Oficios, dones y sacerdocio: Oficios en la iglesia primitiva; los dones y su ordenación divina; el sacerdocio: el privilegio de todos los cristianos
Algernon James Pollock
Table of Contents
Prefacio
Un correcto entendimiento de nuestro tema y el llevarlo a cabo al detalle en la práctica nos serviría de mucho para poner fin a la confusión y consecuente debilidad existente en la cristiandad actual. Lastimosamente existe muy poca respuesta práctica al pensamiento de Dios ya que mucho de la Palabra de Dios permanece como letra muerta. Bien podríamos nosotros tener en cuenta las palabras del profeta Samuel: “el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros” (1 Samuel 15:22).
Ojalá que todos nosotros seamos hallados obedientes y que estemos prestando atención.
Podría ayudarnos, si resumimos los tres encabezados de nuestro tema:
Oficios
Había dos oficios locales en la Iglesia primitiva: obispos y diáconos. Los obispos y diáconos eran estrictamente locales, para la asamblea en la que ellos eran constituidos. Establecer obispos correspondía a los apóstoles o sus delegados; los diáconos también eran designados por los apóstoles, sus delegados o por la asamblea conforme guiaba el Espíritu Santo, y confirmado por los apóstoles.
Dones
Efesios 4 enumera cinco dones: apóstoles y profetas, evangelistas, pastores y maestros. El don es para toda la Iglesia, en contraste con el oficio de obispo y diacono, que es local. La constitución es únicamente por el Señor ascendido, quien es la gran Cabeza de la Iglesia, la cual es Su cuerpo.
Sacerdocio
El sacerdocio es el privilegio de todos los creyentes, no de una clase exclusiva. Y es el mayor de todos los privilegios. Así como el sacerdocio Aarónico era por nacimiento, así todos los que son hijos de Dios por fe en Cristo Jesús son sacerdotes en esta dispensación.
Podemos tratar este vasto tema tan solo con insuficientes detalles debido al alcance de un pequeño libro, pero creemos que se estimulará el interés para que el lector investigue estas cosas por sí mismo.
*****
Traducción: Nixon Vega. Publicado en Inglés con el título: Office in the early Church. Gift and its heavenly ordination. Priesthood the privilege of all Christians.
Salvo que se indique lo contrario, las citas bíblicas han sido tomados de la versión Reina-Valera 1960 ©Sociedades Bíblicas Unidas
Oficios en la Iglesia primitiva
Había dos oficios locales en la Iglesia primitiva: los de obispos y diáconos. Las principales Escrituras que nos dan instrucciones referentes a éstos (1 Timoteo 3:1-13; Tito 1:5-9; 1 Pedro 5:1-4) deberían ser leídas cuidadosamente.
Obispos
La palabra griega para obispo es epískopos: epi, sobre, skopos, veedor. Puesto que la palabra indica a alguien que está supervisando (es decir: mirando atentamente las acciones de los demás); es alguien que observa con interés y deseos de ayudar. A partir de esta palabra hermosamente simple y escritural se ha formado una gran organización estatal pretenciosa: EL EPISCOPADO, un sistema remotamente sacado de la enseñanza de la Escritura en cuanto al orden de la Iglesia y su gobierno.
Una autoridad tal como Dean Alford, erudito en griego, declara que los obispos del Nuevo Testamento son totalmente diferentes de los obispos actuales y sugiere que los obispos del Nuevo Testamento deberían ser llamados sobreveedores para evitar la confusión. Nosotros nos proponemos adoptar su sugerencia en este libro.
Los sobreveedores de la Biblia son una cosa; entre tanto que los obispos actuales con su dignidad de obispos, capotillo, casulla, alba, cuerpo pastoral, a menudo adornados con piedras preciosas, con su jurisdicción sacerdotal, sus palacios majestuosos, sus asientos en el cuerpo diplomático, son absolutamente otra cosa. Toda su mundanal pompa y ritual ni siquiera es remotamente sacado de la simplicidad y límites no mundanos de las Escrituras.
En realidad, todo el sistema es una copia del judaísmo y paganismo en muchas de sus características. En las Escrituras leemos de los sobreveedores, los ancianos, los diáconos, un sacerdocio santo; pero ¿en dónde encontramos al Papa, al Cardenal, al Arzobispo, a los Archidiáconos, al Canónigo, al Reverendo? La palabra reverendo se aplica únicamente a Dios en las Escrituras, y aun así el hombre se atreve a adoptarlo como un título de su propiedad.
El oficio del sobreveedor era local
En Hechos 14:23 leemos: “constituyeron ancianos en cada iglesia”; en Tito 1:5: “para que (tú)... establecieses ancianos en cada ciudad, así como yo te mandé”; mientras que el apóstol Pablo, escribiendo a la asamblea de los filipenses dice: “a todos los santos en Cristo Jesús que están en Filipos, con los ancianos y diáconos” (Filipenses 1:1).
De estas Escrituras deducimos que el oficio era local; es decir, un sobreveedor en Éfeso no sería un sobreveedor en Corinto. Además, había un número de sobreveedores en cada asamblea; su número probablemente era regulado por el tamaño de la asamblea. La idea de jurisdicción sobre una diócesis no se encuentra en la Escritura. En vez de un obispo sobre mucho clero, había varios sobreveedores en una asamblea.
Los presbiterianos, quienes colocan varios ancianos para cada iglesia, tienen una idea más escritural que los episcopales, quienes nombran un obispo sobre cientos de clérigos y cubriendo en su jurisdicción un gran territorio. Pero los ancianos en el presbiterianismo están bajo el ministro, quien es considerado como un anciano principal que preside, acerca de lo cual no hay rasgo en la Escritura.
El oficio de sobreveedor se ejercía sin sueldo
No hay instrucción en la Escritura para el pago de los sobreveedores, sino más bien una insinuación precisamente diferente. El apóstol Pedro al dirigirse a los ancianos, escribió: “Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; NO POR GANANCIA DESHONESTA, sino con ánimo pronto”.
