Pecado [Folleto]

Pecado
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#7451
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“Todo lo que no proviene de fe, es pecado”  (Romanos 14:23). “Al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Santiago 4:17). “Toda injusticia es pecado” (1ª Juan 5:17).

El pecado es el ejercicio de la voluntad humana en contra de la voluntad de Dios. Cuando Adán y Eva estaban en el principio en el huerto de Eden, Dios les mandó no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Luego el diablo, apare­ciendo como una serpiente, engañó a Eva y ella comió desobedeciendo al mandato de Dios. Des­pués ella dio a Adán y aunque no fue engañado, sabiendo lo que hacía él también comió en des­obediencia. Así entró el pecado en el mundo. Desde aquel momento toda persona nacida de la descendencia de Adán tiene una naturaleza que le gusta el pecado porque somos “engendrados de sangre...de voluntad de carne...de voluntad de varón.” Una criatura recién nacida no es ino­cente, sino pecadora por naturaleza. Cuando em­pieza a ejercer esa naturaleza, el resultado invariable son los hechos del pecado. Es como un árbol que lleva frutos amargos. Ningún trata­miento ha de mejorar el fruto. Es cuestión de la planta misma en su naturaleza. Ningún trata­miento bueno de la naturaleza pecaminosa mejo­rará lo que produce: siempre será pecado.

Dios dio una ley perfecta en los tiempos anti­guos para que el hombre se diese cuenta que era pecador. “Por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Romanos 3:20). Antes que la ley fuese dada por Moisés, ya había pecado en el mundo, pero el hombre no se dio cuenta hasta que Dios dio la ley. Siempre fue pecado cometer adul­terio, pero cuando Dios le dijo, “No cometerás adulterio,” entonces el hombre podía darse cuen­ta que pecaba.

“No hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Roma­nos 3:22‑23). Aunque su historia no sea igual a la mía, con todo hay algo que mancha a todos—el pecado.

El pecado siempre separa. El hombre fue hecho a imagen de Dios y no habiendo el pecado, podía andar en comunión con Dios. Tan pronto como Adán y Eva pecaron, la comunión con Dios se rompió. Dios, siendo santo, no puede estar en co­munión con el pecado. Mientras no se resuelva este problema no podemos tener el gozo, la satis­facción y el cumplimiento que solo Dios puede dar. Vivir en tal estado no es vida en el sentido que Dios quiere que gocemos, sino muerte (no fí­sica sino espiritual).

Nosotros no pode­mos solucionar el pro­blema. Pero Cristo vino precisamente para re­solverlo. Él no tenía pe­cado, y siendo el Santo de Dios, podía ofrecerse en sacrificio aceptable a Dios por nosotros. La Escritura nos dice clara­mente, “Cristo murió por nuestros pecados” (1ª Cor. 15:3). El Señor Jesucristo pagó así en Su to­talidad la deuda que nosotros debíamos a Dios tocante al pecado. “La paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). Dios quedó tan satisfecho que levantó de los muertos a nuestro Señor Jesu­cristo y promete perdón de pecados a todo aquel que cree en Cristo. “Todos los que en Él creye­ren, recibirán perdón de pecados por Su Nom­bre” (Hechos 10:43). Después de que Cristo murió, un soldado le abrió Su costado con una lanza y salió sangre y agua. El Apostol Juan nos dice, “La sangre de Jesucristo Su Hijo nos limpia de todo pecado” (1ª Juan 1:7). Solo así nuestros pecados pueden ser quitados de delante de la vista de Dios y podemos estar en comunión con Él.

Amigo, ¿está resuelta la cuestión de sus pecados?

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