Marcos 1:14-7:23: El ministerio del Señor en Galilea

Mark 1:14‑7:23
Al leer brevemente este Evangelio, podríamos pensar que el ministerio del Señor en Galilea fue un tanto fortuito. A primera vista, parece como si hubiera recorrido el país en zigzag, sin otro propósito organizado que el de demostrar a la gente que era verdaderamente el Hijo de Dios. Pero mirando un poco más a fondo, vemos que no había nada al azar en el servicio del Señor. No vagó por Galilea sin ningún objetivo real; de hecho, Marcos muestra que realizó tres recorridos distintos en aquella región por tres motivos diferentes. Hubo:
•  Un Recorrido Informal.— Llamando a Sus discípulos (capítulos 1:14–3:12).
•  Un Recorrido Educativo.— Entrenando a Sus discípulos (capítulos 3:13–6:6).
•  Un Recorrido Formal.— Enviando a Sus discípulos (capítulos 6:7–7:23).
Marcos 1:14–3:12: Un recorrido informal
Como ya hemos dicho, el primer recorrido del Señor por Galilea fue para llamar a Sus discípulos. Marcos no nos relata cómo los llamó a todos, pero cuando la narración de su Evangelio llega al capítulo 3:14, el Señor aparece con los doce a Su lado, momento en el que los estableció como apóstoles.
A medida que seguimos los movimientos del Señor en Su servicio, obtenemos un retrato de lo que le caracterizaba como el Siervo perfecto de Dios. Como Él es el Siervo Modelo para nosotros, debemos imitar Sus caminos en nuestro propio servicio.
El primer capítulo nos muestra que el ministerio del Señor consistía en predicar (versículo 14), enseñar (versículo 21) y sanar a los enfermos y oprimidos por el diablo (versículo 34).
Su ministerio hacía hincapié en los hechos, no solo en las palabras
La primera lección que aprendemos al observar el ministerio del Señor se extrae del Evangelio en su conjunto. Se trata de que el servicio de Dios debe estar marcado por los hechos, no solo por las palabras. Esto queda demostrado por el hecho de que en este Evangelio hay muchos más milagros efectuados que parábolas pronunciadas. De hecho, Marcos registra 18 milagros del Señor, ¡pero sólo seis o siete parábolas! Hay muy poco del discurso del Señor y un gran número de las obras realizadas. J. N. Darby insistía en este punto cuando daba consejos sobre el servicio. Él decía: “Hablad poco, servid a todos, y seguid adelante”.
Su servicio se caracterizó por una obediencia inmediata y actividad incesante
Otra cosa que no podemos dejar de notar al leer este Evangelio es el uso frecuente de las palabras “luego”, “al instante”, “inmediatamente” y “enseguida” al describir el servicio del Señor (LBLA). (Todas estas son la misma palabra en el griego: “eutheos”). Esto ilustra la pronta obediencia que debe caracterizar a los siervos de Dios. Además, ¡la palabra “y” se utiliza más de 800 veces en este breve Evangelio! ¡Casi todos los versículos comienzan con esa palabra! Esto demuestra que el Señor nunca estaba ocioso; servía a Dios incesantemente. Lo vemos cumpliendo tarea tras tarea en una actividad incesante sin quejarse nunca de la carga de trabajo. Él es verdaderamente nuestro gran ejemplo de servicio.
Su humildad
Otra cosa notable que destaca en el servicio del Señor en el Evangelio de Marcos es Su humildad. Por dondequiera que iba en la tierra de Israel le seguían multitudes, y “vino luego Su fama por toda la provincia” (versículo 28). Al realizar el trabajo que Dios le había encomendado, de predicar, enseñar y sanar, el Señor se convirtió en el centro de la atención pública. No podía ser de otra manera. Pero Marcos deja claro que la fama y gloria mundanas no eran algo que el Señor buscase. De hecho, a cada paso se apartaba de ellas. No buscaba la popularidad. Muchas veces “mandó” a los que curaba que no lo contaran para que no se difundiera su fama (Marcos 1:44; 3:12; 5:43; 7:24,36; 8:26,30; 9:9,30). Él quería trabajar en silencio y sin fanfarrias. En cuanto a este punto, J. N. Darby dijo: “Esta es la verdadera grandeza, servir sin ser notado y trabajar sin ser visto. Oh, el gozo de no tener nada y no ser nada, de no ver nada más que a un Cristo Viviente en gloria, y de no preocuparse de nada más que de Sus intereses aquí abajo”. Así era la desinteresada manera de actuar del Señor en el ministerio. Lo que dijo a Sus discípulos acerca de ocupar el lugar más bajo en el servicio personificó toda Su vida y misión. Él dijo: “Cualquiera que quisiere hacerse grande entre vosotros, será vuestro servidor; y cualquiera de vosotros que quisiere hacerse el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre tampoco vino para ser servido, mas para servir, y dar Su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:43-45).
Su servicio se llevó a cabo sin rivalizar y sin competir
Capítulo 1:14-15.— Marcos menciona que el Señor no comenzó Su ministerio público sino hasta que Juan el Bautista fue puesto en prisión y su testimonio hubo terminado. Él nos dice: “Mas después que Juan fué encarcelado, Jesús vino á Galilea predicando el evangelio del reino de Dios”. Esto demuestra que el Señor no pensaba robarle a Juan su lugar en la escena pública. Eso nos enseña que los siervos de Dios deben servir sin ningún espíritu de rivalidad y competencia en el ministerio (véase Filipenses 1:15-18). Semejantes acciones carnales solo estropean el testimonio del evangelio, y el Espíritu de Dios no se identificará con él en lo más mínimo.
La esencia de la predicación del Señor en aquel entonces era: “El tiempo es cumplido, y el reino de Dios está cerca: arrepentíos, y creed al evangelio”. Si alguien quería ser parte del reino, simplemente necesitaba “arrepentirse” y “creer al evangelio”. Dependía de la gente responder.
Su llamado a los discípulos
Capítulo 1:16-20.— Al llamar a los discípulos en pos de Sí mismo, el Señor no utilizó Sus poderes milagrosos para convencerlos respecto a Su persona; sino que lo dejó en manos de la fe de ellos. Andando por la orilla del mar cerca de Capernaum, el Señor vio a “Simón” y a “Andrés”, y un poco más adelante a “Jacobo” y a “Juan”, y les dijo: “Venid en pos de Mí, y haré que seáis [lleguen a ser] pescadores de hombres” (versículo 17, traducción J. N. Darby). De este modo, Él mostró que los siervos de Dios no nacen como tales, sino que son hechos tales mediante el entrenamiento divino. Bajo la tutela del Señor “llegarían a ser” pescadores de hombres. Hay muchas cualidades prácticas y morales de gran importancia que un siervo debe tener para ser eficaz en el ministerio, y que no son inherentes a los hombres. Estas cosas tienen que aprenderse, y todo ese aprendizaje sólo puede obtenerse siguiendo e imitando al Maestro (Mateo 11:29).
Al llamar a estos cuatro primeros discípulos no debemos suponer que eran unos completos desconocidos para el Señor. Pues Juan 1 indica que ya habían tenido un encuentro previo con Él, momento en el que se convirtieron en Sus discípulos. Aquí el llamado del Señor consistía en que dejaran su empleo secular y se convirtieran en seguidores suyos en Su servicio. La ocupación que tenían en la vida reflejaba en forma simbólica el tipo de trabajo que desempeñarían al servir al Señor. Simón y Andrés “echaban la red en la mar” (versículo 16). Esto habla de la obra de evangelismo —atraer a la gente hacia el Señor—. Pedro predicaba el Evangelio a las multitudes (Hechos 2, etc.), mientras que Andrés trabajaba con la gente de uno en uno, lo que sugiere un evangelismo personal (Juan 1:40-41; 6:8-9; 12:20-22). Jacobo y Juan, por su parte, “aderezaban (restauraban) las redes” (versículo 19). Esto sugiere que se dedicaban a la labor pastoral (Gálatas 6:1).
Lo que caracteriza a estos pescadores es que eran hombres ocupados. No se tomaban el trabajo con tanta ligereza. El haberlos llamado muestra que el Señor busca obreros esforzados en Su servicio. Marcos dice: “Y luego, dejadas sus redes, le siguieron” (versículo 18). El Siervo perfecto era pronto para obedecer, por lo que cuando llamó a los subordinados para que se unieran al trabajo, llamó a aquellos que tenían esa misma cualidad. A menudo se ha dicho que, si quieres que algo se haga, dáselo a alguien que esté ocupado; él encontrará la manera de completarlo.
El versículo 20 muestra que el Señor no llama a los “jornaleros” —es decir, a aquellos que están en Su servicio por una ganancia monetaria—. Los jornaleros fueron dejados en la orilla del mar con Zebedeo, el padre de Jacobo y de Juan.
Su ministerio encontraría la oposición del reino de Satanás
Capítulo 1:21-28.— Una de las primeras cosas que el Señor quería que los discípulos supieran era que había un enemigo poderoso que se oponía a Su razón de venir al mundo; era el reino de las tinieblas de Satanás. Por consiguiente, habría mucha oposición satánica a Su ministerio, y al de ellos. Para hacer que los discípulos se dieran cuenta de esto, el Señor los llevó a la sinagoga en Capernaum donde fueron confrontados por un endemoniado. Así, ellos tendrían una experiencia de primera mano con ese enemigo maligno y serían testigos de su poder maligno por sí mismos.
La gente que estaba en la sinagoga se admiraba de la doctrina del Señor, porque “les enseñaba como quien tiene potestad, y no como los escribas” (versículo 22). Los escribas enseñaban debatiendo diversos puntos de la verdad con argumentos que apelaban a la razón humana. Pero el Señor no hizo eso. Él declaró la verdad de manera precisa y sucinta, y así no dio lugar a la razón humana. H. Smith decía: “Si presentamos doctrinas con todos los argumentos a favor y en contra, dejando que nuestros oyentes juzguen si es verdad o no, difícilmente estaremos hablando con autoridad” (The Gospel of Mark [El Evangelio de Marcos], página 5).
Si bien la gente estaba admirada, había un hombre presente que estaba “poseído por espíritu inmundo” (traducción J. N. Darby) y se oponía al Señor gritando. Que un endemoniado pudiera entrar en la sinagoga sin ser detectado nos dice algo del estado en que se encontraba la gente, y también nos habla de la capacidad para engañar del diablo. Pero cuando el Señor comenzó a enseñar, el hombre quedó al descubierto. Pues dio voces, diciendo: “¡Ah! ¿qué tienes con nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido á destruirnos? Sé quién eres, el Santo de Dios” (versículos 23-24). Se opuso al Señor acusándolo de venir a destruirlos, cuando en realidad había venido a salvarlos. Este es siempre el camino de Satanás; él trata de falsificar el mensaje del evangelio y tergiversar la gracia de Dios para alejar a la gente del Señor. Algunas de las cosas que el hombre dijo eran ciertas, pero el Señor reprendió al demonio, diciendo: “Enmudece, y sal de él”. Él rechazó todo testimonio del averno de los demonios (versículo 25). El hecho de que el espíritu inmundo sacudiera al hombre con violencia antes de salir de él demuestra que Satanás no entrega a sus cautivos sin luchar (versículo 26). El haber visto el poder del diablo en acción, como lo hicieron los discípulos, significaba que debían prepararse para una férrea oposición.
La gente se maravillaba del poder de la “nueva doctrina” del Señor (versículo 27), y “vino luego Su fama por toda la provincia alrededor de Galilea” (versículo 28). Pero, por desgracia, ¡no se menciona que alguno creyera en Él!
Su accesibilidad para con todos
Capítulo 1:29-34.— En el siguiente incidente vemos otro rasgo que caracterizaba al Siervo perfecto: que Él era accesible para todos. Cuando salieron de la sinagoga, entraron en la casa de Simón y Andrés y se enteraron de que “la suegra de Simón estaba acostada con calentura” (versículo 30). “Entonces llegando Él, la tomó de su mano y la levantó; y luego la dejó la calentura, y les servía” (versículo 31).
Marcos señala que “cuando fué la tarde, luego que el sol se puso, traían á Él todos los que tenían mal, y endemoniados” (versículo 32). La puesta del sol marcaba el final del día de reposo, momento en el que la gente quedaba libre para reanudar sus responsabilidades normales de la vida y, debido a ello, “toda la ciudad” se juntó a la puerta de Pedro. Aunque el Señor ya había tenido un largo día de servicio en la sinagoga, no le dijo a la gente: “No, ahora no; estoy cansado”. Inmediatamente se levantó y salió a atender sus necesidades. Ya fuera en una sinagoga abarrotada o en el tranquilo entorno de una casa, el Señor siempre estaba dispuesto a ayudar a los que acudían a Él. Él “sanó á muchos que estaban enfermos de diversas enfermedades, y echó fuera muchos demonios” (versículos 33-34). El punto aquí es que Él era accesible para todos. Qué opuesto es esto a los grandes hombres de este mundo. Cuanto más grandes e importantes son, menos accesibles se vuelven. Pero este no era el caso del Señor; aun siendo el más grande de todos los hombres, siempre tenía tiempo para la gente. H. Smith dijo: “Aunque este Ser bendito posee toda autoridad y poder, está al alcance de todos” (The Gospel of Mark, página 5).
