Novena Conferencia (Ezequiel 37) La Decadencia Y Dispersión De Israel: Las Promesas De Restauración

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Lo que sucede con los huesos secos vistos por Ezequiel nos representa de manera muy clara lo que quiero tratar esta tarde: lo que Dios, en Su bondad, hará en favor de Israel. Al meditar este tema, seguiré el método que he seguido en todo momento, esto es, os presentaré sucesivamente los testimonios de la Palabra de Dios.
Recordaréis que en la última ocasión, al dar comienzo al tema que nos ocupa, vimos la diferencia entre el pacto concertado con Abraham y el pacto de la ley en el monte Sinaí, y que, cada vez que Dios ha querido mostrar gracia a Su pueblo, ha recordado el pacto concertado con Abraham. Hemos visto también que Israel disfrutó las promesas bajo el pacto concertado en el desierto, y no bajo el pacto con Abraham, y que desde aquel tiempo, estando Israel bajo la condición de la obediencia para conservar el goce de las promesas, siempre fracasó; pero que, a pesar de todo ello, Dios pudo bendecir a Su pueblo, gracias a la mediación de Moisés.
Veremos a continuación cómo Israel fracasó de nuevo después de esto, incluso después de haber sido establecido en el país que Jehová le había dado; y que Dios suscitó los profetas, de una manera peculiar, para llevarlo a la convicción del pecado en el que había caído, y para mostrar a los fieles que los consejos de Dios con respecto a Israel no dejarían de ser cumplidos; que por medio del Mesías se cumpliría todo lo que Dios había anunciado. Y veremos que sería precisamente tras el fracaso de Israel que estas promesas de su restauración llegarían a ser preciosas para el remanente fiel del pueblo.
La Historia Del Pecado De Israel
Recordad que en la historia del pecado de Israel bajo la ley tenemos la historia del corazón de cada uno de nosotros; que, si nos ponemos delante de Dios, reconoceremos que sólo es la gracia conocida por la obra de Dios la que puede no sólo sostenernos, sino sacarnos de la situación en que nos encontramos debido al pecado.
Quisiera atraer vuestra atención a la decadencia y destrucción de Israel, bajo todas sus formas de gobierno, después de su entrada en tierra de Canaán. Sabéis que fue Josué quien introdujo a los israelitas en el país. El libro de Josué es la historia de las victorias de Israel sobre los cananeos, la historia de la fidelidad que Dios les mostró en el cumplimiento de lo que había prometido a Su pueblo. Jueces y Samuel son la historia de la caída de Israel en la tierra de Canaán hasta el tiempo de David, pero también la historia de la paciencia de Dios. Veamos, de entrada, cómo Josué expone a los israelitas su condición y carácter.
Les expone (cap. 24) todo lo que Dios ha hecho en favor de ellos, toda Su gracia y bondad; entonces el pueblo le responde (v. 16): «Nunca tal acontezca, que dejemos a Jehová para servir a otros dioses ... ». Y Josué le dice entonces al pueblo: «No podréis servir a Jehová», a lo que el pueblo responde: «No, sino que a Jehová serviremos. ... A Jehová nuestro Dios servire­mos, y a su voz obedeceremos.» «Entonces Josué hizo pacto con el pueblo el mismo día» (v. 25). Este capitán de su salvación los había llevado a la tierra prometida; gozaban del efecto de la gracia, y ahora se comprometen de nuevo a obedecer a Jehová.
En Jueces 2 los encontramos en un total fracaso. «No los echaré de delante de vosotros [a vuestros enemigos], sino que serán azotes para vuestros costados, y sus dioses os serán tropezadero», les dijo Dios, y vemos, en el v. 11, «Los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos de Jehová, y sirvieron a los baales ... y se encendió contra Israel el furor de Jehová.»
Esto es lo que vemos una y otra vez: beneficios de parte de Dios, e ingratitud de parte del hombre.
