Las grandes profecias de Daniel

Table of Contents

1. Prefacio
2. Introducción
3. Capítulo 1
4. Capítulo 2
5. Capítulo 3
6. Capítulo 4
7. Capítulo 5
8. Capítulo 6: Daniel un tipo de Cristo
9. Capítulo 7: Segunda gran división del libro
10. Capítulo 8: Visiones concernientes a los judíos
11. Capítulo 9: Jerusalén y los judíos
12. Capítulos 10 y 11: La última gran profecía de Daniel
13. Capítulo 12: El último período de la profecía
14. Cristo es el centro verdadero

Prefacio

Estas conferencias acerca del Libro de Daniel fueron taquigrafiadas e impresas por primera vez alrededor de cuarenta años atrás (1857), con una muy leve corrección en una edición más tardía. Sería fácil rellenar detalles y mejorar la forma literaria de ellas. Pero tal como están, ellas han ayudado a no pocas almas, y no menos desde que Gran Bretaña y los Estados Unidos de Norteamérica han sido seducidos en su creciente empeño de correr en pos de esa culpable y fulminante locura de moda que se denomina a sí misma con el nombre de ‘Alta Crítica’. ¿Qué cosa es ella, en lo principal, sino un revivir del antiguo Deísmo Británico, auxiliado por estratagemas de incredulidad extranjera, y decorado con la moderna erudición alemana o su imitación nacional? Sin embargo, todo ello fracasa en su intención de encubrir la hostilidad hacia la inspiración de Dios, y el esfuerzo incesante que se lleva a cabo para minimizar el milagro real y la verdadera profecía, donde, como en este país (a saber, Inglaterra), los hombres no se atreven aún a negarlos enteramente.
Los tristemente célebres ‘Ensayos de Oxford’, los cuales hicieron surgir fuertes sentimientos en una generación ya pasada, son dejados completamente atrás. Los Disidentes compiten con los Nacionalistas (Episcopales o Presbiterianos), los metodistas con los Congregacionalistas, y últimamente, los Ritualistas con los Racionalistas declarados, en mostrarse ellos mismos como estando al día en cuanto al libre pensamiento; como si la verdad revelada de Dios fuese un asunto de progreso científico. ¡Qué gozo da esto a los abiertamente incrédulos, quienes no pueden sino saludar esta situación como el triunfo de su desprecio por Su Palabra! No se trata ahora solamente de hombres profanos, como en el siglo 18, sino de profesantes religiosos, de dignatarios eclesiásticos en los varios cuerpos o las varias así llamadas ‘iglesias’ de la Cristiandad, y particularmente aquellos que ocupan puestos teológicos y lingüísticos de relevancia en las Universidades y Facultades en todo el mundo, quienes llegan a estar cada vez más contagiados de esta mortal infección. ¡Cuán lamentable! se trata de los seguros predecesores de esa “apostasía” que el gran apóstol, desde casi el principio de su testimonio escrito, dijo que debía venir antes de que el día del Señor llegue (2 Tesalonicenses 2:2-3).
Tomen, como un ejemplo reciente (y se trata sólo de un ejemplo de entre muchos en la conspiración contra la Escritura), el caso de la contribución del Decano de Canterbury (Inglaterra) acerca del Libro de Daniel al volumen de comentarios ‘El Expositor Bíblico’. El auto-engaño puede ocultar mucho a sus víctimas, pero ningún creyente debería dudar en decir, “Un enemigo ha hecho esto” (Mateo 13:28). Al mismo tiempo que este Decano (a saber, el Decano Farrar) reclamaba para el Libro de Daniel un lugar ‘indisputable e indiscutible’ en el Canon, ¡piensen en la infatuación que significa el hecho de que él negara abierta e incondicionalmente su legitimidad y autenticidad! Y cito textualmente: «Nunca ha significado la más mínima diferencia en mi reverente (sic) aceptación de ello el hecho de que yo haya estado convencido por muchos años que este libro no puede ser considerado como historia literal o predicción antigua.» Con todo, tales personas presumen estar motivadas sencillamente por el amor a la verdad; pues ellos confunden esto con lo contrario del amor que es el dudar. ¡Es lamentable! ellos están bajo “el espíritu de error” (1 Juan 4:6); o, del modo que Judas advierte, “Pero éstos blasfeman de cuantas cosas no conocen; y en las que por naturaleza conocen, se corrompen como animales irracionales” (Judas 10). ¡Que el cristiano pueda guardar la Palabra de Cristo, y no niegue Su Nombre!
William Kelly
Cannes (Francia), Abril de 1897
Traducido por: B.R.C.O. — Abril 2008.-
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles (“”) y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las comillas dobles (“”), se indican otras versiones, tales como:
 
KJV1769 = King James 1769 Version of the Holy BIble (conocida también como la “Authorized Version”).
LBLA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con permiso.
RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial Mundo Hispano; conocida también como Santa Biblia “Vida Abundante”).
VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H.B.Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas — 1166 PERROY, Suiza).

Introducción

Examinando La Obra Escrita En 1895 Por El Deán Farrar Acerca Del Profeta En La Publicación “Expositor’s Bible”
Daniel es, característicamente, el profeta del exilio Babilónico. Los aterradores excesos de Antíoco Epífanes encuentran su lugar en el curso de sus visiones, y un lugar especial, bastante diferente del terreno general sobre el cual el libro comienza y prosigue. Desde el principio se hace evidente el hecho solemne de que los judíos son por el momento “Lo-ammi” (no es Mi pueblo) (Oseas 1:9): Dios ya no se dirige a ellos a través del profeta. Ellos son llamados el pueblo de Daniel en los capítulos 9:24; 10:14; 11:14; 12:1; y Dios es designado claramente como “el Dios del cielo” (capítulo 2:18, 37, 44); lo cual se repite en Esdras 1:2; 5:12; 6:9-10; 7:12, 23, y en Nehemías 1:4-5; 2:4, y también en 2 Crónicas 36:23. El estado de Su pueblo, su apostasía idolátrica, hizo incompatible con Su naturaleza y majestad que Él actuara como su cabeza o en medio de ellos como el “Señor de toda la tierra” (Josué 3:11). Él solo es llamado “Jehová” en la oración y confesión propias del profeta (Capítulo 9). La expresión “Jehová ha dicho así” habría estado igualmente fuera de lugar.
Con todo, como Dios del cielo, Él se dignó en dar a conocer al rey pagano “lo que sucederá al fin de los días” (Daniel 2:8 - LBLA); pues solamente en ese entonces el propósito de Dios será manifestado a todo ojo en el juicio de los imperios Gentiles, y en el posterior establecimiento de Su reino, el cual llenará toda la tierra y permanecerá para siempre (Daniel 2:44). De ahí que Daniel presenta, como ningún otro lo hace, los “tiempos de los gentiles” (Lucas 21:24). Este amplio ámbito es precisamente adecuado a un gran profeta levantado en el punto de partida en la época de Nabucodonosor, y que continuó con singular honor no sólo delante de un rey poderoso en un comienzo, y un sucesor indigno al final, sino que, a pesar de todo, cuando la nueva dinastía reemplazó a la “cabeza de oro,” y el imperio medo-persa ascendió al poder supremo. Todo esto, y más, concuerda con ‘los seis magníficos capítulos de apertura’, así como con los últimos seis, siendo ellos más asombrosos al develar las iniquidades explícitas de los grandes poderes, particularmente al final de ellos, y la intervención gloriosa del Anciano de días y el Hijo del Hombre para desecharlos judicialmente, e introducir un reino universal y eterno. Sólo que aquí vemos que se hace justicia a favor de los santos del Altísimo (Daniel 7:22 - LBLA), y que el “pueblo” de ellos tienen el reino, y el dominio, y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo (Daniel 7:27).
En esta vasta extensión de profecía ‘los días de Antíoco Epífanes’ no reciben la más mínima atención. Tampoco hubo allí alguna analogía entre las circunstancias de aquel día que sugiriera unas consideraciones tan grandes. De nuevo, ni la persecución de ese cruel enemigo de los judíos, ni su desprecio profano hacia la institución de la ley, y su celo rabioso por helenizar la adoración de ellos, se parecen a los males prefigurados hasta ahora en Daniel. El antagonismo sirio-griego es expuesto, históricamente, en el capítulo 8:9-14, y reaparece con detalles más completos en el capítulo 11:21-32. Como no se puede probar que ocurra ninguna otra referencia a sus días en el libro entero, esto puede servir para exponer la absurda conjetura de los ‘más altos críticos’. Sin embargo, el despropósito es una falta venial comparado con la incredulidad que ignora y niega la luz que proviene de la lámpara de profecía y que alumbra sobre los imperios Gentiles como un todo. Especialmente, como para destruir el principio rector de ellos por anticipado, el profeta se extiende acerca de las escenas finales, que ocasionan el juicio, ni siquiera cumplido aún, que va a ser ciertamente ejecutado en el día del Señor. Sólo la incredulidad se sorprende ante los peculiares rasgos distintivos del libro: lo que ellos denominan como su calidad de cosmopolita, su estilo retórico más bien que poético, y su forma apocalíptica. De ahí la ceguera de ellos a sus elementos morales y doctrinales, y su desprecio no disimulado hacia los detalles en el capítulo 11, presentados con tanta consideración en ausencia de profetas vivos. Pero ciertamente un hombre es demasiado atrevido cuando él también compara ‘los emblemas grotescos y gigantescos de Daniel’ con el Segundo Libro de Esdras, el Libro de Enoc, y los Oráculos Sibilinos. Si él no tiene una fe real en la Escritura, o al menos en el Libro de Daniel en este momento, él ha suscrito solemnemente el Artículo VI.
El nuevo y elaborado esfuerzo para privar a Daniel del libro que Dios le dio a escribir es aún más atroz e irrazonable, ya que no se niega que ‘Daniel fue una persona real, que él vivió en los días del exilio, y que su vida se distinguió por el esplendor de su fidelidad.’ El hecho es que ningún profeta tiene, en el Antiguo Testamento, un testimonio rendido a su persona semejante al que Ezequiel le rinde dos veces (Ezequiel 14:14, 20 y 28:3); tampoco ninguno es más recomendado a la atención del lector por nuestro Señor en el Nuevo Testamento (Mateo 24:15; Marcos 13:14). ¿Y qué significa el hecho de que la gran profecía con que finaliza el Canon de la Escritura está fundamentada en el Libro de Daniel más manifiestamente que en cualquier otro profeta?
¿Se objeta como algo extraño que dos idiomas, hebreo y Arameo, se empleen en el libro? Por el contrario, un fenómeno semejante se ajusta a la época de Daniel, no a la de Antíoco Epífanes. ¿Acaso no es muy conocido el hecho de que Jeremías, su anciano, haya escrito un versículo en Arameo (Jeremías 10:11) preparando asombrosamente el camino? ¿y que el inspirado sacerdote-escriba Esdras, quien siguió a continuación y prosperó en el reinado de Artajerjes Longimano, incorpora el Arameo a lo largo de varios capítulos? (Esdras 4:8 a 6:18; 7:12-26). ¿Por qué, entonces, objetar un curso de acción similar en Daniel?
En cuanto a las palabras particulares cuestionadas, el lector puede cuidarse bien de plausibilidades; pues la crítica hostil es inescrupulosa. Tomen el deletreo del nombre del conquistador Babilónico. Se alega que Daniel utiliza siempre la palabra רַצֶּנְדַכוּבְנ Nebucadnetstsar (Esp.: Nabucodonosor); mientras Ezequiel escribe invariablemente רַצּאֶרְדַכוּבְנ Nebucadretstsár (Esp.: Nabucodonosor), la forma asumida como correcta. Pero es notable que la profecía de Jeremías emplea ambas formas, tanto la que utiliza Daniel como la que utiliza Ezequiel. ¿De qué manera esto favorece la fecha de Antíoco Epífanes? ¿y por qué razón debemos tropezar a causa de algunas palabras persas, permitiendo que el hecho sea cierto? ¿o incluso mediante los tres nombres de instrumentos musicales utilizados por Daniel que se asemejan a palabras Griegas?
Quienes desestiman la Palabra escrita claman a viva voz contra la ‹falta de benevolencia› de aquellos que denuncian sus malas maneras de obrar. Pero, ¿pueden los que conocen la verdad ser indiferentes a un asunto de tanta seriedad y tan osado como es la perversión sistemática de los milagros en Daniel transformándolos en Haggadoth, o en novelas religiosas, y transformando sus profecías en historias que pretenden ser predicción? A aquellos que no aman las Escrituras ni creen en su autoridad divina, se trata meramente de una cuestión de crítica literaria. ¿No es absolutamente vulgar sentir o hablar con decisión acerca de un sabio hebreo? ¿Por qué no cultivar ‹dulzura y luz›? Dios no está en ninguno de sus pensamientos.
Algo así como quince errores aparentes se exponen a partir de Daniel 1 a Daniel 11:2, todos ellos basados en apariencias contra la realidad, los cuales sólo pueden ser justificados debido a la extraordinaria confianza en el hombre y sus escritos, y a una falta total de fe en la Escritura. Ellos han sido refutados abundantemente, tal como el Dr. Farrar lo debe saber. Que las respuestas satisfagan a las mentes incrédulas es lo que sólo la gracia puede efectuar hasta que venga el juicio. Dejemos que el primer ‹error notable›, tal como se le denomina, sirva para el resto: — «En el año tercero del reinado de Joacim rey de Judá.» (Daniel 1:1). Ahora bien, contra semejante ataque frívolo dejen que yo cite el lenguaje calmado y claro de un reconocido experto en cronología, que no fue un teólogo, y que no tuvo ningún propósito controversial sino simplemente la verdad. Bajo el año 606 a.C. (371) el Sr. H. F. Clinton dice, «El cuarto año de Joacim, desde agosto del 606 a.C. El vigésimo tercero (23) desde el decimotercero (13) de Josías: Jeremías 25:3. La deportación de Daniel fue en el tercer año de Joacim: Daniel 1:1. De lo que resulta que nosotros podemos situar la expedición de Nabucodonosor hacia el final del tercero y el comienzo del cuarto año, en el verano de 606 a.C. En el 4º. año de Joacim, Baruc escribe el libro: Jeremías 36:1-2» (Fasti Hellen. vol. I. pág. 328). Cualquier persona, incluso un niño vivaz, puede cuestionar cualquier cosa. Pero, ¿puede una mente recta dejar de ver, al reflexionar, que la supuesta contradicción de Daniel 2 es la evidencia más fuerte de la verdad? Ningún escritor en la época de los Macabeos habría permitido que ella apareciera; pero un escritor contemporáneo, cuando todo fue notorio, podría dejarlo para que se entendiera. «El segundo año» (Daniel 2:1) se refiere necesariamente al reinado de Nabucodonosor en solitario, así como Daniel 1 implica un reinado en asociación con su padre; y los tres años de Daniel (Daniel 1:5) se ajustarían a ello. La Escritura está escrita para creyentes, no para sofistas irreverentes.
Dos más de estas ‹sorpresas› delatan la ignorancia inequívocamente malévola — el homenaje postrado de Nabucodonosor a Daniel con «oblaciones y olores aromáticos» (Daniel 2:46 - VM); mientras que el crítico pregunta asombrado si Daniel debía haber aceptado la ofrenda. Ahora bien, es demostrablemente falso, a partir de las propias palabras del rey, que él considerase a Daniel como un dios; y es algo cierto que Daniel rechazó cualquier blasfemia semejante, tanto como lo hicieron Pablo y Bernabé (Hechos 14:8-18). Pero el rey pagano creyó, algo que los anglicanos (como el Dr. Farrar) no creen, que Dios intervino sobrenaturalmente en el caso, haciendo que «el profeta Daniel» recordara el sueño olvidado, y fuera el intérprete para el futuro a través de todos «los tiempos de los gentiles» hasta que venga Su reino. Semejante revelación condujo a Nabucodonosor, en su profunda emoción y gratitud, a otorgar a Daniel los más altos honores, incluso hasta lo que nosotros los occidentales consideramos como honores en un grado extravagante. No hay apariencia de un sacrificio como en Listra. La palabra traducida «oblaciones» es utilizada frecuentemente y correctamente para designar ‹un presente›, independientemente del Dios verdadero o de uno falso; tal como el postrarse y la adoración eran a menudo nada más que expresiones de un respeto civil. Pero imaginen a un judío tratando de escribir el libro en la época de los Macabeos; ¿habría él escrito en esta libertad de verdad? Si él lo hubiera introducido de todas formas, ¡qué cuidado habría tenido de decirle al rey que él tenía que adorar y ofrecer solamente a Dios! En cuanto a los «olores aromáticos» (VM) o, «incienso» (RVR60), ¿puede alguno estar tan encaprichado como para argüir que el gran fuego hecho durante el entierro del Rey Asa (2 Crónicas 16:14) implica su deificación? ¡De la manera que un tono ofensivo similar junto con una total incredulidad de la Escritura impregna mucho del resto, uno bien puede volverse a algo más decoroso, si acaso no mejor fundamentado!
La unidad del libro, que tan a menudo y vehementemente ha sido atacada, es admitida ahora por los más avanzados librepensadores, salvo por hombres excéntricos. Esto no es, de ningún modo, debilitado por el hecho de que sólo en la última mitad (a partir de Daniel 7) el escritor habla en primera persona, o «Daniel dijo: Miraba yo ... » (Daniel 7:2). En la primera parte del libro, que tiene la forma histórica, se habla de Daniel, y los principales Gentiles son prominentes, especialmente aquel que fue objeto de comunicaciones divinas (Daniel 2, 4), aunque al profeta le fue dado recordar la primera e interpretar ambas. Los capítulos históricos (Daniel 3 al 6) son de supremo valor puesto que siguen la predicción bosquejada en Daniel 2, e introducen el enfoque moral con su enseñanza más rica de Daniel 7 sobre el mismo terreno. En la segunda mitad del libro, solamente el profeta tiene las visiones e interpretaciones.
Por consecuencia, las cosas son presentadas, no en su aspecto externo, sino en su relación con el pueblo de Dios, y con aún más elevados objetivos. Cuando Babilonia cayó, incluso durante la transición de Darío el Medo, un marcado cambio es observable en respuesta a la intercesión del profeta, ya que él sabía, por los libros, que el cautiverio estaba cerca de su fin. Una nueva apariencia y un lenguaje insensiblemente más simple fueron dispensados en cuanto a la ciudad y el santuario de Jerusalén, pero con el hecho pasmoso de que «el Mesías será quitado y no tendrá nada» (Daniel 9:26 - RVA), y sus funestas consecuencias, no solamente entonces sino cuando la última semana de las setenta se esté cumpliendo al fin del siglo. Finalmente, cuando el restaurador del exilio reinaba, la comunicación final viene en un lenguaje todavía más simple, lenguaje correctivo de todas las vanas esperanzas, basadas en el regreso, para el presente, y en la amable condescendencia de Dios dando esos continuos e insólitos detalles que han despertado en tal grado la escarnecedora incredulidad de los hombres, que ellos se han atrevido a etiquetarlos como falsa profecía o ‹profecía seudo-epigráfica›. Ellos deben dar cuenta a Dios de semejante incredulidad. Mientras tanto, esta indulgencia en el principio de infidelidad — es decir, dar la preferencia a nuestros propios pensamientos y no a la Palabra de Dios — no deja de esparcirse hasta donde uno ni siquiera puede saber. Ello puede parecer pequeño, pero es el pequeño comienzo de un mal muy grande.
Así, el libro deriva su forma especial de Daniel como el profeta del Exilio, de manera mucho más impresionante que cualquier otro libro escrito, incluso, por sus contemporáneos. Tanto Jeremías como Ezequiel fueron inspirados para extenderse, el uno sobre la bienaventuranza futura de Israel en la tierra bajo el Mesías y el nuevo pacto, y el otro, sobre una maravillosa muestra de la gloria divina, que dará una nueva forma a la ciudad y al templo, y una nueva partición de la tierra a las tribus restauradas, cuando las naciones conocerán que Jehová santifica a Israel, y que Su santuario estará allí para siempre (Ezequiel 37:28). La tarea de ellos estaba fuera de los propósitos de Dios por medio de Daniel, lo que ayuda a explicar por qué él habitó entre extranjeros cuando podría haber regresado a Jerusalén con el remanente en el tiempo de Ciro. Él había aprendido claramente que no era aún el tiempo para la venida del Mesías, y que, cuando viniera, Él habría de ser rechazado. A él se le mostró, posteriormente, que «al tiempo del fin» (Daniel 11:40 - VM), no sólo los reyes del norte y del sur reanudarían sus conflictos, sino que un personaje nuevo y portentoso habría de reinar en la tierra y habría de ser atacado por ambos reyes, siendo él la contrapartida del Mesías en el mal, el hombre de pecado, así como Él es de justicia: un estado totalmente diferente de Antíoco Epífanes, e irreconciliable con él, en cualquiera de sus fases, y presentado por el profeta, no solamente después que ese «hombre despreciable» (Daniel 11:21) haya dejado desde hace largo tiempo de atribular a los judíos, sino que expresamente en un tiempo indefinidamente lejano — el fin del siglo. Esto, una vez señalado, ninguna persona seria puede negar inteligentemente que es correcto.
