La Restauración

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Pero debemos siempre recordar que la disciplina tiene por objeto, no sólo honrar al nombre del Señor, sino esperar el arrepentimiento, confesión y restauración del que ha caído. Vemos el corazón de amor del Señor Jesús manifestado, al ver nosotros la pena que El tuvo para llevar a cabo la restauración completa de Pedro.
Lo que ha dado ocasión para este artículo es el extracto siguiente de una carta personal dirigida al escritor:
«De nuestros hermanos en el ——— tengo malas noticias. Lo que no han podido hacer los peligros tan grandes que están pasando lo hizo el pecado. Unos hermanos cometieron el pecado del adulterio y fueron separados de la asamblea, pero al poco tiempo volvieron confesando su pecado y pidiendo ser admitidos de nuevo y aquí fue donde hubo una gran división, pues un grupo de hermanos creyó que debían estar más tiempo fuera y otros que debían ser aceptados inmediatamente, y de ello vino la división . . . »
Lo que el diablo no pudo lograr (como «león rugiente» — 1a Ped. 5:8) por medio de la persecución de los primitivos cristianos llevada a cabo diez veces por los emperadores paganos de Roma, él sí logró (como «astuta serpiente» — 2ª Cor. 11:3) por medio de la fornicación espiritual, es decir: «la amistad del mundo» (Stg. 1:1). Lo mismo hizo Satanás con Israel: Balaam no pudo maldecir al pueblo terrenal de Dios, pero sí logró corromperlo por medio de «las hijas de Moab» (véanse Números cap. 22:1 hasta 25:3; Apo. 2:14).
Sometemos ahora, para ser puesto a la prueba de las Escrituras (lo cual hicieron los de Berea con las cosas dichas aun por el apóstol Pablo y Silas — Hch. 17:11), lo siguiente, esperando que sirva para edificación.
El pecado hace inmunda e inquieta la conciencia ante Dios. Si es un creyente que ha pecado, Abogado tiene para con el Padre, Jesucristo el Justo (1a Jn. 2:11And the third day there was a marriage in Cana of Galilee; and the mother of Jesus was there: (John 2:1)), quien empieza a obrar para efectuar su plena restauración (el Señor aun oró por Pedro antes de que cayese — Luc. 22:32). El Espíritu Santo, que mora en cada persona redimida por la sangre preciosa de Cristo, empieza a redargüirle la conciencia, usando la Palabra de Dios. Esto conduce al arrepentimiento, y a la confesión del pecado. A veces cuesta mucho reconocer y confesar lo que uno ha hecho. En el Salmo 32:4 vemos a uno que no quería confesar su pecado. «Mientras callé envejeciéronse mis huesos en mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; volvióse mi verdor en sequedades de estío.» Mas por fin tuvo que confesarlo: «Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Confesaré, dije, contra mí mis rebeliones a Jehová; y Tú perdonaste la maldad de mi pecado» (vso. 5).
En 1a Juan 1:9 dice: «Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para que nos perdone nuestros pecados, y nos limpie de toda maldad.» Pero es muy triste ver cómo algunos cristianos citan ligeramente este versículo, habiendo pecado, y su curso espiritual después demuestra que tienen muy poco concepto de la gravedad del pecado ante Dios.
Para dar el debido peso a cada parte de la Palabra de Dios, debemos considerarla a la luz que otras porciones derraman sobre ella, pues la Escritura es una gran unidad. Hay que acomodar «lo espiritual a lo espiritual» (1a Cor. 2:13). «Toda Escritura es inspirada divinamente y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instituir en justicia, para que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente instruido para toda buena obra» (2a Tim. 3:16,17).
Consideremos, entonces, lo siguiente en el libro de Números, cap. 19:17-19 (no podemos imprimir todo el capítulo aquí, aunque es de sumo provecho leer todo): «Y para el inmundo tomarán de la ceniza de la vaca quemada de la expiación, y echarán sobre ella agua corriente en un recipiente; y un hombre limpio tomará hisopo, y mojarálo en el agua, y . . . rociará sobre el inmundo al tercero y al séptimo día: y cuando lo haya purificado al día séptimo, él lavará luego sus vestidos, y a sí mismo se lavará con agua, y será limpio a la noche.»
