El Papel Para Empapelar Que Hablaba

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Japón
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La abuela San y la pequeña Koto San estaban sentadas tomando su té una fría mañana de otoño. ¡Tenían en su regazo pequeños hornillos llenos de brazas de carbón, pequeñas mantas acolchadas cubrían sus hombros, y estaban sentadas sobre sus pies para mantenerse calentitas!
—¡Ay, cómo me gustaría tener suficiente dinero para comprar papel nuevo para empapelar!—dijo la abuela pensativamente entre sorbos de té.
—¡Oh, sí, abuela, compremos papel para empapelar!—exclamó entusiasmada Koto San—. ¡Quizá no cueste demasiado, y sería lindo tener un precioso papel nuevo! ¡Por favor, haz lo posible por conseguirlo!
—¡Ay, sí! Es duro ser tan pobre. De veras necesitamos el papel porque ayudaría a que el cuarto estuviera más caliente en el invierno. ¡Pero me temo que no se puede comprar nada con el poquito dinero que tengo!
A la mañana siguiente la abuela contempló orgullosamente a Koto San que se iba corriendo y brincando alegremente a la escuela de la misión. Koto San era una niñita inteligente, y ya podía leer mejor que muchos de los niños de su edad. La abuela se preguntaba si estaría haciendo lo correcto al dejarla ir a esa escuela, porque los sacerdotes le habían enseñado a odiar a los “diablos extranjeros”, como llamaban a los misioneros. Pero Koto San debía recibir una educación, y esta era la manera más económica que conocía la abuela. Para calmar su conciencia, la abuela le había prohibido a Koto San traer a casa la Biblia, el “terrible libro del diablo extranjero.”
Koto San había aprendido a amar al Señor Jesús al escuchar lo que los misioneros contaban acerca de Él, y muchas veces le hubiera gustado contarle a su abuela cómo el maravilloso Señor Jesús la amaba a ella también, y había muerto por sus pecados. Pero tenía miedo de que la abuela ya no la dejara ir a la escuela de la misión, así que guardaba el secreto en su corazón, y oraba por su abuela.
Después de que Koto San se había ido, la abuela se puso su kimono de vivos colores con sus amplias mangas y cinto ancho. Tomando su poquito dinero salió rápidamente hacia el mercado.
¡Qué lugar tan lleno de movimiento y gente era! ¡Y, oh, cuántas cosas hermosas había para comprar—si uno tenía el dinero! En los negocios donde vendían papel para empapelar, a la abuela le encantaron los hermosos papeles que vio, pero una y otra vez meneó la cabeza. Tal como lo había temido, ¡no tenía suficiente dinero!
Emprendiendo con tristeza el regreso a casa, la abuela caminaba más despacio. Cuando pasó por una casita bien cuidada, notó qué lindo patio con pastito tenía. Es cierto, era apenas una tira de pasto, pero la mayoría de las casas cerca del mercado no tenían ni siquiera un poquito.
¿Qué era eso en el pasto? ¿Podía ser una caja? ¿La habría tirado alguien?
La abuela miró para un lado y para el otro en la angosta calle. No vio a nadie. Cruzando el patio apresuradamente, se detuvo y levantó la caja. La abrió cautelosamente y echó una mirada en su interior.
¡Oh! ¡Oh! ¡Qué maravilla! La caja estaba llena de papel, ¡papel lleno de escritura que nada significaba para la abuela que no sabía leer! ¡Las hojas de papel no eran grandes, pero había tantas que quizá alcanzarían para cubrir las paredes de su cuarto!
Una vez más, la abuela miró para un lado y para el otro en la calle, y luego a la casita. Le pareció que no había nadie. De cualquier manera, parecía que habían descartado la cajita, razonó la abuela. Aunque, ¿por qué tiraría alguien una caja entera de un papel tan lindo?
Sin esperar más, se metió la caja en la amplia manga, y sosteniéndola cerca de su cuerpo, apresuró sus pasos para llegar a casa.
Mezclar el pegamento le llevó apenas un momento, y cuando la pequeña Koto San regresó a casa de la escuela, la abuela ya había empapelado un buen sector de una pared.
—¡Oh, abuela, qué lindo!—exclamó con alegría—. ¡Pudiste conseguir papel, y qué lindo es! ¡Nunca he visto un papel para empapelar parecido a este!