Entonces una tribulación sin igual acontece a los judíos; pero otro remanente será salvo de ella con una liberación sin par. Entonces el pueblo de Dios, como un todo, despertará de su largo sueño en el polvo de la tierra, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua (Daniel 12:2). Entonces la inteligencia fiel y celosa en el día oscuro recibirá su recompensa cuando la gloria de Jehová se levante en Sion (todavía desolada). Entonces los tiempos y las sazones se cumplirán puntualmente cuando la dispersión del poder del pueblo santo sea cumplida, y aquel que esperó sea indiscutiblemente bendecido. Hasta entonces, las palabras se cerraron y sellaron para los judíos como tales, hasta el tiempo del fin. Pero nosotros, los cristianos, conocemos al Verbo Encarnado, y creemos que en Su rechazo por parte de los judíos y los Gentiles, Él consumó la redención, y nos ha dado vida eterna; de modo que, mientras tanto, hay una revelación más plena expresada para nosotros a un profeta mayor, «No selles las palabras de la profecía de este libro, porque el tiempo está cerca» (Apocalipsis 22:10). Daniel debía reposar hasta que el tiempo llegase, sin importar dónde en la tierra, y mucho mejor si era arriba, muy por encima del llanto de los ancianos, así como por encima del alegre clamor de los jóvenes (Esdras 3). A él se le dio la seguridad, así como debería ser con todos los santos, de estar de pie en su porción al final de los días.
El estilo se adapta perfectamente a las circunstancias con las que el libro estaba destinado a tratar, tanto como la riqueza y sublimidad se adaptan a la obra de Isaías, o el tierno sentimiento a la de Jeremías, o la fuerte grandiosidad a Ezequiel. ¡Cuán absolutamente incongruente con las revelaciones de Daniel habría sido la forma apasionada y poética de los Salmos! A Daniel se le dio la extraordinaria incumbencia de revelar «los tiempos de los gentiles», tanto en su espléndido aspecto de poder imperial otorgado, como en su realidad interna como «bestias» ante Dios abandonado y desconocido, con seductores y opresores especiales dentro de esos tiempos; así como las transgresiones del pueblo escogido y sus jefes, las cuales trajeron sobre ellos semejantes castigos y semejante estado anormal, pero también un remanente fiel primero y postrero, quienes solamente eran sabios y entendían Su mente.
Así como Babilonia fue, en los caminos de Dios, el lugar apropiado, del mismo modo durante ese primer imperio, hasta que Ciro el persa le siguió, fue el período para este peculiar testimonio. ¿Quién puede concebir una época menos moral o circunstancialmente de acuerdo con su entero alcance alrededor del año 167 a.C. para «un autor anónimo valiente y dotado, que trajo su piedad y su patriotismo a relacionarse con las atribulados destinos de su pueblo»? Es entendible el hecho de que Porfirio de Batanea (232-304 d. C), quien aborrecía a Cristo, hubiese inventado una fábula semejante. Uno también puede entender que un judío incrédulo como el Dr. Joel no se deba avergonzar por el hecho de seguir a un filósofo pagano. Pero, ¿acaso no es una traición para un hombre bautizado, para un así llamado ministro cristiano, imitar semejante impiedad profana? Al ser la fe descartada, cualquier aprehensión inteligente del libro se vuelve imposible. Daniel comienza fijando la atención sobre un suceso de tan gran importancia como es la entrega, por parte del Señor, del rey de la casa de David al Caldeo, quien se llevó parte de los utensilios santos y los colocó en la casa de su dios. Esto es seguido, en Daniel 2, por el distintivo anuncio de que Dios estableció al conquistador de Jerusalén como el primero de los poderes mundiales (Daniel 2:37). Solamente Babilonia obtuvo este lugar directamente de Dios; el reino medo-persa, Grecia, Roma, tuvieron su poder simplemente en sucesión providencial. Esta distinción es reconocida con tanta minuciosidad en la Escritura, que la caída de Babilonia trae ante el Espíritu Santo, en Isaías y Jeremías, la destrucción final de las autoridades Gentiles como un todo, y la liberación relacionada, no sólo de Judá sino también de Israel, siendo Ciro solamente su presagio. No es así con los imperios intermedios, hasta que el juicio sea manifestado plenamente, lo cual aún espera el cuarto imperio o Imperio Romano; pues, en el sentido final, «la bestia», o ese imperio, perece sólo cuando el Señor Jesús aparece desde el cielo, tal como leemos en Apocalipsis 19:19-20. Ahora bien, esto se dio a conocer en Daniel 7 no menos claramente. ¿Qué podía saber un judío patriota acerca de ello en un tiempo cuando ciertamente los profetas habían cesado desde hacía largo tiempo? No, esto le fue dado primero a «Daniel el profeta» para que lo revelase.
La teoría de historias convertidas en supuestas profecías es sólo digna de hombres sin fe, insensibles al valor, carácter, y autoridad únicos de la Palabra de Dios cuando está delante de sus ojos, junto con un intento maligno de hacer lugares donde ellos no los pueden encontrar. Cuando aparecen las parábolas (o como reza el término Rabínico, Hagadot), se les da ese estilo, o manifiestamente un estilo tal; mientras que ni un libro en la Biblia toma un terreno más resuelto que Daniel para la verdad histórica, milagros evidentes, y predicciones verdaderas. Pues la época era una cuando los milagros y las profecías eran para la gloria de Dios. El poder imperial era ahora conferido por primera vez, en la soberanía de Dios, sobre los Gentiles, y fue dado a conocer por medio de una autoridad divina indudable. Fue tanto o más necesario para demostrar en ese tiempo preciso que el llamamiento y los dones de Dios no estaban sujetos a cambios de mente (Romanos 11:29), aunque el pueblo que los tenía fuera desechado por un tiempo. De ahí que se demuestra acerca del remanente, cuando estaba cautivo en Babilonia, que sólo ellos tenían Su secreto, incluso en cuanto al futuro distante, y mantenido por un poder abrumador y sobrenatural contra toda la ira, aún de los poderes existentes en ese entonces.
A los críticos diletantes no les agrada oír que su sistema desmiente a Daniel, incluso si nosotros no decimos nada del Espíritu Santo. Y en cuanto a objeciones basadas en el lenguaje, la historia, la estructura general, la teología, etc., ¿por qué ellos repiten lo que ha sido a menudo respondido satisfactoriamente? ¿Abusan ellos de la ignorancia popular o de la indolencia personal, demasiado propensas a rendirse a la última voz, o a la más fuerte? El libro mismo, así como toda la Escritura, es la mejor respuesta a las calumnias.
Daniel 1 es un prefacio, desde que Jerusalén pierde el gobierno directo de Dios (quien establece mientras tanto a Babilonia en una nueva posición imperial), hasta el primer año de Ciro. Daniel 12 tiene, también, un carácter concluyente en el juicio de los Gentiles hasta la liberación de Israel. Desde el capítulo 2 hasta el 6, los Gentiles son prominentes en una forma exotérica. Desde Daniel 7 hasta el final, solamente el profeta recibe y comunica los pensamientos de Dios íntimamente en todo, con la gloria del Hijo del Hombre y Su pueblo aquí abajo y Sus santos en lo alto. Por consiguiente, podríamos denominar esto como siendo ‹medio esotérico›. ¿Qué cosa tenía un rango de verdad tan inmenso, así como íntimo, de acuerdo con los tiempos Macabeos? Es verdad que la furiosa persecución del rey Sirio en contra de los judíos, y su profanación de la adoración, encuentran un lugar notable en el curso del libro; pero donde lo encuentran, se da una clara indicación de un poder mayor y un mal peor, tipificado de tal modo antes de «el fin de la indignación» (Daniel 8:19 - VM). ¡Qué triste menosprecio hacia un libro inspirado es hacer de ese rey, audaz y cruel como él fue, un ciego no sólo al actor final en esa esfera, sino a otros en una escala incomparablemente más grande, todos los cuales han de caer bajo los tratos divinos en el «tiempo del fin» — un tiempo que, ciertamente, aún no ha llegado!
Daniel 2 transmite el interesante e importante hecho de que «el Dios del cielo» actuó por medio de un sueño en la primera cabeza Gentil de un imperio, para mostrar el curso general de dominio que comenzó en ese entonces hasta su extinción: una imagen magnífica y terrible, pero deteriorándose gradualmente mientras desciende, y finalizando con una gran fortaleza y también con una marcada debilidad. Entonces Él establece otro reino, el Suyo propio, después de destruir, no sólo el cuarto imperio en su última condición dividida de los diez dedos (que no existía cuando Cristo sufrió o cuando el Espíritu Santo descendió), sino los restos de todos los imperios desde el primero — el oro, la plata, el bronce, así como el hierro y el barro. Sólo cuando el juicio se ejecutó la «piedra» se expande hasta ser un gran monte y llena toda la tierra. Aquí el racionalista se une con el ritualista enseñando la auto-complaciente necedad de un ‹Israel ideal›, la iglesia o Cristiandad. Con todo, la iglesia no es ni judía ni griega, sino que Cristo es todo. Ella es el cuerpo de la Cabeza glorificada; y su llamamiento es a una sufrida gracia en la tierra, esperando la gloria con Cristo en Su venida. Desmenuzar hasta hacer polvo la imagen de los imperios Gentiles no es de ninguna manera, o de ningún tiempo, la obra de la iglesia. La Piedra una vez rechazada pero ahora exaltada lo hará, tal como Él lo declara en Mateo 21:44, y en otras partes de las Escrituras: «Y el que cayere sobre esta piedra será quebrantado; y sobre quien ella cayere, le desmenuzará. «Pero el Israel literal será liberado en el acto, y llegará a ser Su centro terrenal en poder y gloria. Tal es el testimonio uniforme de los profetas. Nosotros no necesitamos envidiar esto al remanente de Jacob entonces arrepentido, pues somos llamados a una gloria mucho más resplandeciente con Cristo en lugares celestiales. Pero, créase o no, el antiguo poderío en la tierra ciertamente volverá a la hija de Sion en aquel día (Miqueas 4:8), y mientras la tierra perdure.
Las historias intermedias en Daniel 3 al 6 están en el más pleno acuerdo con las predicciones de Daniel, dos de ellas generales (Daniel 3 y 4) y dos de ellas particulares (Daniel 5 y 6) (como encontraremos que las profecías también lo son), pero ninguna de ellas refiriéndose al peculiar flagelo en los días de Antíoco Epífanes. En ninguna de ellas hay siquiera un rastro de Helenismo impuesto sobre los judíos. Ni siquiera tenemos en Belsasar la semejanza menos verdadera con los castigadores recalcitrantes contra los dioses del Olimpo. El objetivo es mostrar cómo utilizó el Gentil el poder imperial conferido por Dios, por muy profundamente impresionado que él hubiera estado por el secreto perdido que nadie sino el cautivo hebreo pudo interpretar. ¡Cuán lamentable! «el hombre no permanecerá en honra; Es semejante a las bestias que perecen.» (Salmo 49:12). Así había sido con Israel bajo la ley, con Judá, y con la casa de David. La novedosa idolatría, bajo la más cruel pena de muerte, fue la primera orden registrada del poder mundial Gentil: un vínculo religioso para unir mediante ese acto a los varios pueblos, naciones, e idiomas del imperio único, y contrarrestar así la influencia decisiva de dioses peculiares a cada una de esas razas. Pero semejante prueba universal dio a Dios, ignorado de ese modo, la ocasión para demostrar la nulidad de aquel y de todo otro ídolo: la derrota total y manifiesta del poder supremo incluso por medio de sus propios cautivos echados en el horno abrasador, aunque haya sido calentado como nunca. ¡Cuán solemne fue la lección pública leída a todos los imperios Gentiles, si el hombre no fuera tan olvidadizo de Dios así como él se empeña en su propia voluntad!
El próximo capítulo (Daniel 4) no es menos general y es aún más impresionante, ya que la humillación más profunda fue infligida por Dios, después de Su desatendida advertencia, sobre la misma cabeza altanera del poder imperial. Nabucodonosor había atribuido toda su gloria a sí mismo, y fue degradado, como nadie antes lo había sido, al estado bestial hasta que «siete tiempos» pasaran sobre él. Después de eso, él alzó sus ojos al cielo, como un hombre arrepentido y restaurado, reconociendo al Altísimo, ya no en estado de bestia sino moralmente inteligente. Es pueril rebajar o limitar al príncipe Seléucida una lección que él nunca aprendió. Es una actitud incrédula dudar de los hechos de este capítulo o del capítulo anterior. Es una demostración de ceguera no reconocer que Daniel 3 mira hacia la liberación de los fieles (no de «los muchos») al final, así como el otro capítulo mira hacia el día cuando los Gentiles ya no tendrán más un corazón de bestia, sino que bendecirán al Dios Altísimo, poseedor del cielo y de la tierra: el carácter de la exhibición divina cuando el presente siglo malo termine. ¿Qué conexión tenían ambos capítulos con el abominable enemigo de los judíos que fue Antíoco Epífanes? Nada podía ser más decidor que ambas muestras del poder de Dios durante la «cabeza de oro» «hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan.» Es la obra de Satanás no creerlos; y un cristiano nominal es ahora mucho más culpable que un pagano de la antigüedad si él es útil a Satanás contra Dios.
Los objetivos especiales de Daniel 5 y 6 tienen no menos importancia. Ni el uno ni el otro se parece o representa a Antíoco Epífanes. En Daniel 5 vemos la disoluta blasfemia obteniendo una muestra muy solemne del disgusto divino en el acto, y que es juzgada por una pena providencial esa misma noche. Con o sin monumentos, la Palabra de nuestro Dios permanecerá para siempre. Nada es más peligroso que confiar en cualquier cosa, o en uno, contra la Escritura; y ¿qué puede ser más pecaminoso? ¿Para qué sirven las valientes palabras de hombres enamorados de los ladrillos, cilindros de piedra con inscripciones, etc., babilónicos? Que ellos tengan cuidado con las trampas del gran enemigo; ni siquiera el poder de la resurrección quebrantó la incredulidad judía. En Daniel 6 el hombre fue establecido por un tiempo, mediante engaño, como el único objeto de oración y adoración, lo cual trajo sobre sus autores la destrucción repentina que ellos habían tramado para el fiel. ¿Qué relación tenía esto, no más de lo que tenía el capítulo anterior, con el tiempo difícil de Antíoco Epífanes? Evidentemente ellos preparan el camino, el uno para el juicio de la Babilonia futura (Daniel 5), y en el otro para el de la Bestia (Daniel 6), tal como el libro del Apocalipsis los presenta, donde ambas perecen terriblemente aunque diferentemente.
Luego siguen las comunicaciones más complicadas de la mente de Dios acerca de las cuatro «bestias», de la última especialmente, más plenamente y más íntimamente que en Daniel 2. El movimiento del cielo es revelado, y el interés de Dios en Su pueblo, y particularmente en los que padecen por Su nombre, especificados como «santos», e incluso como «santos del Altísimo.» El sueño de Nabucodonosor, condescendiente como lo fue para él e impresionante en sí mismo, no contenía ninguna de estas visiones de gloria en lo alto, ninguna de estas perspectivas para el cielo o la tierra, ninguna muestra semejante de propósito divino en el Hijo del Hombre.
Pero, así como en Daniel 2, y aún más en Daniel 7, el último y más distante imperio, el cuarto, es descrito mucho más plenamente que el imperio Babilónico que estaba entonces en existencia, o que el imperio medo-persa que siguió a continuación, o que el imperio Griego que los sucedió a su debido tiempo. Puesto que tenemos una multitud de predicciones minuciosas de naturaleza sin precedente, los muchos cuernos en el último imperio en su tiempo final, la audaz presunción y la inquieta ambición de su último líder, quien desde un principio pequeño gobernó el resto, y, no contento con hollar a los santos, se sublevó blasfemando contra Dios y Sus derechos, lo cual provocó un juicio sumario y final sobre todo, con la acción del cielo estableciendo el reino eterno de poder y gloria.
Tal revelación choca fundamentalmente con los cánones de la Alta Crítica, y demuestra, si se cree en ella, la absoluta inutilidad de ellos. De ahí que nosotros podemos entender sus esfuerzos para deshacerse de la verdad sin adorno que Daniel coloca ante nosotros en esta visión. La tentativa de separar los elementos medos de los persas, de manera de convertirlos en el segundo y tercer imperios respectivamente, es desesperada e indigna. Daniel 5:28 fue explícito de antemano, así como también Daniel 6:8, 12, 15; y, después, Daniel 8 demuele semejante tentativa de contradecir la Escritura. El oso en Daniel 7 corresponde al carnero en Daniel 8, que tenía dos cuernos, los reyes de Media y Persia — no dos bestias sino, expresamente, un poder compuesto. Por consiguiente, el leopardo con sus cuatro cabezas corresponde al macho cabrío de Grecia, porque cuando su cuerno notable fue quebrado, cuatro cuernos se levantaron en su lugar. La cuarta bestia, diferente de todas las bestias anteriores, no es otra cosa que el Imperio Romano, el cual tiene diez cuernos en su forma final, después del cual, cuando viene un cambio adicional, el juicio divino cae en una forma sin paralelo hasta entonces.
Si dejamos entrar, como estamos obligados, la luz adicional del Apocalipsis, donde no podemos sino reconocer la misma «bestia» que Daniel vio en el cuarto lugar, nosotros obtenemos la más plena certeza, a partir de Apocalipsis 17, que las siete cabezas fueron formas sucesivas de gobierno, de las cuales la sexta o cabeza imperial existía cuando Juan vio la visión (Apocalipsis 17:10); y que los diez cuernos eran contemporáneos, pues todos reciben «autoridad por una hora como reyes junto con la bestia» (Apocalipsis 17:12 - RVA). Ello es en preparación para la última crisis, cuando ellos pelearán contra el Cordero, y el Cordero los vencerá (Apocalipsis 17:12-14). Esto también es mostrado decisivamente en el versículo 16, «Y los diez cuernos que viste, y la bestia, éstos aborrecerán a la ramera, y la dejarán desolada y desnuda, y comerán sus carnes, y a ella la quemarán con fuego” (Apocalipsis 17:16 - VM), mientras ellos dan, también, “su reino a la bestia, hasta que se cumplan las palabras de Dios” (Apocalipsis 17:17). Esto, por consiguiente y absolutamente, desecha la tentativa de hacer que los “diez cuernos” signifiquen solamente diez reyes sucesivos, como para aplicar la lista a los Seléucidas, y hacer que parezca que Antíoco fue el cuerno pequeño de Daniel 7, quien se deshizo de los tres últimos de sus predecesores. Un esquema semejante es una mera perversión de la Escritura, saca completamente el capítulo de su lugar, y nos priva de la única interpretación verdadera. Pues esto supone una interposición divina al fin del siglo, en juicio del Imperio Romano revitalizado para cumplir su destino completo y para ser juzgado por el Señor Jesús en Su aparición.
El primer imperio tuvo una simplicidad peculiar a sí mismo. El segundo, o imperio medo-persa, tuvo elementos duales; y así los tuvo el símbolo de los cuernos, de los cuales el más alto creció al final. El tercer imperio o imperio Macedonio tuvo, después de su breve surgimiento, cuatro cabezas, de las cuales dos son señaladas particularmente como teniendo que ver con los judíos en los detalles de Daniel 11. El cuarto imperio, más allá de la justa duda, es el Romano, diverso de todos los anteriores, y distinguido por la forma notable de diez cuernos concurrentes, antes de su juicio destructivo llevado a cabo por un reino que reemplaza a todos, y es verdaderamente tanto universal como eterno. Entonces los santos del Altísimo tienen su gran porción, ciertamente no para eclipsar al Hijo del Hombre, tal como estos críticos lastimosos querrían, sino para engrosar el séquito de Su gloria, de Aquel que es Heredero de todas las cosas.
Ninguno otro imperio sino el Imperio Romano se corresponde con los pies de hierro y barro; ningún otro proporciona una analogía a los diez dedos en un caso y a los diez cuernos en el otro, única fuerza verdadera de la descripción de los diez reyes (y esto sujeto al cambio violento indicado) reinando juntos. Tampoco puede ningún poder que haya gobernado alguna vez ser tan verdaderamente comparado al ‘hierro que desmenuza y rompe todas las cosas’ (Daniel 2:40), o a una bestia rapaz indescriptible con grandes dientes de hierro que “devoraba y desmenuzaba, y las sobras hollaba con sus pies” (Daniel 7:7). La entrada del barro Teutón indica el carácter quebradizo de la voluntad independiente (en contraste con el antiguo centralismo cohesivo Romano), la cual, tal como había quebrantado el imperio en el pasado, culminará en la división décupla del futuro en aquel resurgimiento del imperio que es predicho en Daniel 7 antes que caiga el juicio, y es claramente revelado en Apocalipsis 17. Este es un rasgo completamente ausente en todos los imperios anteriores, así como en el reino sirio-griego, el cual nunca fue un imperio, ni estuvo cerca de serlo.
