Tercera Conferencia (Hechos 1): La Segunda Venida De Cristo

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Deseo ahora hablaros acerca de la venida de Cristo. Hay muchas cuestiones que se relacionan con este importantísimo hecho, como, por ejemplo, el reinado del anticristo; pero esta tarde me centraré en el acontecimiento mismo de la venida del Señor.
He comenzado esta sesión leyendo Hechos 1, por cuanto la promesa del regreso del Señor nos es presentada como la única esperanza de los dis­cípulos, y el primer tema que debía fijar la atención de los mismos, cuando seguían en vano con su mirada al Señor en Su ascensión, que iba a quedar escondido en Dios.
En este capítulo hay tres cosas a observar con motivo de la ascensión del Señor. La primera es que los discípulos deseaban saber cuándo y cómo iba Dios a restaurar el reino a Israel. Ahora bien, Jesús no les dijo que este reino no sería restaurado, sino más bien lo contrario; les dice sólo que la época de esta restauración no está revelada. La segunda es que el Espíritu Santo vendría; y la tercera es que mientras los discípulos estaban con la vista fijada en el cielo, se les aparecieron dos ángeles, que les dijeron: «¿Por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo».
Sí; tenían que esperar el regreso de Cristo.
Si estudiamos la historia de la Iglesia, la veremos decaer en precisamente la misma proporción en la que pierde de vista el regreso del Señor, y en que la espera del Salvador desaparece de los corazones. Al olvidar esta verdad se debilita, se vuelve mundana. Pero quiero demostraros, sin querer apartarme del ámbito de la Palabra, sino mediante ella, cómo este pensamiento del regreso de Cristo dominaba la inteligencia, sostenía la esperanza e inspiraba la conducta de los apóstoles. Y lo haré mediante citas textuales de diversos libros del Nuevo Testamento.
Hechos 3:19-21: «Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a Jesucristo ... ». El Espíritu Santo ha venido; Él ha permanecido con la Iglesia; pero los tiempos de refrigerio vendrán «de la presencia del Señor», cuando Él enviará a Jesu­cristo. Es imposible aplicar este pasaje al Espíritu Santo, por cuanto Él ya había descendido entonces, y era Él quien decía, por boca del Apóstol: «A quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas ... ». Y, de hecho, el Espíritu Santo no ha restaurado todas las cosas. En base de este pasaje, el propósito atribuido al que debe venir no es el de juzgar a los muertos, ni que el mundo sea quemado y destruido; Su propósito es, ante todo, «la restauración de todas las cosas de que habló Dios por boca de sus santos profetas».
Escrituras Que Hablan De La Venida Del Señor
Os cito estos pasajes para que comprendáis qué es lo que yo entiendo por la venida del Señor; no tenemos aquí el juicio de los muertos, ni el Gran Trono Blanco; de lo que se trata es del regreso personal de Jesucristo, presente y visible, cuando será enviado del cielo. Si comparamos estos versículos con el pasaje en Apocalipsis 20, veréis con claridad que la venida de Jesucristo y el juicio de los muertos son dos acontecimientos distintos; que cuando tenga lugar el juicio de los muertos no se habla de que Cristo vuelva del cielo a la tierra, porque se dice que entonces el cielo y la tierra huirán de delante de Su rostro.
El Señor volverá a la tierra.
Veamos ahora como ya desde el principio Él mismo, y luego el Espíritu Santo por medio de los Apóstoles, dirigen constantemente nuestra atención a este regreso personal.
Mateo 24:27-30: «Entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo». Desde luego, la expedición de Tito contra Jerusalén no fue la venida del Señor en las nubes del cielo. Tampoco se trata del juicio de los muertos ante el tribunal del Gran Trono Blanco. En este tiempo ya no hay tierra, mientras que en el tiempo del pasaje citado están presentes las naciones de la tierra, y se trata de un acontecimiento que tiene que ver con esta tierra. «Y se lamentarán todas las tribus de la tierra.» No se trata de un milenio como consecuencia de la aplicación del poder del Espíritu Santo; son las tribus de la tierra que se lamentarán cuando verán al Señor Jesús. Versículo 33: «Así también ... cuando veáis todas estas cosas, conoced que está cerca, a las puertas».
