Escogiendo Al Esposo O La Esposa

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“Reconócelo en todos tus caminos, y Él enderezará tus veredas” (Pr. 3:6). Esta es una exhortación de suma importancia. Significa mucho más que pedir a Dios Su dirección solamente, para poder dirigirme bien al tomar algún gran paso; nos exhorta a reconocer a Dios habitual, y constantemente en todos nuestros caminos, tanto los de menor importancia (según pensamos) como los de mayor responsabilidad.
¡Cuántos cristianos han comprobado la validez de este versículo al ver la manera benigna y sabia en que Dios obró por ellos al proveer compañeros idóneos para esta vida terrenal! Ellos no andaban de acá para allá buscando una esposa o un esposo, sino encomendaron todo a Él, y en el debido tiempo Él proveyó para cada uno la persona idónea en todos los aspectos.
En contraste funesto con esta bienaventuranza, hemos sabido de cristianos que se apresuraron a casarse, siendo llevados por sólo sentimientos sensuales, sin dar mucha importancia a todos los factores en juego. Esta no es la sabiduría que viene de arriba.
Es una cosa muy peligrosa que una persona dé consejos a otra acerca de con quién debiera casarse; a menudo los resultados han sido desastrosos. No obstante, hay algunos principios sanos, los cuales nos permitimos presentar al querido lector con toda confianza, pues tratan de con quiénes no conviene contraer enlace.
Ante todo, es bien claro que un creyente en el Señor Jesucristo no debe casarse nunca con una persona inconversa. “¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de concierto [acuerdo]?” (Am. 3:3). ¿Cómo puede un hijo de luz juntarse con un hijo de tinieblas y esperar la bendición del Señor? La Palabra de Dios es tan clara como la luz misma: “No os juntéis en yugo con los infieles [incrédulos]; porque ¿qué compañía tiene la justicia con la injusticia? ¿y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿y qué concordia Cristo con Belial? ¿o qué parte el fiel con el infiel [inconverso]?” (2 Co. 6:14-15).
Para que dos personas caminen juntas deben ajustarse a un nivel común de vida, pues de otra manera habrá una pugna continua, resistiéndose el uno al otro. ¿Cómo será posible, entonces, que un creyente y un infiel (incrédulo) encuentren tal nivel común? Es totalmente imposible que el inconverso sea elevado al nivel de la fe verdadera, puesto que él no posee ni la vida eterna ni la naturaleza divina. Por lo tanto la única alternativa es que el creyente, para poder vivir pacíficamente con el inconverso, tiene que descender al nivel carnal de él. La “mutua comprensión” no se efectuará en tal caso, cada uno cediendo un poco para agradar al otro, no: el creyente, mayormente la mujer sujeta a su marido (Ef. 5:22), tiene que ceder, dejando de agradar al Señor Jesús. Por ejemplo: el marido quiere que su esposa le acompañe al cine. Si ella le replica, “que no, soy cristiana,” ¿entonces ... ? Igualmente si quiere que vaya con él al baile. O él compra un televisor y así pone todo lo pecaminoso de este mundo de maldad al alcance de los hijos en el hogar. ¿Qué puede hacer ella? sino sólo llorar dentro de sí. Por otra parte, si el esposo es el creyente y la mujer la inconversa, no le faltará a ella medios para procurar llevar a su esposo tras sí y alejarlo poco a poco del Señor.
Otro caso: ha habido creyentes que—en una ignorancia completa de la voluntad y de la Palabra de Dios—se casaron con inconversos. A veces—no muy frecuentemente—el Señor en su gracia y su bondad ha traído al inconverso al arrepentimiento y fe en el Salvador de los pecadores. Si un querido lector de estas líneas se encuentra casado con un inconverso, solo podemos sugerirle que ponga el caso entero delante de Dios, y a la vez juzgándose cabalmente a sí mismo por cualquier desobediencia o fracaso, rogando a Dios que tenga misericordia y obre en el corazón de su compañero(a).
En verdad es una cosa muy solemne estar unido por toda la vida terrenal con un esposo o una esposa del cual el creyente será separado por toda la eternidad. Si subsiste entre los esposos un verdadero amor mutuo, tal pensamiento será insoportable, a lo menos para el creyente. Es triste tener que convivir en relación íntima con una persona a la cual el Señor y Salvador Jesucristo no le es precioso. Aun en los casos en que el incrédulo sea amable y cortés, él siempre abriga en su corazón enemistad contra Dios y su Cristo. “La intención de la carne es enemistad contra Dios” (Ro. 8:7). Pero Dios ama al pecador y le está rogando que se reconcilie con Él. Toda la enemistad está en la parte del hombre.
¡Qué comunión tan dulce está negada al creyente que no puede conversar en el hogar en cuanto a la belleza de Cristo, o acerca de los tesoros encontrados en la Palabra de Dios! ¡Qué pérdida el no poder doblar las rodillas y dirigirse juntamente, el esposo y la esposa, a Dios como Padre en súplica, oración y acciones de gracia!
Hay otro lazo que Satanás, obrando con astucia, tiende con éxito ante los pies de los creyentes cuando son desobedientes. Por ejemplo, un joven se siente atraído a una señorita inconversa y el cariño va aumentándose. Poco a poco la conciencia del joven se despierta y él reconoce que está desobedeciendo el mandato del Señor, “No os juntéis en yugo con los infieles [incrédulos].” Procurará zafarse de la situación (como la mosca presa en la red de la araña); pero al darse cuenta su amiga, ¿qué hará? ¡una profesión de labios de fe en el Señor Jesucristo! Tal vez se bautice también. Puede ser que lo haga con toda sinceridad, creyendo que conviene ser amable y adoptar el punto de vista religioso de su amigo, al cual ya quiere de todo corazón por esposo. Pero, sea hecho sincera o engañosamente, después de casarse, con el tiempo el joven esposo descubre que está ligado en matrimonio con una evidente inconversa. Es éste, tal vez, el lazo más ingenioso y sutilmente tendido por el diablo a los pies de los jóvenes. Tengamos presente que la sagacidad humana no sirve para poner de manifiesto la realidad espiritual: “el que confía en su corazón es necio” (Pr. 28:26).