Los Tres Camaradas

Table of Contents

1. Prefacio
2. Capitulo Uno
3. Capítulo Dos
4. Capítulo Tres
5. Capítulo Cuatro
6. Capítulo Cinco
7. Capítulo Seis
8. Capítulo Siete
9. Capítulo Siete Segunda Mitad
10. Capítulo Ocho
11. Capítulo Nueve
12. Capítulo Diez
13. Capítulo Once
14. Capítulo Doce

Prefacio

Este libro es una continuación de la historia del libro En el País del Sol.
Traducido al inglés
por Charles Lukesh
con el título The Three Comrades.
Traducido del inglés al español
por David K. Siegrist.
Declaración de permiso
Este libro puede ser copiado o impreso siempre que cada copia incluya esta misma declaración de permiso.—El traductor
David K. Siegrist
229 Belle Alto Rd.
Wernersville, PA 195ó5 August 13, 1997
Telephone 610-678-8274 Donald Rule
Bible Truth Publishers
59 Industrial Road
P.O. Box ó49 Addison, IL ó0101
Dear Donald,
Here is the disk which I promised you containing the translation of The Three Comrades. The files were converted by a Brother Word Processor lo the ASCII format, which supposedly can be read by any IBM compatible computer.
If you have any trouble transferring the files from this disk, just let me know and I may need to print out a copy on paper lo send lo you. You do not need to return the disk.
I plan to leave for Guatemala on August 29 and sometime later I will try to send you a disk with the translation of Saved at Sea when it is finished.
If you choose lo print the book and would like to send me a free copy, you may send it to my Pennsylvania address and my parents will forward it to me in Guatemala.
Comments and observations from the translator to the editor:
Since I do not have a copy of Sunshine Country in Spanish, I do not know what name they give to Palko. We should use the same name in this book as what he has in that book. I just called him Palko.
I divided the long paragraphs into smaller paragraphs at convenient places for easier reading You can easily change it back again if you prefer to do so when you edit it.
On page 35 in the phrase "after the death of our son" I changed death to birth because the second paragraph after that says that the son died after his mother died.
On page 52 in the phrase Palko is able to do this" I changed Palko lo Ondrejko because Ondrejko was the heir lo the herds, as explained on pages 55 and 56.
On page 83 I changed the phrase "went with his mother lo the cottage" lo "went to visit his mother at the cottage" because if he had gone with her, how could she have just prepared a letter for the mail when he entered the room?
I welcome any suggestions about improving my method of translating. Just send them lo my Pennsylvania address and my parents will forward them lo Guatemala.
Sincerely,
David K. Siegrist

Capitulo Uno

En todo el mundo ancho no había compañeros que amaban unos a otros más que Pedrico, Ondreco y Fido. Todos los tres eran huérfanos y habían pasado un tiempo en el mundo hasta entonces. Ambos padres de Pedrico habían muerto de una fiebre maligna. Él llegó a ser un cargo para el público y fue mandado de un lugar a otro, hasta que por fin lo colocaron bajo el cargo del pastor Filina, quien era el tío de su padre, y tenía el cargo de las ovejas que pastoreaban en los prados de la montaría de la finca del Señor Gemer. Al pastor Filina la gente lo llamaba "Bach" que significa "jefe de pastores". Su morada era nada más una choza pobre, pero al maltratado Pedrico le parecía como un paraíso.
Ondreco, hijo del Señor Gemer, vino a vivir con el viejo "Bach" por la orden del doctor, para que pudiera crecer más fuerte en el aire de la montaría, bebiendo el suero de leche y comiendo el pan negro. Ondreco no pudo recordar haber tenido un padre. Él tenía solo dos arios cuando sus padres se separaron de una vez. Su madre lo llevó consigo cuando ella salió, pero aun así Ono vivió con ella. Ella lo dejó con gente desconocida a quienes ella pagó para cuidarlo, y salió sola al mundo. La gente hablaba de ella; dijeron que ella era una cantora famosa, y que muchos llegaban desde lugares lejanos para escucharla.
Ondreco recordaba solamente una de sus visitas, y que ella era muy bella, y le trajo una caja llena de chocolates, un caballo de madera en que mecer, y una trompeta, quien sabe qué más? Después de eso ó1 nunca la vio otra vez, y probablemente nunca la vería más. La señora con quien é1 vivía hablaba de un pleito ante la ley, cuya conclusión resultó que él no pertenecía ni a la madre ni al padre. Por fin, llegó al castillo de su padre, el Señor Gemer, y de allí el doctor lo mandó a las montañas porque estaba tan enfermo como una candela ya para apagarse. En cuanto a su padre sólo sabía que estaba en un lugar muy lejos, y que ya tenía una segunda esposa y dos hijos. A Ondreco le parecía que era un huérfano tanto como Pedrico. El perro Fido no recordaba su madre tampoco, porque él apenas había empezado a correr alrededor de la caseta cuando un jabalí salvaje mató a su madre. Así que no es de extraviarse de que todos los tres amaban unos a otros.
Para Ondreco le edificaron un cuarto especial al lado de la choza del pastor.
Había tres rediles grandes, y Bach Filina tenía el cargo de todos los tres. Ondreco tenía en su cuarto una cama regular, y otra cama preparada para el doctor cuando llegaba a verlo; pero puesto que se sentía bastante solito, prefería dormir con Pedrico sobre el heno, y porque Fido no podía seguirles al desván por la escalera, el por lo menos guardaba la escalera para que nada pasara con los niños.
Bach Filina era un hombre grande como gigante. La cara suya era anciana y austera; todos sus dientes todavía estaban perfectamente blancos y no tenía ni una cana; pero por extraño que parezca, sus cejas empezaron a cambiar al color gris. Pero cuando el arrugaba la frente encima de sus ojos negros como los del águila, con una vista lejana y ancha, parecía como que las nubes de tempestad se acercaran. No solamente los dos niños, sino toda la gente, hasta los encargados de los rebaños, tanto coma las ovejas y los guardianes de cuatro patas y pelo largo, tenían miedo de estas nubes de tempestad. Bach Filina no se enojaba fácilmente, pero cuando se enojaba, no era poco.
Aunque Ondreco era el hijo de su patrón, Bach Filina no le dejaba hacer todo Lo que gustara. Al niño no le habían enseñado a obedecer; pero Filina le enseñó esta dura lección sin regañarle ni siquiera tocarle con un dedo. Cuando el doctor be trajo a las montañas él le dijo a Bach:—La que este niño necesita es comer pan negro y beber suero de leche. El ha sido criado con comidas lujosas y esas no le caen bien. Le sería bien bañarse en agua fría, pero le da miedo mojarse. No tienes que tratarse como a un Señor Gemer porque es cuestión de su salud.
—¡Ah, eso!—dijo Bach, arrugando la frente—. Yo soy capaz de controlar a un mocoso tan pequeñito—y bien lo era. Durante los primeros cuantos días Ondreco no se atrevía a resistir a este gran hombre en nada, y ahora él ni pensaría en hacerlo. Los niños no conocían a ningún hombre en todo el mundo que fuera más noble que Bach Filina. Él no se preocupaba mucho por lo que ellos hacían durante todo el día, pero en la noche antes que las ovejas fueran recogidas, él se sentaba con ellos en medio de la naturaleza bella de Dios delante de la cabaña, y allí ellos podían y aún tenían que contarle todo. Se sentaban cerca de él, uno por un lado, y el otro por otro lado, y Fido colocaba su gran cabeza peluda encima de las rodillas de su patrón y miraba tan sabiamente, que parecía que él también quería contar todo lo que había pasado durante el día. El perro todavía era joven y muy activo. Al ver su nariz y orejas se podía saber que él no había sido entrenado mucho; su pelo muchas veces estaba bastante enredada porque el iniciaba riñas con los perros más grandes, Blanco y Jugador.
La primera vez que Bach encontró a los dos niños que dormían juntos sobre el heno él frunció el entrecejo y los niños tenían miedo de lo que iba a suceder, pero no sucedió nada. Bach nada más ordenó a Ondreco que extendiera su sábana sobre el heno y que se cubriera a si mismo con un cubrecama; así que los dos se cubrían y dormían muy bien en el fragante heno.

Capítulo Dos

Era el domingo por la tarde. La quietud del día santo se podía notar aun en las montañas donde los compañeros pequeños caminaban mano a mano Estaban bien lavados y vestidos de ropa del domingo, porque Bach Filina no permitía que nadie profanara el domingo. Todos los que podían, tenían que ir a la iglesia de la aldea más cercana, a pesar de que llevaba casi dos horas de camino. El mismo no muchas veces iba; pues no podía aguantar los paseos largos. Una vez un palo se cayó encima de su pie y desde aquel tiempo le daba dolor, pero puesto que no bajaba a la iglesia, leía en su Biblia grande y vieja. Hoy él había ido a la iglesia y los Milos fueron a encontrarlo. A ellos el hacía mucha falta. Él les ordenó que aprendieran de memoria la lectura del evangelio para ese día y cada uno tuvo que recitarla aparte.
De repente Pedrico se calló; condujo a su compañero a un lado y señaló con una cabezada silenciosa hacia un árbol cortado que estaba tirado en el bosque. Allí estaba sentado Bach Filina con la cabeza puesta en las palmas de las manos como que algo estuviera apretándolo para abajo al suelo negro.
-Vamos a subirnos a Bach—sugirió Pedrico—. El parece muy triste.
-Realmente muy triste—dijo Ondreco preocupado—. Tal vez la tristeza le va a dejar cuando lleguemos a él.
El crujido de ramas secas debajo de los pies descalzos de los Milos despertó a Bach. Miró por alrededor. Los niños se quedaron a una distancia corta. ¿Debían ir a él, o no?
dónde van?—el llamó a ellos. Llegaron corriendo.—Sólo para encontrarle, Bach.
—Bueno, ¿por qué vinieron a encontrarme?—Su voz que normalmente era áspera parecía diferente.
—Nos sentíamos solitos sin usted—contestó Ondreco con vacilación, y se sentaron sobre la alfombra de musgo a los pies de Bach.
¿por qué, Bach, estaba usted sentado aquí tan triste?—preguntó Ondreco, y Pedrico le miró de repente, extrañado de que se atreviera a preguntar. ¿No se iba a enojar Bach?
-¿Pensabas que yo estaba triste?—Bach acarició, el pelo rubio alrededor de la cara pálida del niño, que en la luz del sol se miraba como una aureola de un Santo.
—Y no estaba triste?—Los ojos azules del niño, como dos flores azules y bonitos, miraron fijamente a los ojos negros como águila del hombre.
—Bueno, niño, yo estaba triste, y ustedes han hecho bien en venir a encontrarme. Mientras que yo descanse un poco, reciten a mí el evangelio que ustedes han aprendido.
Los dos niños, el uno después del otro, recitaron la parábola del hombre rico y Lázaro.
—¿Puedo pedirle, Pastor, que me diga por qué el hombre rico no le ayudó a Lázaro?—Pedrico se atrevió a preguntar.
¿por qué? Porque su corazón era como una piedra. Los perros eran mejores que él. Recuerden eso, niños, y nunca hagan ningún daño a los Maros ni a los animales. Ahora vamos.
Bach tomó a Ondreco de la mano y después de dar su libro a Pedrico, caminaron por el bosque hacia la casa. Muy alto encima de ellos en el claro sonaban las campanas del rebaño, y de vez en cuando los ladridos impacientes de Blanco y Jugador, y en medio sonaba la trompeta del más joven entre los encargados de los rebaños, Esteban. Él tocaba con tanto ardor que parecía que las notas rebosaban:
Venid, venid, mansas ovejas
Guardaos de las aguas profundas
Pastoread en los prados verdes
Donde las grama crece dulce y limpia.
¡Cómo resonaba la trompeta como que alguien estuviera llorando en el bosque! Aun los ecos parecían contestar de la misma manera.
A los niños les gustaba la melodía bella. Conocían las palabras de este himno, pero Bach inclinó su orgullosa cabeza como si algún gran cargo le apretara desde encima.
Después de terminar su cena sencilla, se sentaron otra vez como costumbre en frente de la choza, Bach encima de un tronco cortado y los niños ante sus pies. Estos se miraban el uno al otro, preguntándose si podían atreverse a pedirle una historia. Él conocía tantas, y cuando estaba en buen humor sabía muy bien contarles buenas historias.
—Le ruego, Bach, ¿puede contarnos algo?—Ondreco preguntó por fin, y a la vez miro de tal manera a Bach, que únicamente un hombre muy duro pudiera rehusar.
Estorbado de su meditación, Bach miró por un rato a los bellos ojos inquisitivos, y luego con un respiro profundo empezó:
-Hace muchos años yo era un niño como ustedes dos. Yo les digo esto para que sepan cómo es lo que ustedes nunca deben llegar a ser, si no quieren que el Señor Dios se enoje mucho contra ustedes. Voy a decirles hoy algo acerca de mí mismo que todavía no he contado a nadie sobre la tierra—empezó el Señor Filina. Se detuvo por un momento y los niños deseosamente esperaban que siguiera.
-Cuando yo tenía cinco años mi madre murió. Mi padre trajo a otra madre a la casa. Era una mujer joven y hermosa, una viuda. Con ella llegó un hijo de su primer matrimonio. Lo llamábamos Esteban, y cuando te miro a ti, Ondreco, siempre tengo en la mente a Esteban ante mi cuando entró en nuestra choza por primera vez. En la cabeza tenía un sombrero con una cinta larga, un manto echado sobre el hombro, una camisa bordado y pantalones angostos. Era como un cuadro de un santo, tan hermoso y tan bello.
-Yo era el hijo más pequeño de mi padre. Los hijos más grandes murieron, así que yo nunca tenía un hermano, y de repente él vino para ser mi hermano. Ustedes se aman, yo lo sé. Eso también me hace recordar mi niñez. Empezó a amarle a él más que hubiera podido amar a mi propio hermano. Teníamos la misma edad, pero yo era fuerte y él era débil; yo era violento y él era manso; yo era feo y él era hermoso. A pesar de esto nos amábamos, y nuestros padres estaban bien satisfechos. Ellos podían dejarlo a el bajo mi cuidado porque sabían que yo era capaz de defenderlo, y podían dejarme a mi bajo el cuidado de el porque cuando él estaba conmigo yo era mucho más manso.
Bach señaló la montaña al otro lado de ellos: ¿Ven aquella montana? –Los niños asintieron con la cabeza.
—Allí vivíamos al pie de la montaña. Miren al oeste, donde el sol se está acostando para dormir; allí en el valle Vivian los tejedores, a quienes llevábamos la lana desde todas nuestras casas para que fuera tejida. Dos veredas conducían a esas chozas; la una iba para arriba y para abajo sobre las rocas, y la otra por el valle, que era más fácil pero más peligrosa, porque había en una parte un pantano en la cual, si alguien caía, nunca podía salir por Sí mismo. Uno que conocía la vereda podía pasar brincando de una roca a otra o entre las matas de grama, pero parecía como si algún poder negro quería arrastrarle para abajo.
<"Pero Mama dijo que tenemos que ir solamente por encima de la cuesta", opuso Esteban, "y Papa llamó también desde la grama: 'No vayan por la vereda más baja'".
almente era agradable comer allí, como en alfombras, hasta que llegamos al pantano. "Ya tienes que brincar de una roca a otra" dije yo, y corrí adelante. Llegamos cerca del otro lado y solo faltaba hacer un salto más. Puesto que yo era más alto y mis pies más largos yo logre saltar al otro lado, pero sabía que Esteban no podía saltarlo. Había matas de grama y yo le aconseje que corriera encima de ellas. Me hizo caso y pasó por dos o tres matas, pero la tercera empezó a mover debajo de él y el saltó de vuelto sobre la roca.
<"Quédate allí" yo le grite. "No lejos de aquí vive el guardabosque; voy a comer por al y él te ayudará". Corrí tan rápido como pude, pero no hacia la casa del guardabosque.
<"Pedrico, no me dejes. Tengo miedo" llamó Esteban detrás de mí, e inmediatamente siguió un grito:
<"¡Madre mío!"
que, Bach? ¿Ay, que, Bach?—con gritos amargos ambos exclamaron. Las lágrimas ya estaban corriendo por cara pálida de Ondreco.
-Allí en la cama en los rayos del sol como un cuadro santo, descansaba nuestro Esteban, durmiendo. Mama estaba sentada al lado de la cama. Hubo un zumbido en mis oídos y oscuridad ante mis ojos, y si Papa no hubiera brincado para cogerme yo me habría caído. Pasó mucho tiempo antes que me volvieran a la conciencia.
—¿Entonces no se ahogó?—ambos niños estaban asombrados, regocijándose.
—¿No se cayó en aquel pantano?
-Se cayó en el pantano, niños. Ay, se cayó, y no había ningún hombre que lo hubiera podido salvar. Pero teníamos un perro grande, que se llamaba Blanco, que iba alrededor siempre con nosotros, como Fido va con ustedes. Cuando salimos de la casa lo dejamos atrás, pero él nos siguió, y el Señor Dios mismo lo mandó en ese momento cuando la piedra debajo de Esteban se aflojó, y el perdió su equilibrio y cayó. Blanco lo cogió del pelo y lo arrastró a la orilla, y gañó y ladró hasta que llegó el guardabosque.
Aunque los niños tenían muchas preguntas en sus corazones obedientemente le dijeron "feliz noche" y fueron. Por mucho tiempo, acostados sobre el heno, hablaron juntos acerca de Esteban, como brincaba sobre las matas de grama, cómo la roca se botó debajo de él, cómo se cayó, y cómo Blanco lo salvo.
—Estoy muy triste por Bach Filina—dijo Ondreco—. Nunca puedo olvidarlo. Debe de dolerle; ¿puede ser que Dios todavía este enojado con él?
—¿Pero dónde está este Esteban?—se preocupó Pedrico—. Tenían la misma edad, entonces debe de ser tan anciano ahora. Tal vez él nos contará acerca de él otra vez.—Fueron detenidos de seguir platicando por Fido. De alguna manera él había logrado subir a ellos y ellos se regocijaron. Le contaron otra vez acerca del héroe Blanquito y le ordenaron seguirlo. El movió la cola, lamió sus manos y caras, gañendo de gozo coma que estuviera prometiéndolo todo, y cuando los niños durmieron, el mantenía abierto un ojo porque tenía que vigilar sobre sus compañeros.