Su dependencia de Dios
Capítulo 1:35.— Independientemente de lo ocupado que estaba el Señor, siempre encontraba tiempo para expresar Su dependencia de Dios retirándose a orar a solas. “Y levantándose muy de mañana, aun muy de noche, salió y se fué á un lugar desierto, y allí oraba” (versículo 35). Esto nos muestra que, aunque era perfecto, aun así, expresaba Su dependencia en Dios. Lo hacía “mañana tras mañana” (Isaías 50:4, LBLA). Pues bien, ¡con cuánta mayor razón deberíamos nosotros tomarnos el tiempo para expresar nuestra dependencia de Dios en nuestro servicio! El ejemplo del Señor nos enseña que el poder en el servicio público radica en la oración en secreto.
Cuando Pedro y los demás hallaron al Señor, le dijeron: “Todos Te buscan” (versículo 37). El Señor sabía que esto era en gran parte alimentado por la curiosidad humana, más que por una fe real, y dijo: “Vamos á los lugares vecinos, para que predique también allí; porque para esto he venido. Y predicaba en las sinagogas de ellos en toda Galilea, y echaba fuera los demonios” (versículos 38-39). Él no había venido a entretener la curiosidad de la gente y no iba a satisfacerla. Por eso prosiguió Su camino.
Su compasión
Capítulo 1:40-45.— El último incidente del capítulo 1 ilustra la compasión del Siervo perfecto. “Y un leproso vino á Él, rogándole;  ... hincada la rodilla”, reconociendo así que Él tenía el poder de sanarlo y limpiarlo, pero no estaba seguro de que el Señor estuviera dispuesto a hacerlo. Él le dijo: “Si quieres, puedes limpiarme” (versículo 41). F. B. Hole dijo: “Estaba totalmente lleno de lepra y parcialmente lleno de duda” (The Gospels and the Acts [Los Evangelios y los Hechos], página 150). El Señor “teniendo misericordia” disipó esa duda extendiendo Su mano y tocándolo, y diciendo luego: “Quiero, sé limpio”. El Señor no necesitaba tocar al leproso para limpiarlo; podría haberlo hecho sin que hubiera contacto físico, pero lo hizo a fin de mostrarle al hombre que se preocupaba por él dada su situación. Como la lepra es muy contagiosa, sin duda la gente se había mantenido alejada de este hombre. Es probable que no hubiera sido tocado por nadie en años. Sentir la mano del Señor sobre él debió haber derretido su corazón. Marcos añade: Y “la lepra se fué luego de aquél” (versículo 42).
Entonces el Señor mandó al hombre, diciendo: “Mira, no digas á nadie nada; sino ve, muéstrate al sacerdote, y ofrece por tu limpieza lo que Moisés mandó, para testimonio á ellos” (versículos 43-44). Esto constituiría un poderoso testimonio para el sacerdocio, ya que eran precisamente ellos quienes lo habrían declarado impuro anteriormente (Levítico 13–14). Ellos, más que nadie, sabrían que la limpieza del hombre era real. Si recibían este testimonio, podrían utilizar su gran influencia para convencer al pueblo de que el gran Profeta-Siervo prometido por Moisés había llegado y estaba entre ellos (Deuteronomio 18:15-22).
Sin embargo, el leproso sanado no hizo eso. “Él salido, comenzó á publicarlo mucho, y á divulgar el hecho” (versículo 45a). Tal vez pensó que esto sería mejor que acudir a los sacerdotes. Cualquiera que haya sido su razonamiento, terminó despertando la curiosidad humana y la excitación en la gente, y el Señor no podía trabajar en ese ambiente, porque estaría ministrando a la carne. En consecuencia, “ya Jesús no podía entrar manifiestamente en la ciudad, sino que estaba fuera en los lugares desiertos” (versículo 45b). La lección aquí es simplemente recordar que no somos más sabios que el Señor. Si Él nos da algo que hacer en el servicio, tenemos que obedecer, y hacerlo de la manera que Él quiere que lo hagamos, porque “el obedecer es mejor que los sacrificios; y el prestar atención que el sebo de los carneros” (1 Samuel 15:22).
Su poder para perdonar pecados
Capítulo 2:1-12.— El Señor regresó del desierto a una casa en Capernaum, donde perdonó a un hombre sus pecados y lo sanó de su parálisis. El Señor no se nos presenta aquí como un modelo para perdonar pecados porque Él es el Único que puede hacer eso —ya sea en forma gubernamental o eterna.
Se “oyó” que Él había regresado a casa después de haber estado fuera por “algunos días” (nota de la traducción J. N. Darby). Y “luego se juntaron á Él muchos, que ya no cabían ni aun á la puerta” (versículo 2). En eso llegaron “cuatro” hombres trayendo en un lecho a uno que yacía “paralítico”. Viendo que no podían acercarse al Señor a causa del gentío, “descubrieron el techo de donde estaba, y haciendo abertura, bajaron el lecho en que yacía el paralítico” (versículos 3-4). Esta podría ser una manera inusual de llevar a alguien al Señor, pero muestra con cuanta seriedad y fervor lo hacían. Pese a que el hombre y sus cuatro amigos no pidieron nada al Señor, era evidente lo que querían.
Antes de que pudieran decir una palabra, el Señor dijo: “Hijo, tus pecados te son perdonados” (versículo 5). Este pronunciamiento del Señor sobre el perdón de los pecados demostró que Él era Dios manifestado en carne (1 Timoteo 3:16), pues sólo Dios puede perdonar los pecados. A juzgar por lo que el Señor le dijo al hombre, vemos que su condición de paralítico era consecuencia de sus pecados personales. En este caso, el aspecto del perdón es gubernamental, no eterno. Este se relaciona con un juicio disciplinario que Dios ha impuesto sobre una persona y que es levantado porque el individuo se arrepiente. Este aspecto del perdón tiene que ver solamente con la vida de una persona en este mundo; no tiene nada que ver con su destino eterno. El perdón eterno no se anunció sino hasta después de que el Señor hubo hecho expiación en la cruz y resucitado de entre los muertos (Lucas 24:46-47).
Los escribas que estaban presentes vieron esto como una blasfemia, pues sabían que nadie más que Dios puede perdonar los pecados (Salmo 130:4). Dentro de sus corazones decían: “¿Por qué habla éste así? Blasfemias dice. ¿Quién puede perdonar pecados, sino solo Dios?” (versículos 6-7). ¡Pero eso era precisamente lo que el Señor estaba diciendo al pronunciar que los pecados del hombre habían sido perdonados! Sin embargo, los escribas no lo entendieron. Tal era el efecto de su incredulidad; pues se hallaban cegados. Como el Señor conocía sus corazones, les preguntó: “¿Por qué pensáis estas cosas en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, ó decirle: Levántate, y toma tu lecho y anda?” (versículos 8-9). Ambas cosas pertenecen solo a Dios. El Señor, para ayudar a sus corazones incrédulos, procedió a probar que Él tenía la potestad de perdonar pecados, corroborando Su pronunciamiento al sanar al paralítico. Si el pronunciamiento del Señor sobre el perdón de los pecados fuera blasfemo, Dios seguramente no se habría identificado con él con un despliegue de poderes curativos, pues al hacerlo estaría autorizando el mal. Pero el Señor siguió adelante y sanó al hombre para que supieran “que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra de perdonar los pecados”. Esto daba testimonio de que Él era Dios manifestado en carne (versículo 10). Inmediatamente el hombre se levantó, tomó su lecho delante de toda la gente y se fue a su casa, quedando todos asombrados y diciendo: “Nunca tal hemos visto” (versículos 11-12).
Lo que aprendemos aquí es que Dios recompensa nuestros esfuerzos por llevar a las personas a Cristo. Si nuestro trabajo para el Señor se hace con fe, aunque sea poco convencional, Dios seguramente lo bendecirá.
El llamamiento de Leví (Mateo)
Capítulo 2:14-17.— Entonces el Señor salió de Capernaum hacia la orilla del mar, y enseñaba allí a la gente (versículo 13). Y al pasar, “vió á Leví (Mateo), hijo de Alfeo, sentado al banco de los públicos tributos, y le dice: Sígueme. Y levantándose le siguió” (versículo 14). Esto seguramente debió haber sorprendido a la gente, porque Mateo era un publicano (recaudador de impuestos). Los publicanos eran judíos que habían cedido en su santidad para trabajar de la mano con el gobierno romano, recaudando para ellos los impuestos del pueblo. Al desempeñar tal cargo, se degradaban a sí mismos por su asociación con los impuros gentiles y, en consecuencia, se les consideraba socialmente indeseados entre los judíos. Ellos tomaron tal posición por el beneficio monetario que implicaba, ya que les brindaba la oportunidad de quedarse con una porción del dinero recaudado. Como resultado, amasaban fortunas con sus exigencias opresivas al pueblo, siendo despreciados, no solo por su falta de honradez, sino también por su deslealtad a la nación que sufría bajo el yugo romano. A pesar de lo cuestionables que eran los antecedentes de Mateo, el Señor lo llamó para que fuera Su discípulo, y más tarde lo convirtió en uno de Sus apóstoles. Su decisión de seguir al Señor fue una clara muestra de arrepentimiento, y lo demostró renunciando a este tipo de trabajo. Las demandas del llamamiento del Señor penetraron en Mateo con tal fuerza que abandonó de inmediato la ocupación que tenía.
Embargado por un profundo sentimiento de la gracia del Señor Jesús al llamar a una persona tan despreciable como él, Mateo quiso mostrar su gratitud haciendo algo por Él. Así que utilizó sus recursos para prepararle al Señor “un gran banquete”. Invitó a “mucha compañía” de sus colegas y conocidos, en cuyo momento tendrían la oportunidad de conocer al Salvador (Lucas 5:29). El Señor no le pidió a Mateo que hiciera esto; fue más bien un acto puramente motivado por la devoción de su corazón (versículo 15). A partir de esto vemos que el llamamiento del Señor implica algo más que sólo creer en Él. También debe haber una entrega gozosa de nuestra vida (nuestro tiempo, talento y posesiones) a la causa de Cristo en este mundo (Romanos 12:1). Así pues, la salvación y la entrega van de la mano, y deberían ser parte integrante de toda conversión. El llamamiento de Mateo muestra que cuando la gracia de Dios obra en el corazón de una persona, ésta tiene el poder de cambiar el curso de su vida. Esta gracia puede tomar a un hombre inmerso en la búsqueda de las cosas mundanas y convertirlo en un discípulo devoto del Señor Jesús.
Asociarse con Mateo, y comer y beber con sus amigos, ofendió a los escribas y fariseos por no seguir el protocolo de ellos, lo que dio como resultado que el Señor fuera duramente criticado. Ellos protestaron, diciendo: “¿Qué es esto, que Él come y bebe con los publicanos y con los pecadores?” (versículo 16). Tal es la gracia de Dios; ella va más allá de todo legalismo religioso para alcanzar con su bendición a los pobres y necesitados. Los escribas y fariseos eran personas muy versadas en los requerimientos legales de la Ley y en las tradiciones de los ancianos, sin embargo, no entendían la gracia. La respuesta del Señor fue que Su proceder estaba en perfecta consonancia con el propósito de Su venida al mundo. Usando la analogía de un médico, Él dijo: “Los sanos [fuertes] no tienen necesidad de médico, mas los que tienen mal” (versículo 17a). Este era el gran problema con los escribas y fariseos; ellos confiaban en sí mismos como justos y, por lo tanto, no percibían su pecado ni su necesidad de un Salvador. En tal estado, ellos no obtendrían beneficio alguno del ministerio del Gran Médico, pues Él no había venido “á llamar á los justos, sino á los pecadores” al arrepentimiento (versículo 17b). Los publicanos y pecadores, en cambio, sabían que necesitaban ser salvados del juicio de sus pecados. Era por personas como ellos que el Señor había venido. A decir verdad, los escribas y fariseos no eran justos en absoluto; pero como ellos pensaban que sí lo eran, el Señor los tomó por tales llamándoles ¡los justos! En realidad, su necesidad de salvación era igual de grande que la de los publicanos y pecadores, con la diferencia de que ellos no lo sabían.
El Señor no comía y bebía con publicanos y pecadores porque aprobara su estilo de vida, sino porque quería llegar a ellos con el Evangelio y salvarlos. Del mismo modo, un médico no va a un hospital porque le guste la enfermedad o porque disfrute estar con inválidos y enfermos, sino porque quiere curarlos. El Señor estaba dispuesto a ir donde más se le necesitaba y a trabajar donde los estragos del pecado eran peores, pero la gracia hacia el pecador no indicaba Su indiferencia hacia el pecado. La conducta de esta gente afligía al Señor y Él la desaprobaba; sin embargo, para lograr Su objetivo de salvarlos, tenía que ir adonde ellos estaban. Aun así, todo el tiempo que trabajó entre ellos, se mantuvo moralmente separado y permaneció inmaculado (Hebreos 7:26). Estas palabras del Señor debieron de alegrar mucho a los huéspedes de la casa de Mateo. Los líderes religiosos los habían rechazado, despreciado e incluso odiado. Les habían hecho creer que Dios no los amaba a causa de sus pecados. Pero ahora, en medio de ellos, estaba Aquel que había venido de Dios para decirles que ellos eran el objeto especial del amor de Dios, y que, si creían en el mensaje de Su gracia, ¡se salvarían! ¡Qué buenas noticias debieron haber sido éstas para ellos! No es de extrañar que se acercaran a escucharle (Lucas 15:1).
