Cuando Elizabeth Tenía Cinco Años

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Israel
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La pequeña Elizabeth vivía en Jerusalén. Sabía mucho acerca del rey David que había vivido y gobernado en esa ciudad muchos años atrás. Pero no sabía nada del Rey más importante, el Señor Jesús, que había enseñado en esa misma ciudad, y que había muerto por sus pecados fuera de las murallas de la ciudad.
La mamá de Elizabeth era judía inglesa, y su papá era armenio. Elizabeth no veía a su papá con mucha frecuencia, porque se encontraba lejos en Chipre. Algo andaba mal, no sabía qué, pero su mamá no estaba contenta. Lloraba con frecuencia, y cierta vez había dicho que no quería que el papá de Elizabeth volviera jamás a casa.
¡Noc! ¡Noc! ¡Había alguien a la puerta! Mientras su mamá se apresuraba para ver quién era, Elizabeth corrió a la ventana para espiar.
¡Oh! ¿Quién sería esa dama de aspecto extraño? Por alguna razón, su ropa parecía distinta, y su cabello y ojos no eran tan oscuros como los de Elizabeth, o como la mayoría de la gente que vivía a su alrededor. Elizabeth estaba segura de que no era árabe ni judía, y ni siquiera armenia como papá.
La extraña y su mamá entraron al cuarto, y aunque la señora le sonrió a Elizabeth y la saludó amablemente, mamá y ella enseguida empezaron a conversar tan animada y seriamente que Elizabeth pensó que la habían olvidado. Entonces se quedó paradita en silencio en su rincón, espiando de vez en cuando el lindo rostro de la señora, y tratando de entender de qué estaban hablando.
—Elizabeth, ¿puedes buscar a tu hermanito? —preguntó mamá.
Su hermanito de tres años apenas se estaba despertando de su siesta, así que Elizabeth le alisó el cabello y la camisita, y lo trajo a su mamá. Pero mamá estaba llorando, así que se lo llevó al rincón para jugar.
Mientras las señoras hablaban, Elizabeth oyó el nombre de su papá, y una palabra extraña: “divorcio.” No sabía qué quería decir esa palabra, pero parece que era lo que hacía llorar a su mamá, y la otra señora también parecía muy triste.
Antes de retirarse, la señora volvió a sonreírle a Elizabeth, y le preguntó:
—¿Te gustaría ir a la escuela dominical conmigo el domingo que viene? Pasamos momentos alegres cantando y escuchando historias de la Palabra de Dios.
Elizabeth asintió tímidamente con la cabeza, y la señora dijo:
—Entonces, te pasaré a buscar el domingo a la mañana. Me estarás esperando mirando por la ventana, ¿no es cierto?
Una vez más Elizabeth asintió con la cabeza.
El domingo a la mañana, cuando llegó la señora amable, Elizabeth la tomó de la mano, y se fue con ella.
Había niños esperándolas sentados en sus sillitas, ¡y cómo se divertían cantando! Aprendieron a recitar el versículo “Os haré pescadores de hombres” y luego aprendieron un lindo corito usando las mismas palabras. Lo cantaron y cantaron, y luego la señora les contó una historia de la Biblia.
—Mamá, ¿tenemos una Biblia?—preguntó Elizabeth en cuanto llegó de regreso a casa.
—Sí, creo que papá tenía una Biblia en alguna parte,—contestó la mamá. Después de buscar un rato, la encontró.
—¡Qué bueno!—exclamó Elizabeth—. Ahora encontremos el versículo que aprendimos en la escuela dominical: “Os haré pescadores de hombres.”
Pero Elizabeth no podía recordar dónde se encontraba, y aunque su mamá buscó y buscó, no lo pudo encontrar. Elizabeth se sentía desilusionada, pero decidió tratar de recordar mejor el domingo siguiente para poder saber dónde buscar en la Biblia.
El domingo siguiente, Elizabeth nuevamente se fue muy contenta a la escuela dominical con la amable señora. Ese día el versículo era Juan 3:16. Cuando volvió a casa recordaba dónde estaba y le pudo decir a su mamá para que lo encontrara, y juntas lo memorizaron.
—Ahora, mamá, déjame leerlo del modo como la maestra nos indicó hoy,—y Elizabeth comenzó:
—“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que Elizabeth que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.”
Luego dijo entusiasmada:
—¿No es maravilloso mamá? Eso quiere decir que el Señor Jesús me amó y murió por mí. Hoy acepté al Señor Jesús como mi Salvador, y ahora soy de Él. Leamos el versículo diciendo tu nombre, mamá.