Capítulo Tres

La siguiente semana Bach Filina tenía mucho trabajo que hacer, así que no pudo vigilar mucho a los niños, aunque estos hacían todo lo que podían; le obedecieron y trataron de agradarlo en todo. El martes el doctor llegó para mirar a Ondreco. Le dijeron dónde Ondreco dormía, pero el nada más se rio diciendo:—Es bueno para ti, niño, eso te ayudará; aunque tu padre es un gran Señor y un magiar orgulloso, todo sirve en su tiempo. Así que yo confió que vamos a vivir para ver que las Montañas Tatra pertenezcan a los eslovacos y también estos bosques. Porque tu abuelo vivid allí como un gran eslovaco, tú también como un buen eslovaco estarás viviendo. Sólo aprende el lenguaje de tu padre y acércate a ese suelo que ellos una vez cultivaron.
Los niños no entendían lo que él quería decir. Solamente sentían que él era su amigo.
Llegó la noche. Tuvieron que hacer una cama para el doctor al lado de ellos sobre el heno. En la mariana él bebió la buena leche y comió el pan negro con queso. Entonces los niños lo guiaron hasta la "Roca de la Bruja". En el camino Ondreco preguntó acerca de su padre. Aprendió que ahora vivía en Paris y que no planeaba llegar a la casa ese ario por el verano. El niño respiró más libremente porque sentía que si su padre llegara él tendría que ir a vivir con él, lejos de Bach Filina y lejos de Pedrico. Eso no le agradaría; él no quería ir en nada.
Cuando el doctor se despidió de los niños ellos lo siguieron con los ojos mientras tanto podían ver su sombrero de paja, y luego se subieron sobre la roca para verlo mejor, pero para mientras él había desaparecido de una vez. En vez de ver al doctor vieron al otro lado de la "Roca de la Bruja" un pequeño valle bello, y en al había una casa solitaria de ventanas pequeñas hecha de madera y cubierta de tejas, cerca del arroyo. Colocada entre las fuentes que salían de las rocas, parecía la casa de una historia de hadas. El encargado del rebaño, Esteban, les había contado a los niños varias veces acerca de brujas que vivían en chozas solitarias, y les parecía que tal vez una de ellas vivía allí. Un perro grande y blanco se asolaba en frente de la choza. Si Fido hubiera estado con él, seguramente habría iniciado una pelea con él.
Mientras los Milos miraban la casita la puerta abrió, pero no salió ninguna mujer vieja, sino únicamente un niño quien era un poco más grande que ellos mismos, con un manto y cincho, sandalias, y un sombrero en la cabeza. El perro saltó, movió su cola ancha, se estiró, bostezó y ladró alegremente. El niño lo acarició en la cabeza y sonrió hacia él, y luego los dos empezaron a caminar para arriba hacia la roca grande.
El perro fue el primero que vio a nuestros compañeros y se detuvo. Pudieron ver que él no era tan joven como Fido, pero que él era sabio y no ladraba inútilmente a cualquier persona, así que sabían que debía de ser amable con la gente. Pronto los niños se encontraron cara a cara, y el niño extraño, cuya manera de vestir indicaba que no era de aquella sección, les saludó de una manera amable. Les preguntó que estaban haciendo y de dónde eran. Le dijeron que habían acompañado al doctor hasta ese lugar. Ondreco se atrevió a preguntarle Si vivía en aquella casa pequeña.
-La casa pertenece a nosotros, pero yo soy de Trenchin Solamente hace una semana que vine con mi padre. Murió un tío de mi madre, y porque no hay pariente más cercano mi madre heredó esta choza. Papa quiere venderla, pero un bosque de bastantes palos Tinos pertenece a la choza, y los palos serían muy útiles en nuestro negocio. Por tanto, vamos a quedarnos aquí por algún tiempo para cortar la madera y llevarla con nosotros.
—¿Y el perro es de ustedes?
-Sí, es nuestro Dunaj. Él no quiso quedarse en la casa; tuvimos que llevarlo con nosotros, aunque tuvimos que pagar pasaje por el en el ferrocarril.
-Seguramente no lo tenían consigo en el vagón, ¿verdad?—preguntó Ondreco.
-No; y no le gustó a Dunaj en nada el lugar en donde lo encerraron. Él casi me atropelló cuando ganó su libertad otra vez. ¿Así es, verdad, Dunaj?—El perro gañó y se acurrucó a los pies de su Señor.
-Nosotros también tenemos un perro que todavía es joven, pero él también va a crecer grande—dijo Ondreco en apreciación.
-¿Y a donde te vas?—preguntó Pedrico.—Aquí nada más en la roca para ver que está detrás de ella. En nuestro país también tenemos una roca grande, pero es mucho más alta y ancha, y cuando uno mira para abajo desde ella parece como que estuviera mirando para abajo al Valle del Sol, como dice la historia. Y después de la tormenta aparece un arco iris, como la puerta del cielo que una vez apareció a Jacob en un sueño. Una vez yo creía que la puerta del cielo estaba allí únicamente, pero hoy sa que el cielo está abierto en todo lugar para que el Señor Jesucristo pueda venir a nosotros en donde y cuando quiera. conocen ustedes también?
—¿A quién?—preguntaron los niños.
—El Hijo de Dios, el Señor Jesús. Pero ya veo que ustedes no le conocen, y Él seguramente me mandó a ustedes, para que yo les pudiera decir todo lo que se. ¿Tienen tiempo para hablar?
-Podemos quedarnos aquí más o menos una hora—dijo Pedrico, quien sintió que el nuevo desconocido era muy amable y quería tenerlo por un compañero.
-Entonces vamos a sentarnos aquí sobre la roca, y te voy a decir cómo era que yo vine al Valle del Sol por primera vez, y que clase de libro encontré allí Yo lo tengo aún aquí conmigo porque no quería quedarme sin ella. Pero díganme primero como se llaman ustedes. Yo me llamo Palko, aunque una vez me bautizaron en nombre de Nicolas. Pero esto es una historia larga.
-Me llamo Pedrico, y él se llama Ondreco. En la casa de él lo llaman Andreas de Gemer en la lengua magiar, pero Bach Filina dice: "¿Por qué debemos quebrar la lengua con nombres extranjeros?" De todos modos, el nombre Ondreco es mucho más bonito—celosamente habló Pedrico.
-Es un nombre bonito. Era el nombre de uno de los discípulos del Señor Jesús que le trajo el niño que tenía los panes y los peces. Yo lo tengo bellamente escrito en este libro.
-Para mientras los niños se subieron sobre la roca, se sentaron, y el nuevo compañero sacó un libro cuidadosamente envuelto en papel y empezó a decirles las cosas hermosas acerca de él. Si alguien quisiera repetirlos llevaría un libro entero (Véase la primera parte del libro En el País del Sol.).
Entre otras cosas, les dijo que el que toma este libro en las manos no debe leerlo de otro modo sino con las mismas palabras exactas, desde el principio hasta el fin, porque únicamente de esa forma llegará a conocer el Camino que conduce al verdadero País del Sol, donde por medio de las puertas del Cielo, el Señor Jesús fue a preparar un lugar para todos aquellos que iban por ese camino en obediencia.
Los niños no se habrían cansado de escuchar hasta la noche, pero de repente llegó Fido, y como que supiera que con tal clase de perro como Dunaj no debía iniciar una pelea, solamente lamió a sus compañeros y fue amable al extranjero. Su llegada hizo que los niños recordaran a Bach, y lo que diría él si ellos se quedaran demasiado tiempo. Se levantaron, y Palko prometió acompañarlos para que le pudieran mostrar dónde su choza estaba, y cuando él tuviera tiempo llegaría a visitarlos.
Él corrió abajo para cerrar su casa y tuvieron que esperar un rato. Cuando regresó llevaba un pedazo grande de pan Lo cual el dividió en cinco partes iguales, y entonces fueron por la vereda estrecha sobre los prados a los rebaños.
El nuevo visitante les contó muchas cosas por el camino. Casi no pudieron despedirse de él.
Cuando Bach entró para la cena, cada uno de los dos niños trató de sobrepasar al otro en decirle acerca de su día. El escuchó atentamente y dijo que estaría contento cuando el niño extraño, quien parecía muy decente, les visitara. Todos esperaban que él les visitara el siguiente domingo.

Capítulo Cuatro

Es un dicho verdadero que "la gente se queda con la gente, y las montañas con las montañas". La manera en que una persona se acostumbra a otro, apenas se puede creerla hasta que uno mismo lo haya visto. ¿Que es lo que atrae a una persona hacia otra? Por mucho tiempo vivieron nuestros tres compañeros con Bach Filina sin Palko, y no les faltaba nada, pero ahora si pasaban un día sin verlo parecía como que no pudieran aguantarlo.
Por extraño que parezca, a Bach Filina mas le hacía falta. En dondequiera que fuera, en cualquier cosa que hiciera, siempre tenía en la mente el momento cuando los arbustos se partían en aquella hermosa tarde del domingo, y como un cuadro dentro de su marco, estaba el niño extraño tan limpio y nítido con el manto sobre el hombro, con el sombrero pequeño en una mano, descansando la otra mano en un perro peludo y blanco. Ciertamente sería un cuadro bonito para hacer un pintor en aquellas montañas anchas, Si tan solamente pudiera hacerlo conforme a la naturaleza, y nosotros nunca nos cansaríamos de mirarlo. Y se acordó otra vez como Palko se sentó con ellos en frente de la choza con el Santo Libro en la mano, leyendo palabra tras palabra, capitulo tras capitulo. Qué cosas más bonitas y buenas. Así debía de haber parecido Jesús cuando estaba sentado entre los maestros judíos. ¡Cómo entendía Palko la Palabra de Dios! El anciano Bach había escuchado muchos sermones en la vida, pero ningún sermón le había conmovido tanto como los discursos del niño Palko.
Bach tenía una Biblia entera la cual leía a veces los domingos. También tenía un libro grande de sermones, pero desde el tiempo en que Palko Lesina empezó a llegar cada noche a visitarles parecía como si un velo se hubiera quitado de los ojos del hombre. La Biblia llegó a ser para él la Palabra viva de Dios.
—El Señor Jesús antes caminaba por el Mar de Genesaret –dijo el niño seriamente—. Ahora anda por estas montañas de ustedes. A veces El pasaba por nuestras montañas para buscarnos a nosotros, y ahora les busca a ustedes.
Otra vez era domingo. Filina preparó a los niños para ir a la iglesia, pero al mismo se quedó en frente de su choza. Fido, a quien no le permitía correr con los compañeros, quedaba acostado a sus pies. De repente se irguió las orejas, brincó y como una flecha corrió al bosquecillo cercano. Bach no prestó nada de atención. Se quedó sentado con la cabeza inclinada para abajo. No oyó a alguien hablar con el perro, ni oyó ningún saludo; no se movió hasta que oyó cerca de si la voz agradable y joven a la cual amaba tanto.
-Buenos días, Tío Filina. ¿Por qué está tan triste y tan solito? ¿Dónde están los demás?
-Bienvenido, Palko—alegremente contestó el hombre. Extendió una mano morena al Milo—. Si yo hubiera sabido que tú vendrías, no habría mandado a los niños a la iglesia. En todo lugar está la casa de Dios. ¿Y yo supongo que tú estás trayendo la Biblia de la cual hablabas ayer?
-Sí, la traigo. Mi padre se fue para algunos días. Él le pide amablemente a usted que si me dejará quedarme con sus niños aquí para que no tenga que quedarme solito en la choza. ¿Me va a recibir?
Los bonitos ojos del niño miraron deseosamente al rostro del hombre.
-Pues, seguramente. Vamos a estar bastante contentos si te quedas con nosotros—contestó Bach—. , Pero ¿por qué se fue tu padre a la casa?
-Él fue con una parte de la madera. No pudo llevarla toda de una vez. El resto lo vamos a poner en un barco flotante y llevarlo así a nuestro destino. Así que yo pude traer la Biblia para mostrársela.
—¿Es ésa la Biblia del pastor Malina?—preguntó Bach.
—Sí, Tío, y yo la estimo muchísimo. Hay muchas anotaciones en el idioma latín las cuales yo no entiendo, y algunas también en eslovaco. Cuando yo miro las anotaciones veo al pastor delante de mí. Yo quiero mostrarle lo que él escribió el último domingo cuando se puso tan gravemente enfermo. ¿Tiene tiempo para verlo, Tío?
—Pues, sí, mi hijo; hoy es domingo. Sigue leyendo.
—Va a entenderlo mejor que yo porque usted es más grande. Hay algo muy bueno: "He perdido mucho; toda mi vida esta malgastada" empezó el niño, y su voz sonaba tan solemne, casi como si estuviera leyendo la Palabra de Dios. "Aunque quisiera, no puedo mejorar nada. Es demasiado tarde. ¡Es demasiado tarde! Las almas pasaron a la eternidad; puede ser que yo no trajera la salvación a ellas. Nunca pueden volver para que yo les pidiera perdón y les amara. Tan gloriosas son las palabras: <>. En este don santo tomo mi refugio, mi santo Dios y Salvador. Yo sé que Tú me has perdonado y aun has tornado sobre Ti mismo el castigo que yo merecía. Me agarro a Tu cruz; me caigo a Tus pies heridos, y te agradezco; ¡pues, tanto te agradezco; sí, alabare eternamente Tu santo nombre, oh Jesús!"—leyó Palko.
—Así creía el pastor Malina...—pero el niño se detuvo porque Bach quedó sentado con la cabeza inclinada para abajo, y lloraba recio.
—"Aunque quisiera, no podría hacer nada bueno. Es demasiado tarde. Las almas pasaron adelante para acusarme"—repitió el en su llanto—. Eso es lo que me está apretando al suelo a mí, y toda mi vida buena desde aquel tiempo no ayuda nada. . .
El niño descansó su cabeza de pelo rizado en las palmas de sus pequeñas manos.
¿Tío, no quiere decirme que le está preocupando tanto? ¿Puede ser el pecado de que usted quería ahogar a Esteban, como Pedrico me dijo? Pues Esteban no se ahogó. Yo, cuando algo me molesta, lo confieso y me siento más tranquilo de una vez.
El hombre miró al niño Acaricio sus bigotes.—Si yo tengo que decírselo a alguien como he deseado hacer por varios años, me convendrá mejor decírtelo a ti. El Señor Dios te dio a ti más sabiduría que a mí, un anciano, igual que Samuel el niño tenía más que el anciano sacerdote Eli.
Bach caminó con paso largo a su tronco cortado donde normalmente se sentaba. Palko se acostó a su lado en la grama. Apretó la Biblia contra sí, y colocó su mano en la cabeza de Fido quien se acurrucó cerca a su lado. Así esperó pacientemente.
-Puesto que Pedrico te contó de que clase de niño era yo, no tengo que volver a contártelo—empezó el hombre dentro de poco. Su apariencia total no cabía bien con esa mañana hermosa del domingo.
-Así que nosotros dos crecimos, y puedo decir con buena conciencia que Esteban y yo nos amábamos muchísimo. Nunca pude olvidar el hecho de que él no les dijo a nuestros padres cómo yo le desampare en su apuro. El me convenció que nuestros padres nos amaban a los dos. Todo estaba bien y hubiera podido quedarse así para siempre, si Mama no hubiera traído a nosotros su sobrina Eva después que murió su hermana, la madre de Eva. Ella era una muchacha pequeña y bonita. Desde el principio ella parecía tener miedo a ml, pero con Esteban de una vez era amable, hasta que una vez yo lo protegí de algunos perros furiosos. Desde aquel tiempo ella siempre se agarraba de mí. Así era mientras crecíamos juntos, y después que había mos crecido. TU no puedes entender más ahora, por tanto solo puedo decirte esto.
<" ¿Piensas entonces"—dijo Mama—, "que uno de los hijos tendrá que ir a América?"
<"Tú ves, mi esposa, que allí la gente logra algo más rápido que nosotros lo logramos aquí. Nosotros sufrimos valientemente y con todo apenas vivimos" suspiró Papa. Él era un hombre bueno pero ya desgastado por el trabajo duro.
< “¿Y cuál de ellos piensas que debe ir?" mama preguntó con un suspiro.
<"Eso vamos a dejar que ellos Lo decidan. Yo pienso así: Que uno se quede en casa y tome a Eva por su esposa, para que tú tengas una ayuda. Que el otro vaya a América para algunos años, y después que él haya ganado algo de dinero y si Dios le concede que regrese seguramente, entonces pueden vivir juntos. Yo no querría que después de nuestra muerte ellos estén separados. Es bueno para ellos estar juntos."
<"Vaya conmigo una parte del camino" dijo Esteban el siguiente día, después de despedirse de nuestros padres y de Eva. Así que liii. Tomamos la vereda por la cuesta hasta la cruz arriba, encima de la cuesta. Allí él se detuvo. Nos miramos el uno al otro.
<"Mamá me dijo que planes tenía papa para nosotros. Uno de nosotros tiene que ir a América" dijo él. "No puede ser tú. Y los vi a ti y a Eva no hace mucho tiempo en el prado. Papa quiere que uno de nosotros tome a Eva. Ya que ella te pertenece a ti, ¿qué más debo hacer yo aquí? Una vez antes en la niñez yo estaba en tu camino, de manera que ti trataste de deshacerte de mí en aquella tumba negra de agua. La segunda vez no me voy a quedar en tu camino. Sería difícil para mi madre separarse de mí. Tú tienes que reconocer eso, porque yo soy el Único que ella tiene. Así que quiero salir sin que ella tenga que despedirse de ml, pero quiero que sepas la verdad para que estés satisfecho y no tengas más rencor contra mí. Yo realmente estoy dejando todo para ti: los padres, la casa y Eva también. Ella no puede pertenecer a los dos. Eran difíciles para ml aquellos momentos allá en el prado. Si tú tuvieras que soportar lo que yo experimenté en esos momentos tú no lo podrías aguantar. Así que es bueno que ella te escogiera a ti. Para mí era como que me estuviera ahogando otra vez, únicamente el pantano en que me echaste esta vez era mucho más profundo que el otro. Mama dijo que yo parezco enfermo. Aquí nunca me sanare; and muy lejos, podre recuperarme más luego, Te doy la mano en despedida, y puedes darme la tuya sin nada de amargura. Vamos a separarnos como hermanos."
Bach lloró otra vez en voz alta, y Palko lloró juntamente con él.
-Tío, dígame todo, hasta el fin—rogó él después de un rato—. ¿Entonces que de su pobre mama? ¿Cómo le contó usted a ella lo que pasó?
-Yo no tuve que decírselo, mi hijo—dijo Filina mientras se tranquilizó—. Esteban se encargó de todo aquello. Mama tenía un pariente lejano quien llegó a nosotros el tercer día y nos trajo todo lo que Esteban debía de haber traído de la ciudad; también una carta de él, en la cual el rogó a nuestros padres que no se enojaran con el porque estaba saliendo de esa manera a América. En esa carta el otra vez no mencionó que yo era quien le hundí en las profundidades de tristeza. Era muy bella la carta. La cuidábamos bien como un recuerdo, y cuando mama estaba muriendo la pobre querida me pidió ponerla en su ataúd. Yo trataba de ser un buen hijo para ella como el hijo que ella perdió. Después que papa murió, mama me bendijo muchas veces por el buen cuidado que ella disfrutaba, pero eso no me trajo paz al corazón.
-Y su hijo, ¿dónde está él?
-A él también el buen Señor lo llevó. Cuando su madre murió no había ninguno que pudiera darle el cuidado necesario. Él se contagió un resfrío, y en tres días él también estuvo con Dios. Ahora yo te he dicho todo, mi hijo. Yo he confiado todo a ti, mi hijo. He confiado todo a ti, pero tú no entiendes.
-No piense que yo no entiendo, Tío. Yo sé que su corazón esta triste a causa de la injusticia que Esteban sufrió por su envidia. Yo sé que usted ha pecado gravemente. ¿Por qué no podría usted como el sacerdote Malina aferrarse a la cruz y a los pies de Cristo? Usted entiende que quiero decir, en el Espíritu, por la fe, y recibirá el don de Dios, la salvación. Allí más adelante esta esta cita: "Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy primero", y aquí otra vez está escrito: "Me parece que yo soy esa persona, el más pecaminoso entre los pecadores, pero yo creo, yo creo, oh Cordero de Dios, que Tú has muerto por mí también, y yo estoy echando mi corazón al pie de Tu cruz, para que Tu sangre lo pueda limpiar también".
—Yo miro que hay cosas muy buenas escritas allí, Palko—dijo Bach—. Deja este libro conmigo por algún tiempo para que yo pueda leerlo despacio cuando tenga tiempo, y veré Si el Hijo de Dios también quiere tener misericordia conmigo y perdonar mis pecados graves. Ahora sigue leyendo donde dejamos de leer la vez pasada.
—Ahora voy a traer también el himnario y tendremos un himno Esto será nuestra adoración del domingo.—Bach trajo el libro y tuvieron un tiempo hermoso adorando a Dios. Cristo les llegó a ellos por medio de Su Espíritu e hizo vivir la Palabra de Dios, al alma joven quien andaba con Dios continuamente coma Enoc, y también al que podía decir: "Yo anduve errante como oveja extraviada; busca a tu siervo" (Salmos 119:176).

