Dewin, El Pescadorcito Cojo

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África
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—¡Hermano, es hora de tocar los tambores!—exclamó Dewin.
A lo lejos, al otro lado del Lago Bangweulu, se asomaba el sol, y enseguida se escuchaba el llamado de los tambores. Los ritmos peculiares, penetrantes e inquietantes de los tambores del África Central jamás pueden olvidarse, especialmente si se escuchan en la quietud de la mañana.
En unos momentos se había congregado mucha gente frente a la puerta de Dewin; su hermano lo levantó, colocándolo en su lugar delante de la gente. Cuando ya todos se habían congregado, Dewin comenzó un himno de alabanza a Dios, y todos cantaron con gozo y entusiasmo. Luego, abriendo su Biblia, Dewin leyó una porción, explicándola con sencillez, contándoles a todos los que lo escuchaban cuánto el Señor Jesús significaba para él, ¡y las cosas maravillosas que podía hacer por ellos!
Después de unos minutos, terminó la reunión, y la gente volvió a su casa y a su pesca.
La casa de Dewin estaba en una isla, que era poco más que una ribera de barro, en la parte pantanosa del Lago Bangweulu. La islita estaba densamente poblada, como todas las demás islas en el lago, y más de la mitad parecían puros pantanos. Todos pescaban, sí, ¡aun Dewin!—el muchachito cojo—¡pero él pescaba hombres y mujeres, niños y niñas!
La gente que vive en los pantanos se llama BaUnga o BaTwa. Son gente muy primitiva. Algunos de los más ancianos todavía usan pieles de antílopes acuáticos que han sido curtidos y trabajados hasta ablandarse, y luego las decoran con diseños típicos del África. Usan el lado peludo hacia adentro para mantener caliente sus cuerpos, porque la temperatura en los pantanos, aun en el trópico, puede ser realmente fría, debido a la humedad extrema. Los pisos de barro de sus chozas están siempre húmedos y blandos, y cuando el hombre extranjero camina en la choza, deja las marcas de los zapatos en el piso. Pero los pies descalzos de los africanos pronto lo vuelve a emparejar.
Las chozas están construidas con mucha sencillez usando juncos que crecen por todas partes en los pantanos. Los enroscan y trenzan como un enorme canasto, y después cubren las paredes con barro que sacan de algún pozo que tiene barro pegajoso. No todo barro sirve, porque si llega a contener arena, se deshace y cae cuando se seca. Los techos están hechos de pasto que pronto se pone negro y oscuro por el humo que se filtra por ellos.
Afuera de la choza, sobre una pequeña terraza, se encuentran las herramientas y armas africanas. Son las redes, los arpones con tres dientes para pescar—los dientes con puntas de presas para que una vez que un pez es atravesado, no pueda volver a soltarse—los canastos planos que las mujeres usan para su propio tipo de pesca, las trampas para los peces más grandes, y quizá una especie de arpón áspero que usan para lanzar a los hipopótamos.
Las chozas están muy cerca las unas de las otras—tan cerca que los aleros se superponen.
¡Y qué olor a pescado hay! Hay pescados secándose al sol en los techos y en parrillas hechas de juncos que colocan en cualquier espacio libre. Hay pescado humeando en el fuego lento dentro de las chozas en parrillas que no sólo cubren el fuego sino que ocupan casi por completo la choza. De noche, los nativos duermen debajo del borde de esta parrilla, ¡y a nadie parece importarle cuando la grasa de pescado gotea y chisporrotea encima de ellos! Tiran las cabezas y los restos de pescado detrás de las chozas, ¡ y la aldea entera se penetra con el olor a pescado!
¡Todos pescan! Los hombres y muchachos africanos a veces usan sus redes, y a veces usan sus arpones. El africano se pone de pie al acecho en la proa de su canoa, arpón en mano. En un abrir y cerrar de ojos, súbitamente, rápido como un relámpago, el arpón es lanzado en el agua, y luego, ¡fuera del agua viene con un pescado luminoso que se retuerce!