Como el resurgimiento del Imperio Romano es un hecho de tan grande importancia del futuro y para “el tiempo del fin,” sería bueno señalar aquí la evidencia clara y conclusiva de la Escritura. En la presentación de Daniel 2 y 7, el cuarto imperio, o Imperio Romano, está en el poder cuando el reino de Dios viene, impuesto por el Hijo del Hombre. Pero Apocalipsis explica de qué manera esto puede ser y será. En Apocalipsis 13:1-20, se ve a la “bestia” subir una vez más del mar, o estado revolucionado de naciones, teniendo siete cabezas y diez cuernos. De estos últimos siempre se ha sostenido que se identifican con el cuarto imperio de Daniel. Y las siete cabezas, añadidas ahora apropiadamente, sólo lo pueden confirmar, pues (explicado como está en Apocalipsis 17:9-10) esta descripción no es aplicable a ningún otro imperio conocido de manera tan significativa como al Romano. Solamente que tenemos que observar un hecho absolutamente nuevo en conexión con la sanación de una de aquellas cabezas (la imperial, tal como yo lo concibo) que había sido herida de muerte, y es que el gran dragón (de quien en Apocalipsis 12 se declara que es Satanás) le dio su poder y su trono y gran autoridad.
La Roma pagana fue excesivamente malvada, y tuvo su parte en la crucifixión del Señor de gloria. El mismo Imperio Romano aparecerá nuevamente en la consumación del siglo, vigorizado por Satanás de una manera en que ni él mismo ni ningún otro imperio lo había sido jamás. Esto proporciona la clave de su blasfemia y desafío extremos contra el Altísimo, así como contra sus otros enemigos, a causa de lo cual el juicio de Dios sesionará y el dominio será quitado por la ira de Dios desde el cielo, cuando la bestia con sus huestes se atreva a hacer la guerra contra el Señor descendiendo en poder y gloria. Los cuernos actuarán entonces ‘de so uno’ (es decir: Juntamente, de mancomún) con la “bestia” que, en ese entonces, está presente para dar poder imperial. Para aún más claridad están los anuncios de Apocalipsis 13, y Apocalipsis 17:8 es de lo más explícito, “La bestia que has visto, era, y no es; y está para subir del abismo e ir a perdición.” De nuevo, al final del versículo, “se asombrarán viendo la bestia que era y no es, y será” (Vean también el versículo 11). Se trataba de la “bestia” sin los cuernos bajo los Césares y sus sucesores. Los cuernos en sus varias cantidades estuvieron sin la “bestia” en la Edad Media y en adelante: “La bestia que era, y no es.” Pero lo asombroso del futuro es que la bestia, antes de la escena final, no sólo va a subir del mar, sino con el símbolo aún más horroroso del abismo, señalando esto el preludio de la perdición (Apocalipsis 17:8). Aquí, nuevamente, la coherencia de la verdad se impone por sí y ante sí. Estas aplicaciones no se pueden aplicar a ningún imperio sino sólo al Imperio Romano. Para el imperio de Alejandro (el Grande) ellas son irrelevantes, ¡cuánto más para una mera ramificación de dicho imperio! ¡No!, se trata del imperio que se levantó contra el Señor en humillación, el cual, cegado y lleno del poder de Satanás, peleará contra el Cordero cuando Él venga en gloria para espantosa ruina de tal imperio.
Daniel 8 es manifiestamente de un carácter y un alcance más circunscrito que las profecías generales de Daniel 2 y Daniel 7. Con todo, no es menos importante por su diseño, debido a que se ocupa solamente de una parte especial; pero todo, igualmente, nos conduce a la catástrofe en el fin. Así como hemos visto que esto es evidentemente verdadero de las grandes visiones generales del libro, del mismo modo es igualmente verdadero de los detalles, la circunstancia de los cuales expone la falacia de la identificación de los objetos. Todo entra en colisión con el juicio divino; pero ellos son distintos en carácter, como de hecho lo son. ‘Un reino divino’ corona las dos series generales de los cuatro imperios, como ni siquiera el racionalismo lo discute en cuanto a Daniel 2, y admite que nuestro Señor en Mateo 26:64 alude a Daniel 7. Hay, evidentemente, un esfuerzo para tratar ‘la personalidad del Mesías’ como ‘a lo menos algo subordinada e indistinta.’ Pero semejante incredulidad es vana. Ningún judío creyente separaba el reino, que estaba por venir, del Gran Rey, tal como altaneros Gentiles están propensos a desear. Los santos del Altísimo están muy lejos de usurpar el lugar del Hijo del Hombre en la visión, lo cual hace que Él sea el centro manifiesto y el objeto investido con dominio para siempre. Pero la bienaventuranza de ellos es cuidadosamente demostrada también. Cualquier honra que estos santos puedan tener en aquel día (y ellos reinan con Cristo, tal como el Nuevo Testamento lo dice claramente), es una interpretación falsa que le niega a Él, personal y sumamente, la gloria excelente.
En este capítulo 8, entonces, que presenta la primera de las profecías especiales, tenemos al segundo imperio, el medo-persa, siendo atacado de forma abrumadora por el tercer imperio o reino griego de Alejandro Magno. Es difícil explicar cómo una mente recta no puede aprehender esto a partir de una simple lectura del texto. El gran cuerno fue quebrado cuando adquirió su mayor fuerza, y en su lugar salieron cuatro cuernos notables. De uno de estos cuatro reinos surgió un cuerno pequeño que llegó a ser extremadamente grande, y también se entrometió peculiarmente con los judíos y el santuario. Es una deplorable falta de inteligencia confundir este opresor con el cuerno pequeño del capítulo 7, siendo el uno tan manifiestamente un gobernante sobre una parte del Imperio Griego en el Este (Oriente), así como el otro desde un comienzo pequeño llega a ser el jefe del Imperio Occidental. Ambos van a ser excesivamente impíos y malvados, y ambos son castigados por Dios en forma extraordinaria; pero confundir a ambos es perder la diferencia de los actores al final, aun siendo completamente opuestos el uno del otro, aunque los dos infligen los peores males sobre el pueblo escogido. Pero no se necesitan aquí muchas palabras, puesto que hay acuerdo en que la visión en su última parte desde el versículo 9 presenta, efectivamente, al enemigo Seléucida de los judíos y de su religión, es decir a Antíoco Epífanes. Y parecería que los versículos 13 y 14, se refieren a su contaminación del santuario y supresión del sacrificio continuo.
Como de costumbre en Daniel, y en otras partes en la Escritura, la interpretación no sólo explica, sino que añade considerablemente, y hace hincapié en particular, no en el tipo que representa Antíoco Epífanes, sino en el antitipo representado por el enemigo final en la misma parte en el día postrero. Es débil pretender que el terrible final predicho para el infame personaje del futuro en este capítulo y al final de Daniel 11, se cumplió en la muerte de Antíoco Epífanes, terrible como fue su muerte en la estimación de los griegos, así como de los judíos. Así, la predicción real de su historia en los versículos precedentes del mismo capítulo (versículo 11 hasta el 32) no se detiene sobre ello como siendo comparable con la de aquel que es hallado al final.
Incluso, en la primera parte (de Daniel 8), hay un paréntesis notable en los versículos 11 y 12 definido por el pronombre personal “él” en comparación con el pronombre personal “se” (que se refiere al cuerno pequeño) en los versículos anterior y posterior. Esto parece dar una marcada personalidad al malvado actor que está principalmente en consideración, por mucho que el rey que procuró la apostasía de los judíos y la destrucción de los tales por rehusarse a ser Helenizados hizo que todo esto hiciera de él un ‘tipo’.
Pero la profecía sigue adelante hasta la consumación, cuando Dios interfiere en poder inconfundible. De ahí que el intérprete angélico daría a conocer a Daniel “lo que ha de ser en el fin de la indignación” (Daniel 8:19 - VM). ¿Quién puede decir, con la más pequeña demostración de verdad, que esto fue en los días de la maldad siria o de la resistencia de los Macabeos? “El fin de la indignación” (VM) (o, “El fin de la ira” - RVR60) será sólo cuando Israel se haya arrepentido verdaderamente y Dios no tenga más controversia con Su pueblo. Tampoco esto debe sorprender a cualquiera que lea las Escrituras en fe, pues todos los profetas miran hacia ese tiempo feliz. La persona real delante de la mente del Espíritu Santo al final es uno que “se levantará contra el Príncipe de los príncipes,” pero “será quebrantado, aunque no por mano humana” (Daniel 8:25), de una manera que sobrepasa a su tipo en la historia pasada. Por consiguiente, un intervalo ocurre necesariamente en cada una de las profecías. En ningún caso existe el propósito de continuidad. Bastante se ha dicho para hacer que sea clara la aplicación general; pero en cada caso el Espíritu Santo se detiene en la escena final que se relaciona con el tema que está ante nosotros, debido a que sólo entonces el juicio de Dios decidirá todo absoluta y públicamente, e introducirá el reino de poder y gloria que nunca se acabará.
Daniel 9 tiene sus propias peculiaridades. Los que contrastan este libro con otras profecías, como careciendo del elemento predominantemente moral, sólo demuestran su propia ceguera. En ninguna profecía ello es tan evidente; y el mismo capítulo que tan profundamente presenta a Dios un corazón identificado con los pecados e iniquidades (“hemos pecado” etc.) de los hombres de Judá y de los habitantes de Jerusalén, y de todo Israel sea que estén ellos cerca o lejos, pero con la más ferviente intercesión, es precisamente el corazón que, tal como él oró, recibió de Dios una predicción que es, en algunos aspectos, la más sorprendente e importante de tales Escrituras. Aquí, incluso el racionalismo no puede sino reconocer que las bendiciones prometidas en el versículo 24 pertenecen a la esperanza Mesiánica, cuando los 490 años finalizan. De este modo comparte, con toda otra predicción en el libro, la marca de ir hasta el fin del siglo cuando los tiempos de los Gentiles sean cumplidos, y Dios establezca Su reino en Cristo por medio de juicios ejecutados sobre todo mal, judío o Gentil. Pero aquí, cuando se hace referencia a los setenta años de Jeremías (Daniel 9:2), con el regreso provisional de un remanente desde Babilonia para reconstruir la ciudad y el santuario, no solamente se trata de Jehová el Dios de Israel, sino también de la primera venida del Mesías y de su muerte. Esto interrumpe la continuidad de las siete semanas, tal como debe ser naturalmente, y sigue una perspectiva no datada de desolación (Daniel 9:26). Pues ello claramente incluye el rechazo del Mesías, y no deja nada más que la destrucción de la ciudad y el templo, y una inundación de problemas sobre los judíos. La interrupción, evidentemente, está allí. La muerte del Mesías fue “después” de la semana 69 = 483 años. Luego sigue la desolación determinada, y hasta el fin de la guerra, enteramente fuera del curso de las “semanas,” lo que es prácticamente imposible de negar.
La última semana queda para el final, sin fijar ninguna conexión o punto de partida, excepto por el hecho de que el “príncipe” Romano (cuyo “pueblo” vino y destruyó Jerusalén) hará, en el tiempo del fin, pacto con “muchos,” o con la masa de judíos infieles, por una semana o siete años, y a la mitad de estos años hará cesar el sacrificio y la ofrenda (Daniel 9:27). Es decir, él abatirá la religión judía, en contra de su convenio; y “debido a la protección [lit., alas]” (en lugar de “con la muchedumbre”) “de abominaciones” o ídolos (Daniel 9:27 — Versión Inglesa J. N. Darby), que toma su lugar, “vendrá el asolador; y hasta la consumación, y consumación decretada, se derramará la ira sobre el pueblo asolado,” es decir, Jerusalén (Daniel 9:27 - VM). El desolador parece ser el último enemigo procedente del Nordeste, así como el príncipe Romano es aquel que es tan prominente en Daniel 7, donde vimos los tiempos y leyes entregadas en su mano para la misma última mitad de semana, o tres tiempos y medio (Daniel 7:25).
En vez de esta interpretación clara, digna, y homogénea, ¿qué es lo que dicen los neocríticos? Ellos dicen: «No puede haber ninguna duda razonable de que esto [“se quitará la vida al Mesías”] es una referencia a la destitución del sumo sacerdote Onías III, y su asesinato llevado a cabo por Andrónico (a.C. 171)»; mientras el resto es desviado a Antíoco. Por supuesto, todo es caos entre los críticos. El designio es tergiversar la profecía, desde la muerte de Cristo y el incendio de su ciudad y la inundación de desolación, a esos asesinos. El alcance preciso es claro si la interrupción de las series se observa en el texto, con la relación futura de la última semana. Si esto es verdad, es un golpe de muerte a los ‘más altos críticos’, y una prueba irrefutable de que el verdadero Daniel lo escribió, quien introduce claramente aquí la terrible verdad del rechazo de Cristo, el cual ha diferido “el reino del mundo” (Apocalipsis 11:15 - VM) hasta Su segundo advenimiento, mientras que los desastres de los pobres judíos son mostrados no sólo hasta que los Romanos destruyeron su ciudad y templo, sino al fin del siglo cuando ellos experimenten su peor tribulación antes que la liberación venga para el piadoso en aquel día.
Es bien sabido que el Sr. De Wette en su versión Alemana de la Biblia se esforzó por eliminar a “Cristo” de esta gran profecía, de manera tan sorprendente para su cadena de fechas; y que los canes del racionalismo empeoran más el asunto destrozándolo desde entonces mediante la exageración de cualquier dificultad que pueda existir. La diferencia principal entre creyentes es la aplicación en una forma ligera de la expresión “la orden para restaurar y edificar a Jerusalén” (Daniel 9:25) al decreto de Artajerjes I Longimano ya sea en el séptimo año de su reinado (Esdras 7), o en el año 20 de su reinado (Nehemías 2). La propia predicción deja un margen, pues no dice ‘en la semana sesenta y dos’ sino “después de las sesenta y dos semanas” (Daniel 9:26), añadidas a las 7 semanas preliminares (Daniel 9:25) (= 69 semanas, o 483 años); tanto es así, que algunos suponen que este margen cubre los tres años o más del ministerio de nuestro Señor antes de la cruz, respondiendo, de hecho, a la primera semana en el mal del pacto del futuro príncipe Romano con los ‘la masa’ de judíos impíos (Daniel 9:27). Por lo demás, los lineamientos son claros. Aquí De Wette delató su incredulidad; pues la palabra Mesías no requiere el artículo definido ni en hebreo, ni en inglés. En inglés es correcto decir “shall Messiah be cut off” (Daniel 9:26 — Versión Inglesa del Rey Jaime, KJV1769), que en castellano se ha traducido, “el Mesías será muerto” (Daniel 9:26 - LBLA). ¿Por qué él dice aquí solamente “ein Gesalbter” [un Ungido], cuando en otras parte él escribe “der Gesalbter” [al o el Ungido]? ¿No fue esto deshacerse de la verdad de mayor peso predicha y cumplida, y evitar aquí la refutación total del ensueño acerca de los días de Antíoco Epífanes? Pero todo este esfuerzo es luchar contra la Palabra de Dios. ¡Que los hombres puedan enterarse de su locura y su pecado antes de que Su juicio los alcance! ¡Que ellos puedan ser perdonados para proclamar la verdad que han procurado destruir, y glorificar a Dios por medio de eso, si para vergüenza de ellos, ciertamente para su gozo y bendición para siempre!
Por supuesto que para estos críticos el capítulo es confusión, y completamente indigno de un profeta. Pero el hecho de que el Mesías fuera muerto fue un suceso de trascendental importancia, especialmente siendo mediante la voluntad y culpabilidad de Su pueblo; tal como está implicado en la interrupción de las semanas, y la perspectiva no datada que sigue a la desolación de ellos, en la cual es prominente la destrucción consumada de su lugar y su nación por el pueblo Romano. Sin embargo, aún no se trata del príncipe que ha de venir. Él está reservado para la última semana, cuando hace un pacto con los “muchos,” o mayoría impía, en contraste con el remanente fiel de los judíos, y lo quebranta con aún más iniquidad, cuando llega el fin del mal, y sigue la bendición esperada.
Los últimos tres capítulos son, también, una profecía particular, y el capítulo 11 es extremadamente minucioso, para feroz disgusto de quienes toman para sí la tarea de pensar por Dios y, si ellos pudieran, darle órdenes a Él. Hay una rica variedad en la Escritura, y no menos en la Palabra profética. Nuestro lugar es inclinarnos ante Dios y aprender de Él. La incredulidad se ocupa de juzgar a Aquel que es digno de toda confianza y adoración. Ahora bien, el capítulo 11, peculiar como puede ser, demanda y merece nuestra confianza más plena, no obstante lo que digan los escarnecedores. Fue en el tercer año del reinado de Ciro que la revelación vino a Daniel (Daniel 10:1). Otros tres reyes iban a surgir en Persia — Cambises, Pseudo Smerdis, y Darío Hystaspes; luego el cuarto, más rico que todos los demás, Jerjes, quien, cuando se fortaleció por medio de su riqueza, habría de levantar a todos contra el reino de Javán, o Grecia. Esto proporciona la interrupción apropiada, que necesariamente debe existir, a menos que una continuidad ininterrumpida fuese insertada: una cosa sin precedente en semejantes casos, ya que la interrupción que tenemos parece ser regular.
El siguiente personaje es el príncipe macedonio, quien devolvió el golpe proyectado por Persia. Ningún hombre honesto puede evitar ver a Alejandro el Grande en el versículo 3 del capítulo 11, o a su reino dividido en el versículo 4 del mismo capítulo, lo cual presenta dos de esas divisiones, el reino del norte y del sur, y sus conflictos que siguen. De nuevo, es claro y seguro que, en los versículos 21 al 32 del capítulo 11, nosotros tenemos un relato completo de aquel que odiaba más que ninguno a los judíos y su religión. La teoría escéptica es que un patriota judío en su día asumió ser Daniel, de antiguo renombre en el exilio, y convirtió la historia pasada en la profecía profesada hasta ese tiempo. Pero el hecho es opuesto a que, cuando se deja a un lado a Antíoco Epífanes, los versículos 33 al 35 proporcionan un prolongado estado de juicio que resultó largo para los judíos, cuando su antiguo enemigo dejó de atribularlos, y el texto declara expresamente que el juicio de ellos iba a continuar “hasta el tiempo del fin” (“Por eso algunos de los sabios tropezarán, para que sean acrisolados, y purificados, y emblanquecidos, hasta el tiempo del fin: porque todavía es para el tiempo determinado” Daniel 11:35 - VM). Aquí, por lo tanto, la gran interrupción está implícita de acuerdo con las otras predicciones del libro, e incluso con el mismo principio en una escala más pequeña entre los versículos 2 y 3 de este capítulo.
Luego, desde el versículo 36 nos hallamos confrontados con el último tiempo. No se nos dice acerca de un rey del norte o del sur como antes, sino de “el rey,” ese último impío a quien un profeta tan distinguido y temprano como Isaías presenta en los capítulos 11:4; 30:33; 57:9, con la misma frase ominosa, el rival personal del Ungido, reinando en la tierra conforme a su propio placer, y contrastado así plenamente con Aquel que sólo hizo la voluntad de Su Padre. Se trata de un vigoroso bosquejo de uno exaltándose a sí mismo contra todo dios; mientras que Antíoco Epífanes fue devoto de los dioses de Grecia y Roma. Aunque hablando cosas impías contra el Dios de dioses, él va a prosperar hasta que la indignación (la ira) se cumpla — la indignación de Dios contra Su pueblo culpable (como Isaías también habló), otra demostración de que son días aún por venir. El príncipe Palestino (que no fue Antíoco Epífanes, sino rey del norte) no hará caso del Dios de sus padres, a saber, Jehová (pues él es un judío apóstata), ni del más apreciado por las mujeres (el Mesías, la esperanza de Israel), ni de dios alguno (es decir, de los Gentiles), siendo esto último algo absurdo y falso de decir acerca de Antíoco Epífanes. (“No hará caso del dios de sus padres, ni del más apreciado por las mujeres. No hará caso de dios alguno, porque se engrandecerá sobre todo” Daniel 11:37 - RVA). Es, en verdad, el Anticristo largamente predicho y en ese entonces presente, suplantando a Cristo, negando al Padre y al Hijo, viniendo en su propio nombre, y recibido por aquellos que le rechazaron a Él, quien vino en el nombre del Padre (Juan 5:43). Su destrucción y la de ellos es mostrada en otra parte, pero aquí el profeta vuelve a la antigua lucha de los reyes del norte y del sur, estando ambos tan opuestos al “rey” como el uno contra el otro: una demostración irrefutable de la locura, en primer lugar de imaginar a Antíoco Epífanes aquí y, luego, de negar que estos sucesos, creídos o no creídos, son presentados como la predicción del profeta de la futura última colisión.
Observen, finalmente, qué acumulación de pruebas proporciona Daniel 12 de esos sucesos por venir, las cuales refutan el significativo esquema de ver solamente a Antíoco Epífanes hasta el final. Pues cuando el último rey del norte perece por el juicio divino, se asegura una intervención divina a favor de Israel “en aquel tiempo” (Daniel 12:1). Los judíos la necesitarán extremadamente, pues ellos habrán pasado a través de esta, su última y más severa tribulación. Pero, a diferencia de su calamitosa historia por largos siglos, “en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro” (Daniel 12:1). No se trata de simple política ni de proezas, sino de misericordia para el justo. De ahí la figura apropiada de “muchos de los que duermen en el polvo de la tierra despertarán, unos para la vida eterna, y otros para la ignominia, para el desprecio eterno” (Daniel 12:2 - LBLA). De igual modo Isaías (Isaías 26) y Ezequiel (Ezequiel 37) emplearon la misma figura de resurrección para el levantamiento, nacionalmente hablando, de Israel, pero con el rechazo de los injustos, tal como nuestro profeta indica claramente.
