2 Corintios 4:7-18

2 Corinthians 4:7‑18
Cuanto más leo los capítulos 3 al 5 de esta epístola, más impresionado estoy del tema que tratan. Este tema es la gloria. Permitidme volver a él.
Por lo demás nunca hablaremos bastante, pues es precioso que todo creyente tenga la vista clara y limpia respecto a un asunto tan vital como éste. Entrar en la gloria, es sin duda alguna penetrar en el lugar de la luz perfecta, pero estamos demasiado acostumbrados a considerar la gloria bajo este aspecto bastante vago, si bien para la mayoría entre nosotros, la gloria es el cielo. Esto es cierto, pues oís continuamente a muchos hijos de Dios decir, cuando han perdido uno de sus seres estimados: ha entrado en la gloria. Esto nos induce a decir: Os equivocáis, no es así, e ignoráis lo que es la gloria. ¿Por qué, pues, los santos que nos han dejado no están allá? Es porque cuando nos dejan, no son aún semejantes a Cristo. No se es como Él, a pesar del gozo de Su presencia, entre tanto que estamos ausentes del cuerpo. Cristo es el único hombre que habiendo resucitado ha alcanzado la perfección. (La palabra perfección, aquí, no implica que Cristo estuviera sujeto a alcanzarla. Él siempre fue perfecto en todos estados y circunstancias; se trata del logro del carácter de un hombre nuevo resucitado y glorificado; para la consecución de este objetivo pasó por tales fases como la encarnación, los sufrimientos, la muerte y la resurrección. He aquí lo que la palabra perfección significa en el pensamiento del autor). Ahora bien; la perfección de Dios, la perfección absoluta, el conjunto de perfecciones divinas constituye la gloria. Puede contemplarse en Cristo quien, en Su cuerpo glorificado, es el portador de estas perfecciones. Un santo que ha partido de este mundo está sin duda alguna ya fuera de la escena del pecado, gozando del reposo cerca del Señor, pero no estará en la gloria sino cuando “el cuerpo de su bajeza sea semejante al cuerpo de gloria del Señor” (Filipenses 3:2121Who shall change our vile body, that it may be fashioned like unto his glorious body, according to the working whereby he is able even to subdue all things unto himself. (Philippians 3:21)). Hay, pues, aún “alguna cosa mejor para nosotros”, una perfección gloriosa, que no habían alcanzado los que nos precedieron cerca del Señor y en la cual entraremos todos juntos a Su venida (Hebreos 11:4040God having provided some better thing for us, that they without us should not be made perfect. (Hebrews 11:40)).
Cuando hemos abandonado lo confuso que se apodera tan fácilmente de nosotros en relación con las cosas celestes, el pensamiento de la gloria tiene otro valor para nuestra alma. En estos capítulos nos es hablado de la gloria del Señor (capítulo 3), de la gloria de Dios (capítulo 4), y de nuestra propia gloria (capítulo 5). Cuando se trata de la gloria del Señor, reparad en todos los nombres que le asignan estos capítulos: El Señor Jesucristo, el Salvador, Cristo; en fin, también Jesús. El corazón del apóstol está totalmente ocupado de Su persona que no puede, por así decir, hacer otra cosa que nombrarlo de todos los nombres que le vienen a la mente y expresar lo que Jesús es para él y lo que debe ser para nosotros también.
