Mateo Capítulo 17

Matthew 17  •  18 min. read  •  grade level: 15
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La Transfiguración
Jesús los conduce a un monte alto, y allí es transfigurado ante ellos: “Resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz.” Moisés y Elías aparecieron también hablando con Él. Dejo el tema del discurso de ellos, el cual es profundamente interesante, hasta que lleguemos al Evangelio de Lucas, quien añade algunas circunstancias más, las cuales, en algunos respectos, dan otro aspecto a esta escena.
Aquí el Señor aparece en gloria, y Moisés y Elías con Él: uno es el legislador de los judíos; el otro (casi distinguidos por igual), el profeta que intentó hacer volver a las diez tribus apostatas a la adoración de Jehová, y quien, desesperanzado a causa del pueblo, regresó a Horeb, desde donde la ley fue dada, y después fue tomado al cielo sin pasar por la muerte.
El Error De Pedro; El Objeto De La Complacencia Del Padre Ha De Ser El Nuestro
Estas dos personas, ilustres de forma preeminente en los tratos de Dios con Israel, uno como el fundador y el otro como restaurador del pueblo en relación con la ley, aparecen en compañía de Jesús. Pedro (impresionado por esta aparición, gozándose de ver a su Maestro asociado con estos pilares del sistema judío, con tales eminentes siervos de Dios, ignorante de la gloria del Hijo del Hombre y olvidando la revelación de la gloria de Su Persona como el Hijo de Dios) desea construir tres enramadas, y colocar a los tres al mismo nivel como oráculos. Pero la gloria de Dios se manifiesta; es decir, la señal conocida en Israel como la morada (Shekina) de esa gloria; y la voz del Padre es escuchada. La gracia puede colocar a Moisés y Elías en la misma gloria que la del Hijo de Dios, y asociarlos con Él; pero si la locura del hombre, en su ignorancia, los quiere situar juntos como teniendo la misma autoridad sobre el corazón del creyente, el Padre debe vindicar de inmediato los derechos de Su Hijo. No pasa un momento antes de que la voz del Padre proclame la gloria de la Persona de Su Hijo, Su relación con Él, que Él es el objeto de todo Su afecto, y en quien tiene toda Su complacencia. Es a Él a quien los discípulos tienen que oír. Moisés y Elías han desaparecido. Cristo está allí solo, como el Único que ha de ser glorificado, el Único que enseñaría a aquellos que escuchen la voz del Padre. El Padre mismo le distingue y le presenta a la atención de los discípulos, no porque fuese digno del amor de ellos, sino como el objeto de Su propia complacencia. En Jesús, Él mismo estaba muy complacido. Así, los afectos del Padre se nos presentan como los que gobiernan los nuestros—colocando ante nosotros un objeto común. ¡Qué posición para unas pobres criaturas como nosotros! ¡Qué gracia!
Jesús El Único Dispensador Del Conocimiento Y La Mente De Dios
Al mismo tiempo, la ley y toda idea de su restauración bajo el antiguo pacto, habían pasado; y Jesús, glorificado como Hijo del Hombre, e Hijo del Dios viviente, permanece el único dispensador del conocimiento y la mente de Dios. Los discípulos se postran sobre sus rostros, sienten temor, al oír la voz de Dios. Jesús, para quien esta gloria y esta voz eran familiares, les anima, como siempre hizo cuando estaba en la tierra, diciendo: “no temáis.” Estando con Aquel que era el objeto del amor del Padre, ¿por qué debían temer? Su mejor Amigo era la manifestación de Dios en la tierra, la gloria le pertenecía a Él. Moisés y Elías habían desaparecido, y la gloria también, la cual los discípulos no podían aún soportar. Jesús—que había sido manifestado así a ellos en la gloria dada a Él, y en los derechos de Su gloriosa persona, en Sus relaciones con el Padre—permanece el mismo para con ellos como siempre le habían conocido. Pero esta gloria no tenía que ser el tema de su testimonio hasta que Él, el Hijo del Hombre, hubiese resucitado de entre los muertos—el sufriente Hijo del Hombre. La gran prueba sería dada entonces, de que Él era el Hijo de Dios con poder. El testimonio de ello debía ser rendido, y Él ascendería personalmente a esa gloria que acababa de resplandecer ante sus ojos.