Entonces, el resultado de este breve examen del libro, asaltado por la incredulidad neocrítica, es demostrar que el esquema de ellos es sin fundamento desde el comienzo hasta el fin, y que pasa por alto el gran alcance del imperio Gentil, tanto exotérico (Daniel 2) como esotérico (Daniel 7). En esto, un gobernante tan insignificante como Antíoco Epífanes no podía tener ningún lugar, y menos aún podía ser la culminación de todo al causar la extinción divina del entero sistema del imperio Gentil, y por tanto, la restauración de Israel bajo condiciones de bendición y gloria que cambiarán la historia del mundo. Está claro que semejante momento no ha llegado. Cuando Cristo vino, el cuarto imperio estaba en el poder; el cual también hará su papel contra Él en Su segundo advenimiento, tal como el Nuevo Testamento revela cuidadosa y claramente. Su cruz estableció la base para reconciliar, no sólo a los creyentes, sino también todas las cosas a su debido tiempo. En el mundo, mientras tanto, prosiguen “los tiempos de los gentiles” (Lucas 1:24), y “la indignación” o “la ira” contra Israel infiel (Daniel 11:36 - VM). El evangelio es, efectivamente, gracia soberana hacia todos y sobre todos los que creen, y la iglesia es el cuerpo de Cristo para la gloria celestial. Pero “el reino del mundo” de nuestro Señor y de Su Cristo aún no ha llegado, ni tampoco puede llegar hasta que la séptima trompeta sea tocada (“Y el séptimo ángel tocó la trompeta: y hubo grandes voces en el cielo, que decían: ¡El reino del mundo ha venido a ser el reino dé nuestro Señor y de su Cristo; y Él reinará para siempre jamás!” Apocalipsis 11:15 - VM). Aun en las profecías particulares de Daniel donde hay referencias a Antíoco Epífanes (Daniel 8 y Daniel 11), el libro mismo nos enseña a cotejar su maldad con un antitipo mayor y peor ligado expresamente al “tiempo del fin,” lo que de ninguna manera es aplicable al rey Seléucida.
De este modo se ve que cada parte del libro, cuando es recibido en fe, se alza en reprensión del sueño incrédulo que hace de Antíoco Epífanes el objeto supremo y la conclusión principal. Y del mismo modo que el Imperio Romano, en su forma aún no resurgida, es predicho desde la más temprana visión, y su juicio cuando el Hijo del Hombre aparezca en gloria, así también aprendemos de un monarca del noreste que va a oprimir a los judíos en la crisis final (Daniel 8). Tampoco el libro guarda silencio acerca del papel del príncipe occidental haciendo y rompiendo su convenio con los judíos, e imponiendo la idolatría sobre ellos, y causando así la consumación (Daniel 9). Luego, Daniel 11:36 al 39, presenta el claro retrato del rey inicuo en la tierra, quien se engrandece sobre Dios y Cristo, así como sobre todo presunto dios, sin embargo él mismo honra a un dios extraño, exaltando a quien quiere, y repartiendo la tierra por ganancia. (Daniel 11:38-39). Si no tuviéramos al Señor Jesús vindicando para siempre “al profeta Daniel” (Mateo 24:25; Marcos 13:14), un examen semejante llama a un reconocimiento creyente y agradecido del libro, no sólo como genuino y auténtico, sino inspirado por Dios, proyectando Su luz con autoridad sobre todos los imperios Gentiles, y especialmente sobre el fin del siglo, sobre el cual cada parte converge.
Fue para otros más que para nuestro profeta el disertar sobre las resplandecientes escenas de justicia y paz bajo Aquel que es igualmente Hijo de David y Señor de David (Mateo 22:41-45), el Hombre cuyo nombre es el Renuevo (o, Vástago) y Jehová (Zacarías 6:12; Isaías 4:2), Rey sobre toda la tierra (Zacarías 14:9), así como Él es también Cabeza sobre todas las cosas (“y ha puesto todas las cosas bajo sus pies, y le ha constituído cabeza sobre todas las cosas” Efesios 1:22 - VM). Pero Daniel permanece sencillamente como profeta de “los tiempos de los gentiles”; y él es esto con una precisión y plenitud divinas para todos quienes son ahora hijos de la luz. Para otros es natural amar sólo las tinieblas más bien que la luz.
Después de todo, que más se podía esperar de uno que, ignorando la Palabra y el Espíritu de Dios, adopta su postura sobre «nuestra razón y nuestra conciencia siendo ellas como luces que iluminan a todo hombre que nace en el mundo.» El apóstol Pablo afirma, en Romanos 1 y 2, que estas dos son suficientes para dejar sin excusa aun a un Gentil que no tiene la ley (aún menos el evangelio). ¡Piensen en un cristiano profesante abandonando sus preciosos privilegios por terreno pagano! ¡Y qué perversión de Juan 1:9 para un propósito similar! Allí, en ese versículo, el evangelista afirma realmente la excelencia suprema de Cristo como la Luz, la cual, viniendo al mundo, alumbra a todo hombre, en vez de actuar, como la ley, en la esfera limitada de los judíos. Uno podría entender tales ideas en un Cuáquero, aunque no pocos de los que pertenecen a esa Sociedad están más allá de eso. No es de extrañar que uno que está tan lejos de la verdad del evangelio testifique su gratitud al filósofo pagano Porfirio (232-304 d.C.) (páginas 86-87, 317), el enemigo más amargo, no sólo de Cristo, sino del cristianismo y de la revelación. No es de extrañar que él elogie las «varoniles palabras» de Grocio (1583-1645)) al adoptar expresamente esta parte del escepticismo de Porfirio. «El injusto no sabe de vergüenza.» La ‘alta crítica’ comienza en la deslealtad a Dios y Su Palabra, y sólo puede obrar para producir más y mayor impiedad.
W. Kelly

Capítulo 1

Preparación Para La Profecía
Dos Partes De La Profecía
Del Antiguo Testamento
Debe ser evidente, para cualquier lector atento, que este primer capítulo es puramente un prefacio al libro. Nos introduce en la escena a la cual las profecías, de las que Daniel fue o el intérprete o el receptor, son la gran representación final, el tema que el Espíritu de Dios está a punto de transmitirnos. Podemos, por lo tanto, sacar ventaja de esto, inquirir en la naturaleza peculiar del libro en el cual estamos a punto de entrar.
La parte estrictamente profética de Daniel comienza con el capítulo segundo. Luego siguen ciertos incidentes históricos, que, tal como yo lo concibo, tienen una conexión muy íntima con la profecía — si no directamente, en la forma de tipos — que muestran los principios morales o los asuntos de los poderes del mundo, de los que el libro se ocupa.
Para entender Daniel es necesario tener en mente que la profecía en el Antiguo Testamento se divide en dos grandes partes. Hubo profecías que se referían al pueblo de Dios, Israel, cuando ellos aún estaban bajo Su gobierno, a menudo infieles, pero, con todo, sometidos a Su disciplina y reconocidos por Él hasta cierto punto. Isaías, Jeremías, Ezequiel, y de hecho, muchos de los profetas menores, tales como Oseas, Amos y Miqueas, tienen este primer carácter. Israel todavía era reconocido como el pueblo de Dios, si no su totalidad, a lo menos esa parte del pueblo con quienes Dios tenía aún ciertos tratos en la tierra: me refiero, por supuesto, a las tribus de Judá y Benjamín, las cuales adhirieron a la casa de David. Después de poco tiempo ellos cayeron también, y el heredero de David llegó a ser el líder en la rebelión idólatra contra el Señor. Luego se produjo un cambio de suprema importancia. El trono del Señor, que estaba establecido en Jerusalén, dejó de estar completamente en la tierra. Dios ya no reconoció a Israel, ni siquiera a Judá, como Su pueblo. Y yo llamo vuestra atención particularmente a esto, debido a que hay, a menudo, pensamientos vagos en cuanto a qué significa la expresión “el pueblo de Dios” en la Escritura. Como cristianos nosotros consideramos como pueblo de Dios a aquellos que realmente le pertenecen a Él — Sus hijos por medio de la fe en Cristo. Ahora bien, existe un peligro de trasladar el mismo pensamiento al lenguaje del Antiguo Testamento. Pero se hallará, si examinamos la Escritura con cuidado, que cuando en los oráculos antiguos se habla de “pueblo de Dios,” esta expresión se refiere solamente a los judíos o Israel. Tampoco se trata meramente de un cierto conjunto de los escogidos de entre ellos, sino a la nación entera, o de esa parte que aún se aferra en una medida, aunque muy infielmente, al rey de Dios, y no obstante lo que ellos puedan ser, reconocidos como el pueblo de Dios. Luego llegó un tiempo cuando Dios no reconoció a Su pueblo. Esto fue predicho por Oseas. Se cumplió cuando Dios entregó al último rey de Judá al conquistador Caldeo. Dios habría sacrificado Su propia santidad, su propia verdad, y su propia majestad, si Él hubiese tolerado por más tiempo a los judíos o a su rey idólatra.
El Escenario Mundial De La Profecía
Ahora bien, es una cosa notable en la historia del mundo, que aunque había ciertos poderes de creciente importancia y ambición en el Oriente (Este), a ninguno se le había permitido avanzar antes a una superioridad positiva con respecto a todos los rivales. En el Occidente (Oeste) había solamente hordas de errantes, o, si algunos estaban establecidos, ellos eran bárbaros incivilizados. En el Oriente (Este) y en el Sur los poderes habían surgido rápidamente; uno de ellos, Egipto, es particularmente bien conocido en relación con Israel. Otro también, Assur (Asiria), es bastante antiguo en su origen: nosotros leemos, de hecho, acerca de su nombre, y de ciertas aspiraciones y esfuerzos en pos del poder, antes que nosotros podamos leer algo acerca de Egipto. Estos eran los grandes rivales del mundo temprano, y ellos tenían su propia civilización. Estas civilizaciones podían tener un carácter rudo, pero nadie que crea a las Escrituras, no, más aún, nadie que vea las reliquias de Egipto y Asiria, puede negar que fuera una grandeza barbárica. Bueno, estos poderes lucharon constantemente por el dominio. Pero, de cualquier manera que Dios pudiera haber utilizado a los Egipcios y a los Asirios, o a otros menos considerables, como una vara de disciplina para el bien de Israel, con todo, a ninguna nación en la tierra se le permitió tener la supremacía hasta que fue perfectamente claro que el pueblo de Dios demostró que era indigno de ser Sus testigos y de ser la escena de Su gobierno en la tierra. Entonces, en primer lugar, Efraín (las diez tribus), habiéndose hundido en irremediable idolatría, fue barrido. Durante mucho tiempo había existido monarca tras monarca solamente siguiendo o excediendo uno al otro en el mal; y a través de todo ese tiempo había sido una escena de rebelión e idolatría. Dios había sido obligado así a desarraigar a un pueblo semejante que sólo lo deshonró a Él, de la tierra donde ellos habían sido plantados. Todavía eran reconocidas las dos tribus que adhirieron a la casa de David. Pero nubes se cernían sobre ellas, y trampas de la clase más fatal fueron colocadas por el enemigo. En esta crisis, la profecía alumbra en toda su plenitud. Pues la profecía siempre, yo pienso, presupone fracaso. Ella nunca entra durante un estado normal. Pero cuando la ruina es inminente o ha comenzado, entonces la lámpara de la profecía alumbra en lugar oscuro.
Encontramos que esto es verdad desde el principio. Tomen la revelación en Génesis 3 — que la Simiente de la mujer había de herir la cabeza de la serpiente. ¿Cuándo se presentó esto? No cuando Adán caminaba inmaculadamente, sino después que él y su mujer cayeron. Entonces Dios aparece, y Su Palabra no sólo juzgó a la serpiente, sino que tomó la forma de promesa que iba a realizarse en la verdadera Simiente — ciertamente una bendita revelación del futuro, sobre la cual reposaba la esperanza de los que creían. Fue la condenación de su estado real. No permitió que los fieles que siguieron se hundieran en la desesperación, sino que presentó un objeto por encima de la ruina de parte de Dios, con el cual sus corazones llegaron a estar ligados. Nuevamente, Enoc es la persona en el mundo antediluviano de quien se dice, por sobre las otras, que “profetizó,” aunque nosotros no obtenemos el registro de ello hasta uno de los últimos libros del Nuevo Testamento. “Y también de éstos profetizó Enoc, el séptimo contando desde Adam, diciendo: ¡He aquí que viene el Señor, con las huestes innumerables de sus santos ángeles, para ejecutar juicio sobre todos, y para convencer a todos los impíos de todas las obras impías que han obrado impíamente, y de todas las palabras injuriosas que han hablado contra él los impíos pecadores!” (Judas 14-15 - VM). Ahora que el mal, hallado en el origen en Adán, prorrumpió casi en toda corrupción y violencia universal, tenemos una profecía bien definida de juicio que estaba por venir sobre el mundo. Se trató de la interferencia de Dios en testimonio antes de que Él actuase en poder. Entonces se ve a Noé, quien, aún más que Enoc, estuvo públicamente conectado con este mal estado. Yo creo que la profecía de Enoc tuvo una notable aplicación al diluvio, aunque mira más allá, por supuesto, a la gran catástrofe en el día postrero. Cuando se da una profecía hay a menudo un cumplimiento parcial en aquel momento o poco después. Pero nosotros nunca debemos mirar atrás a la prueba pasada como si la cosa completa se hubiera agotado. Eso sería hacer que la Escritura fuese de “interpretación privada.” Y este es el sentido verdadero de 2 Pedro 1:20: “ninguna profecía de la Escritura es asunto de interpretación personal” (LBLA) (o, “ninguna profecía de la Escritura procede de interpretación privada” - VM). Tenemos que tomarla en el vasto alcance de los planes de Dios, y del desenvolvimiento de Sus propósitos, que sólo encuentran su consumación al final. Toda la profecía mira a ese punto. Sólo entonces nosotros tenemos el grandioso cumplimiento.
De nuevo, tomemos a los patriarcas, quienes son llamados expresamente profetas. “No consintió que nadie los agraviase, Y por causa de ellos castigó a los reyes. No toquéis, dijo, a mis ungidos, Ni hagáis mal a mis profetas” (Salmo 105:14-15). Su reivindicación a este título puede ser explicada sobre el mismo principio. Ellos fueron, en ese entonces, los intérpretes de los pensamientos de Dios; “convocados,” debido a que había venido a este mundo un nuevo y espantoso mal, del cual nunca leemos antes de los días de Abraham — la idolatría. La adoración de ídolos, hasta donde la Escritura nos lo revela, es mencionada solamente después del diluvio. Esto se estaba esparciendo por todas partes, y estaba llegando a ser extrema incluso en los descendientes de Sem; y, por lo tanto, Dios convocó a un testigo separado, en palabra y hecho, de tan flagrante iniquidad. La profecía, o un profeta, siempre presupone la presencia de un mal nuevo y en aumento, debido a lo cual Dios se complace en revelar Sus pensamientos con respecto al futuro, y hacer que esto sea algo de valor práctico presente a aquellos que están, en ese momento, en la tierra.
En el caso de Moisés ello fue manifiesto; pues, aunque él fue el gran legislador, el becerro de oro fue instalado casi inmediatamente después, y así, la ruina de Israel, como pueblo bajo la ley, fue completa. Y de este modo, lo que le quedó por hacer fue, como el gran profeta de Israel (“Y nunca más se levantó profeta en Israel como Moisés, a quien haya conocido Jehová cara a cara” Deuteronomio 34:10), revelar la corrupción cierta y en aumento del pueblo, cualesquiera que podrían ser los recursos de la gracia de Dios al final; del mismo modo que él, en una época temprana, había predicho el inevitable juicio de Dios sobre Egipto. Descendiendo en la historia de Israel, nosotros tenemos a uno que comienza la línea de profetas, llamados enfáticamente así; pues él es mencionado de esta manera. “Y asimismo todos los profetas que han hablado desde Samuel y sus sucesores en adelante” etc. (Hechos 3:24 - LBLA). Su llamamiento fue en un período muy crítico en la historia de Israel; en un tiempo cuando los hijos de Israel habían caído en un estado tan espantosamente bajo, que ellos estaban dispuestos incluso a utilizar el arca de Dios como un fetiche para preservarlos del poder de sus enemigos. Fue entonces que Dios avergonzó a Su pueblo. Su arca fue tomada, e Icabod (heb. ‘la gloria ha partido,’ o, ‘sin gloria’) fue el único nombre que el sentimiento piadoso pudo imponer (1 Samuel 4:21). La gloria se había ido. Casi en ese mismo tiempo nosotros oímos de Samuel el profeta. Si esto fue una muestra de alguna crisis nueva, a lo menos mostró igualmente que Dios, en vindicación de Su propio nombre, introduce la luz de la profecía como un consuelo para los corazones de quienes están a favor de Él.
Descendiendo aún más en la historia de este pueblo, hallamos que la luz profética prorrumpe plenamente en el tiempo del profeta Isaías. La razón es evidente. Israel no se había dedicado meramente a la idolatría, sino que el rey, hijo de David, había tomado realmente el modelo del altar pagano en Damasco, ¡y tuvo que tener otro para él en la ciudad santa! (2 Reyes 16). Había un pecado atroz y era un gran insulto a Dios. Isaías es separado para el cargo profético con inusual solemnidad. Él se da cuenta de la mala condición de los judíos. Él ve la gloria del Señor, la cual hace que confiese de inmediato su propia impureza y la del pueblo. “¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Isaías 6:5). Pero uno de los serafines toca sus labios con una ascua encendida, asegurándole que su iniquidad había sido quitada, y su pecado perdonado. (“Y voló, a donde yo estaba, uno de los serafines, y traía en su mano una ascua encendida, que con las tenazas había tomado de sobre el altar; y con ella me tocó la boca, diciendo: ¡He aquí, ésta ha tocado a tus labios! ¡ya ha sido quitada tu iniquidad, y está perdonado tu pecado!” Isaías 6:6-7 - VM). Y él es enviado con un mensaje de tinieblas judiciales sobre el pueblo que deben durar hasta que las ciudades queden desoladas, y la tierra venga a ser una desolación completa. (“Anda, y di a este pueblo: Oyendo oiréis, mas no entenderéis, y viendo veréis, mas no percibiréis. Embota el corazón de este pueblo, y haz que sean pesados sus oídos, y cierra sus ojos; para que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos, y con su corazón no entienda, ni se convierta, ni sea sanado. Entonces yo dije: ¿Hasta cuándo, Señor? y respondió: Hasta que las ciudades queden desoladas, por falta de habitantes; y las casas, por no haber hombre en ellas; y la tierra venga a ser una desolación completa” (Isaías 6: 9-11 - VM). De este modo nosotros tenemos profecía tanto más brillante debido a que el mal era manifiesto y profundo. La consecuencia de la advertencia profética, donde fue recibida, fue un genuino espíritu de arrepentimiento y de intercesión. Y Dios, posteriormente, levantó Él mismo a un testigo real, para que el mal fuese suspendido por un tiempo.
Y todo esto mientras ustedes tienen la profecía saliendo a la luz con más y más nitidez, dirigiendo los corazones de los santos a Aquel que la virgen había de concebir y dar a luz — el Hijo de David, Emanuel. (Isaías 7:14), quien iba a ser el único y seguro fundamento puesto en Sion para el pueblo. Yo no necesito tratar de dar ahora ni siquiera un bosquejo de las características distintivas de los profetas que siguieron. Pero hasta aquí, yo confío, el gran principio es claro, a saber, que la profecía, como un todo, entra cuando hay ruina entre el pueblo de Dios. En la medida que la ruina se profundiza, la profecía añade nueva luz en la bondad de Dios.
Además de este carácter universal de la profecía, lo hemos visto, en primer lugar, mientras Dios está aún disciplinando al pueblo y reconociéndolos como Suyos. Pero hay otra forma de la que Daniel es el gran ejemplo en el Antiguo Testamento. Esta es, cuando Dios, no pudiendo dirigirse más a Su pueblo como tal, hace que un individuo sea el objeto de Sus comunicaciones.
