Sobre La Independencia Eclesiástica

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Parte 1
Lo que yo veo ser fatalmente peligroso es confundir el juicio particular con la conciencia. Vemos el fruto de ello en pleno desarrollo en el estado presente del Protestantismo, donde el juicio (opinión) particular es usado para autorizar el rechazamiento de todo cuanto el individuo no aprueba.
La diferencia es evidente. Se admite la autoridad de un padre, pero, si se trata de una cuestión de conciencia, la autoridad de Cristo, o la confesión de Su nombre, por cierto, aquella no puede ser un obstáculo. Es mi obligación amar a Cristo más que a mi padre o mi madre. Pero suponiendo que rehúso la autoridad de mi padre en cuanto a todo y cualquier asunto en que difiere mi juicio particular acerca de lo que es correcto, pondría fin a toda autoridad. Pueden haber casos cuando uno pregunta con anhelo cuál sea su verdadero deber, donde únicamente el discernimiento espiritual puede llegar a una conclusión correcta. Este es el caso en toda la vida cristiana. Debemos tener nuestros sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal—no siendo imprudentes, sino entendiendo cuál sea la voluntad del Señor; y tales ejercicios son útiles.
Pero el confundir mi opinión acerca de lo que es correcto con la conciencia, es en resultado, confundir voluntad propia con obediencia. Verdadera conciencia es siempre obediencia a Dios; pero si tomo como suficiente lo que yo veo, en seguida entra una confusión destructiva. ¿Sería justo rehusar de someterse a la autoridad de un padre, salvo cuando él pueda traer, aun en un asunto importante, un versículo de las escrituras para todo cuanto desea? ¿No incluye tal principio el erguirse a sí mismo y la voluntad propia?
Diría más; y toca el asunto en consideración. Supongamos que en una asamblea una persona ha sido puesta afuera por maldad. Todos admiten que el tal, si está verdaderamente humillado, ha de ser restaurado. La asamblea juzga que está verdaderamente humillado; yo estoy convencido, supóngase, que no lo es. Ellos le reciben. ¿He de desligarme de la asamblea o rehusar la sujeción a lo que han hecho, porque yo les considero equivocados? Supóngase (un caso que es aún más penoso para el corazón) que yo creo que él está humillado y ellos están convencidos que no lo está, puedo someterme a un juicio que pienso ser equivocado y mirar al Señor para que Él lo rectifique. Puede haber una humildad acerca de uno mismo que no quiere adelantar su propia opinión en contra de otros, aunque uno no tenga ninguna duda de que esté bien.
Hay otro asunto relacionado con esto—lo que hace una asamblea obliga a otra. No admito, porque la escritura no admite, la idea de asambleas independientes. Hay el cuerpo de Cristo, y todos los cristianos son miembros de ese cuerpo; y la iglesia de Dios en un lugar representa el todo y obra en su nombre. Por lo tanto en 1 Corintios, donde se trata el tema, todos los cristianos son unidos con la asamblea en Corinto como tal; sin embargo ésta es tratada como el cuerpo en sí, y tenida por responsable localmente por el mantenimiento de la pureza de la asamblea; y el Señor Jesucristo es visto como allí; y lo que fue hecho en el nombre del Señor Jesucristo. Esto es pasado por alto enteramente cuando se habla de seis o siete cristianos hábiles o inteligentes y otros ignorantes. Se deja de un lado que el Señor está en medio de una asamblea. Se dice que la carne muchas veces obra en una asamblea. ¿Por qué presumir que sea así y olvidar que puede obrar en un individuo?
Además, ¿por qué hablar de obedecer al Señor primero, luego la iglesia? Pues, ¿qué de la presencia del Señor en la iglesia? Aquello no es más que adelantar un juicio particular en contra del juicio de una asamblea reunida en el nombre de Cristo con Su promesa (si no se reúnen en Su nombre, nada tengo que decir a ellos); es sencillamente afirmar que me cuento más sabio que los tales. Rechazo enteramente por ser contrario a las escrituras el dicho: Primero Cristo luego la iglesia. Si no está Cristo en la iglesia, no la reconozco para nada. Tal argumento asume que la iglesia no tiene a Cristo, haciendo de ellos dos partidos. Puedo razonar con una asamblea, porque soy un miembro de Cristo, y siendo de ella, si es una en verdad, ayudarla. Pero si la reconozco como una asamblea de Dios, no puedo presumir que Cristo no está allí. Eso es sencillamente negar que sea una asamblea de Dios. Hay falta de comprensión de lo que es una asamblea de Dios. Esto no causa sorpresa; sin embargo necesariamente falsifica el juicio sobre el punto, que no es “según la Palabra”—sino si no veo yo que la palabra lo apoya. Es confiar uno en su propio juicio en contra del de otros y de la asamblea de Dios.
