Reconciliación

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Esto se refiere a la obra de Dios trayendo de vuelta a la unidad, la paz y la comunión, de aquello que se había apartado de Él. Envuelve tanto a personas (creyentes) como a cosas (Colosenses 1:20-22). El fundamento para la reconciliación descansa en lo que Cristo realizó en la cruz en Su muerte y en el derramamiento de Su sangre. Esto es mencionado por el apóstol Pedro, que dijo: “Cristo en verdad ha padecido una vez por los pecados, el Justo por los injustos, para llevarnos a Dios” (1 Pedro 3:18 – traducción J. N. Darby). Hay tres cosas indicadas en este verso:
•  “Ha padecido una vez por los pecados”—Esta es la propiciación.
•  “El Justo por los injustos”—Esta es la sustitución.
•  “Para llevarnos a Dios”—Esta es la reconciliación.
Nótese que Pedro coloca la propiciación y la sustitución (las dos partes de la expiación) antes de la reconciliación. Esto nos muestra que las demandas de la justicia divina en relación con el pecado tuvieron que ser resueltas primero antes de que Dios pudiese llegar a los hombres con bendición. Esto fue hecho en la propiciación (Romanos 3:25; Hebreos 2:17; 1 Juan 2:2, 4:10), que es el lado de Dios en la obra de Cristo en la cruz. Él satisfizo totalmente a Dios con relación a toda la epidemia del pecado, y así ha hecho que “todo el mundo” sea salvable (1 Juan 2:2). La sustitución, que es el lado del creyente de la obra de Cristo en la cruz, tiene que ver con lo que Cristo hizo en la cruz para los creyentes, llevando los pecados de ellos sobre Sí mismo y soportando el juicio en lugar de ellos (1 Pedro 2:24). Por haber resuelto el asunto del pecado en la cruz, Dios ahora puede tender la mano al hombre y reconciliar a los creyentes Consigo mismo en una base justa.
Como se ha mencionado, hay dos cosas envueltas en la obra de reconciliación de Dios:
•  La reconciliación de personas.
•  La reconciliación de cosas.
1) Reconciliación de Personas
El caos que el pecado causó en la caída del hombre fue mucho más devastador de lo que podríamos imaginar. No sólo deshonró a Dios y arruinó Su hermosa creación, sino que también trajo daño para el hombre y su posteridad—espiritualmente (en su espíritu y alma) y físicamente (en su cuerpo). Uno de los tristes resultados de la entrada del pecado en este mundo es que existen relaciones distanciadas entre los hombres y Dios. Sentimientos y pensamientos errados ahora dominan el corazón y la mente del hombre con relación a Dios (Colosenses 1:21). Por el pecado, los hombres, en su estado caído, se convirtieron en “aborrecedores de Dios” (Romanos 1:30) y, por lo tanto, tienen gran “enemistad contra Dios” (Romanos 8:7). Por eso, los hombres son “extraños y enemigos” de Dios (Colosenses 1:21). Esta condición de enemistad es toda del lado del hombre; fue el hombre quien pecó y se alejó de Dios. En su alejamiento, él desarrolló malos sentimientos y odio contra Dios.
Aunque el corazón del hombre en relación con Dios se haya corrompido, la disposición de Dios con relación al hombre no ha cambiado. Él todavía está dispuesto a favor de Sus criaturas, pues Él es el Dios inmutable (Malaquías 3:6). Esto puede verse en el hecho de que “Dios encarece su caridad para con nosotros, porque siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8). Así, en su confundido estado de pensamiento, el hombre ve a Dios como enemigo—pero Él no es para nada un enemigo. En verdad, Dios está buscando el bien y la bendición del hombre. Un cambio de corazón es desesperadamente necesario en el hombre, pero no en Dios, porque Él siempre ha amado al hombre. Por lo tanto, no es Dios quien precisa ser reconciliado hacia el hombre, sino el hombre hacia Dios. Si dijésemos que Dios necesita ser reconciliado, esto negaría Su “amor eterno” por el hombre (Jeremías 31:3; Juan 3:16). A veces, cuando las personas son movidas a ver su necesidad de ser salvas, piensan equivocadamente que, puesto que han pecado y se han alejado de Dios, tienen que hacer algo para tornar el corazón de Dios hacia ellas. Algunas piensan que necesitan derramar lágrimas, mientras que otras piensan que necesitan limpiar sus vidas y tornarse religiosos. Pero una vez más, esto demuestra un malentendido en cuanto al corazón de Dios. La verdad es que Su corazón siempre fue para con el hombre, y desde el día en que el pecado entró en la creación, Dios ha estado buscando la liberación y bendición del hombre.