Pues este es el rasgo manifiesto de Daniel. Ya no es más un discurso directo al pueblo, razonando, suplicando, advirtiendo, abriendo esperanzas resplandecientes, como en Isaías, etc. Tampoco se trata, como en el caso de Jeremías, de “un profeta a las naciones,” con conmovedores llamamientos a Israel y Judá, o por lo menos a un remanente allí. En Daniel todo cambia. No hay mensaje a Israel en absoluto; y la primera y muy completa profecía contenida en el libro, no fue dada en primer lugar al propio profeta, sino que fue más bien un sueño del rey pagano, Nabucodonosor, aunque Daniel fue el único que lo pudo recordar, o proporcionar la interpretación. Las otras visiones fueron vistas solamente por Daniel, y todas las interpretaciones fueron dadas a él. ¿Cuál es la gran lección que podemos obtener de esto? Dios estaba actuando sobre el trascendental hecho de que Su pueblo había perdido su lugar — por lo menos por el momento. Ellos habían perdido su situación distintiva como nación — Dios ya no los reconocería más. La presencia de personas escogidas entre ellos no detuvo, en el más mínimo grado, la sentencia divina. No se trataba de que hubiera ‘diez justos’ en medio de ellos. Eso se dijo de una corrupta ciudad Cananea, como Sodoma, como siendo una razón por la que había de ser perdonada. Pero, ¿habla Dios alguna vez así acerca de Su pueblo? Él puede compararlos con Sodoma por la iniquidad de ellos, pero no puede haber un obstáculo semejante para el juicio en el caso de ellos. Por el contrario, se dice expresamente en Ezequiel 14, que “si estuviesen en medio de ella [la tierra de Israel] estos tres varones, Noé, Daniel y Job, ellos por su justicia librarían únicamente sus propias vidas” (Ezequiel 14:14); y de nuevo, “ni a sus hijos ni a sus hijas librarían” (Ezequiel 14:16). Es decir, en Su propia tierra, y en medio de Su pueblo culpable, sin importar quien estuviera allí, ni cuál fuera su justicia, sólo los justos se librarían, y los “cuatro juicios terribles” de Dios debían ser enviados. (Ezequiel 14:21). Y así, en esta crisis misma de la cautividad, hubo hombres justos, tales como los propios profetas, y otros, de espíritus afines en su medida. Entonces, cualquiera sea Su buena voluntad para perdonar al mundo, Dios no se abstiene de juzgar el mal de Su propio pueblo, a causa de que un puñado de hombres justos esté en medio de ellos. “ESCUCHAD esta palabra que Jehová ha hablado contra vosotros, oh hijos de Israel, (contra toda la familia que hice subir de la tierra de Egipto,) diciendo: A vosotros solos he conocido de entre todas las parentelas de la tierra; por tanto os castigaré por todas vuestras iniquidades” (Amos 1:1-2 - VM). De otro modo, nunca podría haber habido un juicio nacional de Israel, en absoluto; pues siempre hubo una línea de fieles en medio de ellos. El principio entero es falso. En un libro que encontré últimamente, tal era el motivo por el cual Inglaterra debía salir comparativamente indemne de los terribles juicios que están por caer sobre las naciones de la tierra. ¡Hay tantos hombres buenos! — ¡tantos cambios para bien en lo elevado y en lo bajo — tantas instituciones de beneficencia y cristianas — las Escrituras no sólo han sido impresas en abundancia, sino que se han hecho circular, leer, y exponer, por todas partes! Pero estos son justamente los terrenos que, para mi forma de pensar, hacen que el juicio divino sea inevitable. Pues la Escritura expresa de forma bastante clara, que, si ha de existir alguna diferencia en la medida, aquellos que conocen Su voluntad y no la hacen recibirán “muchos azotes” (Lucas 12:47). Apenas se puede concebir una ilusión más espantosa que la que se imagina que la posesión de una mayor cantidad de conocimiento y privilegios espirituales ha de ser una protección eficaz cuando la tierra sea juzgada.
El Señor trajo a la memoria los casos de Tiro y Sidón (Mateo 11), pero fue sólo para demostrar la culpa mucho mayor de las ciudades donde muchas de Sus poderosas obras fueron hechas. “!Ay de ti, Corazín! !Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en vosotras, tiempo ha que se hubieran arrepentido en cilicio y en ceniza. Por tanto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para Tiro y para Sidón, que para vosotras.” Pero había otra ciudad aún más favorecida (llamada en otra parte Su ciudad, Mateo 9:1), porque fue allí donde, por lo general, Él moraba; y, por tanto, su caso era tanto más grave en la culpa. “Y tú, Capernaum, que eres levantada hasta el cielo, hasta el Hades serás abatida; porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en ti, habría permanecido hasta el día de hoy. Por tanto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma, que para ti” (Mateo 11:23-24). En otras palabras, la medida del privilegio es siempre la medida de responsabilidad.
Nosotros hemos visto, entonces, el hecho sorprendente de que el gobierno que Dios había establecido en Israel (acompañado por la seña visible de Su presencia, es decir, la Shekinah de gloria), ya no iba a subsistir más. Dios mismo los despojó del nombre de ellos como Su pueblo. De ahora en adelante ellos eran “Lo-ammi,” no Mi pueblo (Oseas 1:9). Esa era ahora su calamidad, por lo que a Él respecta, cualesquiera que pudieran ser los designios finales de Su gracia: porque Sus “dones y llamamientos” son “irrevocables” (o, “no están sujetos a cambio de ánimo” Romanos 11:29 - VM).
Junto con este triste cambio, y dependiente de ello, la profecía de Daniel comienza. Y con respecto a esto, hay una fuerte analogía entre este libro y la gran profecía del Nuevo Testamento. Sin duda, en esta última, se enviaron mensajes especiales a las siete iglesias por medio de Juan. Pero el libro del Apocalipsis, como un todo, fue dirigido y confiado a él, por mucho que se haya previsto que las cosas habían de ser testificadas a las iglesias. Cristo envió y dio a conocer la revelación, por medio de Su ángel, a Su siervo Juan (Apocalipsis 1:1), quien está en el mismo tipo de relación con la Cristiandad que Daniel tenía con Israel. En ambos casos el fracaso era tan completo que Dios ya no podía dirigir más la profecía a Su pueblo. De este modo, hay una sentencia moral muy seria de Dios sobre la condición de la Cristiandad. Era una ruina con respecto al testimonio práctico para Dios — Éfeso amenazada con la remoción de su candelero, si no se arrepentía, y Laodicea con la certeza de ser vomitada de la boca del Señor. No es que Dios no continuara salvando almas: Él siempre lo hizo y lo hace. Pero ello no tiene nada que ver con el testimonio que son responsables de rendir los que pertenecen a Su pueblo. Más de doscientos años después que Judá llegó a ser “Lo-ammi,” Malaquías pudo decir acerca de los que temían a Jehová hablando cada uno a su compañero: “Y ellos serán míos — dice el SEÑOR de los ejércitos — el día en que yo prepare mi tesoro especial, y los perdonaré como un hombre perdona al hijo que le sirve” (Malaquías 3:17 - LBLA). Todo esto podía ser verdad; sin embargo, la solemne sentencia de Dios — “no sois mi pueblo” (Oseas 1:9) — permaneció sobre ellos. Las circunstancias no podían afectar Su juicio de la nación, como tampoco Su gracia a las almas fieles dentro de ella. Y lo que fue verdadero entonces, permanece igualmente verdadero ahora. La salvación y la bendición de almas continúan. Pero ante Dios, aquello que lleva el nombre de Cristo en el mundo está tan lejos de satisfacer los pensamientos de Dios acerca de nosotros, como el pueblo de Israel lo estaba de cumplir Sus designios en ellos.
El Carácter Del Libro
Por consiguiente, hallamos que el carácter del libro está perfectamente acorde con el tiempo y las circunstancias en que Daniel fue llamado a ser un profeta. Fue cuando los últimos vestigios del pueblo de Dios estaban siendo llevados. En Jeremías 25:1, la fecha del reinado de Nabucodonosor es considerada desde el primer ataque. Y yo solamente comentaría que existe una pequeña diferencia con lo que se dice en Daniel 2. En Babilonia, donde este último escribió, la consideración fue naturalmente desde el tiempo cuando Nabucodonosor heredó el trono después de la muerte de su padre; mientras que, en Jerusalén, donde Jeremías profetiza, fue de igual manera tan natural desde el tiempo en que Nabucodonosor, durante la vida de su padre, ejerció el poder del reino, para ruina de Jerusalén y los judíos. La verdad es que el caso no es infrecuente, tanto en la historia sagrada como en la profana. Cualesquiera que puedan ser las dificultades en la Palabra de Dios, ellas surgen, realmente, de la falta de luz. Generalmente, no se comprende el objetivo de la porción particular donde ellas ocurren. Pero hablando de fechas, es bueno tener en cuenta otra pequeña cosa que el primer versículo de nuestro capítulo nos da la ocasión de considerar, comparado con Jeremías 25:1; algunas veces los años son considerados desde su principio, algunas veces desde su final, es decir, ya sea inclusivamente o exclusivamente. Es así en el bien conocido ejemplo de los días entre la muerte y la resurrección de nuestro Señor, y de los siete u ocho días antes de la transfiguración. De esta manera, en Daniel se dijo “En el año tercero del reinado de Joacim” (Daniel 1:1); pero en Jeremías leemos, “en el año cuarto de Joacim” (Jeremías 25:1). Uno hace referencia al año completo, el otro al año en curso.
Examinando, entonces, el carácter moral de la profecía de Daniel, la clave para los modos de obrar de Dios en el tiempo cuando fue dada radica en esto, que Dios ya no ejercía un gobierno directo, inmediato, en la tierra. Él había reconocido a David y su simiente como los reyes que Él había establecido en el trono de Jehová en Jerusalén (1 Crónicas 29:23). Otros reyes no fueron reconocidos así por Dios. Ellos eran, enfáticamente, Sus ungidos, ante quienes incluso el sumo sacerdote tuvo que andar.
Y aquí estaba lo que Dios tenía la intención de exponer por medio de ellos: una prefiguración de lo que Él va a hacer, por medio de Cristo, y en el Cristo, el verdadero Hijo de David. La misma cosa se encuentra a través de toda la Escritura. Primero, una posición es encomendada a la responsabilidad del hombre, y el fracaso es inmediato; luego, es asumida por Cristo, quien la establece sobre un nuevo fundamento que no puede ser removido. De este modo, Dios hace al hombre, y lo coloca sin pecado en el paraíso, con dominio sobre la creación inferior. El hombre cae inmediatamente. Pero Dios nunca abandona Su propósito de tener un hombre en el paraíso. ¿Dónde lo hallaremos ahora? En el primer Adán ello fracasó totalmente. Él fue echado del Edén: los de su raza se convirtieron en parias desde ese día hasta hoy; y todos los esfuerzos y el progreso material que el hombre hace en este mundo son solamente unas cuantas medidas curativas para esconder el hecho de que Dios le ha expulsado del paraíso. Pero el postrer Adán es la gloriosa respuesta de Dios a ese primer encargo que fue confiado al cuidado del hombre — el Segundo Hombre exaltado en el paraíso de Dios. Otra vez, Noé, por decirlo así, comienza el mundo de nuevo después del diluvio, y se encomienda por primera vez en sus manos el poder de la vida y de la muerte. La espada de la magistratura fue introducida. “El que derramare la sangre del hombre, por el hombre será derramada su sangre; porque a la imagen de Dios hizo Jehová al hombre” (Génesis 9:6 - VM). Esta fue la raíz del gobierno civil y, debido a eso, el hombre es hecho responsable de refrenar o castigar la mano violenta. Esto nunca es revocado. El cristianismo, en cualquier parte que se reciba, introduce otros y celestiales principios. Pero el mundo sigue estando obligado por este estatuto irreversible de Dios para su guía. Noé, no obstante, fracasó en su encargo tan completamente como Adán había fracasado en el huerto. Él no se gobernó a sí mismo, ni a su familia, para la gloria de Dios. Él se intoxica, y su hijo más joven le insulta: y el asunto es, que, en lugar de la bendición universal de un gobierno justo, una maldición cae sobre una porción de sus descendientes. De este modo, a su debido tiempo, el principio de un rey, responsable de gobernar sobre el pueblo de Dios, fue intentado en la casa de David. ¿Y qué se encuentra? Aun antes de que David muriese, hubo un pecado tan espantoso que la espada nunca se iba a apartar de esa misma familia que debería haber asegurado bendición a Israel. ¿Dios abandonó, por lo tanto, Sus designios? De ninguna manera. El Señor Jesús asume el mando, el gobierno, y el trono del Hijo de David. Y así con todos los demás principios que fracasaron en manos del hombre; todos serán ilustrados y establecidos para siempre en la persona y gloria del Señor Jesús.
Nosotros vimos que Jerusalén deja de ser el trono de Jehová. Y Jeremías nos muestra la ciudad santa contada como una entre las otras naciones; y así como fue muy privilegiada, de igual modo fue la primera en beber la copa de la furia de Dios. Babilonia debe beberla también, pero Israel primero. Es en el mismo capítulo (Jeremías 25) que ustedes tienen la clara predicción de la cautividad de setenta años, durante la cual Judá iba a ser llevada a Babilonia; y luego vendría, al final, el juicio del poder que los llevó cautivos. Pero mientras Jeremías predice la creciente supremacía de Babilonia, y su juicio final, y eso, también, no sólo como un tema de historia, sino como el tipo del colapso del mundo en el día del Señor, nosotros no tenemos allí los detalles que acontecen. Igualmente Ezequiel, entre los cautivos en Quebar, en la primera mitad de su profecía, nos llama a poner atención en el tiempo de la gran lucha por el lugar principal entre los poderes del mundo. Faraón Necao, rey de Egipto, deseaba tenerlo; pero, al igual que los Asirios antes que él, es destruido y Babilonia queda como la ambiciosa demandante del dominio universal. Existían estos tres poderes: Asiria, Egipto, y Babilonia; la última comparativamente joven como gran reino, aunque fundada, probablemente, sobre las más antiguas asociaciones de todas, a saber, Babel — “Y fue el comienzo de su reino Babel [del reino de Nimrod]” (Génesis 10:10). Ellos eran como animales feroces, contenidos por una correa invisible hasta que el experimento fuera intentado completamente, si la hija de Sion andaría humilde y obedientemente con el Señor, o si ella se volvería y arrepentiría de su reincidencia en el pecado a Su llamamiento. Pero ella no hizo ninguna de las dos cosas. Esto dejó espacio para lo que nunca se había visto antes — el surgimiento del imperio universal.
Después del diluvio, y del juicio del Señor en Babel, la gran dispersión de naciones tuvo lugar — familias, parentelas, idiomas, y tierras, todas separadas. Israel fue el centro de este sistema de naciones independientes. Así está escrito en Deuteronomio 32:8 (VM): “repartiendo el Altísimo herencia a las naciones, cuando hizo separarse a los hijos de Adam, iba fijando los límites de los pueblos conforme al número de los hijos de Israel.” Todo se arregló con referencia a Israel, “porque la porción de Jehová es Su pueblo; Jacob la heredad que le tocó” (Deuteronomio 32:9). Ellos fueron el centro divino para la tierra, y Dios, no obstante, cumplirá Su propósito. Aunque este propósito se vio completamente frustrado por medio de la maldad del pueblo, Israel aún habrá de ser Su centro de naciones en este mundo, porque la boca de Jehová lo ha hablado. Esto, también, fue intentado en las manos del hombre, y fracasó; entonces es entregado en las manos de Cristo, quien lo establecerá a su debido tiempo. El orgullo de Israel lo hizo depender, en un principio, en la obediencia de ellos a Dios. En el Sinaí ellos tomaron a su cargo la responsabilidad de la ley (Éxodo 19:8; 24:3). Cada vez que un pecador intenta colocarse sobre ese terreno con Dios, él está perdido. El único terreno seguro y humilde es, no lo que Israel sería para Dios, sino lo que Dios sería en fidelidad y amor y compasión hacia Israel. Y así es siempre con cada alma. Aceptando Israel esa condición, la ley se convirtió en su azote, y Dios se vio obligado a juzgarlos. La muerte fue, por consiguiente, inevitable, a pesar de la maravillosa paciencia de Dios. El pueblo fracasa, los sacerdotes fracasan, y los reyes, finalmente, se convirtieron en los líderes en todo mal. Dios se vio obligado a abandonar a Su pueblo. Desde ese momento todo lo que contenía a las naciones de la tierra fue quitado, y las grandes dinastías rivales lucharon por el dominio. Dios ya no tenía un pueblo que Él reconociera como el teatro de Su gobierno. Si solamente el corazón de ellos se hubiera vuelto a Él, como la aguja del compás se vuelve al polo, pese a temblar de un lado a otro, habría habido longanimidad (como, de hecho, la hubo hasta lo sumo), y la intervención del poder divino los habría establecido en bendición para siempre. Pero cuando no sólo el pueblo, sino el rey ungido por Jehová, borraron Su mismísimo nombre, de la tierra; cuando Su gloria fue dada a otro en Su propio templo, todo había terminado por el presente, y “Lo-ammi” fue la sentencia de Dios (Oseas 1:9). Ellos se habían convertido ahora en lo más amargo en su idolatría, apostatando del Dios vivo, y, si se hubieran mantenido, habrían sido los activos paladines de las abominaciones paganas. Mediante el juicio de Dios, por lo tanto, el pueblo y el rey pasaron, finalmente, a la cautividad.
El Comienzo De Los Tiempos De Los Gentiles
En esta crisis Daniel aparece en la corte del monarca Babilónico, conforme a la palabra segura de Isaías al Rey Ezequías (Isaías 39). “Los tiempos de los gentiles” (pues así reza la notable frase en Lucas 21) habían comenzado, y de esos tiempos Daniel fue el profeta. Estos tiempos no van a continuar siempre; tienen un límite asignado por Dios, que es cuando cesará la presente interrupción de Su gobierno directo del mundo, e Israel será reconocido nuevamente como el pueblo de Dios. Durante este intervalo, tal como vimos, habiéndose perdido el llamamiento distintivo de ellos, Dios permite, en Su providencia, que un nuevo sistema de gobierno, el sistema de unidad imperial, surja en los grandes poderes Gentiles sucesivos. Ya no se trata de naciones independientes, cada una teniendo su propio gobernante, sino de Dios mismo autorizando, en Su providencia, la rendición de todas las naciones de la tierra a la autoridad absorbente de un único individuo. Esto es lo que caracteriza “los tiempos de los gentiles.” Una cosa semejante no tuvo precedente anteriormente, aunque podían haber existido reinos fuertes invadiendo reinos más débiles. Incluso el historiador incrédulo está obligado a reconocer, tal como toda la historia lo hace, los cuatro grandes imperios del mundo antiguo. Israel estaba ahora fusionada en la masa de naciones. Por eso se introduce esa expresión, el “Dios del cielo” (Daniel 2:18-19, 37, 44). Dios se había retirado, por decirlo así, del control inmediato del país, carácter en el cual, por lo menos en tipo, Él había gobernado Israel. Esto había desaparecido totalmente ahora, y Dios, actuando soberanamente, y a distancia, por decirlo así, de la escena — el “Dios del cielo” — dio ciertos poderes definidos a los Gentiles para que se sucedan unos a otros en un imperio mundial.
Rasgos Morales Del Capítulo 1
Antes de que estas observaciones preliminares finalicen, yo añado una pequeña palabra acerca de los rasgos morales de este capítulo; pues si son sacados a la luz en forma destacada en Daniel, ellos no fueron escritos sólo para su propio bien, sino para el nuestro, si deseamos la misma bendición.
El capítulo comienza con la escena de la postración completa de los judíos ante su conquistador. Ellos estaban ahora sitiados y arrollados en su último reducto. “En el año tercero del reinado de Joaquim rey de Judá, vino Nabucodonosor rey de Babilonia a Jerusalén, y la sitió. Y el Señor entregó en su mano a Joaquim rey de Judá, y parte de los vasos de la Casa de Dios; y él los llevó a la tierra de Sinar, a la casa de su dios; y puso los vasos en la casa de los tesoros de su dios” (Daniel 1:1-2 - VM). Luego tenemos el cumplimiento de la notable profecía de Isaías, a la que ya hemos aludido. Ezequías había estado enfermo, cercano a la muerte. Ante su urgente deseo de vivir, Dios había añadido quince años a sus días, y esto le fue sellado mediante una llamativa señal; la sombra del sol que había descendido se volvió diez grados atrás (Isaías 38). Pero habría sido preferible aprender bien la lección de muerte y resurrección, antes que tener la vida prolongada, caer en una trampa, y oír acerca de los dolores que todavía le esperaban a su casa y, con ello, el eclipse de las esperanzas de Israel. Yo no puedo decir si una señal tan notable fue lo que atrajo principalmente la atención de una nación que era la más celebrada en el mundo antiguo por su tradición astronómica. Pero lo cierto es que, en ese tiempo, el rey de Babilonia envió cartas y un presente a Ezequías, y esto, no meramente debido a que él se había recuperado de su enfermedad, sino para inquirir acerca del prodigio que había acontecido en el país (2 Crónicas 32:31). En lugar de vivir silenciosamente todos sus años, Ezequías muestra sus tesoros a los embajadores de Merodac-baladán. “No hubo cosa en su casa y en todos sus dominios, que Ezequías no les mostrase” (Isaías 39:2). “Entonces dijo Isaías a Ezequías: Oye palabra de Jehová de los ejércitos: He aquí vienen días en que será llevado a Babilonia todo lo que hay en tu casa, y lo que tus padres han atesorado hasta hoy; ninguna cosa quedará, dice Jehová. De tus hijos que saldrán de ti, y que habrás engendrado, tomarán, y serán eunucos en el palacio del rey de Babilonia” (Isaías 39:5-7).
