn. 1:40-4140One of the two which heard John speak, and followed him, was Andrew, Simon Peter's brother. 41He first findeth his own brother Simon, and saith unto him, We have found the Messias, which is, being interpreted, the Christ. (John 1:40‑41)). Le hemos encontrado; ven con nosotros, y conócele tú también. No sé si consiguió que Pedro fuera de inmediato; lo que si sé es que no cesó hasta que consiguió que fuera. Tú, ¿has sido convertido? ¡Sí! Entonces, ¿tienes tú un hermano que no lo esté? Entonces empieza esta noche a llevarlo a Jesús, y no les dejes en paz hasta que lo traigas a Jesús. "Y le trajo a Jesús" (v. 42). Esto es lo que leemos de Andrés. Nunca he oído hablar de Andrés predicando, y es poco más lo que sabemos de Andrés en los Evangelios—que él conocía al chico que tenía los cinco panes y los dos peces (Jn. 6:8-98One of his disciples, Andrew, Simon Peter's brother, saith unto him, 9There is a lad here, which hath five barley loaves, and two small fishes: but what are they among so many? (John 6:8‑9))—pero cuando mañana lleguemos a la gloria, y veamos al Señor dando las recompensas, creo que hallaréis que una de las grandes será para Andrés. Considerad que él fue el instrumento para la conversión del hombre más utilizado por Dios en aquellos primeros días del evangelio para dar bendición a otros. ¡Consideradlo! Me parece ver a Andrés en el día de Pentecostés, cuando Pedro estaba predicando, y el Señor utilizándole para bendición de tres mil almas, y haciendo que se convirtieran a Dios. Concluyo en que Andrés se estaría gozando de que él había llevado a Pedro a Jesús. Yo no puedo predicar, podría decir él, pero Pedro si puede, y yo fui el instrumento de llevar a Pedro a Jesús, toda gloria sea al Señor. ¡Ah, pensad en esto! Compañero en la fe, tu podrías ser el medio de llevar a un gran predicador al Salvador. Fueron las palabras de un humilde zapatero las que llevaron a Spurgeon a Cristo.
Estaba viajando por el oeste de Inglaterra el año pasado, y en un rincón del vagón estaba un inglés de apariencia muy distinguida, con un libro en sus manos. Pronto vi que era la Biblia. Al cabo de un rato el tren paró en una estación, y el hombre sentado a su lado bajó. Al cabo de un minuto, allí entró un deshollinador, que acababa de terminar su trabajo aquella mañana, con, su escobilla y bolsa, y tan negro como una chimenea. Hizo un movimiento de duda, al ver que solamente había sitio para una persona, y dijo que se quedaría de pie. "Siéntese, amigo mío", le dijo el caballero, y el deshollinador se sentó entre él y yo mismo. El tren arrancó, y a la siguiente estación bajó el deshollinador. Un hombre en el vagón murmuró que era una vergüenza dejar que una persona como aquella entrara en el vagón, iba en contra de las reglas de la compañía, y se les tendría que demandar por permitirlo. "¡Bueno!" dije yo, "No pasa nada con un poco de hollín limpio; peores cosas hay en el mundo que esto." "Ciertamente que las hay," dijo el caballero, "Hay peor suciedad y degradación que esta." "¿Cuál podría ser?" dije a mi vez. "Es la degradación del estado del hombre como pecador." "¿Y cómo propone usted solucionarlo?", le pregunté entonces. "Solamente hay una forma en que se pueda solucionar: es por la sangre del Señor Jesucristo." Así, la presencia de aquel humilde deshollinador fue el motivo para introducir el evangelio en aquel vagón, y salió de una manera espléndida. Continuamos hablando, y entonces el señor aquel me dijo: "Le contaré como me convertí. Yo era guardiamarina a bordo de un barco, y cuando estábamos doblando el Cabo de Hornos en una noche muy tormentosa, un compañero muy piadoso, que estaba en la misma guardia que yo, me tomó aparte y me habló acerca de Jesús. Dios bendijo las palabras de mi compañero, y aquella noche me volví al Señor por su testimonio de Cristo a bordo de aquel barco."