Hemos visto al final del capítulo 3, que el gran privilegio cristiano es poder contemplar las glorias de Cristo, escondidas en otro tiempo, mas plenamente manifestadas ahora. Si un hombre justo, santo, un hombre de corazón tierno, guardara todas estas cualidades dentro de sí, ¿de qué servirían? La gloria no consiste en tener estas cualidades, sino en mostrarlas, poniéndolas en evidencia; el punto culminante de la gloria es el amor. Si el Señor hubiese atravesado este mundo sin mostrar Su amor, ¿dónde habría estado Su gloria? En Juan 1, el apóstol dice: “Y vimos su gloria” [habla de Cristo, el Verbo encarnado] “como del unigénito del Padre”. Su gloria no podía ser medida sino por lo que había en el corazón del Padre enviando aquí, en la escena terrestre, a Su Hijo único, en favor de nosotros. Su gloria era Su amor, pero Su amor apareciendo bajo forma de gracia y verdad para el pecador. El apóstol podía decir, al considerar este hombre anonadado por debajo del nivel de una mujer pecadora, en el pozo de Sicar, este hombre humilde, siervo voluntario de todos: “y vimos su gloria”, pero esta gloria, por grande que fuera para su manifestación, no ha resplandecido en todo su fulgor cuando el Señor andaba entre los hombres. Es por lo que dice hablando de Su cruz: “ahora es glorificado el Hijo del hombre y Dios es glorificado en Él” (Juan 13:3131Therefore, when he was gone out, Jesus said, Now is the Son of man glorified, and God is glorified in him. (John 13:31)). Ahora bien, Dios ha quedado tan satisfecho de la manifestación de esta gloria, que ha levantado a Cristo del sepulcro, lo ha colocado a Su diestra y le ha dado una gloria que llena el cielo entero. Entretanto, sin velo que impida, he visto el amor consumado ahora por Su sacrificio por no hablar más que de una de Sus glorias. Si desciendo del cielo, en donde le he contemplado, ¿pensáis que pueda mostrar en mis relaciones con los hombres otra cosa que el amor? ¿mostraré acaso un espíritu de odio, de animosidad o desprecio? —y aún más— ¿pensáis que al salir de allá podré pasar por este mundo indiferente, como esto ocurre a menudo, a la incredulidad de los hombres en relación con mi Salvador, indiferente a sus propias miserias? Sin duda que el sufrimiento será mi parte, pero sólo tendré un pensamiento: testificarles el amor. Es lo que veremos en el capítulo 5. Después de haber entrado en plena luz en la presencia del Señor, el apóstol dice: “El amor de Cristo nos constriñe”. Este amor me ha sido manifestado, ahora deseo manifestarlo a los demás. Mientras espero, soy manifiesto a Dios y espero serlo también a vuestras conciencias. He aquí lo que era la gloria para el apóstol.
Deseo aún hacer notoria una cosa en relación con este capítulo y de hecho con toda la segunda epístola a los Corintios. Podremos sorprendernos de que hablando de no tener ninguna confianza en sí y de no ser nada, la personalidad de Pablo está en escena desde el principio al fin. Es que su tema es el ministerio y éste nos es mostrado en su persona. Él seguía fielmente a su Maestro en el servicio de la Palabra, en las ayudas, las animaciones, las consolaciones, los llamamientos dirigidos a las almas, y en la represión del mal. Si había venido a ser un ministro de Cristo, no era por su esfuerzo ni constituía su propia obra, era toda de Dios, por lo cual podía hablar como de una nueva creación en la cual no tenía parte alguna, lo mismo que la antigua no era tampoco la obra del mundo creado. Es por eso que tenía libertad para hablar de sí. El Dios que ha querido que la luz fuera, ha querido que Saulo de Tarso fuese portador del Evangelio en este mundo, para lo cual lo ha hecho resplandecer en su corazón. Este Evangelio aquí, ya no es la gloria de Cristo, sino la gloria de Dios. Todo lo que es el Dios invisible ha sido revelado en la faz de un hombre. ¡Maravilloso conocimiento dado al hombre! ¿Ha existido alguna vez algo parecido? Una mirada sobre el hombre Cristo me hace descubrir a Dios en la plenitud de Sus perfecciones y de Su amor como Padre. Es por lo que él dice a Felipe: “Quien me ha visto, ha visto al Padre” (Juan 14:99Jesus saith unto him, Have I been so long time with you, and yet hast thou not known me, Philip? he that hath seen me hath seen the Father; and how sayest thou then, Show us the Father? (John 14:9)).
