CAPÍTULO UNDÉCIMO

 
Los dos versículos que abren el capítulo 11 tal vez nos sorprendan. Podríamos haber pensado que, siendo Jerusalén ahora una ciudad amurallada, habría habido una fuerte competencia entre la gente por el privilegio de vivir en ella, pero evidentemente no fue así. Por el contrario, las ciudades rurales de Judá eran más atractivas, y por lo tanto se echaron suertes, y uno de cada diez del pueblo, sobre el que recayó la suerte, tenía que morar en la ciudad, y si alguno se ofrecía voluntariamente a habitar allí, el pueblo lo bendecía, como si hiciera un sacrificio al hacerlo. En el resto del capítulo se registran los nombres de los que habitaron allí, y también se dan algunos detalles de sus posiciones y de los servicios que prestaron. Sus nombres pueden significar poco para nosotros, pero pueden ser importantes en el venidero día de la restauración y bendición de Israel.
Lo que podemos aprender de ella es sin duda esto: que cualquier sacrificio hecho o servicio prestado por la obra y los intereses de Dios no se olvida, sino que se registra ante Él. Los nombres de los que no habitaron en Jerusalén, sino que se complacieron más en los otros lugares, están olvidados. Malaquías nos dice que en su día “se escribió un libro de memoria” delante del Señor “para los que temían a Jehová, y pensaban en su nombre”. Ese libro no era peculiar de los días de Malaquías. Existía en los días de Nehemías, y existe también en nuestros días. ¡No lo olvidemos!