"¡Gracias a Dios!" dije yo. "Y, ¿qué sucedió entonces?" "Vine a casa tan pronto como pude, porque tenía un hermano. Le relaté el evangelio tan claramente como pude, y, ¡gracias a Dios! él también se convirtió. quizás no podría usted reconocer a mi hermano, pero ha sido el instrumento para enviar a ochocientos misioneros a tierras paganas desde aquel día."
En aquel momento pensé que era precisamente como Andrés. Esta es la forma en que se extiende el evangelio. Si te gozas con Jesús, pronto querrás que alguien más le conozca. No se precisa de sublimes prédicas, ni de brillantes y elocuentes predicadores para lograr convertir a la gente. He oído de un incrédulo que fue convertido de la forma más sencilla. Posiblemente hayáis oído hablar de él. No creía en absoluto en el Señor; y vivía en las Antillas. El domingo era para él un día terrible; así es siempre con los inconversos. Siempre es un día fatal para ellos. Bien, para mi es el día más feliz de la semana; los otros seis días son indudablemente felices, pero el domingo les gana a todos, encuentro yo, porque por lo general uno se halla más libre de adorar y de trabajar para el Señor. Pero no era así para el incrédulo en sus domingos, porque los domingos no había carreras, ni teatro, ni nada de este tipo abierto. Resultó que había un ministro piadoso que predicaba en un salón allí cerca, y algunos de la familia de este hombre asistían allí. Un domingo decidió ir a oírle; no exactamente a escucharle, sino con el fin de hallar algo en que criticarle. Esta es la moda; no me preocupa si lo hacéis; estáis invitados a criticarme. Yo estoy aquí para advertiros que huyáis de la condenación del infierno, y del juicio de Dios. El incrédulo fue cada domingo después, y el ministro pensó, "tengo que tratar de llegar a él," por lo que preparó un hermoso conjunto de sermones. Cuando los hubo pronunciado todos, ¡he aquí! el incrédulo fue convertido, e hizo una feliz confesión de Cristo. Bien, pensó el ministro, seguramente que vendrá para hablarme de ello; pero pasaron los días uno tras otro, y no venía. Entonces el ministro resolvió ir a verle. Llamó a la casa de aquel que había sido incrédulo, y fue recibido con gran cortesía. "He oído buenas noticias acerca de usted," dijo el predicador. "Cierto es, gracias a Dios," fue la respuesta del hombre, "he llegado a saber que mis pecados han sido perdonados", e hizo una feliz confesión de Cristo. "Me siento tan contento," dijo el predicador, "dígame por favor cual de los sermones fue el instrumento en provocar este cambio?" "¿Los sermones?" —dijo el hombre—"no hicieron ninguna diferencia, Todos resbalaron como el agua por el plumaje de un pato." "Dígame entonces, ¿qué es lo que ha provocado el cambio?" "Sucedió una noche al salir del lugar de reuniones. Una vieja negra resbaló, y cayó por las escaleras, y simplemente extendí mi mano y levanté a la anciana. `¡Oh! gracias, señor,' dijo ella; 'usted ama a Jesús, ¿no?, ¿a mi bendito Jesús?' Estas palabras entraron en mi corazón como una flecha, porque sentí que la anciana negra conocía a un Ser, un Salvador, del que yo era totalmente ignorante." "Usted ¿ama a Jesús, mi bendito Jesús?" fue lo que le convirtió. Esto es lo que ganará almas para Cristo.
Las palabras, "Hemos hallado al Mesías (que declarado es, el Cristo). Y le trajo a Jesús," nos hablan del sermón de Andrés, y de su efecto. ¡Qué descubrimiento que hicieron estos pescadores! Andrés descubrió al Mesías, y Simón descubrió a su Señor. No creo que fuera llevado a Jesús con facilidad. Pedro era un hombre maravillosamente natural y por ello es muy probable que fuera muy lento en ir a Jesús. La última cosa que un hombre hace es ir a Jesús. Pero Andrés le convenció de un modo u otro, y "le trajo a Jesús." Esto es lo que yo quiero hacer esta noche aquí. Traeros a Jesús. "Y mirándole Jesús, dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás: Tú serás llamado Cefas (que quiere decir, Piedra)" (Jn. 1:4242And he brought him to Jesus. And when Jesus beheld him, he said, Thou art Simon the son of Jona: thou shalt be called Cephas, which is by interpretation, A stone. (John 1:42)). ¡Palabras bien sencillas estas! Pero aquel cambio de nombre fue, no lo dudo, el momento de su conversión, el momento de su salvación.