Citemos los pasajes que muestran cómo Israel prevaricó bajo todas las formas de gobierno.
1 Samuel 4:11. Elí era el sumo sacerdote, juez y cabeza de Israel; pero el pecado de sus hijos era insoportable, y vemos la gloria de Dios echada por tierra: el arca de Dios fue tomada, y los dos hijos de Elí, Ofni y Finees, murieron. Versículos 18-21: Elí mismo muere, y su nuera llama Icabod (sin gloria) al hijo al que da a luz, diciendo: «¡Traspasada es la gloria de Israel! por haber sido tomada el arca de Dios, y por la muerte de su suegro y de su marido.»
Entonces Dios, que había suscitado a Samuel, llamado el primero de todos los profetas (Hch. 3:24), gobierna a Israel para Él, pero, bien poco después, Israel rechaza al profeta (1 S. 8:7): «Y dijo Jehová a Samuel: Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan; porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos. Conforme a todas las obras que han hecho desde el día que los saqué de Egipto hasta hoy, dejándome a mí y sirviendo a dioses ajenos, así hacen también contigo.» Dios, pues, les dio un rey en Su ira, y sabemos a qué llegó este rey deseado por ellos (cap. 15).
1 Samuel 15:26. Se pronuncia la sentencia; y Samuel le dice a Saúl: «No volveré contigo; porque desechaste la palabra de Jehová, y Jehová te ha desechado para que no seas rey sobre Israel».
Estos diversos pasajes demuestran que Israel ha fracasado, bajo el rey, bajo el profeta, bajo el sacerdote; y que se encuentra perdido bajo el rey que había escogido.
David es suscitado en lugar de Saúl; Dios hace Su elección por gracia; es Él que da David a Israel; David, tipo de Cristo y padre de Cristo según la carne.
Así, y por la bondad de Dios, Israel se enriquece en gran manera y se hace glorioso bajo David y bajo Salomón. Pero pronto se ve cómo otra vez este pueblo prevarica bajo estos dos príncipes (1 R. 11:5-11). «E hizo Salomón lo malo ante los ojos de Jehová, y no siguió cumplidamente a Jehová. ... Y se enojó Jehová contra Salomón.»
Es cosa bien triste observar cómo el corazón del hombre, en todas las posibles circunstancias, se aparta de Dios; y esto es general; ésta es la enseñanza que podemos extraer de la historia del pueblo de Israel. Sabéis que fue dividido en dos partes, y que las diez tribus se volvieron totalmente infieles. En la persona de Acaz, la familia de David, el último apoyo de las esperanzas de Israel, comenzó a volverse idólatra (2 R. 16:10-14). El pecado de Manasés fue el punto culminante de toda esta infidelidad (2 R. 21:11,14,15).
Ésta es, en pocas palabras, la conducta de Israel y de la misma Judá, hasta el cautiverio de Babilonia. El Espíritu de Dios resume la historia de ellos, la historia de los crímenes de ellos y de Su paciencia, con estas impresionantes palabras (2 Cr 36:15,16): «Y Jehová el Dios de sus padres envió constante­mente palabra a ellos por medio de sus mensajeros, porque él tenía misericordia de su pueblo y de su habitación. Mas ellos hacían escarnio de los men­sajeros de Dios, y menos­preciaban sus pala­bras, burlándose de sus profetas, hasta que subió la ira de Jehová contra su pueblo, y no hubo ya remedio.»
Éste es el fin de su existencia en esta tierra de Canaán, donde habían sido introducidos por Josué. Finalmente fue puesto sobre ellos el nombre de Lo-ammi (no mi pueblo).
Las Promesas Al Remanente Fiel
Habiendo recorrido rápidamente la historia de su caída hasta su deportación a Babilonia, tenemos ahora que considerar las promesas que sostuvieron la fe del remanente fiel de este pueblo, durante la iniquidad y durante el cautiverio de la nación.
