Pieta y Su Cerdito Rosado

Table of Contents

1. Prefacio
2. Pieta Y Su Cerdito Rosado
3. La Extraña Historia Del Pez De Eric
4. El Regalo Que Detuvo La Bala
5. Cuando Bladi Aprendió a Escuchar
6. Enterrado Por Un Elefante
7. Dios Usó Un Halcón
8. Cuando Eddy Mccully Tenía Siete Años
9. Emmy Y Los Zapatos Rojos
10. “Compartimos Nuestra Última Comida”
11. La Bondad Y La Misericordia
12. Mejor Que La Plata Y El Oro
13. Un Niño Campesino Cubano

Prefacio

Que niños y niñas de todas las edades (aún adultos) lean y gocen estas historietas verdaderas de personas y experiencias que ocurren en el mundo. ¡Sí, aquellos que escuchan la voz del Señor que les está hablando a sus corazones mientras lean, también pueden compartir el eterno gozo de la salvación!
Todos los relatos son verídicos.

Pieta Y Su Cerdito Rosado

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“Pieta, ¿es ese el único vestido que tú tienes?” preguntó la misionera.
La niña filipina de cara triste recelosamente lo admitió con la cabeza. Entonces ella explicó: “Mi amo es un español. Mi padre me vendió hace mucho tiempo a él para pagar una deuda. Él no me permite usar nada excepto este vestido que es como un costal de harina.”
La misionera, la Sra. Wightman, lo miró con compasión, a este saco que usaba como vestido. Fue meramente una vieja y desteñida funda de harina virada. Huecos imperfectos le fueron cortados abajo y a los lados para poder introducir la cabeza y los brazos delgados de la chica. “Déjame hacerte un vestido, Pieta”, ella dijo impulsivamente. A tu amo no le importará si es que el no tiene que pagar por el, “¿no es cierto?”
Una mirada de miedo se observó en la cara de la chica, cuando ella vigorosamente movió la cabeza. “Gracias pero tú no me entiendes. Mi amo es alcohólico y cruel. Si yo viniera a casa con un nuevo vestido el estaría sospechoso y enojado. Él me golpearía y vendería mi vestido para comprar más bebida. Él dice que los esclavos solo deben usar las cosas más baratas, que no cuestan casi nada.”
La Sra. Wightman, una joven misionera, en las Islas Filipinas, estaba dando diariamente clases para niños en un gran pabellón. Ella había descubierto que el tiempo de la siesta era una buena hora para reunir a los pequeños, por cuanto para los padres de familia era una alegría tenerlos fuera de casa, para que ellos mismos pudieran tener una siesta, sin ser molestados. La clase había crecido, hasta que más de cien niños y niñas iban corriendo tan pronto aparecía la amiga misionera. Mientras los unos se agrupaban felizmente Pieta se pararía fijamente lejos del grupo con su pequeño vestido andrajoso.
Cierto día la misionera llamó a Pieta a su lado. “He decidido qué hacer para conseguir un vestido para ti. Te voy a hacer un bonito vestido como los que usan las otras niñas. Cada día lo traeré conmigo a clases, y tú puedes ponértelo antes de que los demás vengan. Tú lo puedes usar mientras los niños están aquí, y dejarlo conmigo cuando te vayas a tu casa. ¿Te gustaría hacer esto?
Su rostro resplandeciente era una respuesta suficiente. “¡Oh!—¿lo podrías hacer rosado—con mangas de encaje—por favor?”, susurró ansiosamente.
En los días siguientes, una Pieta radiante con su lindo vestido rosado se sentó en la fila del frente, su hambriento corazón llenándose con todas las palabras sobre historias bíblicas. Era el tiempo en que se celebraba la Pascua y la Sra. Wightman les contó la historia de la muerte y padecimientos del Salvador por los pecadores del mundo. De repente la voz de Pieta interrumpió:
“Yo sé que fue lo que más lastimó al Señor Jesús.”
“¿Qué quieres decir, Pieta?”
“Algunas veces cuando me he portado mal y mi amo está enojado, él me cuelga en la cerca”, la pequeña dijo seriamente. “El ata con alambre mis muñecas y me deja colgada allí hasta que llega el momento en que pienso que voy a morir. El alambre corta mis muñecas y siento dolor en todo lado, pero el mayor dolor es aquí”, y ella puso la mano sobre su corazón. “Es el más terrible dolor de todos, y estoy segura que al Señor Jesús también fue lo que más lo lastimó.”
La misionera estaba aterrorizada al oír acerca del cruel tratamiento que la pequeña niña había sufrido, pero ella dijo, “estás en lo cierto, Pieta. El Señor Jesús sufrió más que todo en Su corazón. No por el tremendo dolor de la crucifixión, sino porque todos nuestros pecados fueron cargados sobre Él por Dios, y entonces Dios le dejó a solas, para recibir el castigo que nosotros merecíamos.”
“¡Oh! ¡Yo desearía que Él hubiera muerto por mí, también!” Pieta habló en voz alta con mucha emoción.
“El sí murió por ti Pieta”, la misionera le aseguró.
“Si deseas puedes recibirlo como tu Salvador en este momento!”
“Pero tú te has olvidado—yo soy una esclava. Los esclavos no pueden ser salvos, porque mi amo dice que los esclavos no tienen alma.”
Cuan contenta estaba la Sra. Wightman porque podía contarle la historia de Onésimo del libro de Filemón. Aunque Onésimo había sido esclavo, y había pecado grandemente, había recibido al Señor Jesucristo como su Salvador y había sido perdonado. Entonces ella pidió a Pieta quedarse después de despedir a los demás niños para poder conversar juntas sobre el asunto. Mientras se sentaban tranquilas, después que los demás habían corrido a sus casas, las lágrimas empezaron a caer sobre las mejillas de Pieta. “Es maravilloso que el Señor Jesús me ama. No puedo recordar que alguien me haya amado antes. Pero tengo miedo; soy demasiado mala para pertenecer a El.”
“¿Qué quieres decir Pieta?”
“A veces mi amo me manda a la tienda para comprar col y yo robo una de las moneditas para comprar caramelos para mí y a veces cuando se porta cruel conmigo escupo en el balde al ir a sacar agua del pozo, y, ¡oh!—otras muchas cosas malas también.”
“Pieta, es por esta mismas cosas que Jesús murió. El Señor Jesús ya ha recibido el castigo que aquellas cosas merecían al morir en la cruz. El desea ser tu Salvador.”
“Quiero pertenecer a Él, ¿Cómo puedo decírselo?”
“No te acuerdas de la canción que cantamos hoy? Aquella que dice, ‘lávame y seré más blanca que la nieve’. ¿Por qué no pides al Señor Jesús hacerlo por ti ahora mismo?”
Mirando hacia el cielo Pieta oró sencillamente, “Señor Jesús, lávame y seré más blanca que la nieve.” Después de un momento miraba a su profesora y dijo, con tristeza, “Él no lo hizo. Me siento igual.”
“Escucha este versículo Pieta, ‘Cree en el Señor JesuCristo y serás salvo,’ ¿Qué significa la palabra ‘creer’, en tu propio idioma?”
“Quiere decir contar con ello, aceptar que es así”, ella contestó positivamente. “¡Ya lo veo! yo le pedí lavarme más blanca que la nieve. No importa cómo me siento, yo puedo confiar en El que cumplirá su promesa y que lo hará.” La cara manchada de lágrimas empezó a brillar. “¡Espera que le cuente a mi amo! No creo que sabe nada de esto, y quiero que él sea salvo también, porque él es todo lo que tengo.”
Al día siguiente, mientras la misionera ayudaba a Pieta para ponerse su vestido rosado notaba muchas contusiones en su cuerpo delgado. Pieta explicó, “mi amo blasfemó y dijo que todo lo que tú me habías dicho eran mentiras y entonces me golpeó. No sé porqué estaba enojado. ¡Es una historia tan buena! Ayúdame a orar para que él algún día llegue a saber que es verídica.” Entonces ella preguntó, “¿Habría algo que yo podría hacer por el Señor Jesús por amarme tanto?”
La Sra. Wightman le dió la responsabilidad de barrer el pabellón cada día y desde aquel momento en adelante estaba tan limpio como una niñita podría mantenerlo.
Entonces llegaron los días de mucho viento y lluvias. Los vientos del noreste doblaron las palmeras y los platanales hasta el suelo, alzaban los techos de las casas, que eran de hojas de palmera, y causaron grandes oleajes en la isla. Lluvias torrentosas golpeaban con furia y parecían interminables. Fue uno de los temibles tifones, y al terminar la tempestad muchos estuvieron sin casa y algunos ahogados.
Cuando nuevamente los niños y las niñas pudieron recibir sus clases, tenían muchos relatos emocionantes que contar y algunos de ellos eran de dolor y tristeza.
Entonces la misionera vió a Pieta sentada en su sitio acostumbrado, pero no estaba sola. ¡A su lado estaba sentado un cerdo rosado!
“Pero Pieta, ¿De dónde ha venido el cerdo?” exclamó la misionera.
