Vida Eterna

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En los evangelios sinópticos de Mateo, Marcos y Lucas, el término vida eterna se refiere a tener la vida divina de Dios en la tierra en el reino milenario de Cristo (Mateo 19:16, 19:29, 25:46; Marcos 10:17, 10:30; Lucas 10:25, 18:18, 18:30, etcétera). Esto fue prometido en el Antiguo Testamento (Salmo 133:3; Daniel 12:22And many of them that sleep in the dust of the earth shall awake, some to everlasting life, and some to shame and everlasting contempt. (Daniel 12:2)) y tendrá cumplimiento en el remanente de Israel (Apocalipsis 7:1-8) y los creyentes de las naciones gentiles (Apocalipsis 7:9-10) en un día venidero.
Sin embargo, en el evangelio de Juan y en las epístolas del Nuevo Testamento, vida eterna tiene un significado completamente diferente, donde es presentada como algo celestial. En este aspecto cristiano, vida eterna tiene que ver con la posesión de vida divina de acuerdo con la relación que los cristianos tienen con el Padre y el Hijo. El Señor la definió como: “Esta ... es la vida eterna: que Te conozcan el solo Dios verdadero, y á Jesucristo, al cual has enviado” (Juan 17:3). Esta es una bendición exclusivamente cristiana, poseída “en Cristo” (Romanos 6:23; 2 Timoteo 1:1). F. G. Patterson dijo: “La vida eterna es el término cristiano para aquello que tenemos en Cristo; por ella somos traídos a la comunión con el Padre y el Hijo y, por tanto, tenemos una naturaleza adecuada para el cielo” (Scripture Notes and Queries, p. 112).
La vida eterna, en este sentido cristiano, es llamada así porque se refiere a una calidad especial de vida divina que el Padre y el Hijo han disfrutado juntos en comunión con el Espíritu Santo, eternamente. Antes de la venida de Cristo al mundo, este aspecto de la vida divina era desconocido por los hombres—estaba “con el Padre” en el cielo (1 Juan 1:2). Mas ahora ha sido dada a los cristianos (Juan 3:16; 1 Juan 5:13, etcétera) por la cual ellos son capaces de disfrutar de la comunión con el Padre y el Hijo (Juan 17:3; 1 Juan 1:3).
Contrario a lo que muchos cristianos piensan, la “vida eterna” no es una descripción de la duración de la vida divina, sino más bien una descripción del carácter y de la calidad de la vida divina. Por lo tanto, “vida eterna” no significa “vida que dura para siempre.” Puesto que toda vida humana dura para siempre— independientemente de si una persona es salva o no—el término ciertamente debe significar más que una vida de duración interminable. H. Nunnerley dijo: “Mucha mala comprensión ha surgido en cuanto a la vida eterna, limitando su significado a la duración sin fin de la existencia y la seguridad eterna de aquellos que poseen esta vida” (Scripture Truth, vol. 1, p. 195). A. C. Brown dijo que la vida eterna “no significa meramente que tenemos vida que dura para siempre. Tampoco se refiere particularmente a nuestro primer encuentro con el Salvador, como ha sido subrayado por algunos evangelistas” (Eternal Life, p. 4). H. M. Hooke comentó: “Muy pocos de nosotros nos esforzamos en detenernos y pensar lo que es la vida eterna. Recuerdo una vez haber preguntado a una hermana anciana si ella me podría decir lo que era la vida eterna. ‘Oh, ¡sí!’ ella dijo, ‘es la perpetuidad de la existencia’. ‘Entonces’, le dije, ‘usted no tiene nada más de lo que el diablo tiene—¡porque él tiene la perpetuidad de la existencia!” Creo que lo que ella dijo es un entendimiento común. Incluso los perdidos tienen perpetuidad de la existencia; pues van a pasar la eternidad en el lago de fuego, pero no tienen la vida eterna” (The Christian Friend, vol. 12 [1885], p. 230).
Muchos confunden la vida eterna con el nuevo nacimiento, pero estos términos no son sinónimos. Ambos tienen que ver con poseer vida divina, pero la vida eterna es tener la vida divina en su sentido más pleno, lo que hizo necesario la venida del Hijo de Dios. El Señor dijo: “He venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10). Antes de Su venida al mundo, las personas no conocían este carácter de vida divina. No es que existan dos tipos diferentes de vida divina. La vida dada en el nuevo nacimiento y la vida eterna son la misma vida en esencia. Es la propia vida de Cristo—de hecho, Él es llamado “aquella Vida Eterna” (1 Juan 1:2). La diferencia es que nacer de nuevo es tener la vida divina en embrión, por así decirlo; mientras que la vida eterna es la vida en su plenitud. Lo mismo podría ser dicho de la vida en una semilla de manzana en contraposición a la vida en un árbol de manzana adulto. Ambos tienen la misma vida, pero una no se ha desarrollado.