Koto San se acercó más a la pared, y de pronto ¡se quedó muda de asombro! Por un instante pareció asustada al mirar rápidamente a la abuela, y luego nuevamente al papel. La abuela seguía tranquilamente con su trabajo. ¡Los ojos de Koto San empezaron a brillar! De hecho, tuvo que taparse la boca con una mano para que no se le escapara el secreto—¡porque Koto San sabía algo acerca de ese papel que su abuela no sabía!
¡La abuela estaba pegando la Biblia –el “libro del diablo extranjero”—en sus paredes! Porque la abuela no sabía leer, no sabía que la caja de papel que había encontrado era una Biblia. Koto San, con ganas de saltar de alegría, casi no podía contenerse. Ahora no tenía por qué estar triste debido a que no podía traer a casa su preciosa Biblia, porque allí estaba, por todas las paredes, ¡sencillamente esperando que ella la leyera!
—Por favor, honorable abuela—dijo con cortesía y entusiasmo—, ¿me dejas ayudarte a empapelar las paredes? Lo haré con mucho cuidado y esmero. Quizá podría pegar el papel en la parte más baja donde te lastimaría la espalda hacerlo.
La abuela le dio permiso con la condición que no volcara el pegamento y no arruinara ni una hoja del lindo papel. Entonces Koto San buscó sus historias y pasajes bíblicos favoritos. ¡Estaba tan entusiasmada de pegar las partes que más le encantaban que el trabajo se aceleró mucho!
Les llevó varios días terminar de empapelar el cuarto, pero cuando lo hicieron, la abuela y Koto San contemplaron su trabajo con orgullo. ¡Qué bien se veía!
“¡Y pensar que no me costó nada!” se decía la abuela para sus adentros.
“¡Y pensar que puedo leer la Biblia cuando quiera!” se decía Koto San para sus adentros.
Después de eso, cuando se sentaban para tomar juntas el té, Koto San se sentaba cerca de la pared para poder leer. Muchas veces hubiera querido contarle a la abuela su secreto, ¡pero qué si la abuela quitaba el papel de la pared si lo sabía!
Un día Koto San pensó: “Le diré sólo un poquito, a ver si se enoja”.
—Abuela, a veces cuando estoy sentada aquí tomando el té, ¡el papel en la pared me habla!
—¿Y qué te dice cuando te habla?—preguntó la abuela sin creerle.
—Bueno—comenzó Koto San lentamente—, ¡aquí dice cómo el Dios grande del cielo hizo el sol, la luna, las estrellas y todo el mundo maravilloso en que vivimos!
Y le leyó a la abuela los primeros capítulos de Génesis.
—¡Qué maravilloso!—exclamó la abuela que casi no lo podía creer, acercando su oído a la pared—. ¿Realmente dice eso? ¡Qué extraño que no lo oigo hablar! ¿Dice algo más?
—¡Oh, sí! Me dice cómo Dios hizo a las primeras personas y las puso en este mundo maravilloso, y cómo las bendijo. ¡Pero un día desobedecieron a Dios e hicieron algo muy malo!
Koto San le leyó a la abuela el triste relato de cómo había aparecido el pecado en el mundo cuando Adán y Eva escucharon a Satanás y desobedecieron a Dios al comer del árbol que les había prohibido.
—¡Ay! ¡Ay! ¡Qué triste! ¿Dice el papel que Dios los castigó?
—Dios dijo que tenían que morir. ¡Si no hubieran desobedecido, hubieran vivido para siempre!
—¿Dice más el papel para empapelar? ¡Algo acerca de esa historia me llega al corazón, porque también mi corazón a veces es malo! ¿Tendrá Dios que castigarme a mí también?—susurraba la abuela—. Tenemos que volver a escuchar otra vez mañana para ver si nos dice más.
Después de eso, la abuela esperaba con impaciencia que Koto San volviera de la escuela para que le contara qué más le decía el papel en la pared, y Koto San muy contenta leía, y seguía leyendo. Así fue que, con el tiempo, aquella abuela aprendió las buenas nuevas de que Dios había enviado a Su Hijo al mundo para morir por todos los que habían pecado contra Él. ¡Temblaba de gozo cuando se enteró de que Dios la amaba, y que podía aceptar a Su Hijo como Su Salvador! ¿Podían ser verdad esas palabras maravillosas?
Cierto día, cuando Koto San ya se había ido a la escuela, volvió a ponerse el lindo kimono, y salió apresuradamente por la calle. ¡Eran tan grandes sus ansias por saber si esta maravillosa historia de amor era verdad que había decidido averiguarlo ya! ¿Y quién le podía decir mejor que el sacerdote, que sabía todas las cosas acerca de los dioses?
