Lucas Capítulo 15

Luke 15  •  9 min. read  •  grade level: 12
Listen from:
La Energía Soberana De La Gracia; La Gracia De Dios Contrastada Con La Justicia Propia Del Hombre
Habiendo puesto de manifiesto de este modo la diferencia de carácter entre las dos dispensaciones, y las circunstancias de la transición de la una a la otra, el Señor se vuelve a principios más elevados—a las fuentes de lo que fue introducido por gracia.
Es, de hecho, un contraste entre las dos, así como un contraste entre los capítulos por los que hemos estado discurriendo. Pero este contraste se eleva hasta su gloriosa fuente en la propia gracia de Dios, contrastada con la miserable justicia propia del hombre.
Los publicanos y pecadores se acercan para oír a Jesús. La gracia tenía su verdadera dignidad para aquellos que la necesitaban. La justicia propia rechazaba todo lo que no fuese tan despreciable como lo era ella, y, al mismo tiempo, rechazaba a Dios en Su naturaleza de amor. Los Fariseos y los escribas murmuraban contra Aquel que fue en Sí mismo un testimonio de esta gracia al cumplirla.
No puedo meditar sobre este capítulo, que ha sido el gozo de tantas almas, y tema de tantos testimonios a la gracia, desde el momento en que el Señor lo pronunció, sin explayarme sobre la gracia, perfecta en su aplicación al corazón. Sin embargo, debo limitarme aquí a los grandes principios, dejando su aplicación a aquellos que predican la Palabra. Esta es una dificultad que se presenta constantemente en esta porción de la Palabra.
El Gozo De Dios Al Mostrar Gracia
En primer lugar, el gran principio que exhibe el Señor, y sobre el cual Él fundamenta la justificación de los tratos de Dios (¡triste es el estado del corazón que lo requiere! ¡Maravillosas la gracia y la paciencia que lo da!), el gran principio, repito, es que Dios halla Su propio gozo mostrando gracia. ¡Qué respuesta al horrendo espíritu de los Fariseos que la objetaban!
Es el Pastor quien se regocija cuando la oveja es hallada, es la mujer la que se regocija cuando la moneda está en su mano, es el Padre que se regocija cuando Su hijo está en Sus brazos. ¡Qué expresión de aquello que Dios es! ¡Cuán verdaderamente es Jesús Aquel que la da a conocer! Es en esto solo sobre lo que puede estar fundamentada toda la bendición del hombre. Es en esto que Dios es glorificado en Su gracia.
El Amor Que Busca; La Oveja Perdida Y La Moneda Perdida: La Obra De Cristo Y La Del Espíritu Santo
Pero hay dos partes distintas en esta gracia—el amor que busca, y el amor con el cual uno es recibido. Las dos primeras parábolas describen el primer carácter de esta gracia. El pastor busca su oveja, la mujer su moneda: la oveja y la moneda son pasivas. El pastor busca (y la mujer también) hasta que encuentra, porque él tiene interés en el asunto. La oveja, agotada en su vagar, no tiene que dar ni un paso para volver. El pastor la pone sobre sus hombros y la lleva a casa. Él se encarga de todo, feliz por recuperar su oveja. Ésta es la mentalidad del cielo, cualquiera que sea el corazón del hombre en la tierra. Es la obra de Cristo, el Buen Pastor. La mujer pone ante nosotros los dolores que Dios acepta en Su amor; de modo que se trata más de la obra del Espíritu, que es representada mediante la de la mujer. La lámpara es traída—ella barre la casa hasta encontrar la moneda que había perdido. Así actúa Dios en el mundo, buscando pecadores. El aborrecible y odioso celo de la justicia propia no encuentra ningún lugar en los pensamientos del cielo, donde Dios habita, y produce, en la felicidad que le rodea, el reflejo de Sus propias perfecciones.
El Amor Que Recibe; El Hijo Pródigo Y El Padre
Pero aunque ni la oveja ni la moneda hacen nada por ser recuperadas, existe una obra real en el corazón de uno que es traído de regreso; pero esta obra, necesaria como ella es, para el hallazgo o incluso para la búsqueda de paz, no es aquella en que la paz se fundamenta. Por lo tanto, el retorno y el recibimiento del pecador son descritos en la tercera parábola. La obra de gracia, llevada a cabo solamente por el poder de Dios, y completa en sus efectos, nos es presentada en las dos primeras. Aquí el pecador regresa, con sentimientos que examinaremos ahora—sentimientos producidos por la gracia, pero que nunca se elevan a la altura de la gracia manifestada en su recibimiento hasta que él no ha regresado.