Es como si la Escritura, previendo las pretensiones de aquellos que adulterarían el bendito y simple oficio de un sobreveedor en uno de una dignidad sacerdotal mundana en la Iglesia del Estado con el título de “el obispo de mi Señor”, añade: “No como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey” (1 Pedro 5:2-3).
La palabra griega para “los que están a vuestro cuidado” en el texto antes citado es kleros, a partir de la cual se deriva la palabra española clero. El clero de la Biblia está formado por TODOS los cristianos; y, el estado seglar o laicismo (griego, laos, la gente o el pueblo) eran los paganos, fuera del círculo cristiano. El clero ha robado una palabra que es común para toda la gente que le pertenece a Dios, demandándola como la descripción de una clase, no autorizada por las Escrituras, y dándoles al resto de la gente de Dios un título: estado seglar, el cual se aplicaba al mundo pagano de afuera.
Sobreveedores y ancianos
Las Sagradas Escrituras claramente indican que el sobreveedor (epíscopos) era un anciano (presbúteros), pero no continúa con que cada anciano era un sobreveedor. Si el anciano carecía de los requisitos dados en las Sagradas Escrituras como para ser un sobreveedor, claramente, él no sería designado.
Las siguientes Escrituras aclaran, de cualquier modo, que en una forma general un hermano anciano sería un sobreveedor. En Hechos 20:17, leemos que Pablo llamó a los ancianos de la asamblea de Éfeso para que le vean en Mileto. Al dirigirse a ellos dijo: “Mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos” (Hechos 20:28). Asimismo, Pablo instruyó a Tito cuando le dijo para que “establecieses ancianos en cada ciudad”, y dando los requisitos, él continúa diciendo: “porque es necesario que el obispo sea irreprensible” (Tito 1:7). Además, el apóstol Pedro al dirigirse a los ancianos escribió: “Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella” (1 Pedro 5:2).
Finalmente, Pablo instruye que la designación de obispo no debía ser dado a “un neófito” (1 Timoteo 3:6), es decir, no a uno que recientemente vino a la fe.
Es bueno inclinarse a la sabiduría de la Palabra de Dios. La experiencia no se obtiene en un día y está bien para los jóvenes que tengan esta restricción, todavía animándolos con la influencia de la edad, la madurez y la experiencia. Es el orden de Dios y debería ser respetado.
En Hechos 15, cuando surgió un asunto difícil, una persona nada menos que Pablo, con Bernabé y otros fueron a Jerusalén para consultar a los apóstoles y ancianos. Seguramente, hay una lección para nosotros, todo tal como es el orden de Dios.
Designar a los sobreveedores
Los apóstoles guiados por el Espíritu Santo fueron los encargados de establecer a los sobreveedores. Los apóstoles y profetas formaron los fundamentos de la Iglesia. Todo era tan nuevo que Dios no solo levantó apóstoles y profetas, sino que localmente Él levantó ancianos —hombres serios y piadosos— para que cuidasen de las iglesias locales. La idoneidad de esto es muy manifiesta.
Es notable cuán poco se dice del nombramiento actual de los sobreveedores; sin embargo, nosotros encontramos que se habla de ellos repetidamente y asociados con los apóstoles en asuntos de dirección. Leemos de Pablo y Bernabé (asociado a Pablo): “constituyeron ancianos en cada ciudad...” (Hechos 14:23); en consecuencia, nos dan la información de que la designación era apostólica.
Además, tenemos el caso de Pablo autorizando a Tito cuando le dice que “establecieses ancianos en cada ciudad”, dándolo como por su autoridad, “así como yo te mandé” (Tito 1:5).
Es evidente que el apóstol no hubiese podido dar esta autorización si designarlos no era reservado a los apóstoles. Pero se registra cuidadosamente en el caso de Tito, ésta era únicamente una comisión temporal, limitada a las asambleas en la isla de Creta. Y evidentemente de 1 Timoteo 3 notamos que Timoteo tenía conferido el mismo poder así como a Tito. En resumen, Timoteo y Tito fueron delegados apostólicos en este asunto con comisiones temporales.
Requisitos de los sobreveedores
Estos requisitos se dan en extensión en 1 Timoteo 3 y Tito 1. Leyendo la lista se verá que el dominio propio y la moderación deberían marcarlos. Si ellos no podían gobernarse a sí mismos, no podían dirigir en la iglesia de Dios.
El sobreveedor tenía que ser irreprensible, “marido de una sola mujer”. En una tierra polígama, como prevaleció en los tiempos apostólicos, se ordenó que cualquiera que tenía un oficio en la iglesia de Dios debería tener una sola mujer. Evidentemente, no significa que si un hombre perdió a su mujer y que en su viudez se casó nuevamente resulte impropio para el oficio. El griego que nosotros entendemos es claro y la traducción correcta en español es: “marido de una sola mujer”.
Es evidente que un inconverso que se convirtió después de que contrajo matrimonio con varias mujeres podía hacer parte de la iglesia, pero no era eligible para el oficio en la iglesia; sin embargo, es bien fundado como evidente que los inconversos solteros convertidos a Dios serían instruidos que la poligamia estaba mal. Pero en el inicio las cosas serían sostenidas y dejadas a la fe de los individuos. Sin lugar a duda, estas instrucciones son de inmenso valor para nuestros hermanos misioneros en tierras donde la gente todavía tiene esta práctica.
Es importante también observar que un hombre que no podía gobernar su propia casa y tener a sus hijos en obediencia no encajaba para dirigir en la Iglesia de Dios. En este caso había, evidentemente, alguna necesidad en su carácter, alguna debilidad, o podía ser inhabilidad para gobernarse a sí mismo, lo que hacía evidente que él no era capaz de dirigir en la Iglesia de Dios. Debemos tener temor que esta clara instrucción sea a menudo puesta a un lado.
Hemos visto a hombres prominentes en la obra de sobreveedores, cuyos miembros de la familia estaban completamente fuera de su control y eran un escándalo en el mundo. De la inobservancia de las Sagradas Escrituras solo puede resultar un desastre.