La Venida Y El Rechazo De Elías Y Del Hijo Del Hombre
Pero surge una dificultad en las mentes de los discípulos, provocada por la doctrina de los escribas con respecto a Elías. Ellos habían dicho que Elías debía venir antes de la manifestación del Mesías; y, de hecho, la profecía de Malaquías autorizaba esta expectativa. ¿Por qué entonces, preguntan ellos, dicen los escribas que Elías debía venir primero (es decir, antes de la manifestación del Mesías); considerando que nosotros hemos visto ahora que Tú eres Él, sin haber venido Elías? Jesús confirma las palabras de la profecía, añadiendo que Elías debía restaurar todas las cosas: “Mas”, continúa el Señor, “os digo que Elías ya vino, y no le conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron; así también el Hijo del Hombre padecerá de ellos.” Entonces ellos comprendieron que Él hablaba de Juan el Bautista, quien vino en el espíritu y poder de Elías, como había declarado el Espíritu Santo por medio de Zacarías su padre.
Digamos unas cuantas palabras sobre este pasaje. Primeramente, cuando el Señor dice, “A la verdad, Elías viene primero, y restaurará todas las cosas”, Él no hace más que confirmar aquello que los escribas habían dicho, según la profecía de Zacarías, como si Él hubiese dicho, ‘Ellos tienen razón’. Él declara entonces el efecto de la venida de Elías: “restaurará todas las cosas.” Pero el Hijo del Hombre tenía que venir todavía. Jesús había dicho a Sus discípulos, “No acabaréis de recorrer todas las ciudades de Israel, antes que venga el Hijo del Hombre.” (Mateo 10:23). No obstante, Él había venido e incluso en ese momento estaba hablando con ellos. Pero esta venida del Hijo del Hombre de la que hablaba, es Su venida en gloria, cuando Él será manifestado como el Hijo del Hombre en juicio conforme a Daniel 7. Fue así que todo lo que se había dicho a los judíos tenía que cumplirse; y en el Evangelio de Mateo, Él les habla en relación con esta expectativa. Sin embargo, era necesario que Jesús fuera presentado a la nación y sufriera. Era necesario que la nación fuese sometida a prueba por la presentación del Mesías de acuerdo a la promesa. Esto fue hecho, y como Dios había también predicho por los profetas, fue “despreciado entre los hombres” (Isaías 53:3). De esta manera Juan fue también delante de Él, según Isaías 40, como la voz en el desierto, incluso en el espíritu y poder de Elías; él fue rechazado como el Hijo del Hombre también lo sería.
El Rechazo Del Hijo Del Hombre; La Nación Puesta a Un Lado Temporalmente Y La Restauración De Todas Las Cosas
El Señor, entonces, por medio de estas palabras, declara a Sus discípulos, en relación con la escena que recién habían dejado, y con toda esta parte de nuestro Evangelio, que el Hijo del Hombre, tal como era presentado ahora a los judíos, iba a ser rechazado. Este mismo Hijo del Hombre iba a ser manifestado en gloria, como la habían visto por un momento en el Monte. Elías, en realidad, tenía que venir, como los escribas habían dicho; pero que Juan el Bautista había cumplido ya con aquel cargo en poder para la presentación del Hijo del Hombre; la cual (siendo abandonados los judíos, como convenía, a su propia responsabilidad) terminaría sólo en Su rechazo, y en la nación puesta a un lado hasta los días en los cuales Dios comenzaría de nuevo a relacionarse con Su pueblo, todavía querido para Él, cualquiera que fuese su condición. Él restauraría, entonces, todas las cosas (una obra gloriosa que Él cumpliría trayendo de nuevo a Su Primogénito al mundo). La expresión “restaurará todas las cosas”, se refiere aquí a los judíos, y es empleada moralmente. En Hechos 3, se refiere al efecto de la propia presencia del Hijo del Hombre.
El Último Paso En La Prueba De Los Judíos; Gracia Pura
La presencia temporal del Hijo del Hombre fue el momento en que fue cumplida una obra de la que la gloria eterna dependía, y en la cual Dios ha sido plenamente glorificado, por sobre y más allá de toda dispensación, y en la cual Dios, y también el hombre, ha sido revelado, una obra en la que incluso la gloria exterior del Hijo del Hombre no es sino el fruto, en cuanto ello depende de Su obra, y no de Su divina Persona; una obra en la que, en un sentido moral, Él fue perfectamente glorificado al glorificar de manera perfecta a Dios. Con todo, con respecto a las promesas hechas a los judíos, este no fue sino el último paso en la prueba a la que ellos estaban sujetos por la gracia. Dios bien sabía que rechazarían a Su Hijo; pero no los consideraría definitivamente culpables hasta que no lo hubieran hecho realmente. Así, en Su divina sabiduría (mientras que después cumpliría Sus promesas inmutables) Él les presenta a Jesús—Su Hijo, el Mesías de ellos. Les proporciona todas las pruebas necesarias. Les envía a Juan el Bautista en el espíritu y poder de Elías, como precursor Suyo. El Hijo de David nace en Belén con todas las señales que deberían haberles convencido; pero ellos estaban cegados por su orgullo y justicia propia, y rechazaron todo. No obstante, todo esto resultó en Jesús, en gracia, adaptándose Él mismo, en cuanto a Su posición, a la mísera condición de Su pueblo. Así también Él, como el Antitipo de David rechazado en su tiempo, compartía la aflicción de Su pueblo. Si los Gentiles los oprimían, el Rey debía asociarse con la angustia de ellos, al tiempo que daba toda prueba de lo que Él era y los buscaba en amor. Al ser Él rechazado, todo se transforma en gracia pura. Ellos ya no tienen derecho a nada conforme a las promesas, y se ven reducidos a recibir todo desde esa gracia, así como un pobre Gentil lo haría. Dios no fallará en la gracia. De esta manera, Él les hace ver su propia posición de pecadores, y cumplirá, no obstante, Sus promesas. Este es el tema de Romanos 11.
