Capítulos 14 y 15

 •  34 min. read  •  grade level: 12
Listen from:
En el capítulo doce, tenemos los dones en la iglesia mencionados, o sea, hablando reverentemente, la maquinaria; en el capítulo trece el debido ejercicio del amor divino, o sea la grasa para la máquina; y en este capítulo catorce instrucciones para el ejercicio de los dones, o sea cómo manejar la máquina.
"Seguid la caridad; y procurad los dones espirituales, mas sobre todo que profeticéis. Porque el que habla en lenguas, no habla a los hombres, sino a Dios; porque nadie le entiende, aunque en espíritu hable misterios. Mas el que profetiza, habla a los hombres para edificación, y exhortación, y consolación. El que habla lengua extraña, a sí mismo se edifica; mas el que profetiza, edifica a la iglesia. Así que, quisiera que todos hablaseis lenguas, empero más que profetizaseis; porque mayor es el que profetiza que el que habla lenguas, si también no interpretare, para que la iglesia tome edificación" (vvss. 1 a 5).
En este pasaje, el Apóstol hace hincapié sobre el "profetizar" no menos de cinco veces. "Profetizar"—en el sentido de 1ª Corintios caps. 12 a 14—es hablar la palabra de Dios que sea oportuna, apropiada, conforme al estado o necesidad espiritual de los oyentes, con la mira de su "edificación, y exhortación, y consolación." Poder profetizar con estos fines es el don mayor de todos, con tal que sea ejercido con amor.
En contraste marcado con esto, "el que habla en lenguas" no edifica a nadie, "porque nadie le entiende." Puede ser que "a sí mismo se edifica; mas el que profetiza edifica a la iglesia."
"Ahora pues, hermanos, si yo fuere a vosotros hablando lenguas, ¿qué os aprovecharé, si no os hablare, o con revelación, o con ciencia, o con profecía, o con doctrina?" (v. 6). Por expresarlo así el Apóstol les dijo: "Si os hablare con revelación [es decir, comunicar una verdad divina todavía no escrita en aquel entonces en la Biblia completada después en los días de los apóstoles], o con ciencia [de Dios], o con profecía, o con doctrina, será para vuestro provecho espiritual, pero ¿de qué valor sería irme a vosotros hablando lenguas? Ninguno."
"Ciertamente las cosas inanimadas que hacen sonidos, como la flauta o la vihuela, si no dieren distinción de voces ¿cómo se sabrá lo que se tañe con la flauta, o con la vihuela? Y si la trompeta diere sonido incierto, ¿quién se apercibirá a la batalla? Así también vosotros, si por la lengua no diereis palabra bien significante, ¿cómo se entenderá lo que se dice? porque hablaréis al aire. Tantos géneros de voces, por ejemplo, hay en el mundo, y nada hay mudo; mas si yo ignorase el valor de la voz, seré bárbaro al que habla, y el que habla será bárbaro para mí. Así también vosotros; pues que anheláis espirituales dones, procurad ser excelentes para la edificación de la iglesia" (vvss.7 al 12).
El Apóstol, para reforzar su exhortación a que la palabra predicada debe ser entendida, les llamó la atención al hecho de que aun los instrumentos de música hacen sonidos distintos, y también que una trompeta que diera sonido incierto no serviría para llamar soldados a presentarse a la batalla. Así también los corintios, si no hubieran proferido palabra inteligible, ¿qué valor habría tenido? Hubiera sido igual como vocear al aire.
Por lo tanto, el Apóstol—haciendo a sus amados corintios recordar que anhelaban espirituales dones—volvió a exhortarles a que procurasen "ser excelentes para la edificación de la iglesia."
"Por lo cual, el que habla lengua extraña, pida que la interprete. Porque si yo orare en lengua desconocida, mi espíritu ora; mas mi entendimiento es sin fruto. ¿Qué pues? Oraré con el espíritu, mas oraré también con entendimiento; cantaré con el espíritu, mas cantaré también con entendimiento. Porque si bendijeres con el espíritu, el que ocupa lugar de un mero particular, ¿cómo dirá amén a tu acción de gracias? pues no sabe lo que has dicho. Porque tú, a la verdad, bien haces gracias; mas el otro no es edificado" (vvss. 13 a 17).
Por lo tanto, el Apóstol insistió en que el que hablase lengua extraña tuviese un intérprete. El principio divino enfatizado repetidas veces en este capítulo es lo siguiente: "hágase todo para edificación" (v. 26). Desde hace unos 60 años hay quienes pretenden hablar en lenguas extrañas, pero nadie las entiende; por lo tanto tales personas no son guiadas por el Santo Espíritu de Dios, sino por otro espíritu. Pablo agregó que, si orase en lengua desconocida, su espíritu oraba, pero su entendimiento era sin fruto. Por eso, él oraba con el entendimiento tanto como con el espíritu.
En cuanto a las oraciones en las asambleas cristianas, se puede señalar que un varón que ora lo hace como el vocero de la asamblea; por lo tanto, no va a introducir asuntos personales, siendo éstos sólo apropiados en su propia cámara.