Además, el sobreveedor no era un neófito, es decir, uno que recientemente vino a la fe. El tal podía ser fácilmente envanecido, llegar a ser orgulloso espiritualmente, y el orgullo fue la condenación del diablo. La habilidad y el conocimiento en un hombre joven no sustituye a la experiencia de un anciano. El conocimiento no es sabiduría. Las Sagradas Escrituras nos dicen que “el conocimiento envanece” (1 Corintios 8:1), es decir, la mera adquisición de términos de la verdad; pero nos anima a que estemos “creciendo en el conocimiento de Dios” (Colosenses 1:10), es decir, no conocimiento acerca de Dios, sino un conocimiento personal de Él, pero de corazón; y esto viene tan extensamente como el resultado de la madurez espiritual: “...los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal” (Hebreos 5:14).
Finalmente, el sobreveedor debe tener un buen testimonio de los que están afuera. Esto dice mucho, ya que es únicamente en la medida en que un hombre es justo y bondadoso, recto y benévolo, alguien que manifiesta el carácter de una verdadera profesión cristiana que asegurará un buen testimonio. Las cualidades que hacen que un sobreveedor goce de una buena reputación ante los ojos del mundo son cualidades que proporcionan paz y buen gobierno en el círculo del hogar y en la Iglesia de Dios.
Requisitos adicionales del sobreveedor
En 1 Timoteo 5:17 leemos: “Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar”. Que un sobreveedor debe tener un buen conocimiento de la Palabra y que debe ser capaz de usarlo efectivamente en su labor de cuidado es manifiesto de Tito 1:9: “retenedor de la palabra fiel tal como ha sida enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen”. Pero 1 Timoteo va más allá y supone que algunos sobreveedores no solo tienen oficio, sino don, y que ellos mismos se ponen a trabajar (una palabra enérgica) en predicar y enseñar, mientras que Hechos 20:28 habla de ellos apacentando a la iglesia de Dios. Qué significan “doble honor” y “mayormente” es difícil de decir. El siguiente versículo señala la recepción de cosas materiales como un reconocimiento de su “servicio” en las cosas espirituales: “Pues la Escritura dice: No pondrás bozal al buey que trilla; y, Digno es el obrero de su salario” (1 Timoteo 5:18). Pero, indudablemente, no indica un sueldo convenido, sino más bien en amor, un agradecimiento que reconoce los beneficios recibidos espiritualmente en la provisión de cosas materiales, además de una actitud de sumisión y obediencia a los sobreveedores.
Ninguna acusación debe recibirse contra un anciano, a excepción de ser con la presencia de dos o tres testigos (1 Timoteo 5:19).
El oficio de sobreveedor no fue perpetuado
El silencio de las Escrituras debe ser cuidadosamente notado. Si el oficio de un sobreveedor iba a ser perpetuado, seguramente la inspirada Palabra de Dios no podía pasar por alto instrucciones explícitas en un asunto tan importante. Hemos visto que el establecer a los sobreveedores se pone en las manos de los apóstoles, y en el caso de Tito y Timoteo como delegados, tuvieron solo una comisión temporal para un propósito especial, cuyo trabajo como delegados apostólicos cesó cuando se llevó a cabo dicho propósito.
Es tan claro que las Escrituras no hacen provisión para la perpetuación del carácter público de los sobreveedores, y cualquier cuerpo de creyentes que se atribuyan a sí mismos tal nombramiento, ya sean llamados obispos o ancianos, es sin aprobación o autoridad de las Escrituras.
En primer lugar, el oficio de apóstol no se perpetuó. Los apóstoles y profetas formaron los fundamentos de la iglesia de Dios, “siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo” (Efesios 2:20). “La sucesión apostólica” es una invención de la mente mundana eclesiástica y es tan razonable como que un constructor hable de continuar los cimientos desde el suelo hasta el techo. Los apóstoles y profetas terminaron su trabajo cuando ellos colocaron los fundamentos, lo cual se ve en su trabajo de fundar asambleas y en su contribución al canon de las Escrituras.
Sin los escritos de los apóstoles, especialmente las Epístolas Paulinas, no tendríamos un conocimiento claro de la iglesia, ya sea como el cuerpo de Cristo, la asamblea de Dios o la casa de Dios. Si aquellos a quienes se les invistió para que establecieran a los sobreveedores ya pasaron, evidentemente el carácter público del oficio también pasó. Si los apóstoles no tienen sucesores, evidentemente los sobreveedores tampoco.
La labor del sobreveedor continúa
Mientras que ahora no hay sobreveedores reconocidos públicamente; sin embargo, es evidente que su labor debería ser realizada. Actualmente, no hay apóstoles autorizados por Dios; tan solo tenemos sus escritos que forman parte del Nuevo Testamento. Su labor de poner el fundamento de la iglesia terminó (1 Corintios 3:11), pero la obra de los sobreveedores debe continuar como dice en 1 Timoteo 3:1-7. No se necesita una designación pública para cumplir el oficio o servicio, hoy en día, puesto que no tenemos a los apóstoles.
Así, Dios levanta localmente a hombres para que realicen el oficio de sobreveedor, quienes no pueden ser llamados sobreveedores en un sentido público definitivo.
La razón para esto es digna de reflexión. Al inicio lo público y lo moral iban de la mano; en otras palabras, el sobreveedor públicamente mantenía tanto el carácter cristiano como su vigor espiritual para su trabajo.
Pero con la declinación en la iglesia lo moral quedó atrás de lo público. Cuando esto tuvo lugar el carácter público avanzó al frente y como lo moral menguaba, el ritualismo se afirmaba a sí mismo y se refugió en formas y ceremonias que son tan inertes y secas como el polvo. ¿Qué hubiese pensado el apóstol Pablo de una fotografía de un obispo con su atavío completo de vestimentas extraordinarias tal como vemos de vez en cuando en las calles? Él notaría cómo la forma y ceremonia han estrangulado el carácter amable que es propio del sobreveedor en la casa de Dios. Un soldado que recién había regresado del servicio estuvo presente en un servicio ritual. Al retornar, se le preguntó su experiencia. “Primero”, dijo, “el clero tuvo una ruta de marcha”, describiendo así su procesión, “y luego ellos trataron de envenenarnos con gas”, refiriéndose al incienso. La descripción fue al grano.
