Mateo Capítulo 23

Matthew 23  •  4 min. read  •  grade level: 16
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La Posición De Los Discípulos Como Parte De La Nación
El capítulo 23 muestra claramente hasta qué punto son contemplados los discípulos en relación con la nación, ya que ellos eran judíos, aunque el Señor juzga a los líderes, quienes engañaban al pueblo y deshonraban a Dios con su hipocresía. Él habla a la multitud y a Sus discípulos, diciendo: “En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos.” Siendo, de esta manera, expositores de la ley, tenían que ser obedecidos de acuerdo a todo lo que ellos decían conforme a esa ley, aunque su propia conducta no fuera sino hipocresía. Lo que es importante aquí es la posición de los discípulos; esta es, de hecho, la misma que la de Jesús. Ellos están en relación con todo lo que es de Dios en la nación, es decir, con la nación como pueblo reconocido por Dios—por consiguiente, con la ley que poseía autoridad de Dios. Al mismo tiempo, el Señor juzga, y los discípulos también tenían que juzgar, en la práctica, el andar de la nación, tal como los representaban públicamente sus líderes. Mientras ellos aún forman parte de la nación, debían evitar cuidadosamente el andar de los escribas y los Fariseos. Después de reprocharles su hipocresía a estos pastores de la nación, el Señor señala la manera con que ellos mismos condenaban las acciones de sus padres—que edificaban los sepulcros de los profetas a quienes habían matado. Ellos eran, en ese momento, los hijos de aquellos que los mataron, y Dios iba a someterlos a prueba enviándoles también profetas, sabios y escribas, y ellos llenarían la medida de su iniquidad dando muerte a todos ellos y persiguiéndolos—condenados así por sus propias bocas—a fin de que toda la sangre justa que se había derramado, desde la de Abel hasta la del profeta Zacarías, viniese sobre esta generación. ¡Horrible carga de culpa acumulada desde el principio de la enemistad que el hombre pecador, situado bajo responsabilidad, ha mostrado siempre al testimonio de Dios; y que crecía a diario porque la conciencia se endurecía más cada vez que resistía este testimonio! Por medio del sufrimiento de sus testigos, la verdad era tanto más manifiesta. Era una roca, puesta en evidencia, a ser evitada en el camino del pueblo. Pero ellos persistieron en su mal andar, y cada paso que daban, cada acto similar, era la prueba de una terquedad aún creciente. La paciencia de Dios, mientras actuaba en gracia en el testimonio, no había dejado de prestar atención a los caminos de ellos, y bajo esta paciencia se había acumulado todo. Todo sería amontonado sobre la cabeza de esta generación réproba.
Observen aquí el carácter dado a los apóstoles y a los profetas cristianos. Ellos son escribas, sabios, profetas, enviados a los judíos—a la siempre rebelde nación. Esto presenta muy claramente el aspecto bajo el cual este capítulo los considera. Incluso los apóstoles son “sabios”, “escribas”, enviados a los judíos como tales.
Pero la nación—Jerusalén, la ciudad amada por Dios—es culpable, y es juzgada. Cristo, como hemos visto, desde la curación del ciego cerca de Jericó, se presenta como Jehová el Rey de Israel. ¡Cuán a menudo Él habría juntado a los hijos de Jerusalén, y ellos no quisieron! Y ahora su casa quedaría desolada hasta que (al ser convertidos sus corazones) utilizaran el lenguaje del Salmo 118, y, deseándolo, saludaran en Su llegada al que venía en nombre de Jehová, buscando la liberación de manos de Él y rogándole por ella—en una palabra, hasta que exclamaran Hosanna al que venía. No verían más a Jesús hasta que, humillados de corazón, llamaran bendito a Aquel que estaban esperando, y a quien ahora rechazaban—resumiendo, hasta que estuvieran preparados de corazón. La paz debía seguir a Su venida, y el deseo la precederla.
La Posición De Los Judíos Ante Dios
Los últimos tres versículos exhiben claramente la posición de los judíos, o de Jerusalén, como el centro del sistema ante Dios. Desde tiempo atrás, y muchas veces, Jesús, Jehová el Salvador, habría juntado a los hijos de Jerusalén como una gallina junta sus polluelos debajo de sus alas, pero ellos no quisieron. Su casa permanecería abandonada y desierta, pero no para siempre. Después de haber dado muerte a los profetas, y apedreado a los mensajeros enviados a ellos, habían crucificado a su Mesías, y rechazaron y mataron a aquellos que Él envió para anunciarles la gracia, incluso después de Su rechazo. Por consiguiente, no le iban a ver más hasta que se hubieran arrepentido y el deseo de verle se produjera en sus corazones, de tal modo que estuvieran preparados para bendecirle, y confesaran su prontitud para hacerlo. El Mesías, quien estaba a punto de dejarlos, no sería visto más por ellos hasta que el arrepentimiento hubiese vuelto sus corazones hacia Aquel que ahora estaban rechazando. Entonces, ellos le verían. El Mesías, viniendo en el nombre de Jehová, será manifestado a Su pueblo Israel. Es Jehová su Salvador quien va a aparecer, y el Israel que le había rechazado le vería como tal. El pueblo volvería así al goce de su relación con Dios.
Tal es el retrato moral y profético de Israel. Los discípulos, como judíos, eran vistos como parte de la nación, aunque como un remanente espiritualmente apartado de ella, y dando testimonio en ella.