Hay una promesa que es importante señalar, que sirvió como segunda base de la esperanza de los judíos fieles. Se encuentra en 2 Samuel 7 y en 1 Crónicas 17. Entre estos dos pasajes hay esta diferencia: que el de Crónicas se aplica directamente a Cristo; y esto se debe a la diferencia que existe entre ambos libros, en el que uno de ellos (Samuel) es histórico, mientras que el otro (Crónicas) es un resumen que ata toda la historia, desde Adán, dentro de la genealogía de Cristo y con las esperanzas de Israel, y de la que por consiguiente quedan excluidas todas las infidelidades y caídas de los reyes de Israel. Tenemos esta promesa: «Yo fijaré lugar para mi pueblo Israel y lo plantaré, para que habite en su lugar y nunca más sea removido, ni los inicuos lo aflijan más, como al principio» (2 S. 7:10). 1 Crónicas 17:11: «Y cuando tus días sean cumplidos para irte con tus padres, levantaré descendencia después de ti, a uno de entre tus hijos, y afirmaré su reino. Él me edificará casa, y yo confirmaré su trono eternamente. Yo le seré por padre, y él me será por hijo ... ». La aplicación de estas palabras a Cristo se encuentra en Hebreos 1, y encontramos, en este testimonio, las promesas hechas a Abraham y a su posteridad, todas las promesas hechas a Israel, puestas bajo la salvaguardia y reunidas en la misma persona del hijo de David.
La promesa hecha a David es la base de todas las que tienen que ver con su familia. Hemos visto la caída de esta familia, y también la promesa hecha al hijo de David, el Mesías.
Los Testimonios De Los Profetas
Sigamos el estudio de este tema con los testimonios directos de los profetas.
Isaías 1:25-28 describe la total restauración de los judíos, pero mediante juicios que destruirán a los malvados.
Isaías 4:2-4. En aquel tiempo (tiempo de gran tribulación), «el renuevo de Jehová será para hermosura y gloria, y el fruto de la tierra para grandeza y honra, a los sobrevivientes de Israel. Y acontecerá que el que quedare en Sión, y el que fuere dejado en Jerusalén, será llamado santo; todos los que en Jerusalén estén registrados entre los vivientes, cuando el Señor lave las inmundicias de las hijas de Sión, y limpie la sangre de Jerusalén de en medio de ella, con espíritu de juicio y con espíritu de devastación».
El capítulo 6 de la misma profecía nos hace entrar de manera plena en el espíritu de la profecía. Se trata del momento en que Acaz accedió al trono, este Acaz que iba a enviar el profano altar de Damasco a Jerusalén; e Isaías es enviado a encontrarse con este rey, hijo de David, que introduce la apostasía. La Palabra nos muestra primero la gloria de Cristo, manifestado como Jehová tres veces santo (esto es lo que dice Juan en el capítulo 12 de su Evangelio), esta gloria que condena a toda la nación, pero que produce por la gracia el espíritu de intercesión, al que responde la misericordia que restaura a la nación. Esta misericordia, sin embargo, no se cumple sin unos juicios que eliminan a los malvados de entre el pueblo y de la tierra, después de un prolongado endurecimiento, llevado a su culmina­ción con el rechazamiento de Jesucristo y del testimonio dado acerca de Él por el Espíritu en los apóstoles (léanse los vv. 9-13).
Isaías 11:10: «Acontecerá en aquel tiempo que la raíz de Isaí ... será buscada por las gentes». Vemos aquí cuándo y cómo será llena la tierra del conocimiento de Jehová; será cuando Él habrá dado muerte al Inicuo con el Espíritu de Su boca. Entonces el Señor recordará a Israel, y alzará otra vez Su mano (léanse los vv. 9-12).