Las mujeres van a las partes pantanosas cerca de la aldea con sus canastos planos, hechos de una malla con tejidos muy apretados. Por lo general, van en grupos de veinte o más. Colocan sus canastos en una fila y luego, metiéndose en el barro y agua hasta la cintura, pisotean y gritan, revolviendo el barro y el agua hacia los costados abiertos de los canastos. Luego los levantan rápidamente para ver lo que pescaron. De esta manera pescan, peces pequeños mayormente, y se pasan horas recorriendo el pantano hasta tener lo suficiente para la comida de la noche.
¡A veces les pican las víboras cuando pisotean el pasto, y también hay sanguijuelas e insectos que pican! ¡Pero siguen adelante, todo el tiempo riendo, gritando y cantando! Cuando terminan, áreas enteras han sido pisoteadas, quedando lodosas y desagradables a la vista, logrando espantar a la mayoría de los pececitos recién nacidos.
Todos pescan—pareciera que todos—¡menos Dewin! Dewin nunca ha podido correr y pescar como otros muchachos. Cuando uno lo ve sentado a la entrada de su choza, nota que su rostro es normal, excepcionalmente lleno de vida y felicidad. ¡Pero su cuerpo es pequeño y terriblemente deformado! Está tan deformado que no puede moverse de un lugar a otro sin ayuda.
Si uno se fija en el rostro de Dewin, ¡al minuto quiere volver a mirarlo! Sus ojos brillantes, su sonrisa placentera y su mirada inteligente son impresionantes. Porque a pesar de que está tan deformado e indefenso, y no puede de ninguna manera vivir una vida normal, Dewin no se queja. En cambio, ¡encuentra que la vida es muy alegre!
Esto es muy inusual, porque entre los nativos, un infortunio de este tipo se considera haber sido causado por otra persona, o personas, por medio de hechicerías o algún otro medio. ¡La persona afectada se la pasa angustiada por su desgracia, y pensando en cómo poderse vengarse!
Pero Dewin es diferente, ya no se preocupa por preguntar por qué, sencillamente acepta su condición, consciente de que Dios tiene un propósito para bien. Busca disfrutar la vida y usar los poderes que tiene, ¡porque Dewin también tiene mucho que pescar!
¡Dewin ha encontrado al Señor Jesús, lo ha aceptado como su Salvador, y vive una vida tan rica en comunión con él que tiene mucho para compartir con otros! No hay muchos en la aldea que saben leer, así que responden contentos al llamado del tambor en las mañanas para reunirse a la puerta de Edwin a fin de escuchar la Palabra de Dios.
Durante el día, mientras los demás están trabajando o pescando, Dewin sólo puede seguir sentado a la entrada de su chocita. Pero tiene con él su Nuevo Testamento y otros libritos que le han regalado. Allí sentado, lee y medita, y conversa con los que pasan por su casa o lo vienen a visitar. ¡Y así es que Dewin pesca almas humanas, y puede dar consejos celestiales a los que lo necesitan!
Edwin podía haber sido amarrado y colocado en el camino de un ejército de hormigas coloradas, que en instantes lo hubieran cubierto por millones, lo hubieran comido gradualmente hasta solo dejar el esqueleto, porque por lo general los africanos no quieren tener nada que ver con los integrantes ancianos o indefensos de sus comunidades, y muchos han muerto de esta manera. ¡Pero el evangelio ha tenido un impacto sobre Dewin! Normalmente, hubiera sido despreciado y desechado. Pero el evangelio tanto ha cambiado el interior de Dewin, ¡que el exterior no importa!
¡Dewin es una persona querida y respetada en la aldea; aunque es un chico cojo, la influencia del evangelio en la aldea ha sido tan grande que están dispuestos a cuidarlo, a darle de comer y vestirlo, para que pueda ayudarlos a comprender los caminos de Dios.
¡Realmente Dewin también está ocupado en pescar!
¡Realmente el evangelio es el poder de Dios para salvación!