Mateo 24:42-51. La fidelidad de la Iglesia dependería de la atención continua que diera a esta verdad del regreso de Cristo. Desde el momento en que comienza a decir «Mi señor tarda en venir», comienza a dominar de manera tiránica y a volverse mundana. «También vosotros estad preparados», dice Jesús, «porque el Hijo del Hombre [no la muerte] vendrá ... ».
Mateo 25:1-13. La espera del regreso de Cristo es la medida exacta, el termómetro, por así decirlo, de la vida de la Iglesia. Así como el siervo se volvió infiel en el momento en que dijo, «Mi Señor tarda en venir», así también sucedió con las diez vírgenes, porque se dice que todas se durmieron. Además, no era ni al Espíritu Santo, ni a la muerte, que tenían las vírgenes que esperar con fidelidad, porque ni la muerte ni el Espíritu Santo son el Esposo de la Iglesia. Todas las vírgenes se encontraron en la misma situación; las prudentes (los santos verda­deros), lo mismo que las insensatas que carecían del aceite del Espíritu Santo, se durmieron juntas, olvidando el regreso inminente de Cristo.
En Marcos 13 tenemos casi lo mismo. El versículo 26 nos impide aplicar este pasaje a la invasión de los romanos; y cuando en el versículo 29 se dice: «Está cerca, a las puertas», no se está hablando del juicio de los muertos, ni del Gran Trono Blanco. En la época del Gran Trono Blanco no habrá casas a las que pueda hacerse referencia.
Sólo aparecen cuatro pasajes en el Nuevo Testamento que se refieran al gozo del alma de los que han muerto en el Señor. El primero es cuando el ladrón le dice al Señor: «Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino». Aquí él estaba pensando en la venida de Jesús en gloria, que era una verdad con la que los judíos estaban familiarizados. Y el Señor le respondió: Para esto no tienes que esperar a que vuelva: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». El segundo pasaje es el referente a Esteban, que dijo: «Señor Jesús, recibe mi espíritu.» El tercero es aquel en el que Pablo dice: «Ausentes del cuerpo, presentes con el Señor» (2 Co 5). El cuarto, en Filipenses 1:22,23, donde el apóstol dice: «No sé entonces qué escoger ... teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor.» En efecto, es muchísimo mejor esperar la gloria estando presente con Cristo en el cielo, que quedándonos aquí abajo; no que vayamos a la gloria cuando partimos, sino que dejamos el pecado, quedamos al abrigo del pecado, y gozamos del Señor sin pecar. Sí, éste es un estado muchísimo mejor, pero es asimismo un estado de espera, como el estado en que está el mismo Cristo, sentado a la diestra del Padre, y esperando lo que falta.
Lucas 12:35: «Estén ceñidos vuestros lomos, y vuestras lámparas encendidas ... ». Aquí nos encon­tramos otra vez con la parábola del siervo infiel. Pero aquí el Señor añade que el siervo «que conociendo la voluntad de su señor, no se preparó (aquí tenemos la cristiandad), recibirá muchos azotes. Mas el que sin conocerla (aquí tenemos a los paganos), hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco». Todos serán juzgados, pero la cristiandad está en un estado infinitamente peor que el de los judíos o el de los paganos.
Lucas 17:30: «Así será el día en que el Hijo del hombre se manifieste».
Lucas 21:27: «Entonces verán al Hijo del Hombre, que vendrá en una nube con poder y gran gloria». La higuera, de la que el Señor habla en este contexto, es de manera especial el símbolo de la nación judía. «Velad, pues,» añade Él, «en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos ... de estar en pie delante del Hijo del Hombre.» Estos dos capítulos de Lucas, esto es, el 17 y el 21, lo mismo que Mateo 24 y Marcos 13, tienen que ver con los judíos. A estos se puede añadir Lucas 19, donde los siervos llamados y los enemigos que rechazaron al noble son bien claramente los servidores de Cristo y la nación judía (véanse los vv. 12,13,27).
Juan 14:2: «En la casa de mi Padre muchas moradas hay ... voy pues, a preparar lugar para vosotros. Y ... vendré otra vez». El Señor mismo vendrá a tomar la Iglesia, a fin de que la Iglesia esté donde Él está.