También, con respecto a los himnos anunciados en las reuniones, no conviene anunciar un himno de llamada al pecador cuando los creyentes se reúnen para tomar la cena del Señor; o, en cambio, cantar himnos de adoración en un servicio de evangelización, pues los inconversos no pueden adorar a Dios, no conociéndole todavía. Hay que cantar con el entendimiento tanto como con el espíritu.
Ahora bien, en cuanto a las acciones de gracias en el culto de adoración de la asamblea, ¿cómo podrá cualquier hermano decir "amén" si no ha entendido lo que fue dicho?
"Doy gracias a Dios que hablo lenguas más que todos vosotros; pero en la iglesia más quiero hablar cinco palabras con mi sentido, para que enseñe también a los otros, que diez mil palabras en lengua desconocida. Hermanos, no seáis niños en el sentido, sino sed niños en la malicia; empero perfectos en el sentido. En la ley está escrito: En otras lenguas y en otros labios hablaré a este pueblo; y ni aún así Me oirán, dice el Señor. Así que, las lenguas por señal son, no a los fieles, sino a los infieles; más la profecía, no a los infieles, sino a los fieles. De manera que, si toda la iglesia se juntare en uno, y todos hablan lenguas, y entran indoctos o infieles, ¿no dirán que estáis locos? Mas si todos profetizan, y entra algún infiel o indocto, de todos es convencido, de todos es juzgado; lo oculto de su corazón se hace manifiesto; y así, postrándose sobre el rostro, adorará a Dios, declarando que verdaderamente Dios está en vosotros" (vvss. 18 a 25).
Pablo pudo hablar lenguas más que todos los corintios, y no cabe duda de que las empleaba para predicar el evangelio a distintos pueblos entre las naciones, pero en la asamblea local donde todos entendían un mismo idioma (el griego, el latín, el licaónico, etc.), él hablaba en aquel idioma por medio del cual cinco palabras habladas con el sentido valían más que diez mil en lengua desconocida. No conformarse los otros predicadores a eso era manifestarse a sí mismos como niños en el sentido.
Luego el Apóstol citó de Isaías 28:11, 12 lo que tenemos—substancialmente—en el versículo 21: "En otras lenguas y en otros labios hablaré a este pueblo; y ni aun así Me oirán." De ahí Pablo sacó la conclusión de que las lenguas eran, a los inconversos, por señal de que el Dios verdadero les estaba hablando para que entendiesen y creyesen las buenas nuevas de salvación. Las lenguas extrañas no eran para los creyentes. Imagínense Uds. hoy día una agrupación de creyentes llamándose cristianos y todos hablando a la vez en supuestas lenguas extrañas que nadie entiende; ¿qué dirán los inconversos que pasan por la puerta ? Con razón, "están locos." En cambio, si un varón está profetizando, es decir, anunciando, bajo la guía del Espíritu de Dios, la palabra de Dios apropiada para los oyentes, entonces puede ser que el corazón de "algún infiel o indocto" sea compungido y él llegue a reconocer que Dios en verdad le está hablando.
"¿Qué hay pues, hermanos? Cuando os juntáis, cada uno de vosotros tiene salmo, tiene doctrina, tiene lengua, tiene revelación, tiene interpretación: hágase todo para edificación" (v. 26). Otra vez el Apóstol hace hincapié sobre la necesidad imprescindible de "edificación."
"Salmos" o sea himnos, son siempre para edificación con tal que vayan de acuerdo con el tema o propósito de la reunión de la iglesia; pero si el hermano Fulano de Tal anuncia un himno sólo porque es un favorito suyo, y otros siguen anunciando otros, entonces no hay edificación verdadera y la reunión ha perdido su carácter como una reunión de la asamblea.
Asimismo, si la energía de la carne religiosa está obrando, entonces cada uno quiere tomar parte activa en la reunión de una manera u otra, y las mentes de los oyentes son trastornadas con demasía de palabra. "Hágase todo para edificación."
"Si hablare alguno en lengua extraña, sea esto por dos, o a lo más tres, y por turno; mas uno interprete. Y si no hubiere intérprete, calle en la iglesia, y hable a sí mismo y a Dios. Asimismo, los profetas hablen dos o tres, y los demás juzguen. Y si a otro que estuviere sentado, fuere revelado, calle el primero. Porque podéis todos profetizar uno por uno, para que todos aprendan, y todos sean exhortados. Y los espíritus de los que profetizaren, sujétense a los profetas; porque Dios no es Dios de disensión, sino de paz, como en todas las iglesias de los santos" (vvss. 27 a 33).