Aquí vemos esto cumplido. “Y mandó el rey a Aspenaz, príncipe de los eunucos, que trajese de entre los hijos de Israel (es decir, del linaje real y de los príncipes), algunos muchachos en quienes no hubiese tacha alguna, sino que fuesen de hermosa presencia, e inteligentes en toda sabiduría, y conocedores de las ciencias, y entendidos en conocimientos útiles, y que tuviesen la suficiencia para estar en el palacio del rey; a los cuales enseñase las letras y la lengua de los Caldeos” (Daniel 1:3-4 - VM). En consecuencia, “el rey les señaló su ración diaria de los manjares delicados del rey, y del vino que él mismo bebía; y mandó que los mantuviese así por tres años; para que al fin de ellos se presentasen delante del rey” (Daniel 1:5 - VM). Junto con esto, los nombres de Daniel y de sus tres compañeros son cambiados. Parecería que el deseo fue el de borrar la memoria del Dios verdadero, dándoles nombres derivados de los ídolos de Babilonia. “A los cuales puso nombres el príncipe de los eunucos: a Daniel le llamó Beltsasar, a Ananías, Sadrac, a Misael, Mesac, y a Azarías, Abed-nego” (Daniel 1:7 - VM); nombre que, con toda probabilidad, derivaban de Bel y los otros dioses falsos adorados en ese entonces en Caldea.
Y notemos ahora lo que el Espíritu Santo registra, mostrando en forma peculiar el corazón de Daniel para con Dios, para que en sus modos morales de obrar él pudiera ser un vaso para honra, y útil al Dueño. ¡Cuán notablemente es el poder de Dios superior a todas las circunstancias! Daniel y sus compañeros no dicen nada acerca del cambio de nombres, no obstante lo doloroso que debe haber sido. Ellos eran esclavos, propiedad de otro, quien tenía la autoridad para llamarlos como le placiera. “Daniel empero resolvió en su corazón que no se contaminaría con los manjares delicados del rey, ni con el vino que bebía” (Daniel 1:8). De forma natural, ellos habrían recibido esa comida con gratitud; la fe obra, y la comida es rechazada. Estaba relacionada con los dioses falsos del país, siendo parte de la comida diaria de un rey idólatra. Aun en su propio país, y separados de ídolos, Dios insistió acerca de la separación entre las cosas limpias y las inmundas, y mucho de lo que era apreciado entre los Gentiles era una abominación para un judío. La ley era rigurosa en cuanto a estas contaminaciones, y Daniel, como judío, estaba bajo sus obligaciones. El cristianismo entra y libra la conciencia de ansiedad en cuanto a tales cosas. “De todo lo que se vende en la carnicería,” dice Pablo, “comed, sin preguntar nada por motivos de conciencia” (1 Corintios 10:25). E igualmente en un banquete. Sin embargo, si se sabía que cierto alimento había sido ofrecido a ídolos, el cristiano no debía comer, tanto por causa de quienes lo dijeron, como por motivos de conciencia (1 Corintios 10:28). Pero para el judío, se requería una separación sin reservas. Daniel se muestra, de inmediato, decidido por el Dios verdadero. Para él no se trató de hacer en Babilonia lo que se hacía allí, sino de la voluntad de Dios ordenada a Israel. “Pidió, por tanto, al jefe de los eunucos que no se le obligase a contaminarse” (Daniel 1:8). Mientras tanto, Dios había obrado en Su providencia para que Daniel encontrase favor especial. Pero ello no aminoró la prueba de la fe. Y cuando intervenían dificultades y peligros, con todo, él tiene confianza en Dios. Todos nosotros somos propensos a hallar buenas razones para las cosas malas; pero el ojo de Daniel era sencillo, y todo su cuerpo estaba lleno de luz (“La lumbrera del cuerpo es el ojo; si, pues, tu ojo fuere sencillo, todo tu cuerpo estará lleno de luz.” Mateo 6:22 - VM) — y este es el único medio para entender la mente de Dios. Él no consideró lo que le complacía a él mismo; no temió arriesgarse al peligro; él consideró el asunto en relación con Dios. Él sólo pide que ellos puedan ser probados por diez días; “dándonos legumbres para comer y agua para beber; luego sean examinadas en tu presencia nuestras caras” etc. (Daniel 1:12-13 - VM). Lo que un corazón fiel sintió que era la comida apropiada no fue un “manjar delicado” (Daniel 10:3), sino aquello que hablaba de humillarse ellos mismos delante de Dios; una comida tal que el más bajo en esa orgullosa y lujosa ciudad habría quizás desdeñado. ¿Cuál es el resultado de esta prueba? Los semblantes de Daniel y sus compañeros resultan “mejores, y estaban más nutridos de carnes que los de todos los muchachos que comían de los manjares delicados del rey” (Daniel 1:15 - VM). De este modo ellos evitaron más problemas con respecto a eso.
Pero esto no es todo. Hubo la bendición positiva de Dios, dándoles “conocimiento e inteligencia en todas las letras y la sabiduría de los Caldeos” (Daniel 1:17 - VM). Y de Daniel se dice, que a él se le dio a entender “toda visión y sueños.” Ellos fueron preparados por Dios, cada uno para lo que tenía que cumplir después. Dios fue el maestro de ellos, y la prueba de su fe fue una parte necesaria, esencial, de su entrenamiento en Su escuela. Entonces, cuando estuvieron en presencia del rey, no se halló a ninguno como ellos. Cuando el rey les consultó, en todo asunto de sabiduría e inteligencia él los halló, “diez veces mejores que todos los magos y astrólogos que había en todo su reino” (Daniel 1:20).
Si nosotros, también, hemos de entender las Escrituras, yo creo que debemos transitar por la senda de separación del mundo. Nada destruye más la inteligencia espiritual que meramente flotar con la corriente de las opiniones y de los modos de actuar de los hombres. La Palabra profética es lo que nos muestra el fin de todos los proyectos y ambiciones del hombre. “Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Juan 2:17). Indudablemente, “la tierra será llena del conocimiento de la gloria de Jehová, como las aguas cubren el mar” (Habacuc 2:14). Pero primero, todos los planes de los hombres vendrán a ser nada, aunque “los pueblos se fatiguen sólo para el fuego, y las naciones se cansen en balde” (Habacuc 2:13 - VM). Él mismo lo hará. Si hay una verdad Escrituraria que se destaca de forma más prominente que otra, o más bien, que es la base de toda verdad, es el total fracaso del hombre en todo lo que pertenece a Dios, antes de que Su gracia interfiere y triunfa. Y esto es verdad, desde entonces, no sólo de hombres no convertidos, sino de Su pueblo de antaño, y de Su Iglesia. Tampoco hay una mayor ventaja para el enemigo, salvo destruir los fundamentos, que mezclar a los santos de Dios con el mundo, y el consiguiente oscurecimiento de toda inteligencia espiritual en quienes debería ser su luz. Dios nos querría tener en comunión práctica con Él: en Su luz vemos la luz. Si nosotros vemos el fin de todos los complots de Satanás para frustrar la obra de Dios, ello nos separa de lo que conduce a eso, y nos une con todo lo que es estimado para Él. Entonces “la senda de los justos es como la luz de la aurora, que se va aumentando en resplandor hasta que el día es perfecto” (Proverbios 4:18 - VM). Caminando así, nosotros entenderemos la Palabra de Dios. No se trata de capacidad intelectual y aprendizaje. Yo estoy seguro que la erudición humana en las cosas de Dios sólo es mucho más basura, dondequiera que es obtenida para hacer a alguien algo más que un siervo. A menos que los cristianos puedan mantener su saber bajo sus pies, ellos son incapaces de sacar provecho plenamente de la Palabra de Dios. De otra manera, ya sea que el hombre sepa mucho o poco, él se convierte en esclavo de ese saber, y ello usurpa el lugar del Espíritu de Dios.
La fe es el único medio y poder de entendimiento espiritual, y la fe nos pone y nos mantiene en sujeción al Señor, y en separación de este siglo malo. Daniel se separó de lo que, para un judío, deshonraba a Dios, y Dios le bendijo con sabiduría y entendimiento.

Capítulo 2

Dos Grandes Secciones
De Daniel
Antes de entrar en mi tema actual, me gustaría señalar una prueba obvia de que Daniel 1 tiene el carácter de prefacio. El último versículo del capítulo nos informa que “Daniel permaneció allí hasta el año primero del rey Ciro” (Daniel 1:21 — BJ). No se trata meramente de un relato de determinadas circunstancias, presentado antes de que seamos introducidos a las varias revelaciones o hechos que son presentados en sucesión en el libro; sino que tenemos la preparación para el lugar que Daniel había de mantener. Y entonces, somos llevados, por decirlo así, hasta el final. La continuidad de Daniel se muestra a través del período completo de la monarquía Babilónica, e incluso hasta el principio de la persa. Ello no significa que Daniel vivió sólo hasta el primer año del rey Ciro; porque la última parte del libro nos muestra una visión posterior a esa fecha. Se establece solamente el hecho de que él vivió al comienzo de una nueva dinastía. Y se encontrará que el final del último capítulo es una conclusión igualmente adecuada al libro; respondiendo, como tal, al primer capítulo como un prefacio.
Pero antes de ir más lejos, yo haría una observación de tipo general. El libro se divide en dos volúmenes, o secciones, casi iguales. Primero, lo que se refiere a los grandes poderes Gentiles, y los rasgos que marcarían su conducta interna; y, por último, lo que se refiere al juicio de todo ello. Esto continúa hasta el final de Daniel 6. Luego, desde Daniel 7 hasta el final, no tenemos la historia exterior de los cuatro imperios Gentiles, sino aquello que es de un interés más peculiar para el pueblo de Dios (Israel). Esto fue indicado, y es lo suficientemente evidente, por la circunstancia de que la primera parte del libro no consiste de visiones que Daniel vio; pues la única profecía propiamente llamada así, fue vista por Nabucodonosor. Hay una en Daniel 2, y luego otra de un carácter diferente en Daniel 4; estando los capítulos 3, 4, y 6 de Daniel, conformados por hechos que tenían que ver con la condición moral de las dos primeras monarquías, pero que no tenían absolutamente nada que ver con lo que fue dado a conocer en primera instancia a Daniel, o con visiones vistas por el profeta mismo; mientras que la última parte del libro se ocupa exclusivamente con comunicaciones al profeta mismo. Y es allí que encontramos, no meramente lo que debería impactar a la mente natural, sino los secretos de Dios que afectan e interesan peculiarmente a Su pueblo, y por tanto, encontramos también los detalles. La demostración externa de esto es, que el capítulo 6, el cual finaliza lo que yo he llamado ‘la primera sección de Daniel’, nos lleva nuevamente al final. “Y este Daniel prosperó durante el reinado de Darío y durante el reinado de Ciro el persa” (Daniel 6:28). Ahora bien, esto es notable, debido a que el capítulo siguiente retrocede nuevamente a Belsasar. “En el primer año de Belsasar rey de Babilonia tuvo Daniel un sueño, y visiones de su cabeza” etc. (Daniel 7:1). Eso fue mucho antes de Ciro el persa. Luego, en Daniel 8, “En el año tercero del reinado del rey Belsasar” (Daniel 8:1). Y en Daniel 9, “En el año primero de Darío hijo de Asuero” (Daniel 9:1). Hasta el momento todo es normal. A continuación pasamos a los capítulos 10 al 12. “En el año tercero de Ciro rey de Persia, cierta cosa fué revelada a Daniel” etc. (Daniel 10:1 - VM). La primera parte (capítulos 1 al 6) nos lleva hasta el final de una manera general, y la segunda (capítulos 7 al 12) con igual orden; divididas estas partes, no meramente en su forma exterior, sino teniendo la diferencia moral ya explicada, es decir, una externa y la otra interna. El hecho de que esto no es una cosa sin precedente en la Palabra de Dios, es algo familiar para el lector de Mateo 13. Allí, tenemos una presentación ordenada del reino de los cielos bajo ciertas parábolas — siendo la primera de estas una parábola a manera de prólogo. Ahora bien, tomando las otras seis parábolas (pues hay exactamente siete en total), ustedes tienen una división de ellas en dos grupos de tres, el primero de los cuales se refiere al exterior del reino, y el último a las relaciones más internas y ocultas.
Historia Externa E Interna
Esto responde exactamente a lo que tenemos en Daniel. En primer lugar, la historia externa ocurre hasta el final, y, a continuación, la sucede la interna, o aquello que era de interés especial para los que comprendían los modos de obrar de Dios. Esto será suficiente para demostrar que el libro se caracteriza por ese método divino que nosotros deberíamos esperar en la Palabra de Dios. Hay un diseño profundo, que se repite en todas las obras de Dios, y más especialmente a través de Su Palabra. El dedo de Dios mismo es evidente, efectivamente, en lo que Él ha hecho; sin embargo la muerte ha entrado, y “la creación fue sometida a vanidad” (Romanos 8:20 - LBLA). De ahí que nosotros oímos los gemidos de la creación inferior; y, en la medida que ustedes suben en la escala de la vida animal, la miseria es más intensa. El hombre es más consciente y capaz de sentir la miseria que su propio pecado ha traído sobre el mundo, y sobre la creación, de la cual él es hecho señor. Pero en la Palabra de Dios, aunque puede haber equivocaciones y errores de los escribas, estos, en su mayor parte, no son más que pequeños lunares. Ellos pueden oscurecer su luz plena; pero son insignificantes en comparación con el evidente resplandor de lo que Dios da, aun en la versión más imperfecta. Pasando por manos de hombres, nosotros descubrimos, más o menos, la debilidad que está ligada a los vasos terrenales; pero por medio de la gran misericordia de Dios, hay una luz amplia para toda alma honesta.
Pero, volviendo a esta primera gran escena, nosotros tenemos el fracaso completo de la sabiduría del mundo. Se tuvo inusual cuidado, en la corte de Babilonia, de tener hombres entrenados en toda sabiduría y conocimiento. El tiempo había llegado cuando esto se iba a poner a prueba. A Dios le plugo, mientras el gran rey Gentil estaba meditando en su cama, darle una visión de la historia futura del mundo: gratificando, por una parte, su deseo de ver desvelado el curso del mundo de allí en adelante; mientras que, por otra parte, se le hizo sentir la impotencia total de todos los recursos humanos. Fue la oportunidad para que Dios mostrara Su propio poder, y la sabiduría perfecta de la cual incluso un pobre cautivo fue el canal de comunicación. Este es un notable ejemplo de los modos de obrar de Dios. Aquí estaban estos judíos; y el orgulloso rey podría haber supuesto que, si Dios estuviera por ellos, de ninguna manera ellos podrían haber llegado a estar bajo su mano. Pero si los que componen el pueblo de Dios son culpables, no existe nadie cuyas faltas Él expone de mayor manera. ¿Cómo conocemos el mal que Abraham hizo? ¿o David? Sólo de parte de Dios. Él ama demasiado a Su pueblo como para ocultar sus faltas. Es una parte de Su gobierno moral el hecho de que Él sea exactamente el último en poner, o en permitir, un velo sobre lo que le desagrada, incluso en aquellos que Él ama más. Tomen a una familia bien gobernada. ¿Actúa el amor cubriendo la falta del hijo, cuando el hijo debería sentirla? — y debe sentirla si él quiere ser feliz. Así es con el pueblo de Dios. Israel le había abandonado — habían negado su relación con Él; y Dios muestra que Él sintió el pecado de ellos, y que ellos deben sentirlo también. Él los desconoció como pueblo Suyo por un tiempo — los removió de la tierra en que Él los plantó; y ellos eran ahora esclavos de los Gentiles.
Pero, a su vez, su conquistador debe aprender que, después de todo, la mente — el corazón de Dios, estaba con los pobres cautivos. El poder de Dios podía estar con los Gentiles por una temporada, pero los afectos de Dios y Su secreto estaban con los Suyos, aun en la hora de su humillación.
Las circunstancias a través de las que esto fue mostrado, ilustran notablemente los modos de obrar de Dios. El rey sueña un sueño: el sueño se le va. Él llama a sus sabios, y les solicita que le hagan saber el sueño y su interpretación. Pero todo es en vano. Ellos mismos están tan impactados con la irracionalidad de la demanda, que dicen, “no hay quien lo pueda declarar al rey, salvo los dioses cuya morada no es con la carne” (Daniel 2:11). Era imposible cumplir con la petición del rey. Se permitió, de este modo, que todo saliera a la luz en su realidad. La sabiduría de ellos demostró ser infructuosa para lo que se deseaba. Daniel se entera del edicto que fue divulgado, de que los sabios iban a ser llevados a la muerte. Él acude a Arioc, y pide que se le dé tiempo. Pero presten atención a esto — y ello es la característica de la fe — él tiene confianza en Dios. Él no espera hasta que Dios le dé la respuesta antes de decir que él mostraría la interpretación del sueño. Él la ofrece de inmediato. Él confía en Dios, y eso es fe — una convicción fundamentada sobre el carácter conocido de Dios. “El secreto de Jehovah es para los que le temen” (Salmo 25:14 - RVA), y Daniel temía al Señor. Por consiguiente, también, él no se alarmó ante el edicto. Él sabía que Dios, quien dio el sueño, podía recordarlo. Al mismo tiempo, no pretende, en el más mínimo grado, responder él mismo. Tenemos así dos grandes cosas presentadas en Daniel: primero, su confianza de que Dios revelaría el asunto al rey; y en segundo lugar, su confesión de que él no podía. Él va a su casa, y da a conocer el asunto a sus compañeros. Él desea que ellos también “pidiesen misericordias de parte del Dios del cielo en cuanto a este secreto” (Daniel 2:18 - VM). Él le da un valor extraordinario a las oraciones de sus hermanos — los testigos, junto con él, del Dios verdadero en Babilonia. Los hace arrodillarse delante de Dios, así como él mismo toma ese lugar. Pero Daniel, teniendo una fe especial, fue aquel a quien, por consiguiente, Dios honra. “Entonces el secreto fue revelado a Daniel en visión de noche” (Versículos 14 al 19).
Tampoco él va directamente al rey, ni siquiera a sus compañeros, para contarles que Dios le había dado a conocer el sueño. La primera cosa que hace es ir a Dios. El Dios que ha dado a conocer el secreto es Aquel a quien Daniel reconoce de inmediato. Él está en el lugar de uno que adora a Dios. Y permítanme que lo diga: este es el gran objetivo de todas las revelaciones de Dios. No supongan que se trata de hacerme conocer mi pecado y un Salvador satisfaciendo todas las necesidades de mi alma. Lo que Dios obra por medio de Su Espíritu en Sus santos, no es que ellos han de conocer meramente que son librados del infierno, o que deberían andar como Sus hijos. Hay una cosa aún más elevada. Dios hace a los de Su pueblo adoradores de Él mismo; y, si hay una cosa en la que los hijos de Dios fallan más que en ninguna otra, es comprender completamente su lugar como adoradores.
Ahora bien, Daniel entendió esto. Aunque era comparativamente joven, él conocía bien la mente de Dios. Y aquí tenemos este hermoso rasgo. Él pone de manifiesto, en su exultación de alabanza, la mente de Dios; y esto, no tanto en conexión con Su poder — aunque es verdad que Él “cambia los tiempos y las edades; quita reyes y pone reyes” etc. (Daniel 2:21 - LBLA) — sino que sobre lo que su corazón se explaya especialmente es esto: que Él “da sabiduría a los sabios, y conocimiento a los entendidos” (Daniel 2:21 - LBLA). Yo llamo a poner atención a las palabras. Es muy cierto que el Señor mira al ignorante con compasión, y muestra Su bondad a los que no tienen entendimiento. Pero Daniel está hablando de Sus modos de obrar con aquellos cuyos corazones están dispuestos hacia Él; y en el caso de ellos el principio del Señor es, “Al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado” (Mateo 25:29). Nada es más peligroso, en las cosas de Dios, que detenerse bruscamente en la senda en que aprendemos Sus modos de obrar. Lo que detiene a las almas es el hecho de que tienen conciencia de que la verdad es demasiado práctica; y ellas temen las consecuencias; pues la verdad de Dios no es una cosa meramente para conocer, sino para vivir; y el alma retrocede instintivamente debido a los serios resultados presentes que ello conlleva. En el caso de Daniel, el ojo era sencillo, y, por consiguiente, todo el cuerpo estaba lleno de luz. Este es el real secreto del progreso. Dejen que el deseo sea solamente hacia Dios, y el progreso es seguro y constante.