Siendo este el caso, la Escritura no presenta la reconciliación como la conocemos hoy en el sentido moderno de la palabra. O sea, como teniendo que ver con dos partes que habían sido distanciadas, siendo aproximadas la una a la otra con cierto grado de compromiso, de modo que las relaciones entre ellas puedan volver a estar como estaban en el pasado. La reconciliación bíblica siempre trata el asunto como el hombre siendo traído de vuelta a Dios. Por lo tanto, cuando dice en algunas traducciones que somos reconciliados con Dios, más bien debería decir que somos reconciliados “a” Dios como en la traducción J. N. Darby (Romanos 5:10; 2 Corintios 5:20; Efesios 2:16; Colosenses 1:20). “Nosotros” recibimos “la reconciliación”—Dios no la recibe (Romanos 5:11; Colosenses 1:21). (Mateo 5:24 dice “vuelve primero en amistad con tu hermano” en el sentido de dos partes que se juntan. Pero “volver en amistad” es una frase diferente en el griego que la palabra traducida “reconciliación” en algunas versiones, y no es en conexión con las bendiciones del evangelio que estamos considerando.)
Existen cuatro pasajes principales en el Nuevo Testamento donde la reconciliación de personas es considerada—cada una ve el asunto desde un aspecto diferente:
•  Colosenses 1:19-22—para el agrado de la Divinidad.
•  Romanos 5:1-11—para el gozo del creyente en Dios.
•  Efesios 2:11-16—considerando la unidad entre los miembros del cuerpo de Cristo.
•  2 Corintios 5:19-21—como testimonio con relación al mundo.
Reconciliación para el Agrado de la Divinidad (Colosenses 1:19-22)—Este pasaje presenta la reconciliación desde la perspectiva de Dios; enfatiza lo que la reconciliación hace para el placer de Dios. Es, por lo tanto, el aspecto más elevado de la reconciliación, pues lo que pertenece a Dios siempre debe venir primero. Tiene que ver con Su obra de traer Sus criaturas y Su creación a un lugar donde Él puede deleitarse en ellos. El Espíritu de Dios dice “reconciliar todas las cosas á Sí” lo cual incluye “toda la plenitud de la Divinidad” (compare Colosenses 1:19 con Colosenses 2:9). Enfatiza el hecho de que las tres personas de la Deidad están profundamente interesadas en la bendición del hombre y están envueltas en su reconciliación a la comunión feliz Consigo en el terreno de la redención.
Este pasaje muestra que la condición caída del hombre es doble: él ha venido a ser un extraño y un enemigo de Dios (Colosenses 1:21). “Extraño” es lo que los hombres son por naturaleza; “enemigos” es lo que son por la práctica. Como extraño, el hombre ahora está lejos de Dios, moral y espiritualmente, sin relación con su Creador. Esta separación no fue sólo con Adán que pecó, sino también con toda la raza bajo él (Romanos 5:19 primera parte). El corazón del hombre está lleno de odio y enemistad contra Dios. Esta condición existe en cada persona perdida en la raza caída de Adán. Es evidente en la forma profana con la que los hombres utilizan Su santo nombre (Salmo 139:20) y en las “malas obras” que practican (Colosenses 1:21). Estas cosas han contribuido a que el hombre se aleje de Dios; los hombres tienen la sensación de que han hecho mal, y eso los hace alejarse de Aquel a Quien han ofendido.