Hechos 3:20. Aquí tenemos la predicacion del apóstol a los israelitas: Convertíos, y Jesús volverá. Vosotros habéis dado muerte al Príncipe de la vida, habéis negado al Santo y al Justo; Dios lo ha resucitado. Arrepentíos, y Él volverá. Pero no quisieron convertirse. Durante tres años Jesús había estado buscando en vano fruto en la higuera. Y bien al contrario, los viñadores dieron muerte al Hijo de Aquel que los había establecido sobre la viña. El Hijo de Dios, Jesús, pidió para ellos el perdón, desde la cruz, de donde Su voz es todopoderosa, diciendo: «Perdónalos, porque no saben lo que hacen». Mientras tanto, el Espíritu Santo, por boca del apóstol, responde a la intercesión de Jesús: «Sé que por ignorancia lo hicisteis»: arrepentíos, enton­ces, y Él volverá: «Arrepentíos ... para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio ... ». Pero sabemos que se resistieron obstinadamente al Espíritu Santo (Hch 7:51).
Hechos 3:20,21: «Y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo.»
Aquí tenemos el gran fin de todos los consejos de Dios. Tal como hemos visto antes el secreto de Su voluntad, que Dios reunirá todas las cosas en Cristo, vemos aquí que Él ha hablado de esto mismo, en lo que toca a las cosas terrenales, por boca de sus santos profetas. ¿Y cómo se cumplirán estas cosas? ¿Por el derramamiento del Espíritu Santo? No, porque se dice que esto tendrá lugar cuando envíe a Jesús. Sin duda alguna, yo creo que el Espíritu Santo será derramado, y de manera especial sobre los judíos; pero, en el pasaje que estamos contem­plando, este acontecimiento tendrá lugar por la presencia de Jesús. No es del cielo de lo que se trata aquí. No puede haber una revelación más explícita de que las cosas de las que hablaron los profetas tendrán su cumplimiento cuando Jesús sea enviado. No sé cómo se puede esquivar el sentido y la sencillez de esta declaración.
Vemos la caída, la ruina del hombre; vemos también a toda la creación sujeta a la servidumbre de la corrupción. La Esposa desea que el Esposo sea manifestado. No es el Espíritu Santo el que res­taurará la creación ni el que es heredero de todas las cosas: es Jesús. Cuando Jesús sea manifestado en gloria, el mundo lo verá, mientras que al Espíritu Santo no lo puede ver.
Toda rodilla se doblará al nombre de Jesús. La obra del Espíritu Santo no es la de restaurar todas las cosas aquí abajo, sino la de anunciar a Jesús que ha de volver. Una vez más, es el Espíritu Santo quien dijo, por boca de Pedro: «A quien de cierto es necesario que el cielo reciba». ¿Que reciba a quién? ... No al Espíritu Santo; Él ya había descen­dido; y a nosotros nos toca creerle.
Paso ahora a las Epístolas, para ver también en ellas cómo la venida del Salvador era la esperanza constante y viva de la Iglesia.
Vemos claramente en Romanos 8:19-22 a toda la creación en suspenso, hasta el momento de Su manifestación; compárese con Juan 14:1-3 y Colosenses 3:1,4.
También en 1 Corintios 1:7: «De manera que nada os falta en ningún don, esperando la manifestación de nuestro Señor Jesucristo.»
Efesios 1:10. De este pasaje ya hemos hablado. Por cuanto en el juicio final ya habrán desaparecido los cielos y la tierra, es antes de esta época que Dios reunirá todas las cosas en Cristo.
Filipenses 3:20,21: «Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya.»
Colosenses 3:4: «Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis mani­festados con él en gloria.»
Las dos epístolas a los Tesalonicenses giran enteramente en torno a este tema.
1 Tesalonicenses. Todo tiene lugar con vista a la venida de Cristo; todo lo que dice Pablo de su gozo y de su obra tiene relación con ella.
Ya en primer lugar, la conversión misma tiene relación con esta verdad (1:10). Los fieles de Tesalónica, que habían servido de ejemplo a los de Macedonia y de Acaya, y cuya fe era tan célebre que no había necesidad de decirles nada, se habían convertido «de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera». Es de destacar que esta iglesia, una de las más florecientes de aquellas a las que los apóstoles escribieron, sea precisamente la que el Señor escoge para revelar con mayores detalles las circunstancias de Su venida. «El secreto de Jehová es para los que le temen.»