Capítulo Cinco

Sin duda esta cita es cierta: "No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles" (Hebreos 13:2). Bach Filina y los de su casa lo experimentaron. Era justamente como si la bendición se hubiera trasladado a ellos justamente con Palko Lesina. Todos tenían éxito en todo lo que emprendieron. El niño estaba dispuesto a ayudarles en todo lugar, y puso en orden la casa como nunca había estado antes.
—Pues, el Señor Jesús vive aquí—Palko explicó dulcemente—. Él está aquí, y nosotros no sabemos cuándo viene y dónde quiere sentarse. No tendríamos ningún lugar en donde recibirlo.
Esteban le enserió como jugar la bocina del pastor y el jugó en ella canticos bellos de la Navidad, de manera que las montañas resonaban con la melodía. Cuando Palko jugaba a la pillapilla o al tacto del ciego con los niños, era el más alegre de todos. Pero en cuanto le invitaban a leer de su precioso Libro, obedecía en seguida y se sentaba entre ellos, como una vez hacia su Señor entre los sabios ancianos de Jerusalén. Sobre Pedrico especialmente tenía una buena influencia. Pedrico muchas veces era obstinado y desobediente, de modo que Bach tenla que castigarlo.
que hay necesidad de enojar al Tío Filina? Sólo cuéntaselo al Señor Jesús cuando el diablo le esté tentando, y Él te librará, Él te ayudará—le aconsejó Palko.
Ondreco llegó a ser más callado y pensativo. Le gustaba mucho las conversaciones con Palko. Lo creía todo, aun el hecho de que el Señor Jesús estaba presente constantemente. Por eso es necesario estar siempre lavado y limpio y vestido decentemente, y también es necesario que uno le dé su corazón al Señor Jesús cuando Él lo quiere, y Él toma el corazón y lo purifica. Antes que Palko pudiera darse cuenta de lo que pasó, el Señor Jesús tuvo un siervo más. Y así se cumplió Su Santa Palabra; "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños" (Mateo 11:25).
Nadie puede enterarse de cómo sucede; pasa el entendimiento humano, como la oruga en el capullo seco recibe una nueva vida con la llegada de la primavera. Antes que llegaran a la parte del precioso Libro donde empieza a contar de los sufrimientos y por fin la muerte del Señor Jesús, Ondreco sintió en el corazón que todo sucedió por el también. No podía explicarlo exactamente, y nadie lo exigía explicarlo, pero lo sabía en el corazón.
Una vez, cuando file con Palko a su choza, oró que el Señor Jesús le perdonara todo y le pidió entrar en su corazón. Ondreco de allí en adelante creyó sin falta que sucedió, porque todavía es verdadero hoy: "Si crees, veras la gloria de Dios". Por tanto lo que creía, también lo tenía. Ondreco de Gerner ya había sufrido mucho en esta tierra. Sufría muchos dolores de corazón por falta de padre o madre. Muchas noches el lloraba acerca de ello cuando ninguno lo oía.
Muy pocos se dan cuenta del mucho dolor que un niño puede sufrir por la tristeza y la desesperación por falta de amor. Antes que Ondreco llegara a vivir con Filina, muchas veces se preguntaba qua iba a ser de él, puesto que no tenía a nadie, aunque ambos padres suyos vivían. ¿Siempre tendría que vivir con gente desconocida? Se podría escribir un libro entero acerca de los pensamientos de aquella pequeña alma desamparada mientras construía castillos y puentes, y la gente pensaba que le interesaba mucho sus juegos.
Afortunadamente Palko Lesina llegó, y por medio de su plática diaria le hizo claro a su pequeño compañero que Alguien bueno y hermoso vive, y que este Ser hermoso y bueno también le amaba, al pequeño desamparado Ondreco de Gerner, a quien hasta su padre ni amaba, y Él quería vivir con al siempre, para que Ondreco ya no necesitara sentirse desamparado. Ahora él tenía a Alguien a quien llegar sus problemas, y podía confiar todo a Él, si, todas las cosas. ¡Qué lindo era! Sí, ciertamente el Señor Jesús ahora tenía un siervo más.
Aun los encargados de los rebaños suspiraron a Bach:—¿Cómo vamos a pasar la vida sin la presencia de Palko Lesina? Después que el niño vino para estar con nosotros, siempre parece que la salida del sol se mira más bella y el rocío es más rico sobre el suelo.
—Él es un niño bendito—reconoció Bach con un suspiro. ¡Ay, cuanto necesitaba el a este niño! Por tanto, cuando en vez de llegar Lesina llegó una carta, él se alivió mucho. Lesina escribió que no podría llegar por seis semanas más, y le pidió a Bach que mantuviera a Palko consigo para mientras, y que él le sería útil para todo trabajo. Él no quería permitir al niño regresar solo a la casa porque estaba tan lejos, y él era su único hijo. Cuando llegó aquella carta, los niños saltaron de gozo, y Fido les ayudó, pero el gozo más grande después de todo era el de Filina mismo.
En la tarde del día, mientras estaban sentados delante de la choza y Palko estaba soplando en la bocina, de repente el doctor apareció ante ellos. Con placer evidente se fijó en el niño extraño. Fido movió su cola peluda de manera amistosa porque más de una vez él había recibido una buena corteza de tocino de este amable caballero. Dunaj, extendido ante los pies de su patrón, levantó la cabeza también, pero no hizo sonido. Ya sabía a quién dejar en paz y a quien molestar. Antes el habría saltado y ladrado, y probado el abrigo largo del doctor para ver si era hecho de buen material o no. Hoy, el mas bien prefería intentar morder la mosca que pagó con la vida por haberse atrevido a zumbir cerca de su nariz.
Bueno, los perros no se lo hacían saber y la gente no se fijó en que tenían un oyente, ni entonces ni siquiera después que Palko empezó a leer en su Libro, donde estaba escrita acerca del hombre grande quien era capitán de los recaudadores de impuestos, quien tenía grandes riquezas y muchos amigos, pero no tenía paz ni felicidad en el corazón porque no conocía al Señor Jesús. Palko leyó cómo el Señor Jesús le habló mientras estaba sentado en el árbol de sicómoro y se invitó a Si mismo como su huésped.
—Tío Filina—de repente Palko se interrumpió, cuando hubo leído las palabras del Señor: "El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar Lo que se había perdido"; Si usted sencillamente hiciera lo que hizo Zaqueo y dijera al Señor Jesús: "Hoy ha venido la salvación a esta casa", seria primero la casa de su corazón y luego la choza completa. Tío, yo le ruego, recíbalo hoy. Zaqueo lo recibió de una vez con gozo, y cuanto más grande gozo encontró más tarde cuando el Señor Jesús le perdonó todos sus pecados.
Extrañado, el doctor miró primero al niño extraño y también a Bach quien se levantó y sin palabra entró en la choza. Entonces Pedrico se fijó en el visitante; ambos niños corrieron a darle la bienvenida y cada uno quería ser el primero en decide quien era Palko y que estaba haciendo en medio de ellos. El doctor quería mucho a Palko, igual que todos los demás que lo encontraban. Entonces los niños supieron por que el doctor había llegado aquel día. Quería encontrar una casita cerca de la choza donde pudiera colocar a uno de sus pacientes por una semana, a quien únicamente la quietud y el aire y el sol podrían sanar.
—Palko, ¿estás escuchando?—susurró Pedrico, pero tan recio que todos lo podían oír—. Aquella casita de ustedes está vacía, y tu padre no vendrá, por seis semanas, y tú podrías vivir aquí con nosotros; eso será un buen lugar para la Señora.
¿Qué dijiste, niño?—preguntó el doctor.
Ondreco empezó a explicar que Lesina tenía una casita al pie de la "Roca de la Bruja", donde la vereda conducía a la aldea, y que por el presente estaba vacía,
-¿Piensas tú, Palko—preguntó el doctor—, que tu padre concedería prestarnos la cabaña, si nos conviniera?
-¿Cómo no se lo concedería?—dijo el niño de ojos brillantes—. ¿Verdad que dijo el Señor "Estuve enfermo, y me visitasteis"? Si la cabaña les conviene yo les daré la llave. Vamos a dejar que venga la persona enferma.
-Era demasiado tarde en el día para ir a ver el lugar; así que los niños se prepararon para ir con el doctor temprano en la mañana a ver la casita.
Esta vez el doctor no durmió con los niños en el desván de heno, porque habló por largo tiempo con Filina. Cuando Filina llegó a ver a los niños, como era su costumbre cada noche, se quedó parado encima de ellos por largo tiempo en pensamiento profundo, y luego cubrió a Ondreco, y tristemente acarició su frente, suavemente, como que tuviera mucha lastima del niño.
¿Pero por qué? ¿No parecía muy hermoso, algo moreno a causa del sol, con rosas lindas en las mejillas suaves como terciopelo, y la pequeña boca tan raja como una flor de amapola? Era claramente evidente como el aire de la montaña y la comida sencilla le estaban fortaleciendo y sanando. Su cara también mostraba una felicidad interior que el Señor Jesús había puesto en el corazón. ¿Entonces por qué Bach le tenía lástima?
Durante la noche, una tempestad de trueno de poca duración pasó por encima de la montaña. La mañana de primavera principió de manera muy hermosa, como solamente puede hacer después de una tormenta. En la grama colgaban grandes perlas de rocío, y las hojas de los arboles estaban llenas de diamantes de rocío mientras el sol brillaba sobre ellas. Todas las cosas cantaban alabanzas al Creador, cada pájaro, cada insecto y cada mosca. El vapor se alzaba como el humo de un gran holocausto. Con razón entonces Palko, quien conducía su paseo, empezó a cantar. Pedrico suspiró, y echó una mirada al doctor, pensando: "Que va a decir él acerca de eso?" Ondreco gozosamente le ayudó, y su clara voz sonaba como una campana dorada. Y así sonaba sobre las montañas:
Demos gracias a Dios el Rey celestial;
Al que nos amó y nos guardó, cantemos.
A Él sea dado honor, gloria y alabanza.
A Dios, eterno, alcemos la voz.
Oramos: "Este constantemente con nosotros este día,
Y guárdanos de todo mal por el camino,
Para que siempre vivamos para Tu gloria,
Y siempre demos bendiciones a nuestros vecinos;
Y cuando por fin lleguemos a la orilla gloriosa
Sabemos que te alabaremos para siempre".
El doctor conocía ese canto. Lo había aprendido en la niñez. Le hizo agregar su propia voz a las notas claras de los Milos. Puede parecer extraño, pero es cierto, que nada puede refrescar la mente como tal canto en la mariana temprana, cantado de todo corazón en una mariana tan hermosa, cuando toda la naturaleza esta uniéndose en alabanzas al Creador, y a cada paso el hombre siente Su presencia santa, pura y brillante.
—Escucha, Palko—dijo el doctor después de un momento de silencio cuando el canto se había terminado—; ¿Entiendes lo que hemos cantado?
—¿Ese canto?—preguntó el niño—; ¿No está, bastante clara cada palabra?
¿Piensas que sí? Entonces explícanoslo—dijo el doctor sonriendo de buen humor.
Pues, bien sabemos Lo que el buen Señor nos mandó durante la noche pasada, y podemos andar sanos y refrescados a troves de este mundo, y que Él es nuestro Señor, También sabemos que Él es el Dios eterno.
—Bueno, es así, pero hasta los niñitos saben eso. Sigue.
—La tercera estrofa me gusto. mucho. Él ya está sobre la tierra, siempre presente con nosotros, y atm ahora El anda con nosotros, y por tanto nos protegerá de la maldad a través de todo el día. Estoy muy contento de ver por lo menos una pequeña porción de Su manto.
—¿Y dónde la ves?—preguntó Ondreco.
-Mira cómo los rayos del sol brillan alrededor de nosotros. En cada gota de rocío puedes ver una parte del arco iris. Eso es el borde de Su manto, y en esta brisa suave, Su Espíritu nos toca. Él está muy cerca de nosotros, Ciertamente es un buen Padre. No podemos verlo sencillamente porque no podríamos aguantar la plena gloria. ¡Que buen hombre era Daniel! Con todo, el casi murió cuando vio la semejanza de Dios. Pero esta estrofa también es bella: "Para que vivamos siempre para Tu gloria".
—¿Y cómo se hace esto, dices tú el pequeño maestro de la teología?—dijo el doctor.
-Pienso yo—dijo Palko—, que precisamente Lo que hacemos hoy le agrada al Señor Jesús; vamos a buscar un lugar para una de Sus ovejas enfermas, y si le gusta la casita a usted vamos a encargarnos de la leña y las flores necesarias. Esta limpia ya, y aun las ventanas están lavadas.
—Tú eres un pequeño hombre sabio, y mira, seguramente allí está esa cabaña tuya.
-Sí, sí—gritaron los niños. Y Dunaj, como que quisiera confirmarlo, corrió directamente a la puerta.
-Escucha, niño, esta casita tuya es justamente como que hubiera sido edificada para esa paciente mía—reconoció el doctor después de haber revisado la casita por dentro y por fuera—. Mandare algunos muebles para acá., y alfombras cubrirán el piso, para que no esté frio, y tu cama y mesa las pondremos en la cocina, porque serán para su enfermera. Aunque las ventanas son pequeñas hay tres de ellas, así que habrá bastante sol todo el día. ¡Y que vista alrededor! ¡Este hermoso valle con el trasfondo de bosque verde y montañas alias! La fuente está cerca de la casa, ¡Y lástima que no haya una banca al lado de ella!
Los tres niños exclamaron:—Vamos a preguntar a Bach, y el mandará a Esteban.
-Él puede hacer una banca muy bonita—dijo Ondreco—. Nosotros podemos ir y cuidar las ovejas para al mientras él lo haga.
El doctor acarició el pelo rubio del niño—Me gustaría verte entrar las ovejas al redil.
-Pero él no tendría que hacer eso—comentó Palko—; por ese propósito tenemos Blanco y Jugador. Son perros muy sabios.
-Bueno, ahora; vamos a ver que se puede hacer. Pero hay que colocar la banca aquí. Yo quisiera gustar esa agua.
Palko corrió para traer el cántaro pintado de flores y una taza. Todos bebieron hasta llenarse. El agua era excelente. Luego se sentaron al lado del arroyo, y el doctor sacó queso y pan del bolsillo. Cada uno de los Milos tenía su propio pan, y era un trozo bastante grande. Cuando Bach cortó el pan, tomó en cuenta también los apetitos de Dunaj y Fido. El doctor dividió el queso. Comieron el queso y el pan, y tomaron agua. Tenía buen sabor para todos ellos.
Dunaj no quitó sus ojos de Palko, quien compartía con el fielmente. El avaro Fido corrió de un compañero a otro y aun se sentó en frente del doctor, lo cual no era en vano. Pero cuando llegó cerca de Palko, Dunaj gruñó a él, lo cual ciertamente en lenguaje de perros quería decir—¿No le da vergüenza hacerlo? –Así que Fido no trató de hacerlo la segunda vez.
El doctor vio cómo a los niños les gustaba su comida y se fijó en que Ondreco también comía con un buen apetito. De repente empezó a decir:—Palko, tú dijiste que llevarías madera a la casita. Eso no será necesario. Yo voy a mandar a alguien para traer y cortar una tarea de leña, pero si tú quieres encargarte de traer las flores, eso sería muy bueno. La Señora debe tomar suero de leche. Entre tanto que ella este débil tú puedes traérselo cada mariana Tan pronto como ella este suficientemente fuerte ella tendrá que ir al rebaño ella misma y pedirlo en la choza. Ahora, ¿Qué dicen? ¿Van a ayudarme para que ella se mejore pronto?
Todos de buena gana se pusieron de acuerdo de que lo harían.
—Yo les diré qué enfermedad tiene ella. Por mucho tiempo ella cambió la noche en día, pero no pudo cambiar el día en noche. De esa forma perdió el descanso de muchas noches. Ahora ella quiere dormir, ¡pero no puede! Ella es una persona triste e infeliz, y ha visto mucha tristeza en la vida. Sera bien si tú me ayudas a animarla; entonces va a recuperarse más luego.
—¿Y entiende la Señora la lengua eslovaca?—preguntó Palko sin miedo. El doctor se golpeó en la frente, diciendo:
—Tú eres un pequeño hombre sabio. Yo no pensé en eso. ¡Pero espera! Yo oí cuando ella compró naranjas, y habló en checo. Entonces se van a entender el uno al otro. ¿Quieren ayudarme, niños?
-Queremos hacerlo mucho—dijo Ondreco.
-Si Bach nos lo permite—agregó Pedrico. Palko pensaba que nada les iba a estorbar mientras que el estuviera allí.
Con buen ánimo los niños regresaron al rebaño. El doctor los dejó en la "Roca de la Bruja". Recibieron de él una carta cerrada para Bach Filina, quien bastante prontamente se puso de acuerdo con todo. Hasta mandó a Esteban para construir la banca, y también les dio permiso a los niños para llevar suero de leche y flores a la Señora enferma.