No podía poner en el mismo terreno ni por un momento una cuestión de blasfemias contra Cristo. Es realmente maldad. Procurar cubrirlas con cuestiones de iglesia, o por pretexto de conciencia individual, es algo que aborrezco con aborrecimiento perfecto.
Permítanme poner el asunto en relación a cosas menores en otra forma. Supóngase que pertenezco a cierta asamblea, y pienso que ellos juzgan algo en forma equivocada. ¿Debo imponerles mi opinión individual? Si no ¿qué he de hacer? ¿Dejar la asamblea de Dios, si es tal (si no la es yo no voy allí)? No hay salida. Si no continuo en una asamblea porque ella no concuerda conmigo en todo, no puedo pertenecer a ninguna asamblea de Dios en el mundo. Todo esto no es más que una negación de la presencia y ayuda del Espíritu de Dios y de la fidelidad de Cristo a Su propio pueblo. No veo que haya en ello humildad piadosa.
Pero si una asamblea ha juzgado a un tal en un caso de disciplina, habiendo dado lugar a todo trato hermanable y amonestación, digo claramente, que otra asamblea debe aceptar lo que ha sido hecho, sin cuestionarlo. Si el hombre inicuo es puesto afuera en Corinto, ¿han de recibirle en Éfeso? ¿Dónde pues está la unidad? ¿Dónde está el Señor en medio de la iglesia? Lo que me condujo a salir de la iglesia Establecida fue la verdad de la unidad del cuerpo: donde ésta no es admitida y puesta por obra, allí no debo ir. Considero que iglesias Independientes son tan malas o peores que la Establecida. Pero si cada asamblea obra independientemente de otra y recibe independientemente de ella, entonces ha rechazado aquella unidad—son iglesias independientes. No hay la unidad práctica del cuerpo.
Sin embargo, jamás me dejaré llevar por semejante maldad como la de tratar la aceptación de blasfemos como una cuestión eclesiástica. Si algunos quieren caminar con ellos, o ayudar y apoyar la tolerancia con ellos a la mesa del Señor, no cuenten conmigo. Juzgo claramente que los principios sostenidos demuestran carencia de humildad en cuanto a sí mismo y un anular de la misma idea de la iglesia de Dios. Pero no voy a confundir las dos cuestiones. No admito que sea anulada mi libertad espiritual: somos un rebaño, no un corral. Pero en cuestiones de disciplina, donde no se niega ningún principio, no afirmo mi opinión en contra de la de la asamblea de Dios en lo que Dios le haya encomendado para cuidar. Esto no es más que adelantarme a mí mismo por más sabio, y descuidar la palabra de Dios, que ha asignado cierto deber a una asamblea, a la cual El honrará en su lugar.
Me permito agregar, que hay una obediencia en lo que sabemos que precede al razonar sobre posibles demandas en obediencia, donde quisiéramos estar libres para andar nuestro propio camino. “A cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más.” Haciendo lo que sabemos en obediencia es un camino principal hacia más conocimiento.
Además, algunos dicen que el vínculo entre las iglesias es el señorío de Cristo. Pero (al hablar de la unidad) no hay una palabra acerca de iglesias, ni vínculo de iglesias; tampoco consiste la unidad de una unión de iglesias. Señorío es claramente individual, pues Señor del cuerpo no es un pensamiento según las Escrituras. Cristo es Señor a individuos, es Cabeza al cuerpo, sobre todas las cosas. La unidad no es por medio del señorío. Sin duda, la obediencia individual ayudará a mantenerla, tanto como cualquier rasgo de piedad; pero la unidad es unidad del Espíritu, y es vista en el cuerpo, no en cuerpos. Tanto Efesios como Corintios nos enseñan claramente que la unidad es en y por el Espíritu, y que Cristo tiene en esta relación el lugar de Cabeza, no de Señor, pues ésta se refiere a cristianos individuales. Este error, al llevarse a la práctica, falsificaría toda la posición de las reuniones, haciendo de ellas meramente disidentes, y en ninguna manera concordaría con la mente de Cristo.