Ahora diré algunas palabras sobre los versículos 7 al 18. Hallamos, como queda dicho, la personalidad del ministro. Nos expone su historia moral, nos dice quién es personalmente como portador del ministerio de Cristo. ¿Acaso va a hablarnos de sus propias cualidades y perfecciones? De ninguna manera. Cuando al final de la epístola hablará de lo que ha sufrido y de la manera en que le ha sido dado realizar su apostolado, habla de sí, para añadir: “hablo con locura” (2 Corintios 11:2121I speak as concerning reproach, as though we had been weak. Howbeit whereinsoever any is bold, (I speak foolishly,) I am bold also. (2 Corinthians 11:21)). Si está obligado a alabarse, se acusa de locura y no usa de tal procedimiento sino para convencer a los Corintios del extravío de los que buscan apartarlos del Evangelio.
Aquí cuando habla de sí mismo, Pablo dice: “Tenemos empero este tesoro en vasos de barro, para que la alteza y el poder sea de Dios, y no de nosotros”. ¡Vasos de barro! Lo que existe de más común y ordinario. Un vaso de hierro es mejor y vale más que uno de barro; uno de cobre, más que uno de hierro y uno de plata y uno de oro, mejor que uno de cobre. Pablo se atribuye la calidad de un vaso de arcilla. ¿Por qué ha escogido Dios un envoltorio semejante para poner Su tesoro? “Para que la alteza y el poder sea de Dios y no de nosotros”. ¿Qué hubiera sucedido si Pablo fuera algo más excelente que un vaso de barro? De un lado pudiera haberse atribuido la excelencia del poder, del otro, el tesoro no hubiera resplandecido hacia el exterior. Era preciso, pues, un vaso de tierra, y más aún, que pudiera ser quebrado. Tenemos un hermoso ejemplo cuando los compañeros de Gedeón van a combatir a Madián. Sus antorchas estaban conservadas en cántaros vacíos y para hacer resplandecer la luz, quebraron sus cántaros. En el caso de Gedeón se trataba del combate contra el mundo; la luz que lograba la victoria no podía brillar con todo su resplandor sino excluyendo toda intervención de poder humano. En nuestro pasaje se trata de la influencia del ministerio sobre los hijos de Dios. El tesoro de luz y de vida que Dios quería comunicar a los Corintios, lo contenía un vaso de barro. Pablo describe de qué manera Dios lo ha tomado, no para quebrar completamente el vaso, sino para resquebrajarlo solamente. La tribulación, los apuros, las persecuciones iban dirigidas contra el vaso y precisaba que esto fuera así, pero no estaba reducido al desamparo, ni al desespero, ni al abandono, porque Dios velaba sobre Su tesoro, en vista del desarrollo de la vida de Cristo en los Corintios. Dios se ocupaba así de Su amado siervo, a fin de que por medio de él la luz de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo penetrara en el corazón de sus hijos en la fe. Pero si Dios obraba así en él, Pablo, de su lado, no permanecía inactivo. Y dice: “Llevando siempre por todas partes la muerte de Jesús en el cuerpo, para que también la vida de Jesús sea manifestada en nuestros cuerpos”. Este llevando siempre por todas partes, es muy hermoso. El apóstol tenía una actividad para llevar a todo lugar y en todo instante la muerte de Jesús, es decir, el carácter moral de Cristo cuando se ofreció a sí mismo a Dios, en obediencia perfecta. Lo hacía libremente y no dejaba perder un instante sin hacerlo. Quería que en todo y por todos, la muerte de este hombre que vino a este mundo a morir, fuese vista, y el apóstol realizaba esto por la muerte al pecado, al mundo, a la carne y a sí mismo, en una completa dependencia de Dios, separado por la muerte de todo lo que en otro tiempo le ligaba y pertenecía; así la vida que este vaso contenía, se ponía de manifiesto.