En Colosenses 1, Pablo muestra que Dios, en gracia, ha superado esta condición doble del hombre caído en la gran obra de la reconciliación. Esto no significa que toda persona en el mundo esté ahora reconciliada, o que todos serán reconciliados, sino que una provisión ha sido hecha para alcanzar y restaurar a cada persona, si ellas estuvieren dispuestas. Él muestra que, para que Dios realizase la reconciliación, Cristo tenía que hacerse Hombre (vs. 19) e ir a la cruz para pagar el precio por el pecado y por los pecados (vs. 20). Así, la encarnación de Cristo trajo a Dios hasta el hombre. Dios ha llegado al hombre en la persona del Señor Jesucristo y Su corazón se ha manifestado plenamente. Sin embargo, la encarnación en sí misma no era suficiente para efectuar la reconciliación; también se requería la obra de Cristo en la cruz. Pablo indica esto al mencionar “la sangre de Su cruz” (vs. 20) y “el cuerpo de Su carne por medio de muerte” (vs. 22). Por lo tanto:
•  La encarnación trajo a Dios al hombre (vs. 19).
•  La muerte y el derramamiento de la sangre de Cristo traen a los hombres (los creyentes) a Dios (vs. 20).
El ser perdonado nos habría satisfecho a nosotros, pero no satisfaría a Dios. Lucas 15 ilustra esta gran verdad. El padre no estaba satisfecho en sólo dar al hijo pródigo los besos de perdón—él lo vistió con el mejor vestido, con un anillo y con zapatos en sus pies, para que sus ojos pudiesen descansar sobre su hijo con complacencia (Lucas 15:20-23). Así, aprendemos de eso, que Dios obra efectuando la reconciliación para que podamos ser encontrados en un estado adecuado delante de Él como “santos, y sin mancha, é irreprensibles” a Sus ojos, para que Él pueda encontrar Su placer en nosotros. Así, la reconciliación no sólo incluye el perdón de los pecados y la justificación, sino que va más allá para traer al creyente “cercano” a Dios en paz (Efesios 2:13). W. Kelly dijo: “La reconciliación, por lo tanto, es un término de rico significado, y va mucho más allá del arrepentimiento o la fe, la vivificación o la justificación” (Notes on the Second Epistle to the Corinthians, p. 114). Esto es el lado de Dios en este gran asunto.
Reconciliación para el Gozo del Creyente en Dios (Romanos 5:10-11)—Este pasaje presenta la reconciliación desde la perspectiva del creyente y muestra lo que Dios ha hecho para satisfacer la condición que este tenía habiéndose alejado de Él. Como “enemigos” de Dios, los hombres tienen enemistad y malos sentimientos hacia Dios. Sus malos sentimientos son producidos por su mala conciencia que los condena como pecadores. Les da una sensación de haber hecho mal, y eso los incomoda en cuanto a tener que encontrarse con Dios. Así, su conciencia obra para mantenerlos a una distancia de Dios.
A pesar de que tal condición prevalezca en la raza humana, Dios ha emprendido a removerla y a traer a los hombres (creyentes) de vuelta a Él. Este quinto capítulo de Romanos muestra que Dios, en gracia, ha dado el primer paso para la reconciliación del hombre. Él tuvo que hacer el primer avance, porque el hombre, dejado a sí mismo, en su condición caída, nunca haría un movimiento en dirección a Dios. Así, Dios mostró Su amor para con el hombre, al ofrecer un sacrificio por el pecado, y esto fue hecho a un gran costo para Sí mismo (Romanos 5:8).