Capítulo Seis

Otra vez era domingo. Ese día nadie de la choza fue a la iglesia. Muy temprano en la mañana leyeron una parte de la Palabra de Dios, cantaron un himno, oraron, y cada quien fue por su propio camino. Filina tenía una invitación del mayordomo de la finca de Gemer. Tuvo que ir al castillo, y los niños dijeron que irían a la casita de Palko, no para entrar, porque el doctor tenía la llave, sino para ver si ya habían traído la lefia y dónde los cargadores la había n amontonado.
Pero quien puede describir su sorpresa cuando llegaron a la casita. Vieron que todas las ventanas estaban abiertas y en la mesa de la cocina estaba sentada una gata grande y blanca. El pelo alrededor de su cabeza parecía como un gorro. Sus ojos eran azules y redondos como los de un búho. Su cola larga y ancha colgaba afuera por la ventana. Alrededor del cuello tenía una cinta adornada de perlas pequeñas, y una pequeña campana dorada colgaba de ella. Cuando la vieron estuvieron alegres de que no hubieran traído a los perros consigo. Fido fue con su patrón y Dunaj estaba en algún lugar corriendo entre el bosque.
-Parece que alguien ya vive aquí—comentó el Ondreco con admiración.
-Realmente así es. La gata no estaría sentada allí por si misma—agregó Palko. Caminaron cuidadosamente alrededor de la casita. En el patio hallaron la madera ya cortada y amontonada. Entonces se preguntaron entre sí que debían hacer. Si las Señoras ya había n venido, tendrían que hallar flores para ellas. Los niños calcularon que ya para cuando regresaran con las flores, las nuevas habitantes se habrían levantado.
Cuando regresaron después de más o menos una hora, cada uno tenía un ramillete grande de flores y hojas verdes. Palko las había arreglado para todos los tres. EEE1 ya era experto en ese trabajo. Ondreco llevaba su ramillete en frente de si con las dos manos, de manera que apenas podía ver la vereda en frente. Pedrico llevaba su ramillete sobre el hombro. EEE1 era el primero que se fijó en que la puerta estaba abierta y el humo salía de la chimenea.
El siguiente momento una Señora anciana de vestido negro y gorra blanca se puso en la entrada. Su cara que de otra manera era de buena apariencia, mostraba evidencia de mucha preocupación, y parecía angustiada, como para decir:
¿Qué debo hacer ahora?
-Ella ciertamente necesita algo—dijo Palko, mientras los niños corrían hacia la casita.
A su saludo, la Señora contestó en el lenguaje checo. Su cara amable se iluminó al mirar a los niños y sus ramilletes grandes.
¿Es usted la enfermera de la Señora enferma?—Palko empezó a decir—.
Nosotros le prometimos al doctor que traeríamos flores, así que las hemos traído ahora. Están marchitadas, pero si se las pone en el arroyo van a refrescarse.
-Gracias por ser tan amables. Mi Señora estará alegre.
Tomando las flores de los niños, la Señora colocó los cabos de los tallos en el arroyo.
-Puesto que usted no conoce esta parte, tal vez va a necesitar algo que no puede encontrar en el bosque—Palko dijo pensativamente—. Estaremos alegres de poder servirla; solo avísenos que le hace falta.
-Estaré muy agradecida, niños, Si mi ayudan. Hemos traído todo menos sal y pan, que no tenemos porque la bolsa en que estaban los comestibles se quedó en el carretón. Vinimos muy tarde ayer en vez de esta mañana, así que el doctor no nos acompañó, y el ambiente todavía es extraño.
—Vamos a traer sal y pan. Nuestra choza está cerca—Pedrico exclamó celosamente—. También el suero de leche estará listo. Vamos, Ondreco.
—¿Han de traernos leche y pan de la choza?—inquirió la Señora.
-Estas cosas serán de nosotros—Ondreco la aseguró—. Pero tenemos que irnos ya para poder regresar pronto.
—Voy a quedarme con usted—decidió Palko—, porque la casita pertenece a mi padre. Aunque quizás usted este acostumbrada a tener las cosas arreglada de manera diferente, yo puedo mostrarle dónde se puede guardar varias cosas.
-¡Es de ustedes la casita! Entonces tú puedes sugerir dónde ponga yo cada cosa que hemos traído con nosotros. ¿Cómo debemos llamarte?
—Palko Lesina. El otro niño es Pedrico Filina, y el tercero es Ondreco de Gemer.
¿Qué apellido dijiste?—preguntó la Señora, asustada.
—De Gemer. Los rebaños pertenecen a su padre. El doctor mandó a Ondreco a Bach Filina porque estaba débil. Aquí se está desarrollando bien. Desde el día que empezó a vivir como nosotros vivimos y no como un caballero noble, se está poniendo bien y fuerte. ¿Y qué de su Señora; pudo dormir anoche?
—¡Ay mi pobre Señora!—sollozó la Señora anciana—. Si tan solamente ella supiera. No sé si durmió en la noche, pero ahora mismo está durmiendo como nunca ha dormido por mucho tiempo. Vente, Palko, entremos suavemente.
Era bueno que hubiera un pasillo entre el cuarto de dormir y la cocina, porque de esa manera la que dormía no fue molestada. Palko resultó ser un ayudante muy bueno. Desde la cocina que parecía como una plaza de venta, llevaron baúles, bolsas, cubiertas, abrigos y toallas, al cuarto limpio de depósito, el cual la Señora todavía no había descubierto. Algunas cosas las colocaron en las repisas que Lesina ya había fijado, y otras fueron colgadas de clavos en la pared. Uno de los baúles, la Señora lo vació. En él estaba la porcelana y todos los utensilios de la cocina. Estos Palko los llevó de una vez al nuevo armario en la cocina. Colgó algunas cosas cerca de la estufa. Uno de los manteles de la mesa él lo extendió sobre la mesa.
Después de encontrar la escoba que su padre había hecho de las ramas que había cortado y traído, barrió la cocina, porque en el acto de llevar tantas cosas para adentro, había n dejado mucha tierra adentro. Corrió con el cántaro para traer agua, colocó uno de los ramilletes en él, y lo puso sobre la mesa ya cubierta de un mantel. Justamente cuando hubo terminado, sus compañeros llegaron corriendo, sudando por el calor. Ondreco llevaba el cántaro de cuello angosto, completamente cubierto de paja trenzada, y el tanque de leche. Pedrico llevaba un saco bastante pesado en la espalda.
Cuando la enfermera regresó del cuarto de depósito ella casi no pudo creer lo que vela. Sobre la mesa en un nuevo plato de madera estaba el pan negro, la sal estaba en un tazón, el queso en un cuenco, y en un tanque, la leche. El fuego que se había apagado en la estufa de la cocina ya estaba quemando brillantemente. Los niños estaban sentados en la banca cerca de la ventana, con Palko parado en frente de ellos.
—¿Están aquí tan luego, mis niños?—preguntó la enfermera—; ¿qué han traído?
-Pan y sal, como usted pidió. El suero de leche está en el cántaro. La leche la trajimos para usted, porque usted no está enferma—explicó Pedrico.
Ondreco agregó:—Puede ser que su Señora no quiera tomar el suero de leche hoy, y que usted haga café en su lugar, para sí misma.
-Para usted—Pedrico agregó—, hay también mantequilla y queso. Ondreco puede hacer esto porque algún día todo esto alrededor de aquí será de él.
Los niños se extrañaron cuando los ojos de la enfermera de repente se llenaron de lágrimas. Ella las enjugó y besó a los pequeños mensajeros.
—Tienes razón, Ondreco, hoy voy a preparar café, y todos ustedes van a desayunar conmigo. Mientras tanto tal vez mi Señora se despertará.
Antes que el café estuviera listo, los niños aprendieron que la enfermera se llamaba Moravec y que ellos la podían llamar Tía; que ella nació en las montañas del norte de Bohemia en una casita tal como asta. Fue a América con sus padres, y se casó allí, pero cuando su esposo murió, como ella ya no tenía a su hija consigo, había servido a esta Señora por diez años, y la cuidaba como a su propia hija. Antes que los niños se dieran cuenta de lo que pasaba, cada uno tenía en frente de Si una bella taza con orilla de oro, llena de café fragante, y un gran pedazo de un pan bohemo. Después de todo, ellos habían encontrado la bolsa que habían considerado perdida, ¡y realmente habría sido una lástima si los buenos panes bohemos hubieran sido perdidos!
Justamente cuando hubieron terminado su desayuno, el sonido de una campana de plata se oía desde del cuarto. La Tía corrió para adentro rápidamente, como una muchacha joven.
-Tal vez ya es tiempo que nos vayamos—aconsejó Pedrico. Ondreco miró a Palko para ver que diría él. EEEI había logrado atraer la bella gata a si mismo Ella se sentó al lado de el en la banca, y con las manos como una ardilla tomó el pan mojado de él. Ahora aún estaba sentada sobre las rodillas de Palko y estaba ronroneando.
—No podemos dejar estos trastos así, cuando nosotros somos quienes los ensuciamos. Ella no tiene a ninguna ayudante aquí—dijo Palko.
As que corrió con un cubo de lata para traer agua, y Pedrico corrió para traer madera. Mientras tanto Ondreco se quedó solo en la cocina, cuando se abrieron las puertas del cuarto de dormir. Al principio oyó la voz de la Tía, y luego otra. La sangre se precipitó a su cabeza, pues la voz era tan clara y tan bonita, Le traían recuerdos tan misteriosos, como de los tiempos remotos, como de los secretos de las memorias muy pasadas! Lo que decían el no lo entendía. La gata se deslizó despacio de las manos de Ondreco, alzó la cola larga y brincó a la puerta. La puerta no estaba completamente cerrada y la gata la abrió con una mano y desapareció de la vista del niño asombrado. EEE1 ni se fijó en eso. Estaba tan completamente absorto con la voz, que ya no oía. La venida de los niños lo despertó de sus ensueños.
Palko lavó los trastos, y Pedrico los secó; guardaron todo en su lugar debido, y desaparecieron tan silenciosamente como podían.

Capítulo Siete

Siete días pasaron. ¡Qué poquito de tiempo! ¡Pero a veces que largos pueden parecer siete días! ¡Cuántas cosas uno puede sobrevivir, experimentar y sufrir! El tiempo pasa; uno se despierta, se enjuga los ojos, y se pregunta si es verdad que ya ha pasado.
Así de esa manera Ondreco de Gemer, paseando entre el bosque, se preguntaba si todo era verdad lo que había pasado en los últimos siete días, o si era nada más un sueño. Bueno, no era sueño, realmente. Vino la Señora enferma. Realmente, ella vivía en la casita de Palko y aunque Ondreco ya había llevado el suero de leche tres veces, no la había visto a ella. La Tía siempre decía que ella estaba durmiendo, y que tenía que dormir mucho. Pues, ¿por qué siempre estaba durmiendo ella cada vez que él llegaba? Ella ya había hablado con Pedrico, y le había dado a él una caja llena de dulces. Palko ya había leído a ella de su Libra, y le había dicho que ella era casi tan bonita como su madre en la casa; únicamente Ondreco no la había visto todavía.
Cuanto él había orado ya, especialmente esa mañana, de que ella no estuviera durmiendo otra vez cuando el llegara, para que él también le diera la bienvenida a aquellos bosques y montañas. Antes Ondreco no pensaba en eso, pero ahora sí, cuando los encargados de los rebaños, especialmente Esteban, una y otra vez le recordaban de que estos rediles eran de su padre, y por tanto de él también, y que él tenía un justo derecho a todo. Cuando le daba queso y mantequilla para la Señora, le daban bastante, diciendo:—Llévalo, es tuyo.
Este pensamiento le parecía bien, de que todo es de nosotros. Si Palko podía decir "nuestra casita" ¿por qué no podría decir Ondreco "nuestros rediles, nuestra tierra y nuestro bosque"? Pues, entonces ella vino "a nosotros" aunque vivía en la casita de Palko. Cuando ella llegue a ser más fuerte vendrá a nosotros para tomar suero de leche de "nuestras ovejas".
Absorto en su meditación, el niño no se dio cuenta de que él había llegado a la separación de los caminos, de los cuales uno se dirigía para arriba a la "Roca de la Bruja", y el otro, para abajo a la casita en el valle. El tiempo otra vez estaba tan bonito, que desde los claros verdes en el bosque se podía oír las campanas grandes de los cameros y las pequeñas de las ovejas.
—Allá suenan las campanas de nuestras ovejas—sonrió el contento Ondreco. Corrió rápidamente a la banca, pensando sentarse en ella y descansar, pero no lo hizo porque ya estaba ocupada por alguien como una de las hadas del bosque, de las cuales Esteban muchas veces le hablaba, que en la noche de San Juan salían de la "Roca de la Bruja" y danzaban en los prados. Ninguna de ellas podía ser más bonita que la Señora sentada en la banca, cuyo respaldo estaba cubierto de un manto de dibujos de flores; una almohada de apariencia semejante estaba en el brazo de la banca, y sobre la almohada descansaba el brazo blanco de la mujer. Apoyada en la palma pequeña y angosta descansaba una cabeza, y dos ojos bellos de gris oscuro miraban lejos arriba de las montañas.
El niño puso la tinaja sobre el suelo y cruzó los brazos. De esa manera miraba la cara blanca como lirio, y los labios que parecían como que el Señor Dios los había hecho justamente para cantar. Y otra vez su corazón sintió como que alguien lo llevara lejos, muy lejos a la tierra de las memorias.
Lástima que la Señora, cubierta de un tapado de cachemira, no le vea al niño ¿No es el también de buena apariencia? ¡Y que hermoso! El sábado el doctor le mandó un nuevo traje, casi el mismo tipo como el que tenía Palko, pero la camisa estaba bordada de flores, con mangas anchas, pantalones angostos, sandalias decoradas, un sombrero redondo con franjas, y una pequeña bolsa bordada. Pedrico también recibió un nuevo traje, el tipo que estaba acostumbrado a llevar antes. Ondreco se alegró mucho de que ahora sería completamente igual que sus compañeros. Cuando todos los tres estaban en la iglesia ayer, la gente miraba alrededor hacia ellos.
¡Si la Señora solamente mirara para acá! ¡Seguramente ella nunca vio a un eslovaco tan hermoso! Pero ella no miró. Por fin, el niño se volvió en sí. ¡Pues, seguramente, tiene que ser ella, ella misma! ¿Quién otra estaría sentada en su banca? Y ella tenía esa linda gata a su lado. Aquí estaba ella, ya levantada, y el hasta ahora le estaba trayendo su desayuno. ¡Él había llegado tarde! Ay, él sabía que el suero tenía que ser calentado. ¿Cuándo, entonces, podría ella desayunar?
Cobró ánimo y la saludó. La Señora se movió, abrió los grandes ojos, y con asombro miró al niño quien tímidamente se acercó a ella.
—Buenos días—la saludó Ondreco—. Yo le traje el suero, pero ciertamente demasiado tarde. De todos modos, yo me di bastante prisa, así que por favor no se enoje conmigo.
—¿Me trajiste mi desayuno?—la Señora atónita preguntó. Se paró y tomó la tinaja pesada de la mano del niño—. De plano es muy pesada para ti.
-No lo era—dijo Ondreco, más cómodamente, mientras se fijaba sus bonitos ojos en la cara de la Señora. Pues, que alegre estaba de que por fin él también pudiera verla, y que ella hablaba con él y hasta le tomó de la mano.
—¿Y cómo te llamas?
-Ondreco—contestó él.
—¿Y vives aquí en estos rediles?
—Sí—dijo él—, vivo con Bach Filina. Me gusta mucho.
La Señora caminó con el niño y él llevó el cántaro. Ella era pequeña de estatura, pero cada movimiento le hacía recordar a uno de una princesa.
—¿Por qué no trajo Pedrico o Palko este suero?—preguntó ella, para empezar una plática con Ondreco.
—Nosotros tomamos turnos—dijo él.
—¿Toman turnos? Pero nunca te he visto a ti antes.
-He traído el suero ya tres veces, pero usted siempre ha estado durmiendo—dijo Ondreco.
-¿Verdad que yo siempre he estado durmiendo durante tus visitas? Entonces no voy a dejarte luego hoy. Tienes que descansar con nosotros. Mira, la Tía ya está esperando.—La mujer se detuvo y casi gozosamente alcanzó el cántaro a la Tía Moravec.
-Mira quién nos trajo el suero para nosotros hoy, pero sin duda ustedes ya se conocen. Yo y él nos hemos visto por primera vez ahora! Por favor prepara un buen desayuno para mi visitante.—Las manos de la Tía temblaban un poco cuando recibió el cántaro, y se dio prisa para calentar el suero de una vez.
¿Quién podría haber dicho a Ondreco como el Señor Jesús iba a contestar su oración? Pedrico vio a la Señora Únicamente en la cocina, pero ella guio a Ondreco a su propio cuarto. ¡Qué lindamente tenía las cosas arregladas allí! Un sofá y un sillón lujosos, y muchas cosas semejantes, como las que tenían en el castillo de Gemer, estaban en el cuarto. Le permitió sentarse con ella en el sofá y mirar un gran libro de fotografías, todas de tierras y ciudades bellas. Ella las señaló y las nombró.
¿Y ha estado usted en todos estos lugares?—se atrevió a preguntar.
Una expresión triste nubló su cara.—Sí, he estado, Ondreco, pero ahora tengo solamente un deseo, de quedarme para siempre en estas montañas y nunca tener que mirar otra vez aquel mundo malvado y engañoso afuera.
Después de un rato la Tía trajo el desayuno. Ondreco tuvo que sentarse en la mesa cubierta de un mantel bonito. Él estaba acostumbrado a orar antes de comer en la choza, así que lo hizo ahora también, y en el gozo que rebosaba de su corazón, agregó:—Te doy gracias, querido Señor Jesús, que Tú me has contestado tan bondadosamente.
La Señora ya había subido la taza a los labios, pero lo colocó en la mesa otra vez, y como que estuviera avergonzada, inclinó la cabeza también. Una lagrima apareció en sus pestañas doradas. Cuando el niño hubo terminado de comer, ella le preguntó que había pedido a Jesucristo. El confesó cuanto había deseado verla, y que casi tenía envidia a sus compañeros.
Luego pidió permiso para mirar también otro libro que estaba sobre la mesa. Estaba lleno de fotografías de personas. Ondreco miró a la Señora con el rabillo del ojo, porque más o menos diez de ellas eran fotos de ella misma, pero estaba vestida en toda clase de trajes extrañas de disfraz. En una de las fotos tenía un vestido flojo y una corona en la cabeza. Debajo de la foto estaba escrito "Maria Slavkovsky como María Estuardo". El niño descansó su cabeza rizada sobre sus palmas pequeñas, y pensó.
—¿Por qué miras tanto esa foto?—dijo la Señora, acariciando sus rizos dorados.
—¿Realmente es usted en todas estas fotos? ¿Tal vez ha jugado usted en el teatro?—dijo Ondreco.
Ella quedó atónita. ¿Qué sabes tú de los teatros? ¿Ta1 vez has estado en uno de ellos?
-No—meneó la cabeza—. Eso no sería posible. No he estado.—La cara del niño se puso triste.
—¿Qué quieres decir, Ondreco?—dijo la Señora, acercándole a ella.
-Bueno, mi madre también está grabada en fotografías, pero nunca la verá otra vez.
—¿Tú madre?—dijo ella, maravillada—. ¿No es ella una mujer del campo?
—¡Pues, no!—Los ojos del niño brillaban—. Ella es una cantora famosa, pero nunca la verá otra vez, porque ella se ha olvidado de mi hace mucho tiempo, y por tanto no tengo a nadie para cuidarme, ninguna madre, ningún padre, aunque yo fue asignado a él. Antes yo estaba muy triste acerca de eso, pero después que Palko vino a nosotros, y yo creí en el Señor Jesucristo, y lo recibí en el corazón, ya no soy nada más un huérfano desamparado, porque Él me ama, y Él está conmigo.
—El niño dejó de hablar porque la Señora se puso muy pálida, y el brazo con el cual ella lo había acariciado, cayó para abajo y un suspiro profundo se escapó de sus labios.
-¡Tía!—gritó el niño asustado, y no en vano. La Tía Moravec corrió al cuarto. Lavó la cara de la Señora, 'Alicia como la muerte, con alguna clase de agua de buen olor. Colocó una almohada debajo de su cabeza, y puso sus pies en el sofá. Después de un rato, la Señora empezó a respirar mejor otra vez. La Tía tomó al niño de la mano y lo guio a la cocina. Contestó las preguntas ansiosas de este, diciéndole solamente que la Señora estaba muy débil todavía y tenía que descansar.
Ondreco repitió a ella lo que habían estado hablando juntos. Al oír esto, la Tía suspiró y lo acarició, y dijo:—Todo es en vano. Tenía que suceder y entre más pronto, mejor.—Ella no le impidió a Ondreco que fuera a la casa, pero no lo permitió que llevara el cántaro.
-Manda a Palko en la tarde. El prometió conducir a la Señora a ti. Desde mariana en adelante, ella tiene que llegar a tu redil para tomar el suero. El doctor ordenó eso.
-¿Pero no está enferma ella?—el niño dijo, mostrando algo de ansiedad.
-Ya no está enfermo, solamente débil, y esta debilidad la tiene que vencer por medio de caminar—respondió la Tía.
En este mundo no hay dulzura sin amargura. Si no hubiera sucedido nada extraño, ese niño se habría vuelto a la casa sintiéndose muy importante y alegre. Pero Bach Filina lo encontró no muy lejos, con la cara cubierta de lágrimas, y cuando lo recogió en sus fuertes brazos como a un corderito, el niño echó ambos brazos alrededor de su cuello y le dijo todo.
-Bach, yo ciertamente dije algo malo, aunque yo no sé qué fue, y ella se puso muy triste acerca de ello—lloró Ondreco.
—No llores—el hombre lo consoló—. Tú nada más dijo lo que el Señor Dios puso en la boca. De todos modos, cuando la Señora venga en la tarde, todo estará bien otra vez.
Con estas palabras, Bach llevó al niño a su choza de madera, lo acostó en la cama, y se sentó a su lado. Acarició su brazo y su frente, y dentro de poco tiempo había hecho dormir a su pequeño cargo. Luego lo miró una vez más, tristemente, y salió. Más o menos media hora después los encargados de los rebaños Lo encontraron vestido en su traje de domingo, caminando en dirección a la "Roca de la Bruja". Pensaron que iba a la aldea, y se preguntaron por qué, ya que él había estado allí ayer.
Al mismo tiempo, sonaba un llanto amargo en la casita de Palko, el cual la Tía Moravec no podía callar en ninguna manera. Allí la Señora decía llorando:—Estaba aquí; él, mi hermoso hijo de cabeza dorada, y no lo conocí. El cántaro pesado el mismo me lo trajo. Quería verme, pero no me reconoció, ¿Cómo hubiera podido reconocerme, cuando yo misma no lo conocí a él? El que su propia madre se olvidó de al hace mucho tiempo no es cierto. Toda la gloria del mundo no podría tomar el Lugar de mi tesoro perdido. ¡Ay, mi padre, mi padre! ¡Si tan solamente usted supiera que ha sido de su hija! Usted la ensenó a doblar las manos en oración, pero ella se olvide de todo, hasta de eso, ¡Desafortunada yo, una esposa traicionada, una madre cobarde! ¡Si tan solamente supiera cómo sus advertencias se han cumplido literalmente!
La Señora lloraba amargamente. No había consuelo para ella. Usualmente no lo hay para el hijo o la hija que ha pisado debajo de los pies el buen consejo de sus padres, y después de eso ha tenido que sufrir todo lo que se le había dicho.
Por fin la Tía salió. Oyó pasos en la entrada. Después de un rato regresó para pedir que, si Bach Filina podía entrar, pues quería hablar de algo importante con la Señora.
En un momento Bach estaba en el cuarto.—He venido, Señora Slavkovsky, para hablar con usted—empezó seriamente—. Es tiempo de poner fin al pecado, el cual por muchos arios usted ha cometido concerniente al niño en mi cargo. El doctor me dijo que usted es su madre, y que mi Señor es su padre. ¿Ahora ha de crecer este niño tierno y sensible como alguien ha dicho: "Sea padre o madre, sea hermana o hermano, ninguno viene a darme la bienvenida"?—El hombre habló sinceramente.
La Señora alcanzó las manos hacia el de modo suplicante.—¿Qué puedo hacer yo? Me lo quitaron a mí y lo asignaron a De Gemer. Mi abogado hizo todo lo que podía, pero era en vano, lo amaría usted, y le gustaría cuidarlo como conviene a una madre decente, si mi Señor lo regresara a usted?
—¡Cómo no! Yo merezco que usted me pregunte eso. Si me cree o no, Bach Filina, yo daría todo si tan solamente pudiera conseguirlo para mi otra vez. Yo veo que él me ama, por indigna que soy.
—Sí, él la ama como únicamente los hijos desamparados saben amar. Por eso vine a usted, Señora, pues hoy o nunca Dios le da una oportunidad de conseguir su tesoro para sí otra vez. Su esposo anterior cayó4 profundamente en la deuda. Su administrador recibió la orden de vender la finca de la familia De Gemer. Si usted tiene suficiente dinero, y el doctor me dijo que lo tiene, cómprela de las primeras manos antes que los ricos judíos pongan mano a ella.
—¡Qué bueno, Bach Filina!—La Señora tomó la dura mano derecha del hombre en las pequeñas de ella—. ¿Cómo le puedo agradecer suficientemente por este consejo bueno y lindo? No sé si mi dinero disponible bastará, pero tengo joyas bonitas, y cuando venda esas, tendremos alga con que empezar por lo menos. Yo no carezco tanto de conocimiento de dirigir una finca como usted podría pensar; soy hija de un agricultor. ¿Pero quién me comprará esto? Mi abogado no está aquí.
-Deje a Ondreco con el doctor. Viaje a la oficina del administrador y compre la finca usted misma. Él tiene la orden de verderla. No empiece a hacer trato acerca del niño antes que la finca sea de usted. Por lo menos, eso es lo que pienso yo. Pero hoy deje saber a Ondreco que usted es su madre, para que el niño no tenga que sufrir más. Venga a nosotros en la tarde. Voy a mandar a Palko para traerla.
Filina se levantó.—Yo no habría venido a usted mientras este débil todavía, pero tenemos que apresurarnos con las compras, y Ondreco se preocupaba tanto, que temblaba todo el cuerpo, pensando que seguramente él había dicho alga mal a usted lo cual la hizo desmayar. El niño es muy tierno. Necesita no solamente fortalecimiento conmigo, pues eso es solo para el cuerpo, sino que su corazón necesita una madre. El Dios en los cielos ha llegado a ser su Padre. Adiós, entonces.
-Bach Filina—la Señora detuvo al hombre—. ¿Sabe usted por qué me separé con De Gemer? ¿O piensa usted que, puesto que yo soy una cantora, lo he dejado como una esposa infiel?
-El doctor me dijo que mi Señor la había tratado injustamente. No pregunto más. Cada uno de nosotros tiene suficientes pecados propios. Dios nos ye y nos conoce. No juzguemos para que no seamos juzgados.—La grave voz de Filina sonaba casi tierna. Él le dio un apretón de la mano y salió.