No tengo ninguna duda acerca de que Pedro creyó que era una cosa extraordinaria que el Señor le cambiara su nombre. "Siempre he sido conocido por el nombre de Simón, y ahora Él ha tomado la decisión de cambiar mi nombre. Tú serás llamado Cefas (que quiere decir, Piedra)." Veamos, entonces, qué era lo que quería decir el Señor. El cambio de un nombre implicaba siempre que aquel que era objeto del cambio de nombre quedaba sujeto a aquel que cambiaba su nombre (ver Gn. 17:5-15; 32:28; 35:10; 41:455Neither shall thy name any more be called Abram, but thy name shall be Abraham; for a father of many nations have I made thee. 6And I will make thee exceeding fruitful, and I will make nations of thee, and kings shall come out of thee. 7And I will establish my covenant between me and thee and thy seed after thee in their generations for an everlasting covenant, to be a God unto thee, and to thy seed after thee. 8And I will give unto thee, and to thy seed after thee, the land wherein thou art a stranger, all the land of Canaan, for an everlasting possession; and I will be their God. 9And God said unto Abraham, Thou shalt keep my covenant therefore, thou, and thy seed after thee in their generations. 10This is my covenant, which ye shall keep, between me and you and thy seed after thee; Every man child among you shall be circumcised. 11And ye shall circumcise the flesh of your foreskin; and it shall be a token of the covenant betwixt me and you. 12And he that is eight days old shall be circumcised among you, every man child in your generations, he that is born in the house, or bought with money of any stranger, which is not of thy seed. 13He that is born in thy house, and he that is bought with thy money, must needs be circumcised: and my covenant shall be in your flesh for an everlasting covenant. 14And the uncircumcised man child whose flesh of his foreskin is not circumcised, that soul shall be cut off from his people; he hath broken my covenant. 15And God said unto Abraham, As for Sarai thy wife, thou shalt not call her name Sarai, but Sarah shall her name be. (Genesis 17:5‑15)
28And he said, Thy name shall be called no more Jacob, but Israel: for as a prince hast thou power with God and with men, and hast prevailed. (Genesis 32:28)
10And God said unto him, Thy name is Jacob: thy name shall not be called any more Jacob, but Israel shall be thy name: and he called his name Israel. (Genesis 35:10)
45And Pharaoh called Joseph's name Zaphnath-paaneah; and he gave him to wife Asenath the daughter of Poti-pherah priest of On. And Joseph went out over all the land of Egypt. (Genesis 41:45)
; Dt. 1:7; 5:127Turn you, and take your journey, and go to the mount of the Amorites, and unto all the places nigh thereunto, in the plain, in the hills, and in the vale, and in the south, and by the sea side, to the land of the Canaanites, and unto Lebanon, unto the great river, the river Euphrates. (Deuteronomy 1:7)
12Keep the sabbath day to sanctify it, as the Lord thy God hath commanded thee. (Deuteronomy 5:12)
). En aquel momento el Señor le estaba diciendo a Simón, "Tú Me perteneces; a partir de este momento eres Mío." No creo que Pedro lo olvidara, aunque no llegara a comprender la verdad en toda su plenitud. Era el amor soberano el que estaba entonces hablando; y era una Persona divina quien le hablaba. Él sabía lo que estaba diciendo, y cambió el nombre de Pedro. Esto es lo que sucede cuando el Señor encuentra al pecador. Pasa de pecador a ser un santo. Se pasa por un cambio de nombre, así como Jacob, que significa "suplantador," tuvo su nombre cambiado por el de Israel, "príncipe de Dios." ¿Qué es lo que dice aquí el Señor? "Tú serás llamado Cefas (que quiere decir, Piedra)." ¿Y qué es una piedra? ¡Un fragmento de roca! Y, ¿quién era la roca? Cristo. ¿Lo entendió así Pedro? Quizás no entonces; pero recordaréis que después, cuando Jesús preguntó, "¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?", entonces "Simón Pedro dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces respondiendo Jesús, le dijo Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás; porque no te lo reveló carne ni sangre, mas Mi Padre que está en los cielos. Mas Yo también te digo, que tú eres Pedro" (Le confirma su nombre), "y sobre esta roca edificaré Mi iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mt. 16:13-18).