“¡Es todo mío!” contestó orgullosamente Pieta. “Cuando las aguas de la tempestad atravesaron nuestro patio este cerdito llegó flotando también. Yo pensaba que estaba muerto, y casi lo era. Lo rescaté con un palo y lo cuidé y ya está bien. He preguntado en todas las casas pero nadie sabe de donde ha venido, ni a quien pertenece, de manera que ya es mío.”
“Eso está muy bien,” dijo la misionera sonriendo, “pero deberías dejarlo en casa porque esta es una clase para niños y niñas y podrías interrumpirla.”
Los ojos obscuros de Pieta mostraban su temor. Cogió su cerdo y lo apretó con firmeza, “¡No! ¡No! ¡No! nunca podría dejarlo en casa. Si él no puede venir a clase entonces yo tendré que quedarme en casa con él. Ud. no entiende. Si lo dejo en casa mi amo puede comerlo, o venderlo—y él es mí cerdo. Es la única cosa que jamás he tenido, y que pueda decir que es mía. ¡Es algo muy especial!”
“¿Para qué será?”, preguntó suavemente la Sra. Wightman.
“Cuando sea grande y gordo y fuerte, entonces quiero entregárselo al Señor. Él me ha dado tanto y jamás he tenido nada para darle. No estoy permitiendo que mi amo lo alimente, porque entonces él diría que le pertenece. Estoy mendigando sobras de alimentos y basuras de mis vecinos.”
“Ya entiendo Pieta,” aseguró la misionera a la niña preocupada. “Si tú puedes mantenerlo quieto de manera que no nos interrumpa puedes traerlo contigo.”
Así fue que el cerdo de Pieta llego a ser un fiel miembro de la clase. Las semanas se convirtieron en meses y la Sra. Wightman podía darse cuenta que la niñita filipina estaba llegando a ser una creyente madura. También su cerdo estaba creciendo. Un día el cerdo apareció con un lazo rojo alrededor de su gordo cuello, y la sonrisa en la cara de Pieta indujo a la profesora a preguntarle, “¿es este un día especial, Pieta?”
Pieta afirmó con su cabeza. “Este es el día en que deseo entregar mi cerdo al Señor. ¿No ve lo grande y gordo que está? No me gusta la forma en que mi amo ha estado mirando mi cerdo. Mañana es su cumpleaños y me da miedo que decida hacer una fiesta para sus amigos con mi cerdo. Por favor quiero que Ud. se lo entregue al Señor Jesús hoy mismo.”
Después de pensar cuidadosamente la misionera preguntó: “Te gustaría que lo lleve al mercado para venderlo? Podríamos usar el dinero para comprar Biblias y libritos que relatan la historia de la salvación, para entregarlos a personas que no han oído del Señor Jesús.”
Pieta estuvo de acuerdo, y después de la clase la Sra. Wightman se fue al mercado, con el cerdo de Pieta.
Al día siguiente Pieta no regresó a la clase. Después de tres días sin haber noticias de ella, la Sra. Wightman preguntó a los otros niños ¿qué si Pieta estaba enferma? Los niños se miraban mutuamente con miedo. Entonces uno contestó: “¿No sabe usted? Su amo estaba tan enojado, cuando descubrió que había vendido su cerdo y que ni siquiera tenía dinero, que la golpeó sin misericordia. Había pensado realizar una fiesta con sus amigos. La golpeó tan cruelmente que ha perdido un ojo—¡y pensamos que se está muriendo!”
Asustada, y con el corazón triste la misionera despidió a los niños para salir apuradamente a la casita donde le habían dicho que Pieta vivía con el español. Era una casita típica de una sola habitación con techo de hojas de palmera, elevada sobre postes para estar encima del agua en la estación lluviosa. Debajo de la casa, junto con los cerdos y los pollos que estaban escarbando en la basura, vió a Pieta.
Metiéndose de rodillas debajo de la casa la misionera se sentó al lado de Pieta y recogió en sus brazos a la niña enferma. Al tocar la piel caliente de Pieta, la Sra. Wightman se dió cuenta que estaba con fiebre alta, y mientras la abrazaba tuvo convulsiones. Las lágrimas comenzaron a correr por la cara de la misionera mientras preguntaba: “¿Pieta, qué te ha hecho?”
El cuerpo pequeño se había quedado quieto en sus brazos y mirando a Pieta se dió cuenta que ella ya estaba consciente nuevamente. Mirando a la misionera con su solo ojo Pieta preguntó con voz temblorosa: “¿Está llorando? ¿Porqué está llorando? ¿No está llorando por mí, no es cierto?”
La misionera no pudo contestar, así que Pieta continuó: “¡No llore por mí! Yo voy a estar con el Señor Jesús muy pronto. ¡Estoy tan contenta de ir! Por favor no llore por mí, no puedo esperar.”
Entonces la Sra. Wightman preguntó: ¿Crees que reconocerás al Señor Jesús cuando lo veas?“
Pieta contestó: “¡Sí, lo reconoceré! ¡Es el único que tendrá las señas de clavos en sus manos y pies!” Entonces después de un momento miraba otra vez a la misionera y susurró: “Al irme, ¿orará por mi amo? Él es todo lo que tengo y quiero que sea salvo.”
Fue muy difícil para la Sra. Wightman contestar, porque las lágrimas no la dejaban hablar. Sentía tanta enemistad contra el cruel español, pero Pieta esperaba la contestación y finalmente pudo decirle: “Sí, Pieta, oraré por su salvación.”
Después de pocos momentos Pieta quedó quieta en sus brazos y la misionera se dió cuenta de que su espíritu había ido para estar con el Salvador a quién amaba. Con el cuerpo sin vida de la niña en sus brazos la misionera de rodillas salió de debajo de la casa y lentamente subió la escalera de la casa. Abriendo la puerta de malla con su pie, entró en la habitación donde el español estaba sentado a la mesa bebiendo licor.
Por un momento el hombre y la misionera se miraron mutuamente. Entonces habló la Sra. Wightman y dijo: “¡Mire a Pieta! ¡Está muerta! ¡Usted la mató!”
“Y eso”, contestó rudamente el español. “Ella no tuvo alma. Era solamente mi esclava. Yo podía hacer con ella lo que me daba la gana. Era mi propiedad.”
La misionera temblaba, pero contestó tranquilamente sin ira: “Sí, sí, tuvo alma y usted lo sabe. Pieta está ahora en el cielo. ¡Usted es un homicida malvado delante de Dios!”
“¡Lárguese de aquí! ¡Yo no tengo nada que ver con las cosas que usted enseña!”
“Me iré en un momento”, ella contestó, “Pero primero tengo algo que decirle. Poco antes de morir Pieta me pidió hacer una cosa difícil. Me pidió orar por usted. Le amó a pesar de su crueldad con ella y quiso que fuera salvo del castigo eterno. Guardaré mi promesa a Pieta. Oraré para que Dios le demuestre el hombre pecador que es y que usted acuda a El pidiendo misericordia y perdón.”
Luego en casa la misionera bañó el cuerpo amoratado de Pieta y la vistió con el vestido rosado que tanto le gustaba. Con unos pocos cristianos filipinos hicieron un entierro cristiano para Pieta. Luego la Sra. Wightman les contó la historia y preguntó: “¿Orarán ustedes conmigo por este vil hombre, para que pueda recibir al Señor Jesús como su Salvador?”
La respuesta fue inmediata. Estaban de acuerdo para orar en forma continua para que este hombre fuera salvo. Durante la cuarta noche de oración, los filipinos que se encontraban orando oyeron pisadas. Alzando la vista vieron al español desfigurado, tropezando con la puerta. “¿Habrá misericordia de Dios para un hombre tan vil como yo?” gritó. Sus ojos estaban ensangrentados y parecía que no había ni comido ni dormido por algún tiempo. Cayendo de rodillas el hombre, confesó su pecado a Dios y su profunda necesidad de Cristo como su Salvador. Los cristianos pudieron mostrarle con la Biblia que la muerte del Señor Jesús en el Calvario había cubierto su gran pecado y él recibió el don de Dios que es la salvación.
El cambio de vida de este hombre fue evidente para todos. Inmediatamente buscó a sus compañeros de bebida y compartió con ellos lo que Dios había hecho por él. Pronto por su testimonio estaba logrando a otros para el Salvador.
Luego vino la guerra con todos sus horrores. Pearl Harbor fue bombardeado y los japoneses estaban por todas partes obligando a los filipinos a arrodillarse ante el emperador japonés. Un día el español tuvo que hacer frente a la orden de arrodillarse. Sin miedo rehusó hacerlo, diciendo a los soldados que solo podría arrodillarse ante el Dios viviente quien lo había salvado y limpiado de todos sus caminos de maldad. Hubo un momento de silencio entonces la orden fue repetida furiosamente: “¡Arrodíllate ante el emperador—o muere!”
El español se mantuvo firme.
Una nueva orden fue seguida de una descarga de armas de fuego, y ¡el español estaba con el Salvador, a quien había aprendido a amar hasta la muerte, y con Pieta en contestación a su oración!