Al llegar al templo, llamó tímidamente a la puerta, luego hizo una reverencia cuando apareció el sacerdote, ¡llamándolo el ser más maravilloso y digno de honor, y llamándose a ella misma un trozo inútil de barro! Luego, ¡con palabras que le salían rápidamente una tras otra, le empezó a contar del maravilloso papel de empapelar que hablaba!
Cuando el sacerdote escuchó la historia del Señor Jesús se irguió, y con una mirada fría interrumpió súbitamente su relato diciendo:
—¡Lo que tienes en tus paredes es el “libro del diablo extranjero”!—y le dio un portazo en la cara.
La abuela se quedó parada temblando. ¿Sería eso realmente lo que tenía en sus paredes, ese terrible Libro? Pero, por alguna razón, ¡no se podía sentir enojada! Pues ... pues ... si esa era la Biblia, ¡era un Libro bueno! Cada palabra que había oído era santa y buena, y hacía que su corazón aborreciera el pecado y anhelara ser limpio. ¡Oh, qué maravilla si fuera verdad! Emprendió su regreso a casa con la cabeza agachada, y las lágrimas cayendo lentamente a la calle polvorienta.
Luego le vino un pensamiento. Quizá la gente que vivía en la casa donde había encontrado el Libro podrían decirle si la historia era cierta. ¿Se enojarían también, pensando que había robado el Libro? Pero la abuela estaba tan ansiosa por recibir respuestas a sus preguntas que se acercó valientemente a la casita.
Cuando una mujer extranjera, abrió la puerta, la abuela por poco se queda muda. Por un momento se olvidó de su cortesía y lo único que podía hacer era quedarse mirándole los ojos verdes y el cabello color de paja. Pero la señora sonreía y la invitó a pasar, y antes de pensarlo, estaba sentada en un sillón y contando nuevamente su historia. La misionera escuchó en silencio hasta que la abuela había terminado, y después se fue a una mesa y regresó con su Biblia en la mano para sentarse junto a la abuela. Cuando abrió el Libro, la abuela se emocionó más.
—¡Allí está! Es igual que mi papel de empapelar! Oh, dígame, por favor, dígame, ¿es cierto? ¿Es cierto que Dios realmente me ama?
Llena de gozo, la misionera exclamó:
—¡Sí, la ama! ¡Sí, la ama! Escuche: ¡“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”! Y dice: “¡Al que a Mí viene, no le echo fuera!”
Antes de que la misionera pudiera decir mucho más, la abuela se puso de rodillas, expresando entre lágrimas, su agradecimiento a Dios por amar a una pobre anciana japonesa lo suficiente como para enviar al Señor Jesús para morir por sus pecados.
Luego, poniéndose rápidamente de pie, dijo:
—Lo siento, pero debo retirarme ahora. ¡Gracias, oh, gracias por lo que me contó!
Y se fue gozosa por su camino.
Cuando Koto San llegó a casa, la abuela la recibió a la puerta.
—¡Oh, Koto San! ¿Qué crees que supe hoy! ¡Nuestro papel de empapelar es realmente la Biblia!
Por un momento, Koto San sintió temor, pero luego vio el gozo en el rostro de su abuela.
—Y lo mejor de todo, Koto San—, siguió diciendo—, ¡Me enteré que es cierto! ¡Todo es cierto! ¡Oh, esta es una noticia demasiado buena para no contarla! ¡Nadie más en todo el Japón tiene papel de empapelar que habla! Escucha, pequeña Koto San, vé arriba y abajo por la calle, y llama a la puerta de todos nuestros vecinos, e invita a las señoras a venir a casa a tomar el té, y a escuchar hablar al papel de empapelar.
Koto San obedeció con gusto, y al ratito un círculo de mujeres japonesas curiosas, estaban sentadas en su cuartito, tomando el fragante té y escuchando maravilladas al papel de empapelar que hablaba mientras Koto San lo leía.
—¡Ciertamente, es maravilloso!—dijeron—. Es maravilloso que tengas un papel de empapelar que habla, pero es aún más maravilloso que nos cuenta cosas tan buenas de un Dios que nos ama.
—Con gusto, volveremos—dijeron al partir. Y así fue que hubo muchas pequeñas reuniones en la casita de la abuela con las mujeres que venían a escuchar las cosas maravillosas que el papel de empapelar tenía para contar.