Pablo continúa diciendo cómo es que Dios remueve la enemistad en el corazón de un pecador—es por medio de “la muerte de Su Hijo” (vs. 10). En este pasaje, el apóstol enfatiza el gran amor de Dios por el hombre. ¡Este es tan grande que Él quiso dar aún a Su propio Hijo para traer a los hombres a Sí mismo! Nótese que no se dice la muerte “de Cristo”, sino la muerte de “Su Hijo.” Esto enfatiza el afecto que existía en Su relación con Su Hijo. Dios tenía un único Hijo, y Él Lo amaba profundamente, ¡pero estaba dispuesto a darle para salvar a los pecadores! Por lo tanto, ¡el costo de este sacrificio para Dios es incalculable!
Cuando este gran hecho—que Dios ha ofrecido a Su muy amado Hijo para traer a los hombres de vuelta a Sí mismo—alcanza el corazón del pecador por el poder del Espíritu, su corazón es profundamente tocado. Entonces, conociendo que la disposición de Dios ha sido para con él todo el tiempo (aunque él haya albergado malos pensamientos para con Dios) es más de lo que su corazón puede soportar. El amor y la compasión de Dios prensan tanto su corazón que la enemistad que una vez habitó allí es totalmente disipada. Todos los malos sentimientos y el odio son removidos prontamente de su alma y “el amor de Dios está derramado” en su corazón por el Espíritu (Romanos 5:5, 5:8). Así, sus pensamientos para con Dios son todos cambiados, y Su Hijo, que se entregó para hacer eso posible, se convierte en la Persona más maravillosa y atrayente para él.
Al recibir a Cristo como Salvador, el corazón del creyente, que estaba una vez lleno de pecado y pensamientos errados para con Dios, está ahora lleno de paz y de amor, de modo que pueda gloriarse “en Dios” (Romanos 5:11). Antes se encontraba incómodo ante la idea de encontrarse con Dios, pero ahora se encuentra cómodo en Su presencia, y en verdad, se deleita en estar allí. En relación con este aspecto de la reconciliación, J. N. Darby observó: “Me siento en casa con Dios. Todos Sus sentimientos de gracia son para conmigo, y yo lo sé, y mi corazón es traído de vuelta a Él.” “Gloriarse en Dios” es la actitud adecuada del creyente. Su corazón se olvida de sí mismo, y se regocija en aquello que él posee en Dios y en Cristo.
En Romanos 5:11, la versión inglesa King James dice que el creyente recibe “la expiación”, pero esto es un error en la traducción; debe leerse “la reconciliación.” En la salvación de hombres y mujeres, Dios recibe la propiciación porque el pecado afrentó Su santidad, pero nosotros recibimos la reconciliación. Así, Pablo dice, “por el cual hemos ahora recibido la reconciliación” (vs. 11). Esto indica que es un hecho consumado; no es algo que estamos esperando recibir cuando el Señor venga.
Reconciliación con Respecto a Judíos y Gentiles en el Cuerpo de Cristo (Efesios 2:11-16)—Este aspecto de la reconciliación tiene que ver con la divergencia que ha existido en la raza humana durante miles de años entre judíos y gentiles. En la gran obra de la reconciliación, los hombres no son sólo reconciliados a Dios, sino también unos con otros en el cuerpo de Cristo.
El tema en la epístola a los Efesios tiene que ver con el gran plan de Dios para mostrar la gloria de Su Hijo en el cielo y en la tierra en el reino milenario venidero, por medio de un vaso de testimonio especialmente formado—la Iglesia, que es el cuerpo y la novia de Cristo. En este segundo capítulo, vemos a Dios salvando a los pecadores de entre los judíos y los gentiles y reuniéndolos en la Iglesia. Su deseo es que ellos puedan ahora habitar juntos en unidad práctica en este mundo antes de que el reino milenario sea establecido, y así dar testimonio al hecho de que son un solo cuerpo en Cristo. El problema es que ha habido una animosidad y preconcepto que data de largo tiempo entre aquellos a quienes Dios escogió para formar parte de esta compañía especial de creyentes. Hacer que los judíos y los gentiles habiten juntos es, humanamente hablando, imposible. A pesar de esto, Pablo muestra que la gran obra de reconciliación de Dios es tal que remueve este obstáculo.