Números es el libro que tiene que ver con la marcha del pueblo de Dios por el desierto, y corresponde, espiritualmente, al andar del cristiano por este mundo de maldad. En «la ceniza de la vaca quemada» tenemos una provisión para la contaminación que contraemos en nuestro andar, cuando por falta de vigilancia y dependencia en el Señor, y por haber cedido a una tentación, hayamos pecado contra Dios. La vaca bermeja, perfecta, es otro tipo de Cristo. Quemada, y sus cenizas guardadas «para el agua de separación — es una expiación» (vso. 9) —nos habla del memorial de la muerte de nuestro Señor Jesucristo, de su muerte que nuestros pecados ocasionaron, el «agua viva» corresponde a la palabra de Dios, «viva y eficaz;» pueda ser que el «vaso» corresponde a cualquier instrumento limpio que Dios escogiere. Así, la palabra de Dios trae ante la conciencia del creyente contaminado por su pecado el memorial de Cristo inmolado, sufriendo por sus pecados, y muerto en la cruz; «al tercer día»: el primer efecto de la aplicación eficaz a la conciencia de la muerte expiatoria del Salvador es hacer a uno sentir cuán horrible ha sido su pecado que enclavó al Salvador al madero, así haciéndole arrepentirse en «el polvo y en la ceniza» (Job 42:66Wherefore I abhor myself, and repent in dust and ashes. (Job 42:6)); «al séptimo día»: el efecto culminante de la aplicación eficaz a la conciencia de la muerte expiatoria del Salvador, es ver cómo la gracia del Dios santo ha podido triunfar sobre el pecado, así profundizando, en el alma ya restaurada, un conocimiento verdadero de su santidad, su justicia, su amor, y cómo El es amplio en perdonar.
El tiempo necesario para llevar a cabo estos debidos ejercicios en el alma puede ser, a veces, comparativamente corto, pero según la gravedad del pecado ha de ser la profundidad de los ejercicios, de modo que se necesita suficiente tiempo para hacer bien la obra de restauración.
Con menos de estas dos aplicaciones del memorial de la muerte de Cristo a la conciencia «al tercer y al séptimo día», no se puede realizar en el alma una verdadera, completa obra de restauración. Repetimos, que tememos de aquellos que pecan, y luego dicen en manera ligera: «Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para que nos perdone nuestros pecados, y nos limpie de toda maldad.» Durante más de treinta años, hemos visto el curso subsiguiente de algunos, manifestando bien claro que nunca se habian arrepentido «según Dios.» (Comp. 2a Cor. 7:9,10).
Con respecto a los gravisimos pecados nombrados en 1a Cor. 5:11, incluso el de fornicación o adulterio (u otros no mencionados en esa lista), para efectuar una verdadera restauración, Dios tiene que llévar a cabo en el alma una obra profunda, tal como hizo con el rey David, cuyos ejercicios se expresan, al menos en parte, en el Sal. 51.
Vale decirlo también, que aunque los hombres pequen juntamente, cada uno tiene su propio genio y conciencia, y tiene que pasar por sus propios ejercicios, pues cada caso es siempre un caso distinto. Entre unas personas que han pecado en la misma manera, puede ser también que una es mucho más responsable que las demás, quizás un líder. En el Antiguo Testamento, se ve en los sacrificios prescritos que un sacerdote tuvo que traer un «becerro,» un principe un «macho cabrío, » alguna persona del común del pueblo, una «cabra,» y un pobre «dos tórtolas o palominos» (Lev. cap. 1 y 5). Todos esos sacrificios eran tipos iguales del sacrificio eficaz de Cristo, pero es bien claro que los líderes eran tenidos por más responsables. Nos acordamos del caso de algunos hermanos que pecaron voluntariamente en dejar su congregación, sólo para darse cuenta después de un tiempo de ejercicios que se habían equivocado. Volvieron, se sentaron atrás, y luego pidieron que fuesen recibidos en comunión de nuevo. Todos fueron recibidos debidamente salvo uno, el líder entre ellos. La iglesia le dejó sentado atrás un tiempo más para ver si se hubiera humillado verdaderamente. Así fue, y él siguió muy fielmente, y por duras pruebas, durante el transcurso de muchos años. Si no hubiera sido humilde, sólo habría ocasionado más dificultad en la iglesia local.
