Cuando Bladi Aprendió a Escuchar

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¡Tas! ¡Tas! ¡Tas!
Mientras la misionera atónita miraba a la joven madre uruguaya y a los hijos, Jorge, Betty, Margot, Bladimir y Tana como eran azotados con duros golpes, preguntó:
“Pero, ¿Por qué Ema? ¿Por qué está usted haciendo eso? ¿Qué han hecho ellos?
“¡Oh, nada todavía!”, Ema contestó calmadamente. “Es para que se porten bien mientras esté yo ausente.”
“¡Debería haber visto lo que hicieron la vez anterior! Rompieron un buen florero e hicieron muchas travesuras.”
Regañando a sus hijos mientras salían, cerraron la puerta la misionera Elsa, Sands y Ema. Salieron para visitar algunos parientes inconversos de Ema, que ella deseaba ganar para el Señor. Esta manera de castigar a los hijos por anticipado fue muy rara y un poco chistosa para Elsa, pero era un asunto muy serio para Ema quien deseaba sobre todas las cosas que sus hijos escucharan la palabra de Dios y que aprendiesen a obedecerla.
Una tarde calurosa y húmeda en Montevideo (Uruguay) Ema con sus cinco hijos sentados ordenadamente en la banca escuchaban el mensaje de la conferencia bíblica. Con tanto calor era difícil estar atento. Muchos estaban casi dormidos. Afuera en la calle todo estaba tranquilo, sólo se oía una campanita y el grito de helados, que era la voz del heladero.
Aunque unos pocos de los asistentes se habían dormido, la mayor parte estaban atentos. De vez en cuando una madre salía calladamente con su niño inquieto. Ema estaba tan interesada en el mensaje que no se daba cuenta que su hijo Bladi se había levantado para salir calladamente.
Bladi tenía cinco años de edad, era un niño pensativo que no podía expresarse con facilidad por causa de un impedimento al hablar. Cuando Ema se dio cuenta de su ausencia, tenía miedo de que Bladi hubiera salido solo a las calles de la cuidad y de que pudiera perderse.“¡Bladi! ¿Dónde está Bladi?”, dijo Ema a Tana quién había estado sentada al lado de Bladi.
Tana no sabía, de modo que Ema empezó a buscarlo. No estaba en los baños, tampoco en el patio donde pronto iban a servirse el almuerzo, y nadie había visto a un niño pequeño andando solo. Ansiosamente corrió a la calle para empezar la búsqueda—y allí estuvo Bladimir al lado del coche bíblico escuchando con mucha atención el mensaje, que salía de los parlantes, de tal manera que todos en la calle podían escuchar.
“¡Bladi! ¡Bladi! ¿Por qué saliste? Estaba muy preocupada por ti”—le dijo Ema un poco enojada, tal como otra madre, María, dijo hace muchos años.
Bladimir estaba sorprendido, “¿Qué no sabía? tengo que escuchar la palabra de Dios”, dijo con dificultad.
Ese mismo día Bladi recibió al Señor Jesús como su Salvador. Aunque sólo tenía cinco años comprendió muy bien que el Señor Jesús había recibido el castigo por sus pecados al morir en el Calvario y sencillamente puso su confianza en el Señor.
Debido al defecto de su habla, Bladi pasó tres años en primer grado. Los profesores impacientes en la escuela fiscal no tomaban tiempo suficiente para ayudar al niño, y muy pronto él estaba desanimado. Fue en ese momento que el Señor puso en el corazón de Elsa Sands el deseo de ayudarlo. “¡Bladi! ¿no sería maravilloso si tú pudieras leer la Biblia? Piensa, podrías escuchar que es lo que Dios quiere decirte cada vez que abras su Palabra.” Bladimir respondió gustosamente, y él y Elsa pasaron muchas horas juntos, con el resultado de que Bladi no solo aprendió a leer sino que llegó a ser un estudiante sobresaliente.
Hoy en día, Bladimir es un hombre que no solamente conoce y ama al Señor sino que también busca que otros lo conozcan también. Es un excelente mecánico dueño de su propio negocio, y tiene una buena esposa cristiana. Que maravillosas bendiciones han llegado a la vida de ese niño quien decidió:
“¡Tengo que escuchar la palabra de Dios!”