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“Todo lo que no proviene de fe, es pecado” (Romanos 14:23). “Al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Santiago 4:17). “Toda injusticia es pecado” (1ª Juan 5:17).
El pecado es el ejercicio de la voluntad humana en contra de la voluntad de Dios. Cuando Adán y Eva estaban en el principio en el huerto de Eden, Dios les mandó no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Luego el diablo, apareciendo como una serpiente, engañó a Eva y ella comió desobedeciendo al mandato de Dios. Después ella dio a Adán y aunque no fue engañado, sabiendo lo que hacía él también comió en desobediencia. Así entró el pecado en el mundo. Desde aquel momento toda persona nacida de la descendencia de Adán tiene una naturaleza que le gusta el pecado porque somos “engendrados de sangre...de voluntad de carne...de voluntad de varón.” Una criatura recién nacida no es inocente, sino pecadora por naturaleza. Cuando empieza a ejercer esa naturaleza, el resultado invariable son los hechos del pecado. Es como un árbol que lleva frutos amargos. Ningún tratamiento ha de mejorar el fruto. Es cuestión de la planta misma en su naturaleza. Ningún tratamiento bueno de la naturaleza pecaminosa mejorará lo que produce: siempre será pecado.
Dios dio una ley perfecta en los tiempos antiguos para que el hombre se diese cuenta que era pecador. “Por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Romanos 3:20). Antes que la ley fuese dada por Moisés, ya había pecado en el mundo, pero el hombre no se dio cuenta hasta que Dios dio la ley. Siempre fue pecado cometer adulterio, pero cuando Dios le dijo, “No cometerás adulterio,” entonces el hombre podía darse cuenta que pecaba.
“No hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:22‑23). Aunque su historia no sea igual a la mía, con todo hay algo que mancha a todos—el pecado.
El pecado siempre separa. El hombre fue hecho a imagen de Dios y no habiendo el pecado, podía andar en comunión con Dios. Tan pronto como Adán y Eva pecaron, la comunión con Dios se rompió. Dios, siendo santo, no puede estar en comunión con el pecado. Mientras no se resuelva este problema no podemos tener el gozo, la satisfacción y el cumplimiento que solo Dios puede dar. Vivir en tal estado no es vida en el sentido que Dios quiere que gocemos, sino muerte (no física sino espiritual).
Nosotros no podemos solucionar el problema. Pero Cristo vino precisamente para resolverlo. Él no tenía pecado, y siendo el Santo de Dios, podía ofrecerse en sacrificio aceptable a Dios por nosotros. La Escritura nos dice claramente, “Cristo murió por nuestros pecados” (1ª Cor. 15:3). El Señor Jesucristo pagó así en Su totalidad la deuda que nosotros debíamos a Dios tocante al pecado. “La paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). Dios quedó tan satisfecho que levantó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo y promete perdón de pecados a todo aquel que cree en Cristo. “Todos los que en Él creyeren, recibirán perdón de pecados por Su Nombre” (Hechos 10:43). Después de que Cristo murió, un soldado le abrió Su costado con una lanza y salió sangre y agua. El Apostol Juan nos dice, “La sangre de Jesucristo Su Hijo nos limpia de todo pecado” (1ª Juan 1:7). Solo así nuestros pecados pueden ser quitados de delante de la vista de Dios y podemos estar en comunión con Él.
Amigo, ¿está resuelta la cuestión de sus pecados?