Compatibilidad

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Hemos declarado ya que jamás es la voluntad de Dios que un verdadero cristiano se case con una persona que no sea también verdadero cristiano, formando así un yugo desigual: “no os juntéis en yugo con los infieles [incrédulos]” (2 Co. 6:14).
Hay también otro asunto de importancia que debe interesar a cada persona cristiana que piensa casarse con otra persona también cristiana; esto es la cuestión de compatibilidad. Los cristianos, como otras personas, varían muchísimo tanto en naturaleza como en carácter, y en su manera de vivir y en sus circunstancias. También abarcan una gran diversidad de estados espirituales. Así que hay algunos creyentes que no son muy adaptados para ser unidos en matrimonio, porque hay poca probabilidad de hacer los ajustes que son necesarios para la armonía conyugal.
Es triste, pero cierto, que hay muchos cristianos unidos en el matrimonio que no son felices en su vida conyugal. “No conviene que estas cosas sean así” (Stg. 3:10), porque dan un testimonio muy pobre ante el mundo, y muy desagradable ante el Señor.
Cuando dos cristianos se unen en matrimonio, deben hacer algunos ajustes. El ejercicio diligente de las gracias cristianas deben ayudar de una manera esencial para crear la armonía. Asimismo si cada uno siguiera las instrucciones dadas en las Escrituras para su propia conducta, se evitarían muchos disgustos.
Hemos conocido a algunos cristianos que desde el primer día de su vida matrimonial fracasaron en el ejercicio de la gracia, o en el de la conciliación que el amor mutuo cristiano produciría. Jamás llegaron a ser felices.
Ahora bien, creemos firmemente que si un hijo de Dios va a su Padre para recibir sabiduría, y busca la voluntad y la mente del Señor, estando sujeto a Él, entonces no debe desconfiar en dar el paso al matrimonio.
“Libre es: cásese con quien quisiere, con tal que sea en el Señor” (1 Co. 7:39). La expresión, “en el Señor,” significa mucho más que casarse sencillamente con otra persona cristiana, pues ella implica el reconocimiento de la divina autoridad. Uno que pertenece al Señor, el cual le compró “por precio,” no tiene ya más derecho de agradarse a sí mismo, sino debe preguntarse: “Señor, ¿qué quieres que haga?” El Señor nunca conducirá a nadie a un matrimonio que no puede tener éxito. Si es del Señor, entonces habrá la compatibilidad y todo lo que fuere necesario para una vida conyugal feliz.
Sabiendo nosotros que nuestros pobres y traicioneros corazones pueden engañarnos, al pensar que tenemos la mente del Señor en nuestras perspectivas de matrimonio, nos conviene pesar bien la cuestión de qué ajustes se requerirán, y una vez conocidos, examinar si sería posible realizarlos. Vamos a mencionar algunas situaciones:
Supongamos el caso de una señorita criada en ambiente de riqueza. ¿Estará dispuesta a aceptar lo que su amigo pobre (en comparación a ella) puede suplir si se casan? El descender a una posición económica más baja, ¿será para ella tan incómoda que produzca disgustos y altercados? Hay la posibilidad de que esa diferencia en el nivel de vida, pueda conciliarse si hay suficiente amor verdadero; pero no es sabio apresurarse al matrimonio sin considerar cuidadosamente todo problema que se presente.
Otra faceta del asunto es el estado espiritual de cada uno. Cuando sean esposos, ¿estarán dispuestos a agradar al Señor y servirle con el mismo propósito de corazón? Una divergencia sería un estorbo al entendimiento y a la cooperación mutuos en el servicio del Señor.
Algunas veces existe mucha disparidad en la constitución física: mientras que el uno es robusto, el otro es enfermizo y débil. En tales casos, ¿estará el robusto dispuesto a hacer los ajustes necesarios y no sentirse defraudado?
Diferencias grandes en ideales, en formas de ser y de expresarse podrán levantar barreras casi insuperables. Podríamos mencionar muchos otros factores, pero lo ya citado es suficiente para ilustrar los principios expuestos anteriormente, y la urgente necesidad de meditar bien sobre tal paso, del cual no se podrá retroceder.
No se puede imaginar una situación peor que la de llegar a comprender que uno se ha casado con una persona indebida. Si estos renglones fuesen leídos por algún cristiano que abrigue tal convicción, le rogamos que por amor de Cristo busque de Él ayuda para poder ejercitar mucha gracia cristiana y paciencia, a fin de que su hogar sea uno en el cual el Señor Jesús es honrado. Logrado esto, el Señor puede darle mucha paz y felicidad.
Pero no todos los casos de infelicidad matrimonial se deben a la incompatibilidad, pues en muchos es el resultado directo de un bajo estado espiritual: el esposo o la esposa (o ambos) se han alejado del Señor. Y nadie hay tan sin razón y tan difícil con quien avenirse, que ¡con un cristiano que se halla en mal estado espiritual!
Ojalá que los que—teniendo dificultades domésticas—lean esto, puedan examinarse a sí mismos delante del Señor, para ver cuál sea la causa de sus problemas y juzgarse a sí mismos ante Dios; y que procuren quitar inmediatamente todo lo que haya formado una “costra” sobre sus almas, estorbando así su gozo personal en el Señor. El andar en comunión con nuestro Dios es un gran salvaguardia contra los muchos peligros y males que nos rodean.