La Extraña Historia Del Pez De Eric

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“¡Dios, si hay un Dios, dame alimentos! Envía un ave que pueda matar para alimentar a mi familia hambrienta!”, decía Eric mientras quedaba quieto sobre la playa. El viento envolvía su cuerpo delgado con los andrajos deshilados de su ropa, y temblando por debilidad gritaba con desesperación al Dios que no estaba seguro si existía.
Mientras miraba el cielo, una gran ave comestible pasó por encima de su cabeza. Con gran esfuerzo trató de controlar sus manos temblorosas, alzó la escopeta y apretó el gatillo. En un momento el ave cayó a sus pies.
Pensamientos nuevos y extraños llenaron la mente de Eric mientras se esforzaba por subir el barranco escabroso para llegar a su choza de pescador, desde donde se podía mirar las aguas tormentosas de Skagafjor en Islandia. Ahora sí tenía el alimento para su familia hambrienta y parece que le había llegado como contestación a su oración. ¿De veras habría un Dios? ¿Un Dios que le conociera y se preocupara por él? ¿Un Dios que podría mandar un ave—quién podría dirigir la bala cuando el había estado demasiado débil e inseguro para apuntar al ave?
Eric y su familia siempre habían sido pobres. Algunas veces la pesca había sido mejor que otras y tenían bastante comida sobre la mesa; pero a menudo él estaba atormentado al escuchar el llanto de hambre de sus hijos.
Llegó el día cuando sintió que no podía resistir más. Tomando su escopeta la cargó, sacudió su zapato gastado y puso la punta de la escopeta en su boca. Mientras con su dedo buscaba el gatillo, se desmayó y cayó al suelo.
Al volver en sí, tambaleando bajó a la playa y gritó en voz alta a Dios que le mandara un ave para matarla—¡y Dios le había contestado!
Eric y sus compañeros de aldea vivían una vida ruda, Dios y su hijo Jesucristo eran simplemente nombres para blasfemar. El engaño, el robo, la bebida y la pelea era el modo de vida mejor conocido para ellos. Pero en los años subsiguientes, Eric a menudo reflexionaba como Dios en aquel día, había escuchado su grito desesperado por alimentos. Al pasar las horas solitarias en su barco pesquero, sobre las aguas heladas del brazo del mar, pensaba si habría una manera en que un hombre podría saber más acerca de Dios.
Entonces Eric empezó a tener períodos de enfermedad que iban aumentando en intensidad. La falta de comida, su ropa deshilada, el estar expuesto al tiempo inclemente, fueron razones para que principiara a toser hasta brotar sangre de los pulmones. Tuvo mucho dolor en la espalda. Ningún médico en el área pudo ayudarlo, así que pidió prestado dinero y fue en busca de médico en aldeas más grandes. Pronto se le acabó el dinero y la enfermedad progresaba.
“¿Por qué no vas a ver al misionero inglés en Akureyri?”, le sugirió alguien. “No es médico, pero sí da pastillas y ¡no pide dinero!”
Eric había perdido la esperanza de volver a tener buena salud, pero viendo que no había nada que perder, un día golpeó la puerta de Arturo Gook. Mientras el misionero escuchaba la explicación que él le daba de los síntomas de la enfermedad este oraba fervorosamente a Dios que le diera sabiduría. Se daba cuenta que la condición de Eric era muy grave, mucho más allá de las capacidades médicas limitadas que él tenía para curarlo. Cuidadosamente escogió un remedio que supo que ayudaría a aumentar la fuerza física de Eric. Entonces también escogió cuidadosamente algunos folletos para que los llevara a casa para leer. Él dudaba volver a ver a Eric otra vez, y quería que Eric conociera la buena nueva, que Dios le amaba y que había enviado a su hijo Jesucristo a morir por sus pecados, para que pudiera estar listo para el encuentro con Dios. Eric prometió tomar los remedios y leer los folletos.
Mientras el Sr. Gook miraba como Eric volvía cansadamente a casa, parecía imposible que él viviera mucho más. Sin embargo, una carta entusiasta de Eric llegó un mes después. Se sentía mucho mejor ¿podría tener más remedios y más literatura? Después de un mes más llegó otra carta similar. A los pocos meses el Sr. Gook recibió una carta con la grata noticia de que Eric podía remar su bote y trabajar con sus redes sin enfermarse. El dolor de la espalda había desaparecido y lo mejor de todo, estaba confiando en el Salvador de quien el Sr. Gook le había hablado.
Esto era tan maravilloso, que Eric sentí que no se atrevía a guardarlo para sí.
Empezó a compartir el amor de Dios y de su salvación con sus compañeros de pesca y con sus vecinos. Entonces pidió al Sr. Gook que le enviara Biblias y Nuevos Testamentos y algunos de los folletos que a él le habían ayudado. El sentía que ahora le gustaría usar sus hombros fuertes para el Señor, llevando un bulto de literatura a los sitios más distantes. Así fue que semana tras semana Eric caminaba por las colinas y los valles, a menudo cubiertos de nieve profunda, hasta que prácticamente cada hogar en el condado de Skagafjord tenía una copia de las buenas noticias de Dios.
Los vecinos de Eric no podían comprender el cambio que había ocurrido en él. Ya no blasfemaba. Ya no se enojaba fácilmente. Aún cuando sufría hambre, no engañaba ni robaba. Ellos se sentían incómodos cuando él se acercaba. Era él ahora la clase de hombre que cada uno sabía que debía de ser, y que sabían en su corazón que era imposible serlo.
Otro período de falta de pesca ocurrió y muchas familias estaban con hambre. Había grandes cantidades de bacalao en las aguas profundas, pero los arenques, que necesitaban para cebar habían desaparecido. Día tras día las redes que usaban para capturar los arenques estaban vacías.
Eric estaba ausente repartiendo literatura cuando llegó la buena noticia de que un barco pesquero había llegado recién de Siglufjord, el puerto cercano más grande—¡cargado de arenques! Inmediatamente cada uno recogió el dinero que podía encontrar para comprar arenques.
Al llegar el cargamento y mientras repartían, alguien hizo una cruel sugerencia: “¿Qué les parece hombres? ¡Dejemos afuera del reparto a Eric! El no estuvo aquí para aportar dinero así que yo pienso que debemos dejarlo afuera. ¡Veamos que puede hacer para Eric el Dios del que tanto habla!”
Al regresar Eric a la aldea encontró a los hombres ocupados con sus redes y cordeles de pesca pero nadie quiso compartir arenques con él. Al darse cuenta que deliberadamente no le escuchaban dió la vuelta y regresó lentamente por el barranco hacia su choza.
¿Cómo podría hacer frente a sus cuatro hijos hambrientos y a su esposa? ¿Se había Dios olvidado de él?
¡No! a su mente llegaron las promesas de Dios. “No te dejaré ni te desampararé.” “Echa toda tu carga sobre el Señor y te sostendrá” y otras muchas más. Al recordar Eric las promesas de Dios pudo descansar en el Señor.
No habiendo nada más que hacer decidió revisar su muy remendada red de arenques aunque sabía que había poca probabilidad de encontrar arenques en ella. Habían pasado muchas semanas desde que había arenques en ese brazo del mar. Los hombres islandeses son pescadores tan experimentados que no meramente pueden saber si hay peces o no en el agua, sino que sólo con una mirada pueden saber el tipo de pez que hay. Sin embargo a Eric le parecía que Dios le insinuaba que buscara en su red.
La noticia se regó entre los aldeanos quienes miraban a Eric cuidadosamente, quien iba a revisar su red. Para algunos era un gran chiste y decidieron acompañarlo para reírse de él por su idea tonta.
La red de Eric no estaba en el mejor sitio. Mejores redes habían sido colocadas en mejores sitios para atrapar la mayor parte de los arenques y primeramente los hombres alzaron aquellas redes. Una tras otra las redes fueron echadas nuevamente al mar con señales de disgusto al comprobar que estaban vacías. Finalmente llegaron a la red de Eric. En un primer instante parecía que la red de Eric estaba atrapada por algo. ¿Qué podría ser? Usando su fuerza otra vez los hombres jalaron la red de Eric y finalmente emergió—llena de arenques.
Con gran expectación los hombres corrieron a las demás redes, pero solamente volvieron a comprobar que no habían arenques en ninguna de ellas.
Los hombres quedaron callados y atónitos mientras Eric alababa al Señor. Aun admirados le ayudaron a llegar a la aldea con todos los arenques. En un momento se congregó una muchedumbre para escuchar el relato de los arenques. Entonces Eric, sonriendo, invitó a otros a compartir los arenques con él, gozosamente comenzó a dividir sus arenques entre los pobres aldeanos que no habían podido comprarlos al barco pesquero. Al regarse la noticia, de este acto generoso, de devolver bien por mal, fue mayor en las mentes de los pescadores de Islandia que el milagro de la red llena de arenques. Ciertamente sólo Dios podía haber cambiado así el corazón de un hombre.
Eric encontró que las puertas de las chozas y de los corazones de las personas se le abrían por todo lado durante sus viajes. Un día el Sr. Gook recibió una carta de Eric pidiéndole que fuera a predicar a su aldea. Eric escribió: “La gente está dispuesta a escucharle ahora.”
Al llegar Arturo Gooks a Hofsos, Islandia, encontró que el edificio más grande era muy pequeño para recibir a la muchedumbre que llegaba con ansias de escuchar el mensaje que había cambiado tanto la vida de Eric, el pescador, a pescador para Cristo.
NOTA: Este relato poco usual de la admirable pesca de arenques ha sido verificada. Los periódicos de Hofsos de aquella época llevaban el relato completo de ello.

