Dios Usó Un Halcón

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Un poco de lluvia nos hizo buscar abrigo. Mi refugio fue debajo del techo que cubría las mesas donde se lavaban los platos. Estuvimos en el campamento de Bethel en el norte de Alberta, en el Canadá. Al llegar a este refugio encontré que Bill Fairholm, el director del campamento de Bethel, había llegado momentos antes.
“¡Nunca me he de olvidar de una temporada lluviosa en los primeros días de nuestro campamento!”, recordaba él sonriente, mientras nos quedamos bajo el techo esperando que pasaran las lluvias.
“Llovía a cántaros, la calle se convirtió en un lodazal que fue imposible ir a la cuidad a buscar alimentos. Se nos acabaron las papas y los demás alimentos estaban por acabarse. Durante el desayuno oramos sobre el problema con los cien jóvenes que estaban sentados alrededor de las mesas. Al terminar de orar alzamos las cabezas, a tiempo para alcanzar a ver un auto con remolque, abriéndose paso por el lodo para pararse al lado del comedor.”
“Nunca olvidaré el gozo y la admiración en el rostro de los camperos al descubrir que fue un hacendado con un cargamento de papas para ellos”, pues ni bien habíamos dicho la palabra “papas” en oración al Señor, que tuvimos un remolque lleno de ellas en la puerta del comedor.
Unos compañeros más se habían unido a nosotros mientras llovía, así que “tío Bill” recordaba otros acontecimientos del pasado. Sí, dijo, no fue ni la primera ni la última vez que he visto al Señor enviar alimentos en contestación directa a la oración. Tal vez lo más inusitado ocurrió cuando yo era un joven, desconocido, predicador en el campo, viajando en el norte de este territorio del bosque con un caballo y una pequeña carreta. Había estado hablando del Señor Jesús en escuelas y casas del sector, encontrándome con gentes con total desconocimiento de las cosas del Señor. Muchos ni siquiera sabían que el Señor les amaba y que el Salvador había recibido el castigo que merecían sus pecados cuando murió en la cruz.
Algunas personas eran amigables y me trataban como de la casa, invitándome a comer con ellos y algunas veces a pasar la noche con ellos. Otros no tenían tanta gentileza. Hubo una ocasión en que lo único que tenía era un molde de pan que me duró tres días. Estaba por entrar en un sector del bosque donde no había casas en muchos kilómetros y al pasar por la última casa, se me vino al pensamiento, que tal vez debería parar y pedir un poco de comida. Parecía la última oportunidad de conseguir alimentos y yo tenía mucha hambre.
“¡Pero, no! El Señor me detuvo antes de dirigir mi caballo al caminito que conducía a la casa de campo. Si yo pidiera alimentos, y ellos llegaran a saber que era predicador, ¿no sería motivo para que ellos pensaran cosas que fueran una deshonra para mi Señor? ¿No pensarían ellos que era raro que un siervo del Señor Dios tuviera que mendigar comida?”
“Pues después de conversarlo con el Señor, mi caballo y yo seguimos por el camino sin parar. Sería mejor sufrir un poco de hambre antes que causar deshonra para el Señor.”
“Pero, ¡hay de mí! ¡De veras tenía hambre! Llegaba la noche, y parecía que el bosque me encerraba mientras proseguíamos.”
¡De repente me di cuenta de un ruido por encima de nosotros y mirando hacia arriba descubrí un halcón grande luchando con un pollo en el aire, sobre mí! ¡Inmediatamente me di cuenta de lo que estaba haciendo el Señor! Estaba enviando a este predicador hambriento una merienda de pollo, usando el halcón para hacer ‘la entrega especial’.
“Saltando de la carreta rápidamente até el caballo a un árbol, y salí corriendo por el camino tras mi merienda. El halcón luchaba por mantenerse en el aire, pero el pollo estaba con vida y luchando. Después de poco tiempo el halcón dejó caer al pollo, que cayó directamente a mis pies.”
“Al rato tuve ese pollo cocinando a la brasa, ¡y que delicioso! ... ¡m-m-m-mh! ¡Sí, el Señor todavía puede preparar una mesa en un lugar solitario!”
Las lluvias cesaron y al ir cada uno a sus actividades parecía que la risa feliz de Bill Fairholm nos seguía. Hoy viendo en mi mente al “tío Bill” todavía lo veo como estaba parado en la puerta del campamento de Bethel, cantando de todo corazón, mientras los camperos llegaban corriendo al sonido de la campana.