El Ambiente Del Hogar

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Esto se refiere a la influencia prevaleciente en un hogar como su ambiente. Cuando entramos en un hogar al instante sentimos si hay el calor de la cordialidad y amistad, o sólo un formalismo frío. De la misma manera el disfrute de la cristiandad práctica se sentirá de parte de todos los que entren en nuestros hogares.
En el reino de la naturaleza Dios intervino y los egipcios tenían densas tinieblas en sus hogares, mientras los hijos de Israel tenían “luz en sus habitaciones” (Ex. 10:21-2321And the Lord said unto Moses, Stretch out thine hand toward heaven, that there may be darkness over the land of Egypt, even darkness which may be felt. 22And Moses stretched forth his hand toward heaven; and there was a thick darkness in all the land of Egypt three days: 23They saw not one another, neither rose any from his place for three days: but all the children of Israel had light in their dwellings. (Exodus 10:21‑23)). En un sentido moral y espiritual ocurre hoy lo mismo. Los cristianos andando con el Señor tienen la luz de Dios; y donde Él tiene la bienvenida, allí aquellos que entren verán la luz.
Dondequiera que los israelitas obedecían a la Palabra de Dios, había una influencia constante de la Palabra de Dios en sus hogares. Se les instruyó: “Estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón: y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes: y has de atarlas por señal en tu mano, y estarán por frontales entre tus ojos: y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus portadas” (Dt. 6:6-96And these words, which I command thee this day, shall be in thine heart: 7And thou shalt teach them diligently unto thy children, and shalt talk of them when thou sittest in thine house, and when thou walkest by the way, and when thou liest down, and when thou risest up. 8And thou shalt bind them for a sign upon thine hand, and they shall be as frontlets between thine eyes. 9And thou shalt write them upon the posts of thy house, and on thy gates. (Deuteronomy 6:6‑9)).
Si alguien hubiera entrado en un hogar donde todo esto fuera puesto por obra, habría dicho: “Bienaventurado el pueblo que tiene esto: bienaventurado el pueblo cuyo Dios es Jehová” (Sal. 144:15). Los moradores en dicha casa hubieran estado viviendo y respirando la atmósfera del temor de Dios y de honor a Dios; y los hijos criados en tal ambiente hubieran sido bendecidos en verdad.
Nuestros hogares a menudo revelan una tentativa de mezclar las cosas de Dios con las cosas del mundo. ¿Hablamos juntos de las cosas del Señor como aquellos que han encontrado “grandes despojos”? Los tales son como personas que repentinamente heredan grandes riquezas, y por lo común hablarían de ellas al levantarse, al andar por el camino, al sentarse en la casa, y al acostarse. El salmista dijo: “Gózome yo en tu palabra, como el que halla muchos despojos” (Sal. 119:162).
¡Cuán prestamente una bocanada de las diversiones del mundo hace que se esfume un ambiente piadoso! ¿Podemos conversar gozosamente juntos de las cosas del Señor y a la vez escuchar, por medio de la radio, las cosas mundanos? Si nos hemos gozado de las cosas de Dios, los primeros sonidos del mundo de “Caín” tendrán el mismo efecto en nosotros igual al que tendría una ráfaga helada del norte sobre una planta tropical.
La última obra maestra del diablo, con la cual él procura destruir el último vestigio de un ambiente piadoso en el hogar del cristiano, es el televisor. Las paredes y puertas de nuestros hogares deben excluir al mundo de fuera para que podamos disfrutar tranquilamente de nuestro tesoro espiritual; pero Satanás ha descubierto un canal para poder penetrar las más sólidas paredes y más gruesas puertas, sí, aun las que tienen cerrojos, y entrar dentro al mundo por medio del televisor. Querido lector cristiano, rogamos que no permita que este instrumento invada su hogar. Pablo exhortó a Timoteo: “consérvate en limpieza” (1 Ti. 5:22). Permítanos parafrasear eso y decir: “conserva tu hogar puro.” El televisor lo contaminará ¡sin duda alguna!
Otra cosa: mantengamos el ambiente del hogar de tal forma que nuestros hijos hallen en él el lugar en donde son siempre bienvenidos y deseados. Por fuera está el mundo—con todas sus atracciones—pidiendo sus corazones, sus manos y sus pies pero el amor de padres cristianos y el calor de un hogar cristiano contrapesarán grandemente las perniciosas influencias mundanas. Los hogares deben ser tan atractivos para ellos que no desearán buscar otros sitios. Deben ser para ellos el lugar adonde pueden acudir con todos sus problemas y todos sus goces, para encontrar un oído atento. Los padres que están demasiado ocupados para disfrutar de la compañía de sus hijos se privan a sí mismos de un gran privilegio, y pueden inconscientemente impulsar a los hijos a ir fuera del hogar en búsqueda de aquello que debieran encontrar en el hogar: amor y comprensión.
En estos días de apresuramiento y de lucha, los padres están propensos a poner a sus hijos en segundo lugar. La faena de ganar la vida, o de tener la casa en condiciones perfectas, tal vez supere el interés amoroso y atento para con los hijos. El hogar debe ser su hogar, al cual pertenecen y en donde debe gustarles estar. No hay nada que compense a la pérdida de la confianza filial en los padres, o el no sentirse “en casa” en el hogar. La seguridad de ser amado y cuidado, redundará en un afecto recíproco, cuyo valor es incalculable.
En su desarrollo los niños precisan de intereses y ocupaciones que sean sanos e instructivos: poseen energías que deben ser canalizadas en caminos rectos. Cuando estos intereses son centralizados en el hogar y compartidos con la familia, fraguarán un eslabón que anulará el poder del atractivo del mundo.
El tratar negativamente de sus problemas juveniles no sirve. No les ayuda ni les alienta decirles: “No hagas ni esto ni aquello,” sin hacer una explicación que les instruya en lo que agrada al Señor, o sin mostrarles algo en que puedan ocuparse. Quisiéramos hacer hincapié en la necesidad de crear un ambiente hogareño de color, interés, y amor por una parte, y del temor de Dios por la otra. Pero para llevar a cabo todo esto los padres tendrán que depender mucho del Señor. “Él da mayor gracia” (Stg. 4:6).