El Regalo Que Detuvo La Bala

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“Papi, David quiere verte”, Bill saludó a su padre, el Sr. Boyd Nicholson, al traer a su amigo de trece años a la casa.
“Gusto de verte David, siéntese y póngase cómodo. Con gusto le ayudaré en cualquier cosa que pueda.” El Sr. Nicholson puso una mano amistosa en el hombro del muchacho y lo hizo entrar. David se sentó en silencio sin saber como empezar a hablar, así que el Sr. Nicholson, para tranquilizarlo un poco, empezó a hablar de varios problemas que él sabía, que a menudo tienen los jóvenes.
David no respondió pero se quedó quieto mirando a la alfombra en el piso. Después de pocos momentos el Sr. Nicholson se calló y quedó estudiando la cara seria del muchacho. Parecía que eso era lo que esperaba David. Alzando la cabeza anunció:
“Tengo trabajo.”
“¡Hombre, eso es maravilloso, tengo gusto en saberlo! ¿Qué estás haciendo?”
Estoy entregando periódicos. “Hubo otra pausa breve y entonces dijo: ”Hoy recibí mi primer cheque.“
El Sr. Nicholson sonrió con gusto. “Eso es maravilloso David, yo me acuerdo lo maravilloso que fue cuando recibí mi primer sueldo. De veras un hombre se siente bien, teniendo dinero propio que él mismo ha ganado, ¿no es cierto?”
David sonriendo estaba de acuerdo y sacó de su bolsillo un sobre arrugado y lo entregó a su amigo. “Esto es, quiero entregarle al Señor y pensaba que Ud. sabría qué hacer con él.”
Después de haber salido David, el Sr. Nicholson abrió el sobre. Estaba lleno de monedas que al echarlos sobre la mesa halló que sumaban un dólar con sesenta y cinco centavos. Sus ojos se llenaron de lágrimas al pensar del amor y el sacrificio que esto significaba, desde el corazón del muchacho. Este era un regalo demasiado precioso para ser usado en la compra de alguna necesidad pequeña. ¡Debe ser usado donde podría producir mejores resultados para la eternidad!
Después de orar, el regalo de David fue colocado en un sobre y enviado a un misionero, el Sr. Jorge Walker en Florida. El Sr. Nicholson le contó la historia de David y luego sugirió que tal vez el dinero podría ser usado en los programas radiales del Sr. Walker.
Cuando la carta llegó a donde el Sr. Walker, él estaba a punto de salir a comprar un nuevo casete para su programa, “Campanas Evangélicas”. ¡Un dólar sesenta y cinco era exactamente la cantidad que necesitaban para comprarlo!
Este programa era en español, y fue escuchado no tan solo en Florida sino también en Cuba. En ese mismo día el Sr. Walker sintió que el Señor le decía que anunciara un número telefónico que cualquiera que quisiera tener contacto con él, lo podría usar. Ni bien terminaba el programa sonaba el teléfono. Al contestar el teléfono oyó la voz de un hombre diciendo:
“Tenía una escopeta apuntando a mi cabeza y estaba listo a apretar el gatillo cuando decidí sintonizar la radio a todo volumen para amortizar el sonido del disparo. Escuché una voz que decía en voz alta y clara, ¡Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados y yo os haré descansar!”
“¿Eso es lo que necesito pero como puedo conseguirlo? ¿Puede usted venir para ayudarme?”
“¿Dónde está usted?”
“En una casa de refugiados.”
Hicieron el arreglo para encontrarse en una capilla, donde el hombre relató toda su triste historia. Era cubano que había logrado escapar de Cuba en un bote pequeño. Estaba descorazonado y desanimado porque no había tenido éxito en sus intentos de sacar a su familia y parecía que nunca vería a sus seres queridos otra vez. Fue en aquel momento que Dios le llamó por medio del programa radial por intermedio de esas palabras maravillosas. “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados y yo os haré descansar.” (Mateo 11:28)
Cuando el Sr. Walker explicó al hombre del gran amor de Dios al enviar a Cristo para llevar su pecado, gustosamente recibió al Señor quien sería su amigo eterno.
Con cara radiante pese a no haberse afeitado por algún tiempo, dijo: “¡Ahora sí tengo la respuesta a todos mis problemas!”
Después de algún tiempo el Sr. Walker supo que este cubano iba a poder restablecerse con su familia.
· · · · · · ·
Una noche en una conferencia en Toronto, Canadá, el Sr. Walker relató la historia de cómo David había entregado al Señor su primer sueldo y como Dios lo había usado para que un hombre se salvara de la muerte física y espiritual. Al salir de la conferencia sintió que alguien le estaba cogiendo la manga de su saco. Mirando hacia abajo vio a un niño pequeño que le entregaba un sobre diciendo:
“Tío Jorge, por favor compre dos casetes más para su programa radial.”

Cuando Bladi Aprendió a Escuchar

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¡Tas! ¡Tas! ¡Tas!
Mientras la misionera atónita miraba a la joven madre uruguaya y a los hijos, Jorge, Betty, Margot, Bladimir y Tana como eran azotados con duros golpes, preguntó:
“Pero, ¿Por qué Ema? ¿Por qué está usted haciendo eso? ¿Qué han hecho ellos?
“¡Oh, nada todavía!”, Ema contestó calmadamente. “Es para que se porten bien mientras esté yo ausente.”
“¡Debería haber visto lo que hicieron la vez anterior! Rompieron un buen florero e hicieron muchas travesuras.”
Regañando a sus hijos mientras salían, cerraron la puerta la misionera Elsa, Sands y Ema. Salieron para visitar algunos parientes inconversos de Ema, que ella deseaba ganar para el Señor. Esta manera de castigar a los hijos por anticipado fue muy rara y un poco chistosa para Elsa, pero era un asunto muy serio para Ema quien deseaba sobre todas las cosas que sus hijos escucharan la palabra de Dios y que aprendiesen a obedecerla.
Una tarde calurosa y húmeda en Montevideo (Uruguay) Ema con sus cinco hijos sentados ordenadamente en la banca escuchaban el mensaje de la conferencia bíblica. Con tanto calor era difícil estar atento. Muchos estaban casi dormidos. Afuera en la calle todo estaba tranquilo, sólo se oía una campanita y el grito de helados, que era la voz del heladero.
Aunque unos pocos de los asistentes se habían dormido, la mayor parte estaban atentos. De vez en cuando una madre salía calladamente con su niño inquieto. Ema estaba tan interesada en el mensaje que no se daba cuenta que su hijo Bladi se había levantado para salir calladamente.
Bladi tenía cinco años de edad, era un niño pensativo que no podía expresarse con facilidad por causa de un impedimento al hablar. Cuando Ema se dio cuenta de su ausencia, tenía miedo de que Bladi hubiera salido solo a las calles de la cuidad y de que pudiera perderse.“¡Bladi! ¿Dónde está Bladi?”, dijo Ema a Tana quién había estado sentada al lado de Bladi.
Tana no sabía, de modo que Ema empezó a buscarlo. No estaba en los baños, tampoco en el patio donde pronto iban a servirse el almuerzo, y nadie había visto a un niño pequeño andando solo. Ansiosamente corrió a la calle para empezar la búsqueda—y allí estuvo Bladimir al lado del coche bíblico escuchando con mucha atención el mensaje, que salía de los parlantes, de tal manera que todos en la calle podían escuchar.
“¡Bladi! ¡Bladi! ¿Por qué saliste? Estaba muy preocupada por ti”—le dijo Ema un poco enojada, tal como otra madre, María, dijo hace muchos años.
Bladimir estaba sorprendido, “¿Qué no sabía? tengo que escuchar la palabra de Dios”, dijo con dificultad.
Ese mismo día Bladi recibió al Señor Jesús como su Salvador. Aunque sólo tenía cinco años comprendió muy bien que el Señor Jesús había recibido el castigo por sus pecados al morir en el Calvario y sencillamente puso su confianza en el Señor.
Debido al defecto de su habla, Bladi pasó tres años en primer grado. Los profesores impacientes en la escuela fiscal no tomaban tiempo suficiente para ayudar al niño, y muy pronto él estaba desanimado. Fue en ese momento que el Señor puso en el corazón de Elsa Sands el deseo de ayudarlo. “¡Bladi! ¿no sería maravilloso si tú pudieras leer la Biblia? Piensa, podrías escuchar que es lo que Dios quiere decirte cada vez que abras su Palabra.” Bladimir respondió gustosamente, y él y Elsa pasaron muchas horas juntos, con el resultado de que Bladi no solo aprendió a leer sino que llegó a ser un estudiante sobresaliente.
Hoy en día, Bladimir es un hombre que no solamente conoce y ama al Señor sino que también busca que otros lo conozcan también. Es un excelente mecánico dueño de su propio negocio, y tiene una buena esposa cristiana. Que maravillosas bendiciones han llegado a la vida de ese niño quien decidió:
“¡Tengo que escuchar la palabra de Dios!”