Entonces volvieron a leerlo juntas con el nombre de la mamá en lugar de “todo aquel.” De pronto, su mamá empezó a llorar, y no quiso conversar más, así que Elizabeth se fue corriendo a jugar.
¡Pobre mamá! Se sentía tan desgraciada e infeliz, tratando de planear su vida, tratando de ganarse la vida, tratando de cuidar a sus dos hijitos, ¡y tratando de hacerlo todo ella sola! NO sabía que el cariñoso Salvador estaba cerquita a su lado, ¡esperando la oportunidad de quitarle su carga y ayudarla de la manera más maravillosa!
Después estaba tan ocupada que no tenía tiempo para atender a la señora amable que había venido a visitarla. Una mañana se despertó con fiebre y sed. Trató de levantarse pero estaba tan débil que casi no se podía mover. Elizabeth le trajo agua, pero no sabía qué más hacer. De pronto, oyó que llamaban a la puerta, y allí estaba la señora de la escuela dominical. ¡Qué contenta estaba de verla!
—¡Ay, venga a ver a mi mamá!,—exclamó Elizabeth—. Me parece que está enferma. Tiene mucha fiebre y parece que no se puede levantar.
La mamá de Elizabeth estaba muy enferma. Vino el doctor, y dijo que tenía tifoidea. Elizabeth oró por su mamá, e hizo todo lo que puede hacer una chiquita de cinco años para cuidar bien a su hermanito. La señora amable venía todos los días para ayudar a mamá, y cuando empezó a recuperarse le habló acerca de aceptar al Señor Jesús como su Salvador.
La mamá lloró débilmente, pero sonrió al contarle cómo Elizabeth había leído con ella Juan tres dieciséis, y cómo había puesto los nombres de ellas en el versículo. Luego dijo:
—Estaba muy ocupada antes, pero he tenido mucho tiempo para pensar desde que enfermé. ¡Oh, puedo ver qué pecadora terrible he sido, y quiero aceptar al Señor Jesús!
Elizabeth tenía la Biblia abierta en el lugar correcto, así que mamá volvió a leer Juan tres dieciséis, poniendo su nombre en el versículo. De pronto, con una sonrisa hermosa dijo:
—¡Oh, ahora me doy cuenta de todo! El Señor Jesús me amó y murió en mi lugar por mis pecados. De veras lo creo.
Al poco tiempo mamá estaba mejor y podía levantarse y trabajar un poco. Y un día apareció un hombre a la puerta ... ¡papá!
Con un grito de alegría, Elizabeth corrió y se echó en sus brazos, y aun mamá que un tiempito atrás no quería volver a papá, sonreía contenta, y lo abrazó también.
Papá estaba sorprendido ante la bienvenida feliz, y mirando pensativamente a Elizabeth y su mamá preguntó:
—¿Qué ha pasado? Las dos parecen tener algo bueno para contarme.
—¡Oh, sí!—exclamó Elizabeth—. Mamá y yo hemos puesto nuestros nombres en Juan tres dieciséis.
Papá parecía desconcertado, entonces mamá le explicó todo lo de la señora amable, y la escuela dominical, y Juan tres dieciséis. Le contó cómo Elizabeth había sido salva primero, cómo ella se había enfermado y después cómo también ella había aceptado al Señor Jesús como su Salvador.
Mientras papá escuchaba, se sonaba muy fuerte la nariz, y parecía que iba a llorar. Luego dijo:
—Creo que soy peor pecador que cualquiera de ustedes dos. Hace años que conozco Juan tres dieciséis, y también hace años que acepté al Señor Jesús como mi Salvador. Pero no he leído la Biblia como debía haberlo hecho, y al final me olvidé de orar. Luego empecé a hacer muchas cosas que eran malas, pero si el Señor me acepta, yo también quiero vivir para Él.
¡Qué familia feliz era ahora! Los días tristes que Elizabeth no podía entender eran cosas del pasado, porque ahora todos ellos conocían y amaban al Señor Jesús. Un poco más adelante, se mudaron a Egipto donde su papá tenía la oportunidad de encontrar un trabajo bueno, y Elizabeth y su mamá tenían clases en su casa.
Elizabeth corre de arriba para abajo por las calles invitando a los niñitos egipcios, y luego ella y su mamá enseñan la Palabra de Dios y les cuentan cómo poner sus propios nombres en Juan tres dieciséis.
¿Te gustaría poner también tu nombre en Juan tres dieciséis?