En este pasaje en Efesios 2, Pablo explica cómo es que esto es hecho. Tanto los judíos como los gentiles precisan de reconciliación, no solamente a Dios, sino también uno para con los otros. Los gentiles están “lejos” de Dios (Efesios 2:13) y los judíos también están “lejos” de Dios (Mateo 15:8). Sin embargo, Pablo dice, “Porque Él (Cristo) es nuestra paz, que de ambos (judíos y gentiles) hizo uno.” El aspecto de la “paz” que Pablo menciona aquí es paz racial. Es uno de los tres aspectos de la paz relacionados con la posición del creyente en Cristo—todos los cuales pertenecen a los creyentes en el momento en que son salvos y sellados con el Espíritu (Véase Paz). Dios establece esta paz racial entre aquellos que creen por medio de la “anulación” (y no la “abolición” como es traducido en la versión Reina-Valera) de lo que dio causa a la enemistad entre judíos y gentiles—“la ley de los mandamientos.” La Ley de Moisés no fue abolida; todavía tiene su aplicación para los que están en la carne, mostrándoles que son pecadores (1 Timoteo 1:9-10). Pero para aquellos que creen, y así forman parte de esta nueva compañía celestial (la Iglesia), la ley es “anulada.”
La enemistad ha sido anulada por el hecho de Dios “tomar” a creyentes judíos y gentiles y librarlos de las posiciones anteriores que tenían en la carne (Hechos 15:14, 26:17), convirtiéndolos en miembros del cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:12-13). Así, Él ha eliminado la distinción entre judíos y gentiles. Quienes formamos parte de esta nueva compañía no somos ni judíos ni gentiles (Gálatas 3:28; Colosenses 3:11). Para los creyentes, la pared intermedia de separación fue derribada, y Dios hizo de los dos “un nuevo hombre.” El “un nuevo hombre” es Cristo (la Cabeza en el cielo) ligado a los miembros de Su cuerpo en la tierra por la habitación del Espíritu. Por lo tanto, en el nuevo hombre, ya no existe judío, ni existe el gentil, ¡y con ellos, desapareció la enemistad que antes existió!
Reconciliación Anunciada al Mundo (2 Corintios 5:18-22)—Este pasaje muestra que después de que Dios reconcilia a los creyentes Consigo mismo, Él los usa como instrumentos para anunciar la verdad de la reconciliación al mundo. Esto es hecho por la predicación del evangelio. Efesios 2:17 alude a esto. Dice que el Señor “anunció la paz á vosotros que estabais lejos (los gentiles), y á los que estaban cerca (los judíos).” Podríamos preguntarnos, ¿cómo podría el Señor estar predicando en la tierra cuando ha regresado al cielo? Pero este hecho sólo ilustra la gran verdad del “un nuevo hombre.” Cristo está predicando al mundo hoy a través de los miembros de Su cuerpo. (Comparar Hechos 9:4)
Estos versículos en 2 Corintios 5 muestran que Dios estaba trabajando para traer al mundo (o sea a personas) de regreso a Él por el ministerio del Señor Jesús cuando estaba aquí en la tierra. Estos versículos también muestran que esta obra fue transmitida a los apóstoles y a otros trabajadores cristianos en el tiempo de la ausencia de Cristo. Su ministerio era “buscar y ... salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10). Así, como Pablo dice, “Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo a Sí.” Él agrega: “No imputándole sus pecados [ofensas].” Esto significa que el Señor no condenó a los pecadores con los cuales interactuó (Juan 3:17, 8:11). Sin embargo, a pesar de todo el amor y la bondad mostrados por medio del ministerio del Señor, todos Le rechazaron, excepto un remanente de creyentes—Su misión para con los pecadores parecía ser en vano (Isaías 49:4).
