Muestras De Afecto

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Hay situaciones peligrosas en este mundo que los hijos de Dios deben evitar cuidadosamente. Una de éstas, cuya existencia debe ser señalada como a luz de faro, es la manifestación del afecto humano—una cosa recta y propia en su lugar, pero una red muy peligrosa para el incauto. Quizás no hay un lugar más resbaloso para el pie de un cristiano; está al borde de un hoyo profundo de tristeza en el cual muchos queridos cristianos han caído. Un momento de falta de vigilancia, un acto descuidado, podrá dar a la carne y al diablo una oportunidad que lleve a la deshonra pública del testimonio del Señor y una mancha permanente en el cristiano.
Hoy en día los jóvenes cristianos que están viviendo en el ambiente de gran relajación moral en el mundo, precisan de ser instruidos por la Palabra de Dios más bien que por lo que se ve entre los impíos, y aun entre cristianos profesantes. La atmósfera entera del mundo está caracterizada por un sentido moral degradado de lo que la gente conoce comúnmente, “como bestias brutas.” El príncipe de este mundo lo está conduciendo hacia abajo por el camino que una vez fue pisado por el Imperio Romano depravado donde la virtud casi no existía.
Por lo tanto, desearíamos ofrecer algunas palabras de consejo y de amonestación acerca de las caricias o la manifestación del afecto. Para ello podemos con toda confianza recurrir a la sabiduría que se encuentra en la Palabra de Dios. Que nadie diga: “Es anticuada, o fuera de moda.” La sabiduría sana se halla solamente en la Palabra de Dios: jamás será anticuada o fuera de moda. “¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra” (Sal. 119:9).
Las caricias son una manifestación del afecto humano del uno para el otro. En su debido lugar es en verdad muy hermosa. Dios mismo ha puesto el amor en el corazón humano y nos ha dotado con la capacidad de manifestarlo, pero ciertamente debe hacerse con la debida discreción; pues lamentablemente la práctica desenfrenada actual de caricias promiscuas y escandalosas lo ha degradado al nivel bajo de complacencia carnal, o pasión libidinosa.
En cada relación respectiva hay una conducta apropiada para el que busca andar en el temor de Dios y de agradar al Señor. Por ejemplo, hay el afecto propio al parentesco entre los padres y los hijos; la falta de afecto natural no es de Dios: es una de las señales de los postreros días (véase 2 Ti. 3:3). Pero aun entre padres e hijos hay una demostración apropiada de amor y de afecto que no debe violarse, y a la cual no deben entregarse aquellos que no se hallan en ese parentesco: solamente a una hija se le debe mostrar el cariño que pertenece a una hija, y sólo a un hijo se le debe dar el lugar de un hijo. No ha llegado el tiempo en que podremos dar rienda suelta a nuestros afectos; deben estar restringidos por la discreción y sabiduría dadas por Dios. Mientras que tengamos en nosotros la antigua naturaleza con sus concupiscencias (y eso será todo el tiempo que estemos en el cuerpo), tendremos que andar con nuestros lomos ceñidos de verdad.
Hay muestras de afecto apropiadas entre los dos que están comprometidos para casarse, las cuales no convienen a los que no están comprometidos. Y aun las personas comprometidas deben acordarse de que toda manifestación de afecto el uno para con el otro debe ser con discreción sabia y restricción propia. ¡Cuánto mejor, más seguro y feliz es el refrenarse de sobrepasar los límites de lo que es apropiado, mientras se espera con anticipación el tiempo cuando la estimación pueda demostrarse más cabalmente! Los que se guardan a sí mismos en esto no pierden nada, y cuando llega el tiempo apropiado para una manifestación más cabal del afecto, disfrutan de un gozo aumentado en aquello que se ha conservado puro. “El que confía en su corazón es necio; mas el que camina en sabiduría, será salvo” (Pr. 28:26).
Para aquellos que no están comprometidos para casarse, la norma de “manos quietas” (“bien es al hombre no tocar mujer”; 1 Co. 7:1), ciertamente es sabia y segura. ¡Ay! con cuánta tristeza cristianos se han afligido a sí mismos (deshonrando también al Señor), porque se desviaron de lo que conviene, y dieron rienda suelta a la concupiscencia carnal. Satán está siempre listo para poner trampa a nuestros pies, y él hace uso de “la concupiscencia de la carne” (1 Jn. 2:1616And said unto them that sold doves, Take these things hence; make not my Father's house an house of merchandise. (John 2:16)) con mucho éxito. Es una de las características de los “hijos de ira” que ellos cumplen los deseos “de la carne y de los pensamientos” (Ef. 2:3). Pero a los cristianos se les exhorta a “abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma” (1 P. 2:11).
Luego hay las muestras de amor que pertenecen propia y solamente al parentesco de esposo y esposa, a ellos que son “dos en una carne” (Mt. 19:5), y aun en el matrimonio debe haber cordura, como Hebreos 13:4 amonesta: “el matrimonio sea tenido por todos en honor” (N-C). El descuido en observar estas distinciones, y la falta de mostrar conducta sabia y delicadeza apropiada ha producido tristeza en muchos corazones.
También debemos recordar que el matrimonio es el bendito tipo de la unión entre Cristo y la iglesia. El hombre cristiano es responsable para representar a Cristo, quien “amó a la iglesia, y se entregó a Sí mismo por ella” (Ef. 5:25); por lo tanto si un cristiano juega con los afectos de una mujer y tiene en poco lo que es sagrado, él ciertamente no es fiel; tampoco es una hermana joven un tipo verdadero de la iglesia desposada con Cristo, si permite o recibe abrazos y atenciones íntimas de cualquiera que no sea su esposo, o esposo futuro—en este caso con las debidas limitaciones. El Apóstol Pablo escribió a los Corintios: “porque os he desposado a un marido, para presentaros como una virgen pura a Cristo” (2 Co. 11:2).
Estas observaciones no irán de acuerdo con las ideas generales o prácticas del mundo, pero ¿cuándo ha podido el mundo establecer un tipo adecuado de conducta para los hijos de Dios? ¡Nunca! El mundo se está apresurando a su condenación y está aumentando diariamente el relajamiento moral y la depravación, pero Dios nos ha llamado fuera de éste a Sí mismo. Que podamos acordarnos de las palabras de nuestro Señor Jesús cuando oró a Su Padre (Jn. 17:15-1615I pray not that thou shouldest take them out of the world, but that thou shouldest keep them from the evil. 16They are not of the world, even as I am not of the world. (John 17:15‑16)): Él hizo una gran distinción entre el mundo y aquellos que eran los suyos, y Él deseaba que nosotros fuésemos guardados del mal. Sería provechoso que leyésemos el capítulo cinco de la Epístola a los Efesios. Somos llamados a ser imitadores de Dios en esta atmósfera moralmente opuesta; debemos evitar toda inmundicia, no tener ninguna comunión con ella, andar como hijos de luz y ser circunspectos y sabios. Quiera el Señor darnos SUS pensamientos de lo que conviene en aquellos que son llamados así fuera de este mundo para pertenecer a Aquel que es santo.