La Extraña Historia Del Pez De Eric

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“¡Dios, si hay un Dios, dame alimentos! Envía un ave que pueda matar para alimentar a mi familia hambrienta!”, decía Eric mientras quedaba quieto sobre la playa. El viento envolvía su cuerpo delgado con los andrajos deshilados de su ropa, y temblando por debilidad gritaba con desesperación al Dios que no estaba seguro si existía.
Mientras miraba el cielo, una gran ave comestible pasó por encima de su cabeza. Con gran esfuerzo trató de controlar sus manos temblorosas, alzó la escopeta y apretó el gatillo. En un momento el ave cayó a sus pies.
Pensamientos nuevos y extraños llenaron la mente de Eric mientras se esforzaba por subir el barranco escabroso para llegar a su choza de pescador, desde donde se podía mirar las aguas tormentosas de Skagafjor en Islandia. Ahora sí tenía el alimento para su familia hambrienta y parece que le había llegado como contestación a su oración. ¿De veras habría un Dios? ¿Un Dios que le conociera y se preocupara por él? ¿Un Dios que podría mandar un ave—quién podría dirigir la bala cuando el había estado demasiado débil e inseguro para apuntar al ave?
Eric y su familia siempre habían sido pobres. Algunas veces la pesca había sido mejor que otras y tenían bastante comida sobre la mesa; pero a menudo él estaba atormentado al escuchar el llanto de hambre de sus hijos.
Llegó el día cuando sintió que no podía resistir más. Tomando su escopeta la cargó, sacudió su zapato gastado y puso la punta de la escopeta en su boca. Mientras con su dedo buscaba el gatillo, se desmayó y cayó al suelo.
Al volver en sí, tambaleando bajó a la playa y gritó en voz alta a Dios que le mandara un ave para matarla—¡y Dios le había contestado!
Eric y sus compañeros de aldea vivían una vida ruda, Dios y su hijo Jesucristo eran simplemente nombres para blasfemar. El engaño, el robo, la bebida y la pelea era el modo de vida mejor conocido para ellos. Pero en los años subsiguientes, Eric a menudo reflexionaba como Dios en aquel día, había escuchado su grito desesperado por alimentos. Al pasar las horas solitarias en su barco pesquero, sobre las aguas heladas del brazo del mar, pensaba si habría una manera en que un hombre podría saber más acerca de Dios.
Entonces Eric empezó a tener períodos de enfermedad que iban aumentando en intensidad. La falta de comida, su ropa deshilada, el estar expuesto al tiempo inclemente, fueron razones para que principiara a toser hasta brotar sangre de los pulmones. Tuvo mucho dolor en la espalda. Ningún médico en el área pudo ayudarlo, así que pidió prestado dinero y fue en busca de médico en aldeas más grandes. Pronto se le acabó el dinero y la enfermedad progresaba.
“¿Por qué no vas a ver al misionero inglés en Akureyri?”, le sugirió alguien. “No es médico, pero sí da pastillas y ¡no pide dinero!”
Eric había perdido la esperanza de volver a tener buena salud, pero viendo que no había nada que perder, un día golpeó la puerta de Arturo Gook. Mientras el misionero escuchaba la explicación que él le daba de los síntomas de la enfermedad este oraba fervorosamente a Dios que le diera sabiduría. Se daba cuenta que la condición de Eric era muy grave, mucho más allá de las capacidades médicas limitadas que él tenía para curarlo. Cuidadosamente escogió un remedio que supo que ayudaría a aumentar la fuerza física de Eric. Entonces también escogió cuidadosamente algunos folletos para que los llevara a casa para leer. Él dudaba volver a ver a Eric otra vez, y quería que Eric conociera la buena nueva, que Dios le amaba y que había enviado a su hijo Jesucristo a morir por sus pecados, para que pudiera estar listo para el encuentro con Dios. Eric prometió tomar los remedios y leer los folletos.
Mientras el Sr. Gook miraba como Eric volvía cansadamente a casa, parecía imposible que él viviera mucho más. Sin embargo, una carta entusiasta de Eric llegó un mes después. Se sentía mucho mejor ¿podría tener más remedios y más literatura? Después de un mes más llegó otra carta similar. A los pocos meses el Sr. Gook recibió una carta con la grata noticia de que Eric podía remar su bote y trabajar con sus redes sin enfermarse. El dolor de la espalda había desaparecido y lo mejor de todo, estaba confiando en el Salvador de quien el Sr. Gook le había hablado.
Esto era tan maravilloso, que Eric sentí que no se atrevía a guardarlo para sí.
Empezó a compartir el amor de Dios y de su salvación con sus compañeros de pesca y con sus vecinos. Entonces pidió al Sr. Gook que le enviara Biblias y Nuevos Testamentos y algunos de los folletos que a él le habían ayudado. El sentía que ahora le gustaría usar sus hombros fuertes para el Señor, llevando un bulto de literatura a los sitios más distantes. Así fue que semana tras semana Eric caminaba por las colinas y los valles, a menudo cubiertos de nieve profunda, hasta que prácticamente cada hogar en el condado de Skagafjord tenía una copia de las buenas noticias de Dios.