Parte 2
El confundir la autoridad con la infalibilidad es claramente un argumento falso y pobre. En cientos de instancias puede ser obligatoria la obediencia donde no hay infalibilidad. Si así no fuere, no pudiera haber en el mundo orden alguno. No hay infalibilidad en el mundo, pero hay mucha voluntad propia; y si se pretende que donde no hay infalibilidad no ha de haber obediencia, ni acatamiento a lo que haya sido decidido, no hay fin de la voluntad propia y no puede existir el orden público. Se trata de ser competente, no de infalibilidad. Un padre no es infalible, pero tiene una autoridad divinamente otorgada; y el acatamiento es un deber. Un juez de paz no es infalible, pero tiene autoridad competente en los casos sometidos a su jurisdicción. Puede haber recurso contra el abuso de la autoridad, o en ciertos casos una negación de ella cuando una autoridad superior nos obliga, como ser una conciencia dirigida por la palabra de Dios. Debemos obedecer a Dios antes que a los hombres. Pero nunca en las Escrituras es dada la libertad a la voluntad humana como tal. Somos santificados a la obediencia de Cristo. Y este principio—que hagamos la voluntad de Dios en obediencia sencilla, sin resolver cada cuestión abstracta que pudiera presentarse—es una senda de paz, que pierden muchas personas que se creen más sabios, porque es la senda de la sabiduría de Dios.
Esta cuestión pues es una mera sofistería, que descubre el deseo de libre voluntad, y una confianza que el propio juicio de la persona es superior a todo cuanto ha sido ya juzgado. Hay autoridad judicial en la iglesia de Dios, si no lo hubiese, sería la iniquidad más horrible sobre la tierra; porque pondría la sanción del nombre de Cristo en toda iniquidad. Y eso fue lo que buscaban y alegaban aquellos con quienes estas cuestiones tenían su origen: que cualquier iniquidad o levadura que fuese permitida, no podría leudar una asamblea. Tales opiniones han hecho bien. Tienen el cordial aborrecimiento y rechazamiento de toda mente honesta, y de todo aquel que no desea justificar el mal. Es posible que Ud. piense o diga: Esa no es la cuestión que yo suscito. Perdóneme que lo diga: yo sé que es ésa, y ésa solamente; aunque Ud. no lo sabe, de eso estoy seguro.
Pero la autoridad judicial de la iglesia de Dios está en obediencia a la palabra. “¿No juzgáis vosotros a los que están dentro? Porque a los que están fuera, Dios juzgará. Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros.” Y, repito, si aquello no se hace, la iglesia de Dios viene a ser el amparo de cada vileza del pecado. Y afirmo claramente, que donde esto se hace, otros cristianos tienen la obligación de respetarlo. Hay en ella recursos contra el obrar de la carne, en la presencia del Espíritu de Dios entre los santos, y en la autoridad suprema del Señor Jesucristo; pero ese recurso no es aquel despreciable y totalmente contrario a las escrituras propuesto por la cuestión discutida—es decir, la pretensión de competencia por parte de cada uno que toma la idea de juzgar por sí mismo independiente de lo que Dios ha instituido. Mirándolo en su aspecto más favorable, no como pretensión individual que es su carácter verdadero, es el sistema bien conocido pero no conforme a las Escrituras que ha sido vigente desde los días de Cromwell—es decir, Independencia: un cuerpo de Cristianos siendo independiente de todo otro como una asociación voluntaria. Esta es sencillamente una negación de la unidad del cuerpo, y de la presencia y la actividad del Espíritu Santo en él.
Suponiendo que fuésemos un cuerpo de Francmasones, y una persona fuese excluida de una logia por las reglas del orden, y en vez de pedir a la logia de rever el caso, si fuese considerado injusto, cada una de las demás logias le recibiese o no según su autoridad independiente, claro está que la unidad del sistema masónico estaría disuelta. Cada logia es un cuerpo independiente obrando por su cuenta. Es vano alegar que se ha cometido un error, y que la logia no es infalible; se habría puesto fin a la autoridad competente de las logias, y de la unidad del todo. El sistema es disuelto. Es posible que haya provisión para tales dificultades. Muy bien, si fuese necesaria. Pero el remedio propuesto no es más que la pretensión de la superioridad de la logia no conformista, y la disolución de la Francmasonería.
Ahora rechazo, abiertamente en la manera más absoluta, la supuesta competencia de una iglesia o asamblea para juzgar a otra, tal como esta cuestión propone; pero lo que es más importante, es un rechazamiento en contra de las escrituras de toda la estructura de la iglesia de Dios. Es la Independencia, un sistema que conocía yo hace cuarenta años al cual nunca quería juntarme. Si a algunas personas les gusta ese sistema, que vayan allí. Es vano decir que no es así. Independencia meramente significa que cada iglesia juzga por sí sola independientemente de otra, y eso es todo lo que se alega. No tengo cuestión con aquellos que, queriendo juzgar por sí mismos, prefieren este sistema; sin embargo estoy perfectamente convencido que en todo sentido es enteramente contrario a las escrituras. La iglesia no es un sistema voluntario; no es una entidad compuesta (o mejor dicho informe) de un número de cuerpos independientes, cada uno obrando por sí. Jamás se soñó, por cualquiera razón, que Antioquía pudiera admitir a los gentiles y no así Jerusalén, y sin embargo todos seguir según el orden de la iglesia de Dios. No existe vestigio de tal independencia y desorden en la palabra. Hay toda la evidencia posible del hecho, y también la insistencia sobre la doctrina, de que había un cuerpo sobre la tierra cuya unidad era el fundamento de la bendición, de hecho, de todo cristiano, como también era su deber mantenerla. Puede desear algo distinto la voluntad propia, pero no así la gracia ni la obediencia a la palabra.