¿Cuál es la roca? ¿Pedro? ¡Ni un poco de ella! Cristo es la roca, y Pedro es la piedra puesta encima de la roca. Y este es un buen lugar en el cual estar. Nunca he sabido todavía de una piedra que se hundiera a través de una roca. Y nunca he sabido de nadie que estuviera descansando sobre la Roca de la Eternidad, descansando en Jesús, que se perdiera. ¿Has venido a ser una piedra? ¿Cómo llega uno a ser una piedra? Pedro nos lo dice: "Al cual allegándoos, piedra viva, reprobada cierto de los hombres, empero elegida de Dios, preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed edificados una casa espiritual, y un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo" (1 P. 2:4, 5). Desde aquel momento en que Simón fue a Jesús, y su nombre fue cambiado por el de Pedro, se transformó en una piedra. Aunque no sabía entonces cuando tenía que formar parte del edificio, aprendió que era una piedra, y pronto aprendería cual era el edificio del que vino a ser parte integrante. Aprendió que era integrante de la casa de Dios, construida sobre Cristo, la roca. Pedro era una piedra, y así es cada alma convertida que se halle en esta casa esta noche. Mi hermano en Cristo, tu eres una piedra; y Cristo quisiera que supieras lo que es el ser una piedra en Su edificio. "Al cual allegándonos, piedra viva [...] vosotros también, como piedras vivas, sed edificados una casa espiritual."
Llegamos a ser piedras vivas tan pronto como entramos en contacto con Jesucristo, que es la Piedra Viva. De este momento habla el bendito Señor cuando dice, "De cierto, de cierto os digo: Vendrá hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios: y los que oyeren vivirán" (Jn. 5:2525Verily, verily, I say unto you, The hour is coming, and now is, when the dead shall hear the voice of the Son of God: and they that hear shall live. (John 5:25)). La voz del Hijo de Dios llegó hasta el corazón de Simón, el hijo de Jonás, vivificándole, y creo que Pedro se familiarizó con un cambio dentro de sí, aunque no creo que comprendiera en su totalidad lo que se hallaba implicado en la enigmática expresión del Señor. Ciertamente, era como muchas de las personas alcanzadas por el evangelio. Saben que han sufrido un cambio, pero no pueden explicárselo. Pasan a ser transformadas, aunque no pueden explicar lo que ha tenido lugar. Creo que en el momento en que Simón encontró a Jesús, comprendió que había un lazo entre su alma y el Salvador. La voz del Hijo de Dios penetró en el corazón de Pedro, y lo que oyó fue esto, "Tú serás llamado Cefas (que quiere decir, Piedra)." Tú y yo somos piedras desde el momento en que quedamos enlazados a Cristo. ¿Sabéis lo que es un cristiano? Es un poco de Cristo. El cristiano deriva su vida, su justicia, su gracia, y su santificación de Él. Vive en la vida de Cristo, ante Dios. No creo que Pedro (Cefas) aprendiera todo esto en un momento, pero lo fue aprendiendo después. No obstante, este fue un momento maravilloso en su historia; pero no siguió a Jesús directamente.
Lo que leemos precisamente ahora, en el capítulo quinto de Lucas, muestra que el Señor había salido a Su camino, predicando la Palabra, pero no creo que Pedro le siguiera entonces. Era como tantas otras almas—quizás haya algunas aquí esta noche—que, aunque convertidas, no han confesado a Cristo en el acto. Tengo la esperanza de que la gracia de Dios toque sus corazones, y les lleve a confesar francamente, y después a seguir al Señor de lleno.