Una lección que podemos aprender del Señor aquí es que el siervo debe esforzarse por llegar a los que están perdidos y en necesidad espiritual, pero al mismo tiempo debe tener cuidado de no contaminarse en su interacción con tales personas.
La cuestión del ayuno
Capítulo 2:18-22.— Los fariseos seguían encontrando faltas en el ministerio del Señor y poniendo de manifiesto su desagrado hacia el mismo. Lo hacían planteando cuestiones sobre cosas que según ellos no estaban bien por ser contrarias a sus tradiciones. Ya habían condenado al Señor por pronunciar el perdón de pecados, y también habían tomado nota de Su asociación con publicanos y pecadores. Ahora, en estos versículos siguientes expresan su crítica contra Él por no hacer que Sus seguidores ayunaran como lo hacían Juan el Bautista y los fariseos. Ellos le preguntaron: “¿Por qué los discípulos de Juan y los de los Fariseos ayunan, y Tus discípulos no ayunan?” (versículo 18). El Señor les respondió formulando una pregunta retórica: “¿Pueden ayunar los que están de bodas, cuando el esposo está con ellos? Entre tanto que tienen consigo al esposo no pueden ayunar. Mas vendrán días, cuando el esposo les será quitado, y entonces en aquellos días ayunarán” (versículos 19-20). Así que la respuesta a esto era que Juan y los fariseos pertenecían a la Dispensación de la Ley, mientras que el Señor estaba anunciando la llegada del Día de la Gracia bajo una dispensación completamente nueva. Puesto que Él (en quien descansaban sus esperanzas del reino) todavía estaba allí con Sus discípulos, sería inapropiado que se lamentaran y ayunaran, pero ayunarían cuando el Señor les fuera quitado.
La perspectiva y el consiguiente comportamiento devocional de estos dos grupos diferentes de discípulos contrastan en muchos aspectos. Los discípulos de Juan ayunaban y se lamentaban porque estaban tristes a causa del deteriorado estado de la nación; mientras que los discípulos del Señor se regocijaban porque el Mesías-Rey estaba presente, y en Él tenían la esperanza de que se estableciera el reino. Estas actitudes reflejan el espíritu de dos dispensaciones diferentes que no deben mezclarse. En el cristianismo, el ayuno consiste en abstenerse de las cosas lícitas para dedicarse más enteramente a las cosas de Dios; no es simplemente abstenerse de comer durante cierto tiempo (Hechos 13:2-3).
En los versículos 21-22 (LBLA), el Señor dio dos ilustraciones alegóricas que muestran lo que sucede cuando se mezclan las dos dispensaciones. Nadie pondría “un remiendo de tela nueva (sin encoger)en “un vestido viejo (estirado) porque la “rotura” (rasgadura) en el vestido sólo se haría “peor”. De la misma manera, el Señor no estaba incorporando algunas adiciones al judaísmo, como si lo estuviera remendando. Israel había fracasado bajo la Ley, y ese vestido ya estaba rasgado. Si se mezclaran los principios de la gracia con lo que ya estaba en ruinas, sólo empeoraría la ruina. Es por eso por lo que el Señor introdujo un vestido completamente nuevo, por así decirlo.
Lo mismo ocurre con los odres; una vez usados, no pueden volver a utilizarse. La expansión que ocurre en el proceso de fermentación estira los odres hasta su límite, por lo que volver a utilizar un odre viejo sería desastroso. La piel se rompería y el vino se derramaría y se perdería. El “vino nuevo” debe echarse en “odres nuevos” y entonces el vino se conservará. De la misma manera, el vino nuevo del evangelio solo puede contenerse en vasijas nuevas: creyentes salvados por la gracia de Dios. El gozo de la salvación que trae el evangelio no es posible contenerlo en los “odres viejos” (las viejas formas) del judaísmo.
La controversia respecto al sábado
Capítulos 2:23–3:6.— Marcos menciona dos incidentes más en el ministerio del Señor, en los que los escribas y fariseos se opusieron porque se violaban sus tradiciones. Ambos involucraban el día de reposo (sábado). El primero tenía que ver con trabajar en este día. Él nos dice: “Y aconteció que pasando Él por los sembrados en sábado, Sus discípulos andando comenzaron á arrancar espigas. Entonces los Fariseos le dijeron: He aquí, ¿por qué hacen en sábado lo que no es lícito?” (versículos 23-24). En las mentes legalistas de los fariseos, ellos consideraban que arrancar espigas era como si se cosechara, y restregar los granos en sus manos para quitar la paja como si se trillara (Lucas 6:1). Por lo tanto, para ellos, los discípulos estaban trabajando en el día de reposo, lo cual estaba prohibido por la Ley. Sin embargo, lo que hicieron los discípulos estaba de acuerdo con Deuteronomio 23:25. Los ancianos, sin contar con el permiso de Dios para hacerlo, añadían a este versículo que sí estaba permitido comer granos de la mies de tu prójimo —siempre y cuando no fuese en sábado.
El Señor respondió a su objeción basándose en que la nación estaba en una posición similar, moral y espiritualmente, como cuando “David” y sus hombres “entraron en la casa de Dios” y comieron el “pan de la proposición” (1 Samuel 21). Todo el sistema de la adoración judaica en Israel, en aquel entonces, estaba fuera de orden debido a que la nación había rechazado a su legítimo rey, David. J. N. Darby observó: “Los fundamentos quedaron fuera de lugar, y todo se volvió común en Israel cuando el rey escogido fue así inicuamente rechazado” (Collected Writings [Escritos compilados], volumen 25, página 67). Lo mismo sucedió aquí; los fundamentos de la nación quedaron fuera de lugar debido a que el Rey legítimo era rechazado. El sábado, que era la “señal” de la relación de pacto de Israel con Jehová, había sido quebrantado (Éxodo 31:12-18). Siendo este el estado de cosas en ese tiempo, era ridículo que los fariseos se preocuparan por diversos tecnicismos sabáticos cuando ellos estaban rechazando a su Mesías-Rey.
El Señor concluyó Sus palabras a los fariseos diciendo: “El sábado por causa del hombre es hecho; no el hombre por causa del sábado” (versículo 27). El sábado fue instituido por Dios para beneficio y refrigerio del hombre; no era algo que pretendiera ser una carga para él. Él dijo: “Así que el Hijo del Hombre es Señor aun del sábado” (versículo 28). Como Hijo del Hombre, Él tenía dominio sobre una esfera mucho más amplia que se extendía más allá de la nación de Israel abarcando todo el cielo y la tierra (Salmo 8:4-9; Hebreos 2:6-8), y siendo quien era, no estaba limitado por el sábado. De hecho, estaba a Su disposición. Él lo había instituido en primera instancia (Génesis 2:2-3), por lo tanto, no había nadie mejor calificado para interpretar su verdadero significado y aplicación. La ley del sábado no fue dada para prohibir las labores necesarias para el mantenimiento de la vida, como comer alimentos (Lucas 13:15). Tal restricción era una invención rabínica. La declaración del Señor aquí, en cuanto a quién era Él, indicaba claramente la grandeza de Su Persona, y los fariseos deberían haberse dado cuenta en presencia de quién estaban.
El segundo incidente concerniente al sábado contra el cual se opusieron los fariseos fue cuando el Señor sanó a un hombre que tenía una “mano seca” (capítulo 3:1-6). Si el incidente anterior expuso el falso principio de los fariseos que prohibía ministrar a las necesidades humanas en sábado, este siguiente incidente expuso su falso principio que prohibía los actos de misericordia en ese día.
Los fariseos “le acechaban”, no para aprender de Sus caminos en gracia, sino para encontrar algo con lo que pudieran “acusarle” (versículo 2). Los escribas y fariseos llevaron los tecnicismos del sábado más allá del límite previsto por Dios, hasta el punto de prohibir la curación en ese día. Esto no estaba establecido en ninguna parte de la Ley Mosaica. El Señor hizo frente a esta falsedad preguntando: “¿Es lícito hacer bien en sábado, ó hacer mal? ¿salvar la vida, ó quitarla?” (versículo 4). Esta pregunta iba más allá del caso del hombre al que se le había secado la mano, para referirse a la trascendencia moral de abstenerse de ayudar a alguien cuando está en nuestra mano hacerlo. No ayudar equivale a hacer daño. Por lo tanto, si el Señor no hubiera curado al hombre, habría estado mal (Santiago 4:17). La ley del sábado no fue dada para prohibir actos de misericordia que aliviaran el sufrimiento (Lucas 14:5). Todas esas prohibiciones son meras invenciones rabínicas.
El Señor mirándolos “con enojo, condoleciéndose de la ceguedad de su corazón, dice al hombre: Extiende tu mano. Y la extendió, y su mano fué restituida sana” (versículo 5). Él mostró compasión divina hacia el hombre, pero ira justa hacia los fariseos. La respuesta de los fariseos debería haber sido de júbilo, porque se les había dado una clara evidencia a través de este milagro de que el Mesías estaba presente. En cambio, ¡no mostraron nada más que animosidad hacia Él! ¿Pero por qué? ¡Sólo le hizo el bien a ese hombre! (Hechos 10:38). En lugar de recibir al Señor como su Mesías, como deberían haber hecho, ¡los “fariseos” unieron fuerzas con los “herodianos” (sus propios enemigos) y conspiraron con ellos para “matarle”! (versículo 6). ¡Ellos pensaban que el Señor estaba quebrantando el cuarto mandamiento con respecto al sábado cuando ellos mismos estaban haciendo planes para quebrantar el sexto mandamiento con respecto al asesinato! Así es el fariseísmo.
Capítulo 3:7-12.— Ante este ultraje, el Señor “se apartó á la mar con Sus discípulos”, poniendo así fin a su primer recorrido por Galilea. Marcos resume a continuación la obra del Señor tal como se había desarrollado hasta entonces. Nombra las diversas regiones de donde habían salido muchos para seguirle “oyendo cuán grandes cosas hacía”. Venían de “Galilea”, “Judea”, “Jerusalem”, “Idumea”, “Jordán”, “Tiro” y “Sidón” (versículos 7-8). Su popularidad había aumentado tanto con la gente a tal punto que las cosas se estaban saliendo de control. La multitud “caía sobre él” porque había “sanado á muchos”, había echado fuera a muchos “espíritus inmundos” y también había ordenado severamente a los demonios que “no le manifestasen”. Para evitar el gentío, el Señor hizo que sus discípulos preparasen una pequeña barca que los llevase a un lugar donde pudieran retirarse a un monte y así estar a solas con Dios (versículos 9-12). Como el Siervo perfecto que era, el Señor se retrajo de la publicidad y la fama, contentándose con acompañar a aquellos que pertenecían a las clases más humildes de la vida.
Marcos 3:13–6:6: Un recorrido educativo
Como ya se ha mencionado, este segundo recorrido tiene que ver con la capacitación de los apóstoles antes de ser enviados al campo de servicio. Si querían ser eficaces en Su servicio, necesitaban seguir al Señor y aprender de Él observando Sus movimientos mientras interactuaba con la gente. Marcos dice: “Y subió al monte, y llamó á sí á los que Él quiso; y vinieron á Él. Y estableció doce, para que estuviesen con Él, y para enviarlos á predicar” (versículos 13-14). Lucas 6:12 nos dice que este tiempo en la montaña lo pasó en oración. Así pues, hay aquí un orden moral en la preparación de los apóstoles para la obra que el Señor quería que hicieran. Primero, es necesario estar a solas con Dios en oración; luego, seguir al Señor en Su servicio y aprender de Sus caminos; y entonces, finalmente serían enviados a servir. Marcos añade que el Señor equiparía plenamente a los apóstoles para su trabajo. Además de darles un mensaje para predicar acerca del Reino, les dio “potestad de sanar enfermedades, y de echar fuera demonios” (versículo 15).
La elección de los doce apóstoles
Capítulo 3:16-19.— Al elegir a estos siervos especiales, el Señor no buscó hombres con grandes facultades intelectuales y elevada educación. Tampoco escogió a hombres que fueran carismáticos y supieran hablar bien. Eran hombres de medios modestos y capacidad moderada. Muchos de los que eligió eran pescadores “sin letras” (Hechos 4:13). Sin embargo, eran hombres fieles (Lucas 22:28; 1 Corintios 4:2), aunque a veces fracasaban (Marcos 14:50). Pero bajo la enseñanza del Señor, recibirían una clase magistral de cómo servir a Dios aceptablemente, y así, estarían capacitados para la obra a la que Él los había llamado. Los doce son:
•  SIMÓN PEDRO.— Hijo de Jonás (Mateo 16:17; Juan 1:42), originario de Betsaida (Juan 1:44). También llamado Cefas, que significa “Piedra” (Juan 1:42; 1 Corintios 1:12; 3:22; 9:5; 15:5; Gálatas 2:9).