Dios "conoce nuestra condición; acuérdase que somos polvo" (Salmo 103:14). La mente humana se cansa al escuchar prolongadamente a predicadores. (Aun en el mundo culto se reconoce que un buen orador no puede captar la atención de todos en el auditorio más de unos veinte minutos). En la asamblea cristiana, por lo tanto, la regla es: "hablen los profetas dos o tres y los demás juzguen." Si dos ya han hablado, un tercero aún puede hablar, pero conviene que sea breve y que relacione lo dicho con el tema ya hablado. "Los demás juzguen." Ningún predicador es juez de su propio ministerio sino más bien los oyentes. Esta salvaguardia es con el propósito de no admitir enseñanzas falsas dentro del seno de la iglesia. Los demás tienen el deber sagrado de juzgar lo predicado.
"Si a otro que estuviere sentado, fuere revelado, calle el primero." Esa instrucción—necesaria en aquel entonces—ya no tiene aplicación literalmente, porque toda la revelación de Dios ha sido completada y la tenemos en escritos inspirados en los 27 libros del Nuevo Testamento. Pero en aquel entonces si una verdad, todavía no divulgada, mucho menos escrita, fuese revelada por el Espíritu Santo a un varón sentado en la asamblea, entonces otro que profetizaba había de callar (a pesar del valor de la profecía) y dar lugar para recibir la nueva revelación. Pero es preciso que reconozcamos que desde que los escritos del Nuevo Testamento fueron completados, ya no ha habido ninguna revelación nueva. Por lo tanto, ninguna persona tiene derecho alguno de ponerse de pie en la asamblea mientras un siervo del Señor está profiriendo palabra, y decirle: "Cállese, por favor; acabo de recibir una nueva revelación del Señor y estoy obligado a divulgarla en seguida."
Hay tiempo para todo; si tengo algo que decir a la asamblea para edificación, exhortación y consolación, y dos o tres ya han hablado en una ocasión, habrá oportunidad en la próxima reunión. No tengo razón, al insistir: "tuve que hablar; el Espíritu de Dios me impulsó." No; no fue el Espíritu de Dios, sino mi propio espíritu que yo no sujeté, pues "los espíritus de los que profetizaren, sujétense a los profetas." En el mundo pagano, los demonios se apoderan de los espíritus de seres humanos y éstos son llevados por fuerza diabólica; pero en la iglesia cristiana, el Señor ha ordenado que Sus redimidos—ya librados del poder del diablo—tengan control de sus propios espíritus. "No nos ha dado Dios el espíritu de temor, sino el de fortaleza, y de amor, y de templanza" (2ª Ti. 1:7).
En resumen de lo antedicho, "Dios no es Dios de disensión, sino de paz." La "disensión" (otra traducción dice "confusión") no tiene a Dios por autor, sino la voluntad perversa y enérgica del hombre.
"Vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley dice. Y si quieren aprender alguna cosa, pregunten en casa a sus maridos; porque deshonesta cosa es hablar una mujer en la congregación. Qué, ¿ha salido de vosotros la palabra de Dios? ¿o a vosotros solos ha llegado? Si alguno a su parecer, es profeta, o espiritual, reconozca lo que os escribo, porque son mandamientos del Señor. Mas el que ignora, ignore" (vvss. 34 a 38).
Con respecto a las reuniones de la asamblea como tal, la regla divina para los varones es que todos callen salvo dos o tres y para las mujeres es que todas callen. Es muy sencillo ; hay que obedecerla. El mandamiento no es de Pablo, sino del Señor. Si alguno a su propio parecer es "profeta o espiritual," la prueba de que lo es en verdad será el someterse a lo que está escrito como los mandamientos del Señor. Pero si ignora, ignore; mas no piense que la asamblea del Señor va a someterse al capricho o dictamen del hombre o de la mujer. ¡No!
Hay quienes dan licencia a las mujeres a predicar públicamente. Hay mujeres que son muy hábiles para hablar y resueltas a ocupar púlpitos: pero estén seguras todas ellas que no recibirán del Señor ninguna corona para echar a sus pies, por cuanto "el [o ella] que lidia, no es coronado si no lidiare legítimamente" (2ª Ti. 2:5); y "porque este es el amor de Dios, que guardemos Sus mandamientos; y Sus mandamientos no son penosos" (1ª de Juan 5:2). Es nuestra voluntad perversa que los hacen parecer a nosotros penosos.
Las mujeres tienen campo amplio de servicio al Señor, servicio que el varón no puede desempeñar.
"Así que, hermanos, procurad profetizar; y no impidáis el hablar lenguas. Empero hágase todo decentemente y con orden" (vvss. 39 a 40).
Lo más importante para la edificación de la iglesia es profetizar, y la segunda regla para el ejercicio de cualquier don es que sea ejercido "todo decentemente y con orden."
Son éstas las tres exhortaciones que nos son dadas en esta epístola: " [...] hágase todo para edificación [...] hágase todo decentemente y con orden [...] todas vuestras cosas sean hechas con caridad" [o amor] (1ª Co. 14:26, 40; y 16:14).
"Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano. Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo fue muerto por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras" (vvss. 1 al 4).