Isaías 33:20-24; cap. 49. Se ha dicho que, en estos capítulos, Sión es la Iglesia. Pero, cuando todo el gozo ha llegado, Sión dice: «Me dejó Jehová, y el Señor se olvidó de mí». Esto es imposible, si Sión fuera la Iglesia. ¡Cómo! ¡La Iglesia abandonada en medio de su gozo! Leed entonces los vv. 14-23 del capítulo 49, y también el capítulo 62 entero; también 65:19-25, donde vemos bien claramente que se trata de bendiciones terrenales, de un estado de cosas hasta ahora desconocido sobre la tierra. En aquel día el mismo Dios se regocijará sobre Jerusalén.
Éstas son unas promesas que anuncian con gran claridad la gloria que debe venir para Jerusalén y para el pueblo judío. Paso a continuación a unos capítulos que hablan todavía más directamente acerca de esta cuestión.
Jeremías 3:16-18: «Y acontecerá que cuando ... », etc. Hay cosas que parecen ser el cumplimiento de muchas profecías, como por ejemplo el regreso de Babilonia. Pero Dios ha dado a esto una respuesta de una naturaleza peculiar. Ha juntado unas cosas que nunca todavía han sucedido juntas. Por ejemplo, dentro de este pasaje se dice: «Todas las naciones vendrán a ella». Está claro que esto no sucedió cuando tuvo lugar el regreso de la cautividad de Babilonia. Se dirá: Esto es la Iglesia. Pero no lo es, porque «en aquellos tiempos irán de la casa de Judá a la casa de Israel, y vendrán juntamente de la tierra del norte a la tierra que hice heredar a vuestros padres». En fin, aquí vemos la reunión de tres cosas: Jerusalén, el trono de Jehová, y la reunión de Judá e Israel, así como las naciones reunidas hacia el Trono de Dios; tres cosas que ciertamente nunca se han cumplido juntas. Cuando la Iglesia fue fundada, Israel fue dispersado. Cuando Israel volvió de Babilonia, no había ni Iglesia ni hubo reunión de naciones.
Jeremías 30:7-11: «¡Ah, cuán grande es aquel día! ... tiempo de la angustia para Jacob; pero de ella será librado ... y extranjeros no lo volverán a poner más en servidumbre, sino que servirán a Jehová su Dios y a David su rey ... y Jacob volverá, descansará y vivirá tranquilo, y no habrá quien le espante.» Desde luego, estos felices tiempos para Israel aún no han tenido cumplimiento.
Jeremías 31:23,27,28,31, hasta el fin. Observemos aquí el versículo 28. ¿A quién ha arrancado, derribado y trastornado Jehová? A aquellos mismos de quienes dice que edificará y plantará. Es, en efecto, irrazonable aplicar todos los juicios a Israel y todas las bendiciones, que se aplican a las mismas personas, a la Iglesia. Y si es de la Iglesia que se trata aquí, ¿cuál es el sentido de «desde la torre de Hananeel hasta la puerta del Angulo», y de la mención del collado de Gareb, etc.? Obsérvense estas últimas palabras del capítulo: «No será arrancada ni destruida más para siempre.»
Jeremías 32:37-42. Éste es un pasaje conmovedor en cuanto a los pensamientos de Jehová acerca de este pueblo. Después de haberles hecho promesas de bendición por gracia, y de asegurarles que será el Dios de ellos, Jehová les anuncia: «Y los plantaré en esta tierra en verdad, de todo mi corazón y de toda mi alma. Porque ... como traje sobre este pueblo todo este gran mal, así traeré sobre ellos todo el bien que acerca de ellos hablo.»
Jeremías 33:6-11,15,24-26. Aquí volvemos a tener la bendición de Israel, y ello por la presencia del Renuevo que hará surgir de David, que ejecutará juicio y justicia en la tierra. Recordemos, queridos amigos, que la Palabra de Dios no nos presenta nunca al Espíritu Santo como el Renuevo de David, ni su función como la de ejecutar el juicio sobre la tierra. Por otra parte, si alguien sueña con aplicar esto al regreso de Babilonia, citaré Nehemías 9:36,37: «He aquí que hoy somos siervos; henos aquí, siervos en la tierra que diste a nuestros padres para que comiesen su fruto y su bien ... y estamos en grande angustia.» ¡En absoluto fue el regreso de Babilonia el cumplimiento de todo lo que hemos leído en cuanto a las promesas! ¿Es que acaso el estado descrito por Nehemías expresa toda el alma, todo el corazón de Dios, en favor de Su pueblo? Ya veis qué valoración hace el Espíritu de Dios de lo que tuvo lugar después del regreso de Babilonia. Así, estas promesas de Dios no han sido aún cumplidas.
