Un Viejo Predicador [Folleto]

Un Viejo Predicador
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English:
A Preacher of the Old School
Language:
Spanish
BTP#:
#3442
Page Size:
3.5" x 5.5"
Pages:
4 pages

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Muchos predicadores están dejando a un lado las ideas antiguas acerca de la caída y ruina moral del hombre. No les dicen claramente a la gente que son pecadores culpables ante un Dios santo. Hay, sin embargo, un predicador de la vieja escuela quien todavía habla sin temor, como an­tes. No es muy popular, pero predica a todo el mundo. Usa el mismo lenguaje conocido por to­das las regiones. Visita a los pobres como a los ri­cos. Predica a los de cualquier religión y aun a los que no tienen religión.

Su tema es el mismo y muy elocuente; a me­nudo mueve sentimientos que ningún otro predi­cador podría alcanzar, y trae lágrimas a los ojos de los que casi nunca lloran. Se dirige siempre a la conciencia y al corazón. Nadie puede refutar sus argumentos; ni hay corazón que no se con­mueva con la fuerza de su predicación. La mayor parte de la gente lo odia, pues tiemblan en su presencia, pero de una manera u otra siempre se hace oír.

No es elegante, ni cortés. De hecho, a menudo interrumpe los actos públicos y se entremete en los goces privados de la vida. Llega a la tienda, a la oficina, a la fábrica; aparece entre legisladores, se introduce entre la gente de alta posición, y en re­uniones religiosas en tiempos muy inoportunos. Se llama ¡La muerte!

Ocupa un lugar en los diarios. Las tumbas le sir­ven de púlpito, sus congregaciones van y vienen del cementerio. La ausencia repentina del vecino, la separación solemne del ser querido, del amigo fiel; el vacío tremendo dejado por la esposa que partió o el hijo idolatrado que se fue, todo esto han sido sermones elocuentes del viejo predicador.

Algún día, muy pronto, tú le servirás de texto y por el círculo desolado de tu familia predicará a otros al lado de tu sepulcro. Dale gracias a Dios que ahora estás en el mundo de los vivientes y que todavía no has muerto en tus delitos y pecados.

Podrás deshacerte de la Biblia; burlarte de su en­señanza; menospreciar sus avisos; rechazar al Sal­vador de quien trata. Podrás rehusar de tener contacto con el predicador del evangelio. No estás obligado a ir a ninguna iglesia o misión; podrás hacerte a un lado cuando se predica el evangelio en la calle. Puedes destruir este folleto y cualquier otro que venga a tus manos.

Pero, ¿qué vas a hacer con este predicador anti­cuado de quien te hablo?

¡Considera, tú, hombre o mujer, lo que te espera! Tus días pronto pasarán. Tus placeres terminarán. Después de todo tienes que morir, pues ”está esta­blecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9:27).

Detente y considera este asunto. ¿No hay causa para que uno muera? Sólo hay una contestación a esta pregunta; y mientras exista este predicador viejo, su mensaje será el mismo. ¡Escucha! ”Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos peca­ron” (Romanos 5:12).

La caída del hombre no es un mero dogma teoló­gico, sino una realidad innegable evidenciada por la historia del mundo y nuestra propia experien­cia. El pecado no es sólo una palabra fea en la Bi­blia o en los labios de un moralista; es un tene­broso poder universal que marchita al mundo con su presencia. “Así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.”

Tú, lector, estás implicado en este asunto, has pecado; sobre ti descansa la sentencia de muerte.

Después de tu muerte, de nada habrá valido mo­rir en un palacio o en una chocita. Lo que importa para toda la eternidad es el estado espiritual de tu alma delante de Dios cuando mueres. Si mueres en tus pecados, desechando la sangre expiatoria del Hijo de Dios, tu destino ya está sellado. Todos los ”incrédulos... tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte se­gunda” (Apocalipsis 21:8). Si mueres con la fe en Cristo Jesús estarás con Él en la gloria. Jesús dijo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque esté muerto, vivirá” (Juan 11:25).

Nunca antes el viejo predicador había hablado tan fuerte y en tono tan solemne como cuando Je­sús fue al Calvario. La santidad divina no estima el pecado como cosa liviana. La pena completa de la culpa—la paga del pecado en su realidad más obscura y terrible—cayó sobre el Substituto sin pecado. Tomó nuestro lugar en la muerte y en el juicio, para que fuéramos aceptados en gracia de­lante de Dios.

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