Capítulo Siete Segunda Mitad

—¡Tío Filina! ¿Ya regresó de la ciudad?—sonó una voz del claro donde él había llegado para mirar el rebaño. Palko corrió a encontrarlo. En la mano llevaba una canasta llena de champiñones bonitos.
—Yo no estuve en la ciudad, Palko; ¿pero qué estás haciendo aquí?—Filina se animó con la presencia de Palko y se sentó en un palo viejo ya cubierto de musgo. El niño gozosamente se tiró para abajo en las almohadas espesas de musgo.
-Yo llevé una carta a Esteban que el hijo del guardabosque trajo para él de su madre. Lo animo muchísimo. Ella había estado enferma, pero ahora ella misma le escribió una carta. ¡Gracias a Dios!
-Me alegro mucho de eso; ella es una buena mujer. Y el hijo que no tiene madre no tiene hogar en ninguna parte—dijo Filina—. ¿Dónde encontraste estos champiñones?
-Son bonitos, ¿verdad que sí? Bueno, yo por casualidad los vi. José dijo que cocinaría el guisado para la cena. Van a agregar un buen sabor.
-Sí. Escoge los mejores y llévalos a las Señoras esta tarde, en tu cabaña. Tal vez les gustarán.
—¿Realmente debo ir para traer a la Señora? ¿No será demasiado lejos para ella todavía?—pensativamente preguntó el niño.
-Creo que no, pero tienes que ir despacio.
-Pero ella todavía esta tan débil, Tío.
-Yo lo sé; yo acabo de salir de allí.
—¿De veras? ¿Usted la vio? ¿Y acaba de venir de allí? ¿Pasó por allí en su camino desde la aldea?
Bach se quedó silencioso por un momento como que estuviera decidiendo algo. Luego fijó los ojos de águila en la cara del niño.—Palko, te voy a decir algo. Que Dios conceda que tú me ayudes en una cosa muy difícil.
-Me gustaría ayudarle, Tío. Solo dígame.
-El dueño de estos rediles es el padre de Ondreco. Tú lo sabes; ¿verdad que sí?
-Sí, lo sé.
-Y la bonita Señora allí, es su madre.
-¡Qué dijo!—Palko brincó de una vez y se sentó otra vez—. Pero ¿cómo es que no están juntas, y que Ondreco no está con ellos?
—Se habían separado, y él tomó a otra mujer hace muchos años.
—¿Y será que el Señor Jesús permitió eso? Me parece que Él dijo "No debe ser así".
-Tú sabes, Palko, que el mundo hace muchas cosas que el Señor Dios prohíbe, incluso esta cosa. Yo sé que es pecado, pero ya se ha hecho y no se puede cambiar ahora. La Señora, antes que De Gemer la tomó era una cantora famosa en América. Ella debe de haber sido muy hermosa porque todavía lo es hasta hoy. El la trajo a Europa a su familia. Su familia se desagradó de el porque la Señora no era de nacimiento noble. No la trataron bien, y él no lo respaldó como hubiera sido su deber. Porque según yo lo conozco, él no es la clase de hombre para proteger a su esposa contra todo el mundo. También puede ser que él ya se ha arrepentido, de que se cerrara de todo el mundo a causa de ella, mientras que por la otra mano, se le ofrecieron muchas mujeres nobles.
Hubo silencio en las montañas. Bach miró al niño quien estaba en pensamiento profundo. —¿Se lo vas a decir, Palko?
—Sí, Tío. Pero primero tengo que pedir ayuda al Señor Jesús, porque no es una cosa pequeña. Es bueno que Ondreco ya sea un cordero de Dios. El hasta va a ayudar a su madre a encontrar al Señor Jesucristo. Si, vamos a hacer esa parte. Pero, Tío Filina, ¿cuándo me va a decir que usted lo ha recibido, y que usted pertenece a Él?—La pregunta del niño, hecha con tanta pena amorosa, trajo las lágrimas a los ojos del hombre.
-Yo mismo no sé qué decirle, mi hijo. Todo es tan extraño para mí. Desde el tiempo que yo tomé al Señor Jesús, como Zaqueo, me parece que ya no tengo aquella gran carga que siempre me oprimía. A veces me parece como si el Hijo de Dios estuviera verdaderamente conmigo, y cuando leo la Biblia parece que Él está viviendo en mi corazón y abriendo mis ojos. Ahora no se, mi hijo, que más puedo hacer.
-Bueno, Tío—Palko empezó a saltar de gozo—. Realmente, usted lo ha recibido. Él vino y le quitó su carga, y la echó detrás de la espalda de Dios.
—¿Qué dijiste, niño?—dijo el hombre perplejo—. ¿Es eso lo único?
—Sí, es lo único. Solamente tenemos que creerlo. Usted bien sabe cómo Él dijo: "Venid a mi todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os hare descansar". cree usted que Él habla en serio lo que dice?
-Lo creo, mi hijo, y ya he creído, y aun entiendo todo como Zaqueo. El vino a buscar y a salvar Lo que estaba perdido. El vino a buscarme aun a mí, el pecador perdido, y yo le permití encontrarme.
Cuando el hombre y el niño se arrodillaron ante Dios el siguiente momento, había gran gozo en el cielo porque otra vez un pecador había recibido al Señor Jesucristo. Porque a todos los que le reciben, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios. Así que el Señor escribió su nombre en el Libro de la Vida del Cordero. Escribieron que Pedro Filina creyó, y que Jesús de Nazaret tomó su pesada carga de pecado sobre Su cruz, allí sufrió por él la pena de muerte, y por tanto a Filina le fue perdonado todo, y él recibió al Hijo de Dios para siempre. Así que por primera vez Filina oró con todo el corazón a Dios como a su Padre. Dio gracias al Cordero de Dios por Su muerte, y le dio gracias también por Palko a quien Él había mandado a aquellas montañas.
Cuando terminaron, el niño suspiró profundamente. Dijo: —Ya que he terminado mi obra con usted, ya no tengo que pedir al Señor Jesús por usted, pero puedo pedir tanto mejor por la madre de Ondreco. Seguramente Él me va a conceder que ella pronto lo acepte también.
Fueron juntos por una parte del camino, pero Bach volvió a los claros y Palko corrió de regreso otra vez a la choza junto al redil. Por el camino, cantaba de manera que el eco sonaba en todo lugar.
Hubo mucha actividad en la choza esa tarde. Los niños lavaron y arreglaron todo para que ni un pedazo de polvo pudiera ser encontrado en ninguna parte. Trajeron flores a Ondreco para que él pudiera trenzar una cadena de ellas. Era una cadena muy larga. Bach mismo después lo colgó sobre la puerta.
-Bueno, es la hora para que yo vaya—anunció Palko—. Ondreco, vete conmigo por una parte del camino Vi algunas Bores bonitas no muy lejos y lo puedes recogerlas. Estas las vamos a colocar sobre la mesa después.
-De veras es la hora para que lo vayas—dijo Bach en acuerdo—, y váyanse juntos.
Ondreco obedeció muy alegremente. Felizmente los niños fueron al bosque y pronto encontraron las flores que querían.
-Vamos a sentarnos un rato—dijo Palko cuando hubieron recogido las flores y las hubieron colocado en la fuente de cerca—. Quiero decirte algo. ¿Recuerdas algo acerca de tu madre?
-¿Acerca de mi madre?—dijo Ondreco extrañado. Esa clase de pregunta él no la esperaba—. Recuerdo nada más un poquito, que ella era muy hermosa y tenía una voz muy fina.
-Y si ella de repente viniera por ti, ¿estarías contento?
-¿Por mí?—y los bellos ojos del niño se abrieron mucho—. Ella ya no puede venir por ml, porque no pertenezco a ella, sino a mi padre.
—¿Y qué te dijo la Señora con quien te vivías antes, acerca de ella?
—Me dijo que ella dejó a mi padre y a mí porque amaban el teatro más que a nosotros, y porque a veces la gente se enganchaba a sí mismos al carretón en vez de caballos, y le daban joyas bellas.
—¿Y lo creíste tú?—replicó Palko, con la cara nublada.
—No, yo no lo creía, porque la amaba a ella muchísimo.
-Tienes razón; no lo vas a creer. Bach Filina me dijo que ella salió porque los parientes de su padre no la querían porque ella no era de nacimiento noble como ellos mismos. Pero ella fue al teatro solamente porque no podía ganarse la vida de otra manera. Su padre la trajo desde un lugar muy lejos al cual ella no podía regresar. ¿Qué podía hacer ella? Lo que es un teatro, yo no sé. Únicamente sé que ella cantaba bellamente allí. Tal vez eso no habría sido tan malo si ella hubiera conocido al Señor Jesús como nosotros lo conocemos. Él seguramente la habría aconsejado y ayudado de otra manera, y si lo que ella hacia era malo, cuando una vez ella conozca a Jesús y le pida que la perdone, Él lo va a hacer. Pero nosotros tenemos que contarle a ella acerca de Jesús, tú y yo.
-¿Nosotros? Pero ella está lejos, muy lejos.
-No lo creas, Ondreco. El Señor Jesús la mandó de regreso para acá. La Señora en nuestra casita es ella.
-¿Dijiste que ella es?—Ondreco dijo levantándose de un salto.
-Sí, sí; ella es.
-¡Ella era precisamente como mi madre, y tenía la misma clase de voz! Y por lo tanto despertó en mi corazón las memorias de hace mucho tiempo cuando ella hablaba y yo la miraba. Me parece que yo la reconocía, pero ella no me conocía—tristemente suspiró el niño, y sus ojos se llenaron de lágrimas.
-Pero ¿cómo hubiera podido reconocerte en esta ropa de agricultor? Nosotros también, Pedrico y yo, a penas te reconocimos.
—Piensas así?—Ondreco se puso tranquilo—. Palko, llévame a ella; ella no sabe que yo soy su Andreas. Ella no me conoce.
-Ya conoce. Tío Filina estuvo allí. Él le dijo la verdad.
-Muy bien, entonces llévame contigo, porque yo la he hecho muy triste, hasta que casi murió.
—Está bien. Vamos entonces. Seguramente el Señor Jesús quiere que así sea.
No importa cuántos años viva Ondreco Gemersky, nunca podrá olvidarse de cómo era cuando las puertas de la casita abrieron y salió una Señora hermosa de vestido de azul claro, el color de las flores de nomeolvides. En la mano llevaba un sombrero ancho, pero lo dejó caer con un grito—¡Mi Ondreco!—mientras corría hacia ellos. Él corrió como una flecha para encontrarla.
-Mama, mi mama—y ya la tuvo agarrada alrededor del cuello. Ella, arrodillada, lo abrazó al pecho. Ambos lloraron, y Palko lloró con ellos.
-Mama, mi madre, ¡cómo la amo! De cierto soy suyo, y seguramente me va a mantenerme consigo ahora—rogó Ondreco con lágrimas. acarició la bonita cara y frente de la Señora.
—Sí, eres mío.—Ella se paró de un saltó—. No te voy a entregar otra vez a ninguno, a nadie en el mundo. Pero no, vamos, mi hijo, tenemos que ir a Bach Filina. Él va a arreglar el asunto, para que ninguno pueda quitarte a mí.
Seguramente Ondreco nunca se va a olvidar de esto, ni de cómo caminaron juntos al redil, de lo bondadosamente que fueron recibidos allí, y que buen rato pasaron esa tarde y noche, porque la madre de Ondreco, durmió junto con la Tía Moravec en la choza de Ondreco. Bach contó con eso. Él tomó consejo con la Tía y mandó a Esteban a la casita para traer todo lo necesario para la Señora, especialmente sábanos, cubrecamas, y otras cosas. Así que Ondreco se sentó al lado de su madre en la noche cuando José asó el cordero sobre el fuego, y Pedrico ayudó a la Tía a cocinar la sopa en la olla.
Bach les habló acerca de la vida en los rediles, y muchas cosas interesan es de sus experiencias con los rebaños. Luego cenaron juntos, allí en el aire libre. Después cantaron el himno de la tarde, oraron, y Palko leyó de su Libro. Por petición de Filina leyó el capítulo 15 del Evangelio de Lucas, acerca de un buen pastor, acerca de una Señora que perdió su moneda, y acerca de un hijo pródigo que tenía un buen padre, pero de todos modos se corrió de él, y de lo mucho que sufrió en el mundo hasta que regresó a su padre.
Durante la lectura Palko hacia muchos comentarios lindos, como generalmente hacía. A todos les gustaba escucharlo. Cuando el terminó, únicamente el fuego chisporroteaba, y las estrellas en los cielos estaban destellando como una multitud de ojos. La luna alumbró las copas de las montañas y los bosques. Muchas veces una de las ovejas sacudía su campana en el redil.
Bach de repente levantó la cabeza inclinada, y habló con una voz tal como ellos nunca habían oído antes:—Aquella oveja perdida y encontrada soy yo, mis hijos. El bondadoso Señor Dios perdonó todos mis pecados. El Señor Jesús me buscó y me encontró, y yo he entregado a ml mismo a El completamente, incluso nuestras chozas. Vamos a orar.
Se quitó el sombrero, dobló las manos, y oró de esta forma "Nuestro Padre", de tal manera que nadie jamás había oído tal oración antes. Nunca se olvidará Ondreco de Gemer de ese momento, y creo que ninguno de los demás presentes allí jamás podrá olvidarse de ello tampoco.
Cuando en las chozas todo se había callado, pues ni los perros ladraron aquella noche, Bach, como era su costumbre, caminó alrededor para ver si había peligro en alguna parte, antes de entregarse al descanso. Caminó también alrededor de la casita de madera y de repente se detuvo. Allí en la pequeña banca de Ondreco, debajo de la ventana, envuelta en un tapado, la Señora Slavkovsky estaba sentada en la luz de la luna. Las manos de ella estaban envueltas alrededor de las rodillas, y estaba mirando pensativamente hacia la noche de estrellas hermosas. Él tosió, para que ella no se asustara. Ella volvió la cabeza, y con un movimiento indicó su deseo de que el tomara un asiento a su lado. Él obedeció.
-Usted dijo, Bach Filina, que aquella oveja perdida y encontrada era usted—empezó a decir en su voz dulce y triste—. Aquella mujer que perdió la moneda también soy yo. Mas atm que eso, yo soy la hija pródiga.
—¿Qué quiere decir con eso, Señora?—preguntó Filina seriamente.
-Cuando Palko explicó lo bueno que era ese padre y como el hijo caprichoso lo abandonó, yo pensé en que yo he hecho precisamente así con mi padre bueno y querido; y por tanto, de allí en adelante, ¡qué experiencias tristes he tenido!—Ella suspiró profundamente.
-Cuéntame todo acerca de ello. Soy un hombre anciano y podría ser su padre. La voy a entender.
-Sí, le voy a decir todo, porque si usted no hubiera salvado a mi pobre niño él no habría tenido a ninguno. Lo cuidó a él como un padre, ¿verdad que sí?
Una vez cuando el abuelo estaba tan gravemente enfermo que pensaba que iba a morir, llamó a su ayudante y le preguntó, puesto que era soltero y no tenía parientes en la tierra, que si quería casarse con su hija. Se sentiría más cómodo si supiera en cuyas manos había dejado a su hija y esposa.
El que la hija quería mucho al joven de buena apariencia y buen corazón, todos lo sabían bien. Pero el joven pidió tiempo para pensarlo, y luego le dijo a la hija qua había sido su historia en el país viejo. Lo que incluía no lo sé, pero cuando ella a pesar de todo estaba dispuesta a tomarlo, al se puso de acuerdo con el deseo de mi abuelo, y ninguna de ellos jamás se arrepintió de ello. Mi padre era muy amable con mi madre. Ella no tuvo ninguna razón por arrepentirse de haberse casado con él.
Con la conclusión del año escolar, mi estudio de cantar también terminó, y yo regrese a la casa con la intención de persuadir a mis padres a permitirme entrar en la Opera, es decir llegar a ser una cantora. Más de medio año luche en la casa con peticiones y lágrimas, pero fue en vano. Mi padre era maravillosamente paciente y amable conmigo. Mi madre y abuela muchas veces no eran tan pacientes, pero como estas grandes montañas, ellas no se movían, ni nadie pudo mover a mi padre a quebrar su palabra de que nunca me daría permiso para ir. Bueno, lo que él no me dio, yo tomó por mí misma.
—¿Qué hizo?—preguntó Bach con compasión. La Señora se echó a llorar.
—Me salí de la casa, dejando atrás una carta que decía que yo amaba al mundo, en el cual, y para el cual, yo quería vivir, y que amaba la gloria del mundo y no quería enterrarme en la finca. Me corrí a la casa de mi tío. Mi querido padre de una vez file a traerme de regreso. El rogó y suplicó, pero yo no guise regresar con él, y no regrese.
<"Cuando tú te des cuenta de que el mundo es tan vano como burbujas de jabón, y tu corazón este lleno de desilusión, entonces recuerda que tienes un padre y un hogar a donde regresar" dijo mi padre. "Hasta ese tiempo no puedes contarte como uno de nosotros. Estamos en dos caminos distintos: el de nosotros es angosto y conduce a lo alto, el otro que lo has escogido es ancho y te conducirá desde las alturas hasta un abismo profundo. Nuestras oraciones te van a rodear siempre como un muro de fuego. Yo sé que lo tendrás que sufrir mucha maldad y mucha tristeza, pero nuestras oraciones van a evitar que tú peques tan gravemente como veas que hacen otros alrededor de ti."
—Y entonces todo empezó a resultar justamente como mi querido padre había dicho de antemano Pero no quiero hablar de eso. Sólo quería decir que yo soy aquel hijo pródigo.
-Sí, lo es, mi Señora, pero solo a la mitad; porque el hijo regresó, y usted no ha regresado todavía.
-No, usted tiene razón. No he regresado todavía. Cuando hube desamparado al hombre que me traicionó, estuve avergonzada, porque fui desamparada, traicionada y robada de todos los medios de regresar a la casa. Cuando yo pedí a mi tío que me ayudara, aunque él me mandó algo de dinero, también me amonestó claramente que o regresara a mi esposo o regresara o mis padres para pedir perdón, pero esto no guise hacer.
-Eso no es todo—dijo Filina amablemente con una sonrisa al ponerse de pie—. El fin será únicamente cuando la hija regresa, primero a su Padre celestial, y luego al terrenal. El que me recibió a mí, seguramente la recibirá a usted también. Pero ahora vaya a descansar, y piense en que tal vez en una tierra lejana su padre ahora mismo está orando por usted, y que el Padre celestial nos amó tanto, que dio a Su único Hijo por nosotros. ¡Feliz noche!
En poco tiempo las estrellas brillaban para abajo sobre un lugar silencioso mientras la gente dormía.