•  JACOBO.— Hijo de Zebedeo, compañero de pesca de Pedro y Andrés (Lucas 5:7,10). Fue el primer apóstol martirizado (Hechos 12:1-2).
•  JUAN.— Hijo de Zebedeo, y compañero de pesca de Pedro y Andrés (Lucas 5:7,10). El Señor apellidó a Jacobo y a Juan: Boanerges, es decir, hijos del trueno (Marcos 3:17).
•  ANDRÉS.— Hermano de Pedro, también de Betsaida (Juan 1:44).
•  FELIPE.— Originario de Betsaida (Juan 1:44).
•  BARTOLOMÉ.— También llamado Natanael (Juan 1:45; 21:2).
•  MATEO.— También llamado Leví (compárese Mateo 9:9 con Lucas 5:27).
•  TOMÁS.— Su nombre significa “gemelo” (Juan 11:16; 14:5; 20:24-29; 21:2).
•  JACOBO.— Hijo de Alfeo, el cual no debe confundirse con Jacobo el hermano del Señor que escribió la epístola de Santiago (Gálatas 1:19).
•  TADEO.— También llamado Judas Lebeo (Mateo 10:3; Marcos 3:18; Hechos 1:13).
•  SIMÓN.— Llamado Zelotes. Era originario de la ciudad de Cana (Marcos 3:18).
•  JUDAS ISCARIOTE.— El traidor que tenía un demonio. Para que se cumplieran las Escrituras tenía que haber un traidor entre los apóstoles (Juan 13:18), así que el Señor tuvo que elegir a uno que no tuviera fe (Juan 6:70-71).
Estos hombres tuvieron el gran privilegio de estar asociados con el Señor de esta manera. Dios les honró escribiendo sus nombres en tres lugares distintos: en las Escrituras (Lucas 6:13-16), en el cielo (Lucas 10:20) y en los fundamentos del muro de la Jerusalén celestial en un día venidero (Apocalipsis 21:14). Y, cuando llegase el momento de instaurar el reino, se les concedería el privilegio especial de sentarse en “doce tronos” para juzgar a las “doce tribus de Israel” (Mateo 19:28). Sin embargo, pagarían un precio muy alto por ser fieles seguidores del Señor. Los historiadores de religión nos dicen que, con excepción de Juan, todos murieron como mártires.
La oposición de los familiares
Capítulo 3:20-21.— Al volver de la montaña, el Señor entró a una casa en Capernaum, donde inmediatamente fue rodeado por una multitud de gente, ¡hasta el punto de que ni siquiera podían tener un momento a solas para comer!
Cuando los “Suyos” se enteraron de la conmoción que se estaba causando, “vinieron para prenderle: porque decían: Está fuera de sí [está loco]”. Los parientes del Señor “vinieron” de Nazaret, lugar de donde eran (Marcos 6:3), al lugar donde Él estaba en Capernaum, con la intención de prenderle. Como Sus hermanos todavía no creían en ese momento, no podían comprender el propósito por el cual Él había venido al mundo (Juan 7:5). H. Smith declara que ellos sintieron el vituperio de estar conectados con Uno que era condenado por los líderes de la nación. Y por no estar preparados para llevar el vituperio, intentaron detenerle (The Gospel of Mark, página 13).
La oposición de los líderes religiosos
Capítulo 3:22-27.— Mientras los parientes del Señor venían, ciertos escribas llegaron de Jerusalén para denunciar que Su ministerio provenía de Satanás. Ellos decían que “tenía á Beelzebub, y que por el príncipe de los demonios echaba fuera los demonios” (versículo 22). Actuando así en nombre de la nación, estos líderes de Jerusalén declararon oficialmente que el ministerio del Señor era satánico. No negaron los milagros del Señor (no pudieron, ya que obviamente eran reales), pero intentaron desacreditarlos.
Sin haberse ofendido, y con toda calma, el Señor procedió a demostrar que tal acusación era absurda. Él les preguntó cómo podría Satanás echarse fuera a sí mismo (versículo 23). ¡Estaría luchando contra sí mismo! Entonces el Señor dijo: “Si algún reino contra sí mismo fuere dividido, no puede permanecer el tal reino. Y si alguna casa fuere dividida contra sí misma, no puede permanecer la tal casa. Y si Satanás se levantare contra sí mismo, y fuere dividido, no puede permanecer; antes tiene fin” (versículos 24-26). El razonamiento del Señor resulta perfectamente lógico. Si lo que decían los escribas era cierto, ¡entonces Satanás estaría obrando contra sí mismo! Sin embargo, Satanás nos es así de tonto.
Habiendo expuesto así la necedad de ellos, el Señor dio la verdadera explicación de lo que estaba sucediendo a través de Su ministerio. Él dijo: “Nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes si primero no lo ata; entonces podrá saquear su casa [bienes]” (versículo 27, LBLA). En esta breve parábola, el Señor habló de Satanás como de un “hombre fuerte”, y de Él mismo como alguien “más fuerte que él” (Lucas 11:22). El Señor había vencido al hombre fuerte y lo había atado cuando éste arremetió contra el Señor en el desierto. Esto se llevó a cabo por la obediencia sencilla del Señor a la Palabra de Dios (Mateo 4:1-11), pues Satanás no puede hacer nada con una persona que obedece la Palabra de Dios. Luego, en los días del ministerio del Señor, Él fue liberando a los cautivos del hombre fuerte al echar fuera a los demonios de aquellos que estaban así oprimidos. En este sentido, el Señor estaba saqueando (despojando) los “bienes” de Satanás. La prueba de que el Señor había atado al hombre fuerte está en el hecho de que le estaba quitando sus bienes.
El pecado imperdonable
Capítulo 3:28-30.— Esta insensata acusación de los escribas selló la perdición de la nación, pues se trataba de un pecado imperdonable. El Señor continuó explicando la magnitud del pecado que estaban cometiendo, a fin de que se dieran cuenta de su gravedad. Él dijo: “De cierto os digo que todos los pecados serán perdonados á los hijos de los hombres, y las blasfemias [palabras injuriosas] cualesquiera con que blasfemaren [hablen injuriosamente]; mas cualquiera que blasfemare contra el Espíritu Santo, no tiene jamás perdón, mas está expuesto á eterno juicio. Porque decían: Tiene espíritu inmundo”. El Señor estaba liberando a los hombres de las garras de Satanás por el poder del Espíritu Santo, ¡y ellos denunciaban esto como obra de Satanás! Esto era absoluta blasfemia.
Todas las formas de pecado y blasfemia pueden ser perdonadas a los hombres, si se arrepienten, pero blasfemar contra el Espíritu Santo no puede ser perdonado. Este tipo de blasfemia en particular consiste en declarar formalmente que el Señor Jesús estaba poseído por “espíritu inmundo” y que actuaba bajo el poder de Satanás en Su ministerio. Aquellos que se ponen en contra del Espíritu Santo de esta manera, ¡se colocan por sí mismos en una posición insalvable! F. B. Hole dijo: “Todo tipo de pecado puede ser perdonado. En el Hijo del Hombre, Dios les fue presentado objetivamente; ellos podían hablar contra Él, y sin embargo ser guiados por la obra del Espíritu al arrepentimiento, y así ser perdonados. Pero blasfemar contra el Espíritu Santo, el único que hace posible el arrepentimiento y la fe en el alma, es colocarse uno mismo en una posición insalvable. Es apartar de uno tanto el arrepentimiento como la fe, es echar el cerrojo y atrancar la única puerta que conduce a la salvación” (The Gospels and Acts [Los Evangelios y Hechos], página 25).
Este pecado imperdonable no puede cometerse hoy en día porque el Señor Jesús no se halla actualmente aquí en la tierra obrando por el Espíritu. A pesar de eso, hay creyentes el día de hoy que piensan que han cometido este pecado, y que, habiéndolo hecho, se han condenado a sí mismos, y por lo tanto piensan que no hay esperanza de que se salven. En vista de lo que dice la Escritura acerca de la blasfemia contra el Espíritu Santo, permitid que se pregunte a aquellos que piensan que han cometido este pecado imperdonable: “¿Es realmente el Señor Jesucristo el Hijo de Dios que vino del cielo para salvar a los pecadores?”. Si su respuesta es: “Sí”, entonces esa es una prueba clara de que no han cometido el pecado imperdonable, porque ese pecado tiene que ver con afirmar que el Señor tenía un demonio, y que operaba bajo el poder de Satanás. ¿Qué cristiano diría alguna vez que el Señor Jesús tenía un espíritu inmundo y que operaba bajo el poder de Satanás? Ningún cristiano alejado albergaría el pensamiento de que el Señor Jesús vino del inframundo para hacer el trabajo de Satanás. Por muy lejos que esté del Señor un cristiano descarriado, todavía preserva, en algún lugar recóndito de su corazón, la sincera convicción de que el Señor Jesucristo vino del cielo como el Salvador de los pecadores
Incluso si una persona inconversa ha dicho cosas despectivas acerca de la Persona del Señor Jesucristo, y ha cometido blasfemia, todavía puede ser salva, porque la Escritura dice: “La sangre de Jesucristo Su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7). ¡El apóstol Pablo era un “blasfemo” y Dios lo salvó! (1 Timoteo 1:13). C. H. Mackintosh dijo: “No creemos que ningún pecador, en este año agradable, en este día de salvación (Lucas 4:17-19), esté fuera del alcance del amor perdonador de Dios, y de la sangre expiatoria de Jesús”. Tampoco debemos pensar que este pecado imperdonable ocurre cuando un pecador rechaza el evangelio. Un hombre puede despreciar el mensaje de salvación en el Evangelio, y hacer eso durante muchos años, pero si se volviera al Señor con fe y arrepentimiento genuinos, podría ser salvo.
Su trato con las relaciones familiares
Capítulo 3:31-35.— El capítulo termina con la llegada de los parientes del Señor, mencionados en el versículo 21. El propósito de su venida ya ha sido indicado por Marcos —creían que se había vuelto loco, que estaba “fuera de sí”—. Así, soportó el reproche de su propia familia (Salmo 69:7-8). Es muy posible que su deseo de detenerlo fuera sincero, pero esto sólo demuestra hasta qué punto estaban cegados por su incredulidad (Juan 7:5). En realidad, estaban haciendo la obra de Satanás. Si su plan de prender al Señor hubiera tenido éxito, habría detenido el flujo de bendición que estaba saliendo a través de Él.
Cuando Su familia llegó allí, no pudieron entrar en la casa donde Él estaba enseñando debido a la aglomeración de la multitud, así que le enviaron un mensaje, diciendo: “He aquí, Tu madre y Tus hermanos Te buscan fuera” (versículos 31-32). No le buscaban para conocer la verdad que enseñaba. Al contrario, querían apoderarse de Él para obstaculizar Su labor. Consciente de esto, el Señor declaró que había exigencias más elevadas de carácter espiritual a las que había sido llamado por Su Padre, y que, por lo tanto, no podía salir a ellos (Juan 4:34; 6:38, etc.). Es por eso que respondió: “¿Quién es Mi madre y Mis hermanos? Y mirando á los que estaban sentados alrededor de Él, dijo: He aquí Mi madre y hermanos. Porque cualquiera que hiciere la voluntad de Dios, éste es Mi hermano, y Mi hermana, y Mi madre” (versículos 33-35). Él tenía una relación nueva y más bendita con aquellos que escuchaban la Palabra y hacían la voluntad de Dios, la cual sobrepasaba las relaciones naturales de Su familia.
La lección para nosotros aquí es que el siervo no debe permitir que las relaciones naturales y las conexiones terrenales tengan alguna demanda sobre él si ha sido llamado a servir al Señor. Las demandas espirituales deben tener el primer lugar en nuestras vidas.
El uso de las parábolas
Capítulo 4:1-2.— Los incidentes del capítulo anterior (3) muestran que el Señor fue rechazado por los dirigentes de la nación. Los oficiales de los escribas descendieron de Jerusalén y pronunciaron su fallo contra Él, cometiendo así el pecado imperdonable. Esto condujo al Señor a dar indicios de Su ruptura con la nación, un hecho ilustrado figurativamente por Su negativa de reconocer a Su madre y a Sus hermanos. Ahora, en el capítulo 4, lo vemos yendo a la orilla del mar y comenzando una obra nueva.
El Señor había estado buscando fruto de Israel para Dios, pero ahora que Él era rechazado, estaba claro que todo ese trabajo sería en vano. Para no verse frustrado por la incredulidad de Israel, el Señor sembraría una nueva semilla y produciría una nueva cosecha de creyentes que darían fruto para Dios. Marcos dice: “Y otra vez comenzó á enseñar junto á la mar, y se juntó á Él mucha gente; tanto, que entrándose Él en un barco, se sentó en la mar: y toda la gente estaba en tierra junto á la mar. Y les enseñaba por parábolas muchas cosas” (versículos 1-2). Es significativo que el Señor comenzara esta obra nueva “junto á la mar”, lo que sugiere que habría un acercamiento a los gentiles, ya que el mar en las Escrituras representa en sentido figurado a los gentiles (Salmo 65:7; Isaías 17:12-13; Apocalipsis 17:15, etc.).
