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Czar Nicholas Pays a Debt
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Originario de Rusia, el Zar Nicolás solía caminar por sus campos y cuarteles militares, vestido como un oficial ordinario, para saber lo que sucedía, sin que los demás se dieran cuenta de su presencia.
Muy de noche, cuando se suponía que todas las luces debían haber estado apagadas; notó una luz que brillaba en el cuarto del tesorero. Intentando no hacer mucho ruido al abrir la puerta, entró con la intención de castigar al ofensor. Mas al entrar encontró a un joven oficial, hijo de un amigo íntimo del Zar, que estaba sentado, con la cabeza descansando en sus brazos encima de la mesa, profundamente dormido. El Zar al intentar despertarlo, notó que junto a aquel joven oficial estaba un revólver, una pequeña cantidad de dinero, una hoja de papel y una pluma en el piso que se le había caído al quedarse dormido. La luz de aquella pequeña vela le permitió al Zar leer lo que se había acabado de escribir, y al instante se dio cuenta de la situación.
En aquella hoja estaba escrita una larga lista de deudas, de apuestas y otras cuentas malignas. El total de todas sumaba una enorme cantidad de rublos. Aquel oficial había utilizado el dinero del ejército para pagar las cuentas; y, trabajando duro para arreglarlas descubrió por primera vez su enorme deuda. No había esperanzas: ¡Aquella pequeña cantidad sobre la mesa no alcanzaba para cubrir su enorme déficit! En la hoja, al final de la cuenta, estaba escrita la siguiente pregunta: «¿Quién podrá pagar tan enorme deuda?»
Incapaz de enfrentar la desgracia, el oficial había querido suicidarse, pero por estar tan cansado y lleno de remordimiento y dolor se había quedado dormido.
Cuando el Zar comprendió lo sucedido, su primer pensamiento fue arrestar al hombre inmediatamente y a su debido tiempo traerlo al consejo de guerra; pues se debía hacer justicia en el ejército y tal crimen no se podía pasar por alto. Pero al recordar la larga amistad que había tenido con el padre de ese joven, el amor se sobrepuso al juicio y en aquel momento diseñó un plan para que él pudiese justificar al criminal sin quebrantar las leyes del ejército. El Zar levantó la pluma que se le había caído al ofensor preocupado y sin esperanzas, y con su propia mano contestó la pregunta con una sola palabra: «Nicolás».
Sí, el mismo Zar, Nicolás, podía pagar la deuda y voluntariamente se dispuso a hacerlo. El joven oficial despertó pronto, luego que el Zar se había marchado. Tomó el revólver para hacer volar su cerebro, pero en ese momento sus ojos se dirigieron hacia la respuesta a su pregunta. Con profundo asombro, miró fijamente aquella palabra: «Nicolás.» ¡Seguramente tal respuesta era imposible! Sin embargo, recordó que él guardaba unos papeles que tenían la firma auténtica del Zar, así que rápidamente comparó los nombres, pues aquello parecía tan maravilloso como para ser cierto. Le inundó un enorme gozo, pero a la vez sintió una amarga humillación, pues comprendió que el Zar estaba enterado de sus acciones pecaminosas. Sabía de su enorme deuda, y aun así, en lugar de imponerle la pena que merecía, él pagó la deuda y justificó al deudor.
Tranquilo y lleno de gozo, se acostó a dormir. Temprano por la mañana siguiente, llegaron las bolsas de dinero que pagarían hasta el último rublo de aquella «deuda tan grande.»
Usted y yo tenemos una gran deuda. Bien haríamos en preguntarnos: «¿Quién podrá pagarla?» Gracias a Dios, el amor ha provisto la respuesta, y tal como la respuesta dada por el Zar, la palabra es: «¡Jesús!»
Sí, Él conoce su deuda. Sabe que es enorme. Él sabe cómo la adquirió. Conoce la vergüenza que esto le causa. Él sabe el precio que se debe pagar y a pesar de tener un conocimiento tan íntimo de usted y su deuda, se ha hecho responsable de toda la cuenta. Una palabra: «Nicolás», libró el corazón preocupado de aquel joven. Una palabra: «Jesús», ha dado descanso a mi corazón y lo ha llenado de gozo. ¿Acaso habrá llenado el suyo con gozo, descanso y paz; aquella «sola palabra»: ese nombre bendito? Usted también puede aceptarlo.
Sabed, pues, esto, varones hermanos: que por medio de él [Jesucristo] se os anuncia perdón de pecados, en él es justificado todo aquel que cree (Hechos 13:38‑39).