Es posible que se susciten dificultades: no tenemos un centro apostólico como había en Jerusalén. Es verdad, pero tenemos un recurso en la operación del Espíritu en la unidad del cuerpo, la operación de la gracia curativa y de don provechoso, y la fidelidad de un Señor favorable quien ha prometido que nunca nos dejará ni nos desamparará. Pero el caso de Jerusalén en Hechos 15 es una prueba que la iglesia en las escrituras nunca pensó en tal acción independiente, ni la aceptó. La operación del Espíritu Santo estaba en la unidad del cuerpo, y siempre está. La acción del apóstol en Corinto (y que nos obliga por ser la palabra de Dios) fue operativa en respecto de toda la iglesia de Dios, y todos son incluidos en la cabecera de la epístola. ¿Quiere alguno pretender que si uno fuese puesto afuera judicialmente en Corinto, cada iglesia hubiera de juzgar por sí misma si hubiera de ser recibido; que esa acción judicial no valga por nada, o sea operativa solamente en Corinto, dejando que Éfeso o Cencrea hagan cómo les parezca bien luego? ¿Dónde entonces quedaría la solemne acción y directiva del apóstol? Bien, esa autoridad y esa directiva para nosotros ahora es la palabra de Dios.
Yo sé muy bien que se dirá: Sí, pero puede ser que uno no la siga bien, pues puede obrar la carne. Es posible. Hay la posibilidad de que obre la carne. Pero estoy bien seguro que aquello que niega la unidad de la iglesia, se levanta a sí mismo, y la separa en cuerpos independientes, es la disolución de la iglesia de Dios, contrario a las escrituras, y nada más que la carne. Por lo tanto, para mí es juzgado sin ir más allá. Hay un remedio, un bendito remedio en gracia para mentes humildes, en la ayuda del Espíritu de Dios en la unidad del cuerpo, y en el fiel amor y cuidado del Señor, como he dicho, pero no en la presumida voluntad que se adelanta a sí mismo y niega la iglesia de Dios. Mi respuesta es, pues, que el pretexto es una sofistería que confunde la infalibilidad con la autoridad divinamente ordenada unida con la gracia humilde, y que el sistema que se desea establecer es el presumido espíritu de Independencia, una negación de toda la autoridad de la Escritura en sus enseñanzas sobre el tema de la iglesia, un ensalzar al hombre en lugar de Dios.
Es evidente, que si dos o tres están reunidos, es una asamblea, y si están reunidos según las escrituras, es una asamblea de Dios; y si no, pues ¿qué es? Si es la única en un lugar, es la asamblea de Dios en el lugar. Sin embargo pongo reparos en la práctica al asumir el título, porque la asamblea de Dios en cualquier lugar verdaderamente incluye todos los santos en el lugar. Y hay peligro práctico para las almas en asumir el nombre mientras se pierde de vista la ruina, y pretender ser algo. Pero no sería falso en el supuesto caso (eso es, si fuese la única en el lugar). Si hubiese una tal y por voluntad del hombre se instituyera otra, independiente de aquella, únicamente la primera es moralmente, delante de Dios la asamblea de Dios; y la otra no lo es en ninguna manera, porque es instituida en independencia de la unidad del cuerpo. Rehúso en forma íntegra y sin vacilar el sistema Independiente entero por ser contrario a las Escrituras y un mal positivo y desmesurado. Ahora que ha sido manifestada la unidad del cuerpo, y es conocida la verdad de ella según las Escrituras, la independencia no es otra cosa que obra de Satanás. Una cosa es ignorancia de la verdad, nuestra suerte común en varias maneras; otra es la oposición a ella. Sé que se sostiene que por el estado sumamente arruinado de la iglesia resulta imposible mantener el orden de las escrituras según la unidad del cuerpo. Pues admitan los opositores como hombres honestos, que ellos buscan un orden contrario a las escrituras, o mejor dicho un desorden. (Pero en verdad es imposible, en tal caso, reunirnos en cualquier forma para partir el pan, salvo en desafío a la palabra de Dios: porque la Escritura dice, somos todos un cuerpo; “pues todos participamos de aquel mismo pan.” Dondequiera partimos el pan, profesamos ser un cuerpo; la Escritura no admite otra cosa.) Y encontrarán que la Escritura es una ligadura demasiado fuerte y perfecta para que los argumentos de los hombres la quiebren.