El método de enseñanza mediante el cual el Señor transmitiría estas cosas nuevas concernientes al reino era el de las “parábolas”. En cada uno de los Evangelios sinópticos, el Señor enseñó a la gente de una manera sencilla sin usar parábolas, hasta que se alcanzó el punto en que fue rechazado, momento a partir del cual Él dio lugar al uso de parábolas para enseñar a la gente (Marcos 4:34). El propósito de esto era esconder la verdad de los que le habían rechazado, y que así perdiesen la bendición que se ofrecía a la nación y, en consecuencia, llegasen al juicio. Al tiempo que escondía la verdad de los que no tenían fe, la enseñanza parabólica del Señor permitiría que aquellos con fe, que sí querían la verdad, la obtuvieran. El Señor explica esto en los versículos 11-12.
La parábola del sembrador
Capítulo 4:3-20.— Él dijo: “He aquí, el sembrador salió á sembrar” (versículo 3). La interpretación de la parábola es sencilla. El Sembrador es el Señor (Mateo 13:37), y la semilla es la Palabra de Dios (Lucas 8:11). Las cuatro clases de tierra con las que entró en contacto la semilla representan diversas condiciones del corazón humano. Estas son:
EL OYENTE QUE ES DE JUNTO AL CAMINO (versículos 3-4,15).— El Señor continuó diciendo: “Y aconteció sembrando, que una parte cayó junto al camino; y vinieron las aves del cielo, y la tragaron” (versículo 4). Esta tierra que se había compactado tanto por el mucho tráfico peatonal estaba endurecida. Cuando la semilla entró en contacto con ella, no penetró en el suelo ni germinó. Esto se refiere a las personas en quienes la Palabra de Dios no surte ningún efecto porque sus corazones y conciencias han sido endurecidos. Se trata de personas descuidadas e indiferentes, insensibles a la Palabra de Dios, que al oírla la desechan de inmediato. El problema no está en la semilla, pues la Palabra de Dios es “limpia” y “perfecta” (Salmo 12:6; 19:7-10). El problema es con la tierra; que no ha sido arada para que la semilla pueda entrar en el suelo. Arar la tierra simboliza el arrepentimiento. De manera que este oyente de junto al camino carece de arrepentimiento. En consecuencia, es fácil para “el malo” (el diablo, Mateo 13:19) robarles la Palabra para que no se salven.
EL OYENTE QUE ES DE LA TIERRA ROCOSA (versículos 5-6,16-17).— El Señor continuó diciendo: “Y otra parte cayó en pedregales [terreno rocoso], donde no tenía mucha tierra; y luego salió, porque no tenía la tierra profunda: Mas salido el sol, se quemó; y por cuanto no tenía raíz, se secó”. La tierra en este caso “no tenía humedad” (Lucas 8:6). Cuando la semilla cayó sobre ella, no pudo adentrar su “raíz” en el suelo, y por lo tanto, se secó bajo el sol. Esto se refiere a una clase superficial de oyentes, que, cuando oyen la Palabra en el evangelio parecen recibirla, y exteriormente siguen adelante, pero solo “son temporales”. Porque como no hay una verdadera obra interior en ellos, cuando vienen pruebas como “la tribulación ó la persecución”, se “escandalizan” y se apartan (versículo 17).
Cuando se “apartan” (Lucas 8:13; Hebreos 6:6) están apostatando, es decir, están abandonando la fe que antes habían profesado creer. El versículo 6 no enseña que esta persona creyó en el evangelio y fue salva, y que luego perdió su salvación al apartarse del Señor. La verdad es que no hubo una verdadera obra de fe en él en primer lugar. Su creencia fue meramente una cosa intelectual (compare Hechos 8:13). El hecho de que la Palabra fuera recibida con “gozo” cuando debería haber existido un espíritu contrito de arrepentimiento, prueba que su conciencia no había sido alcanzada. Esto muestra que no tenía noción alguna de lo que es el pecado en la presencia de Dios. Pero cuando la conciencia es tocada, hay todo excepto gozo en el alma hasta que ésta conoce el perdón.
Las cosas van al revés con este tipo de persona, lo cual es un signo revelador de que algo no anda bien; recibe la Palabra con gozo y renuncia a ella en el tiempo de la tentación.
EL OYENTE QUE ES DE LA TIERRA ESPINOSA (versículos 7,18-19).— La tierra en este caso no produjo el resultado deseado porque había muchas otras cosas más creciendo en el suelo (“espinas”, etc.), y éstas “ahogaron” la semilla e impidieron que arraigara. El Señor dijo que estas espinas representan “los cuidados de este siglo, y el engaño de las riquezas, y las codicias que hay en las otras cosas”. Por lo tanto, los oyentes del terreno espinoso son personas que están interesadas en el evangelio, y están convencidas de que es la verdad, pero no están dispuestas a dejar sus actividades mundanas para recibir al Señor y ser salvas. Esas cosas mundanas llenan sus corazones y no dejan lugar para Cristo y la Palabra.
EL OYENTE QUE ES DE LA BUENA TIERRA (versículos 8,20).— La tierra en este último caso se encuentra en los creyentes genuinos. El corazón de ellos es “recto” (Lucas 8:15) porque cuando la Palabra de Dios entra en contacto con ellos, le permiten hacer su trabajo de convencerlos, y así, reconocen lo que son ante Dios como pecadores necesitados de Su misericordia. Su corazón es “bueno” porque reciben la Palabra del evangelio en fe para la salvación de sus almas. Ellos demuestran su autenticidad produciendo fruto “uno á treinta, otro á sesenta, y otro á ciento”. Estos incrementos en los porcentajes de su producción reflejan la efectividad creciente del siervo a medida que madura en las cosas de Dios.
Así, la tierra junto al camino representa al oyente indiferente, la tierra rocosa al oyente superficial, la tierra espinosa al oyente afanado, y la buena tierra al oyente receptivo. Con el primero prevalece el diablo, con el segundo prevalece la carne, con el tercero prevalece el mundo, pero con el cuarto prevalece la Palabra de Dios. Por tanto, esta parábola nos enseña que la Palabra de Dios triunfará sobre la incredulidad del hombre, y las almas se salvarán para alabanza de la gloria de Dios. ¡Nada —ni el mundo, ni la carne, ni el diablo— puede impedir que la gracia divina obre por medio de la Palabra!
Ceguera gubernamental sobre la multitud
Los discípulos se asombraron ante este cambio en el método de enseñanza del Señor, por lo que “en privado” le preguntaron por qué había recurrido a la enseñanza parabólica (Mateo 13:10; Marcos 4:34, LBLA). Él respondió: “A vosotros es dado saber el misterio del reino de Dios; mas á los que están fuera, por parábolas todas las cosas; para que viendo, vean y no echen de ver; y oyendo, oigan y no entiendan: porque no se conviertan, y les sean perdonados los pecados” (versículos 10-12). Así, el Señor explicó que, puesto que había sido rechazado, daría la verdad a las multitudes en parábolas para que sólo la recibieran los que tuvieran fe. De esta manera, a los discípulos sería “dado saber” la verdad mientras que al resto no. Aquellos sin fe podrían oír la verdad cuando fuera presentada, pero no la entenderían porque serían golpeados con un juicio gubernamental de ceguera proveniente de Dios. Esto muestra que Dios solo da la verdad a aquellos que la quieren. También nos enseña el hecho solemne de que, si la gente rechaza la verdad, llegará el momento en que no podrán recibirla. Lamentablemente, ese momento había llegado para la nación. La oportunidad de recibir la verdad estaba a punto de serles quitada para que tropezaran y cayeran bajo el juicio de Dios. Por lo tanto, la enseñanza parabólica del Señor encubriría la verdad a los que eran incrédulos, pero al mismo tiempo la revelaría a los que creían. La palabra “misterio” que el Señor utiliza aquí, no significa algo misterioso y difícil de entender, sino más bien, una verdad antes oculta pero ahora revelada.
La lección que los siervos deben aprender de la parábola del Sembrador es que no todos aquellos a quienes entreguen la preciosa semilla de la Palabra de Dios la recibirán y se salvarán, “porque no es de todos la fe” (2 Tesalonicenses 3:2). Por lo tanto, el siervo no debe desanimarse si muchos no la reciben.
El versículo 13 pone de manifiesto que esta parábola del Sembrador debe entenderse correctamente, pues de no ser así, las demás parábolas del Señor tampoco se entenderían. Esta parábola contiene la clave que ayuda a comprender todas las demás. Es por eso por lo que en esta parábola se nos muestra que al haber sido rechazado el Señor, una nueva dispensación se introduciría, y que los asuntos abordados en las parábolas subsiguientes desarrollarían ciertos aspectos de este nuevo punto de partida en los caminos de Dios. Si no supiéramos que esos asuntos formaban parte de la nueva dispensación, entonces no conoceríamos lo que Él estaba revelando en este nuevo punto de partida de la enseñanza referente al Reino.
La parábola del candelero
Capítulo 4:21-25 (LBLA).— Como resultado de esta nueva obra del Señor, no sólo habría fruto para Dios, sino que también habría luz para el hombre. Para demostrar esto, el Señor introdujo una parábola acerca de un candelero. Él dijo: “¿Acaso se trae una lámpara para ponerla debajo de una vasija o debajo de la cama? ¿No es para ponerla en el candelero?”. Encender una lámpara hace alusión a una persona que se convierte a través del Evangelio. Cada vez que una persona se salva otra lámpara se enciende, y el propósito de una lámpara encendida es proveer luz. Por lo cual, Dios quiere que cada creyente sea un instrumento que de testimonio del Señor en este mundo (Mateo 5:16). Dejar que nuestras luces alumbren no tiene que ver con usar nuestros dones espirituales, sino con reflejar a Cristo en nuestro carácter, en nuestras palabras y en nuestras obras en este mundo.
El Señor menciona entonces la insensatez de tomar una lámpara encendida y ponerla debajo de un “vasija [almud]” o debajo de una “cama [diván]”. Obviamente, la luz quedaría oscurecida. Puesto que un almud es una medida utilizada en los asuntos comerciales, poner nuestra lámpara debajo de un almud significaría permitir que nuestro empleo secular obstaculice nuestro testimonio, ya que es posible estar tan absorto en los negocios que nuestra luz no brille como debería. La cama significa poner nuestra propia conveniencia y comodidad antes que el Señor y Su servicio. Esto tampoco debe hacerse.
Siguiendo con el tema del testimonio del creyente hacia el mundo, el Señor dijo: “Porque no hay nada oculto que no haya de ser manifestado, ni secreto que no haya de descubrirse” (versículo 22). Un principio subyacente que existe en toda conversión es que nada que esté escondido en cuanto a la realidad de esa conversión permanecerá oculto, sino que se manifestará y saldrá a la luz. Es decir, si ha habido una verdadera conversión, es seguro que la lámpara encendida alumbrará, pues no es posible mantener tal cosa en secreto. Sin embargo, si con el tiempo no se manifiesta nada en una persona, es porque no hay nada que manifestar. No ha habido una verdadera conversión.
El Señor entonces dio una palabra de advertencia. Dijo: “Mirad lo que oís: con la medida que medís, os medirán otros, y será añadido á vosotros los que oís. Porque al que tiene, le será dado; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado” (versículos 24-25). El Señor hizo una observación similar en Lucas 8:18: “Mirad, pues, cómo oís”. Ambas afirmaciones son importantes. La advertencia del Señor aquí muestra que necesitamos tener cuidado con lo que escuchamos cuando se trata de enseñanza espiritual porque hay muchos falsos maestros en el mundo (2 Pedro 2:1; 1 Juan 4:1). A no pocos les ha sido quitado lo que parecían poseer por prestar oído al error. Como parte de los tratos gubernamentales de Dios, si una persona cree y recibe la verdad que escucha de Dios, Dios le dará más verdad, y así, crece. Sin embargo, si una persona no actúa sobre la verdad que profesa haber recibido, sino que sólo da un asentimiento mental a la misma, Dios le quitará lo que la persona profesa poseer. Por ejemplo, tristemente, podemos conocer a una persona que se aleja de algún aspecto de la verdad, y al entrar en contacto con ella algún tiempo después, nos asombramos de lo confundida que ha llegado a estar, y de cuánta verdad ha perdido.
La parábola del crecimiento de la semilla
Capítulo 4:26-29.— El Señor continuó con otra parábola que ilustra la obra secreta de Dios en las almas. Dijo: “Así es el reino de Dios, como si un hombre echa simiente en la tierra; y duerme, y se levanta de noche y de día, y la simiente brota y crece como él no sabe. Porque de suyo fructifica la tierra, primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga; y cuando el fruto fuere producido, luego se mete la hoz, porque la siega es llegada”. El sembrador en esta parábola no es el Señor (como en los versículos 3-20), sino alguien que sirve al Señor bajo Su guía. Esta parábola muestra que el obrero no puede hacer otra cosa que sembrar la semilla de la Palabra de Dios y esperar la siega para recoger los beneficios. Pero en cuanto a la germinación de la semilla en los corazones de los hombres, y luego las etapas posteriores de crecimiento de la misma en sus almas, no puede hacer nada; es enteramente una obra de Dios. Puesto que el desarrollo de la semilla en las almas es una obra soberana, el sembrador debe esparcir la Palabra con fe, creyendo que habrá buenos resultados según el tiempo de Dios. El Salmista dijo: “Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán. Irá andando y llorando el que lleva la preciosa simiente; mas volverá á venir con regocijo, trayendo sus gavillas” (Salmo 126:5-6; Eclesiastés 11:1). Siendo este el caso, el sembrador no debe apresurar la obra de Dios en las almas presionando a aquellos a quienes ha dado la Palabra. Debe esperar pacientemente a que la siega recoja la recompensa, y limitarse a dejar los resultados al Señor.