Así era la fe de los Tesalonicenses: por todo el mundo se hablaba de la misma, esto es, que esperaban a Jesús de los cielos. Y a nosotros nos toca tener esta misma fe que tenían los Tesaloni­censes. Y es necesario esperar al Señor, como ellos lo hacían, antes del período de los mil años. Y, desde luego, ellos no estaban diciendo: Pasarán mil años antes que el Señor vuelva. Cap. 2:19: «Porque ¿cuál es nuestra esperanza ... ? ¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida?»
Capítulo 3:13: «Para que sean afirmados vuestros corazones, irreprensibles en santidad delante de Dios nuestro Padre, en la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos.» Ésta es la idea dominante de los pensamientos y de los afectos del apóstol.
Capítulo 4:13-18. Es destacable que la única consolación que el apóstol ofrece a los que estaban alrededor de un lecho de muerte de un fiel es su regreso con Jesús y su mutuo reencuentro. La costumbre es decir: «¡Oh, consuélate; se ha ido a la gloria, y pronto le seguiremos.» Pero no es éste el pensamiento del apóstol; bien al contrario, la consolación que les da a los que compartían los últimos momentos de los fieles es: Consolaos: Dios los volverá a traer. Es preciso que tenga lugar un enorme cambio en los sentimientos habituales de los cristianos, porque la única consolación que el apóstol ofrece es considerada hoy día como una insensatez. Los fieles de Tesalónica estaban hasta tal punto impregnados del pensamiento del regreso de Cristo que no se imaginaban poder morir antes de tal acontecimiento; y cuando uno de ellos partía, sus amigos se afligían temiendo que no estaría presente en aquel feliz momento. Pero Pablo los tranquiliza diciéndoles que «así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él». Podemos comprender, por medio de este ejemplo, cómo la Iglesia ha puesto a un lado la esperanza que llenaba el espíritu de los primeros fieles; hasta qué punto nos hemos alejado del pensamiento apostólico que hemos puesto en su lugar la idea de un estado intermedio de bienaven­turanza (el alma separada del cuerpo), un estado que sin duda es cierto, y superior desde luego a nuestro estado sobre la tierra, pero vago, y que es además un estado de espera. El mismo Jesús espera, y los santos muertos esperan.
No deseo en absoluto debilitar la verdad de este estado intermedio de bienaventuranza; el apóstol habla así del mismo (2 Co 5:2): «Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial; pues así seremos hallados vestidos, y no desnudos. Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida. ... Así que vivimos confiados siempre», etc. Es decir: Si el cuerpo mortal no queda absorbido por la vida (no es transmutado), la confianza que tengo no queda interrumpida en el momento de la muerte; ya he recibido la vida de Cristo en mi alma, y no podrá dejar de ser. Puede llegar el momento en que yo fallezca, pero la vida de mi alma no queda por ello afectada; ya tengo la vida de Cristo; y si parto, será para estar con Él.
Otra observación todavía acerca de 1 Tesaloni­censes 4:15-17: «Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados junta­mente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor.»
Si el apóstol hubiera estado esperando un milenio del Espíritu Santo antes de la venida de Jesús, ¿cómo habría podido decir: Los que vivimos, los que hayamos quedado aún para la venida de Cristo? Para él se trataba, entonces, de una continua espera de la venida de Cristo, de la que no sabía el momento, pero que tenía motivos de esperar. ¿Acaso estaba engañado en esto? No, en absoluto; tan sólo esperaba; y esta espera tenía el buen fruto de que lo mantenía en perfecta separación del mundo. Si esperáramos de un día para el otro la llegada del Señor, ¿dónde quedarían todos estos planes que se hacen para la familia, para la casa, para lisonjear la soberbia de la vida, para enriquecerse? Lo que forma nuestro carácter es la naturaleza de nuestra esperanza, y, cuando venga el Señor, Pablo gozará de los frutos de su espera. La esperanza que lo animaba produjo sus hermosos frutos; fue debido a esta esperanza que dijo: «Todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo» (1 Ts 5:23).
1 Tesalonicenses 5:2-4. Obsérvese que este día no ha de sorprender a los creyentes como ladrón.
2 Tesalonicenses 1:9,10; 2:3-10. En lugar de un mundo bendecido por un milenio sin la presencia de Jesús, observamos al hombre de pecado yendo de mal en peor, hasta que es destruido por la manifestación de la venida de Cristo. Esto consti­tuye evidente­mente una prueba de que este milenio del Espíritu a solas es falso, por cuanto el misterio de iniquidad, que ya comenzó en tiempos del apóstol Pablo, debía proseguir hasta que se manifestara el hombre de pecado, que será destruido por la manifestación del mismo Cristo en Su venida, con el espíritu de Su boca. Y en un estado de cosas así, ¿dónde queda lugar para tal milenio?