Este capítulo trata de la resurrección, un hecho importantísimo. Algunos aun entre los corintios negaban el hecho de la "resurrección de muertos" (v. 12). El Apóstol, por lo tanto, se vio obligado a declarar de nuevo el evangelio que había predicado a los corintios, tanto como a otros pueblos, el evangelio que tenía por su fundamento la resurrección del Señor Jesucristo, el evangelio que también declaró el hecho de la resurrección de todos "los que son de Cristo, en Su venida." (v. 23).
Pablo no promulgaba una doctrina nueva: el Antiguo Testamento había predicho que Cristo, el Mesías, moriría por nuestros pecados y que resucitaría de entre los muertos. Todo fue consumado "conforme a las Escrituras." Leemos, entonces, unas cuantas de las Escrituras del Antiguo Testamento que hablan de la obra redentora de Cristo y de Su resurrección:
El Apóstol Pedro cita lo siguiente del profeta Isaías, cap. 53, v. 5: "por la herida del cual habéis sido sanados." En ese capítulo 53 leemos esto: " [...] Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz sobre Él; y por Su llaga fuimos nosotros curados" (v. 5).
El hecho de la resurrección de Cristo también es divulgada en este capítulo: "Cuando hubiere puesto Su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en Su mano prosperado. Del trabajo de Su alma verá y será saciado" (vvss. 10, 11).
El salmo 22 es el lenguaje de Cristo en la cruz y habla proféticamente de Sus sufrimientos expiatorios de la mano de Dios, también de Sus padecimientos de la mano de los judíos y de los gentiles (los "perros"). El primer versículo fue el clamor de Cristo en la cruz (véase Mat. 27:46), desamparado por Su Dios ya que llevaba "nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero" (1ª Pedro 2:24).
El salmo 16 habla de la resurrección de Cristo. De él Pedro citó en el día de Pentecostés lo siguiente: " [...] viéndolo antes, [David] habló de la resurrección de Cristo, que Su alma no fue dejada en el infierno [es decir, no en "el lago de fuego," sino en "el hades"], ni Su carne vio corrupción" (Hch. 2:31). Compárese Sal. 16:10.
Se podría multiplicar citas del Antiguo Testamento que "prenunciaba las aflicciones que habían de venir a Cristo, y las glorias después de ellas" (1ª Pedro 1:11). Todo lo que Pablo, Pedro y los demás apóstoles predicaban acerca de la resurrección de Cristo fue "conforme a las Escrituras."
" [...] apareció a Cefas, y después a los doce. Después apareció a más de quinientos hermanos juntos; de los cuales muchos viven aún, y otros son muertos. Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles. Y el postrero de todos, como a un abortivo, me apareció a mí" (vvss. 5 a 8).
Dios hizo que el hecho trascendental de la resurrección de Su Hijo amado fuese atestiguado, no meramente por el número mínimo de testigos, dos o tres, sino por más de quinientos creyentes, y por todos los apóstoles, siendo Pablo el postrero. Las evidencias, desde el punto de vista legal, de la resurrección de Cristo son indisputables e incontrovertibles. No hay juez cuerdo que las pueda negar.
" [...] Yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí la iglesia de Dios. Empero por la gracia de Dios soy lo que soy; y Su gracia no ha sido en vano para conmigo; antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios que fue conmigo" (vvss. 9, 10).
Pablo nunca perdonó a sí mismo por haber perseguido la iglesia de Dios: en su propia estima siempre era de los pecadores "el primero" (1ª Ti. 1:15). Pero "la gracia de Dios" había obrado poderosamente en él, más que en los otros apóstoles; pero Pablo sintió su pequeñez.
“[ ... ] o sea yo o sean ellos, así predicamos, y así habéis creído. Y si Cristo es predicado que resucitó de los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Porque si no hay resurrección de muertos, Cristo tampoco resucitó; y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe. Y aun somos hallados falsos testigos de Dios; porque hemos testificado de Dios que Él haya levantado a Cristo; al cual no levantó, si en verdad los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo son perdidos. Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, los más miserables somos de todos los hombres" (vvss. 11 a 19).
Fuesen los demás apóstoles, o fuese Pablo, predicaban el mismo tema: Cristo resucitó de los muertos.
¡Cristo resucitó!
Su gran trabajo consumó;
Tornó a vivir el Fiador triunfante,
Quien a la Muerte desarmó.
¡Cristo resucitó!
Por siempre vive^el que murió,
Y^ahora^intercede en pro de los Suyos
Que de sus culpas Él limpió.