La parábola de la semilla de mostaza
Capítulo 4:30-34.— Esta parábola muestra que no todas las semillas que se siembran son buenas. En el siguiente caso, tenemos un grano de mostaza que se convierte en algo que Dios nunca quiso. L. M. Grant dijo: “El grano de una semilla de mostaza, tan insignificante en tamaño, puede crecer hasta ser un gran arbusto que se convierte prácticamente en un árbol. Esto ocurre en Oriente, si bien se trata de algo anormal” (Comments on the Book of Mark [Comentarios sobre el libro de Marcos], página 30). El Señor decía: “¿A qué haremos semejante el reino de Dios? ¿ó con qué parábola le compararemos? Es como el grano de mostaza, que, cuando se siembra en tierra, es la más pequeña de todas las simientes que hay en la tierra; mas después de sembrado, sube, y se hace la mayor de todas las legumbres, y echa grandes ramas, de tal manera que las aves del cielo puedan morar bajo su sombra”. Aquí la “semilla de mostaza” no simboliza la Palabra de Dios creciendo en las almas de los creyentes, sino el crecimiento de la profesión pública del reino de Dios confiada en las manos de los hombres. El fracaso vendría, y en el aspecto público de las cosas habría tal crecimiento que sería inusual. La profesión cristiana ha hecho exactamente eso. Comenzó pequeña, y durante un tiempo fue insignificante a los ojos del mundo, pero con el tiempo se ha convertido en una gran entidad mundana que alberga muchas enseñanzas y prácticas malvadas. Las “aves” simbolizan “espíritus de error”, repletos de “doctrinas de demonios”, que se han introducido y engañado a los hombres para que enseñen muchas cosas malas (1 Timoteo 4:1).
Los versículos 33-34 reiteran el uso que el Señor hace de las parábolas. Marcos añade: “Y con muchas tales parábolas les hablaba la palabra, conforme á lo que podían oír”. Esta es otra lección importante a la que el siervo debe prestar atención. Necesitamos discernimiento con respecto a cuánta verdad debe darse a la gente, porque ellos solo pueden asimilar cierta cantidad a la vez (Isaías 28:9-10). Debemos tener cuidado de no asfixiar a la gente con una avalancha de verdad. Marcos también añadió: “Y sin parábola no les hablaba; mas á Sus discípulos en particular declaraba todo”. Así, el Señor se aseguró de que los discípulos captaran la verdad interpretándoles cuidadosamente las parábolas en privado.
El poder del Señor sobre los elementos
Capítulo 4:35-41.— El Señor ordenó entonces: “pasemos de la otra parte” del lago. Esto era para demostrar Su gran poder a los discípulos, porque Él sabía que habría “una grande tempestad” que se levantaría contra ellos en el mar. No pasó mucho tiempo antes de que se encontraran con la tempestad, y el barco comenzó a llenarse de agua (versículo 37). Pero el Señor estaba en “la popa, durmiendo sobre un cabezal” (versículo 38a). Esto se convirtió en una prueba para la fe de los discípulos. ¿Permitiría Dios que el barco se hundiera con el Señor dentro? ¡Imposible! Pero estando amedrentados, le despertaron y le dijeron: “¿Maestro, no tienes cuidado que perecemos?” (versículo 38b). Sorprendentemente, ¡lo acusaron de no preocuparse por ellos! Se escandalizaron de Él porque tenía un gran poder milagroso, pero no lo estaba usando para ayudarlos. Esa es precisamente la clase de incredulidad que causa que los hombres del mundo de hoy critiquen a Dios. Ellos argumentan que, si Él tiene todo el poder que los cristianos dicen que tiene, entonces ¿por qué no interviene y ayuda al mundo en su enfermedad, sufrimiento, dolor y muerte, etc.?
El Señor se levantó y reprendió al viento, diciendo: “¡Calla, enmudece!” (versículo 39). E inmediatamente fue hecha “grande bonanza”. Después de increpar al viento, el Señor reprendió a los discípulos por su falta de fe, diciendo: “¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?” (versículo 40). Estaban totalmente atónitos que dijeron: “¿Quién es éste, que aun el viento y la mar le obedecen?” (versículo 41; Salmo 148:8). F. B. Hole dijo: “La convicción en cuanto a ‘quién es éste’, refiriéndose al Señor Jesús, una vez alcanzada por la fe, conlleva la certeza de que Él debe estar a la altura de cualquier emergencia. Sin embargo, aun así, es bueno que el discípulo vea realmente cómo trata, en Su misericordia salvadora, con los hombres y con los problemas que les han sobrevenido a causa del pecado. En este capítulo [4] vemos al Señor desplegando Su poder, y educando así a Sus discípulos todavía más. Esa educación puede ser nuestra también a medida que avancemos en la narración” (The Gospels and Acts, página 87).
El poder del Señor sobre el reino de Satanás
Capítulo 5:1-20.— Habiendo llegado al otro lado del mar, se enfrentaron a otro desafío: un hombre totalmente entregado al poder de Satanás salió al encuentro de Él desde un cementerio en “la provincia de los Gadarenos”. Este hombre estaba poseído por “un espíritu inmundo” —de hecho, tenía muchos demonios en su interior, y por ello se había ganado el nombre de “Legión” (versículos 2,9)—. Su terrible estado es un retrato de la raza humana que ha caído bajo el poder de Satanás a causa del pecado. Que él sea un caso excepcional es posible. Sin embargo, aunque el puño de Satanás apriete menos sobre la gran mayoría y sus efectos no sean tan notorios, estos aún siguen ahí. Los sepulcros donde él vivía son un retrato de este mundo que está lleno de gente muerta, “muertos en sus delitos y pecados” (Efesios 2:1,5, LBLA). El hombre “tenía su domicilio en los sepulcros” —es decir, moraba entre gente muerta.
Marcos dice: “Ni aun con cadenas le podía alguien atar (lograr una reforma exterior); porque muchas veces había sido atado con grillos y cadenas, mas las cadenas habían sido hechas pedazos por él, y los grillos desmenuzados; y nadie le podía domar (lograr una transformación interior) (versículos 3-4). Todos los esfuerzos por frenar las tendencias de la naturaleza pecaminosa de este hombre bajo el poder de los demonios resultaron inútiles. Esto demuestra que la naturaleza caída del hombre (la carne) no puede ser refrenada o mejorada de ninguna manera. La Escritura dice que “no se sujeta á la ley de Dios, ni tampoco puede” (Romanos 8:7). Nadie podía salvar a aquel hombre, ni él podía salvarse a sí mismo. Él era claramente un caso que sobrepasaba cualquier auxilio humano.
El hecho de que pasara noche y día “dando voces” muestra que el hombre bajo la servidumbre de Satanás vive una existencia miserable (versículo 5a). Y el que estuviera “hiriéndose con las piedras” prueba que se dirigía hacia su propia destrucción (versículo 5b). Sucede que muchos tienen hábitos y adicciones que no pueden vencer, y esas cosas están destruyendo sus vidas. El mundo ha creado organizaciones con el fin de ayudar a personas esclavizadas por estos vicios, pero han tenido poco éxito. Tales esfuerzos son bien intencionados, pero no son la respuesta. Este hombre era un caso exclusivamente para el Señor (Lucas 18:26-27).
Cuando el endemoniado vio al Señor, corrió y se arrodilló ante Él, y dijo: “¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes” (versículos 6-7). Esto muestra que Satanás y sus emisarios tienen algún conocimiento de las cosas divinas, pero es torcido e inexacto. El hombre sabía que el Señor era el Hijo de Dios, pero estaba equivocado en cuanto a que la venida del Señor era para ejecutar juicio. Por el contrario, Él había venido a salvar a los hombres perdidos (Lucas 9:56; 19:10; Juan 3:17); pero para los espíritus malvados no existe salvación.
El Señor dio entonces la orden: “Sal de este hombre, espíritu inmundo” (versículo 8), y el hombre fue inmediatamente liberado de los demonios (versículo 9). Esto es un retrato de Satanás siendo forzado a abandonar a sus cautivos cuando reciben a Cristo como su Salvador. Sus ojos son abiertos y se convierten “de las tinieblas á la luz, y de la potestad de Satanás á Dios” (Hechos 26:18). Al salir del hombre, los demonios rogaron que se les enviase a los cerdos que estaban en la ladera del monte para que entrasen en ellos, y el Señor les dio permiso (versículo 10-12). A primera vista, esto no parece ser algo muy relevante. Sin embargo, Satanás es un adversario astuto, y si tenía que entregar a uno de sus cautivos al Señor, iba a cerciorarse de que no fuera a perder algo más. Marcos nos dice que cuando los demonios entraron en los cerdos, la manada “se precipitó por un despeñadero al mar”, y en el mar se ahogó (versículo 13, LBLA). Los cerdos en los que entraron los demonios “eran como dos mil” en número. ¿Debemos deducir de esto que el pobre hombre tenía 2000 demonios en su interior? Si es así, ¡era un caso de lo más digno de conmiseración!
Cuando los habitantes de la ciudad se enteraron de lo ocurrido, salieron a ver. Pero Satanás había confundido de tal manera sus mentes que pensaron que era el Señor quien había causado la muerte de los cerdos y, en consecuencia, no quisieron saber nada de Él y le rogaron que se fuera (versículos 14,17), cosa que Él hizo (versículo 18a). De esta manera, Satanás tuvo éxito en apartar a la gente del Señor.
La gente no solo vio lo que sucedió con los cerdos, sino que también vio que se había producido una increíble transformación en el hombre. Estaba “sentado y vestido, y en su juicio cabal” (versículo 15). Esto es un retrato de lo que la gracia de Dios puede hacer por los pecadores, independientemente de lo degradados que puedan estar. Si interpretamos la conversión de este hombre desde el punto de vista espiritual, hay una serie de características sobresalientes que deberían verse en todas las conversiones.
En primer lugar, el hombre del que fueron expulsados los demonios estaba “sentado” entre los discípulos. Estar sentado, indica que el alma está en sosiego con Dios (Mateo 11:28-29). Esto sólo será el resultado de que una persona sepa que sus pecados están perdonados, y por ello, tenga su conciencia purificada (Hebreos 9:14).
En segundo lugar, estaba “vestido”. Así, su desnudez fue cubierta. Estar vestido indica un cambio moral resultante del arrepentimiento, cuyo fruto será visto en que una persona abandone su estilo de vida pecaminoso y vergonzoso que llevaba antes de la conversión (1 Corintios 6:9-11).
En tercer lugar, estaba “en su juicio cabal [sensato]”. Estaba sobrio y cuerdo. Esto representa la mente renovada según el nuevo hombre (Efesios 4:22-24) y capacitada por el Espíritu para pensar en cosas espirituales y conocer la verdad de Dios, con lo cual tenemos la mente de Cristo (1 Corintios 2:16).
En cuarto lugar, “le rogaba que lo dejara ir con Él” (versículo 18, LBLA). Por tanto, tenía el deseo de estar “con” el Señor dondequiera que fuera con Sus apóstoles. Esto representa el deseo de tener comunión con el Señor y compañerismo con Su pueblo.
En quinto lugar, tenía energía para difundir la Palabra y, así, dar testimonio de Cristo. El Señor le dijo: “Vete á tu casa, á los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti” (versículo 19). En el Evangelio de Lucas, el Señor le dijo al hombre: “Vuélvete á tu casa, y cuenta [muestra] cuán grandes cosas ha hecho Dios contigo” (Lucas 8:39, traducción King James), pero aquí Él dice “cuéntales”. Estas dos cosas ilustran los dos aspectos del testimonio del creyente en este mundo. Debemos tener una vida transformada que le muestre a la gente lo que Dios ha hecho por nosotros, y también debemos tener una boca abierta que le cuente lo que Él ha hecho por nosotros. Esto es exactamente lo que el hombre hizo. Él no se limitó a su propia casa; antes ¡evangelizó a “toda la ciudad”! La transformación en el hombre rindió un fortísimo testimonio del poder de la gracia de Dios. Un caso tan grave como este sólo magnificaba la gracia de Dios. Y cuanto más completo el cambio en el hombre, ¡más eficaz su testimonio!
Este incidente con el endemoniado demuestra que el poder del Señor es superior al poder de Satanás, y que Él puede liberar indudablemente a los hombres de sus garras.
