Paz con Relación al Estado del Creyente

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Cuando el estado de alma del creyente está bien, y está caminando en comunión con el Señor, existen ciertos aspectos de la paz práctica que él va a disfrutar. Todo esto tiene que ver con el estado del creyente. Si descuida, sin embargo, andar con el Señor, no tendrá estos aspectos de la paz:
1) La Paz de Dios
(Filipenses 4:7)—Esta se refiere al estado de tranquilidad en el cual Dios mismo habita. Él ve y conoce todos los conflictos y problemas que ocurren en este mundo, pero ninguna de esas cosas perturba la paz en que Él habita. No es que Él sea indiferente a todo esto—Él está muy consciente del sufrimiento, dolor, violencia, etcétera y corregirá todo un día—pero esto no perturba Su paz. Pablo enseña en Filipenses 4 que Dios quiere que vivamos en la propia paz en que Él vive, para que nuestras mentes y corazones no sean turbados por las circunstancias preocupantes por las cuales pasamos en este mundo. Pablo dice que debemos traer delante de Dios en oración todo aquello que nos preocupa y nos incomoda y hacer que nuestras “peticiones” sean conocidas delante de Él (Filipenses 4:6). No dice que Dios necesariamente nos dará todo lo que pedimos, sino que Él nos dará la paz en estas situaciones estresantes de la vida (Filipenses 4:7). Pablo continúa diciendo que no sólo tenemos “la paz de Dios” en nuestras almas, sino que también tenemos “el Dios de paz” con nosotros en nuestras circunstancias (Filipenses 4:9). Es decir, Él nos concederá un sentido especial de Su presencia. Comparar Daniel 3:24-2524Then Nebuchadnezzar the king was astonied, and rose up in haste, and spake, and said unto his counsellors, Did not we cast three men bound into the midst of the fire? They answered and said unto the king, True, O king. 25He answered and said, Lo, I see four men loose, walking in the midst of the fire, and they have no hurt; and the form of the fourth is like the Son of God. (Daniel 3:24‑25). W. Scott dijo: “Oh, qué bueno es tenerle a Él como compañero de viaje, constantemente a nuestro lado, nuestro guía, guardián y amigo—¡el Dios de paz!” (Young Christian, vol. 5, p. 128).
Nunca podemos perder nuestra “paz con Dios,” pues está inseparablemente conectada con nuestra posición delante de Dios en Cristo. Pero si no traemos nuestras inquietudes y problemas a Dios en oración, no podremos tener la “paz de Dios” en nuestras almas y estaremos preocupados en cuanto a muchas cosas en las vicisitudes de la vida (Lucas 10:41).
2) La Paz de Cristo
(Juan 14:27; Colosenses 3:16)—Se refiere al estado de paz en el cual el Señor mismo vivió cuando anduvo por este mundo. Ninguno vio problemas como Él ni sufrió como Él. Los dolores que Él experimentó debido al odio y el rechazo de los hombres pesaban sobre Su corazón. Sin embargo, Él tomó todo en perfecta calma, sin ser indiferente. Esta calma vino de la aceptación de esas circunstancias como venidas de mano de Su Padre, en perfecta sumisión (Mateo 11:26). Así, Él vivió en paz (Marcos 14:61, 15:3-5) y durmió en paz (Marcos 4:37-41), y al final de Su senda en la tierra, dio esa paz a Sus seguidores (Juan 14:27), pues ellos tenían que pasar por el mismo mundo hostil.
La diferencia entre la paz de Cristo y la paz de Dios es que la paz de Dios resulta cuando traemos nuestros problemas y dificultades a Dios en oración, mientras que la paz de Cristo resulta cuando tomamos nuestros problemas y dificultades como venidos de Dios en sumisión.
3) Paz Entre Hermanos
(Romanos 14:19; 2 Corintios 13:11; Efesios 4:3; 1 Tesalonicenses 5:13; 2 Tesalonicenses 3:16; 2 Timoteo 2:22; Hebreos 12:14; Santiago 3:18; 1 Pedro 3:11)—Este aspecto de la paz tiene que ver con condiciones felices y pacíficas existentes entre hermanos. El salmista dijo: “¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos igualmente en uno!” (Salmo 133:1). Aunque esto está hablando de las tribus de Israel habitando juntas pacíficamente, el principio es aplicable a hermanos cristianos también. Satanás está haciendo todo lo posible para perturbar la paz entre hermanos. Los santos en cada asamblea local, por lo tanto, deben “ocuparse” en su “salvación” de los ataques malignos entre ellos, teniendo la humildad de Cristo y cada uno estimando al otro mejor que sí mismo (Filipenses 2:12).