La recepción, todos juntos, de un grupo de personas, es casi siempre un gran equívoco, pues no hay manera alguna de averiguar el estado espiritual de un hermano sino individualmente. Hay la que llamamos la conciencia de la asamblea, del conjunto de creyentes ejercitados en cuanto a cualquier negocio de la asamblea, pero recibir en comunión a otros nunca se hace conforme a la voluntad de Dios en grupos, sin poder probar el estado espiritual de cada persona.
El Señor la tiene por responsable a la asamblea, o iglesia local, en cuanto a quiénes reciban, y no busca tanto la inteligencia espiritual en los que buscan comunión como en los que constituyen la asamblea y deben actuar como «sacerdotes,» con discernimiento, para recibir a la gloria de Dios los que deben estar «dentro» y rehusar a los que deben permanecer «fuera.»
En días de mucha confusión y debilidad, nos sirve de instrucción meditar en lo que está escrito en el libro de Nehemías, quien vivió en tiempos difíciles también. Citaremos un solo versículo aquí: «No se abran las puertas de Jerusalem hasta que caliente el sol» (cap. 7:3). Esto quiere decir no recibir a persona cualquiera en comunión hasta que el Señor haya traído todo a la luz. Josué y los príncipes de Israel concertaron con «los de Gabaón» y «tres días después» descubrieron que eran sus enemigos: fueron engañados porque «no preguntaron a la boca de Jehová» (Jos. cap. 9).
Si las conciencias de algunos hermanos (a veces se ha de respetar la de sólo uno, si es piadoso y conocido por su espiritualidad) no están todavía tranquilas acerca de la recepción de una persona, o más, entonces que los demás (y el que pide su lugar entre ellos), esperen con paciencia. No se hace ningún daño nunca al que espera con corazón humilde (gozando a la vez de su propia comunión personal con su Señor), mientras los que tienen la responsabilidad en su recepción lleguen a saber la voluntad del Señor.
Si varios de la misma iglesia cometieron el mismo pecado grave, y casi a la vez, ¿en qué estado espiritual estaba esa iglesia? No sólo los individuos que pecaron, sino la asamblea entera, debe arrepentirse. «Israel ha pecado,» dijo el Señor a Josué cuando un solo Israelita hubo pecado entre ellos, y procuró esconderlo. (Comp. Jos. 7:1111Israel hath sinned, and they have also transgressed my covenant which I commanded them: for they have even taken of the accursed thing, and have also stolen, and dissembled also, and they have put it even among their own stuff. (Joshua 7:11) en su contexto). Un solo individuo cometiendo el pecado de adulterio es bastante para humillar al polvo a toda la asamblea, pero unos cuantos cometiéndolo es síntoma de una condición deplorable. Una iglesia local en tal estado que repetidos pecados gravísimos se cometiesen en medio de ella apenas estaría en condiciones para actuar con verdadero discernimiento sacerdotal en la restauración de cualquier persona, sin que primeramente se hubiese arrepentido, para entonces poder hallar la gracia para discernir «según Dios» a quiénes fuesen verdaderamente restaurados en sus almas y dignos de ser recibidos de nuevo en el seno de la iglesia.