Dios previó que lo moral no mantendría el paso con lo público y así no proveyó para la perpetuación del lado público de las cosas en la iglesia de Dios. El carácter público de las cosas terminó completamente.
Y además, si ha sido perpetuado, ¿qué fragmento de la iglesia se ha adjudicado a sí misma el derecho exclusivo de realizar nombramientos? Como están las cosas, sabemos cómo la iglesia de Roma realiza esto y cómo la iglesia estatal lo desprecian en oposición, cuando en verdad todos sus nombramientos son inválidos.
Pero ¿no va a continuar el trabajo? Esto es la razón porque nosotros creemos que mientras que se dice muy poco con respecto a aquellos que tienen el poder de nombrar, se dice mucho con respecto a los requisitos de aquellos que ejerciten el oficio o trabajo. Dios enfatiza lo moral, y donde estos requisitos existen, los santos naturalmente los reconocerán y darán al hermano el lugar que merece y lo buscarán para la guía y ayuda, y estarán dispuestos a recibir su ministración de cuidado y amor que Dios ha puesto en su corazón.
Tal hombre no tendrá que buscar un lugar; el lugar le buscará a él. Sí, con seguridad, el trabajo de supervisión va a continuar, pero insistimos en que Dios enfatiza el lado moral de las cosas, como en verdad se enfatiza en todos los sentidos en las Escrituras.
Diáconos
La palabra griega para diácono, diakonos, es la palabra ordinaria para un siervo, uno que hace un trabajo servil; ésta viene de la preposición día (a través de) y konis (polvo), y describe a un mensajero que permanecía polvoriento mientras realizaba los mandados de su amo; o alguien que durmió en el polvo y la ceniza en la casa, dispuesto a cualquier servicio de baja categoría. En torno a esta palabra muy humilde con ningún significado religioso definido, ha crecido una idea eclesiástica ritualista. Nosotros deberíamos desechar esto de nuestras mentes y buscar deducir el significado escritural.
La palabra se usa en un sentido amplio y no solo se emplea para describir servicios eclesiásticos, sino también para magistrados y gobernantes. Así leemos: “es servidor (diakono) de Dios para tu bien” (Romanos 13:4). Asimismo, Pablo y Timoteo fueron hechos “ministros (diakonos) de un nuevo pacto” (2 Corintios 3:6). Además leemos: “¿Es por eso Cristo ministro (diakono) de pecado? De ninguna manera” (Gálatas 2:17).
El contexto probará si la palabra se usa en un sentido general como ministro o siervo, si es terrenal o espiritual; o en el sentido local y público particular que lo tenemos en 1 Timoteo 3:8-13. Es en este último sentido que usamos esta palabra.
Obtenemos alguna luz del nombramiento de los diáconos en Hechos 6, aunque la palabra diácono no es usada en cuanto a aquellos escogidos “para servir a las mesas”; sin embargo, es evidente que ellos fueron nombrados para servir como diáconos. En este caso fueron designados para hacer frente a una dificultad especial: la distribución de fondos para las viudas en Jerusalén. Los griegos (es decir, judíos nacidos o que moraban en Grecia u otras tierras paganas) murmuraron contra los hebreos (es decir, judíos nacidos o que moraban en Palestina), por la forma en cómo se llevaba a cabo la administración de los fondos y esta designación de diáconos era para hacer frente al caso.
Ya que los apóstoles no ocuparían su tiempo con cosas terrenales, sino que se entregarían a sí mismos para persistir “en la oración y en el ministerio de la palabra”, entonces, la asamblea escogió hombres con requisitos espirituales; por lo menos dos de ellos en su celo y don irían más allá de su mero trabajo de diáconos. Nos referimos a “Esteban, varón lleno de fe y del Espíritu Santo”, y Felipe, el único hombre descrito como evangelista en las Escrituras. Ellos ciertamente ganaron “para sí un grado honroso, y mucha confianza en la fe que es en Cristo Jesús” (1 Timoteo 3:13).
No necesitamos decir mucho con respecto a los diáconos, puesto que sus requisitos eran muy similares a los de los sobreveedores, así que no tenemos que repetirlos.
Pero había una característica especial que tenía que señalarlos a ellos y a sus esposas. No se da instrucciones en cuanto a la conducta de las esposas de los sobreveedores, puesto que su trabajo era en términos puramente espirituales. Sin embargo, los diáconos, al tener que tratar con cosas terrenales, tales como la administración de fondos, era necesario que sus esposas, quienes podían ayudarles en su buena función, deberían ser mujeres cuyo carácter llevaría respeto. Los diáconos no debían tener doblez, diciendo primero una cosa a uno y luego otra cosa a otro: sus esposas tenían que ser “honestas, no calumniadoras, sino sobrias, fieles en todo”. Uno puede entender cuánto perjuicio y rencor resultaría de la falta de cuidado o del insincero uso de la lengua del diácono o de su esposa.
Únicamente necesitamos añadir que como en el oficio del sobreveedor, no se hizo provisión para la continuación del oficio de diácono, y creemos que por la misma razón.
Una última palabra: El término diácono a menudo se traduce ministro. Había diáconos o ministros en Filipos, siempre en plural; sin embargo, el pensamiento de un ministro o el ministro encargado de una iglesia está completamente en contra de la Escritura; y es el causante y responsable de mucha de la infantilidad espiritual de muchos creyentes.
Es extraño que entre la disensión tengamos los términos de ministros y diáconos para designar diferentes oficios, cuando en las Escrituras ellos describen el mismo oficio, entre tanto que en la Iglesia Establecida tenemos obispos, sacerdotes, diáconos, una mezcla de términos, ignorando su verdadero significado. Todos los creyentes son sacerdotes y no una clase privilegiada. Esto podría ser admitido; pero ¿qué hay de bueno en admitir esto si no se practica? El admitirlo sin practicarlo priva al creyente de su sacerdocio, tanto como si no se lo admitiese y en realidad resulta ser hipocresía.