Si Cristo no resucitó, entonces no hay ni habrá resurrección de muertos, la predicación de los apóstoles fue en vano, pues eran testigos falsos, nuestra fe es vana y aún estamos en nuestros pecados; también los que murieron en fe son perdidos, y por no tener nosotros esperanza en Cristo sino solamente en esta vida terrenal, somos de todos los hombres los más miserables, pues hemos rechazado al mundo y el mundo nos ha rechazado y aquí tenemos que sufrir. Notemos bien que el versículo 19 se conecta con el pasaje de vvss. 29 a 32, al cual nos referiremos más adelante. Primeramente el Apóstol vuelve a declarar la verdad de la resurrección y además revelar lo que depende y resultará de ella:
"Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adam todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados. Mas cada uno en su orden: Cristo las primicias; luego los que son de Cristo, en Su venida. Luego el fin; cuando entregará el reino a Dios y al Padre, cuando habrá quitado todo imperio, y toda potencia y potestad. Porque es menester que Él reine, hasta poner a todos Sus enemigos debajo de Sus pies. Y el postrer enemigo que será deshecho, será la muerte. Porque todas las cosas sujeté debajo Sus pies. Y cuando dice: todas las cosas son sujetadas a Él, claro está exceptuando aquel que sujeté a Él todas las cosas. Mas luego que todas las cosas Le fueron sujetas, entonces también el mismo Hijo se sujetará al que Le sujeté a Él todas las cosas, para que Dios sea todas las cosas en todos" (vvss. 20 a 28).
Cristo no sólo ha resucitado, sino es también las primicias, el primogénito de los muertos. Ya que Él resucitó, los que son de Él resucitarán; "porque yo vivo, y vosotros también viviréis" (Juan 14:19). Adam—por su desobediencia—introdujo la muerte; Cristo—por Su obediencia hasta la "muerte de cruz"—introdujo, o se hizo autor de, la resurrección. Los que están en Adán, cabeza de una familia tal cual su padre, mueren; los que están en Cristo, cabeza de una familia nacida de Dios y poseedora de la vida eterna, serán vivificados hasta los cuerpos mortales mismos de ellos. Ese poder vivificador ya ha obrado en levantar a Cristo (siempre se dice en este pasaje "Cristo" más bien que "Jesús," por cuanto el Cristo es el título especial del que es cabeza de la iglesia), "las primicias," y luego ha de levantar a todos los que son de Él; ¿cuándo?; "en Su venida."
¡Cristo resucitó!,
Y de la muerte^hará subir
Su pueblo ; después con Él, resucitada
Su iglesia siempre^ha de vivir.
Ahora bien, entre "Su venida" para arrebatar la iglesia, y "luego el fin" transcurrirán mil años (el milenio del reinado de Jesucristo, "el Hijo del hombre") ; "luego" quiere decir que en el propósito de Dios Él ve "el fin" muy cercano, ya que "mil años son como un día delante del Señor" (2ª Pedro 3:8).
A Cristo el reino jamás Le será quitado, como lo será a todos los reyes de la tierra, sino durará hasta que no hubiere necesidad de gobierno para subyugar la maldad y quitar el pecado y todos sus resultados, del mundo y del universo. Habla proféticamente del reinado de Cristo en Daniel 7:1414And there was given him dominion, and glory, and a kingdom, that all people, nations, and languages, should serve him: his dominion is an everlasting dominion, which shall not pass away, and his kingdom that which shall not be destroyed. (Daniel 7:14), esto: "Su señorío, señorío eterno, que no será transitorio, y Su reino que no se corromperá."
Cristo también va a subyugar y destruir un enemigo que ningún rey jamás ha podido vencer: la muerte. "Todas las cosas [Dios] sujetó debajo de Sus pies." Cuando David, por divina inspiración, escribió en Salmo 8:6, "todo lo pusiste debajo de Sus pies," ignoraba lo comprensivo de esa afirmación maravillosa. Aquí en la epístola a los corintios vemos que en el pensamiento y propósito de Dios ella abarcó la destrucción de la muerte; en Efesios 1:22 se cita la segunda vez para hacernos saber que "la iglesia, la cual es Su cuerpo," compartirá con Cristo la cabeza Su gloriosa supremacía; y en Hebreos 2:8 la tercera vez para hacernos saber que Dios no está llevando a cabo Su propósito en esta dispensación de la gracia de Dios mientras los "muchos hijos" estén allegándose al autor de su salvación; sin embargo "vemos coronado de gloria y de honra [...] a aquel Jesús que [...] por gracia de Dios gustó la muerte por todos" (v. 9).
Entonces el Hijo de Dios, como hombre (pues como "el Hijo del hombre" ha de reinar), al tener todas las cosas sujetas a Él, entregará el reino a Dios Padre, pues ya no habrá necesidad alguna de gobierno humano que en el principio fue instituido para suprimir la maldad (véase Gn. 9:66Whoso sheddeth man's blood, by man shall his blood be shed: for in the image of God made he man. (Genesis 9:6)). Ya no habrá tiempo más; el bendito Dios eterno y supremo será el objeto de todo corazón y en todos los redimidos vida eterna. ¡Oh día trascendente cuando con Cristo nuestro Señor en las moradas del Padre disfrutemos de todos los resultados de Su victoria total!
"De otro modo, ¿qué harán los que se bautizan por los muertos, si en ninguna manera los muertos resucitan? ¿Por qué pues se bautizan por los muertos? ¿Y por qué nosotros peligramos a toda hora? Sí, por la gloria que en orden a vosotros tengo en Cristo Jesús Señor nuestro, cada día muero. Si como hombre batallé en Efeso contra las bestias, ¿qué me aprovecha? Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos. No erréis: las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres" (vvss. 29-33).