Capítulo Ocho

El doctor llegó el siguiente día, igual que Bach Filina esperaba que hiciera. Llegó en su carretón hasta los rebaños, y antes que Ondreco se diera cuenta, el doctor llevó a su madre y también a Bach Filina. Antes que fueran hicieron el arreglo para que Ondreco se quedara más tiempo con Bach, e iría a su madre solamente para visitas.
—Palko, toma a los niños—mandó Bach—, y vete con ellos a algún lugar en el bosque donde nadie va a interferir, y ora que el Señor Dios nos ayude a arreglar con éxito lo que tenemos por delante.
Así que oraron, y creyeron que el Señor Jesús los oyó.
Después de anochecer Bach regresó. Los niños ya estaban durmiendo. En la mañana él les dijo que todo lo que se había podido hacer ayer se llevó a cabo con éxito, pero que había otro asunto que llevaría más o menos una semana antes que pudieran saber cómo resultarla, así que tenían que seguir orando.
¡Y qué clase de semana era! Los niños nunca vivieron otra semana semejante a esa. A veces estaban con Ondreco visitando a su madre. Otra vez ella llegó a los rediles, y cuando se quedaba hasta la noche le gustaba pasar la noche en la choza de madera. La Tía tenía la costumbre de regresar antes de la noche acompañada de Pedrico. A él le gustaba hacer esto, porque siempre recibía una cena muy buena allí.
Entonces Ondreco dormía con su madre. ¡Qué bello era eso! Ella se sentaba en la cama de él, le decía muchas cosas, lo acariciaba y lo besaba hasta que dormía. En la mañana otra vez, el la despertaba temprano. El saltaba de su cama, puso los brazos alrededor del cuello de ella y tímidamente besaba sus bellos labios. ¡Qué momentos bellos eran aquellos!
A Ondreco le era permitido acompañar a su madre aun cuando Bach Filina la llevó para mostrarle todos los tres rediles. Caminaron juntos a través de los claros en el bosque, miraron los rebaños de ovejas y hablaron con los encargados de los rebaños. Ella era tan amistosa y amable con ellos. Por la otra mano, esto ayudó a mejorar su salud. Después de tal clase de paseo ella coma y dormía muy bien. Ondreco estaba alegre de que Bach Filina le gustara a ella. Él la trataba muy bondadosamente, coma a una Señora, como que fuera su propia hija.
El sábado Ondreco fue a visitar a su madre en la casita. Allí él iba a almorzar con ella. Los dos compañeros suyos fueron invitados para la tarde, y con ellos, por supuesto, llegaron Dunaj y Fido, pero la gata no les tenía miedo, y cuando vieron esto no la molestaron.
El niño corrió alegremente al cuarto, pero ante la puerta se detuvo, porque su bonita madre estaba sentada ante una mesa. En la mano tenía una carta larga lista para el correo, y lloraba. ¡Ay, tan amargamente lloraba! Se alegró cuando el corrió a ella y empezó a abrazarla y besarla; ella devolvió los besos, pero no dejó de llorar.
—¿Por qué lloras tanto, mi madre?—él dijo tristemente—.¿De qué se trata?
-Acerca de mí misma, mi querido hijo, porque yo soy muy mala.
Ondreco no quería reconocer eso. Para él su madre parecía como un ángel, pero Palko había leído ayer el dicho: "TODOS PECARON, Y ESTAN DESTITUIDOS DE LA GLORIA DE DIOS", y agregó que mientras que uno no se da cuenta de esto y piensa que al mismo es suficientemente bueno, el Señor Jesús no puede salvarlo, porque únicamente los enfermos necesitan a un doctor; y Bach Filina había agregado que únicamente el Espíritu Santo puede traer a un alma a tal clase de convicción. Tiene que ser entonces, que el Espíritu Santo había empezado a enseñar a su madre también. ¡Seguramente el Señor Jesús la hallaría a ella también!
—¿Por qué piensas, Mama, que es mala?—el niño tímidamente preguntó.
—Porque tengo un padre muy bueno, y lo he entristecido mucho. Mira, Ondreco, he escrito una carta a él ya por primera vez en muchos años.
—¿Y seguramente ha pedido su perdón, verdad que sí?
-Sí, pedí su perdón; pero ¿es posible perdonar a una pecadora como yo?
-El Padre perdonó a su hijo pródigo porque le amaba—el niño dijo seriamente—¿La amaba su padre también, madre mía?
La Señora suspiró tristemente, pero yo no lloró más.
-Él seguramente la recibirá si regresa a la casa.
—Voy a ver si él me contesta, y que dirá.
—Mama, el padre de usted sería mi abuelo, ¿verdad que sí?
-Sí, mi querido; y si el buen Señor nos concede que yo pueda considerarte todo mío, y serás únicamente mío, entonces vamos juntos, y tú me ayudará a pedírselo. El seguramente no rehusaría a ti; se van a entender mejor entre sí, porque ambos aman al Señor Jesús y son Sus ovejas.
-El niño se regocijó. ¡El abuelo amaba al Senior Jesús!—¡Qué alegre soy! Pues, entonces el seguramente la perdonará.
No pudieron seguir su plática porque la Tía Moravec les llamó al almuerzo, lo cual era muy bueno. José llegó después del almuerzo; estaba llevando queso a la aldea y pasó por la casa para preguntar si había algo para echar al correo. La Señora le dio su carta, y la Tía le dio una lista de compras y dinero para comprar varias cosas en las tiendas, con un gran pedazo de pastel para correr en el camino De la Señora recibió dinero para comprar cerezas para el mismo y para los niños, si había algunas buenas.
Esa tarde era bastante alegre dentro y fuera de la casita cuando llegaron los compañeros. Ondreco estaba contento de que su madre estuviera tan gozosa. Ella les enseñó toda clase de juegos bonitos. Hasta fue con ellos a la "Roca de la Bruja" y allí Palko tuvo que decirle también cómo él encontró su País del Sol. Eso le interesaba mucho a ella. El mencionó dos veces, cómo él se perdió cuando era pequeño y creció con gente desconocida, y cómo el Señor Jesús le cuidó para que él encontrara otra vez a sus padres. Se podría escribir un libro entero acerca de cómo él pasaba la vida en el mundo (Véase la primera parte del libro En el País del Sol.). La Señora Slavkovsky se interesó mucho en eso.
Cuando caminaron más tarde a los rediles, por todo el camino ella hacia preguntas acerca de la madre de Palko, quien en su tristeza por el hijo perdido también perdió su razonamiento hasta que por fin lo encontró y el Señor Jesús le devolvió su hijo. No se daban cuenta de lo rápido que se acercaban a las chozas.
Era una noche bella; la puesta del sol cubría el cielo con sus cortinas rosadas. El sol se hundió detrás de las montañas, como que estuviera besando los valles y a la gente en despedida, y especialmente parecía besar a la bella Señora que estaba sentada ante del fuego abierto en pensamiento profundo.
-Si usted puede cantar tan bellamente—rogó Palko—, y mucha gente llegaba a escucharla, nosotros también quisiéramos que usted lo haga. Cante para nosotros, si tiene la bondad.
—¡Ay Palko!—La Señora menea la cabeza—. No te gustaría mi canto. Además no me entenderías. Cante más que todo en inglés y en italiano, pero también el checo, pero el texto de estos cantos no concordaría con esta noche sagrada que está cayendo alrededor de nosotros. Pero porque quisiera galardonarte, Palko, por haberme relatado sus experiencias, déjame pensar por un momento.
Esperaron; y estaba tan quieto alrededor de ellos, que casi podían air unos a otros respirar; y en la distancia tintineaban las campanas de los rebaños.
Por fin ella levante la cabeza.—Después de todo, yo recuerdo alga, y es en la lengua eslovaca. Una vez aprendí este canto acerca del mar, y cuando lo cantó, millares de personas lloraron. Es una balada acerca de una nave naufragada. ¿Quieren que yo la cante?
-Sí, Sí—gritaron todos. Bach acababa de llegar y se sentó entre ellos. ¡Qué cosa tan bella es cuando el Creador pone tal clase de voz en la garganta humana que ningún Mara ni instrumento pueda igualarla! Se puede oír todo en tal clase de voz: el sonar de oro y de plata, el gemir en las copas de los pinos cuando se mueven en el viento; el gorjeo de los arroyos tanto coma el rugido de una gran catarata, sí, ¡todo!
¡Maestro, la tempestad está enfurecida!
¡Las olas se están subiendo alto!
El cielo esta sombreado de oscuridad,
Ningún amparo ni ayuda está cerca;
¿No te importa que perezcamos?
¿Cómo puedes quedarte durmiendo,
Cuando cada momento con tanta furia está amenazando
Una rumba en la profundidad enojada?
Dulcemente, pero a la vez misteriosa y tristemente, las notas del canto flotaron en la brisa de la tarde para abajo al valle. Una vez, cuando la Señora probó el canto por primera vez, millares de personas lloraron. Hoy solamente una pequeña compañía de escuchantes lloraron, pero creo que hasta el bosque y los arroyos y todas las cosas alrededor lloraron también. Mas que todos ellos lloró Bach Filina. Palko quien estaba sentado junto a él puso un brazo alrededor de su cuello y lloró juntamente con él. Él lo entendió. De esa manera pereció una vez la nave que llevaba a Esteban. Se hundió en las terribles profundidades con él. En vano esperaron; en vano llamaron. El Tío Filina nunca lo vería otra vez.
Los niños no se imaginaban, ni los ayudantes de Bach, que existía una cosa tan linda que lo que estaba escondido en la garganta de la Señora. Casi se podía oír los crujidos de la nave que se quebrantaba, y sentir la desesperación de la situación. Terminó como los llantos tristes y suaves de las almas que perecían. La Señora se fijó en el llanto que su canto había despertado. Se dio cuenta de que no sería fácil poner fin a eso. Entonces ella hizo algo que aquella misma mariana ella había dudado poder hacer. Cantó un himno escondido en la memoria de su viejo hogar, y al cual había aborrecido de todo corazón, porque no podía olvidarlo.
Mi fe espera en Ti,
Cristo Jesús, por mi
Fuiste a la cruz;
Oye mi oración,
Dame tu bendición.
Llene mi corazón
tu santa luz.
Tu gracia en mi alma pon,
Guarde mi corazón
Tu sumo amor.
Tu sangre carmesí
Diste en la cruz por mí;
Que viva para Ti
con fiel ardor.
A ruda lid iré,
Y pruebas hallaré,
Mi guía sé;
Líbrame de ansiedad,
Guárdame en santidad.
Y por la eternidad te alabaré.
Tal vez en ningún lugar y en ningún tiempo antes, fueron cantadas estas frases de manera tan impresionante. Cuando se detuvo, Bach Filina se paró cerca de ella y muy seriamente dijo:—Gracias, Señora Slavkovsky, por ese precioso himno Me ha mostrado una gran bondad con esto. Su balada bella abrió una herida profunda en mi corazón que no estaba completamente sanada. Casi parecía que yo tuviera que morir a causa de ella, pero este himno santo la sanó otra vez, ¡Qué Dios la bendiga por cantarlo! Pero una cosa le tengo que pedir: vamos a escribir este himno, y usted tiene que enseñarnos la melodía para que podamos animarnos a nosotros mismos con él en la vida y en la muerte.
La Señora prometió, pero pidió que leyeran ahora la Palabra de Dios, ya que ella se sentía cansada. Lo hicieron de buena gana, y dentro de poco tiempo reinaba una quietud maravillosa.
—Oye, Esteban—dijo José a su compañero—; en el castillo decían que cuando la Señora iba a la casa después de cantar en el teatro que a veces los caballeros desconectaron los caballos de su carretón, y amarraron a sí mismos al carretón y de esa forma la jalaban a la casa. Eso no me extraña. Realmente, cuando ella canta, puede hacer cualquier cosa que quiera con una persona.

Capítulo Nueve

El domingo por la mañana el doctor trajo algunos papeles. Todos se había n reunido y desayunado en la choza. Cuando la Señora leyó las cartas, abrazó a Ondreco y dijo medio llorando y medio riendo:—Mi querido hijo, ahora realmente puedes decir "nuestro bosque" y "nuestras ovejas" porque yo lo compre todo para ti, mi Ondreco, y toda esta tierra. U nicamente no sé si puedo atreverme a decir "Nuestro Bach Filina". No podría, si no fuera por ti. El mismo tiene que decidir si va a quedarse con nosotros. Dile que debe quedarse.
-No me preguntes, Ondreco—sonrió Bach—. Si ustedes están satisfechos conmigo, si, si están satisfechos con todos nosotros, todos estaremos contentos con quedarnos; ¿no es así, muchachos?
-Seguramente estaríamos muy contentos de quedarnos—contestaron los encargados de los rebaños.
Pronto se hizo a conocer en todos los tres rediles que la Señora Slavkovsky había comprado la finca del Señor Gemer y que ella iba a legarla a Ondreco si el Señor Gemer entregaba su hijo a ella. Ninguno dudaba que el haría esto, y puesto que el mayordomo actual dio la noticia de que salía, porque había sido llamado para dirigir otra finca, la Señora esperaba encontrar a otro hombre responsable. Ella prometió a todos un aumento en sus sueldos tan pronto como el cambio de dueño de la finca fuera archivado y algunos mejoramientos fueran hechos. Todos se regocijaron. Casi parecía que aun las ovejas sabían que Ondreco había llegado a ser su dueño. Era hermosa la manera en que ellas sonaban sus campanas.
A través de los rediles a cada rato sonaba el canto que ellos llamaban el canto de la Señora: "Mi fe espera en Ti, Cristo Jesús". Los niños lo enseñaban a todos los que querían aprenderlo, que eslovaco no querría aprender un nuevo canto? Cuando la Tía Moravec se fijó en como el himno les gustaba a todos, ella mencionó a Palko que ella todavía tenía un libro entero de tal clase de himnos de América. Por tanto, Ondreco rogó a su madre que cantara uno de ellos de vez en cuando. Ella no puso ninguna excusa. Cada día ella les enseriaba un himno nuevo, de los cuales cada uno era más bonito que los de antes. No se dieron cuenta de que ella les enseriaba los mismos himnos de los cuales ella se corrió cuando salió del hogar de sus padres, y los cuales ella no había querido oír ni cantar allí.
Bach permitió a los encargados que vivían en las otras chozas que vinieran a su choza. Les gustaba venir para oír esos cantos. Los encargados tenían buenas voces, tan claras como las campanas de la tarde. La Señora hasta les enseñó a cantar uno en cuatro voces. Cuando llegó el domingo, practicaron por toda la tarde, y cantaron en la noche, de manera que sonara sobre las montañas como una melodía hermosa.
Ese domingo Palko leyó y explicó como el Señor vino de Nazaret para vivir en Capernaum, puesto que la gente no quería tenerlo en Nazaret, y que aún hoy el Señor Jesús no quería obligar a nadie, igual que no había obligado a los de Nazaret, sino que se fue y los dejó para siempre. Entonces él rogó a todos que no mandaran al Señor Jesús a otro lugar, sino que permitieran que viviera con ellos.—Sería muy triste si nuestros rediles fueran como los de Nazaret, y, si Él tuviera que abandonarnos e ir más adelante a Capernaum. Donde Él está hay un cielo y hay vida. Él sana toda enfermedad. Fíjense en cuantas personas El sano en Capernaum. Pero donde Él no está, hay oscuridad, justamente como aquel himno dice: "Ay, ya no hay más salvación".
Con pensamientos serios todos se fueron a reposar. Ondreco durmió muy profundamente, pero a pesar de eso le parecía que oía a su madre llorar. En la mariana él vio en sus ojos que no había dormido mucho. Él no debía despertarla. Así que silenciosamente salió del cuarto con su traje y se vistió afuera.
Un día cuando José trajo cosas de la ciudad y la Tía Moravec le dio una buena comida, él empezó a alabar a su nueva Señora y preguntó sinceramente: ¿por qué se separó de ella el Señor de Gemer? Él no va a encontrar a ninguna otra como ella en el mundo.
—Él no se separó de ella, sino que ella se separó de él—dijo la anciana enfermera con la cara nublada—. Él es un hombre malo e infiel La pobre mujer lo amó tanto y creó todo. Cuando ella lo tomó, ella tenía mucho dinero; y él nada más vivió por el dinero de ella y lo malgasto. Él jugaba a las cartas y hacia toda clase de cosas malas. Ya para cuando llegamos a Budapest le había robado todo. Él quería que ella continuara cantando allí. Ella tenía joyas bonitas; él le dijo que iba a depositarlas en un banco, pero él las empeñó, porque en las carreras de caballos él había perdido una apuesta grande, y necesitaba mucho dinero.
últimas cosas que tenía, y más que todo llevó a su pequeño hijo, y se fue a Viena. Allí la encontró enferma en peligro de muerte.
—Ese ladrón, ese engañador, ¡Cómo él la engaño y la robó a ella! Si uno de nosotros roba una gallina o una cosa semejante lo ponen de una vez detrás de barrotes. Tal caballero como él puede hacer todo lo que quiera, pero si ella tan solamente fuera ante la ley él tendría que devolverle todo—dijo José enojadamente.
-Sí, lo tendría que hacer, pero ella no lo quiere. A ella no le importa el dinero. Lo único que ella quiere es tener paz para siempre. Pero para que él no hiciera ningún problema acerca del niño, yo escribí a nuestro abogado que iba a hacer el arreglo para ella, que él lo amenazara de un pleito para las joyas y el dinero si él no quería entregar al niño de buena gana. Mi Señora nunca va a saber lo que hice. Nuestro abogado es un buen amigo, y un hombre decente y honrado, no tal clase que teníamos antes.
José no guardó esta noticia consigo mismo. Así que los ayudantes de Filina se enteraron de que tipo de patrón tenían únicamente después de que el cesó de ser su Señor. Hasta el Ultimo tomó la parte de la Señora. Todos tenían lastima de ella y querían que ella tuviera el archivo muy pronto en blanco y negro, que el niño fuera de ella solamente, y que el padre ya no tuviera ningún derecho a él. Todos la saludaban muy respetuosamente en dondequiera que la encontraban. Ella andaba tristemente y en mucha meditación. Solamente entre los niños ella estaba animada.
En los rediles también a veces estaban en meditación triste. Contaban los días hasta que Lesina vendría por Palko y lo llevaría, Cuando Ondreco con lágrimas dijo esto en confianza a su madre, las mejillas de ella volvieron pálidas de susto. Nunca le había ocurrido a la mente que Palko iba a salir, y ella ni podía imaginarse cómo serían esos alrededores sin la presencia de él. Un día en la acompañó a la casita. Ella le había prometido un nuevo canto; él había entrado para recibirlo.
-Palko, ¿quieres salir y dejarnos aquí?—ella empezó a decir de repente, y tomó al niño por la mano.
-De cierto, la semana que viene mi padre va a venir—él dijo seriamente—. Entonces tendremos más o menos cinco días de trabajo con los palos, y después saldremos.
-Pero lo estarás contento de estar en la casa otra vez, ¿verdad que sí?
-Realmente muy alegre—el confesó sinceramente—. Ya que no he visto a mi madre por varias semanas, ni al abuelo ni a la abuela ni a todos los demás, ni me han visto a mí. Ellos se alegrarán cuando yo llegue, y yo más que todos ellos, porque todos estaremos juntos otra vez.
—¿Y no tendrás lastima por tus compañeros aquí? Ellos quedarán tristes cuando tú salgas.
-Sí, de veras; me sentiré muy solito sin ellos y sin el Tío Filina. Yo le amo mucho a él, como a mi anciano pastor Malina. Estoy agradecido al Señor Jesús de que el Tío este sano y todavía no morirá, sino que les contará a sus ayudantes acerca del Señor Jesús, y a todos los demás. Solamente una cosa me causa preocupación; es que cuando yo salga, no voy a saber qué hará usted, señora, con el Señor Jesús. Usted nos ha enseñado cantos tan bellos; hasta mi muerte estará agradecido a usted por ellos. Usted ha cantado tan bellamente por nosotros, como un ángel del cielo; pero usted no cree lo que ha estado cantando. Estoy triste por eso, y el Señor Jesús esta triste también. Ayer usted nos enseñó el canto:
"Salvo en los tiernos brazos
De mi Jesús seré,
Y en su amoroso pecho
Siempre reposare.
-Le convendría tan hermosamente si usted diera a sí misma en Sus manos igual que el pastor lleva a la oveja perdida. Sería tan bueno para usted estar en los brazos de Él; yo lo sé mejor que nadie. Mientras estaba yo aquí entre ustedes, más que una vez la nostalgia para mi madre amenazo apoderarse de mí; pero cuando yo consideré cómo Él está conmigo, me puse bien otra vez en seguida, y me sentí completamente en casa. Usted ya ha encontrado mucha maldad en el mundo y más que una vez estaba triste, ¿verdad que sí? Pero él le daría consuelo. No obstante, si usted lo hiciera salir como la gente de Nazaret, Él se iría a otra parte, pero usted se quedaría sola. Ondreco me dijo que usted tiene un padre muy bueno, y que su padre ya pertenece al Señor Jesús. Ondreco le pertenece a El también; algún día ellos dos irán para estar con Él, y usted se quedará sola—y Palko se echó a llorar.
—No llores—dijo la Señora en una voz distinta—. Yo no quiero ser como la gente de Nazaret. Yo quisiera ir por aquel camino angosto, pero no Lo puedo encontrar. Estoy demasiado llena de pecado para que Dios me reciba. Entre tanto que mi padre terrenal no me perdone, no puedo buscar el rostro de Dios.
Su conversación fue quebrada cuando llegaron a la banca, porque la Tía Moravec se acercó a encontrarlos, completamente pálida, diciendo:—Un mensajero especial trajo un telegrama. Por favor firme aquí.
Las rodillas de la Señora empezaron a temblar. Se sentó en la banca, firmó el papel y se lo dio a la Tía, y luego rápidamente abrió el telegrama y leyó. Manchas oscuras se formaron ante sus ojos. Incapaz de ver, entregó el telegrama al niño—Palko, léeme eso—y Palko leyó:
-Nueva York. Estoy embarcando. Llegando a verte. Tu amante padre.
-¿Realmente es así, Palko?
-Así es.
¡Ay, mi padre, mi padre! Él está viniendo a nosotros. Él todavía ama y perdona. Palko, ora por mí, porque algo me va a pasar—llorando amargamente, la Señora se cayó sobre las rodillas.
Palko oró:—Gracias a Ti, Señor Jesús, que su padre está viniendo, y que él la ha perdonado, aunque él está muy lejos, todavía Tú estás aquí. Si ella solamente te pidiera, Tú la perdonarás, porque Tú la amas tanto, yo sé. Amen.
La vida y la muerte están en el poder de la lengua. En las palabras de Palko había vida. La Señora creía que el Buen Pastor estaba realmente allí, y que Él llegó a encontrarla. Una vez ella se había corrido de Él; hoy no quería correrse. Hoy ella confesó sus transgresiones a Él. Bien sabía que había pecado más contra Él, y que se había salido de Su presencia, para su propia destrucción. Ella lo había despreciado cuando Él extendía Sus manos traspasadas hacia ella, aunque había n sido clavadas en la cruz por amor a ella. Ella no había querido cantar himnos para Su honra y gloria; y había odiado los himnos del Cordero. Había querido cantar para la gente y lo había hecho, pero ellos la habían recompensado por medio de quebrar su corazón. Pero Él, a quien ella menospreciaba, la había seguido hasta ese lugar. Ella no había querido escuchar a los predicadores famosos; pero Él había mandado a un niño en el camino de ella para que pudiera guiarla a los pies del Buen Pastor. El Buen Pastor no la menospreció; al final Él la había recibido. Palko no entendía lo que la Señora oraba, porque oraba en inglés, pero él entendía el tono de la voz. El Señor Jesús estaba con ella y ella lo sabía y habló con Él. Palko se levantó silenciosamente y respetuosamente, y dejó el lugar que ya pertenecía a la Señora y al Buen Pastor.