Los dones y su ordenación divina
Hay tres grandes capítulos que hablan de los dones: Romanos 12, 1 Corintios 12 y Efesios 4.
Romanos 12
Dios es el gran Encargado en este capítulo. Ya que es “conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno” (Romanos 12:3). La Casa de Dios es la esfera que incluye a la Asamblea. El don se da a los individuos y difiere de acuerdo con la soberanía del Dador.
1 Corintios 12
El Espíritu es el gran Encargado en este capítulo. Pues “todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como Él quiere” (1 Corintios 12:11). La esfera es la Asamblea principalmente, aunque sale a la esfera más amplia: La Casa de Dios.
Efesios 4
El Señor ascendido es el gran Encargado en este capítulo. “Subiendo (Cristo) a lo alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres” (Efesios 4:8). En Romanos 12 y 1 Corintios 12, los dones se dan a los individuos. Aquí los individuos mismos son los dones.
Efesios 4:1-16
Aquí el tema se mira desde el aspecto más amplio posible.
1.- Desde el punto de vista de los propósitos eternos de Dios en la eternidad pasada.
2.- Con la completa obra de Dios en y a través de toda la iglesia de Dios en vista.
3.- En su relación con el mundo.
4.- En perspectiva de todo el cumplimiento de la obra de Dios y la completa aptitud de la iglesia para la gloria.
En Salmo 68:18 leemos: “Subiste a lo alto, cautivaste la cautividad, tomaste dones para los hombres, y también para los rebeldes, para que habite entre ellos JAH Dios”. Sin lugar a duda, esto se refiere a las bendiciones a las que el hombre generalmente ingresará como consecuencia del triunfo expiatorio y ascensión del bendito Señor; y en particular se verá en el cumplimiento en el Milenio.
Pero en Efesios 4:8 donde esta escritura es citada, una palabra ha sido cambiada: “Por lo cual dice: Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres”. Cuando el Espíritu Santo cita la Escritura en el Nuevo Testamento, la cita es tan escritural en el lugar del Nuevo Testamento como lo es en el Antiguo, y cualquier alteración en la cita que realiza el Espíritu Santo hace de la alteración Escritura.
Aquí encontramos que los dones son dados, no en alusión a Israel sino a la iglesia y teniendo en perspectiva la bendición del mundo, por eso dice: “dio dones a los hombres”. Si comprendiéramos esto mejor, cuánto nos ayudaría en nuestra relación cristiana. No somos del mundo, pero estamos para la bendición del mundo a través de Cristo. No estamos aquí para establecer un mundo justo, sino para permitir que nuestra luz brille para Su gloria y que Él pueda usarnos.
En la época del Milenio, “las naciones que hubieren sido salvas andarán a la luz de ella (la ciudad celestial: la Iglesia en relación con la tierra del Milenio); y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella” (Apocalipsis 21:24). Por supuesto, la iglesia no tiene luz en sí misma; es la luz de Cristo. Es luz transmitida. ¡Ay! Cuánto se la obstruye actualmente, por la carnalidad, disposiciones mundanas y una concepción equivocada de que el cristiano está aquí para establecer un mundo justo, pero en aquel día el instrumento —la iglesia— no tendrá obstrucción de elemento alguno que sea obstáculo y la luz de Cristo brillará a través de la Iglesia hacia adelante en toda su bienaventuranza y utilidad.
Los dones eran cinco: apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros. Estos dos últimos son puestos juntos, puesto que sus ministraciones estaban más o menos combinadas.
¿Qué es don?
¿Qué es don? Aquí el individuo es el don, pero él es un don en virtud de que posee un don. ¿Qué es el don en este último sentido? Es habilidad divina ministrada en la gracia soberana por el Señor ascendido, por medio de lo cual Él designa para continuar Su trabajo de bendición espiritual en el mundo. Alguien lo ha descrito como “la expresión de una impresión”.
En el caso de los apóstoles, debe haber sido una impresión maravillosa de todo el esquema que Dios tenía en vista, así que, yo supongo que los apóstoles tenían todos los dones. El evangelista debía tener una profunda impresión de lo que es el evangelio en toda su bienaventuranza, un sentimiento vívido de la gracia de Dios, un profundo sentido del juicio que aguarda a los perdidos, y así él da ferviente expresión a todo esto. Un maestro debe tener una profunda impresión de la verdad en todas sus partes y da expresión a eso.
La ordenación
Esta es distintamente la prerrogativa del Señor. Yo recuerdo que cuando daba un discurso hace algunos meses, un extraño se me apareció y dijo: “¡Qué lástima que usted no es ordenado!” Yo repliqué: “Soy ordenado con la ÚNICA ordenación válida”, y continué para explicar. Permítanme ser claro respecto a esto: la ordenación es de lo alto, y únicamente de allí. Déjenme rehusar cualquier otra ordenación. Podría haber expresiones dichosas de compañerismo en el servicio de alguien ordenado así, pero la ordenación en sí misma está en las manos del Señor únicamente, y es un acto soberano de Dios.
Apóstoles y profetas
Estos están vinculados juntamente para formar el fundamento de la iglesia. Esto prueba que el trabajo de estos dones está completo y que no continúan hoy en la iglesia cristiana. El fundamento está puesto y luego tiene su lugar la superestructura.
Los apóstoles (excepto Matías y Pablo) fueron escogidos personalmente por el Señor cuando estaba en la tierra y en esta forma ellos tuvieron un lugar único y nadie puede cuestionar su posición. Matías fue escogido por medio de la suerte para suceder a Judas. Los apóstoles de este modo reconocían que el Señor tuvo esta selección. Pablo fue ordenado directamente desde la gloria sin la intervención de hombre en cualquier forma o sentido, como él lo señala en Gálatas 1.