Daniel Explica El Sueño
Entonces, Daniel va a Arioc, y dice, “No mates a los sabios de Babilonia; llévame a la presencia del rey, y yo le mostraré la interpretación” (Daniel 2:24). Por consiguiente, Arioc lleva prontamente a Daniel ante el rey, y dice, “He hallado un varón de los deportados de Judá, el cual dará al rey la interpretación” (Daniel 2:25). El rey le pregunta si es verdad que él es capaz de dar a conocer el sueño y la interpretación. La respuesta de Daniel es hermosa. El conocimiento real, profundo, de los modos de obrar de Dios está acompañado siempre por la humildad. No hay mayor error, ni uno más infundado, de hecho, que la suposición de que la inteligencia espiritual envanece; el conocimiento puede envanecer — me refiero al mero conocimiento. Pero yo hablo de esa comprensión espiritual en la Palabra, que emana del sentido que se tiene del amor de Dios, y procura propagarse, si es que lo puedo expresar de este modo, simplemente porque es amor divino. Daniel da a entender cuán imposible era para los sabios, los astrólogos, los magos, y los adivinos, mostrar el sueño al rey. “Pero hay un Dios en los cielos, el cual revela los misterios, y él ha hecho saber [ni siquiera dice a Daniel, sino] al rey Nabucodonosor lo que ha de acontecer en los postreros días” (Versículo 28). Él deseó que Nabucodonosor supiera el interés que Dios tenía en él. “A ti, oh rey, en tu cama te surgieron pensamientos sobre lo que habrá de suceder en el futuro, y el que revela los misterios te ha dado a conocer lo que sucederá” (Daniel 2:29 - VM). Pero él no se satisface con eso: él añade, “Mas en cuanto a mí, no por sabiduría que haya en mí más que en todos los demás vivientes, me ha sido revelado este secreto, sino a fin de que se haga conocer la interpretación al rey, y para que sepas los pensamientos de tu corazón” (Daniel 2:30 - VM).
Entonces él comienza con el sueño. “Tú, oh rey, tuviste una visión, y he aquí, había una gran estatua; esa estatua era enorme y su brillo extraordinario; estaba en pie delante de ti y su aspecto era terrible” (Daniel 2:31 - LBLA). Él había visto el curso del imperio, no meramente de una manera sucesiva fragmentaria, sino como un todo. En la última parte del libro, tenemos una sucesión señalada más minuciosamente, y los detallados modos de obrar de los diferentes poderes hacia el pueblo de Daniel: pero aquí se trata de la historia general del imperio Gentil.
“La cabeza de esta imagen era de oro fino; su pecho y sus brazos, de plata; su vientre y sus muslos, de bronce” (versículo 32). Es decir, a medida que el imperio se alejaba de la fuente de poder había deterioro. Fue Dios quien dio el gobierno imperial a Nabucodonosor. Por consiguiente, lo que está más cerca de la fuente es visto como ‘la cabeza de oro’. Entra allí, en cierta medida, más de lo que era humano en el imperio persa; ‘el pecho y los brazos de plata’, un metal inferior, y así sucesivamente hasta bajar a las piernas, las cuales son de hierro, y los pies, parte de hierro y parte de barro. Es bastante claro a partir de esto, que, en la medida que descendemos desde la concesión original de poder, hay una degradación gradual.
Pero es bueno indicar ahora uno o dos principios, que creo son de importancia al mirar las Escrituras proféticas. Una de las máximas más comunes, aun entre cristianos, es esta: que la profecía ha de ser interpretada por el suceso — que la historia es el exponente apropiado de la profecía — que cuando las visiones proféticas se realizan en la tierra, los hechos explican las visiones. Este es un principio falso; no contiene ni una partícula de verdad en él. Las personas confunden la interpretación de la profecía con la confirmación de su verdad. Cuando una predicción se cumple, su cumplimiento confirma su verdad, por supuesto; pero eso es una cosa muy diferente de que este cumplimiento la explique. La comprensión apropiada de la profecía es tan difícil después del suceso como antes de él. Por ejemplo, dejen que cualquiera tome las setenta semanas de Daniel. Ese capítulo ha brindado la ocasión para una inmensa controversia y disputa entre los propios creyentes. Uno de sus supuestos más comunes es que todo ya se ha cumplido (lo que no es correcto), y, con todo, no hay nada parecido a un acuerdo entre ellos acerca de su significado.
Mirando nuevamente la profecía de Ezequiel, nosotros encontramos que la dificultad de la profecía surge de una fuente totalmente diferente. La primera parte de Ezequiel se cumplió en los modos de obrar, en ese entonces, de Dios con Israel; se extendió sobre la época cuando Daniel vivió. Pero eso no la explica. Ello es, de hecho, más oscuro que los capítulos finales, los cuales son futuros.
Entonces, ¿qué explica la profecía? Lo que explica toda la Escritura — sólo el Espíritu de Dios. Su poder puede desvelar cualquier parte de la Palabra de Dios. ¿Preguntan ustedes si lo que yo quiero decir es que no tiene ninguna importancia conocer idiomas, entender la historia, etc.? Yo no estoy planteando una cuestión acerca de aprender: ello tiene su uso; pero yo niego que la historia es la intérprete de la profecía, o de cualquier Escritura. Y si hay cristianos que conocen la historia del mundo, o los idiomas originales de la Escritura, es Cristo quien tiene que ver con su inteligencia espiritual, y no su saber o conocimiento. Además, aun si los hombres son cristianos, ello no implica necesariamente que entiendan la Escritura. Ellos conocen a Cristo, pues de otra manera no serían cristianos. Pero una real entrada en los pensamientos de Dios, en la Escritura, presupone que una persona está en guardia contra el ‘yo’, desea la gloria de Dios, tiene confianza plena en Su Palabra, y dependencia del Espíritu Santo. El entendimiento de la Escritura no es una cosa meramente intelectual. Si un hombre no tiene entendimiento en absoluto, él no podría entender nada: pero la mente es sólo el vaso — no el poder. El poder es el Espíritu Santo, actuando en y por medio del vaso; pero debe ser el propio Espíritu Santo quien llene un alma. Tal como se dice, “Y serán todos enseñados por Dios” (Juan 6:45).
Hay una gran diferencia en la medida de la enseñanza, debido a que hay mucha diferencia en la medida de dependencia en Dios. Lo importante es tener en mente que el entendimiento de la Escritura depende mucho más de lo que es moral, que de lo que es de la mente — depende de un ojo sencillo para con Cristo. El Espíritu Santo nunca nos puede dar nada que nos exima de la necesidad de depender y esperar en Dios.
¿Cómo, entonces, hemos de interpretar la profecía? Ella es enteramente independiente de la historia; fue dada para ser entendida antes que llegue a ser historia. Debe ser manifiesto que esto es verdad. La gran mayoría de la profecía es acerca de los terribles juicios que han de caer al fin de este siglo. ¿Qué sucede con las personas que no obtienen provecho por medio de las profecías, hasta que los hechos no hayan sucedido? Es un asunto serio despreciar esto. El creyente que entiende la profecía obtiene una ayuda especial, de la cual carece aquel que la descuida.
Comenzando, entonces, con este gran principio — que es el Espíritu Santo quien nos concede leer la profecía, como estando relacionada con la gloria de Dios, y conectada con Cristo, quien aún será exaltado, y cuya gloria llenará la tierra y los cielos, siendo abatidos todos los usurpadores y los pretendientes al trono — miremos esta escena, como la que nos muestra el curso del mundo, hasta aquel tiempo. En primer lugar, consideren la posición de las partes. Aquí estaba el rey más orgulloso en el mundo. Él se había puesto en marcha a la cabeza de ejércitos victoriosos, antes de la muerte de su padre — antes de que él hubiese entrado apropiadamente en el reino indiviso de Babilonia. Y ahora encuentra expuesta ante sí una esfera de dominio, quizás más allá de su ambición. Él aprende, con certeza, que fue Dios, en Su providencia, quien le había colocado en esta posición. Pero más que eso: él ve expuesta ante él, en unas pocas pinceladas, el cuadro completo del mundo Gentil — los rasgos principales de su historia desde aquel día hasta el día de gloria y juicio que va a suceder. Él le ha mostrado el surgimiento de otro poder vecino, al que ya se había aludido en la profecía; de modo que, por consiguiente, no había ninguna dificultad en absoluto en darse cuenta qué es lo que se quería dar a entender por medio de ello. El profeta Isaías, quien vivió ciento cincuenta años antes de que Ciro naciera, no sólo se había referido por el Espíritu Santo a la nación y al rey de los medos y de los persas, sino que mencionó su nombre. (Isaías 44:28; 45:1).
De nuevo: otro imperio fue predicho, que estaba, en ese entonces, comparativamente en su infancia, o consistía solamente de muchas tribus separadas, sin ningún vínculo estable de cohesión entre ellas — yo me refiero a los griegos. Pero, más notable aún es que el reino, sobre el cual el Espíritu de Dios se extiende bastante, era, en ese entonces, un reino que estaba en un estado meramente embrionario, y, probablemente, el rey de Babilonia ni siquiera lo conocía de nombre. Pues a pesar de que ese reino estaba destinado a desempeñar la parte más grande que haya sido desempeñada alguna vez por un reino en la historia del mundo, ello era, en ese entonces, totalmente oscuro. Ellos se dedicaban a disputas de la clase más insignificante en su lugar de origen y con la vecindad, sin ningún pensamiento acerca de extender su dominio. Por lo tanto, es aún más maravilloso contemplar a aquel gran rey, y al siervo de Dios que estaba ante él, desplegando la historia del mundo.
“Tú, oh rey, eres rey de reyes, a quien el Dios del cielo ha dado el reino, el poder, la fortaleza y la gloria” (Daniel 2:37 - VM). No era cuestión de su propia proeza, ni su sabiduría especial, que él poseía. Si a Nabucodonosor se le había permitido llevarse a estos cautivos — triunfar sobre el poder de Egipto, que había deseado disputar la supremacía del mundo, fue el Dios del cielo quien se lo había dado. “De modo que dondequiera que habitan los hijos de los hombres, las bestias del campo y las aves del cielo, él lo ha dado todo en tu mano, y a ti te ha hecho señorear a todos ellos. Tú eres esa cabeza de oro” (Daniel 2:38 - VM). Se menciona, claramente, la monarquía Babilónica. Dios se había referido a esto por medio de Isaías. Y a Jeremías, quien fue contemporáneo de Daniel, se le había expuesto no sólo la longitud del período que la monarquía Babilónica había de perdurar, sino incluso la sucesión. Estaría Nabucodonosor y su hijo, y el hijo de su hijo. Eso tuvo un cumplimiento notable. De modo que no necesitamos ir más allá de la Escritura para entender la profecía. Se trata del uso correcto, espiritual, de lo que está en la Palabra de Dios, y yo bendigo a Dios por ello. Si ustedes encuentran al hombre más simple que sólo estudia la Biblia con diligencia, en su lengua materna, y es guiado por el Espíritu de Dios, él tiene los elementos y el poder de una interpretación verdadera. Pero no hay duda en cuanto que si un hombre trata de encontrar una interpretación aquí o allá, mediante la ayuda de la historia, de antigüedades, periódicos, y otras cosas, él sólo se está engañando a sí mismo y a sus oyentes. Tal es la sentencia moral universal de Dios sobre el alma que busca, en lo que es del hombre, la llave apropiada a los secretos de Dios. Yo debo encontrarla en Dios mismo, mediante un uso correcto de lo que está en Su propia Palabra.
Yo tuve la curiosidad de examinar a un temprano escritor judío, cuya historia es leída y valorada en todas partes, Josefo, y, encontrando la versión común peculiar, yo examiné el original Griego de su historia, pero encontré aún el mismo sentido extraño. Él sugiere que la cabeza de oro significa Nabucodonosor, ¡y los reyes que fueron antes de él! De esta manera, hay una carencia total en cuanto a la comprensión de lo que la Palabra de Dios dice. El alejamiento de la Escritura, y la permisión de los propios pensamientos, siempre desvía. Babilonia fue hecha un imperio, por primera vez, en la persona de Nabucodonosor, quien abarca aquí, por decirlo así, a los que iban a seguir. “ eres esa cabeza de oro.” No hay ninguna referencia a los reyes que fueron antes de él. A Babilonia nunca se le permitió tener el imperio del mundo hasta el día de Nabucodonosor, por eso era él, y no sus antepasados, quien constituía la cabeza de oro. Él fue aquel en quien el lugar imperial de Babilonia encuentra su comienzo.
En Jeremías 25 no sólo encontramos la época de setenta años de cautiverio, sino que más adelante, en Jeremías 27, la sucesión es mencionada. “Y todas las naciones le servirán a él, a su hijo, y al hijo de su hijo, hasta que llegue también la hora a su propia tierra” (Jeremías 27:7 - LBLA). Sucedió que, después que su hijo Evil-Merodac fue destronado, hubo uno que tomó el trono, no siguiendo el orden de sucesión, sino que fue llamado al trono por el pueblo Babilónico, con una especie de reclamación mediante el matrimonio con la hija de Nabucodonosor. Este hombre reinó por un tiempo, y después de él reinó su hijo, quien fue, por lo tanto, el hijo de la hija de Nabucodonosor, no el hijo de su hijo. Entonces, podría parecer, hasta el momento, que la profecía hubiese fallado. Pero no es así, en absoluto. Unos pocos meses después, el nieto de Nabucodonosor fue llamado al trono. “La Escritura no puede ser quebrantada” (Juan 10:35). Se había dicho, “A él [Nabucodonosor], a su hijo, y al hijo de su hijo” (Jeremías 27:7), y así fue. En Belsasar, el nieto de Nabucodonosor, todo el asunto terminó. Para esto, entonces, la Escritura proporciona todas las partes principales. Así que la profecía explica, de hecho, la historia, pero la historia nunca interpreta la profecía. El hombre que comprende la profecía puede explorar la historia; pero ninguna comprensión de la historia le capacitará para explicar la profecía. Ella podría confirmar la verdad de una predicción a un escéptico, en la medida que ello sea claro. Así, si la historia de la ocupación de Jerusalén, tal como es presentada en las Guerras de Josefo, es una ocupación verdadera, coincidirá, evidentemente, con el anuncio inspirado que nos dio Lucas. Pero es bastante claro que si yo tengo confianza en la Palabra de Dios, yo tengo allí un relato mucho más cierto de ello. En una palabra, la circunstancia de ser anunciado antes del suceso no tiene nada que ver con el asunto. El ojo de Dios vio desde el principio al fin, y a través de la corriente del imperio Gentil; y el lenguaje es claro en las profecías de Daniel, así como en los escritos de los historiadores griegos y latinos. Y esto es tan verdadero que quienes no tienen ninguna simpatía a lo que es de Dios, incluso incrédulos, están obligados a reconocer que todo lo que se relaciona claramente con el tema coincide con lo que Daniel había dicho cientos de años antes de los sucesos.
“Y después de ti, se levantará otro reino inferior a ti” (Daniel 2:39 - VM). No inferior en extensión territorial, sino en esplendor, y quizás más que todo, en la mixtura de control fuera del gobernante, en lugar de un hombre actuando en la convicción de que Dios le había colocado en su lugar de autoridad. Darío (Daniel 6) aceptó el consejo de sujetos inescrupulosos y sufrió amargamente por ello. Si él hubiese percibido el sentido de inmediata responsabilidad para con Dios, la trampa hubiese sido evitada. Los hombres, de forma natural, vacilan ante la autoridad absoluta, principalmente debido a que se trata de un poder incontrolable en manos de un hombre débil y que yerra. Pero suponiendo que fuera uno que tuviera toda la sabiduría y la bondad en su propia persona, nada podría ser más feliz. Esto es exactamente lo que será verdad en el reino del Señor Jesucristo, cuando plena autoridad será puesta en Sus manos, y todos serán bendecidos y según la voluntad de Dios, y cuando la voluntad contraria de los hombres sólo sería rebelión.
Lo que parece confirmar esto es, que cuando descendemos al tercer reino, el macedonio, del cual Alejandro Magno fue el fundador, tenemos allí a un hombre, quien no meramente actuó siguiendo la sugerencia de sus sabios, sino que fue controlado por sus generales. Llegó a ser, de hecho, una especie de gobierno militar — una cosa menos respetable que la interferencia aristocrática de los medos y los persas, y sus leyes inflexibles.
Luego descendemos aún más bajo, y tenemos un cuarto reino, representado por el hierro. “Habrá un cuarto reino, tan fuerte como el hierro; y así como el hierro desmenuza y destroza todas las cosas, como el hierro que tritura, así él desmenuzará y triturará a todos éstos” (Daniel 2:40 - LBLA). Allí, la fuerza es la gran característica del reino, y la calidad del metal es consistente con ello. Pero es un metal de la clase más común — no uno de los metales preciosos; quizás se debe a que el imperio Romano se distinguió por esto: que, nominalmente, fue el pueblo quien gobernaba. No obstante lo despótico que fuera el emperador, él siempre pretendía, por lo menos en teoría, consultar al pueblo y al senado. Incluso bajo el imperio, los Romanos tenían aún la apariencia de su antigua constitución republicana; mientras que, en realidad, no se trataba más que de un individuo que se había investido con todo el poder real.
El Curso Completo Del Imperio
Aquí, entonces, tenemos bosquejado ante nosotros, el curso completo del imperio. Pero se podría preguntar, ¿Cómo sabe usted estas cosas? No se dice que el segundo imperio representa a Media-Persia, o que el tercero a Macedonia, o el cuarto a Roma. Yo creo que sí se dice. Puede ser que no se diga aquí: pero la Escritura no siempre ‘cuelga la llave exactamente en la puerta.’ No es frecuente que encontremos la explicación de una porción en el versículo siguiente. Dios quiere que yo conozca Su Palabra, que me familiarice con todo lo que Él ha escrito, y que me asegure que todo es muy bueno. Instruir en la Escritura, incluso al niño no convertido, es siempre de gran valor. Es como preparar bien lo necesario para un fuego, de modo que sólo una chispa sea necesaria para encenderlo en llamas. Es algo bueno y sano para los cristianos el hecho de ser más minuciosos en instruir a sus hijos en un conocimiento profundo de la Palabra de Dios.
Pero, volviendo a considerar qué luz nos da la Escritura, no necesitamos ir más allá de este libro de Daniel para averiguar los nombres de estos imperios. En el capítulo 5:28, se nos dice, “PERES: Tu reino ha sido roto, y dado a los medos y a los persas.” Allí está, inmediatamente, la respuesta. Encontramos al reino Babilónico sólo tambaleándose y a punto de ser destruido. Se nos dice que los medos y los persas lo sucedieron. Nada más sencillo o más cierto. Las únicas personas de las que alguna vez oí que hallaron dificultades, fueron algunos hombres instruidos quienes se esforzaron en hacer que el imperio de Babilonia se extendiera igualmente a Persia, para hacer que Grecia fuera el segundo, Roma el tercero, y que el cuarto fuera un poder anticristiano distinto y puramente futuro. Otra clase de estos eruditos han contendido en cuanto a que el reino de Alejandro es una cosa, y que el de sus sucesores es otra completamente diferente; de hecho, uno sería el tercero y el otro sería el cuarto; como para hacer incluso el quinto reino (aquel de la “piedra” pequeña) una cosa pasada o presente. Si la Escritura hubiese sido leída y sopesada sin un objetivo, nunca se podrían haber cometido errores como estos. Pero el creyente, en vez de ver en la historia cosas que desconciertan su mente, toma su Biblia, y encuentra la solución antes de que él deje la misma profecía. Pues es claro a partir de Daniel 8:20-21, que el imperio de los medos y persas unidos cede el lugar al reino griego, con su división en cuatro partes luego de la muerte de Alejandro. Este es sucedido, nuevamente, por el cuarto imperio, o Imperio Romano, cuyo rasgo peculiar es que, en su última etapa se lo ve dividido en diez reinos separados. (Daniel 7). ¿Fue éste, alguna vez, el caso con los sucesores de Alejandro? Su reino fue dividido en cuatro, nunca en diez. De este modo tenemos a la profecía explicando la historia; mientras que el uso general que el mero aprendizaje hace de la historia es oscurecer el resplandor de la Palabra de Dios. Pero comprendamos primeramente la Palabra de Dios; y luego, si nos volvemos a la historia, encontraremos que ella entra como un testimonio humano, y confirma, con su débil voz, el testimonio divino. Está obligada a hacerlo así. De esta manera, el hombre que no conoce la historia está de pie sobre un terreno, por lo menos, tan bueno como quienes son doctos, pero encuentran dificultades. Él no está confundido como lo están los otros, quienes miran a través de la bruma de sus propias especulaciones.
El Reino Macedonio O Griego
En el tercer reino se introduce un rasgo que no está en el segundo. “Se enseñoreará de toda la tierra” (Daniel 2:39 - VM). ¡Cuán notablemente se cumplió esto en el reino Macedonio o griego! Porque, aunque Ciro fue un gran conquistador, lo fue enteramente en la región donde él vivió. Él subyugó a la totalidad de esas partes que están al norte de Media y Persia, y también en dirección al sur, así como al oeste. Todo eso fue verdad; pero él nunca salió, hasta donde yo sé, de los límites de Asia.