Hace seis meses me vino un joven y me dijo, "Quiero darle las gracias." "¿De qué?" le pregunté. "Por la influencia que usted ha tenido en mi vida," replicó. "Querido amigo," le contesté, "no le he visto a usted en mi vida." "No importa, usted ha tenido influencia en mi vida. Recordará que me envió un libro hará seis meses." "¡Ah!" dije, "usted es un estudiante, y recibió mi libro, 'Hombres jóvenes de las Escrituras.'
¿Asistió usted a las reuniones de estudiantes?" "Si." "¿Y fue usted convertido entonces?" "Creo que sí; pero cometí un gran error—no confesé a Cristo. La noche pasada oí a un siervo del Señor predicando, y él remarcó la necesidad de la confesión, y he venido a verle a usted para hablar acerca de esto." Él no siguió directamente al Señor al principio, pero ahora es un siervo dedicado al Señor. Hay muchos casos como este.
Ahora consideremos la manera en que el Señor conduce a Pedro para que este vea la luz de una manera más plena, como queda registrado en el quinto capítulo de Lucas. Él se hallaba ocupado ministrando la Palabra de Dios. "Y aconteció, que estando él junto al lago de Genezaret, las gentes se agolpaban sobre Él para oír la palabra de Dios" (Lc. 5:1). Cristo era un maravilloso ministro de la Palabra. Siempre hablaba de manera que la gente pudiera oírle. Quería ahora dirigirse a esta gran multitud, y buscó un lugar desde el que pudiera ser visto y oído. Quería, en una palabra, un púlpito adecuado. No quiero con ello decir un púlpito como los que conocemos. Una tarima va igual de bien, en tanto que el orador pueda ver a la gente, y que esta pueda oírle. Esto es lo importante. Y Él "vio dos barcos que estaban cerca de la orilla del lago: y los pescadores, habiendo descendido de ellos, lavaban sus redes. Y entrado en uno de estos barcos, el cual era de Simón, le rogó que lo desviase de tierra un poco; y sentándose, enseñaba desde el barco a las gentes" (vv. 2, 3). Era un escenario maravilloso, al lado del azul lago de Galilea en Betsaida, que quiere decir "lugar de pesca", o como otros lo traducen "El Lugar de las Redes", donde tenían su residencia Simón y Andrés (Jn. 1:4444Now Philip was of Bethsaida, the city of Andrew and Peter. (John 1:44)), y donde juntamente con sus socios Jacobo y Juan, y el padre de ellos, Zebedeo, ejercían su profesión juntamente con sus jornaleros (ver Mc. 1:16-20; Lc. 5:10). Evidentemente, eran propietarios de un gran negocio de pesquería.
Estaban en aquel momento remendando las redes, cuando Jesús "entrado en uno de estos barcos, el cual era de Simón, le rogó que lo desviase de tierra un poco" (v. 3). Él no dice, ¡Pedro, déjame tu barco! Lo tomó. ¿Qué le enseño con esta acción? Simón, tú y todo lo que tienes me pertenece; te enseñé en el primer capítulo de Juan que me pertenecías. Cambié tu nombre, y ahora te tengo que enseñar algo más—que todo lo que tienes me pertenece. Entonces, "sentándose, enseñaba desde el barco a las gentes."
Creo que, si nos tomamos el trabajo de ir siguiendo la narración del evangelio, encontraremos que lo que el Señor enseñó allí fue lo que tenemos relatado en el capítulo trece de Mateo; las siete parábolas, empezando por la del sembrador, que salió a sembrar su semilla. Aquella semilla cayó, parte junto al camino, parte en pedregales, parte en espinas, mientras que otra parte de semilla caía en buena tierra, dando fruto, cual a ciento, cual a sesenta, y cual a treinta por uno. Al difundir el Señor esta maravillosa enseñanza, Pedro estaba escuchando; y es indudable que algo de aquella corriente hermosa de preciosas verdades penetró en el corazón del pescador. Era una escena encantadora. Imaginemos las azules aguas del lago de Genezaret, los barcos alrededor, y "toda la gente que estaba en la ribera" (Mt. 13:2), escuchando con ansia a este Príncipe de los predicadores. Esta era entonces la zona más populosa de Israel, y a lo largo de la costa occidental del Mar de Galilea, especialmente en Betsaida, la población pesquera era muy grande. Cierto, eran gentes sencillas, y desearía que todos fuerais tan sencillos de corazón como ellos.