Hebreos 3:1 atrae la atención hacia Cristo como el “Apóstol... de nuestra profesión [confesión, creencia]”. Por Apóstol se quiere decir Alguien que revela a Dios, introduciendo la luz y conocimiento de Dios; en resumen, alguien que lleva a Dios al hombre, como el Cristo, la misma bendita Persona, como nuestro gran Sumo Sacerdote, lleva al hombre a Dios: los lleva a Su presencia como adoradores en el santuario.
Los apóstoles escogidos por el Señor fueron hombres llamados divinamente para continuar la obra que empezó el Señor, y fueron los que introdujeron en el mundo el sistema divino que llamamos cristiandad, no como un sistema que pertenece al mundo, sino como uno que atrae al hombre fuera del mundo.
Por un lado, ellos realizaron su obra al fundar las asambleas primitivas, y por el otro lado, por su ministerio oral y en escribir las epístolas inspiradas y el Apocalipsis. Así, la Escritura habla de “la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros” (Hechos 2:42).
Ellos tenían dones milagrosos porque el propósito era acreditarles ante los ojos de aquellos entre quienes ellos testificaban. Pero la cosa fundamental no era estos dones milagrosos, sino el depósito espiritual que Dios colocó en los corazones de hombres mediante su instrumentación. Los dones milagrosos estaban en relación con la parte espiritual de su trabajo —evangelización, pastoreo, enseñanza— así como el andamio está relacionado al edificio: el andamio se quita una vez que el edificio está completo.
En Apocalipsis 21:14, Juan nos dice que la ciudad santa, figura de la Iglesia en su aparición en el milenio, tenía “doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero”. Juan en Apocalipsis responde a Pablo, quien en Efesios nos da la obra de los apóstoles y profetas como que están formando el FUNDAMENTO, “siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo”. Aquí en la visión de Juan, el fundamento se ve en su manifestación final en una iglesia glorificada.
Los profetas también tuvieron una posición única en la iglesia primitiva. 1 Corintios 14 nos informa del carácter de su don. Evidentemente, en aquellos días, cuando las Escrituras no estaban completas, los profetas fueron escogidos por Dios e inspirados por Él para hacer revelaciones de la verdad: estas revelaciones se encuentran actualmente dentro de las tapas de la Palabra de Dios. Cualquiera que hoy en día pretenda tener una revelación extra escritural, algo adicional que va más allá de las Escrituras, podría ser desenmascarado de una vez, y se lo debe rechazar con severidad.
La idea popular de un profeta es de alguien que predice acontecimientos futuros. Esta es la parte del ministerio que recurre a la curiosidad y al intelecto, y de ahí está el peligro de así manipular la Escritura profética. La profecía siempre se propone tener un efecto presente y dominante en las mentes de quienes lo reciben.
Pero una breve reflexión muestra que esto es solo una parte de su ministerio. Una gran parte del ministerio de los profetas del Antiguo Testamento se dio para traer la mente de Dios en relación con el estado de la gente y llamándolos para su arrepentimiento. No era solo decir, sino también predecir al futuro. Así fue con los profetas del Nuevo Testamento. Pero separadamente de la revelación especial, la cual ha finalizado completamente con ellos, tenemos el carácter profético de su ministerio, y “el que profetiza habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación” (1 Corintios 14:3). Cuánto de esto podría ser buscado, hoy en día, para sincero provecho.
Evangelistas
El significado de la palabra evangelista es el portador de buenas noticias. Aquellas noticias son el evangelio de la gracia de Dios. Dondequiera que vaya se caracteriza por proclamar el evangelio de Dios. Efesios 4 es la única Escritura donde el evangelista se menciona entre los dones. Donde el punto de vista es el ejercicio del don en la asamblea o en la esfera más amplia de la casa de Dios, como en 1 Corintios 12 y Romanos 12, los evangelistas como tales no tienen lugar. Pero donde está en vista los completos consejos de Dios por un lado, y por el otro, el cumplimiento total de la obra, el evangelista tiene su lugar. Qué privilegio tan santo y elevado es cuando se da este don.
Pero nótese que el fundamento de los apóstoles y profetas se coloca antes del evangelista como un don por separado que se presenta ante nosotros. Es decir que la asamblea debe ser su hogar: él sale de la asamblea y regresa a la asamblea. Él debe su ordenación únicamente al Señor ascendido y a Él solamente pide ayuda espiritual y dirección. La asamblea no debería controlar o dirigir sus pasos.
Aunque si es claro que él ha recibido ordenación celestial, los santos de Dios no se demorarán en imponerle sus manos (es decir, para expresar comunión con él en su trabajo, y ayudarlo en ello, en cualquier forma que él tenga necesidad).
El evangelista en su trabajo bien ha sido comparado a un compás para dibujar círculos. Hay la pata fija en el centro y la pata floja, siempre ligada a la pata fija, haciendo su alcance a igual distancia del centro, describiendo el mayor círculo que puede.
En una forma simbólica similar, el evangelista tiene una pierna fija, en la asamblea. Y como un santo de Dios, él tiene sus responsabilidades así como los otros santos de Dios las tienen. Él es un miembro del cuerpo de Cristo tanto como lo son sus hermanos compañeros.
Como evangelista, él sale en una comisión itinerante, llevando las buenas nuevas del evangelio tan lejos y ampliamente como le es posible. Pero su deseo es que sus convertidos encuentren el mismo hogar como él mismo, inclusive la asamblea de Dios. Allá ellos son llevados bajo maravillosas influencias, reunidos al nombre del Señor, disfrutando de la única comunión que la Escritura reconoce: “la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor” (1 Corintios 1:9). Allí ellos expresan su comunión con la muerte de Cristo en la Cena del Señor, llegando bajo el ejercicio de los dones de los pastores y maestros, aprendiendo lo que es la doctrina y la comunión de los apóstoles, y estando donde “todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor” (Efesios 4:16).