Enterrado Por Un Elefante

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¡Elefantes! Allí estuvieron corriendo pacíficamente en la jungla, delante de ellos. Parecían enormes y sin miedo, dominadores feroces de la selva negra Uturi. Para los pigmeos agachados el aire estaba lleno del olor excitante de los elefantes. Agarrando tensamente sus lanzas y sus cuchillos se acercaron centímetro por centímetro cerca y más cerca de los elefantes.
Aunque para los pigmeos, que viven en dos aldeas cerca de Lolwa en Zaire, este es un juego de caza conocido por los siglos, nunca ha perdido su emoción. Lo que a los hombres pequeños y negros les falta en estatura está compensado por su valor y destreza. A veces se acercan calladamente a los elefantes que están comiendo, los que parecen perder su sentido del peligro, mientras comen. Un hombre correrá rápidamente adelante y debajo de uno de ellos, y entonces meterá su lanza directamente hacia arriba a las partes vitales del estómago. El elefante se pone furioso de dolor, cargando hacia adelante del pigmeo, alzando sobre sus patas traseras temblando y pataleando. El pigmeo agarra su lanza con toda su fuerza hasta que el elefante caiga muerto.
En otras ocasiones el pigmeo esperará el momento oportuno para saltar al lado del elefante que está comiendo para cortar el tendón en una de sus patas traseras. El pigmeo tiene que ser veloz y seguro, sobre todo, para retirarse. Haciendo sonar su trompa furiosamente atacará en toda dirección buscándolo. Finalmente regresará a comer, arrastrando su pata inútil. Nuevamente el pigmeo volverá al ataque cortando el tendón en la otra pata, y el elefante caerá sin fuerzas al suelo. Rápidamente otros pigmeos se juntan al primero y matan el elefante enviando su lanza al estómago. Al regresar los cazadores victoriosos, la aldea entera gozará la generosa provisión de carne fresca.
En esta ocasión los cazadores se estaban acercando a un elefante para matarlo. El pigmeo más cercano con músculos tensos salió adelante para cortar la pata delantera del enorme elefante—¡pero no tuvo la rapidez suficiente! Un ligero cambio en la dirección del viento fue suficiente para alertar al elefante. Percibió el rostro de su enemigo. Con una rapidez admirable se movió para atacar a su cazador.
¡Tendido sobre el suelo yacía el pigmeo aparentemente muerto ya! Rápido como había reaccionado el elefante, aún más velozmente el pigmeo había reaccionado y ahora yacía haciéndose el muerto, sin moverse. El elefante parecía aturdido. Cuando movió al hombre con su trompa este no respondió nada. Alzándolo con su trompa lo llevó a través de la selva por un poco menos que un kilómetro, y luego lo dejó caer al suelo para seguir caminando una corta distancia. El pigmeo continuó haciéndose el muerto, porque sabía las costumbres de los elefantes. A los pocos momentos el elefante viró sospechadamente para comprobar si el hombre se había movido. Una vez más agarró con su trompa el cuerpo de su enemigo llevándolo por otra distancia igual a la anterior, por la selva para nuevamente dejarlo caer al suelo. Una vez más seguía caminando para regresar a ver si el hombre se había movido. Por tercera vez llevó al hombre por la selva pero esta vez al dejarlo caer al suelo procedió a cavar un pozo para enterrarlo.
A una distancia prudencial en cuclillas en la selva los demás cazadores miraban con asombro al elefante que rápidamente cavaba un hueco de poca profundidad. Al tener el hueco de tamaño suficiente el elefante una vez más recogió al pigmeo metiéndolo en el hueco, volvió a colocar la tierra encima del hombre tapándolo por completo—con excepción de la cabeza. Luego pensando seguramente que había hecho un buen trabajo al deshacerse de su enemigo, el elefante se internó en la jungla para no regresar más.
Al asegurarse los cazadores que el elefante ya no estaba fingiendo, sino que se había desaparecido en la selva corrieron socorrer al hombre desenterrándolo. Estaba todavía con vida pero muy golpeado y lastimado por causa del maltrato del elefante y el efecto de sus colmillos, así que los cazadores lo llevaron al dispensario médico del misionero. Los médicos y enfermeras cristianos tenían mucho interés en el paciente poco común. Por alguna razón Dios había evitado que el elefante destruyera al hombre. ¿Sería para llegar a donde ellos para aprender del amor de Dios para con él?
El pigmeo con su experiencia escalofriante, de estar enterrado vivo, todavía fresca en su mente, escuchó con admiración la historia de la muerte, sepultura, y resurrección del Salvador, a favor de él. Meditando acerca de todas las malas acciones que había hecho en su vida, estaba convencido de que Dios le había permitido esta experiencia para que se diera cuenta del horror de ser sepultado sin el conocimiento del perdón de los pecados. Antes de salir del hospital él recibió al Señor Jesucristo como su Salvador. Hoy en día vive para dar gracias a Dios por la experiencia de estar enterrado vivo por un elefante.
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Desde que ocurrió este relato, dos hermanos de este hombre han tenido experiencias similares con elefantes que han tratado de enterrarlos. Un hermano fue cogido por el elefante en el momento de intentar cortarle el tendón. El elefante le echó al suelo y le pegó tres veces en el pecho, rompiendo sus costillas. Dio la vuelta y a poca distancia empezó a cavar un hueco para enterrarlo. El viento estuvo a favor de los cazadores de modo que pudieron acercarse silenciosamente al hombre y recogerlo y huir con él.
Aunque esta sea una experiencia rara, los elefantes son conocidos por su memoria fabulosa respecto a sus enemigos. Con referencia a esta familia parecía haber tenido sólo venganza en sus corazones.

Dios Usó Un Halcón

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Un poco de lluvia nos hizo buscar abrigo. Mi refugio fue debajo del techo que cubría las mesas donde se lavaban los platos. Estuvimos en el campamento de Bethel en el norte de Alberta, en el Canadá. Al llegar a este refugio encontré que Bill Fairholm, el director del campamento de Bethel, había llegado momentos antes.
“¡Nunca me he de olvidar de una temporada lluviosa en los primeros días de nuestro campamento!”, recordaba él sonriente, mientras nos quedamos bajo el techo esperando que pasaran las lluvias.
“Llovía a cántaros, la calle se convirtió en un lodazal que fue imposible ir a la cuidad a buscar alimentos. Se nos acabaron las papas y los demás alimentos estaban por acabarse. Durante el desayuno oramos sobre el problema con los cien jóvenes que estaban sentados alrededor de las mesas. Al terminar de orar alzamos las cabezas, a tiempo para alcanzar a ver un auto con remolque, abriéndose paso por el lodo para pararse al lado del comedor.”
“Nunca olvidaré el gozo y la admiración en el rostro de los camperos al descubrir que fue un hacendado con un cargamento de papas para ellos”, pues ni bien habíamos dicho la palabra “papas” en oración al Señor, que tuvimos un remolque lleno de ellas en la puerta del comedor.
Unos compañeros más se habían unido a nosotros mientras llovía, así que “tío Bill” recordaba otros acontecimientos del pasado. Sí, dijo, no fue ni la primera ni la última vez que he visto al Señor enviar alimentos en contestación directa a la oración. Tal vez lo más inusitado ocurrió cuando yo era un joven, desconocido, predicador en el campo, viajando en el norte de este territorio del bosque con un caballo y una pequeña carreta. Había estado hablando del Señor Jesús en escuelas y casas del sector, encontrándome con gentes con total desconocimiento de las cosas del Señor. Muchos ni siquiera sabían que el Señor les amaba y que el Salvador había recibido el castigo que merecían sus pecados cuando murió en la cruz.
Algunas personas eran amigables y me trataban como de la casa, invitándome a comer con ellos y algunas veces a pasar la noche con ellos. Otros no tenían tanta gentileza. Hubo una ocasión en que lo único que tenía era un molde de pan que me duró tres días. Estaba por entrar en un sector del bosque donde no había casas en muchos kilómetros y al pasar por la última casa, se me vino al pensamiento, que tal vez debería parar y pedir un poco de comida. Parecía la última oportunidad de conseguir alimentos y yo tenía mucha hambre.
“¡Pero, no! El Señor me detuvo antes de dirigir mi caballo al caminito que conducía a la casa de campo. Si yo pidiera alimentos, y ellos llegaran a saber que era predicador, ¿no sería motivo para que ellos pensaran cosas que fueran una deshonra para mi Señor? ¿No pensarían ellos que era raro que un siervo del Señor Dios tuviera que mendigar comida?”
“Pues después de conversarlo con el Señor, mi caballo y yo seguimos por el camino sin parar. Sería mejor sufrir un poco de hambre antes que causar deshonra para el Señor.”
“Pero, ¡hay de mí! ¡De veras tenía hambre! Llegaba la noche, y parecía que el bosque me encerraba mientras proseguíamos.”
¡De repente me di cuenta de un ruido por encima de nosotros y mirando hacia arriba descubrí un halcón grande luchando con un pollo en el aire, sobre mí! ¡Inmediatamente me di cuenta de lo que estaba haciendo el Señor! Estaba enviando a este predicador hambriento una merienda de pollo, usando el halcón para hacer ‘la entrega especial’.
“Saltando de la carreta rápidamente até el caballo a un árbol, y salí corriendo por el camino tras mi merienda. El halcón luchaba por mantenerse en el aire, pero el pollo estaba con vida y luchando. Después de poco tiempo el halcón dejó caer al pollo, que cayó directamente a mis pies.”
“Al rato tuve ese pollo cocinando a la brasa, ¡y que delicioso! ... ¡m-m-m-mh! ¡Sí, el Señor todavía puede preparar una mesa en un lugar solitario!”
Las lluvias cesaron y al ir cada uno a sus actividades parecía que la risa feliz de Bill Fairholm nos seguía. Hoy viendo en mi mente al “tío Bill” todavía lo veo como estaba parado en la puerta del campamento de Bethel, cantando de todo corazón, mientras los camperos llegaban corriendo al sonido de la campana.