Este pasaje, mal interpretado y aplicado por los enemigos de la verdad que lo tuercen y aprovechan para sacar mucha plata de la gente, se conecta con el versículo 19 (siendo los vvss. 20 a 28 un paréntesis): "si en esta vida solamente esperamos en Cristo, los más miserables somos de todos los hombres." Desde el día de Pentecostés, a todo tiempo y en un lugar u otros, los verdaderos cristianos, redimidos con la sangre preciosa de Cristo, y no avergonzándose del testimonio de su glorioso Salvador, han sufrido: tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro y cuchillo, "muertos todo el tiempo [...] estimados como ovejas de matadero" (Ro. 8:35, 36). Si no hay resurrección, ¡de seguro no vale la pena sufrir así! Si no hay resurrección, no vale la pena bautizarse por los muertos. ¿Qué quiere decir esto: bautizarse por los muertos? Sencillamente esto: en aquel entonces, o en cualquier época cuando se levanta contra los cristianos persecución a cuchillo, el que se bautiza en el nombre del Señor Jesús se engancha en las filas de su ejército para reemplazar a otro soldado cristiano ya muerto a causa de su testimonio fiel. Bautizarse en aquel entonces era identificarse públicamente como soldado enganchado en las huestes del Señor Jesús, y exponerse al peligro de ser muerto por los enemigos de Cristo. El soldado recluta, por decirlo así, se bautiza por los muertos, reemplazando a otro cristiano que ha sido muerto por causa de su testimonio fiel a Cristo. Todo el contexto del pasaje hace muy claro el sentido del pasaje: "¿por qué nosotros peligramos a toda hora?" Cuando Saulo de Tarso se bautizó, se apartó de una vez de la nación de los judíos culpables de la crucifixión de su Mesías, y desde luego se identificaba con los discípulos del Señor Jesús, llegando a ser el objeto especial de la enemistad acerba de los judíos incrédulos. También fue perseguido por los gentiles idólatras. El Apóstol Pablo (antes Saulo de Tarso) se bautizó por los muertos, y por decirlo así, reemplazó al mártir Esteban en las filas del ejército cristiano un poco después de su muerte en la cual el mismo Saulo había consentido como el enemigo cruel de los cristianos.
Hay quienes—con fines perversos y de lucro—pretenden salvar el alma de una persona que no murió como miembro bautizado de su propia así llamada iglesia de ellos por medio de bautizar en su lugar a un pariente del difunto. Tales falsos maestros y comerciantes en las almas de los hombres citan el v. 2ª de Co. cap. 15 para justificar su doctrina falsa y su proceder lucrativo.
No habrá salvación nunca para la persona que ha muerto en sus pecados. "Está establecido a los hombres que mueran una vez, y después el juicio; así también Cristo fue ofrecido una vez para agotar los pecados de muchos; y la segunda vez, sin pecado, será visto de los que Le esperan para salud" (Heb. 9: 27, 28). "Para salud," por supuesto, es la redención del cuerpo cuando Cristo venga para arrebatar a los muertos y vivos y llevarlos todos a la casa del Padre (véase también Ro. 8:23 y 13:11).
Pablo se había expuesto a la muerte en Éfeso.
"Si los muertos no resucitan," dijo él, "si voy a dejar de existir como un perro muerto, ¿para qué arriesgarme la vida así? Vamos a comer y beber, pues mañana moriremos." Pero los muertos sí resucitan y él nos exhorta: "no erréis." Hubo, y hay quienes corrompen las buenas costumbres con sus malas conversaciones. Nosotros los cristianos no debemos prestarles el oído. "Velad debidamente, y no pequéis; porque algunos no conocen a Dios: para vergüenza vuestra hablo" (v. 34). Algunos de los corintios carnales carecían del verdadero conocimiento de Dios y quizás daban rienda suelta a sus deseos carnales. Negar la resurrección y vivir conforme a la carne van juntos.
"Mas dirá alguno: ¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán? Necio, lo que tú siembras no se vivifica, si no muriere antes. Y lo que siembras, no siembras el cuerpo que ha de salir, sino el grano desnudo, acaso de trigo, o de otro grano; mas Dios le da el cuerpo como quiso, y a cada simiente su propio cuerpo. Toda carne no es la misma carne; mas una carne ciertamente es la de los hombres, y otra carne la de los animales, y otra la de los peces, y otra la de las aves. Y cuerpos hay celestiales, y cuerpos terrenales; mas ciertamente una es la gloria de los celestiales, y otra la de los terrestres. Otra es la gloria del sol, y otra la gloria de la luna, y otra la gloria de las estrellas: porque una estrella es diferente de otra en gloria" (vvss. 35-41).
