Mateo 1:18-25 (y otros): Jesús y Su madre

Matthew 1:18‑25
Podemos aprender mucho acerca de la devoción y el respeto que se merece el Señor Jesús al considerar el ejemplo de alguien que observó Su humanidad perfecta y aprendió respecto a Su divinidad: Su madre. En Mateo 1:20-21 leemos: “ ... lo que en ella [María] es engendrado, del Espíritu Santo es. Y dará a luz un hijo, y llamarás Su nombre JESÚS, porque Él salvará a Su pueblo de sus pecados”. Como podemos notar, el nacimiento de Jesús fue único, pues nació de María habiendo sido concebido por el Espíritu Santo y según la profecía, para de esta manera tener un cuerpo y hacerse un verdadero hombre. Y aun antes de Su nacimiento, Su madre escuchó que su primer hijo sería el verdadero Salvador de su pueblo; así que a ella le tocó aprender que Él ocupa un lugar único, lo cual nosotros también debemos aprender durante toda nuestra vida.
En Lucas 2:51-52, podemos leer que el Señor Jesucristo creció de una manera muy impresionante: “Y descendió con ellos, y volvió a Nazaret, y estaba sujeto a ellos. Y Su madre guardaba todas estas cosas en su corazón. Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” (Lucas 2:51-52). Al ser un niño de doce años, Jesús ya estaba haciendo el trabajo de Su Padre, Dios; pero María no lo entendió y por eso recibió una respetuosa corrección, sobre la cual meditaba entretanto que el Señor crecía como un hombre perfecto. Pues resulta que cuando Él nos corrige, podemos aprender a aceptar la corrección y meditar en quien en realidad es nuestro Señor Jesucristo: el Dios eterno y Hombre perfecto a la vez.
Como hombre, en contraste con Su niñez, el Señor ya no estaba sujeto a Su madre, aunque sí le respetaba. Es más, tuvo que corregirle en algunas ocasiones, así que observemos cómo ella aprendió de la corrección. Para esto, sería provechoso que leamos Marcos 3:20-35, pues es un pasaje muy interesante en el que encontramos mucha enseñanza. En resumen, María y los medio hermanos de Jesús (los hijos de José y María como se menciona en Marcos 6:3) pensaron que Él estaba fuera de sí; pero el Señor aprovechó esta oportunidad para enseñar que nuestra obediencia a Dios es más importante que nuestras relaciones familiares como las que Él tuvo con Su madre y sus medio hermanos cuando dijo: “Porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre” (Marcos 3:35). Nuestra relación con Dios es más estrecha cuando Le obedecemos. Parece que María antes había aprendido parte de esto, cuando Jesús le dijo: “¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora”; entonces ella dijo a los siervos: “Haced todo lo que os dijere” (Juan 2:4-5). En ese momento le tocó reconocer que Él tiene el derecho absoluto de mandar en todo; y esto es algo que vale la pena imitar. Estas son las últimas palabras que las Escrituras registran de ella y nos brindan una muy buena enseñanza, pues nosotros también debemos hacer todo lo que Él nos dice. María reconoció que tan solo Cristo y no un simple hombre o mujer tiene el derecho de mandar en todo.
Es hermoso contemplar cómo María creció en su conocimiento de Aquel Emmanuel, pues había escuchado que Él era Dios con nosotros y esta realidad llevó fruto en su vida. Jesús, antes de su muerte, le encomendó a Juan que reciba y cuide a María; así que después que el Señor ascendió al cielo para tomar Su lugar en la gloria a la diestra del Padre leemos que: “Todos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos” (Hechos 1:14). Esta es la última mención de María en las Escrituras y en este versículo tenemos el maravilloso ejemplo de ella junto con los demás que perseveraban dependiendo por completo en Cristo Jesús. Obviamente no había devoción del uno hacia el otro, sino que la devoción de María fue como la de los demás: Hacia Cristo Jesús, el verdadero Dios.