Cuando Eddy Mccully Tenía Siete Años

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¿Quiénes eran los indios Aucas?
El nombre no había significado mucho para Brian antes, pero en esa noche la selva húmeda del Ecuador llegaba a ser una cosa muy real delante de sus ojos. Estaba realmente viendo a los temibles indios aucas y los cinco misioneros valientes.
Brian se inclinaba hacia adelante al presenciar las vistas en la pantalla escuchando atentamente, mientras el padre de Ed McCully relataba la historia. Parecía que él también, estaba volando con Nate Saint en aquella, pequeña avioneta amarilla, realizando el aterrizaje hábilmente en aquella playa angosta del río Curaray. Veía, como construían la casita en el árbol, y esperaba ansiosamente junto con Ed McCully, Jim Elliot, Pete Fleming, Nate Saint y Roger Youdarian, la visita de los primeros aucas. ¡Entonces los vio!
Un pueblo de tez morena con pelo lacio y negro, y grandes tacos de madera distorsionando la parte inferior de su oreja casi hasta el hombro. Había tres de ellos, un hombre, y dos mujeres, parecían amigables y muy interesados en todo lo que los jóvenes misioneros les mostraban.
A Brian le hubiera gustado saber si les gustaba sus primeras hamburguesas con mostaza, y ¿qué es lo que el auca Jorge pensaba de su paseo en la avioneta? Llegó la noche y los tres aucas desaparecieron en la selva, el resto del relato del señor McCully era triste. Había la difícil y larga espera de las cinco mujeres por otro mensaje por radio que nunca llegó. Después de uno o dos días el mundo entero llegó a saber de los cadáveres atravesados de lanzas de los cinco valientes jóvenes quienes habían entregado sus vidas en un esfuerzo para ganar a los aucas para Cristo.
La última vista estaba en la pantalla, mostraba de cerca a los tres jóvenes, Jim Elliot, Pete Fleming y Ed McCully. Brian sentía ganas de extender la mano y tocarlos mientras ellos les sonreían. El señor McCully señaló a Ed y dijo: “Mi hijo Eddy, Cuando tenía siete años llegué un día a preguntarme: ‘Papá, ¿cómo puedo ser salvo?’  ”
Brian volvió rápidamente para decir a su mamá suavemente: “Mamá, tenía la misma edad que tengo yo.”
El señor McCully continuó diciendo: “Relaté esta historia a Ed. Hace algunos años un profesor de escuela, sentía que debería castigar a cinco niñas por sus continuadas travesuras. Látigo en mano se detuvo. Algo dentro de él le impulsaba preguntar: ¿Hay alguien aquí dispuesto a recibir el castigo que merecen tener estas niñas?”
“Hubo un silencio largo, entonces se sintió un movimiento entre los niños, y Jimmy que era muy delgado empezó a caminar por el pasillo. Jimmy era ciego.”
“Trajeron una silla y las risas tontas de las niñas desaparecieron a medida que los golpes cayeron sobre las rodillas de Jimmy. Terminando el castigo, las niñas corrieron donde Jimmy con lágrimas en los ojos para agradecerle y preguntarle por qué había hecho eso.”
“Está bien muchachas, contestó él, pienso que les ayudaría comprender como el Señor Jesús recibió el castigo que merecieron sus pecados al morir por ustedes en la cruz.”
Eddy McCully comprendió aquella noche lo que el Señor Jesús había hecho por él, y lo recibió como su Salvador personal. Al pasar los años Eddy llegó a ser un verdadero hombre primero en sus estudios y deportes. Sobresalió en todo lo que hizo.
¡Pero Ed nunca olvidó de que alguien había muerto para que él viviera! Cuando Dios empezó a enseñarle la gran necesidad de los indios aucas en el Ecuador que nunca habían oído del Salvador que los amaba, su corazón contestó, “¡Yo iré y se los contaré! Tú moriste por los Aucas también, yo iré dondequiera que tú me mandes.”
Esa noche Brian se arrodilló y oró en voz alta, como quizás Eddy oró hace años, después de la historia de su padre.
“Gracias, Señor Jesús, por haber muerto en la cruz, llevando el castigo por mis pecados, y ¡ahora yo no tengo que ser castigo por ellos!”
¿Alguna vez tú le has agradecido a El de esta manera?
Más el herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre El, y por su llaga fuimos nosotros curados. (Isaías 53:5)

Emmy Y Los Zapatos Rojos

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“Supongo que ya no hay té en la alacena, ¿lo hay, Emmy? ¿Estás segura de que buscaste cuidadosamente? ¡Yo estoy muy sediento por una taza de té!”
La pequeña Emmy sacudió su cabeza mientras miraba a su padre enfermo ansiosamente. “Ya busqué otra vez, papi, ya se acabó. Te daré un poco de agua. ¿Estás seguro de que no quieres que vaya en busca del doctor?
“Me debería atender un doctor, querida, pero no puedo. Costaría mínimo dos dólares traerlo hasta aquí. Y nosotros no lo tenemos. Tampoco tengo suficiente dinero para comprar un poco de té.”
Todo era bastante dificultoso para la pequeña niña de seis años, pero en un momento su cara brilló. “¡Yo sé que es lo que haré!” ¡Voy a pedirle a Dios que nos envíe un poco de té, y algo de dinero para poder conseguir un doctor! Después de pensar un momento, añadió, “y pienso pedirle a El un par de zapatos rojos también.”
Emmy había tenido un deseo secreto, el de tener un par de zapatos rojos, y ahora, en este tiempo de una real necesidad, ¡ella repentinamente recordó que ella sin duda le contaría a su Padre Celestial todo acerca de esto!
La mamá y el papá de Emmy habían venido de México para ser misioneros, y no habían estado mucho tiempo cuando ¡la madre de Emmy murió! Ahora, aunque ella todavía era una niña pequeña, ella era una gran ayuda para su padre en muchas formas. Era mucho lo que ella había aprendido de los que haceres domésticos, y ella frecuentemente llevaba mensajes para él. Ahora que su padre estaba tan enfermo, que no se podía levantar de la cama, Emmy estaba muy asustada. En eso ella recordó cuan tonto era estar afligido cuando ellos solo necesitaban contarselo a Dios, todo.
Sentándose afuera en los escalones Emmy miró hacia abajo de la polvorienta calle. Estaba anocheciendo y las pocas personas a la vista, parecían apurar los pasos para llegar a casa. Mientras miraba, un hombre que caminaba por la calle vino directamente a la casa de ella, tuvo un paquete pequeño en su mano que él entregaba diciendo: “¡Aquí tienes un regalito para tu papi! Hace poco tuvimos visitas en casa y compramos té para ellos, y luego de su visita no sabíamos que hacer con el té que sobraba porque todos nosotros preferimos nuestro buen café. Hoy mismo me acordé que tu papi es inglés y probablemente le gustaría.”
Emmy le agradeció gozosamente y corrió a la casa para hervir el agua. Su papá tomó su té con mucho agrado mientras escuchaba su relato y juntos agradecieron al Señor. Entonces Emmy anunció: “Todavía necesitamos dinero para el doctor, así que voy a salir de la casa y esperar a que Dios nos envíe eso ahora.” Después de poco tiempo otro mexicano se detuvo delante de ella y tomando su billetera dijo: “Hace algún tiempo pedí prestado dos dólares a tu papi y ahora se los puedo devolver. Por favor llévale este dinero.”
Emmy con el permiso de su papá, fue volando por la calle a buscar al médico. El doctor trajo remedio y dio buenos consejos, y pronto su papá estaba descansando tranquilamente. Cuando el médico se despidió ya era de noche y era hora de acostarse para Emmy.
“Pues supongo que tendré que esperar hasta la mañana por mis zapatos rojos”, ella dijo a su padre mientras le besaba y se fue a acostar en su camita para dormir.
Al día siguiente, después de desayunar, una niñita llena de expectación se sentó en las gradas de la casa esperando que Dios le mandara un par de zapatos rojos. En la casa todavía enfermo, pero sintiéndose mucho más descansado, su padre estaba dando gracias al Señor por su bondad hacia ellos y orando por su hijita huérfana de madre.
Muy pronto un hombre con un paquete debajo del brazo, se acercó a Emmy y empezó a decirle lo siguiente: “Niñita, soy zapatero. Hace mucho tiempo algunos turistas estaban visitando nuestro pueblo y vinieron a mí para comprar un par de zapatos para su niñita. No les gustaba las sandalias o arrachis que se ponen casi todos nuestros hijos. Tuve que enviar a comprar cuero rojo para hacerle un par de zapatos verdaderos. Al terminarlos, ellos se los llevaron y me di cuenta de que había cuero suficiente como para hacer otro par de zapatos, así que los hice. Ahora estos zapatos has estado en la vitrina por muchos meses y nadie ha querido comprarlos. No me gusta verlos haciéndose viejos, ni secándose y rajándose el cuero, sin que alguien los use. Entonces pensé en la hijita del misionero que también usa zapatos. Si te quedan bien puedes tenerlos.
Emmy feliz y emocionada quitó sus zapatos viejos y metió sus pies en los hermosos y nuevos zapatos rojos.
Por supuesto le quedaron. Habían sido hechos a la medida, a pedido especial de un cariñoso Padre Celestial en contestación a la oración de una niñita que creía en Él.