La posesión de la vida eterna en su sentido cristiano involucra cuatro cosas:
1) Conocer a Dios Como Padre
(Juan 17:3) Esto requirió la venida de Cristo al mundo para revelar al Padre (Juan 1:18, 14:6-11). J. N. Darby dijo: “La revelación del nombre del Padre trae consigo la vida eterna” (Notes and Jottings, p. 102). H. Nunnerley, dijo: “La vida eterna es una vida de comunión, de participación en las relaciones divinas, un conocimiento práctico del Padre y Su Enviado” (Scripture Truth, vol. 1, p. 197). (“Padre” es usado algunas veces en el Antiguo Testamento en referencia a Dios, pero está denotando Su cuidado para con Su pueblo como un padre guía y cuida de su familia. No se utiliza como un nombre de Dios revelando Su persona como tal, como es revelado en el Nuevo Testamento. Algunos ejemplos son: Isaías 63:16, 64:8; Jeremías 3:4.)
2) Creer en Cristo el Hijo de Dios
(Juan 3:16, 3:36, 5:24, 6:47; Romanos 6:23, etcétera)
3) Conocer la Obra Consumada de Cristo en la Cruz
(Juan 3:14-15)
4) Ser Habitado por el Espíritu Santo
Juan 4:14, que trae al creyente en una relación con el Padre y con el Hijo. F. G. Patterson dijo: “Tenemos vida eterna en Cristo—Cristo vive en nosotros; y esta vida eterna nos lleva a la comunión con el Padre y el Hijo, lo que no podría acontecer hasta que el Padre fue revelado en Él y el Espíritu Santo fue dado, por medio del cual la disfrutamos” (Words of Truth, vol. 3, p. 178). A. C. Brown dijo: “La vida eterna se refiere a la vida de Dios disfrutada en comunión con el Padre y el Hijo por medio del Espíritu Santo que habita en nosotros” (Eternal Life, p. 4).
Así, aunque los santos del Antiguo Testamento fueron sin duda nacidos de nuevo (y así tenían vida divina), ellos no podían haber tenido vida eterna, simplemente porque el Señor Jesús aún no había venido para revelar al Padre, ni Él había sido revelado como el Hijo de Dios, ni había consumado la redención, ni había subido a lo alto para enviar al Espíritu Santo. H. M. Hooke dijo: “Me he quedado impresionado al examinar las Escrituras del Antiguo Testamento y no encontrar ni una sola instancia mencionando un santo del Antiguo Testamento que tuviese vida eterna; no se conocía” (The Christian Friend, vol. 12 [1885], p. 230). A J. N. Darby le preguntaron: “‘¿No tenían los santos del Antiguo Testamento vida eterna?’ Él respondió: ‘En cuanto a los Santos del Antiguo Testamento, la vida eterna no forma ninguna parte de la revelación del Antiguo Testamento, aun suponiendo que los santos del Antiguo Testamento la tuviesen’” (Notes and Jottings, p. 351). Él también dijo, “El conocimiento de Dios, del Padre, del Hijo, y del Espíritu de filiación, la conciencia de estar en Cristo y Cristo en nosotros, la comunión con el Padre y el Hijo, nada de esto poseían los Santos del Antiguo Testamento” (Collected Writings, vol. 10, p. 26). F. G. Patterson dijo: “No se puede entonces decir que ellos [los santos del Antiguo Testamento] tenían vida eterna. Ella sólo fue traída a la luz por medio del evangelio (2 Timoteo 1:10; Tito 1:2, etcétera).” (Scriptures Notes and Queries, p. 66).
Enseñar que los santos del Antiguo Testamento tenían vida eterna obscurece la distinción entre los dos Testamentos y las bendiciones y privilegios que distinguen a la Iglesia con respecto a Israel. Es un error de la Teología del Pacto, que considera a Israel y la Iglesia como un pueblo con bendiciones iguales.
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Hay dos aspectos de la vida eterna en su sentido cristiano. No sólo se refiere al carácter de la vida divina en el creyente como una posesión presente (Juan 3:15-16, 3:36), sino que también se refiere a una esfera de vida en la cual el creyente debe vivir en comunión con el Padre y el Hijo (Juan 17:3; 1 Timoteo 6:12, 6:19). Usamos la palabra “vida” de forma semejante al describir una esfera en la cual una persona habita—por ejemplo: “la vida del campo,” “la vida urbana,” etcétera. En este último sentido, la vida eterna es un ambiente de vida en que todo es luz y amor, y en que la comunión con el Padre y el Hijo lo es todo. En virtud de que el Espíritu habita en nosotros, podemos vivir en esa esfera ahora mientras estamos aquí en la tierra (Juan 4:14; 1 Juan 5:11-13). Así, alguien bien dijo que la vida eterna es “una condición de cosas fuera de este mundo,” en la cual el creyente vive por el Espíritu.
El apóstol Pablo se refiere a este aspecto de la vida eterna como algo en que entraremos en el futuro, cuando seamos recibidos en el cielo en nuestro estado glorificado (Romanos 2:7, 5:21, 6:22-23; Gálatas 6:8; 1 Timoteo 1:16, 6:12, 6:19; Tito 1:2, 3:7). Esto no significa que no podemos disfrutar de esta vida ahora. Podemos ciertamente disfrutarla ahora por el Espíritu, pero luego estaremos en esta vida en su plenitud. Por otro lado, el apóstol Juan habla de la vida eterna en el creyente como una posesión presente (Juan 3:15, etcétera), aunque habla de ella también en su sentido futuro (Juan 4:36, 12:25).