El Corazón Del Padre: La Única Medida De Los Modos De Dios
En primer lugar, se describe su alejamiento voluntario de Dios. Aun cuando es culpable en el momento en que cruza el umbral paterno, volviendo su espalda a su padre, como cuando comía algarrobas con los cerdos, el hombre, engañado por el pecado, es presentado aquí en el último estado de degradación al que le había llevado el pecado. Habiendo malgastado todo lo que cayó en sus manos según la naturaleza, la indigencia en que se encuentra (y muchas almas sienten la gran hambre en la que se han introducido, la vaciedad de todo alrededor sin un deseo de Dios ni de santidad, y a menudo introducidas en lo que es degradante en el pecado) no le inclina hacia Dios, sino que le conduce a buscar un recurso en aquello que el país de Satanás (donde nada es gratis) puede suplir; y él se encuentra entre los cerdos. Pero la gracia opera; y se despierta en su corazón el pensamiento acerca de la felicidad de la casa de su padre, y de la bondad que bendecía todo lo que la rodeaba. Donde obra el Espíritu de Dios, siempre se encuentran dos cosas, la convicción en la conciencia y la atracción del corazón. Es realmente la revelación de Dios al alma, y Dios es luz y Él es amor; como luz, se produce convicción en el alma, pero como amor existe la atracción de la bondad, y se produce una confesión verdadera. No se trata meramente de que hemos pecado, sino que tenemos que ver con Dios, y lo deseamos, pero tememos por causa de lo que Él es, con todo, somos conducidos a ir. Así ocurre con la mujer del capítulo 7. Así con Pedro en la barca. Esto produce la convicción de que estamos pereciendo, y una conciencia, que puede ser débil, sin embargo verdadera, de la bondad de Dios y de la felicidad a ser encontrada en Su presencia, aunque no podemos sentirnos seguros de ser recibidos; y nosotros no permanecemos en el lugar donde estamos pereciendo. Hay la conciencia del pecado, hay humillación; la conciencia de que hay bondad en Dios; pero no la conciencia de lo que la gracia de Dios es verdaderamente. La gracia atrae—uno va hacia Dios, pero uno quedaría satisfecho en ser recibido como un siervo—una prueba de que, aunque el corazón es trabajado por la gracia, éste no ha encontrado aún a Dios. Además, el progreso, aunque sea real, nunca da paz. Hay un cierto reposo de corazón al ir; pero uno no sabe qué recibimiento esperar, después de haber sido culpable de dejar a Dios. Cuanto más se acercaba el hijo pródigo a la casa, tanto más palpitaría su corazón al pensar en encontrarse con su padre. Pero el padre se adelanta a su llegada, no según el abandono de su hijo, sino conforme a su propio corazón como un padre—la única medida de los modos de Dios para con nosotros. Él estaba echado sobre el cuello de su hijo mientras este último llevaba aún sus andrajos, y antes de que éste hubiese tenido tiempo de decir, “hazme como a uno de tus jornaleros.” Ya no era tiempo de decirlo. Esto pertenecía a un corazón que se anticipaba a la manera en que iba a ser recibido, no a uno que había encontrado a Dios. Un corazón tal sabe cómo ha sido recibido. El hijo pródigo se las arregla para decirlo (así como la gente habla de un humilde anhelo, y de un humilde lugar); pero aunque la confesión se completa cuando él llega, no dice entonces ‘hazme un jornalero.’ ¿Cómo podía él hacerlo? El corazón del padre había decidido su posición mediante sus propios sentimientos, mediante su amor hacia él. La posición del padre decidió la del hijo. Esto fue entre él y su hijo; pero esto no fue todo. Él amaba a su hijo, aún como era, pero no lo introdujo en la casa en aquella condición. El mismo amor que le recibió como un hijo le haría entrar en la casa como un hijo, y del modo que debía entrar un hijo de un padre tal. Los sirvientes reciben órdenes de traerle el mejor vestido y de vestirle. Amados de este modo, recibidos por amor, en nuestra miseria, nosotros somos vestidos de Cristo para entrar en la casa. Nosotros no traemos el vestido: Dios nos lo proporciona. Se trata de algo enteramente nuevo, y somos hechos justicia de Dios en Él. Este es el mejor vestido del cielo. Todos los demás participan en el gozo, excepto el hombre justo ante sus propios ojos, el verdadero judío. El gozo es el gozo del padre, pero toda la casa lo comparte. El hijo mayor no está en la casa. Él se acerca, pero no va a entrar. Él no tendrá nada que ver con la gracia que hace del hijo pródigo el sujeto del gozo del amor. Sin embargo, la gracia actúa; el padre sale y le ruega que entre. Es así como Dios actuó, en el Evangelio, para con el judío. Sin embargo, la justicia del hombre, la cual no es otra cosa que egoísmo y pecado, rechaza la gracia. Pero Dios no abandonará Su gracia. Es apropiada a Él. Dios será Dios; y Dios es amor.
Es esto lo que ocupa el lugar de las pretensiones de los judíos, quienes rechazaron al Señor, y el cumplimiento de las promesas en Él.
Aquello que da paz, y que caracteriza nuestra posición, no son los sentimientos obrados en nuestros corazones, aunque ciertamente ellos existen, sino aquellos de Dios.