Ezequiel 11:16-20. Hasta el día de hoy, Israel, o mejor dicho los judíos, están bajo la influencia del juicio que comporta este pasaje: «Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo, y no lo halla» (Mt 12:43). Los versículos que siguen en Ezequiel hablan de su estado postrero, en el que hemos visto que están sometidos a juicio, y luego Dios le da al remanente un nuevo corazón.
Ezequiel 34:22, hasta el fin del capítulo. Aquí vemos de nuevo que David, su rey, está en medio de ellos, y que las bendiciones son irrevocables.
Ezequiel 36:22-32. Si alguien objetara: Pero éstas son cosas espirituales en las que participamos, res­ponderé: Sí, nosotros participamos de las bendiciones del buen olivo; pero esto no desposee de ellas a aquellos que les pertenecen [cp. Ro. 11:17-24]. ¿A qué se debe que nosotros participemos? A que hemos sido injertados en Cristo. Si estamos en Cristo, somos hijos de Abraham, y participamos de todo lo espiritual. Pero aquí se trata también de cosas terrenales, y el pasaje nos habla de una manera muy clara.
«Habitaréis en la tierra que di a vuestros padres, etc.». La Iglesia sólo tiene un Padre, el Padre de nuestro Señor Jesucristo.
Quisiera ahora señalar de pasada la alusión a este oráculo que aparece en un pasaje muy conocido (Jn. 3:1212If I have told you earthly things, and ye believe not, how shall ye believe, if I tell you of heavenly things? (John 3:12)), donde se hace una alusión a «cosas terrenales». Se trata de una alusión, indudable­mente, a lo que se dice en más de un pasaje profético, pero en particular en el pasaje que ahora nos ocupa, y del que tenemos una cita casi textual en las palabras que nuestro Señor dirige a Nicodemo. Es por esto que le dice: ¿Cómo es que vosotros, los doctores de Israel, vosotros que debierais comprender que le es absoluta­mente necesario a Israel, para poder gozar de las promesas, recibir un corazón nuevo y purificado, cómo es que no comprendéis lo que os digo? ¿No me com­prendéis, cuando os digo que os es necesario nacer de agua y del Espíritu? Si no me comprendéis cuando os hablo de cosas terrenales, ¿cómo comprenderéis las cosas celestiales? Es como si viniera a decirles: Si os he hablado de cosas que tocan a Israel, si os he dicho que Israel tiene que renacer para gozar de las promesas terrenales que le pertenecen, y no habéis comprendido lo que vuestros propios profetas han dicho, ¿cómo comprenderéis las cosas celestiales, la gloria de Cristo exaltado al cielo, y la Iglesia, Su compañera en esta gloria celestial? No habéis siquiera comprendido las enseñanzas de vuestros profetas. Vosotros, los maestros de Israel, debierais haber comprendido al menos las cosas terrenales, lo que Ezequiel y otros profetas han dicho acerca de estas cuestiones.
Efectivamente, aparecen en este pasaje de Ezequiel, como en muchos otros pasajes que hemos citado, el fruto de los árboles, el rendimiento de los campos, y muchas cosas semejantes, que son las bendiciones terrenales prometidas a Israel; pero, al mismo tiempo, se ve el cambio necesario de corazón para gozar de ellas. Es necesario que Israel sea renovado en su corazón para recibir las promesas de Canaán; es necesario que Dios los haga caminar en Sus estatutos dándoles un nuevo corazón, y entonces, y sólo entonces, gozarán de las ben­diciones anun­ciadas. Esto es, Nicodemo, lo que debías haber comprendido por el mismo lenguaje de vuestros profetas.