Bien, el Señor enseñó a esta gente sencilla y humilde, y cuando todo hubo acabado, Él, por decirlo así, dijo, "Voy a pagarte, Pedro, por el alquiler de tu barco." "Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar" (v. 4). ¿Y qué dice Simón? "Maestro, habiendo trabajado toda la noche, nada hemos tomado." Esta era la voz de la experiencia hablando, ¿y qué más podría añadir la razón? Cuando no se ha podido pescar durante la noche, no es probable que se pueda conseguir pescado durante el día a plena luz. Esto es lo que la razón diría, ¿pero sabéis qué dijo la fe? La fe es siempre obediente. Pedro ilustra la fe en su respuesta: "En tu palabra echaré la red. Y habiéndolo hecho, encerraron gran multitud de pescado, que su red se rompía." Ahora bien, quizá algunos de vosotros que estáis aquí esta noche pueda estarse diciendo, he estado echando la red durante largo tiempo, y a pesar de ello no parezco obtener nada; no consigo una bendición. No te preocupes, vuelve a echar tu red esta noche. Y si echas tu red a la voz de Jesús, sucederá en tu caso como lo que sucedió con Simón—conseguirás una bendición tal que no serás capaz de soportarla.
Pero veamos qué sucede ahora en la historia de Simón. Para él esta gran carga de pescado reveló la mano y la presencia de Dios. No había sitio en el barco de Simón para todo el pescado, y él va a hacer otro gran descubrimiento al ver el pescado descargado en el barco. Creo que su vista debió de animarse ante aquello, y que indudablemente su primer pensamiento fue, "¡Qué gran día de pesca: esta es la mejor pesca que jamás hayamos hecho!", porque dicen las Escrituras que "vinieron, y llenaron ambos barcos, de tal manera que se anegaban." Entonces, allí en el barco, Simón se olvida de todo el pescado, y todo acerca de su negocio; solamente piensa de Jesús y de sí mismo. "Lo cual viendo Simón Pedro, se derribó de rodillas a Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador" (v. 8). ¡Qué escena más extraña! ¿Qué es lo que llevó a aquel hombre a postrarse de esta manera ante Jesús? ¿Por qué cayó a los pies de Jesús? Os lo diré. Fue la luz que se derramó en su alma, la luz de Dios, que entró en su corazón. Al ver aquella maravillosa pesca, la verdad entró en su alma como un rayo. La luz de Dios entró fresca dentro del alma de Pedro, y se hicieron manifiestas las cámaras más profundas de su corazón. Aprende que está a la presencia de Dios. Aprende de su propia pecaminosidad, aunque no se dijo ni una sola palabra acerca de ella, y cae ante los pies de Jesús como un hombre arrepentido, juzgándose y condenándose a sí mismo; y, yo creo, condenándose a sí mismo especialmente por esto: "Yo oí su voz hace meses; Él cambió mi nombre, pero nunca empecé a seguirle. ¡Ay! Nunca le he seguido." Sintió el pecado en su alma por partida doble. Se hallaba bajo el poder de un verdadero arrepentimiento y de juicio propio.