“Compartimos Nuestra Última Comida”

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(Esta historia fue relatada por un amigo anciano. Carl Leverentz, recordando los días de su niñez en Suecia a fines del siglo pasado.)
“Para casi todas las personas los alimentos escaseaban”, recordó nuestro amigo. “Normalmente comíamos arenques y papas.” Durante el verano los arenques eran frescos y durante el invierno estaban salados y secos. Siempre hacíamos hervir las papas para comerlas sin pelar—no podíamos darnos el lujo de botar las cortezas. A menudo mamá nos conseguía leche descremada también, y así en esta forma comíamos mejor que otras muchas personas.
“No teníamos lástima por nosotros mismos. Tanto mi padre como mi abuelo habían sido criados, con una dieta de arenques y papas. A nosotros los niños nos gustaba siempre escuchar los cuentos que relataba vez tras vez.”
“Ocurrió así, durante el verano las papas no habían crecido bien porque había poca lluvia. Eso significaba un invierno duro para todos, mientras esperaban ansiosamente la cosecha de papas del verano siguiente. Al llegar la primavera había abundancia de lluvias, y los campesinos estaban llenos de esperanzas, pero las últimas lluvias cayeron el 8 de junio.”
“Al llegar el mes de agosto, las papas estaban del tamaño de unas bolitas y las planteas se habían secado totalmente. En todas partes los cristianos clamaban al Señor porque la situación era desesperante. El 8 de agosto llegaron las lluvias—¡abundancia de agua! Llovió hasta inundar los campos, y los patios alrededor de los edificios de las granjas parecían lagos. Poco a poco la tierra sedienta chupaba el agua.”
“Entonces ocurrió algo maravilloso, esas pequeñas papas se convirtieron en semillas y empezaron a crecer. No parecía posible que podían madurar antes de llegar la temporada de frío con escarcha, pero los cristianos estaban orando. Dios en su misericordia permitió que el otoño fuera el más largo que pudiesen recordar, antes de llegar el tiempo de frío con heladas. La primera escarcha llegó bien entrado el mes de octubre, dando tiempo para recoger una abundante cosecha de papas.”
“¡Pero eso no era todo! Dios también envió arenques en abundancia. Los pescadores con redes y botes, los hacendados con sus carretas, y algunos solamente con carretillas, todos estaban pescando. La pesca era tan abundante que un hombre podría salir al agua con una tabla en la mano y sacar peces de la playa.”
“Dios era tan bueno, con los muchos cristianos dedicados que clamaban a Él pidiendo socorro.”
“Esa fue la historia de mi abuelo”, continuó nuestro amigo. “Ahora permítanme darles una experiencia propia. Cuando yo era niño pasábamos por tiempos muy difíciles. Mi padre era sastre. Recuerdo bien, viéndolo sentado sobre la mesa con las piernas cruzadas, como era la costumbre, en aquel entonces, ocupado con sus trabajos. Un otoño se enfermó y tuvo que guardar cama. Pasaban varias semanas, y no tuvo mejoría. Finalmente llegó el día en que todos nos sentamos a la mesa para comer los últimos alimentos en la casa, sin saber cómo íbamos a conseguir más comida. Eramos una familia grande de niños pequeños. Con el marido enfermo nuestra madre tuvo mucho que hacer.”
“En ese momento alguien golpeó la puerta y encontramos a un forastero en busca de comida y descanso por la noche. Sin titubear nuestra madre le invitó pasar y compartimos con este joven nuestra última comida.”
“Pronto el visitante se dio cuenta de que papá estaba muy enfermo, y al preguntar por el oficio de mi padre se puso pensativo. Finalmente dijo: ‘Creo que Dios me ha enviado aquí para ayudarlos. Yo también soy sastre. Veo que tiene aquí trabajos atrasados que no puede hacer. Yo iba al próximo pueblo en busca de trabajo, creo que lo he encontrado aquí mismo. Con su permiso me quedaré para hacer las obras, y cuidar a su familia hasta que Ud. pueda levantarse para hacerlo.’  ”
“Llegó la primavera antes de que papá pudiese levantarse de la cama y tener fuerza suficiente para trabajar. Todo el invierno ese joven de buen corazón trabajó laboriosamente, sentado sobre la mesa, cruzado de piernas, cosiendo las telas cuidadosamente. Como resultado nuestra casa estaba abrigada, tuvimos ropa, y nunca nos hacía falta comida suficiente.”
“¡Cuán agradecidos estuvimos a Dios por su provisión! ¡Cuán agradecidos a ese joven sastre de corazón grande, y cuán agradecidos por una madre que no rechazó a un forastero, y que de buena voluntad compartió con él los últimos alimentos que teníamos!”
He vivido muchos años ahora y hay algo que puedo decir con David:
Joven fui, y he envejecido, Y no he visto justo desamparado, Ni su descendencia que mendigue pan.
(Salmo 37:25)
El alma generosa será prosperada; Y el que saciare, él también será saciado.
(Prov. 11:25)

La Bondad Y La Misericordia

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“Catalina, ¿alguna vez has visto la bondad y la misericordia?” El señor Morgan misionero en Colombia, América del Sur, acababa de regresar de un viaje, a caballo, de varios pueblos y aldeas cercanas, donde había estado repartiendo tratados y porciones bíblicas. Después de cuidar de su caballo había entrado en la casa, cubierto de polvo, y cansado, pero con una sonrisa en la cara, al preguntar a su esposa, “¿alguna vez has visto la bondad y la misericordia?”
“No, creo que no”, contestó pensativamente la Sra. Morgan, “pero por la sonrisa en tu cara veo que por alguna razón me estás haciendo esta pregunta. ¿Tú la has visto?”
“¡Ya lo creo! Las he visto hoy. Para decir verdad no las reconocí inmediatamente, pero de veras las vi.”
Entonces el Sr. Morgan, relató los acontecimientos del día. Al llegar al centro de cierta aldea pequeña había desmontado, dejando a su caballo a un lado, y empezó a caminar alrededor del parque, repartiendo folletos a personas que estaban descansando sobre las bancas o agrupadas por aquí y por allá.
De vez en cuando tuvo la oportunidad de pronunciar unas pocas palabras a alguien que parecía tener interés, pero no demoró mucho porque sabía que tarde o temprano alguien estaría sospechoso de sus tratados evangélicos, entonces tendría problemas.
Ni bien, había caminado por la mitad del parque, cuando vio que se habían congregado muchas personas con actitud hostil y se encaminaban hacia él. Mientras apresuraban sus pasos hacia él, empezaron a recoger piedras de las calles empedradas, donde siempre había abundancia de piedras sueltas para una pelea callejera.
Su primer impulso fue el de lanzarse a la carrera hasta el otro lado del parque donde estaban su caballo. Sin embargo, al tomar el primer paso encontró dos niños indios de ojos obscuros que lo tomaban firmemente de sus pantalones. Cada niño extendía sus manos sucias, rogando al Sr. Morgan que les diera folletos de los que tenía en sus manos, era algo gratis y ellos los querían.
Desde la muchedumbre salieron gritos de ira, ordenando a los niños, “¡vengan pronto!”, para evitar que las rocas y piedras que iban dirigidas al misionero les alcanzaran. Pero los niños se sujetaban aún más.
Fue en aquel momento en que el Sr. Morgan se dio cuenta de que Dios estaba usando a estos dos pequeñitos para protegerlo.
Manteniendo los folletos apenas fuera de su alcance empezó a caminar lenta y firmemente hacia donde se encontraba su caballo. La muchedumbre amenazante le siguió, con gritos de advertencia a los niños agarrados a sus piernas. Cuando le quedaba poca distancia que caminar, rápidamente sacudió a los dos pequeñitos, y se lanzó sobre su caballo. Mientras galopaba, una lluvia de piedras cayó detrás de él sin hacerle daño alguno.
“Así que”, dijo él, sonriente a su esposa: “Vi hoy la bondad y la misericordia en forma de dos niñitos sucios y andrajosos que Dios usó para evitar que otros me hicieran daño. Yo no sé en que forma se presentarán la bondad y la misericordia mañana, pero hoy eran dos niñitos indios.”
Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, Y en la casa de Jehová moraré por largos días.
(Salmo 23:6)

Mejor Que La Plata Y El Oro

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“Quisiera comprar una Biblia.”
El señor Wilson miraba al africano alto y sonriente de pie delante de él. “Pero Sakaya, tú no sabes leer. ¿De qué provecho te será la Biblia?
Sakaya parecía un poco desanimado, pero insistió en que quería una copia del Nuevo Testamento en su propio idioma. Cierto era que no podía leer, pero en su corazón había un amor profundo por el autor de este libro, y mucho deseaba tener un ejemplar.
“Siento tener que privarte de un ejemplar”, dijo el Sr. Wilson. “Me quedan muy pocos ahora y no sé cuándo conseguiré más. Siento que debo guardar estos pocos ejemplares para los que saben leer, para obtener de ellos el mayor provecho.”
Al día siguiente Sakaya estuvo de regreso con otra petición. “Habrá algún cargamento que necesite llevar a alguna parte?”
“Sí hay”, fue la contestación. “Allá en la costa tengo un cargamento de sesenta libras de vidrio. ¿Te gustaría traérmelo? También tengo algo que puedes llevar a la costa.”
A la mañana siguiente Sakaya empezó su viaje a la costa de cuatrocientos ochenta km. a pie, con un cargamento sobre su cabeza, y un muchacho acompañándolo, llevando alimentos y unas pocas cosas para el largo viaje.
Un mes más tarde el Sr. Wilson, miraba por la ventana de su casa y alcanzó a ver a Sakaya llegando con el cargamento de vidrio sobre la cabeza, vestido solo con un pantalón, con una buena sonrisa en la cara y el sudor brillando en su piel negra. Mientras el misionero corrió a recibirlo, el africano colocó el cargamento cuidadosamente sobre el suelo y entonces golpeaba sus manos.
“Moyo, mwane”, saludó respetuosamente Sakaya, golpeándose las manos.
El Sr. Wilson también golpeaba las manos contestando: “Moyo mwata” (saludos, hermano mayor) y nuevamente golpeaba sus manos. “¿Qué chismes traes Sakaya?”
Con gusto Sakaya se acomodó y empezó a relatar al Sr. Wilson todos los detalles de su viaje de novecientos sesenta km. a pie, ida y vuelta, y el misionero escuchaba con interés. Terminando su informe, Sakaya preguntó al Sr. Wilson cortésmente: “Y qué chismes tiene Ud.?”
Así que el Sr. Wilson reportó los acontecimientos del mes que duraba la ausencia de Sakaya. Entonces poniéndose de pie dijo: “Ven a la casa ahora Sakaya y te pagaré por tu trabajo.”
Dentro de la casa se dirigió a Sakaya, preguntándole: “¿Qué te gustaría, dinero o tela?”
Después de una breve pausa Sakaya preguntó: “De veras me dará lo que yo quiera?”
Como era una formalidad el Sr. Wilson contestó: “Por supuesto, puedes tener lo que te guste ¿será dinero o tela?”
Otra vez Sakaya preguntó: “Está seguro de que realmente puedo tener lo que yo quiera?”
“Sí, puedes tener lo que quieras, tela o—dinero.”
Pero otra vez Sakaya preguntó: “Pero realmente puedo tener cualquier cosa que yo quiera?”
Y otra vez, pacientemente, el misionero le aseguró que sí, podría tener cualquier cosa que él quisiera.
Entonces contestó Sakaya sencillamente: “Si puedo tener lo que realmente quiero, quisiera tener un Nuevo Testamento.”
Después de eso fue cosa muy común ver a Sakaya sentado en la sombra con el Nuevo Testamento en su mano señalando con su dedo negro y grande las palabras mientras lenta y laboriosamente deletreaba las palabras preciosas que estaba aprendiendo a leer.
Un viaje de casi mil km. bajo el calor del sol africano llevando un cargamento pesado sobre su cabeza había sido un precio ínfimo en paga por el tesoro de la Palabra de Dios para este cristiano nuevo que amaba al Señor.
El gran rey David dijo hace mucho tiempo:
Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado.
(Salmo 19:10)