Ya hemos indicado que el evangelista no está bajo la dirección de la asamblea para llevar a cabo su trabajo. Sin embargo, si en su trabajo claramente transgrede los principios de la verdad o utiliza métodos y formas que no son espirituales, y esto resulta en un descrédito en la obra del Señor, evidentemente es un servicio de hermanos piadosos el señalar amablemente dónde ha ultrapasado los límites escriturales. Si el evangelista es sabio, pondrá atención y estará agradecido por la amonestación. Lo mismo se podría decir del pastor y maestro. Se necesita gran humildad y gracia para ofrecer amonestaciones piadosas. Asimismo, se requiere de grande gracia para recibirlas.
Pastores y maestros
A diferencia de los evangelistas, cuya esfera de labor está fuera de la asamblea, la esfera de los pastores y maestros está dentro de la asamblea. La idea de la palabra “pastor” es aquella de pastor de ganado. Así como el pastor escoge el pasto para su rebaño, de igual manera el pastor apacienta a los santos de Dios. La exhortación de Pedro a los ancianos es: “Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros” (1 Pedro 5:2). El significado de la palabra “maestro” es obvio, sugiriendo el pensamiento de un instructor de alumnos o aprendices.
Es significativo que el pastor se menciona antes del maestro, aunque conjuntamente. El pastor apacienta; el maestro enseña. El primero tiene ante él las necesidades de los santos en la forma de alimento espiritual y él está en contacto con su condición y conoce cómo usar la Palabra de Dios hábilmente, de tal forma que él apacienta las almas de los santos. El maestro está más ocupado con la verdad; él lo lleva a cabo en una manera sistemática y es muy útil para aquellos que están interesados en la verdad.
Algunos tienen la idea de que un pastor principalmente o enteramente visita a los santos en sus casas y realiza lo que popularmente se llama “visitas pastorales”. Esto podría o no ser parte de su trabajo: dichoso si es así; pero su don de pastor ciertamente encuentra su expresión principal y más elevada en el ministerio, adaptado a las condiciones y necesidades de aquellos a quienes les habla.
El evangelista sale con el evangelio y trae a sus conversos, el pastor los apacienta y el maestro los instruye en la verdad.
No debería haber rivalidad entre el evangelista y el pastor y maestro porque su trabajo está bajo la dirección del mismo Señor; son complementarios el uno para el otro. Todos están trabajando hacia una gran consumación gloriosa, aun para la manifestación de la Iglesia como el resultado de la sabiduría y poder de Dios para Su gloria únicamente a través de los siglos de los siglos.
El apóstol Pablo tuvo el ministerio del evangelio y el ministerio de la iglesia encomendado a él y él fue el príncipe de los evangelistas, el mayor guardián de los pastores y el más sabio de los maestros, mostrando de este modo cómo estos dones son complementarios el uno con el otro.
Los dones perpetuados
Los dones se dan “a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:12-13).
El Señor es fiel a Su asamblea, pues en la medida en que los santos estén aquí sujetos a la gran Cabeza de la iglesia, la cual es Su cuerpo. Él cuidará de Sí mismo. Su bendito ministerio de esta forma continuará hasta que termine la historia de la iglesia en la tierra y que nosotros seamos como el Señor y estemos con Él.
Cuando entremos en el ministerio del Espíritu, así como se nos ha dado, estaremos creciendo hacia la medida de la estatura de la plenitud de Cristo, y no seremos llevados de todo viento de doctrina, lo cual caracteriza a los santos de Dios actualmente. Deberíamos ser ejercitados en cuanto a esto.
Que el Señor nos conceda por Su gracia ser instrumentos útiles en Sus manos.
Que, motivados por Su amor, utilicemos aquellos dones que nos ha concedido.
Y que todo lo que digamos y hagamos sea para Su gloria y honor.
El sacerdocio: El privilegio de todos los cristianos
Este es el privilegio de todos los cristianos. Una de las mayores causas de la debilidad que predomina en la iglesia profesante de Dios, se debe a que esta gran verdad ha sido puesta a un lado. El sacerdocio ha sido presuntuosamente otorgado como el derecho de una clase privilegiada; lastimosamente hay muchos quienes son inconversos y otros muchos que, aunque son cristianos, claramente les falta la ordenación del cielo.
El significado de la raíz de la palabra sacerdote es: alguien que ofrece un sacrificio. Esto se ve claramente en el sacerdocio típico, quien ofrecía los sacrificios en el altar. En Hebreos 8:3 leemos: “Porque todo sumo sacerdote está constituido pare presentar ofrendas y sacrificios”, practicando el mismo principio. Asimismo: “vosotros... sacerdocio santo, pan ofrecer sacrificios espirituales” (1 Pedro 2:5).
Es interesante notar que la palabra hebrea para sacerdote es cohén, y todos los judíos con este nombre y sus variaciones son descendientes de Aarón y serán autorizados para el oficio sacerdotal cuando se restituya en el día del milenio (ver Ezequiel 46).
El equivalente en latín para sacerdote es sacerdos, a partir del cual se ha originado la palabra sacerdotal; entre tanto que el equivalente griego es hierens, a partir de cual se ha originado la palabra jerarquía, mostrando de esta forma cuán remotamente se han removido los pensamientos del hombre mundano y carnal cuando ellos se dedican a asuntos religiosos. Sacerdotal y jerárquico son palabras que hablan del orgullo religioso y pompa que culmina en “un misterio: BABILONIA LA GRANDE, LA MADRE DE LAS RAMERAS Y DE LAS ABOMINACIONES DE LA TIERRA” (Apocalipsis 17:5).
Cada creyente es un sacerdote
Dos escrituras prueban esto. Pedro al dirigirse a los creyentes dice: “vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo... vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio” (1 Pedro 2:5-9). Además: “Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con Su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, Su Padre...” (Apocalipsis 1:5-6). La Nueva Traducción (en Inglés) de J. N. Darby da una mejor traducción de este pasaje: “Al que nos ama y nos ha librado de nuestros pecados en Su sangre, y ha hecho de nosotros un reino, y sacerdotes al servicio de Su Dios y Padre...”.