Capítulo Diez

"No te jactes del día de mañana; porque no sabes que dará de sí el día" dice la Palabra de Dios, y con razón. Aun en los rediles no se imaginaban que el siguiente día les traería, la enfermedad grave de la madre de Ondreco. El doctor, muy preocupado, dijo que el mensaje inesperado de la llegada de su querido padre, a quien ella no había visto por muchos años, la golpeó tanto, que se cayó en una enfermedad nerviosa, que el doctor había querido evitar por medio de traerla aquí a las montañas.
Solamente Palko y Bach Filina sabían que había otra cosa más que se apoderó de ella. Hablaron acerca de ello solamente entre sí mismos y oraron mucho por la Señora. Parecía que ella no reconocía a nadie. Quedaba acostada en su cama como una bella flor quebrada de su tallo. En vano Ondreco susurraba a ella, la acariciaba y la besaba. Ella lo miraba, pero no contestaba. Solamente una cosa consolaba a su pobre hijo, que ella tenía una expresión, mientras dormía y mientras estaba despierta, como que estuviera muy alegre. A veces cantaba bellos himnos para el honor del Cordero; a veces de nuevo una balada del mar, y después de esa siempre el himno "Mi fe espera en Ti". Así pasaron dos semanas sin ningún cambio.
Mientras tanto Lesina llegó; él terminó lo que era necesario y se fue, pero no llevó a Palko consigo. El no pudo tratar así a Ondreco, quien se arrimaba a su compañero como un pequeño pájaro sacado de su nido. El doctor dijo que Ondreco seguramente se enfermaría se su compañero Lo dejara precisamente en este tiempo. Bach le prometió a Lesina que el mismo llevaría a Palko a la casa cuando la Señora se mejorara, porque él creía que iba a recuperarse, aunque el doctor no daba nada de esperanza de que ella no muriera ni que ella no perdiera su razón. Por esta razón también, Lesino no pudo guitar a Palko, porque parecía que la Señora enferma lo conocía. Cuando él leía en su Libro ella Lo miraba como que estuviera escuchando, y aunque ella no decía nada, siempre estaba tan quieta y contenta.
Mientras tanto la respuesta llegó desde Paris, y la Señora desafortunada no supo que el niño que se sentaba tan pálido al lado de su cama, ahora pertenecía únicamente a ella, y que ningún otro tenía derecho a él. Ni supo acerca de otro mensaje, realmente dos mensajes; uno que venía desde Hamburgo en el cual su padre anunció que había llegado seguramente; el otro anunciaba su llegada el sábado por la tarde a la estación de ferrocarril más cercana. Bach muy tristemente se paró al pie de la cama de la Señora con los dos mensajes en las manos, y la Tía Moravec lloró amargamente.
—¿Qué debemos hacer, Bach Filina? Él está viniendo desde una distancia tan lejos y no sabe nada de esto. ¿Cómo va a aguantarlo, cuando la halle así, y oiga que a causa de su telegrama esta enfermedad la sobrevino? Antes, en Rusia, los doctores le había n dicho que algún día sus nervios le iban a fallar. Pues, ¿qué va a decir el pobre padre? Él quería darle gozo, y ahora ha resultado de esta manera.
—Lo que Dios hace y permite, siempre es bueno—Filina dijo, asintiendo con la cabeza—. No se preocupe; yo voy para recibir a su padre, y en el camino para acá Lo voy a preparar para lo que él encontrará aquí.
—Bach Filina, lléveme consigo para encontrar a mi Abuelo—rogó Ondreco, cuando Bach se estaba preparando en la tarde.
—Voy a pie; eso sería demasiado lejos para ti, mi hijo—dijo Bach, acariciando la cabeza del niño. Tú te quedarás con tu madre y esperaras a tu abuelo aquí. En la estación voy a tomar un carretón; pienso que, en la tarde, a las ocho más o menos, estaremos aquí.
Bach besó al niño., aunque generalmente no lo hacía, y en un momento su forma gigante desapareció en el bosque junto al claro. Él escogió el camino más corto sobre veredas bien conocidas a él, pero de todos modos le llevó más o menos dos horas antes de llegar a la carretera principal que conducía a Jota.
Allí de repente se detuvo. Volvió la cabeza al este, donde sobre una roca estaba una cruz vieja, recientemente reparada. La memoria humana, ¡qué extraña es! Bach nada más tenía que mirar la cruz, y de una vez, como que los años volvieran atrás, le parecía como si estuviera parado allí como un joven de diecinueve años. Se llenó del deseó de subir a la cruz, inclinarse a su lado y mirar otra vez la vereda por la cual, en aquella mañana de verano, su hermano Esteban había salido para jamás regresar otra vez. Él viajó en aquella nave que se quebró, para una tumba fría. Bach Filina no pudo resistir ese deseo. Por casi la cuarta parte de una hora él se mantuvo arrodillado ante la cruz, y descansó su frente en el grado de piedra. Le sacudió una tristeza inexpresable. Quería quitarle su seguridad de perdón, pero dentro y alrededor de él era como que alguien estuviera cantando:
Mi fe espera en Ti,
Cristo Jesús, por mi
Fuiste a la cruz.
Oye mi oración,
Dame tu bendición.
Llene mi corazón tu santa luz.
¡Su pesada carga de pecado había sido purificada por aquella preciosa sangre! ¡El Señor Jesús llevó su culpa consigo en la cruz y el Santo Dios lo había perdonado! ¿Pero qué estaba haciendo el aquí? ¿Para qué había venido? ¿Por qué estaba perdiendo el tiempo aquí? Allá en la casita la madre de Ondreco estaba medio viva y medio muerta, y desde lejos su padre de más allá del océano estaba llegando para ver a su hija. Si él, Filina, se demorara aquí, podría llegar demasiado tarde para encontrar al visitante en la estación.
Bach se levantó, sacudió el polvo de su ropa de domingo, puso su brazo firme alrededor de la cruz y se agachó, ¡cómo aquella vez hacía muchos años! Era bueno que la cruz estuviera firme y también el brazo que se agarraba de ella. Bach vio en la vereda pendiente a un hombre de forma delgada, de traje de caballero, que se acercaba. Justamente en ese momento la forma se detuvo. Volvió alrededor; quitó el sombrero de la cabeza y miró en la dirección donde una vez estaba la choza de Filina. La única cosa que marcaba ese lugar eran algunos palos medio quemados, ahora cubiertos del monte que crecía. ¡Ah, ese rostro! ¡Sólo había uno así, jamás olvidado, más joven, pero de todos modos!
Bach cerró sus ojos de águila para que no le engañaran. Los volvió a abrir únicamente cuando los pasos del hombre se acercaban a él desde abajo. Quitó la mano de la cruz y cruzó los brazos sobre el pecho. Al levantar la vista se encontró cara a cara con el desconocido.
—Buenas noches—dijo el visitante.
-¡Esteban!—salía de los pulmones de Bach, como medio lloro, y medio terror.
-¡Pedro! ¡Eres tú!—Dos brazos encerraron el cuello de Filina.
—¡Esteban! ¿Estás vivo? ¿De veras? ¡No es posible!
-Yo vivo, Pedro, y por fin he venido. Vengo alga tarde, de veras, pero yo no sabía que la persona querida que una vez nos separaba, había muerto hace mucho tiempo, y que tú y yo ya no tendríamos ningunos dolores de corazón. Yo vengo a ti por mis tesoros, que están en tu cuidado.
-¿Tus tesoros?—Bach estaba asombrado todavía, sin saber si era un sueño hermoso pero imposible. Quería escuchar más a la voz que le hablaba. La cara era más vieja, cambiada, pero la voz era igual. Siempre había sonado como música en los oídos de Pedro Filina. Y así era hoy.
—Estamos esperando al padre de la Señora Slavkovsky hay, y yo estoy en camino para recibirle.
—Yo soy aquel padre.
Esteban?—Bach le soltó la mano de Esteban—. No entiendo eso.
-Yo te creo, mi Pedro. Pues, ¡cómo te has cambiado, que fuerte has llegado a ser, grande como gigante, ¡coma las bellas montañas alrededor de ti! Yo no te habría reconocido, Si no fuera por la voz, porque ninguno me ha llamado de esa manera después, y por tus ojos de águila debajo de aquellos parpados espesos.
-Esteban, dime, ¿cómo es posible que tú vives? ¿No se naufraga aquella nave?
-Sí, Pedro, ella fue al fondo del mar; pero yo fui entre los pocos inmigrantes a los cuales otra nave salvo. Dios no quiere la muerte de un pecador; por eso me salvo a mí. El primer trabajo fijo que yo tuve en América era en la finca del Señor Slavkovsky. Mi hija me escribió que ella te dijo todo acerca de nosotros. Así que sabes que el Señor Slavkovsky me pedía y que yo concorde en hacer como él deseaba. Cuando el oyó de mi parte que yo no quería que tú supieras que yo todavía vivía, el me aconseja que adoptara el apellido de él, desapareciendo así de este mundo. Su esposa e hijo, y aun mi buena esposa, estaban de acuerdo con ello.
Así que Esteban Pribylinsky murió y solamente Esteban Slavkovsky se quedó. Yo no pude regresar a la casa y vivir contigo, como nuestro padre planeaba. Eva era lo esposa y yo la amaba. Yo realmente no conocía a Dios y al Señor Jesús en ese tiempo, ni entendía Su Santa Ley; pero esto por lo menos sabia, que habría sido una tentación constante y grande para todos nosotros. Por eso escogí morir para ti.
Slavkovsky terminó, y del pecho de Bach salió un suspiro profundo.
—Tú moriste para nosotros, y hasta los días recientes yo me preocupaba mucho acerca de ello, que había llegado a ser homicida y era como Caín.
-¿Tú? ¿Y por qué?
—¿No era cierto que yo le ahogue por segunda vez en aquel pantano, por medio de obligarte a ir a América? Eva lo amaba más a ti. Si no hubiera sido por mí, habrías podido vivir tan alegremente como en el paraíso. Tu habría sido un mejor cónyuge para ella. Al lado mío, ella pereció de tristeza. Mi padre no vivió mucho tiempo; yo cuidé a mama, pero no pude tomar el lugar de su propio hijo. Puedes ver los restos quemados de nuestra choza, donde una vez nosotros vivimos tan alegremente. Hace años, cuando yo empecé este servicio que he mantenido desde ese tiempo, yo la arrende a un vecino. Él no la cuidó bien y se quemó. Yo hubiera podido volver a edificarla, pero no quise. ¿De qué provecho me habría sido? Yo estaba desamparado en el mundo, como un palo.
De repente el silencio prevaleció sobre el grado al pie de la cruz, donde ambos hombres estaban sentados. Parecía que el canto popular convenía a los dos:
"¡Montaña, montaña verde, Hola!
¡Mi corazón me duele, tristemente lloro!
Doloroso, tan doloroso es mi aflicción,
Mi corazón está desfalleciendo, mi gozo se ha ido".
—Perdóname, Pedro—de repente dijo Esteban Slavkovsky—. "No era correcto que yo me escondiera de ti. Yo te he causado mucha tristeza. Mientras que yo imaginaba que ustedes estaban viviendo en nuestras montañas, las cuales yo nunca podía olvidar, tal vez rodeados de niños, y nuestros padres estaban contentos con ustedes, tú has vivido solito por muchos alias. No era bueno que yo no te mandara aviso acerca de mí mismo. Una vez alguien de esta vecindad llegó a América pero no me conocía y me dijo que mi padre murió. Yo ya había escrito una carta a mama, para mandarle mi amor, pero no la mandé. Yo pensaba en lo buena que yo era para ti, pero ese corazón nuestro es engañoso y perverso, lleno de justicia propia y orgullo. Yo he tratado mal a mama tanto como a ti, pero fui recompensado cuando mi hija única me desamparó, y después de diez alias tengo que venir hasta acá para encontrarla.
Bach se movió.—Vamos, Esteban, no nos demoremos más; pero si vamos a pie vamos a llegar muy tarde.
Los dos se levantaron.—Yo tengo un carretón; no obstante, yo le dije al piloto que alimentara los caballos un rato. Ahora les oigo; ellos estarán listos. Vamos; en el camino podemos decir más uno a otro.
Así que entre las montañas eslovacas viajaron dos hermanos, quienes habían crecido entre ellas, y estaban unidos tan íntimamente con ellas, que uno de ellos en una tierra distante casi murió de nostalgia, y el otro no habría podido vivir sin ellas en ninguna manera.
Ahora no estaban pensando en la belleza alrededor de ellos, porque Esteban Slavkovsky se entera de que su hija le esperaba, y que únicamente el Doctor celestial podía salvar a Su oveja que había regresado a Él.
El proverbio dice que la mala suerte no anda entre las montañas sino entre la gente. Ahora estaba entre las montañas. ¿Quién podría describir el momento en que el padre llega al pie de la cama de su única hija y la vio tan quebrantada y leyó en su bonita cara la confirmación de todo aquello de lo cual él una vez la había advertido? El sol que estaba para ponerse brillaba sobre la flor quebrada y sobre el hombre arrodillado al lado de la cama de ella, con la cabeza sobre los brazos cruzados. Ninguno se atrevió a estorbarlo en su tristeza y oración. De repente la Señora abrió los ojos; los volvió a la ventana y empezó a cantar suavemente el himno que ella últimamente había enseñado a los niños:
Cariñoso Salvador,
Huyo de la tempestad
A tu seno protector,
Fiándome de tu bondad.
¡Sálvame! Señor Jesús,
De las olas del turbión.
Hasta el puerto de salud
Guía mi embarcación.
Su padre lloró suavemente y los demás lloraron con él. Pero ella seguía cantando, y como José había dicho antes, "Ella podía hacer cualquier cosa que quisiera con ellos cuando cantaba". El llanto se terminó, y el pequeño cuarto parecía estar lleno de la presencia de Aquel que Rey de gloria, Príncipe de paz y el único Sanador.
Otro asilo no lo hay;
Indefenso acudo a Ti.
Mi necesidad me trae
Porque mi peligro vi.
Solamente en Ti, Señor,
Puedo hallar consuelo y luz.
Vengo lleno de temor
A los pies de mi Jesús.
Palko creyó y sintió que su Señor estaba allí, y la Señora seguía cantando:
Cristo, encuentro todo en Ti,
Y no necesito más;
Me levantas Tú a mí,
Paz y ánimo me das.
Al enfermo das salud,
Das la vista al que no ve;
Con amor y gratitud
Tu bondad ensalzare.
El himno terminó La siguió un silencio durante el cual la Señora quitó la vista de la ventana y la fijó en el rostro del hombre que se inclinaba encima de ella.
—María, querida, mi hija amada, ¿no me reconoces?—preguntó los labios temblorosos del hombre, tan tiernamente, como únicamente un buen padre puede hablar con su Única hijo. Por un momento los hermosos ojos de la Señora se fijaron en los ojos del hombre. El doctor quien entraba en el cuarto en aquel momento, con un movimiento rápido de la mano trató de evitar esta situación crítica, pero era demasiado tarde. La pálida cara de la Señora brilló en un instante, como después de la oscura noche el alba ilumina las montañas.
-¡Mi padre! ¡Ay, mi padre!
Ella se incorporó, extendió los brazos y habría caído atrás, si los brazos de su padre no la hubieran asido; la cabeza de ella estaba descansando sobre su pecho, y los brazos alrededor del cuello de él, y la Señora se agarraba cerca de él como un pollito perseguido por el halcón, cuando la gallina extiende sobre él sus alas protectoras.
-¿Vino? ¿Me perdonó? /Me ama? ¡En la casa, la casa! Ya no estoy en una tierra extraña. Ya no estoy huyendo; el Señor Jesús fue misericordioso, me recibió... ¡Ahora puedo morir!—Así susurró la señora, llorando suavemente, devolviendo los besos de su padre.
—¡Por supuesto que no! ¿Quién quisiera morir ahora?—el doctor interrumpió en ese momento tierno—. Tú ni has mostrado su hijo Ondreco a su padre, y el pobre niño casi no puede esperar más.—Era como que una nueva vida habla sido derramada en ella.
-¡Mi Ondreco!—Ella extendió la mano al niño, quien todavía estaba agachado a su lado—. ¡Mira! Tu abuelo ha venido, y ya no tienes que rogarle nada. ¡Sólo dale la bienvenida!
Ondreco se encontró en los brazos de su abuelo y se extrañó mucho. Había esperado ver a un hombre viejo con una barba de canas, pero su abuelo estaba sin barba y todavía bastante joven y de buena apariencia. El niño sintió, como nunca había conocido antes, que gozo es ser besado y abrazado por un padre. Su triste corazón se regocijó, y se llenó de un sentimiento de protección y seguridad.