Dividirse la iglesia sobre la recepción o no de unos que han profesado arrepentirse, es prueba clara de su estado caído. En tales casos, es muy instructivo meditar en Lev. 14:34-5334When ye be come into the land of Canaan, which I give to you for a possession, and I put the plague of leprosy in a house of the land of your possession; 35And he that owneth the house shall come and tell the priest, saying, It seemeth to me there is as it were a plague in the house: 36Then the priest shall command that they empty the house, before the priest go into it to see the plague, that all that is in the house be not made unclean: and afterward the priest shall go in to see the house: 37And he shall look on the plague, and, behold, if the plague be in the walls of the house with hollow strakes, greenish or reddish, which in sight are lower than the wall; 38Then the priest shall go out of the house to the door of the house, and shut up the house seven days: 39And the priest shall come again the seventh day, and shall look: and, behold, if the plague be spread in the walls of the house; 40Then the priest shall command that they take away the stones in which the plague is, and they shall cast them into an unclean place without the city: 41And he shall cause the house to be scraped within round about, and they shall pour out the dust that they scrape off without the city into an unclean place: 42And they shall take other stones, and put them in the place of those stones; and he shall take other mortar, and shall plaster the house. 43And if the plague come again, and break out in the house, after that he hath taken away the stones, and after he hath scraped the house, and after it is plaistered; 44Then the priest shall come and look, and, behold, if the plague be spread in the house, it is a fretting leprosy in the house: it is unclean. 45And he shall break down the house, the stones of it, and the timber thereof, and all the mortar of the house; and he shall carry them forth out of the city into an unclean place. 46Moreover he that goeth into the house all the while that it is shut up shall be unclean until the even. 47And he that lieth in the house shall wash his clothes; and he that eateth in the house shall wash his clothes. 48And if the priest shall come in, and look upon it, and, behold, the plague hath not spread in the house, after the house was plaistered: then the priest shall pronounce the house clean, because the plague is healed. 49And he shall take to cleanse the house two birds, and cedar wood, and scarlet, and hyssop: 50And he shall kill the one of the birds in an earthen vessel over running water: 51And he shall take the cedar wood, and the hyssop, and the scarlet, and the living bird, and dip them in the blood of the slain bird, and in the running water, and sprinkle the house seven times: 52And he shall cleanse the house with the blood of the bird, and with the running water, and with the living bird, and with the cedar wood, and with the hyssop, and with the scarlet: 53But he shall let go the living bird out of the city into the open fields, and make an atonement for the house: and it shall be clean. (Leviticus 14:34‑53), que tiene que ver con la lepra en una «casa» (figura de una iglesia local). A veces es la voluntad del Señor «cerrar la casa» por un tiempo, es decir, no tener de fuera ninguna comunión con ella, sino dejarla a los debidos ejercicios de corazón para que se solucionen los problemas internos sin llevar, probablemente, contaminación, (división, contenciones, etc.) a todas las demás iglesias locales en derredor. También convendría que los hermanos en una condición dividida entre sí, dejaran de partir el pan, que es símbolo de un cuerpo: «Porque un pan, es que muchos somos un cuerpo» (1a Cor. 10:17).
Eso no quiere decir que un «sacerdote» — un hermano o más guiados por el Señor, no pueden visitar a los hermanos en dificultad para ayudarles con las Escrituras, orar por ellos, y también procurar discernir dónde estén en sus ejercicios, pero sí quiere decir excluir provisionalmente de la comunión la que puede manifestarse como un foco de infección en medio del cuerpo, envenenando a todos los miembros.
Es muy provechoso leer y meditar en los capítulos 13 y 14 enteros de Levítico, en donde se trata del discernimiento de la lepra en personas, en vestidos y en casas, y de la purificación. No había apuro en declarar a uno bajo sospecha que sea un leproso, y no había descuido en hacer conforme a la voluntad de Dios la purificación.
«Dios es luz,» y por lo tanto el pecado no puede permanecer en medio de la asamblea cristiana donde mora El. Mas «Dios es amor,» y quiere ver plenamente restaurado al que pecó.
Los corintios estaban lentos para limpiar la vieja levadura de su asamblea; Pablo tuvo que exhortarles fuertemente en su primera epístola. Pero una vez que ellos habían quitado al malo de en medio de la asamblea, estaban demasiado lentos en volver a recibirle, y el mismo apóstol, con un corazón lleno de amor, tuvo que volver a exhortarles a que le recibiesen, ya que se había arrepentido en tal manera que estaba por ser «consumido de demasiada tristeza.» (Comp. 1a Cor. cap. 5 y 2a Cor. cap. 2).
«Hágase todo decentemente y con orden.» «Todas vuestras cosas sean hechas con caridad.»