1 Timoteo 6:14-16: Guarda «el mandamiento sin mácula ni reprensión, hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo, la cual a su tiempo mostrará el bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores, el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, al cual sea la honra y el imperio sempiterno. Amén.»
2 Timoteo 4:1: «Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino.»
Tito 2:11-13. La gracia ha aparecido, mostrándo­nos la forma de vivir, primero, y luego la esperanza de la gloria. La aparición de la gracia ya tenido lugar; y ella nos enseña a esperar la manifestación gloriosa.
Hebreos 9:28: «Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan». Como Sumo Sacerdote, una vez haya terminado Su obra intercesora, saldrá del santuario. Véase asimismo Levítico 9:22-24.
Santiago 5:9: «El juez está delante de la puerta.»
2 Pedro 1:16-21: «Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad. Pues cuando él recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia. Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos con él en el monte santo. Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones; entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo.»
Así, la transfiguración fue como un espécimen, una muestra de la venida de Jesús en gloria.
1 Juan 3:2-3: «Sabemos que cuando él se mani­fieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es.» No seremos semejantes a Él hasta que aparezca. Antes no. «Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo.» Sabiendo que cuando Jesús aparezca seré seme­jante a él, tengo ya que asemejarme, desde ahora, todo lo posible a Jesús. ¡Qué grande es la poderosa eficacia de esta verdad del regreso de Cristo, y qué prácticos son los efectos que se desprenden de esta esperanza! Esta esperanza nos es la medida de la santidad, así como es su motivo.
También los que están en el cielo (Ap 5:10) dicen en sus cánticos: «Reinarán sobre la tierra», y éste es el lenguaje de los fieles que ya están en las alturas alrededor del trono. Dicen: Reinarán, no reinan. Ellos mismos están en estado de espera, como el mismo Jesucristo; esperando lo que queda, hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies.
Estudiemos también la parábola de la cizaña y del trigo (Mt 13). La cizaña, esto es, el mal que Satanás ha hecho allí donde se ha sembrado el trigo, tiene que crecer hasta la siega, que es el fin de esta dispensación. El mal que él ha provocado mediante herejías, falsas doctrinas, falsas religiones, todo este mal ha de seguir, crecer y madurar. Esta cizaña tiene que aumentar, y multiplicarse en el campo del Señor hasta la siega. Ésta es una revelación positiva, que contradice de manera formal la idea de un milenio del Espíritu Santo sin un regreso del Señor.
Así, hemos visto que la venida de Cristo está unida a todos los pensamientos, a todos los motivos de consolación y de gozo, y a la santificación de la Iglesia, incluso en el lecho de muerte, y que Cristo traerá consigo a los que hayan abandonado el cuerpo. Hemos visto también, por una parte, que la venida del Señor es lo que será el medio de la restauración de todas las cosas, y, por otra parte, que el mal ha de crecer en el campo del Señor hasta el momento de la siega.
Que el Señor aplique estas verdades a nuestros corazones, queridos amigos, por un lado para apartar­nos de las cosas de este mundo, y por el otro para atraernos a Su venida, a Él mismo de manera personal, a fin de que nos purifiquemos, así como Él es puro. Desde luego, nada hay más práctico que estas verdades, nada más apropiado para separar­nos de un mundo que ha de ser juzgado, al mismo tiempo que para fortalecer nuestra comunión con Aquel que ha de venir para juzgar. Nada mejor que esto para mostrarnos cuál debe ser nuestra purifica­ción, y para provocarla en nosotros; nada que pueda consolarnos de tal manera, y reanimar­nos e identifi­car­nos con Aquel que padeció por nosotros, a fin de que los que ahora sufrimos reinemos luego con Él, coherederos en gloria. Es cosa cierta que si esperáramos al Señor a diario, se daría entre nosotros una renuncia abnegada que no se ve demasiado entre los cristianos actuales. ¡Que nadie diga: «Mi Señor se tarda en venir»!