El poder del Señor sobre las enfermedades
Capítulo 5:21-34.— Al volver a la orilla occidental del lago, la gente se juntó para ver al Señor. Y había un hombre que era uno de los principales de la sinagoga, llamado “Jairo”, que tenía una “hijita” que estaba “al borde de la muerte”. Éste suplicó encarecidamente al Señor que viniera y pusiera Su mano sobre ella para que no muriera (versículos 22-23, LBLA). El Señor se comprometió y “fue con él” a su casa.
Mientras iban, una “mujer” que tenía “flujo de sangre” desde hacía doce años —y que había “sufrido mucho de muchos médicos”, y nada mejoraba, antes solo “le iba peor”— vino y “tocó su vestido”, y entonces, ¡su hemorragia fue curada al instante! (versículos 24-29). Ella no le pidió permiso al Señor para hacerlo, sino que con la osadía de la fe aprovechó el momento y tocó Su manto. Inmediatamente, “la fuente de su sangre se secó”. El Señor supo inmediatamente que “virtud” había salido de Él, y dijo: “¿Quién ha tocado Mis vestidos?”. Los discípulos se sorprendieron de que el Señor dijera eso en un momento en que la multitud le apretaba. También podríamos preguntarnos que, si el Señor sabía que había salido poder divino de Él, ¿por qué no sabía quién era la que le había tocado? Claro que lo sabía, pero quería que ella lo reconociera, lo cual ella hizo (versículos 30-33).
Resulta comprensible que la mujer buscara una cura de esta manera. Pues debido a la naturaleza privada de su enfermedad, le inquietaba descubrir su problema ante la multitud. Así que vino entre la multitud por detrás del Señor y tocó Su manto, creyendo que así podría ser sanada —y una vez satisfecha de obtener la bendición, podría escabullirse sin que nadie lo supiera—. Si bien tenía razón en cuanto a obtener la bendición por un simple toque de fe, no la tenía en cuanto a obtenerla sin que nadie lo supiera. El Señor la llamó públicamente, no para poner en evidencia el tipo de enfermedad que tenía, avergonzándola con ello, sino para honrar su fe. Consciente de la sensibilidad que ella tenía respecto a su condición, Él ni siquiera mencionó la naturaleza de su enfermedad, llamándola “azote”. Dijo, además: “Hija, tu fe te ha hecho salva: ve en paz, y queda sana de tu azote” (versículo 34). Ella recibió de Su palabra certeza definitiva.
El poder del Señor sobre la muerte
Capítulo 5:21-23,35-43.— La narrativa continúa con el relato de la hija de Jairo. Mientras el Señor se dirigía a la casa del principal, les llegó la noticia de que la niña había muerto y que ya no era necesario molestar más al Maestro con el asunto. El Señor reaccionó a esto dándole una palabra de aliento al desconsolado hombre. Le dijo: “No temas, cree solamente” (versículo 36). El Señor notó que había mucha incredulidad entre la gente, y Él no obraría en dicho medio. Tomó consigo solamente a Pedro, a Jacobo y a Juan, y entraron en la casa (versículo 37). Esta es una de las tres ocasiones en que el Señor escogió a estos tres apóstoles para que fueran testigos de algo especial (Marcos 5:37; 9:2; 14:33). Siendo líderes entre los apóstoles, estas experiencias los fortalecerían y prepararían para el tiempo en que serían llamados a sufrir por causa de su testimonio.
Al llegar a la casa, encontraron mucho alboroto acompañado de lamentos e incredulidad (versículo 38). Él dijo: “La muchacha no es muerta, mas duerme. Y hacían burla de Él” (versículos 39-40a). ¿Qué quería decir el Señor? ya que la muchacha estaba definitivamente muerta. Él no negaba que estuviera muerta, más bien se refería a que su estado actual era algo temporal semejante al sueño. Que, así como una persona se levanta del sueño, así ella se levantaría de la muerte. “Duerme” es un término que se utiliza a menudo en el Nuevo Testamento para describir el estado temporal de la muerte de los creyentes (Mateo 9:24; 27:52; Juan 11:11; Hechos 7:60; 13:36; 1 Corintios 11:30; 15:6; 1 Tesalonicenses 4:14; 5:10, etc.). El Señor no iba a permitir semejante acto de incredulidad y, por eso, echó a todos los que lloraban (versículo 40b). Entonces tomando la mano de la muchacha, le dijo: “Talitha cumi; que es, si lo interpretares: Muchacha, á ti digo, levántate” (versículo 41). “Y luego la muchacha se levantó, y andaba” (versículo 42). Tras esto, el Señor dijo a los padres que le dieran a la muchacha algo de “comer” (versículo 43). Esto ilustra la importancia de asegurarse de que los recién convertidos reciban alimento espiritual. El Señor no le dio esta exhortación a la niña, sino a sus padres que tenían el cuidado de ella.
El rechazo del Señor
Capítulo 6:1-6.— Marcos presenta un incidente que ejemplifica la incredulidad general de la nación. El Señor fue a “Su pueblo”, donde había crecido (versículo 1, LBLA). No se nos dice qué ciudad era esta, pero sin duda se trataba de Nazaret (Compárese el contexto de Lucas 4:16-30). Siendo el Siervo diligente que era, el Señor entró en la sinagoga y enseñaba a la gente. La gente reaccionó incrédula, diciendo: “¿De dónde tiene éste estas cosas? ¿Y qué sabiduría es ésta que le es dada, y tales maravillas que por sus manos son hechas?” (versículo 2).
Estas preguntas parecen honestas y sinceras, pero en realidad estaban llenas de incredulidad. Simplemente veían al Señor como un “carpintero” con el que todos estaban familiarizados; ¡incluso podían hacer una lista de los nombres de sus familiares! Por eso “se escandalizaban en Él” (versículo 3). El Señor les dijo: “No hay profeta deshonrado sino en su tierra, y entre sus parientes, y en su casa” (versículo 4). A causa de su nivel de incredulidad, sólo haría unos pocos milagros entre ellos (versículo 5). El Señor estaba “maravillado de la incredulidad de ellos” (versículo 6). Únicamente dos veces en todo el relato de los cuatro Evangelios el Señor se maravilló: aquí en Marcos 6:6, con respecto a la incredulidad de los judíos, y en Mateo 8:10, en relación con la fe de un gentil.
Marcos 6:7–7:23: Un recorrido formal
Capítulo 6:7-13.— Después de haber llamado a Sus discípulos y de haberles dado algunos principios básicos sobre cómo servir a Dios, el Señor los envió a predicar, a enseñar, a sanar a los enfermos, etc. F. B. Hole dijo: “Su período de entrenamiento había terminado. Habían escuchado Sus instrucciones impartidas en el capítulo 4 y habían sido testigos de Su poder desplegado en el capítulo 5 ... Antes de partir, se les había dado potestad, o autoridad, sobre todo el poder de Satanás” (The Gospels and Acts, página 92).
Los apóstoles son enviados
Los apóstoles debían ir “de dos en dos”. Así pues, habría seis equipos apostólicos integrados por dos hombres cada uno (versículo 7). Debían demostrar su dependencia de Dios para todas sus necesidades al no llevar nada para su viaje, “sino solamente báculo”. Apoyarse en un báculo indica el acto de echar toda solicitud sobre el Señor en manifiesta dependencia. No debían llevar “alforja” (mochila o bolsa), “pan”, “dinero en la bolsa” ni “sandalias” extra (versículos 8-9; comparar con Mateo 10:10, LBLA). Tampoco debían llevar “dos túnicas” (versículo 9). Una túnica es una prenda exterior y es lo primero que la gente ve cuando nos mira. Esta representa nuestro comportamiento ante los hombres. Llevar dos túnicas indicaría la presencia de dos comportamientos, lo cual, por supuesto, no es bueno. Esto muestra que, si el siervo quiere ser tomado en serio, debe ser coherente en todos los círculos de la vida.
En relación con el alojamiento, no debían ir de casa en casa en busca de un alojamiento mejor; esto podría crear competencia entre las personas que los recibían, y dar lugar a celos, etc. (versículo 10). Si una casa no los recibía, debían “sacudir el polvo” debajo de sus pies “en testimonio á ellos” (versículo 11). Esto era una señal de que estaban libres de toda responsabilidad cuando el juicio cayere sobre la nación. Compárese con Ezequiel 33:1-6 y Hechos 20:26. El Señor dijo: “Más tolerable será el castigo de los de Sodoma y Gomorra el día del juicio, que el de aquella ciudad” (versículo 11). Esto muestra que Dios juzga no solo de acuerdo a los pecados que uno ha cometido, sino también de acuerdo al grado de luz que una persona tiene (Lucas 12:47-48). Los pecados de Sodoma fueron horrendos; sin embargo, aquellos que rechazan el mensaje del evangelio después de haber sido iluminados por él ¡son más culpables! Recibirán mayor castigo que los de Sodoma, ¡aunque no hayan cometido los pecados de Sodoma! Por lo tanto, conocer la verdad lo hace a uno muy responsable.
Para resumir el trabajo de ellos, Marcos dice: “Y saliendo, predicaban que los hombres se arrepintiesen. Y echaban fuera muchos demonios, y ungían con aceite á muchos enfermos, y sanaban” (versículos 12-13).
El carácter del presente siglo malo
Capítulo 6:14-29.— Marcos entonces nos da una idea del verdadero carácter de “este presente siglo malo” (Gálatas 1:4) que está lleno de superstición religiosa, corrupción moral y violencia. Esto es presentado aquí para mostrarnos que existe mucha oposición de parte del mundo a la que el siervo debe enfrentarse. Ciertamente no se trata de un picnic. Esto se deja ver por las circunstancias que circundaron la muerte de Juan el Bautista.
La superstición religiosa se deja ver en Herodes (Antipas) imaginándose que las obras portentosas del Señor indicaban una especie de reencarnación de Juan el Bautista —a pesar de que Juan no hizo ningún milagro (Juan 10:41)—. Marcos dice: “Y oyó el rey Herodes la fama de Jesús, porque Su nombre se había hecho notorio; y dijo: Juan el que bautizaba, ha resucitado de los muertos, y por tanto, virtudes obran en él. Otros decían: Elías es. Y otros decían: Profeta es, ó alguno de los profetas” (versículos 14-15). El mundo pagano está lleno de imaginaciones y especulaciones similares (Efesios 4:17-18).
La corrupción moral es vista a través de Herodes viviendo en una relación inmoral con su cuñada, Herodías. Ella era nieta de Herodes el Grande y se había casado con su tío, Herodes Felipe. Mientras estaba de huésped en casa de ellos, Herodes Antipas persuadió a Herodías para que dejara a su esposo por él. Esto estaba prohibido en la Ley de Moisés (Levítico 18:16). Al ver esta relación ilícita, Juan le había dicho a Herodes: “No te es lícito tener la mujer de tu hermano” (versículos 17-18). Esto golpeaba la conciencia de la pareja con fuerza abrumadora, por lo que Herodes tomó represalias poniendo a Juan en “prisión” y luego buscó una oportunidad para matarlo sin perturbar a la gente que lo consideraba un profeta de Dios (Mateo 14:5). Este “día oportuno” llegó en el cumpleaños de Herodes, cuando la hija de Herodías (Salomé) “danzó” ante el rey y sus amigos —sus “príncipes” y “tribunos”—. Aquí tenemos otra vez la corrupción moral. La muchacha no estaba haciendo gimnasia ante ellos; era más bien un baile exótico lleno de lascivia. Dado que su baile agradó a Herodes, este pensó en recompensarla, y prometió darle todo lo que ella quisiera, hasta la mitad de su reino (versículos 22-23). Siendo instruida por su madre previamente, ¡la muchacha pidió la cabeza de Juan el Bautista en un plato! El rey lamentaba que la muerte de Juan se produjera de esta manera, porque esperaba poder hacerlo de alguna manera más legítima, para no agitar a la gente. Sin embargo, lo había prometido, y la presión social a la que estaba sometido (y su considerable ego) no le permitirían hacer otra cosa. Por lo tanto, “enviando uno de la guardia, mandó que fuese traída su cabeza”. Así, la cabeza de Juan el Bautista fue entregada a la muchacha, y ella se la dio a su madre (versículos 24-28).
La violencia de este presente siglo malo se observa en la muerte de Juan; ¡fue nada menos que un asesinato a sangre fría! Herodías se había vengado, pero Dios tendrá la última palabra en este asunto. Marcos dice: “Cuando sus discípulos (de Juan) oyeron esto, fueron y se llevaron el cuerpo y le dieron sepultura” (versículo 29, LBLA).
La importancia de que el siervo descanse en la presencia del Señor
Capítulo 6:30-34.— Los apóstoles informaron todo lo que habían hecho y enseñado, y al oírlo, Él dijo: “Venid vosotros aparte al lugar desierto, y reposad un poco”. Marcos explica por qué: “Porque eran muchos los que iban y venían, que ni aun tenían lugar de comer” (versículo 31). Por lo tanto, “se fueron en un barco al lugar desierto aparte” (versículo 32). No les dijo que iniciaran una protesta pública contra la atrocidad del asesinato de Juan. No los había llamado para rectificar el mundo; su tarea era presentarlo a Él en el evangelio para que algunos pudieran ser salvos antes de que el juicio de Dios cayera sobre la nación. La rectificación de todas las cosas se cumpliría en un día venidero cuando el Señor aparezca (Su segunda venida). En ese momento, Él juzgará al mundo con justicia (Salmo 96:13; Isaías 26:9; 32:1; Hechos 17:31, etc.). En este Evangelio, Marcos hace notar que en varias ocasiones el Señor se retiró de la actividad pública del ministerio para estar a solas con Dios en quieta meditación y oración (Marcos 1:29,35,37-38; 3:7,13; 4:10,34; 6:31,46; 7:17,24; 9:2,28). Somos así enseñados por el ejemplo del Señor acerca de la importancia de no descuidar esto en nuestro servicio. El poder en el ministerio público viene de estar primero en reposo privado con el Señor.