Hay muchos hombres que quieren dudar de la resurrección. Hacen dos preguntas: "¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán?" El Apóstol los calificó de "necios." Claro: los muertos resucitarán por el poder de Dios y tendrán los cuerpos que Dios quiere darles. Cada primavera en lugares donde hace bastante frío en el invierno, se ve cómo los árboles y plantas que han parecido muertos—desnudos de follaje y sin flujo de savia en sus ramas—repentinamente echan sus renuevos, hojas y flores; todo según la naturaleza de cada uno de ellos, sin embargo todo completamente nuevo: vida nueva de un estado muerto. Dios da el cuerpo como quiso a cada árbol, planta y simiente. Asimismo, en la resurrección de los seres humanos salvos por la gracia, Dios dará a cada uno un cuerpo humano, pero glorioso y eterno, conforme a Su propósito. Y como hay glorias terrestres y celestiales muy distintas en esta creación, no cabe duda de que Dios repartirá glorias según Su beneplácito en la resurrección.
"Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, se levantará en incorrupción; se siembra en vergüenza, se levantará con [o en] gloria; se siembra en flaqueza, se levantará con potencia; se siembra cuerpo animal, resucitará espiritual cuerpo. Hay cuerpo animal, y hay cuerpo espiritual" (vvss. 42-44). ¡Qué transformación más sublime! Un cuerpo humano sembrado en la tierra en corrupción, vergüenza, flaqueza; un cuerpo de carne, huesos y sangre—sin vida; no obstante ... ¡resucitado por el poder del omnipotente Dios, en incorrupción, en gloria, en poder; un cuerpo de carne y huesos (sin sangre), vivificado y animado por el Espíritu de Dios, un cuerpo espiritual! ¡Qué vaso digno del espíritu del redimido, capaz de resplandecer con toda la gloria de Cristo, el Señor de gloria! Con respecto al "cuerpo espiritual," no se refiere a algo nebuloso o intangible, sino se trata de un cuerpo de carne y huesos animado, no por la vida que estuvo en la sangre, sino por el Espíritu mismo de Dios, y por lo tanto, un cuerpo en el cual el humano redimido jamás sentirá fatiga, cansancio, y dolor, mucho menos enfermedad; un cuerpo en que él tendrá una capacidad sin límites para poder acompañar al Señor Jesús y disfrutar de todo cuanto Él ha propuesto compartir con los Suyos. ¡Oh Señor, haz llegar ese día glorioso! Amén.
"Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adam en ánima viviente; el postrer Adam en espíritu vivificante. Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual. El primer hombre, es de la tierra, terreno: el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo." (vvss. 45 a 47).
El primer hombre Adam fue hecho un alma viviente, como está escrito: "Formé, pues, Jehová Dios al hombre del polvo de la tierra, y alentó en su nariz soplo de vida; y fue el hombre en alma viviente" (Gn. 2:77And the Lord God formed man of the dust of the ground, and breathed into his nostrils the breath of life; and man became a living soul. (Genesis 2:7)). Adam no tenía en sí mismo la vida. Pero en contraste, el postrer Adam, Cristo, aunque fue hecho verdadero hombre, era mucho más: era un "espíritu vivificante." No dice que fue hecho nada, sino que tenía lo que el primer hombre Adam no tenía, "la vida en sí mismo [...] porque como el Padre levanta los muertos, y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida [...] porque como el Padre tiene vida en Sí mismo, así dio también al Hijo que tuviese vida en Sí mismo" (Juan 5:21, 26). El Hijo de Dios no es una mera criatura que recibió "soplo de vida," sino el Creador que imparte la vida. Es interesante meditar en Juan 20:22 en esta conexión: "soplé sobre ellos y les dice: Recibid el Espíritu Santo" (V.M.) La mejor traducción inglesa tiene este sentido: "alenté en ellos soplo" (J.N.D.). Como el Creador alentó en Adam soplo de vida de un alma viviente, asimismo Cristo, como la Cabeza de la nueva creación, alentó en los discípulos soplo de vida, impartiéndoles al Espíritu Santo de Dios. ¡Qué maravilla!
Claramente, lo animal fue primero, después lo espiritual:
"Cual el terreno, tales también los terrenos; y cual el celestial, tales también los celestiales. Y como trajimos [o llevamos] la imagen del terreno, traeremos [o llevaremos] también la imagen del celestial" (vvss. 48, 49).
El primer hombre, Adam, tuvo su origen de la tierra; pero el segundo hombre no es una criatura de la tierra, sino el mismo Señor del cielo. Todo ser humano de la familia del primer hombre tiene la misma naturaleza y está en la misma condición terrenal y caída, nosotros los cristianos incluidos; pero todo ser humano redimido con la sangre preciosa de Cristo ya pertenece a la familia del postrer Adam, del hombre celestial: tiene la misma naturaleza santa y va a participar de toda la gloria de Cristo glorificado como hombre. ¡Qué maravilla! Aquí hemos llevado la imagen de Adam caído; allá llevaremos la imagen de la Cabeza de la nueva creación, de Cristo el postrer Adam.