De esto aprendemos que todos los creyentes son sacerdotes en esta dispensación. Y si todos los creyentes no ejercitan su sacerdocio, no son solo ellos los perdedores, sino que Dios también pierde. A Él se le roba la adoración que busca de Sus redimidos. Es un asunto serio sostener la doctrina del sacerdocio de todos los creyentes y no practicarla, puesto que sostenerla y no practicarla es condenarnos a nosotros mismos en una forma muy seria. Se ve cuan profundamente se perjudica la gloria de Dios en esto cuando nuestro Señor dijo: “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren” (Juan 4:23). Que pueda este librito ser un medio en la mano de Dios para avivar a Su amado pueblo para que le den a Él la satisfacción de Su corazón en una medida más completa.
¿Qué ofrece el sacerdote?
Se nos dice claramente en 1 Pedro 2:5: “Para ofrecer sacrificios espirituales”; mientras que en Hebreos 13:15 se confirma que “ofrezcamos siempre a Dios, por medio de Él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan Su nombre”. Cuán alejado está esto del sacrificio sin sangre que la misa del Catolicismo Romano ofrece de una forma blasfema sobre sus miles de altares; o lo que se ofrece en los elevados altares anglicanos, que también lo alejan en la misma dirección.
Cuán dulce y simple es cuando los santos de Dios se reúnen únicamente al nombre del Señor y en el poder del Espíritu Santo ofrecen su sincera adoración y alabanza. Esto es superior al servicio para el Señor, superior al ministerio para el hombre; es ministerio para Dios, el mayor privilegio de todos y que el cielo no ofrecerá ninguno mayor.
¿Estamos en condición sacerdotal?
Lastimosamente hay decenas de miles del pueblo de Dios que nunca han ejercido su sacerdocio, porque no están en condición sacerdotal. Ellos están satisfechos con que una clase especial les robe su privilegio; pues continúan en organizaciones diseñadas para poner todo en las manos de un solo hombre. O están en un sitio donde se reconoce el lugar del Espíritu de Dios, pero hay apatía espiritual o se permite una mente y modos carnales; o podría inclusive ser malas prácticas, dándoles una mala conciencia. Así, ellos no están en condición de ejercer su sacerdocio.
La ley levítica pone el canon, en que un sacerdote que tenía un defecto, ya sea ciego, cojo, mutilado, sobrado o que tenga quebradura de pie o rotura de mano, no debía entrar hasta el velo o venir cerca del altar, aunque podía comer del pan de su Dios, de lo muy santo y de las cosas santísimas (ver Levítico 21:16-23). Esto sostiene lo que decimos.
¿No deberíamos nosotros, como creyentes, ambicionar estar en una condición en la cual con plenitud de corazón, agradecidamente derramemos nuestra adoración y alabanzas a Dios el Padre y a nuestro Señor Jesucristo?
Por supuesto, las hermanas son tan sacerdotes como los hermanos, aunque en los caminos de Dios (todo sabio) se ordena que únicamente los hermanos tengan parte audible en la asamblea. Si una hermana, puesto que no se le permite que tenga parte audible en la asamblea, entra en la Asamblea sin estar ejercitada, sería una traba en la reunión. Pero si ella viene y es ejercitada, será una gran ayuda y podría ser usada por Dios en animar a ponerse en pie a hermanos tímidos.
¿Adoramos al Padre?
En el Antiguo Testamento el Padre no se reveló y la adoración siempre era a Dios. El pueblo únicamente podía entrar al patio exterior; tan solo los sacerdotes en el lugar santo, pues “aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo” (Hebreos 9:8).
Pero ahora el velo está rasgado a consecuencia de la obra consumada de Cristo, y todos los creyentes tienen “libertad pala entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que Él nos abrió a través del velo, esto es, de Su carne” (Hebreos 10:19-20).
No solo eso, sino que en el Nuevo Testamento se revela al Padre. Los creyentes ahora son llevados a una relación y dignidad de hijos, y como hijos, es su santo y mayor privilegio adorar al Padre. Nuestro Señor dijo en Juan 4 que el Padre estaba buscando adoradores que le adoren en espíritu y en verdad: “en espíritu”, en oposición a formas y ceremonias; “en verdad”, formado por la revelación de Dios como el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Nosotros también tenemos la asociación de los creyentes con el Señor, tal como le dijo a María Magdalena: “Ve a Mis hermanos, y diles: Subo a Mi Padre y a vuestro Padre, a Mi Dios y a vuestro Dios” (Juan 20:17). Cuán maravilloso que Él “no se avergüenza de llamarlos hermanos” (Hebreos 2:11). En Apocalipsis 1:6 se dice que los creyentes son un reino de sacerdotes para Su Dios y Padre.
Adoración: El servicio del cielo
La palabra griega para adoración, proskuneo, significa besar (la mano) hacia. Tal como un fiel vasallo se inclina humilde ante su soberano y besa su mano en señal de lealtad y reverencia, así es como debe ser, inclinarnos humildes al bendito Dios, conocido también como Padre, y expresar en tonos débiles y temblorosos, el aprecio de todo lo que Él es en su misma bendita Persona. También, tenemos el privilegio de inclinarnos humildes de corazón ante el Hijo, nuestro bendito Señor Jesucristo, quien ha llevado a la naturaleza humana al trono eterno, en quien todo lo de la cristiandad se revela y por quien toda bendición se manifiesta y vierte nuestro corazón en adoración.
Esta es la mayor bienaventuranza del ser viviente, y esto será el servicio eterno del cielo, empezado aquí en debilidad y flaqueza, para continuar allá en plenitud y por la eternidad.
Se empieza aquí el canto eternal;
Pronto ha de resonar
Por todo el orbe celestial,
Extasiado allí el cantar.
Cómo agradecemos a Dios por las arras o garantía del Espíritu, enviado a nuestros corazones para que pudiésemos gustar estas cosas y así ser atraídos con pasos vivificados a aquellas escenas de gloria y bienaventuranza inefable, donde conoceremos como somos conocidos.