Juan El Bautista Y Elías
Ahora bien, el Hijo del Hombre que regresará, será este mismo Jesús que se marchó. Los cielos le recibirán hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas (Hechos 3:21), de las cuales los profetas han hablado. Pero aquel que tenía que ser Su precursor en esta presencia temporal aquí no podía ser el mismo Elías. Por consiguiente, Juan estaba conformado a la manifestación de entonces del Hijo del Hombre, salvo la diferencia que manaba necesariamente de la Persona del Hijo del Hombre, que no podía ser sino una, mientras que este no podía ser el caso con Juan el Bautista y Elías. Pero del mismo modo que Jesús manifestó todo el poder del Mesías y todos Sus derechos sobre todo lo que pertenecía a ese Mesías, sin asumir todavía la gloria externa ya que aún no había llegado Su tiempo (Juan 7), así Juan cumplió moralmente y en poder la misión de Elías para preparar el camino del Señor delante de Él (según el verdadero carácter de Su venida, como se cumplió entonces) y respondió literalmente a Isaías 40, e incluso a Malaquías 3, los únicos pasajes aplicados a él. Esta es la razón por la que Juan dijo que él no era Elías y por la que el Señor dijo, “Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir.” (Mateo 11:14). Por lo tanto, Juan tampoco se aplicó nunca Malaquías 4:5-6 a sí mismo; pero él se anuncia a sí mismo como cumpliendo Isaías 40:3-5, y ello en cada uno de los Evangelios, independientemente de su carácter particular.
La Incredulidad Del Creyente; La Necesidad Sentida Y Su Remedio
Pero prosigamos con nuestro capítulo. Si el Señor asciende a la gloria, Él desciende ahora a este mundo en Espíritu y compasión, y se encuentra con el gentío y el poder de Satanás, con los cuales nosotros tenemos que ver. Mientras el Señor estaba en el Monte, un pobre padre había traído a los discípulos a su hijo que era lunático y estaba poseído por un demonio. Aquí se desarrolla otro carácter de la incredulidad del hombre, aquella incluso del creyente—inhabilidad para hacer uso del poder que está, por así decirlo, a su disposición en el Señor. Cristo, Hijo de Dios, Mesías, Hijo del Hombre, había vencido al enemigo, había atado al hombre fuerte y tenía el derecho a echarlo fuera. Como hombre, el Obediente a pesar de las tentaciones de Satanás, Él le había vencido en el desierto, y como hombre tenía el derecho de despojarle de su dominio sobre un hombre en cuanto a este mundo; y esto es lo que hizo. Al echar fuera demonios y sanar a los enfermos, Él liberaba al hombre del poder del enemigo. “Dios”, dijo Pedro, “ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo.” (Hechos 10:38). Ahora bien, este poder debería haber sido utilizado por los discípulos, quienes tenían que haber conocido de que modo valerse de él ellos mismos, por la fe, de aquello que Jesús había manifestado así en la tierra; pero no fueron capaces de hacerlo. Sin embargo, ¿de qué aprovechaba traer este poder aquí abajo si los discípulos no tenían fe para utilizarlo? El poder estaba allí; el hombre podía beneficiarse por medio de él para la completa liberación de toda la opresión del enemigo; pero él no tenía fe para hacerlo—incluso ni los creyentes la tenían. La presencia de Cristo en la tierra no era de utilidad, cuando incluso Sus propios discípulos no sabían cómo sacar provecho de este poder. Había más fe en el hombre que trajo a su hijo que en ellos, pues la necesitad sentida le trajo a su remedio. Por tanto, todos quedan bajo la sentencia del Señor: “¡Oh generación incrédula y perversa!” Él debe dejarlos; y aquello que la gloria había revelado arriba, la incredulidad lo comprendería abajo.