Un Niño Campesino Cubano

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“Ven conmigo Olivio, pienso que te va a gustar, además, regalan caramelos.”
La invitación fue para una reunión evangelística para niños, la noche de un viernes, en un pequeño pueblo en Cuba, antes de los días del régimen de Castro. Olivio tenía catorce años, pero no sabía nada del amor de Dios para él. Vivía en el campo más o menos a seis km. del pueblo, y por supuesto tenía que ir caminando. No estaba con mucho interés, pero esos caramelos que el americano iba a regalar, eso sí, le llamaba la atención.
Pocas veces había tenido la oportunidad de tener un gusto así. Dedicarse a la agricultura donde él vivía significaba meramente una existencia miserable.
Olivio asistió y le gustaron los caramelos, pero también escuchó bien y le gustó lo que el americano les dijo de la Palabra de Dios, la Biblia. Después de asistir a algunas reuniones los viernes sabía que Dios le estaba hablando personalmente y que debía recibir al Señor Jesús como su Salvador.
Una noche, al empezar el largo viaje a casa, empezó una tempestad. Había rayos en forma repetida. Al principio no fue tan malo porque no estaba solo. A la mitad del camino tuvo la compañía de un hombre, su esposa y su hija. Ellos se habían convertido al Señor Jesús y por alguna razón se sentía seguro mientras caminaban juntos.
Pero después de despedirse se quedó sólo hasta llegar a su pequeña finca. Las tempestades con descargas eléctricas siempre son más peligrosas en el campo y esa noche había tantos rayos que parecía que el cielo se estaba iluminando permanentemente. Olivio no pudo recordar haberlo visto así jamás.
“Sería que es la voz de Dios hablándome a mí?”, musitaba Olivio. “Si lo es, sería mejor no esperar hasta llegar a casa. ¡Sería mejor recibir al Señor Jesús hoy mismo!”
Olivio se arrodilló en el camino donde estuvo y permitió que el Señor Jesucristo entrara en su corazón.
Al seguir su camino a casa entre los sembríos de maní y tabaco, los rayos continuaban, pero una felicidad le llenó su corazón y pronto estuvo sano y salvo en casa.
El misionero, el Sr. Jorge Walker, estaba muy contento de saber la buena noticia de Olivio y le regaló una Biblia con pasta dura. Olivio le daba vueltas a la Biblia, de gusto, porque nunca había tenido otra antes. Este era un verdadero tesoro, el mejor que había tenido en su vida. Siempre tenía cuidado de lavarse las manos antes de abrirla, y otras veces la guardaba cuidadosamente en una bolsa de papel.
Algunos meses más tarde, después de escuchar las enseñanzas de la Palabra de Dios y al leerla cuidadosamente, él mismo Olivio aprendió que los creyentes son bautizados.
Esto representó un problema para Olivio porque no había agua suficiente, por donde él vivía. El río y el océano estaban muy lejos. Entonces un día mientras estaba arando con una yunta de bueyes, los llevó al bebedero que estaba construido de piedra caliza. Medía siete pies de largo y cinco pies de ancho. El nunca había oído de nadie que hubiese sido bautizado en un bebedero, ¿pero no podían usarlo? El invitaría al misionero a venir a conocer este sitio tan diferente para un bautismo.
Pocos días después unos cincuenta creyentes y algunos curiosos se unieron al lado del bebedero de los bueyes para presenciar el bautismo de Olivio.
El empezó a testificar que vivía para el Señor de todo corazón. Sus familiares y vecinos escuchaban y se fijaban en su vida. Empezó a predicar al aire libre en un pueblo cercano donde era bien conocido y en algunos pueblos un poco más distantes. Fue un día maravilloso cuando su padre se entregó al Señor.
En los años siguientes Olivio llegó a ser un verdadero ganador de almas para Cristo.
Un día el Sr. Walker recibió una carta de un hombre que vivía a más de mil km. de distancia, que tenía deseos de escuchar el evangelio y quería que el misionero fuera a visitarlos. El misionero estaba muy ocupado y tampoco tenía dinero suficiente como para hacer el viaje, pero conversó el asunto con su amigo Olivio, quien ya tenía como unos veinte años de edad.
“Yo tengo cien dólares. ¿Podría ir yo?”
El misionero le dio a Olivio todo el dinero que él poseía y entre los dos tenía suficiente para pagar el viaje de Olivio.
¡La primera parte del viaje fue en avión, lo que fue una tremenda emoción para este campesino! El boleto, aunque parecía increíble, costaba menos que el viaje en autobús. Era una nueva aerolínea cubana que había recién comenzado a operar y por cuanto la gente estaba con miedo de viajar en avión la compañía había reducido sus tarifas para conseguir pasajeros.
Cuando Olivio bajó del avión todavía tenía mucha distancia que viajar y para hacerlo subió a un autobús. Este era un autobús sin costados, de modo que las personas podían llevar sus chanchos y pollos y alimentos también. Cuando este autobús llegó al final de su corrida a Olivio todavía le faltaba más o menos treinta km. para llegar a su destino, y tuvo que ir a pie.
Estos últimos km. eran realmente hermosos. Era un viaje sobre terrenos montañosos y escabrosos, pero Olivio era joven y fuerte y gozaba de todo. Tuvo que cruzar veintisiete ríos y riachuelos. Palmeras hermosas, y árboles de caoba aportaban hermosura al paisaje. Caminaba en un sector donde las gentes cultivaban café y cacao. También cultivaban mariguana y los forasteros viajaban en ese sector por sus propios riesgos. Fue un cansado pero feliz joven que finalmente llegó a su destino. Después de nueve horas de trepar por terrenos escabrosos. Al encontrar decenas de personas dándole una cariñosa bienvenida ansiosas de escuchar la Palabra de Dios por primera vez en sus vidas, pensaba que gozosamente hubiera hecho el viaje muchas veces.
En los días siguientes muchos fueron convertidos. Cuando el Sr. Walker acompañó a Olivio en su segunda visita encontró veinte creyentes ansiosos de ser bautizados.
Cuando Castro estableció un gobierno comunista en Cuba, Olivio sufrió mucho por causa de su fe en JesuCristo. Había tantas restricciones impuestas sobre los que predicaban el evangelio que Olivio sentía que tendría que salir de Cuba para ir a alguna parte donde podría servir al Señor libremente. Su plan fue descubierto por las autoridades antes de poder escapar y fue enviado a un campamento de trabajos forzados.
En el campamento los días eran duros y largos. Catorce a dieciséis horas diarias, cortando caña de azúcar con machete les proporcionaría un papelito que podrían cambiar en el comisariato por un poco de comida. No importaba cuan duras y largas eran las horas trabajadas, nunca había comida suficiente.
Algunas veces cerraban las escuelas por varias semanas y los estudiantes eran llevados en camiones a los campamentos. A menudo tuvieron que trabajar al lado de criminales y hombres perversos y algunos padres que tenían miedo por la seguridad de sus lindas hijas las acompañarían y eran considerados trabajadores ‘voluntarios’.
Indudablemente, Olivio encontró algunos momentos para compartir el evangelio, pero estaban celosamente observado y no había prácticamente nada de tiempo libre.
Cómo Olivio escapó de ese campamento el Sr. Walker no lo sabe, pero actualmente está viviendo y sirviendo al Señor en España. Recientemente recibió una carta de Olivio contándole de los maravillosos tiempos que está experimentando, compartiéndole las cosas del Señor Jesús con una gran conferencia bíblica allá en España con más de mil personas asistiendo.
Olivio, campesino de Cuba convertido en una noche arrodillándose en el camino rocoso, con el cielo iluminado por rayos, bautizado en el bebedero de bueyes,hoy día está sirviendo al Rey de Reyes, capacitado para hablar de Sus glorias en grandes auditorios.
Olivio anhela el momento de llegar a los Estados Unidos para ver el americano que le presentó la buena noticia de la salvación. Ha solicitado una visa, y está pidiendo a Dios que proveo los medios. Pero dondequiera que esté y a dondequiera que vaya, este campesino cubano está compartiendo las buenas noticias de la salvación.
¿Orarás por él?