Ahora que Cristo fue quitado de este mundo a través de la muerte, Pablo dice: Dios “puso en nosotros la palabra de la reconciliación.” El “nosotros” aquí primeramente se refiere a los apóstoles, pero también incluye a otros trabajadores cristianos que actualmente están envueltos en la obra del evangelio. Es llamada “la palabra” de la reconciliación porque tiene que ver con comunicar la verdad del evangelio, y hacemos esto utilizando palabras. Pablo dijo: “Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio nuestro; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios.” Por eso, somos un pueblo reconciliado en un mundo no reconciliado, anunciando un mensaje de reconciliación. La historia de Mefiboset ilustra (en figura) la verdad de la reconciliación (2 Samuel 9).
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Hay un aspecto de la reconciliación de personas que es puramente una cosa exterior; esto no significa que todos los que son reconciliados sean salvos (Romanos 11:15). Este aspecto de la reconciliación tiene que ver con Dios trayendo al mundo gentil a un lugar de proximidad relativa a Sí mismo, en este Día de Gracia. El hecho de que Israel ha rechazado el evangelio y que, por consecuencia, ha sido puesto de lado temporalmente, ha abierto una gran oportunidad para los gentiles hoy—en que el evangelio ha sido enviado por todo el mundo. Así, ha sido llamada reconciliación “provisional” o “dispensacional.” Como se ha mencionado, esto no significa que el mundo entero haya sido salvado y reconciliado en el sentido en el que ya hemos considerado, sino que el privilegio de ser bendecido por creer en el evangelio ha sido extendido a ellos. Por lo tanto, el mundo gentil es visto como estando cercano a Dios en el día de hoy, mientras que Israel es dejado de lado. Es una proximidad relativa a Dios.
2) Reconciliación de Todas Las Cosas
La segunda parte de la reconciliación tiene que ver con las cosas creadas. Esto acontecerá en un día venidero en que la Divinidad va a “reconciliar todas las cosas á Sí” (Colosenses 1:20).
En Colosenses 1:16, Pablo dice que “todo fué criado por Él y para Él.” El gran propósito de la creación es, en última instancia, para Dios que la creó (Apocalipsis 4:11). Sin embargo, dado que la creación ha sido manchada por el pecado, para que Dios pueda tener complacencia en ella, tiene que ser libertada de “la servidumbre de corrupción” (Romanos 8:21-23). Sólo entonces podrá ser usada debidamente para el propósito para el cual Dios la creó—para ser el escenario en el cual exhibirá la gloria de Su Hijo.
Toda la creación (cielo y tierra) se ha visto afectada por el pecado y está contaminada. Todo debe ser vuelto a su adecuada relación con Dios. La creación inferior está actualmente sufriendo bajo los efectos del pecado y necesita ser redimida—liberada (Efesios 1:14). A pesar de que la creación no se ha apartado de Dios por su propia voluntad (Romanos 8:20), aun así, ha sido contaminada y necesita ser purificada (Job 15:15, 25:5). En virtud de la sangre de Cristo, Dios puede, y va a efectuar, en el día venidero, la purificación de la creación (Hebreos 9:23). Él va a quitar la creación material de las manos de los hombres pecadores y la libertará para el uso de Dios. En la Aparición de Cristo, Dios libertará a la creación de su esclavitud y entonces comenzará a reconciliar Consigo todas las cosas creadas. Esta obra no terminará hasta que todo rastro de pecado desaparezca en la creación—lo que no se alcanzará hasta que el Estado Eterno comience y todo sea hecho nuevo.
Nótese que, aunque Colosenses 1:20 dice que “todas las cosas” serán reconciliadas, no dice que todas las personas serán reconciliadas. Esto muestra que la voluntad del hombre puede resistir la gracia de Dios. Todos los que no crean “la palabra de la reconciliación” tendrán su fin en una eternidad perdida. No hay ninguna reconciliación para seres infernales—el diablo y sus ángeles, y los hombres incrédulos.