Cuando la gente vio al Señor y a los apóstoles partir en barco hacia un lugar desierto al otro lado del lago, corrieron alrededor de la orilla del lago y llegaron antes que Él (versículo 33). El Señor “saliendo” de la barca, “vió grande multitud, y tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas que no tenían pastor; y les comenzó á enseñar muchas cosas” (versículo 34). En esta ocasión, el Señor no tuvo la oportunidad de apartarse de los apóstoles para estar a solas con Dios. La necesidad de la gente llamaba de nuevo, y el Señor respondió a ella con un servicio incansable.
La alimentación de los cinco mil
Capítulo 6:35-44.— Habiendo enseñado muchas cosas a la gente, y estando el día “muy entrado”, los apóstoles sugirieron al Señor que enviara a la gente a los campos y aldeas a comprar pan, porque no habían comido nada en todo el día (versículos 35-36). Pero el Señor no quiso despedirlos con hambre, porque la Escritura dice: “De pan saciaré a sus pobres” (Salmo 132:15). El Señor aprovecharía esta ocasión para ejercitar a los apóstoles en cuanto a su responsabilidad de alimentar a la gente. Él les dijo: “Dadles de comer vosotros” (versículo 37). Siendo siervos de Dios y habiendo sido enteramente instruidos por el Señor para su trabajo, deberían haber sido capaces de acceder a los recursos de Dios y dispensar bendiciones sobre el pueblo. Considerando sus propios recursos, calcularon que necesitarían comprar suficiente comida por “doscientos denarios” para alimentar a la gente. El Señor sabía que ellos no tenían tal cantidad en la bolsa de dinero, y preguntó: “¿Cuántos panes tenéis?”. Ellos dijeron: “Cinco, y dos peces” (versículo 38). En lugar de comprar comida, el Señor multiplicaría la comida que tenían. Interpretar esto espiritualmente, es muy instructivo.
Les mostró a los apóstoles cómo se podía hacer esto. Primero les hizo organizar a la gente en grupos más pequeños de “cien” y de “cincuenta”, y luego que los hiciesen recostar sobre “la hierba verde” (versículos 39-40, LBLA). Esto podría significar el hacer que las personas se sientan cómodas y listas para recibir alimento. Entonces el Señor, “tomados los cinco panes y los dos peces, mirando al cielo, bendijo, y partió los panes, y dió á Sus discípulos para que los pusiesen delante: y repartió á todos los dos peces. Y comieron todos, y se hartaron” (versículos 41-42). La lección aquí es que el siervo debe estar dispuesto a tomar lo poco que tiene, y con una sencilla oración de fe, ponerlo en las manos del Señor para que Él lo use. Al hacer esto, Dios lo multiplicará y la gente será alimentada. Esto muestra que necesitamos fe, no solo para ser salvos, sino para cada paso de nuestro camino —en la vida y en el servicio.
Lo mismo sucede con el alimento espiritual para las necesidades del alma. Al igual que los discípulos, es posible que nos sintamos inadecuados para una tarea como alimentar al pueblo de Dios, pensando que no tenemos el alimento espiritual necesario para decirles una palabra. Pero si tenemos fe para confiar en el Señor respecto a este asunto, y ponemos nuestros pocos y sencillos pensamientos en Su mano para que sean compartidos, Dios tomará eso y lo multiplicará en las almas de nuestros oyentes, y así, ellos recibirán bendición. Nota: el Señor no les dio a los discípulos los panes para que los distribuyeran enteros, sino que los partió en pedazos más pequeños y les hizo dárselos a la gente. Esto significa tomar los pasajes más profundos de la Palabra de Dios y desglosarlos en porciones sencillas a fin de que los santos puedan entender y recibir la verdad (Nehemías 8:8; 2 Timoteo 2:15).
Después de que toda la gente hubo comido del pan y del pescado, sobraron suficientes pedazos que se recogieron “doce cofines [cestas] llenos” (versículo 43). Así mismo, esto permitió que cada uno de los apóstoles tuviera algo que comer, ¡porque seguramente también estaban hambrientos! Esto indica que, al servir al Señor, Él no se olvida de Sus obreros y también les proporciona sustento. El principio que se ilustra aquí se encuentra en Proverbios 11:25. “El que saciare, él también será saciado”. En el Evangelio de Juan, el Señor les dijo: “Recoged los pedazos que han quedado, porque no se pierda nada” (Juan 6:12). Esto nos enseñaría que cuando estamos en una reunión bíblica donde se expone la Palabra de Dios, debemos ser diligentes en recoger todo lo que podamos del ministerio —tomando notas con lápiz y papel si es necesario.
Marcos nos dice que había alrededor de “cinco mil hombres” que fueron alimentados en esa ocasión (versículo 44), pero Mateo añade, “sin contar las mujeres y los niños” (Mateo 14:21, LBLA). ¡Esto significa que el número de personas que fueron alimentadas podría haber sido superior a los ocho mil o diez mil! Este es el único milagro que se registra en los cuatro Evangelios. Es significativo que no se mencione en ninguno de los cuatro relatos que la gente valorara lo que el Señor había hecho por ellos, y le diera gracias, o alabara a Dios. Extrañamente no se halla tal cosa, lo cual indica que las personas no quedaron impresionadas. La gente no tenía ojos para discernir Su gloria, ni corazón para recibirlo.
El Señor camina sobre el mar
Capítulo 6:45-56.— Puesto que tal era la incredulidad de la gente, el Señor procedió a dar instrucciones a Sus discípulos para que subieran al barco y cruzaran el mar hasta Betsaida entre tanto que Él “despedía” a la multitud. Habiendo hecho eso, “se fué al monte á orar” (versículos 45-46). Este es un retrato del Israel incrédulo (los judíos) siendo puesto a un lado en los caminos dispensacionales de Dios, y del Señor ascendiendo a la diestra de Dios para interceder por aquellos que lo recibieron (Romanos 8:34). El viaje de los discípulos a través del mar es un retrato del viaje espiritual en el que se encuentran los santos en este día presente, el cual termina en el cielo.
Cuando el barco estaba en “medio del mar”, una feroz tempestad se levantó contra ellos. El hecho de que el “viento” fuera contrario a su navegación representa la oposición de Satanás en contra del propósito por el cual los discípulos dan testimonio en este mundo. Pero el Señor viéndolos “remar fatigados” fue hacia ellos “andando sobre el mar”. Marcos dice que Él “quería pasarlos de largo”. Es decir, Él hizo que pareciera que no recibirían ayuda alguna de parte de Él; sin embargo, solo estaba probando su fe (versículos 47-48, LBLA). Todos ellos se “turbaron”, pensando que habían visto un “fantasma [aparición]” (versículo 49, traducción J. N. Darby), mas Él disipó sus temores, diciéndoles: “Alentaos; Yo soy, no temáis” (versículo 50).
Cuando el Señor subió al barco “el viento se calmó”, y los discípulos quedaron asombrados en gran manera. Estaban un poco faltos de discernimiento respecto al milagro “de los panes” porque sus corazones estaban endurecidos. Al igual que los discípulos, nosotros podemos llegar a estar tan profundamente ocupados con los problemas de la vida que no vemos al Señor en las situaciones que se presentan en la vida. En la tierra de Genesaret, en la orilla occidental del mar de Galilea, la gente acudía a Él en multitudes trayendo enfermos en lechos, ¡y todos los que le “tocaban” quedaban sanos! (versículos 53-56).
La vacuidad de una religión hipócrita
Capítulo 7:1-23.— El incidente que nos ocupa en este capítulo pone fin al ministerio galileo del Señor. (En el capítulo 9:33, notamos que Él pasa por Capernaum en Galilea de camino hacia Perea, pero ya no predica ni enseña en Capernaum, porque Su ministerio en aquella región se considera terminado).
Este capítulo 7 comienza con una delegación de líderes religiosos de la nación que vienen al Señor desde Jerusalén. No vinieron con algún sentido de necesidad, ni fueron atraídos a Él por Su gracia, sino para oponérsele procurando encontrar faltas en Él y en Sus discípulos por haber comido pan sin lavarse las manos (versículos 1-2). Marcos explica que era tradición de los judíos, transmitida por sus ancianos, que no comieran alimentos hasta que hubieran pasado por un elaborado ritual de lavamiento de sus manos. Marcos añade: “Y otras muchas cosas hay, que tomaron para guardar, como las lavaduras de los vasos de beber, y de los jarros, y de los vasos de metal, y de los lechos” (versículos 3-4). Estos líderes religiosos se acercaron al Señor y le preguntaron: “¿Por qué Tus discípulos no andan conforme á la tradición de los ancianos, sino que comen pan con manos comunes?” (versículo 5).
El Señor respondió a su búsqueda de faltas exponiendo y reprendiendo la vacuidad de las reglas y regulaciones de hechura humana que habían recibido de sus ancianos de generaciones anteriores. Estaban poniendo las tradiciones de los ancianos por encima de los mandamientos de Dios, ¡los cuales son las mismísimas palabras de Dios! De hecho, muchas de las enseñanzas de los ancianos no eran interpretaciones de la Ley Mosaica, ¡sino claras contradicciones de la Ley! El Señor citó Isaías 29:13 para mostrar la hipocresía a la que esto conduce, declarando: “Este pueblo con los labios Me honra, mas su corazón lejos está de Mí” (versículo 6). Luego añadió: “Y en vano Me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres. Porque dejando el mandamiento de Dios, tenéis la tradición de los hombre ... Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición” (versículos 7-9).
El Señor entonces dio un ejemplo. En Éxodo 20:12 y Éxodo 21:17, “Moisés dijo: Honra á tu padre y á tu madre, y: El que maldijere al padre ó á la madre, morirá de muerte” (versículo 10). (“Morirá de muerte” significa morir bajo el juicio corporativo de la lapidación). “Y vosotros decís: Basta si dijere un hombre al padre ó la madre: Es Corbán (quiere decir, don mío á Dios) todo aquello con que pudiera valerte; y no le dejáis hacer más por su padre ó por su madre, invalidando la palabra de Dios con vuestra tradición que disteis: y muchas cosas hacéis semejantes á éstas” (versículos 11-13). Se habían inventado una enseñanza que permitía a un hijo o hija negar el 5º mandamiento de honrar a su padre y a su madre, y eludir así su responsabilidad de cuidar de sus padres. Pero al hacerlo, transgredían el mandamiento de Dios. Para conseguirlo, solo bastaba afirmar que ese recurso que tenían en la mano, el cual podía usarse para aliviar las necesidades de sus padres, era “Corbán” (don) para Dios. (Véase Levítico 1:2 en la traducción J. N. Darby, nota a pie de página). Es decir, era algo que habían apartado para dedicarlo al servicio de Dios y, por lo tanto, no podían utilizarlo para ayudar a sus padres. Con este subterfugio anulaban su obligación de honrar a sus padres. Por lo tanto, eran meticulosos en el cumplimiento de sus propias normas y reglamentos hechos por el hombre, ¡pero no tenían ninguna inhibición a la hora de quebrantar la Ley de Dios! Edersheim afirma que, por lo general, no cumplían con su compromiso profesado, por lo que el regalo se retenía indefinidamente y nunca se entregaba a Dios.
En los versículos 14-23, el Señor expuso las ideas equivocadas que tenían los escribas y fariseos sobre el lavamiento. Dijo a la multitud: “Nada hay fuera del hombre que entre en él, que le pueda contaminar: mas lo que sale de él, aquello es lo que contamina al hombre” (versículos 14-16). Como esta enseñanza era contraria a todo lo que los discípulos habían oído, cuando entraron en la casa le pidieron que hablara más al respecto (versículo 17). El Señor aprovechó la oportunidad para enseñarles que era el “corazón” del hombre el que necesitaba limpieza y no las manos de los hombres. La tradición de los ancianos tenía que ver con el lavado exterior (que nunca salvará el alma de una persona), mientras que el Señor estaba hablando de limpieza moral y espiritual. Él enunció varios tipos de pecados como ejemplo de lo que sale del corazón del hombre. Dijo: “Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de adentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, avaricias, maldades, engaños, sensualidad [libertinaje], envidia, calumnia, orgullo [arrogancia] e insensatez [locura]. Todas estas maldades de adentro salen, y contaminan al hombre” (versículos 21-23, LBLA). Los rituales externos no limpiarán a una persona de estos pecados. El gran punto aquí es que, si se insiste en los rituales y ceremonias externas sin preocuparse por el lado interno de las cosas que pertenecen al alma, tal como Dios la ve, puede dejar a una persona lejos de Dios.