En el capítulo 37 de Ezequiel tenemos un relato detallado de la restauración de Israel, la reunión de las dos partes de la nación, su entrada en su tierra, su estado de unidad y de fidelidad a Dios en esta misma tierra, siendo Dios el Dios de ellos, y estando presente David, su rey, presente para siempre jamás, de tal manera que las naciones conocerán que su Dios es Jehová, cuando Su santuario esté para siempre en medio de ellos.
Ezequiel 39:22-29. Es evidente que esto no ha llegado aún, porque en este tiempo Dios no esconderá más Su rostro de ellos (v. 29) como lo hace aún hoy, y los habrá recogido en su tierra, sin dejar a ninguno entre las naciones, lo que evidentemente no se ha cumplido aún.
Recordemos, para acabar, los grandes principios sobre los que descansan las profecías. La restaura­ción de los judíos se basa en las promesas hechas a Abraham de manera incondicional. La caída de ellos viene por causa de que ellos trataron de actuar en base de sus mismas fuerzas, y después de haber puesto a prueba en todas formas la paciencia de Dios, hasta que no hubo remedio. El juicio cayó sobre ellos, pero Dios vuelve a Sus promesas.
Apliquemos esto a nuestros propios corazones. Tenemos siempre la misma historia, nuestra his­toria, siempre la historia de la caída. En el momento en que Dios nos pone en esta o aquella situación, fracasamos en el acto. Pero detrás de todo ello hay un principio de poder, esto es, la revelación de los consejos de Dios, y como consecuencia de unas pro­mesas incondicionales, y vemos que es la mediación y la presencia de Jesús (con Moisés como tipo de Él) la que es el medio del cumplimiento de estas promesas. También hemos visto que Dios no ejecuta el juicio, después de haber sido anunciado mucho tiempo antes, más que después de una extraordinaria paciencia, después de haber emple­ado todos los medios posibles que debieran haber recordado al hombre sus deberes para con Dios, si hubiera una chispa de vida en su corazón. Pero no había nada.
Los individuos vivificados por la gracia se mantienen en las promesas, que han de tener su cumplimiento en la manifestación de Aquel que las puede llevar a cabo, y merecer su cumplimiento para otros. Nada exhibe estos principios más claramente que esta historia de Israel. «Estas cosas», dice el apóstol, «les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros». Se trata de un espejo donde podemos ver, por una parte, el corazón del hombre, que siempre fracasa; por otra, la fidelidad de Dios, que jamás falla, que cumplirá todas Sus promesas, y que manifestará un admirable poder, que sobrepujará a toda la iniqui­dad del hombre y al poder de Satanás. Fue cuando la iniquidad llegó a su punto culminante que dijo: «Engruesa el corazón de este pueblo»; y no es hasta Hechos 28:27 que encontramos el cumplimiento de este juicio, anunciado casi ocho siglos antes por el profeta Isaías. Fue cuando el pueblo lo hubo rechazado todo que Dios lo endureció, para hacer de ellos un monumento de Sus caminos. ¡Qué paciencia la de Dios!
Y así es también por lo que a nosotros atañe, esto es, para los gentiles; la ejecución del juicio está en suspenso desde hace dieciocho siglos, y Dios sigue recurriendo a todos los tesoros de Su gracia, para hallar un eco de bien en nuestros corazones. Como dijo el Señor: «Si yo no hubiera venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa por su pecado. ... Si yo no hubiese hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; pero ahora han visto y han aborrecido a mí y a mi Padre.» ¡Paciencia admirable! ¡Infinita gracia de Aquel que se interesa por nosotros, incluso a pesar de nuestra rebelión e iniquidad!
¡A Él sea toda la gloria!