Mateo Capítulo 20

Matthew 20  •  5 min. read  •  grade level: 13
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Obreros En La Viña Del Dios; El Llamamiento De Dios Y Su Gracia
Podemos observar que, cuando el Señor responde a Pedro, esto fue la consecuencia de haber dejado todo por Cristo a Su llamado. El motivo era Cristo mismo; por lo tanto Él dice: “Vosotros que me habéis seguido.” (Mateo 19:28). Él habla también de aquellos que lo habían hecho por amor a Su nombre. Este era el motivo. La recompensa es un estímulo, cuando, por causa de Él, estamos ya en el camino. Este es siempre el caso cuando se habla de recompensa en el Nuevo Testamento. Aquel que fue llamado a la hora undécima, dependía de esta llamada para su entrada en la obra; y si, en su bondad, el patrón escogía darle tanto como a los demás, ellos deberían haberse alegrado por ello. Los primeros se adhirieron a la justicia; ellos recibieron aquello que se acordó; los últimos gozaron de la gracia de su señor. Y hay que observar que ellos aceptan el principio de la gracia, de la confianza en ella. ‘¡Yo daré lo que sea correcto!’ El gran punto en la parábola es ese: confianza en la gracia del señor de la viña, y la gracia como el terreno de la acción de ellos. Pero ¿quién lo comprendía? Un Pablo podía entrar en la obra tarde, habiéndole llamado Dios, y ser un testimonio más fuerte de la gracia que los obreros que habían trabajado desde el amanecer del día del evangelio.
Participación En Los Sufrimientos Del Señor
El Señor prosigue, más tarde, el asunto con Sus discípulos. Sube a Jerusalén, donde el Mesías debió haber sido recibido y coronado, para ser rechazado y ser muerto, pero para resucitar más tarde; y cuando los hijos de Zebedeo vienen y le piden los dos primeros lugares en el reino, Él responde que, de hecho, podía conducirlos al sufrimiento; pero en cuanto a los primeros lugares en Su reino, no podía otorgárselos, excepto (conforme a los consejos del Padre) a aquellos para quienes el Padre los había preparado. ¡Maravillosa abnegación! Es por el Padre, por nosotros, que Él obra. Él no dispone de nada. Puede otorgar a aquellos que le sigan una parte en Sus sufrimientos; todo lo demás será dado según los consejos del Padre. ¡Pero qué verdadera gloria para Cristo y qué perfección en Él, y qué privilegio para nosotros tener sólo este motivo, y participar en los sufrimientos del Señor! ¡Y qué purificación de nuestros corazones carnales se nos propone aquí, al hacernos actuar solamente para un Cristo sufriente, compartiendo Su cruz, y encomendándonos a Dios para la recompensa!
El Espíritu De Cristo Un Espíritu De Servicio
Entonces, el Señor aprovecha la ocasión para explicar los sentimientos que convienen a Sus seguidores, cuya perfección habían visto en Él mismo. En el mundo, se buscaba una autoridad; pero el espíritu de Cristo era un espíritu de servicio, que llevaba a la elección del lugar más bajo, y a la completa entrega hacia los demás. Principios preciosos y perfectos, la plena perfección resplandeciente de lo que se manifestó en Cristo. La renunciación a todo, a fin de depender confiadamente en la gracia de Aquel a quien servimos, la consiguiente prontitud a ocupar el lugar más bajo, y ser así el siervo de todos—este debía ser el espíritu de aquellos que tienen parte en el reino establecido ahora por el Señor rechazado. Esto es lo que conviene a Sus seguidores.
La Última Presentación De Cristo a Israel Como El Hijo De David; El Comienzo De Las Escenas Finales De Su Vida
Con el final del versículo 28, termina esta porción del Evangelio, y comienzan las escenas finales de la vida del bendito Salvador. En el versículo 29, comienza Su última presentación a Israel como Hijo de David, el Señor, el verdadero Rey de Israel, el Mesías. Comienza Su carrera en este aspecto en Jericó, el lugar donde Josué entró en la tierra—el sitio sobre el cual la maldición había permanecido tanto tiempo. Él abre los ojos ciegos de Su pueblo que cree en Él y le recibe como el Mesías, porque tal era Él en verdad, aunque rechazado. Ellos le saludan como Hijo de David, y Él responde a su fe abriéndoles sus ojos. Ellos le siguen—una figura del verdadero remanente de Su pueblo, que le esperará.