Pero además, el apóstol muestra aquí, que Dios tenía cuidado de hacer de por Sí estas cosas, allí donde nosotros, pobres y débiles que somos, corremos el peligro de no realizarlas suficientemente. En efecto, ¿no hacemos continuamente la experiencia que si se trata de andar en la dependencia del Señor y de representar a Cristo fallamos muchas veces? ¡Cuán verdadero y humillante es esto! Pero Dios toma cuenta de nosotros. El apóstol dice: “Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por Jesús para que también la vida de Jesús sea manifestada en nuestra carne mortal” (versículo 11). ¡“Entregados a muerte”! No es el apóstol quien se entrega; ¡es Dios quien le libra a la muerte! Como ha dicho en 1 Corintios 15:31: “Cada día muero”. Dios tiene cuidado en aplicar la sentencia de muerte a nuestras circunstancias. Es preciso que pasemos a través de dificultades, de duelo, de mala reputación, que seamos humillados de toda manera, que estemos enfermos ... y que sé yo cuántas cosas aún, a fin de que la vida de Jesús sea manifestada en nosotros. Entre nosotros y el apóstol, tocante a esto, existe una gran diferencia; éste no atravesaba estas cosas para sí, sino para sus queridos Corintios. Como lo hemos visto en el capítulo 1, consolado por los otros, le vemos aquí un pobre vaso quebrado para los demás. Piensa bien poco en sí mismo, pero se goza en atravesar todo esto a fin de que esta luz pura de Cristo, contenida en un vaso de barro, pueda ser derramada sobre los demás para llenarles de vida. Quien se acercaba a Pablo, ¿qué veía? ¿al gran apóstol de los gentiles? No, antes bien un pobre hombre miserable exteriormente, abofeteado por Satán, llevando sobre su cuerpo estigmas que le hacían menospreciable a los ojos ajenos; cuanto más se consideraba este vaso quebrantado, tanto más se recibía su contenido, y este contenido era Cristo. Entonces el corazón estaba lleno de agradecimiento y de gozo.
Aún quisiera hacer resaltar en relación con los últimos versículos de este capítulo: “por tanto no desmayamos: antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior, empero, se renueva de día en día” (versículo 6). El hombre interior es siempre el nuevo hombre (Efesios 3:16; 4:2316That he would grant you, according to the riches of his glory, to be strengthened with might by his Spirit in the inner man; (Ephesians 3:16)
23And be renewed in the spirit of your mind; (Ephesians 4:23)
); siempre es renovado por el Espíritu. Hemos visto “la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”, después Dios trabajando en Su apóstol amado, para que esta gloria se desborde fuera, alcance y llene el corazón de los santos. Ahora aprendemos que Dios ha conducido al apóstol a través de todas estas tribulaciones para hacerle gozar de esta gloria. También quiere que la gloria resplandezca en el corazón de Su amado servidor. Sobre un platillo de la balanza sitúa las tribulaciones, en el otro, la gloria.
Inmediatamente la gloria desciende con todo su peso hasta el fondo del corazón del apóstol para que tenga un gozo completo. La tribulación ha producido “un peso en sobremanera alto y eterno de gloria”. El corazón de Pablo no está solamente ocupado en manifestar exteriormente la gloria de Cristo, sino que él goza también “en medida sobreabundante”; “un eterno peso de gloria”. No creo que puedan emplearse expresiones más fuertes y absolutas para expresar el gozo actual de la gloria. El apóstol no mira hacia el futuro en que podrá gozar de la perfección, sino que ésta llena ahora ya, su corazón. En este corazón que el mundo no puede nada ofrecer, que está quebrantado de todas maneras, no hay lugar para otra cosa. La soberana y excelente gloria lo ha henchido personificada en un hombre glorioso en el cielo.
En el capítulo 5, el apóstol muestra que había una gloria para su cuerpo, pero aquí habla de la gloria actual para su alma.
Pablo era un hombre que no paraba sus ojos, como hacemos nosotros, sobre una cantidad de objetos de distracción en este mundo; nos es suficiente atravesar una calle para hallar un millar de ellos. El apóstol no se distraía. Dice: “No mirando nosotros las cosas que se ven sino las que no se ven” (versículo 18). No es con los ojos del cuerpo que pueden contemplarse las cosas invisibles, sino con los del alma. Cuando el Señor vendrá, le veremos con los ojos de nuestros cuerpos glorificados capaces de discernir todos los detalles de su gloria; pero ahora los ojos de la fe, del Espíritu, penetran más allá de esta esfera, en la cual, por el momento, nos movemos; más allá de la niebla de esta tierra ven las cosas gloriosas que están en los cielos, y se dirigen a Jesús.
Así como el apóstol, nosotros podemos también realizar esto y ser llenos de un peso eterno de gloria, si nuestros corazones están ocupados solamente de Él.