En Un Pueblito Enterrado En La Nieve

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Alaska
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Muy al norte a lo largo de las costas cercadas por el hielo, más al norte del círculo ártico en la tierra de los esquimales, viajó nuestro misionero con su traílla de perros. Un año, en el mes de mayo, él y sus perros salieron para el extremo occidental de Alaska, que está muy cerca de Siberia.
El hielo todavía estaba congelado, y los perros con frecuencia tenían que subir y bajar por tremendas montañas de hielo, montañas causadas por trastornos en el hielo. Tenían que estar siempre muy atentos para ver cualquier fisura nueva en el hielo, porque había mucho peligro de que un trozo de hielo se rompiera desprendiéndose del resto. En ese caso, se irían flotando en una pequeña isla de hielo llamada “témpano,” quizá aun hasta el Océano Ártico.
En Wales tomaron un avión, y pronto volaban muy alto, por encima de las nubes en la brillante luz del sol. Los perros dormitaban tranquilamente o paseaban de aquí para allá. Cuando había un claro en las nubes el misionero podía ver montañas y grandes bosques, y luego, al cruzar el amplio Estrecho de Kotzebue parecía un mundo sin fin de blanco congelado.
El avión aterrizó en Kotzebue, al norte del Círculo Ártico, y los perros, aburridos por su inactividad, saltaron para afuera con entusiasmo. Un muchachito misionero con su propia traílla de perros los esperaba, y juntos emprendieron el viaje de cien millas a otro centro misionero, en Noorvik.
El muchachito misionero guía amaba al Señor Jesús, y amaba a sus perros esquimales. Tenía sólo doce años, y vivía en una aldea donde había más perros esquimales que personas. Había en la aldea unas mil personas, y mil doscientos perros esquimales. El invierno dura nueve meses del año al norte del Círculo Ártico, así que la gente realmente necesita sus perros, y casi todas las familias esquimales tienen su propia traílla.
El viaje a Noorvik fue alegre. El misionero y el muchachito la pasaron muy bien cantando juntos y disfrutando del paisaje impresionantemente hermoso que Dios había creado, y que no había sido estropeado por la mano del hombre.
En el mes de mayo, la aldea esquimal todavía estaba cubierta de nieve. A mediados del invierno, estos pueblos casi desaparecen, porque con frecuencia tremendos ventisqueros cubren cada casa y edificio. Cada choza parece entonces un iglú redondeado, y tienen que escarbar un túnel hacia abajo para encontrar la puerta. Ahora la nieve y el hielo se habían compactado, pero la aldea seguía enterrada en la nieve.
Quitándoles los arreos a sus perros, el misionero les puso en el lomo los paquetes que traía. Los paquetes contenían Nuevo Testamentos, hojas de escuela dominical y tratados, y estaban organizados de manera que cualquiera podía tomar uno del paquete sobre el lomo de los perros. Pronto un montón de niños curiosos empezaron a seguirlos, ayudando a repartir la literatura evangélica. Al poco rato cantaban con el misionero cantos y coritos evangélicos mientras caminaban por toda la aldea enterrada bajo la nieve. Los esquimales mayores hacían una pausa en su trabajo para mirar y sonreír, y recibían bien los tratados y las hojitas.
En otro pueblo, cuando los niños veían que los perros estaban sueltos, gritaban de miedo y se subían al techo más próximo. La mayoría de los perros esquimales son algo salvajes y muchas veces feroces, y llevó tiempo convencer a los chicos que estos perros eran mansos y que no les harían mal. Por fin tuvieron bastante confianza como para bajar, y por último hasta acariciaban a los perros esquimales evangelistas.
Por fin el misionero llegó a la conocida ciudad de Nome que es la capital esquimal del norte. Allí encontró en una cabaña una pequeña familia de niños tristes y abandonados, porque su papá y su mamá habían sido llevados a la cárcel federal. Éste era un hogar de los muchos en Alaska arruinados por la terrible maldición de la bebida. Antes de que este padre de familia empezara a tomar, era el corredor de traíllas de perros más veloz del mundo. Todos los años, durante muchos años, había ganado la gran Carrera de Perros Esquimales del Cabo de Nome.
Pero ahora, él y su esposa se encontraban en la cárcel, y qué hambrientos estaban esto niños del amor del Señor Jesús cuando el misionero los conoció. Creían que nadie se interesaba por ellos, y parecía demasiado bueno como para ser cierto que el Señor Jesús los amara tanto que murió por ellos.
El misionero recibió el permiso de llevar a los cinco más pequeños a un espléndido Hogar de Niños, donde corazones cariñosos los recibieron y cuidaron. Las cuatro hermanitas esquimales aceptaron al Señor como su Salvador, y Jackie, su hermanito de tres años, ya muestra un dulce amor por Aquel que lo ama tanto.
Y ahora, los hijos del famoso corredor de traíllas de perros ya dan los primeros pasos en una carrera mucho más importante: “¡Confiar en Jesús!”