Capítulo 2

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"Así que, hermanos, cuando fui a vosotros, no fui con altivez de palabra, o de sabiduría, a anunciaros el testimonio de Cristo. Porque no me propuse saber algo entre vosotros, sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Y estuve yo con vosotros con flaqueza, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, mas con demostración del Espíritu y de poder; para que vuestra fe no esté fundada en sabiduría de hombres, mas en poder de Dios" (vss. 1-5).
Al fin del capítulo uno hemos leído cómo Dios nos ve "en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, y justificación, y santificación, y redención: para que, como está escrito: el que se gloría, gloríese en el Señor" (vss. 30, 31). No conviene, entonces, que prediquemos con "altivez de palabra", ni tampoco con "palabras persuasivas de humana sabiduría." Examinemos los modelos de la predicación del evangelio que tenemos escritos en la Palabra de Dios; veremos que los siervos del Señor predicaban en lenguaje sencillo, citaban con frecuencia de las Sagradas Escrituras, ensalzando a Cristo a lo sumo—anunciando la salvación cabal que Él había consumado a favor del pecador. Resaltaban a la vez el amor de Dios Padre al entregar a Su amado Hijo a la muerte de cruz, porque no deseaba que el pecador muriera en sus delitos y transgresiones; amonestaban a la gente también de que el juicio de Dios alcanzaría a todos los incrédulos y menospreciadores. En una palabra, su predicación era "con demostración del Espíritu y de poder." (Léase los Hechos).
A su propio parecer los griegos eran muy sabios con tantas filosofías; algunos se burlaron de Pablo cuando en Atenas les advirtió de la resurrección de Cristo (Hechos 17:32). Sin embargo, a despecho de la sabiduría humana, el Señor tenía "mucho pueblo" entre los griegos en Corinto donde usó a Pablo para su salvación y edificación (Hch. 18:10). Pablo no demostró una actitud orgullosa, tampoco de arrojo, sino estuvo entre ellos "con flaqueza" — conscientemente débil de sí mismo — "y mucho temor y temblor." Se dio cuenta que había invadido el reino de Satanás y, por lo tanto, que sólo el Señor mismo podía sostenerle en la lucha espiritual para ganar almas.
Para anonadar la sabiduría humana de los griegos tan sabios, Pablo se propuso no saber nada entre ellos sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Hoy en día es preciso que la palabra sea anunciada así a los sabios de este siglo XX.
"Empero hablamos sabiduría entre perfectos; y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que se deshacen; mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria; la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de gloria; antes, como está escrito:
"Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que ha Dios preparado para aquellos que Le aman.
"Empero Dios nos lo reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios" (vss. 6-10).
La sabiduría del hombre no tiene ningún valor en las cosas de Dios; sin embargo, hay una sabiduría que el Espíritu de Dios comunica o imparte a los que conocen y temen al Señor, pero ocultada de los príncipes de este siglo, la sabiduría de Dios la cual Dios Padre predestinó desde el siglo para Sus hijos, para Su gloria en aquel día esplendoroso cuando sean llevadas a cabo todas las cosas que Él ha preparado para los que Le aman. Ni ojo, ni oído, ni corazón humano sirven para la percepción de las cosas de Dios; solamente el Espíritu de Dios las puede revelar a los creyentes en cuyos corazones Él mora. El Espíritu escudriña todo, aun lo profundo de Dios, y se lo revela al que es temeroso de Dios. "El secreto de Jehová es para los que Le temen" (Sal. 25:14).
"Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros hemos recibido, no el espíritu del mundo, sino el Espíritu que es de Dios, para que conozcamos lo que Dios nos ha dado" (vss. 11-12). Sólo en lo íntimo de su espíritu el hombre sabe lo que está pensando, contemplando o proponiéndose hacer. Mientras no habla o no actúa, nadie conoce las cosas de aquel hombre. De igual manera, es solamente el Espíritu de Dios el que conoce las cosas de Dios. Y nosotros, quienes por la gracia infinita de Dios somos salvos, felizmente ya hemos recibido al Espíritu de Dios, el cual mora en nosotros. "Y Yo rogaré al Padre, y os daré otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: al Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no Le ve, ni Le conoce: mas vosotros Le conocéis; porque está con vosotros, y será en vosotros" (Juan 14:16, 17). De todo esto sabemos que es por el poder del Espíritu de Dios, y sólo por medio de él, que podemos conocer las cosas de Dios, todo lo que Dios nos ha dado.
"Lo cual también hablamos, no con doctas palabras de humana sabiduría, mas con doctrina del Espíritu, acomodando la espiritual a lo espiritual. Mas el hombre animal no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque le son locura; y no las puede entender, porque se han de examinar espiritualmente. Empero el espiritual juzga todas las cosas; mas él no es juzgado de nadie. Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿quién Le instruyó? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo" (vss. 13-16).
El texto, "acomodando lo espiritual a lo espiritual," puede traducirse de esta manera también: "comunicando lo espiritual por medio de lo espiritual," es decir: las cosas espirituales de Dios son comunicadas por medio de cosas espirituales, no por medio de lo que procede o está al alcance, del hombre animal, del hombre inconverso que no posee al Espíritu de Dios. De ahí que es de suma importancia familiarizarse con toda la Palabra de Dios, el Antiguo Testamento tanto como el Nuevo, para poder "trazar bien la palabra de verdad" (2ª Ti. 2:15). La clave para el entendimiento espiritual de un pasaje de la Escritura a menudo se halla en otro pasaje, tal vez distante; una Escritura derrama su luz sobre otra. La Palabra de Dios no precisa de luz exterior para ser entendida; tanto como del Señor mismo, autor de ella, resplandece luz también de sus páginas. Se ve a menudo en láminas la Biblia abierta y a su lado un candil o un cirio derramando luz sobre sus páginas, cuando más bien debe verse luz fulgurando de la Biblia.
"El hombre animal" (es decir, el hombre animado meramente por su propia alma, sin la enseñanza y poder del Espíritu Santo) no tiene capacidad alguna para percibir las cosas de Dios, por bien educado y dotado que sea; por eso, las califica de locura, ya que no las puede entender, aunque estén escritas en el lenguaje más sencillo. Conocemos casos de personas humildes que después de entregarse al Señor aprendieron a leer en la Biblia — sin pasar por colegios — y tienen conocimientos maravillosos de la Palabra de Dios; por otra parte, hay hasta rectores de universidades que aun cuando lean, no entienden el mensaje de Dios.
El hombre espiritual sí tiene capacidad para discernir las cosas que son del Espíritu de Dios, y no sólo ellas, sino para formar también un juicio verdadero y justo acerca de todas las cosas. Por lo tanto, sus motivos y manera de vida son ininteligibles al que no tiene al Espíritu de Dios.
Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién Le instruyó? Ningún ser creado. Entonces el hombre espiritual, el que tiene la mente de Cristo, tampoco es juzgado del hombre animal, porque éste no tiene la mente de Cristo. ¡Qué verdad más bendita que nosotros, los creyentes en el Señor Jesucristo, ya "tenemos la mente de Cristo"!
En una palabra, la revelación de la verdad a los apóstoles fue por el Espíritu; la comunicación de la verdad es por el mismo Espíritu; y en tercer lugar, la recepción de la verdad es por el poder del Espíritu de Dios.