¿Qué diríamos de una mujer que dice tener dos maridos a la vez? Nos escandalizaríamos, ¿no es cierto? Tal comportamiento sería adulterio. En la vida cotidiana no aceptaríamos tal comportamiento, pero es sorprendente que en la práctica muchos creyentes viven en permanente adulterio espiritual. Para evitarlo hay que escudriñar con atención el capítulo 7 de Romanos.
En los primeros tres versículos de este capítulo el apóstol Pablo, dirigido por el Espíritu Santo, prepara una analogía para que podamos entender nuestra verdadera libertad para obedecer a Cristo: “Así que, si en vida del marido se uniere a otro varón, será llamada adúltera; pero si su marido muriere, es libre de esa ley, de tal manera que si se uniere a otro marido, no será adultera” (Romanos 7:3). Aquí se establece el principio de que es la muerte la que le deja en libertad para que pueda casarse de nuevo y que no hay tal cosa como tener dos maridos al mismo tiempo; pero si el uno muere, entonces hay plena libertad para casarse de nuevo.
“Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas que eran por la ley obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte” (Romanos 7:5). La ley, en figura, era como el primer marido a quien había que someterse y que le exigía al hombre que cumpliese todo a cabalidad sin fracasar en algún punto, ya que un solo incumplimiento traería sobre él la pena de muerte. ¿Puedes imaginarte tratar de cumplir 613 reglas cada día, según el conteo de los rabíes y sin errar al menos una vez en la vida? La ley en sí era buena y justa, mas señaló de manera incuestionable que la carne no podía cumplirla, además indica cuán vil es el pecador y le muestra la consecuencia de sus acciones: “la paga del pecado es muerte”. La ley era como un marido justo que no tenía poder alguno para reformar a su esposa y que lo único que podía hacer era mostrar las debilidades de ella.
Pero en Romanos 7:4 descubrimos una maravilla: “Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios”. Según Dios la ley no ha sido quitada pero sí hemos muerto a ella. Después de ejecutar a un criminal, la ley ya no puede hacer nada más con él, pues la justicia que demandaba el cumplimiento de la ley ya se satisfizo en él. De manera similar nosotros hemos muerto con Cristo en la cruz del Calvario, por lo cual hemos “muerto a la ley”. Ahora estamos libres de toda obligación respecto a la ley como nuestro marido a fin de pertenecer a otro marido: Cristo. El resultado es maravilloso y también muy práctico: Hoy tenemos plena libertad para servir a Aquel que nos ama y ayuda a llevar fruto, actos y actitudes agradables a Dios. Es como tener un nuevo marido que tiene un estándar altísimo, pero que también nos ayuda a alcanzarlo. Obedecemos por amor, gracias a la naturaleza nueva que hemos recibido y no por obligación o temor.
Alguien ha ilustrado ese fuerte cambio de motivación y actitud de la siguiente manera: Digamos que una joven llega a la casa de un hombre rico como empleada. Así que ella viene cada día, cumple con aquellos quehaceres que le ha encomendado, tales como lavar los platos y barrer la casa y al final de su jornada se va. Pero un cierto día él se enamora de ella y se casan. A partir de ese momento ella entra en la casa para quedarse como esposa, no como empleada: aunque siga realizando las mismas labores; pero esta vez es por un nuevo motivo y con nuevas señales de afecto hacia su marido. Ya no es una obligación sino un privilegio y esto la motiva a llevar a cabo su trabajo muy bien. Así es para el creyente: “De modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra” (Romanos 7:6). Al ser tú un creyente tienes la libertad de obedecer al Señor Jesucristo de corazón y no es correcto que te coloques bajo la ley como regla de vida. Vivirás para Cristo de manera natural y será mucho más fácil si tu corazón está lleno de gratitud y tus pensamientos enfocados hacia tu nuevo marido.