Fe Individual Satisfecha Con Bendición
Observen que no se trata aquí del mal en el mundo el que pone término a una particular intervención de Dios; al contrario, da ocasión para la intervención en gracia. Cristo vino a causa del control de Satanás sobre los hombres. Él se marcha porque aquellos que le habían recibido eran incapaces de utilizar el poder que Él trajo consigo, y que Él otorga para su liberación; no pueden valerse de él mediante las ventajas mismas que entonces gozaban. Faltaba la fe. No obstante, observen también esta verdad importante y conmovedora que, mientras tal dispensación de Dios continua, Jesús no falla para satisfacer la fe individual con bendición, incluso cuando Sus discípulos no pueden glorificarle por medio del ejercicio de la fe. La misma sentencia que juzga la incredulidad de los discípulos, llama al angustiado padre al goce de la bendición. Después de todo, para ser capaces nosotros mismos de hacer buen uso de Su poder, debemos estar en comunión con Él por la energía práctica de la fe.
Él bendice, entonces, al pobre padre según su necesidad; y, lleno de paciencia, reanuda el curso de la enseñanza que estaba dando a Sus discípulos sobre el asunto de Su rechazo y Su resurrección como Hijo del Hombre. Amando al Señor, e incapaces de hacer pasar sus pensamientos por encima de las circunstancias del momento, están turbados; y no obstante, esto era redención, salvación, la gloria de Cristo.
La Enseñanza Del Maestro; Asociación Con Él
No obstante, antes de ir más allá y de enseñarles aquello que debía ser la porción de los discípulos de un Maestro así rechazado, y la de la posición que tenían que ocupar, Él les presenta Su gloria divina y la asociación de ellos con Aquel que la tenía, del modo más conmovedor, si podían al menos comprenderlo; y al mismo tiempo, con perfecta condescendencia y ternura hacia ellos, se sitúa Él mismo con ellos, o mejor dicho, Él los coloca en el mismo lugar con Él mismo, como Hijo del gran Rey del templo y de toda la tierra.
Las Dos Dracmas: Condescendencia Divina
Los que cobraban las dos dracmas para el servicio del templo vienen y le preguntan a Pedro si su Maestro no lo pagaba. Siempre pronto a adelantarse a todo, olvidando la gloria que había visto y la revelación hecha a él por el Padre, Pedro, descendiendo al nivel común de sus propios pensamientos, ansioso de que su Maestro fuera considerado un buen judío y sin consultarle a Él, contesta a la pregunta afirmativamente. El Señor se anticipa a Pedro al entrar en la casa, y le muestra Su divino conocimiento de lo que ya había sucedido a distancia de Él. Al mismo tiempo, Él habla de Pedro y de Sí mismo como hijos los dos del Rey del templo (Hijo de Dios aún manteniendo con paciente bondad Su humilde lugar como judío) y, por lo tanto, libres ambos del impuesto. Pero ellos no debían ofender. Él, entonces, ordena a la creación (porque Él puede hacer todas las cosas, ya que Él conoce todas las cosas) y hace que un pez traiga precisamente la suma requerida, y uniendo de nuevo el nombre de Pedro con el Suyo. Él dijo, “para que no les demos motivo de escándalo” (Mateo 17:27—Versión Moderna), “dáselo por mí y por ti.” ¡Maravillosa y divina condescendencia! Él que es quien escudriña los corazones, y que dispone a voluntad de toda la creación, el Hijo del soberano Señor del templo, pone a sus pobres discípulos en la misma relación con Su Padre celestial, con el Dios que era adorado en ese templo. Se somete a las demandas que habrían sido debidamente hechas a los extranjeros, pero Él coloca a Sus discípulos en Sus propios privilegios como Hijo. Vemos muy claramente la relación entre esta conmovedora expresión de gracia divina y el tema de estos capítulos. Ella demuestra todo el significado del cambio que estaba teniendo lugar.
Las Epístolas De Pedro En Relación Con Los Capítulos 16-17
Es interesante observar que la primera epístola de Pedro se basa en Mateo 16, y la segunda en el capítulo 17, que hemos estado considerando recién. En el capítulo 16, Pedro, enseñado por el Padre, confiesa que el Señor es el Hijo del Dios viviente; y el Señor dijo que sobre esa roca edificaría Su iglesia, y que aquel que tenía el poder de la muerte no prevalecería contra ella. Así también Pedro, en su primera epístola, declara que ellos habían nacido de nuevo para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Ahora bien, es por medio de esta resurrección que el poder de la vida del Dios viviente fue manifestado. Después, él llama a Cristo la piedra viva, a quien acercándonos, como piedras vivas, somos edificados como un templo santo para el Señor.
En su segunda epístola, él recuerda, de manera especial, la gloria de la transfiguración, como una prueba de la venida y del reino del Hijo del Hombre. Por consiguiente, él habla en esa epístola del juicio del Señor.