El Espíritu Correcto De La Disciplina

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«Reconoce asimismo en tu corazón, que como castiga el hombre a su hijo, así Jehová tu Dios te castiga». Esta palabra bendita es siempre buena y vigente en medio de cualquier circunstancia; sea con la disciplina individual o sea con la disciplina colectiva; asimismo en los casos del Nuevo Testamento como 1a Cor. 5, o en los casos como Heb. 12. Nuestro Padre nunca se aparta de este principio, nunca emplea la vara salvo que sea por su gran motivo de amor perfecto. La santidad es el objeto final, el motivo es amor. La disciplina fiel es siempre una forma del amor de Dios en acción. Siempre es saludable y bueno recordarlo. La rectitud de juicio y ternura de corazón deben ser combinadas en nosotros como están en Dios. Todo lo que sea justo se tiene que aprender de los caminos de Dios, manteniéndonos en sumisión, para no mezclar y confundir lo que es de Él con lo que viene de nosotros. «Mezclar y confundir» no son términos de suficiente fuerza, porque definitivamente es daño el resultado de hacer una cosa justa en una manera injusta.
La manera en que se debe ejercer la disciplina en la asamblea es muy clara en 1a Cor. 5, como también los justos requisitos del Señor; mas tenemos que quitarnos a nosotros mismos de la escena, para tener la perspectiva para poder ver el espíritu que se debe utilizar en nuestras acciones. Hasta leer 2a Cor. no aprendemos cuanto le costó al apóstol Pablo, inspirado por el Espíritu, escribir 1a Cor. 5. Mientras que no fuesen los corintios quebrantados y con duelo, no pudiera Pablo expresar cuánto padecía él. No es sencillamente una cuestión de que los corintios debían humillarse por causa de la triste maldad con que estaban conectados; sino que es más amplio y profundo el asunto, es decir que los que están en el camino de la verdad deben enseñarles a los que están en el error con su propia conducta. Pablo, que andaba con razón, es el primero en sentir con el corazón quebrantado y pesar por el pecado de los corintios, y lo hizo para inducir que los corintios sentiesen igual, para que ellos, a su debido tiempo, conduzcan al culpable a arrepentirse. Pablo trataba con y escribía principalmente a los corintios, y ellos con el culpable, el duelo de ellos siendo calculado, sobre todo, para tocar la conciencia del culpable, y ganar su corazón para el Señor.
La disciplina no puede ser sólo la excomunión, aunque ésta puede ser necesaria por la santidad del Señor, más junto con la disciplina tiene que asumirse la pena y culpa en comer del «sacrificio por el pecado» en el lugar santísimo, confesando el pecado por si mismo y juzgándolo, siempre con una visión hacia la restauración del culpable. Aplicar 1a Corintios capítulo 5 sin darse cuenta de 2a Corintios capítulos 2 y 7 traerá mucha confusión y daño. Cuando es así los santos se forman como una corte de justicia y sentencian a muchos sin darse cuenta en su conciencia que cada sentencia es contra sí mismo, y les llevará a un castigo propio. Estas son las palabras que el apóstol escribió de lo que sentía cuando escribía la primera epístola: «Porque por la mucha tribulación y angustia de corazón os escribí con muchas lágrimas», y el efecto resultante en los santos por el espíritu de su carta es esto: «Porque he aquí, esto mismo que según Dios fuisteis contristados, cuánta solicitud ha obrado en vosotros, aún defensa, aún enojo, y aún temor, y aún gran deseo, y aún celo, y aún vindicación». El único camino de limpiarnos, según Dios, es asumir la pena del pecado como hizo Dios.
Este es un principio que con Dios no cambia. Al igual como fue con Israel en tiempos pasados, así es con la iglesia. Cuando el pueblo del Israel antiguo cruzó el río Jordán, y viendo la caída de Jericó, como Jehová castigó al enemigo, llegaron a Haí esperando que aconteciera igual. Ellos, como los corintios, fallaron al descuidarse, y por su indiferencia a lo malo, dejaron que Acán tomase del anatema. La historia es muy notable, no dice que «Acán», sino que «los hijos de Israel cometieron prevaricación» (Josué 7:1). Todos tenían su parte en el hecho. Y el pueblo se juzgó a si mismo delante del mismo culpable. Tanto para nosotros como para Josué ésto no es muy fácil de entender y hacer. Son muy tristes las palabras que dijeron. «¡Ojalá nos hubiéramos quedado de la otra parte del Jordán!» Esto es, no nos gusta que la disciplina les caiga a los muchos del pueblo antes que al reo. Mas éste es el principio de la disciplina.
Este principio no fue usado sólo en el tiempo de Josué, cuando la casa de Israel estaba en orden, sino también en el fin de la época de los Jueces. Cuando los tribus uno al otro vivían aislados, y «no había rey en Israel, cada uno hacía lo que bien le parecía». Este es el principio que lleva a toda perversidad. Los «ídolos de talla y de fundición» en la casa de Micaía, y la astucia del levita con idolatría eran condiciones muy tristes. Mas Israel no afrontó la maldad hasta que creció a la apostasía, el pecado de Sodoma, y el pecado que trajo el diluvio sobre la tierra. Entonces fue que la sensibilidad moral del pueblo de Israel tomó acción, y reunieron «todos los hijos de Israel . . . como un sólo hombre . . . a Jehová en Mizpa» (Jueces 20:1). El significado de «Mizpa» es torre de vigilancia, e indica que ellos debían vigilarse. Cuando Jehová los tiene una vez reunidos juntos, empieza de nuevo con el mismo principio de castigar a los muchos del pueblo antes que al culpable. Y la lección les costó las vidas de cuarenta mil hombres de los suyos para aprender su conexión con la iniquidad de Benjamín. ¡No!, fue aún más, «Entonces subieron todos los hijos de Israel, y todo el pueblo, y vinieron a la casa de Dios; y lloraron, y se sentaron allí delante de Jehová, y ayunaron aquel día hasta la tarde; y sacrificaron holocaustos y pacíficos delante de Jehová». Solo fue después de esta dolorosa experiencia, que obraba bien en ellos, que pudo Dios mostrarse a su favor y prepararlos para tratar con justicia a Benjamín, su hermano.
Cristianos que no vean su posición en la tierra de promesa celestial, no ven ni reconocen este principio. No están en el terreno desde donde pueden reconocer este principio. Mas cuando estamos en la posición de los efesios, sea un Josué o uno de los jueces, tenemos que recordar que Dios nos trata conforme a lo que Él es, y también conforme a lo que nosotros debemos ser.