Capítulo Once

En este mundo suceden algunas cosas a las cuales no podemos maravillarnos suficientemente. Así era en los rediles de la finca de los De Gemer, Todavía vivían personas de esa vecindad quienes habían conocido muy bien al anciano Filina, el padre de Bach. Recordaron que él les había dicho que uno de sus hijos se había preparado a irse a América, y el otro se había casado en la tierra natal, y cuando Esteban hubiera ganado algo de dinero al otro lado del mar, regresaría a la casa y todos vivirían juntos. También recordaron que llegó el mensaje de que la nave había naufragado, y que Esteban nunca vería otra vez su tierra natal.
¡Pero eso no sucedió así! Treinta años pasaron y Esteban Pribylinsky regresó a casa después de todo. Apareció ante ellos como que hubiera resucitado de los muertos, y como que la gran resurrección había sucedido cuando el mar hubiera entregado a sus muertos y había devuelto a Esteban. Hablaron entre si acerca de su venida por su hija y nieto. Pero cuando la fragancia de sus amadas montañas eslovacas lo llenara, ¿podría irse otra vez tan lejos al otro lado del mar? ¿No va a sentirse como un extranjero, habiendo estado por varios arios en un lugar extranjero? El la pasaba muy bien allí, pero no se sentía en casa. U nicamente en el lugar natal en aquella tierra negra había sueño dulce.
¿Quién puede describir la sorpresa de todos los tres niños cuando se enteraron de quién era el que vino con Bach Filina, que era su Esteban? Palko, cuando lo oyó, no pudo quedarse con los demás. Corrió al bosque y allí lloró de gozo. Dio gracias al Señor Jesús de que había consolado a Bach Filina para siempre. La salvación todavía era posible, aunque la nave estaba naufragada. Después de todo, él había vivido para ver a su hermano Esteban. El Señor Jesús lo había devuelto a Bach.
Había otra cosa muy buena para Palko. No era necesario que él leyera de su Libro a la gente. El mismo podía sentarse a los pies del Tío Esteban, a quien amaba grandemente, y escuchar la verdad de Dios de los labios suyos. Eso era un gran gozo para el niño
Ondreco se regocijó otra vez de que Bach Filina perteneciera a su familia y Pedrico también. Los niños se abrazaron el uno al otro de gozo de que ya no tuvieran que separarse hasta la muerte. Y nadie puede describir el gozo de la Señora Slavkovsky cuando la llevaron de nuevo por primera vez al redil.—Me parecía de una vez que yo estaba entre los míos, y que había regresado a la casa—le dijo ella a Bach—, y que, a usted, Bach Filina, le ame de una vez como una hija.
Entonces ella se enteró de todo acerca del Esteban pequeño y grande. Bach mismo se lo dijo, y hasta su padre dijo:—Lo siento, mi hija, después de considerarlo todo, que no hice saber a los de mi familia de dónde estaba yo, pero ahora lo veo todo. El Señor Jesús en Su amor volvió todo este mal para nuestro bien. Para mi allá. en América y para Pedro aquí en la casa, es un dicho verdadero, "Los guía al puerto que deseaban".
Entonces Bach Filina mostró la finca de Ondreco a su hermano. Puesto que la Señora ya tenía archivada la escritura, todos viajaron al castillo. Pedrico y Palko tuvieron que ir con ellos también. Los niños jugaron allí en el parque con las pelotas que el abuelo había traído de América. Los servidores trajeron una silla plegable para la Señora, porque el doctor la mandó que descansara en la sombra de los castalios, Ella miró el juego de los niños y se alegró al ver su gozo. Ondreco dejó a sus compañeros de vez en cuando, corrió a ella, acostó su cabeza rizada al lado de ella, besó a su madre, y al recibir su beso, corrió otra vez con un grito recio de "Hola" tras su pelota. ¿Quién podría entender cuánto gozo ahora llenaba el corazón que una vez había sido abandonado?
Mientras tanto el director ayudante mostró al padre de la Señora todos los edificios y los ganados que no estaban en el prado. Se fijó en que el Señor Slavkovsky entendía los asuntos de la finca, y cuando señaló una cosa y otra que debían haber sido diferente, el Señor Slavkovsky dijo seriamente:—Yo lo entiendo.—Por fin declaró:—Tendrá que haber un sistema diferente desde abajo para arriba, para que todo prospere.
Mientras tanto la cocinera preparó una comida esplendida para los dueños nuevos. La arregle) afuera bajo los castaños, para que la Señora no tuviera que entrar en la casa. El castillo había sido comprado con todos sus muebles. Si la orgullosa Señora de Gemer, la abuela del Ultimo dueño, pudiera haber sido despertada de la muerte para ver cómo sus trastos de porcelana y manteles fueron extendidos sobre las mesas delante de los menospreciados eslovacos, ella se habría dado vuelta en su bonito ataúd. Pero ahora eso no podía ser cambiado. Bach Filina arregló sus asuntos con el ama de casa. En la comida él comió muy poco porque no pudo guitar los ojos de los niños, cómo ellos comían, y cómo Ondreco urgió a sus compañeros que comieran. La Señora también se regocijó mucho a causa de ellos.
Hasta el doctor se rio enérgicamente acerca de ello, pero a la vez tomó cuidado de que su paciente no se olvidara de la necesidad de comer. Él no le urgió que tomara los varios dulces que se servían, pero las frutas sí. Solamente el Señor Slavkovsky estaba algo absorto en sus pensamientos. Los demás casi tuvieron que obligarlo a hablar.
Después de la comida los niños otra vez empezaron a jugar, y pidieron a los dos hijos del director ayudante que les ayudaran. El Señor Slavkovsky camina a lo largo de la entrada hasta que, desde una vuelta, podía contemplar el jardín lindo, pero ahora descuidado. De repente se quita el sombrero y ora. Ya para cuando hubo terminado, Bach estaba parado a su lado,
—¿Hay algo que no te parezca, hermano mío?—pregunta pensativamente—. ¿Piensas que hemos pagado demasiado por la finca, ya que todo esta tan descuidado?
-No lo creo, Pedro. Realmente se ha comprado barato a pesar de todo su descuido.—Sonría amablemente hacia su hermano.
-De todos modos, tú pareces estar turbado por algo.
-Ciertas preocupaciones me molestan. Ahora mismo las deje todas a los pies de nuestro Padre celestial. Ahora no tengo más ansiedad acerca de nada. El seguramente lo va a arreglar todo. Te diré, mi hermano, lo que era. Pero por lo presente, guárdalo a ti mismo. No puedo llevar a mi hija a América ahora, porque ella esta tan débil. Aquí en nuestra tierra natal ella se va a sanar más luego. A mi querido nieto no lo tengo que llevar allá, porque él tiene suficiente aquí para ganarse la vida. Ahora que mi hija toma control de esta finca, ella necesita un director. Es difícil hallar a uno que no la vaya a engañar. Luego yo pensé, ¿por qué necesita ella un director, si todavía tiene un padre suficientemente joven, y quien sabe dirigir una finca en Europa?
-¡Bueno, Esteban!—Filina se asombra.
-Pero, coma sabes, hay un gran estorbo. Mi finca en América está en mi nombre. Con mi cuñado yo podría arreglar las cosas fácilmente, y entonces eso no me estorbaría. Pero mi querida esposa nacía en América. ¿Va a querer dejar su casa y venirse a una tierra extranjera? Yo no quisiera exigir nada de parte de ella.
Primero tendré que escribirla para avisarla de todo lo que ha sucedido, y si veo en su respuesta que no sería un sacrificio demasiado grande para ella, iré a traerla. Entonces venderé la finca y depositare el dinero, porque no quisiera agregar a esta finca. Es suficientemente grande para que nosotros ganemos la vida, y yo podría ganar, como director, comida para mí mismo y para mi esposa, y ella podría descansar; ella ha hecho suficiente trabajo.
—De día y de noche pediré al Señor Jesús acerca de ello –dijo Filina—que Él guíe a tu esposa para estar de acuerdo, porque alrededor de nosotros únicamente hay tinieblas. Ninguno se preocupa por estas almas. No conocen al Señor Jesús. No he podido imaginarme como podríamos vivir aquí cuando el niño nos abandone. Pero lo podrías tomar su lugar.
—Eso sería difícil, Pedro. El Señor Jesús tiene en Palko un siervo fiel. La medida del Espíritu Santo que este niño tiene, yo no la tengo. Pero en vez de eso yo tengo experiencias con mi Señor. Los últimos diez arios de tristeza me unieron muy cerca del que salva. Yo conozco tus tristezas. Al considerar la situación, yo anhelo ser el testigo de la gracia de Dios aquí en mi tierra natal, donde no hay ningún otro. Eso también me atrae para acá a mi hermosa tierra natal. Por eso espero que mi Agnes se ponga de acuerdo de que debemos venir, y va a suceder después de todo como tu padre decía a la gente: "Cuando Esteban haya ganado algo de dinero más allá del océano y venga otra vez, todos viviremos juntos". Ahora no estamos todos, sino solamente nosotros dos. Y si el Señor me concede venir otra vez, ¿sabes que es la primera cosa que haré?
—No sé.
—Voy a volver a edificar nuestra choza. Ya no va a estar abandonada. Voy a prepararla para Pedrico. Tú vas a criarlo y darle la tierra y los campos. Así que, si él vive, podemos cuidarlo juntos.

Capítulo Doce

A veces los días pasan tan rápidamente coma un pensamiento, y las semanas como un sueño. En las siguientes semanas las cuales pasaban volando, Bach Filina llevó a Palko a su casa. Conoció a la familia de él. Entonces el hijo y la nuera de Juriga llegaron de América, y Lesina tuvo que encontrar un lugar a donde trasladarse. Todos se regocijaron de ver a Palko. Su madre y abuela casi no podían dejar de acariciarlo. El anciano Juriga tuvo un buen llanto cuando el niño lo abrazó.
Lesina se quejó a Bach de que él estaba preocupado de que su esposa tuviera que vivir con la esposa del hijo de Juriga. La nuera de Juriga era una persona chimosa y bulliciosa, y tenía dos niños pequeños que eran llorones desobedientes. Fue por causa de aquellos dos pequeños que el hijo de Juriga había regresado a su tierra natal. Sus hijos más grandes habían estado muriendo uno tras otro.
Esto era la oportunidad de Filina para darle a Lesina un buen consejo, a saber, que tomara a su esposa, a la madre de ella y a Palko, y que se trasladara antes del invierno a su casita en las montañas de Gemer. Tambien le dijo que la Señora Slavkovsky pensaba darle algunos árboles de un pedazo de tierra que tenía que ser reforestado. Mientras tanto podría hallar algún otro lugar en donde quisiera quedarse. Lo único que tendrían que llevar consigo era su ropa y artículos pequeños, porque cualquier otra cosa que necesitaran se podría encontrar en el castillo: camas, mesas, y todo lo que era necesario para la cocina. Todos ellos estaban muy agradecidos por este consejo bueno.
En aquellas semanas que pasaron tan rápidamente, la Señora Slavkovsky se trasladó con su padre y la Tía al castillo. Cada mañana viajó por carretón a los rediles y permaneció allí hasta la noche. De vez en cuando también se quedó por la noche en la choza de Ondreco. Otras veces ella llevó a los niños consigo de regreso. En el castillo bajo la dirección del Señor Slavkovsky, muchos cambios se llevaron a cabo, y cuando el jardinero tuvo los medios y el consejo de su director, el de buena gana se puso a trabajar. En dos semanas uno no habría reconocido el jardín ni el castillo. Los albañiles repararon los lugares quebrados, los pintores pintaron todo, los carpinteros repararon las puertas, los marcos de las ventanas y los pisos de madera dura. Mientras hacían los mejoramientos, las sillas, las camas y las mesas, y otras cosas necesarias para la casita de Palko, fueron puestas a un lado, para que cuando viniera los Lesina tuvieran bastante a la mano para hacerse en casa. Aun para Dunaj arreglaron una caja cómoda, para que no tuviera que sufrir en el tiempo de lluvia.
Otra vez era una tarde hermosa de verano. En frente de los rediles todo estaba preparado para una gran hoguera. Bach Filina llamó a todos sus ayudantes y les dijo que tendrían una celebración tal como ninguno de ellos había visto antes. Por en medio del bosque paseaban Pedrico y Ondreco, y entre ellos Palko, en dirección a la casita. Adelante de ellos, persiguiendo uno a otro, corrían Dunaj y Fido. Ellos también se regocijaban de verse uno a otro. Los niños regresaban de una visita con los Lesina y llevaban consigo toda clase de regalos. Una pistola de agua, por la cual se podía echar el agua a las copas de los arboles más altos; trompos musicales que podían girar casi la cuarta parte de una hora. De la madre de Palko recibieron una caja enteramente llena de ciruelas pasas rellenadas de nueces, las cuales Ondreco consideraba mejores que higos y dátiles.
-¡Mi madre está muy alegre hoy!—Ondreco le dijo a Palko—, porque vino una carta por fin de mi abuela en América. Me dieron una carta escrita especialmente para mí, en la cual la abuela escribe de manera muy bonita. Te la voy a mostrar después, Pedrico.
-También mandaron saludos para mi—dijo el compañero.
—Lo que ellos escribieron a mama, no lo sé, pero mama corrió al abuelo, se echó en sus brazos y lloró y se rio. Estoy seguro que ellos no querían que yo entendiera, porque hablaban en inglés, pero ellos nos van a decir todo acerca de ello. Bach Filina dijo que vamos a tener una celebración.
—También tendremos un himno, uno tan bello, y ese será cantado esta noche, y estoy seguro que les gustará a tus padres—dijo Pedrico.
Realmente era una celebración bonita. Primeramente, sobre dos varillas asaron dos corderos. Bach Filina proporcionó grandes pedazos de la mejor clase de queso a todos. La Señora Slavkovsky repartió peras y ciruelas. Esteban trajo dos tinajas de agua mineral para lavar la carne asada. La Tía Moravec compartió panes y galletas entre todos. Todos sirvieron a la silenciosa y linda madre de Palko, y a su buena abuela anciana, y a su padre también. Después se sentaron alrededor de la hoguera. El Señor Slavkovsky oró, abrió las Santas Escrituras, leyó Salmos 103, y habló bondadosamente acerca del gran amor perdonador de Dios. Entonces cantaron los hermosos himnos que la Señora había traído. Pero Palko también tuvo que leer en su Libro. Leyó acerca de Cornelio, quien con toda su casa recibió al Señor Jesús. Palko habló tan bellamente acerca de lo triste que era en la casa del gran hombre, porque a pesar de que muchas veces oraba y hacia mucho bien, no conocían el camino al verdadero País del Sol, puesto que no conocían al Señor Jesús. Que alegre Cornelio estaba después, cuando él y sus obedientes soldados dieron la bienvenida al Apóstol Pedro allí, y con el también, al Señor Jesús, a quien recibieron para siempre en su casa y en su corazón. Luego de una señal de la Señora empezaron un cántico bello que Palko no había oído antes, pero que era muy conveniente a su historia.
La voz de Cristo oí decir,
"Ven y descansa en mí.
Reposa ya, oh pobre ser,
Tu alma redimí"
Tal como fui me vine a Él,
Cansado de vagar.
Sosiega yo hallé con Dios
Y júbilo sin par.
Mientras ese himno sonaba entre el bosque, se podía notar en las caras de los escuchantes alrededor de la hoguera, que todos Lo había n experimentado, pero especialmente en el rostro será de Filina. Entonces estaba tan silencioso, que uno podía oír las campanas de las ovejas en la distancia. Aunque el cielo estaba cubierta de nubes de tempestad, y los relámpagos se podían ver en el oeste de vez en cuando, y en la distancia el trueno se oía, la tempestad de todos modos estaba muy lejos, y todavía no llegaría a ellos.
De repente Bach Filina se puso de pie, y después que hubo dado gracias primero al Señor Jesús en una oración audible de que Él vino y también buscó y salvó lo que estaba perdido, empezó a explicar que estaba celebrando, lo cual más le agradaba, que no solamente la Señora Slavkovsky, sino su padre también se estaba quedando en las montañas de Gemer. Dijo:—Mariana el Señor Slavkovsky saldrá para América para traer acá a su esposa. Cuando el haya vendido su finca allí, de una vez regresará a su lugar de nacimiento para no dejarlo jamás otra vez.—Los ojos de Bach estaban llenos de lágrimas cuando les daba el mensaje, pero agregó—, Son noticias muy gozosas, ¿verdad?
¿Quién puede describir el gozo que prevalecía después de eso? Ondreco abrazó a su madre y al abuelo y se acurrucó junto a Bach.—Todos vamos a quedar en casa, en la casa con Bach Filina. No vamos al mundo lejano y extranjero. Bueno, vamos a permanecer en nuestras montañas. Aun Palko estará aquí con nosotros—agregó.
-Sí, mi hijo.—El abuelo acercó al niño hacia él—. Vamos a quedarnos en la casa. Vamos a vivir aquí juntos con el Señor Jesús y Él con nosotros.
Después de un rato la hoguera empezó a menguar. Las voces se callaron. Solamente en la distancia el trueno sonaba, el relámpago alumbraba, pero arriba de los rediles brillaban las estrellas claras. Alrededor de los edificios Bach Filina dio vuelta, vigilando que ningún peligro amenazaba en ningún lugar, y otra vez en la banca, como una vez hacía mucho tiempo, se detuvo. Esta vez, el padre y la hija estaban sentados allí juntos; ella ya no era una vagabunda, pues ella había regresado primero al Padre celestial, y luego al terrenal. Había regresado a la casa y file aceptada. Bach quería pasar de largo, pero ellos había n estado esperándole.
-Sabíamos que tú pasarías por aquí—dijo Slavkovsky, e hizo lugar para su hermano al lado de Sí mismo—. María tiene una petición para hacerle.
—¿A mi?—Bach se extrañó.
-Sí, a usted, mi querido Tío. Deje de ser nada más el "Bach". Venga a vivir con nosotros. Usted tendrá la supervisión de las cosas; sea una familia con nosotros—la Señora rogó con todo el corazón, pero Bach meneó la cabeza.
—La agradezco, mi hija—habló él, profundamente conmovido—. Me gustaría hacerme una familia con ustedes porque todos son muy queridos para mí; pero no me haga abandonar mi llamamiento. Una vez yo empecé como un hombre infeliz, y esta vocación me dio animo en mi tristeza. Yo crecí con las ovejas, con el trabajo y con la naturaleza alrededor de mí. Ahora ya que los cielos se han abierto arriba de mí, déjeme a esta puerta del cielo. No dejen que les moleste el hecho de que ustedes tienen una finca rica y yo soy nada más un pobre "Bach". Todo lo que necesito para mi vida, voy a ganar honradamente. Tengo donde vivir, y ustedes me aman; yo no estoy solito. Ustedes vendrán a visitarme y yo les visitare, especialmente cuando tú, mi hermano, regreses. U nicamente una cosa les pido, si ustedes tienen más que necesitan para vivir, que manden a Palko a la escuela. Su padre lamenta no poder hacerlo para él. Dios le ha dada lo que ninguna escuela puede suplir, pero si las personas de tal clase de fe pudieran pararse en los púlpitos habría un verdadero despertar en nuestra nación.
—Pues, Bach Filina, yo le agradezco. He estado pensando en la misma cosa, pero no me atreví a hablar con Lesina acerca de ello.—La Señora agarró la dura mano de Bach en la suya—. Créame, de buena gana vamos a hacer cualquier cosa para Palko. Él nos trajo la vida y la salvación; que lo lleve a millares en el futuro.
La noche silenciosa y misteriosa entró sobre el mundo, con un silencio quebrado únicamente por el sonido suave de la flauta del pastor. Esteban tenía la vigilia de la noche y de esa manera tocaba para sí mismo:
"Si yo tan solamente supiera dónde ella mora,
A dónde la noche tan rápidamente vuela,
Yo correría como una flecha,
Y así la obligaría a regresar".
Pero la noche estaba pasando, para nunca regresar, ¿pero qué importaba? Después de ella una mañana nueva se levantaría, y con ella la fresca gracia de Dios para los que reciben al Señor Jesús, y a quienes Él da el derecho de ser los hijos e hijas de Dios.
¡Ojalá que todas las almas lo recibieran!
El final