Dejadme preguntaros, ¿habéis nunca pasado por una crisis como ésta? ¿Os habéis puesto de rodillas a los pies de Jesús confesándole vuestra culpabilidad? Si no, amigo mío, tienes que hacerlo. Pedro estaba en su verdadero sitio. Toda alma nacida del Espíritu pasa por experiencias similares. Las Escrituras son abundantes en casos como este. Mirad a Job. Como todos nosotros, pretendía la justicia propia, y se complacía en sí mismo, hasta que la luz de Dios resplandeció sobre él, y ved entonces qué cambio. Durante los primeros cuarenta capítulos del libro se halla totalmente ocupado en justificarse a sí mismo, pero después ve a Dios, y se humilla, diciendo: "De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en el polvo y en la ceniza" (Job 42:5,65I have heard of thee by the hearing of the ear: but now mine eye seeth thee. 6Wherefore I abhor myself, and repent in dust and ashes. (Job 42:5‑6)). El patriarca se hunde, y también este fornido pescador. Esto me recuerda otra escena, en la historia de Isaías, donde él dice: "Vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y Sus faldas henchían el templo. Y encima de él estaban serafines: cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, y con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos: toda la tierra está llena de Su gloria" (Is. 6:1-3). Y cuando Isaías vio y oyó todo esto, clamó, "¡Ay de mí! que soy muerto; que siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos" (v. 5). La gloria de la presencia del Señor quebrantó a Isaías, como a Job, y como con el patriarca y con el profeta, vemos que ahora sucede con Pedro, el fornido pescador de Galilea. ¿Dónde le vemos? Humillado hasta el polvo ante Jesús.
Amigo, ¿Te has visto tú alguna vez llevado a la humildad de esta manera? Da gracias a Dios si así ha sido. Yo me he visto quebrantado, y he sentido a Jesús levantándome. Yo he llegado a conocer también aquello que Dios dijo a Job en su día, y lo que le dijo a Isaías. ¿Y qué es? Precisamente lo que Jesús le dice a Simón aquí—"No temas". Jesús le vino a decir, "Soy suficiente para ti." Esto es lo que Simón consiguió. Halló que no podía pasarse sin el Señor, por indigno y pecador que descubrió ser. Cuando se halló totalmente quebrantado en las profundidades del arrepentimiento y del juicio propio delante del Señor, aprendió cuál era Su gracia de una forma muy especial, en que el Señor Jesús le dijo, "Simón: No temas: Desde ahora pescarás hombres" (Lc. 5:10). Lo que en realidad le estaba diciendo era: "Cambié tu nombre la última vez; cambiaré ahora tu ocupación." La primera vez que Simón se encontró con el Señor, su nombre fue cambiado. Antes de entonces era un pecador que se dedicaba solamente a pescar peces ansiosamente, pero ahora Jesús le dice, "Desde ahora pescarás hombres." ¡Bendita y gozosa misión!
Pero, quizás me diréis, ¿Tenemos todos que abandonar nuestros negocios para ser cristianos? Ciertamente que no. Tal cosa no es necesaria en absoluto, y no es aquí el punto que se toca. La ilustración que tenemos aquí es de uno que le vuelve la espalda a lo que constituía su mundo. Leo ahora que, "Y como llegaron a tierra los barcos, dejándolo todo, Le siguieron" (v. 11). Se ven impulsados a seguir a Jesús ahora. No es un asunto de si debo abandonar mi negocio, ni se trataba solamente del asunto de darle la espalda a las ocupaciones ordinarias. Pedro (no tengo acerca de ello duda alguna) dice, "he acabado con la pesca. Voy a seguir al Señor. Voy a pescar hombres." Y empezó a seguirle, aunque en este momento su negocio era más próspero que nunca.
¿Cuándo vas a empezar a seguir al Señor? ¿Os oigo acaso decir, quisiera ir a Cristo cuando se me acerque la muerte? Solamente quieres darle lo que reste de una vida malgastada. No, esto no es lo que quiero ver; me agrada ver cuando un joven se acerca a Cristo, al principio de su vida, cuando tiene todo su frescor, y cuando puede dar la mayor parte de sus días al servicio del Señor. Algunas veces veo, cuando bajo por alguna calle, una placa con las palabras, "Cerrando el negocio." Sé lo que quiere decir. Que el negocio se está retirando del hombre. Un hombre nunca cierra su negocio cuando este es próspero. Cuando piensa en retirarse, lo vende. No es tan necio como para dejarlo a un lado cuando es próspero. Si está decayendo, entonces con mucha probabilidad no puede venderlo, por lo que pone esta placa: "Cerrando el negocio," en la ventana. Los negocios no se estaban retirando de Pedro el día en que los dejó. Nunca se veían tan brillantes como el día que les dio la espalda, y se dispuso a seguir al Señor.