"Esto empero digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios; ni la corrupción hereda la incorrupción" (v. 50). Pablo vuelve a dirigirse aquí a sus "hermanos;" en el v. 1 les había declarado el evangelio, pero aquí les advierte que a pesar del hecho maravilloso de que ellos habían de llevar la imagen del celestial—de Cristo como el hombre glorificado—sin embargo, no podrían de ninguna manera entrar en la gloria celestial en cuerpos de carne y sangre. ¿Por qué? Porque "la corrupción" (y es lo que somos en cuanto al cuerpo) no puede heredar "la incorrupción," un estado o condición de cosas imprescindible, pues en la presencia del Señor "no entrará en ella ninguna cosa sucia" (Ap. 21:27). ¿Cómo, pues, podrían los salvos entrar en la gloria celestial? El Apóstol había recibido una revelación al respecto :
"He aquí, os digo un misterio: Todos ciertamente no dormiremos, mas todos seremos transformados, en un momento, en un abrir de ojo, a la final trompeta; porque será tocada la trompeta, y los muertos serán levantados sin corrupción, y nosotros seremos transformados. Porque es menester que esto corruptible sea vestido de incorrupción, y esto mortal sea vestido de inmortalidad" (vvss. 51 a 53).
Cuando venga el Señor Jesús para cuantos son de Él en Su venida, no todos nosotros los redimidos del Señor habremos muerto, o sea dormido en cuanto al cuerpo mortal; algunos estaremos vivos. Pero todos seremos transformados, los muertos resucitados en cuanto al cuerpo de los sepulcros, o del mar, juntamente con nosotros, los que vivimos, los que quedamos. Ya poseyendo la vida eterna en nuestras almas, sólo nos falta ser vestidos de cuerpos gloriosos semejantes al cuerpo de gloria del Señor Jesús, cuerpos incorruptibles e inmortales, cuerpos dignos para los compañeros del "Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de nuestra bajeza, para ser semejante al cuerpo de Su gloria, por la operación con la cual puede también sujetar a Sí todas las cosas" (Flp. 3:21). La expresión, "a la final trompeta, porque será tocada la trompeta" se considera como una alusión militar, pues de antiguo un ejército—una vez reunidos a una los componentes—se puso en marcha al sonar la trompeta final.
¡Oh^esa palabra vivificadora!,
Grito triunfante de^aquel bello^albor,
Que “sea^así, amén”; cuando^Él ya venga,
“Siempre^estaremos con nuestro Señor.”
Muertos y vivos, como^Él, transformados,
“Siempre^estaremos con nuestro Señor.”
“Y cuando esto corruptible fuere vestido de incorrupción, y esto mortal fuere vestido de inmortalidad, entonces se efectuará la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte con victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿dónde, oh sepulcro, tu victoria? Ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y la potencia del pecado, la ley. Mas a Dios gracias, que nos da la victoria por el Señor nuestro Jesucristo” (vvss. 54 a 57).
Vamos a verter al castellano del inglés un comentario sobre este pasaje: "Esta certidumbre de la destrucción de la muerte nos da una confianza ahora, a pesar de que la muerte aún existe, pues ha perdido su aguijón y la tumba su victoria. Todo es cambiado por la gracia que ganará este triunfo al fin. Mientras tanto, ha cambiado completamente el carácter de la muerte. Para el creyente ahora, pasar por el trance de la muerte es sólo dejar atrás lo que es mortal; la muerte ya no nos infunde terror del juicio de Dios, ni nos toca como la potencia de Satán. Cristo ha entrado en ella, se ha sometido a ella y la ha anulado totalmente y para siempre. No sólo todo ello, sino ha quitado también su arma: fue el pecado que afiló y envenenó su aguijón. Y fue la ley que dio al pecado su fuerza en la conciencia e hizo doblemente formidable la muerte, demandando de la conciencia una justicia exacta y declarando el juicio de Dios que requería cumplimiento con la ley y pronunció maldición sobre aquellos que fracasaron. Pero Cristo fue hecho pecado y llevó la maldición de la ley... y así nos ha librado del uno y de la otra y, a la vez, de la potencia de la muerte, fuera de la cual salió victorioso. Todo cuanto que la muerte nos puede hacer ahora es sacarnos del ambiente donde ejerce su potencia, e introducirnos en aquel en donde no tiene ningún poder. Dios, el Autor de estos consejos de la gracia, en quien hay el poder que los lleva a cabo, nos ha dado esta victoria por el Señor nuestro Jesucristo. En vez de temer la muerte, damos gracias al que nos dio la victoria por medio de Jesús.
El gran resultado será estar con Cristo, ser semejante a Cristo, y verle tal como es." (J.N.D.)
"Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es vano" (v. 58). Estando todo asegurado para nosotros por la muerte expiatoria y la resurrección victoriosa del Señor Jesús, sólo nos resta, pues, empeñarnos resueltamente en la obra del que nos amó tanto, constreñidos por Su amor, sabiendo que nuestro trabajo de amor en el Señor no será vano.