Los vecinos de Eric no podían comprender el cambio que había ocurrido en él. Ya no blasfemaba. Ya no se enojaba fácilmente. Aún cuando sufría hambre, no engañaba ni robaba. Ellos se sentían incómodos cuando él se acercaba. Era él ahora la clase de hombre que cada uno sabía que debía de ser, y que sabían en su corazón que era imposible serlo.
Otro período de falta de pesca ocurrió y muchas familias estaban con hambre. Había grandes cantidades de bacalao en las aguas profundas, pero los arenques, que necesitaban para cebar habían desaparecido. Día tras día las redes que usaban para capturar los arenques estaban vacías.
Eric estaba ausente repartiendo literatura cuando llegó la buena noticia de que un barco pesquero había llegado recién de Siglufjord, el puerto cercano más grande—¡cargado de arenques! Inmediatamente cada uno recogió el dinero que podía encontrar para comprar arenques.
Al llegar el cargamento y mientras repartían, alguien hizo una cruel sugerencia: “¿Qué les parece hombres? ¡Dejemos afuera del reparto a Eric! El no estuvo aquí para aportar dinero así que yo pienso que debemos dejarlo afuera. ¡Veamos que puede hacer para Eric el Dios del que tanto habla!”
Al regresar Eric a la aldea encontró a los hombres ocupados con sus redes y cordeles de pesca pero nadie quiso compartir arenques con él. Al darse cuenta que deliberadamente no le escuchaban dió la vuelta y regresó lentamente por el barranco hacia su choza.
¿Cómo podría hacer frente a sus cuatro hijos hambrientos y a su esposa? ¿Se había Dios olvidado de él?
¡No! a su mente llegaron las promesas de Dios. “No te dejaré ni te desampararé.” “Echa toda tu carga sobre el Señor y te sostendrá” y otras muchas más. Al recordar Eric las promesas de Dios pudo descansar en el Señor.
No habiendo nada más que hacer decidió revisar su muy remendada red de arenques aunque sabía que había poca probabilidad de encontrar arenques en ella. Habían pasado muchas semanas desde que había arenques en ese brazo del mar. Los hombres islandeses son pescadores tan experimentados que no meramente pueden saber si hay peces o no en el agua, sino que sólo con una mirada pueden saber el tipo de pez que hay. Sin embargo a Eric le parecía que Dios le insinuaba que buscara en su red.
La noticia se regó entre los aldeanos quienes miraban a Eric cuidadosamente, quien iba a revisar su red. Para algunos era un gran chiste y decidieron acompañarlo para reírse de él por su idea tonta.
La red de Eric no estaba en el mejor sitio. Mejores redes habían sido colocadas en mejores sitios para atrapar la mayor parte de los arenques y primeramente los hombres alzaron aquellas redes. Una tras otra las redes fueron echadas nuevamente al mar con señales de disgusto al comprobar que estaban vacías. Finalmente llegaron a la red de Eric. En un primer instante parecía que la red de Eric estaba atrapada por algo. ¿Qué podría ser? Usando su fuerza otra vez los hombres jalaron la red de Eric y finalmente emergió—llena de arenques.
Con gran expectación los hombres corrieron a las demás redes, pero solamente volvieron a comprobar que no habían arenques en ninguna de ellas.
Los hombres quedaron callados y atónitos mientras Eric alababa al Señor. Aun admirados le ayudaron a llegar a la aldea con todos los arenques. En un momento se congregó una muchedumbre para escuchar el relato de los arenques. Entonces Eric, sonriendo, invitó a otros a compartir los arenques con él, gozosamente comenzó a dividir sus arenques entre los pobres aldeanos que no habían podido comprarlos al barco pesquero. Al regarse la noticia, de este acto generoso, de devolver bien por mal, fue mayor en las mentes de los pescadores de Islandia que el milagro de la red llena de arenques. Ciertamente sólo Dios podía haber cambiado así el corazón de un hombre.
Eric encontró que las puertas de las chozas y de los corazones de las personas se le abrían por todo lado durante sus viajes. Un día el Sr. Gook recibió una carta de Eric pidiéndole que fuera a predicar a su aldea. Eric escribió: “La gente está dispuesta a escucharle ahora.”
Al llegar Arturo Gooks a Hofsos, Islandia, encontró que el edificio más grande era muy pequeño para recibir a la muchedumbre que llegaba con ansias de escuchar el mensaje que había cambiado tanto la vida de Eric, el pescador, a pescador para Cristo.
NOTA: Este relato poco usual de la admirable pesca de arenques ha sido verificada. Los periódicos de Hofsos de aquella época llevaban el relato completo de ello.