Quizás hay algunos aquí que nunca hayan sido del Señor aún. Ahora, os ruego, ¡dadle vuestro corazón, vuestra vida, toda vuestra energía—daos a vosotros mismos—espíritu, alma y cuerpo! ¿No fue acaso una cosa apropiada, y hermosa en este caso que Pedro le siguiera? Creo que puedo verlo llegando a su casa y, encontrándose con su esposa, explicarle qué es lo que significa seguir al Maestro. Probablemente ella le preguntara. ¿Has pescado algo? ¡Si! Nunca en mi vida he pescado tanto. Y, ¿dónde está el pescado? Lo dejé en la orilla; yo voy a seguir al Maestro. ¿Y quién va a mantenernos si haces esto? ¿Como vamos a poder vivir si has dejado la pesca y vas a seguirle? Sus palabras fueron, "Venid en pos de mí" (Mc. 1:17), dice Pedro; me mandó que le siguiera, y voy a obedecerle ahora. Tuvo que ser un tiempo de prueba para Pedro como para su esposa, porque en aquel mismo momento en su propia casa "la suegra de Simón se hallaba acostada con calentura" (Mc. 1:30). Veis que Pedro era un hombre amable, compasivo; trajo a su suegra a su casa. No muchos jóvenes aceptan en sus casas a sus suegras; a menudo las consideran como una dudosa e incómoda presencia. Estas son las formas del mundo, amigos. Pero allí estaba ella enferma, y Jesús, yendo allí, la curó, de forma que la fiebre la dejó, y ella pudo servirles. Es maravilloso ver las maneras en que el Señor pone a las almas a bien con Él. ¿Pensáis que cuando Pedro empezó a seguir al Señor después de esto, su esposa pondría alguna objeción? Creo que no. El Señor se había ganado su corazón al haber salvado la vida de su madre. Creo que diría, "todo está bien ahora. Adhiérete a Él, vete y síguele; no guardes distancias con Él, porque ahora mi confianza está en Él. Él me ha mostrado que se ha interesado por mí." Esta es la forma en que Dios obra a menudo. El Señor entró en la casa de Pedro, y el corazón de la esposa quedó asegurado de Su profundo interés en todo lo que tocaba a la familia. Este pescador es llamado a seguir a Jesús, y para hacer que sus circunstancias domésticas sean fáciles, se engendra confianza en el corazón de la esposa mediante Su cuidado de los que se hallan en el hogar.
Amigos, Él es un Señor maravilloso, que nos llama a ti y a mí a que Le sigamos. Que el Señor os dé gracia para que Le sigáis. ¿Quién empezará? Pero hallarle es una cosa. Seguirle es otra. Aprenderéis qué es lo que significa llegar a ser una "piedra viva" al entrar en contacto con Cristo, y aprenderéis a seguirle cuando Él eclipse todo lo demás en la visión de vuestras almas. Diréis posiblemente, "Si me hallara en unas circunstancias diferentes seguiría a Cristo." No, no es cierto. Tus circunstancias son las mejores en que puedes hallarte, si tan solo lo supieras. Sabes para qué son las riendas. Son para el caballo. Mantienen a la bestia a la orden. Así hacen contigo tus circunstancias. Te mantienen sujeto. Si se rompen los diques, el río se desborda y lo destroza todo. Si las riendas se rompen, ¿qué sucede entonces? Por lo general un desastre. ¿Ves? No te preocupes por las circunstancias. Encontrarás que el Señor te sostendrá en toda circunstancia, e incluso las transformará en canales de Su gracia. Adhiérete al Señor, y dedícate a Él. Dale el lugar que merece en tu corazón aquí, y Él te sostendrá. "SIGUEME TU" parece que fue Su última palabra a Pedro (Jn. 21:2222Jesus saith unto him, If I will that he tarry till I come, what is that to thee? follow thou me. (John 21:22)). ¿No es esta también una palabra que se dirige a ti y a mí?