Pero vemos ahora un reino caracterizado por una extraordinaria rapidez de conquista. Uno podría desafiar a todas las edades a mostrar algo que cumpla esta profecía, del modo que el reino de Alejandro lo hizo. En el curso de unos pocos años, ese hombre notable invadió casi la totalidad del mundo conocido en ese entonces. Él incluso lamentó, tal como sabemos, el hecho de que no tuviese otro mundo para conquistar. Este es un comentario llamativo sobre lo que tenemos aquí. ¿Necesitamos acudir a la historia para todo ello? No. Nosotros encontramos en este mismo libro la explicación. En Daniel 8:20-21, se demuestra que el tercer imperio es el imperio griego. “En cuanto al carnero que viste, que tenía dos cuernos, éstos son los reyes de Media y de Persia.” Allí tienen, también, una confirmación de lo que dije antes, en cuanto al segundo reino. Pero cuando este carnero estaba allí, vino un fiero macho cabrío que tenía un notable cuerno grande entre sus ojos. Con el único cuerno que tenía en su cabeza, él embiste contra el carnero, quien representaba a estos reyes de Media y Persia. Tenemos aquí el tercer reino, que iba a dominar “sobre toda la tierra.” ¿Cuál es su nombre? El versículo 21 del capítulo 8 nos da la respuesta. “El macho cabrío del pelo áspero es el rey de Grecia; y el cuerno grande que tenía entre sus ojos es el rey primero” (Daniel 8:21 - VM). No necesitamos la historia para explicar la profecía. Tenemos aquí la respuesta distintiva, positiva, obtenida de la Palabra de Dios, en cuanto a cuál es el tercer reino; y toda investigación verdadera que ustedes puedan hacer en la historia solamente confirmará esto, pero ustedes no la necesitan. Si ustedes toman su posición sobre la Palabra de Dios, ustedes están sobre un terreno que ninguna historia puede tocar ni por un solo instante. Dios, quien da el único relato seguro, muestra que el Imperio medo-persaes seguido por el Imperio Griego. El único gran cuerno del último es quebrado, y “en su lugar salieron otros cuatro cuernos notables hacia los cuatro vientos del cielo” (Daniel 8:8). El reino de Alejandro, a su muerte, fue dividido en cuatro grandes partes, por las que sus generales lucharon. Ustedes tienen la pequeñez relativa de ellos en presencia de Alejandro. La siguiente pregunta es, ¿Qué iba a seguir después de eso? ¿Qué otro gran imperio iba a sucederlo: y ese, el último imperio antes de que Dios establezca Su reino? La historia del Antiguo Testamento finaliza antes de que comience el tercer reino. Los últimos hechos registrados históricamente están en el Libro de Nehemías, mientras el persa era aún el gran rey, es decir, el segundo imperio era todavía supremo. Pero la historia del Nuevo Testamento comienza, y ¿qué es lo que se encuentra allí? Yo sólo tengo que leer el comienzo de Lucas, y oigo acerca de otro gran imperio que está gobernando en ese entonces. “Aconteció en aquellos días, que se promulgó un edicto de parte de Augusto César, que todo el mundo fuese empadronado” (Lucas 2:1). Allí tenemos, inmediatamente, el cuarto reino, sin requerir preguntarle a la historia por ello. Hay un cuarto reino, y la Palabra de Dios muestra que es universal; este reino convoca a los hombres a través del mundo para ser inscritos en su registro, y Dios se encarga de que deba haber un reconocimiento legal incluso de Su propio Hijo habiendo nacido en ese entonces.
El Cuarto Reino — El Romano
El cuarto reino, entonces, fue el Imperio Romano. Cuando yo conozco eso a partir de la Escritura, puedo acudir a la historia, la cual me dice que fue el Imperio Romano el que aplastó el poder de Grecia. Ellos consiguieron que los griegos se les unieran para derrotar a los macedonios, y luego se volvieron contra los griegos, y pronto los sometieron.
Después, los Romanos extendieron sus conquistas por toda Asia. ¿Qué dice Dios acerca de esto? “Y habrá un cuarto reino, tan fuerte como el hierro; y así como el hierro desmenuza y destroza todas las cosas, como el hierro que tritura, así él desmenuzará y triturará a todos éstos” (Daniel 2:40 - LBLA). Y si la gente deja entrar la historia, ¿pueden ver las cosas más claramente? ¿Dónde pueden ellos mostrar una descripción tan justa de aquel imperio como la que Dios da aquí? Un historiador bien conocido, hablando acerca de los imperios, los describe en las imágenes más vivas, derivadas de estos mismos símbolos de Daniel el profeta. Él no pudo encontrar figuras tan aptas como las que el Espíritu de Dios había ya consagrado para su uso, aunque todos saben que no fue por falta de imaginación, ni por el deseo de acreditar la Escritura.
Incluso esto no es todo lo que Dios nos da. “Y así como el hierro desmenuza y destroza todas las cosas, como el hierro que tritura, así él desmenuzará y triturará a todos éstos” (Daniel 2:40 - LBLA). Nunca hubo una descripción que fuera, tan sin rodeos, a lo fundamental del asunto. Yo podría citar pasajes de antiguos escritores Romanos, que demuestran que ellos mismos dieron un relato de su propio imperio y su política, en términos substancialmente similares.
Pero hubo algo que ellos no pudieron decir, y que estaba más allá de lo que el hombre podía prever. Ese poder que se distinguió por sobre todos los otros por su fuerza en combatir a todo el que se levantaba contra él, cualquiera que fuese su amabilidad para con aquellos que se inclinaban ante el conquistador — ese mismo poder es descrito aquí de este modo — “Y como viste que los pies y los dedos eran en parte barro de alfarero y en parte hierro, el reino será dividido entre sí” (Daniel 2:41 - VM). Los Romanos no nos cuentan esto. La historia no siempre es un orador veraz. Aquellos que describen la política de su propio país no son, en general, muy confiables. Si existió aquello que amenazaba con la extinción, ellos se agradan en ocultarlo así como estuvieron dispuestos a jactarse de cualquier cosa que evidencie su audacia, fuerza, y gloria; pero Dios cuenta todo; y encontramos que el mismo imperio, que había de ser tan celebrado por su fuerza asombrosa, va a exhibir, también, la debilidad inherente más grande. “Pero habrá en él de la fortaleza del hierro, por lo mismo que viste que hierro iba mezclado con el barro gredoso. Y como los dedos de los pies eran en parte de hierro, y en parte de barro, así por una parte el reino será fuerte, y por otra parte endeble. Asimismo como viste el hierro mezclado con barro gredoso, así las dos partes se mezclarán con la simiente humana [alianzas humanas]; mas no se unirá una parte con la otra; del mismo modo que el hierro no se mezcla con el barro” (Daniel 2:41 al 43 - VM).
El hierro era el elemento original; el barro fue introducido posteriormente, y no perteneció, propiamente, a la gran estatua de metal: era un ingrediente extranjero. ¿Cuándo y de dónde vino este ingrediente? Yo creo que el Espíritu de Dios, al utilizar la figura del barro no se refiere al elemento Romano original, el cual tenía la fuerza del hierro, sino a las hordas bárbaras, que irrumpieron en un período posterior, debilitando el poder Romano, y formando, gradualmente, reinos separados. Yo sólo puedo, sin embargo, declarar esto como siendo mi propio juicio, basado en el uso general del lenguaje e ideas de la Escritura. Tenemos lo que no era propia y originalmente Romano, sino que fue introducido desde otra parte: y es la mezcla de los dos elementos lo que causa la debilidad, y que conduce, finalmente, a la división. Estas hordas de bárbaros, que se abrieron paso al principio, profesaron no ser conquistadores, sino huéspedes de Roma, y finalmente se establecieron dentro de sus límites. Esto fue lo que condujo, posteriormente, a la división del imperio en varios reinos independientes separados, cuando el poder y el orgullo de la Roma imperial fueron quebrantados. Más tarde, Carlomagno, abrigó el deseo de un imperio universal, y él trabajó duramente para lograrlo; pero fue un fracaso; y todo lo que adquirió en su vida fue separado en su muerte. Otro hombre lo intentó en nuestros propios días; quiero decir, por supuesto, el exiliado de la isla Santa Helena (Napoleón). Él tuvo como objetivo la misma monarquía universal. ¿Cuál fue el problema? Su éxito tuvo aún más corta vida. Todo fue completamente desmenuzado en sus componentes originales antes de que él hubiera respirado por última vez. Y así continuará en lo principal, hasta el momento del que hablamos aquí, pero que es explicado más plenamente en el Libro del Apocalipsis.
Esto es, yo creo, lo que la Escritura establece acerca del asunto. Habrá, antes de que finalice la edad, la unión más notable de dos condiciones aparentemente contradictorias — una cabeza universal del imperio, y, además, reinos independientes separados, cada uno de los cuales tendrá su propio rey; pero ese único hombre será el emperador sobre todos estos reyes. Hasta que ese tiempo llegue, cada esfuerzo hecho para unir los diferentes reinos bajo una cabeza será un fracaso total. Incluso entonces, ello no será la fusión de todos ellos juntos en un reino, sino que cada reino independiente tendrá su propio rey, aunque todos sujetos a una cabeza. Dios ha dicho que ellos se dividirán. Entonces, esto es lo que se nos muestra, “pero no se unirán el uno con el otro, como el hierro no se mezcla con el barro” (Daniel 2:43). Y si ha habido alguna vez una porción del mundo que ha representado este sistema incoherente de reinos, podemos mencionar a la Europa moderna. Mientras el hierro predominó, hubo un imperio: pero luego entró el barro, o el material extranjero. A consecuencia del hierro habrá una monarquía universal, mientras que a consecuencia del barro habrá reinos separados.
“Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre” (Daniel 2:44). Tomen nota de esas palabras, “en los días de estos reyes.” Ellas son una respuesta completa a quienes han tratado de hacer que esto se refiera al nacimiento de Cristo, y a la introducción de lo que ellos llaman el reino de la gracia. En el tiempo del que se habla aquí en este versículo 44 de Daniel 2, el imperio es desmenuzado y dividido. ¿Fue éste el caso cuando el Señor nació? ¿Se pudo decir en ese entonces, “en los días de estos reyes”? Nada parecido. Roma estaba, en ese entonces, en la plenitud de su poder, no había la más mínima brecha evidente a través de todo el imperio. Sólo había un gobernante, sólo una voluntad predominante. No fue, por lo tanto, “en los días de estos reyes”. Entonces, ¿a qué se refiere el versículo? Yo creo que se refiere a la escena final del Imperio Romano: no al tiempo cuando Cristo nació, sino a cuando Dios “otra vez vuelve a traer el Primogénito al mundo” (Hebreos 1:6 - VM) — cuando el Señor es vuelto a traer, no como el Nazareno a sufrir y a morir, sino cuando Él regresa con poder divino a juzgar. La piedra que fue cortada “(no con mano de hombre)” (Daniel 2:34 - VM), aunque en un sentido es aplicable a Él en cualquier época, es aplicable, real y plenamente, en ese entonces. Nosotros tenemos aquí la interpretación. No se refiere a Su persona, tanto como al reino que el Dios del cielo establecerá en Él y por medio de Él. Indudablemente Él es la piedra; pero esta es una piedra destructiva extinguiendo los reinos de la tierra. ¿Puede alguien negar esto? La piedra fue “cortada del monte sin ayuda de manos,” y, “desmenuzó el hierro, el bronce, el barro, la plata y el oro” (Daniel 2:45 - LBLA). ¿Fue ese el caso cuando Cristo nació? ¿Atacó Cristo el Imperio Romano? ¿Lo destruyó Él? Por el contrario, Cristo fue muerto, y su delegado fue el medio oficial de Su crucifixión. La imagen, podríamos decir, lo hirió a Él, en vez de que Él hiriese la imagen. Semejante interpretación es indigna de una atención seria.
La piedra cae sobre los pies de la imagen, cuyos dedos eran en parte de hierro y en parte de barro (Daniel 2:42); es decir, cae sobre la última condición del Imperio Romano. Después de todas las divisiones, la piedra lo hiere. De este modo, la acción no es gracia, sino juicio. No se trata de un sembrador sembrando semilla, para producir vida; aún menos se trata de levadura esparciéndose sobre ciertos límites. Su golpe cae destructivamente sobre la imagen y la desmenuza completamente. Es evidente, entonces, que no se trata aquí de la primera venida de Cristo. Su nacimiento es pasado completamente por alto. Ocurrió durante el curso del Imperio Romano y de ninguna manera lo destruyó. Mientras que lo que lidiará con el Imperio Romano, no obstante, es la venida del Señor Jesucristo en un día que es futuro.
Pero, algunos dirán, ¿cómo puede ser eso? El Imperio Romano no existe ahora. Pero, permítanme preguntar, ¿Como demuestra esto que no habrá un Imperio Romano? ¿Pueden ustedes probar que el Imperio Romano no va a resurgir? Lo que se me da a entender aquí es que el hierro, el barro, el bronce, la plata, y el oro, fueron desmenuzados totalmente, “y quedaron como el tamo de las eras en verano” (Daniel 2:35 - LBLA).
Además, en el Apocalipsis se nos dice que la bestia, representando el poder imperial de Roma, es caracterizada notablemente como “la bestia que era y no es, y será” (Apocalipsis 17:8). La última cláusula, que en la versión inglesa se traduce tan oscuramente “y sin embargo será,” debería ser, “y estará presente.” No hay ninguna duda acerca de esto, en absoluto: ningún hombre que conoce adecuadamente el Apocalipsis lo discutiría. De ser así, resulta que la bestia, o imperio que existía, cuando Juan estaba allí, iba a estar en un estado de inexistencia, y luego iba a aparecer de nuevo, ascendiendo del pozo del abismo. Es decir, será el poder de Satanás el que cumplirá la reunión de los fragmentos que componen el Imperio Romano. Y es notable que cuando la bestia es vista nuevamente, este capítulo 17 [de Apocalipsis] muestra que habrá diez reyes quienes estarán de acuerdo en entregar su poder a “la bestia,” o a la persona, levantada en ese entonces por Satanás para organizar y gobernar el imperio. Él utilizará este vasto poder contra Dios y el Cordero; toda apariencia de cristianismo será destruida, la idolatría será restaurada, y el Anticristo será establecido. Entonces, por decirlo así, Dios dirá, «Ya no voy a soportar más esto; Mi hora ha llegado.» El Señor Jesús dejará Su lugar a la diestra de Dios, y ejecutará juicio sobre estos viles fingidores.
En los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino ... ; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre” (Daniel 2:44). La primera acción de esta piedra es destruir. No se trata de un asunto de salvar almas; se trata de juicio y destrucción: de abatir reinos y todo lo que se exalta a sí mismo contra el Dios verdadero.
Imperios Sucesivos Existiendo Al Final
Pero, una dificultad puede surgir aquí en cuanto a cómo es que, cuando este golpe destructivo cae, nosotros tenemos el oro, la plata, y el bronce, todos juntos mezclados, con el hierro y el barro — como si esos imperios sucesivos existiesen juntos al final. La verdad es que aunque Babilonia, por ejemplo, perdió su lugar imperial, ella existió subordinadamente bajo los poderes que la sucedieron; y así con cada uno de los siguientes imperios hasta Roma. (Comparen con Daniel 7:11-12). De modo que cuando el juicio final del cuarto imperio tiene lugar, habrá aún representantes de sus tres imperios predecesores, distintos de él mismo. Y esto hace evidente que por medio del último imperio se da a entender lo que es exclusivamente occidental, y no lo que había pertenecido a los imperios anteriores.
De esta manera, es la gran sede de la civilización moderna (es decir, los diez reyes de la bestia) la que será la escena de esta tremenda apostasía. Y esto será permitido en la sabiduría judicial de Dios, porque los hombres no han recibido “el amor de la verdad para ser salvos” (2 Tesalonicenses 2:10). Dios les enviará “un poder seductor que les hace creer en la mentira” (2 Tesalonicenses 2:11 — BJ): “para que sean condenados todos aquellos que no creen a la verdad, sino que se complacen en la injusticia” (2 Tesalonicenses 2:12 - VM). Yo no tengo ninguna duda de que esta es la historia futura del mundo, con la autoridad de la Palabra de Dios. Esta notable profecía nos hace descender desde el primer comienzo del poder imperial, y nos muestra, finalmente, en los últimos días, antes de que Dios establezca Su reino, el juicio del mundo tal como es, cuando Dios tratará con los vivos, no meramente con los muertos. Él “juzgará al mundo en justicia, por medio de un Hombre a quien ha designado, habiendo presentado pruebas a todos los hombres al resucitarle de entre los muertos” (Hechos 17:31 - LBLA).

Capítulo 3

Destino De Los Grandes
Poderes Gentiles
Declaración de Hechos Históricos
Los capítulos que llenan el intervalo entre Daniel 2 y Daniel 7 están dedicados a la exposición de hechos históricos, y, por lo tanto, parecería, a primera vista, que no tienen carácter profético. Pero debemos tener en cuenta que la Escritura, en general, tiene un alcance infinitamente más amplio que la simple exposición de circunstancias, por muy instructivo e importante que esto sea moralmente. Efectivamente, esto es verdad de toda la Biblia. Tomen un libro como Génesis, por ejemplo. Aunque es un libro claramente histórico, y una de las narraciones más simples en la Biblia, con todo, sería un error despojarlo de una perspectiva del futuro más distante. Tenemos al Espíritu de Dios en el Nuevo Testamento, refiriéndose una y otra vez a sus hechos más significativos. Así, en el incidente de Melquisedec, vemos la aplicación que el Espíritu Santo le da en la Epístola a los Hebreos, y la mención a este incidente en otras partes de la Escritura. Un sacerdote y rey, dos caracteres que a menudo estaban unidos en aquellos días, encuentra a Abraham a su regreso de la derrota de los reyes, saca un adecuado refrigerio para los vencedores, pronuncia bendición en el nombre de Aquel cuyo sacerdote él era, y recibe, también, diezmos de Abraham. Sin embargo, debemos recordar que la Palabra de Dios razona acerca esto, como siendo una indicación de un vasto cambio que ya ha llegado, y deja abierto el campo para bastante más, mirando adelante hacia el día de Cristo, del modo que yo lo concibo. En la Epístola a los Hebreos, donde el tema del sacerdocio de Cristo, estando ahora en el cielo, es tratado, apenas se hace referencia a algunos rasgos importantes del tipo del Antiguo Testamento, pero no son aplicados. El tenor principal allí es demostrar, a partir de las Escrituras judías, un carácter más elevado de sacerdocio que el de Aarón — un sacerdocio que no se obtenía de ningún predecesor, ni se traspasaba a un sucesor. Yo sólo me refiero a esto para demostrar que la Escritura da un valor típico (¿y qué es eso, en otras palabras, sino un valor profético?) a lo que podría parecer un relato auténtico de un suceso histórico. Tal carácter es el que yo reclamo para estos hechos en el libro de Daniel. Porque está claro que, si en los libros más sencillos de la historia inspirada, tales como Génesis o Éxodo, donde la profecía no es el objeto ostensible o el rasgo peculiar marcado, ustedes tienen incidente tras incidente claramente utilizados en el Nuevo Testamento prefigurando cosas buenas por venir, podemos inferir con aún más fuerza que, en una profecía como esta de Daniel, nosotros no sólo hemos de leer las visiones como siendo directamente proféticas, sino también los hechos relacionados con ellas como imbuidos de un espíritu similar. Sería fácil presentar ejemplos análogos sacados de otra parte de la Escritura. Demos una mirada, por un momento, a la profecía de Isaías. Allí, después de una larga serie de notas proféticas, ustedes tienen una interrupción. Algunos hechos históricos bien conocidos son relatados — la invasión y destrucción de los Asirios; y, en cuanto a Ezequías, su enfermedad y su recuperación, el prodigio hecho en la tierra, y la visita de la embajada enviada por el rey de Babilonia. Luego ustedes tienen la reanudación de la profecía, y continuando ella en su curso. Se podría demostrar fácilmente que los hechos relatados de Senaquerib y Ezequías tienen una aplicación clara y muy instructiva sobre las profecías en medio de las cuales ellos están intercalados. De modo que considerarlos meramente como hechos introducidos históricamente en una conexión semejante, y, sin una razón adicional o más profunda, dividiendo una mitad del libro de la otra, sería desposeerlos de, por lo menos, la mitad de su valor. ¿Soy yo demasiado audaz, por lo tanto, al asumir como una verdad general, aplicable a la Palabra de Dios como un todo, el hecho de que la Escritura no ha de ser rebajada a un mero relato de hechos que ella registra, sino que aquellos hechos fueron escogidos expresamente en la sabiduría de Dios, y fueron presentados en una manera ordenada, con el propósito de representar los terribles modos de obrar del hombre y Satanás, y las escenas gloriosas delante de la mente de Dios, que han de ser escenificadas nuevamente en el postrer día? Y si este es el caso con la porción estrictamente histórica de la Palabra de Dios, sólo es razonable que ello sea enfáticamente verdadero de un libro profético tal como este.
No obstante, la evidencia de esto aparecerá mucho más mientras nosotros seguimos los hechos tal como son presentados aquí. Veremos entonces cuál es la conexión, y cuál la verdadera aplicación, de los capítulos mismos, de mejor forma que mediante elaboradas presunciones que uno pudiera reunir de otras partes de la Palabra de Dios. Porque ese es, y debe ser, el testimonio más grande de todos dado al significado real de la Escritura. La verdad revelada es como la luz. No es que requiera iluminación desde afuera para que nos permita conocer lo que ella significa, sino que se muestra a sí misma. Ustedes no necesitan un cirio o una antorcha proporcionadas por el hombre para descubrir la luz del día. El sol, ya que no carece de ninguna luz, eclipsa enteramente todas las ayudas artificiales semejantes; brilla por sí mismo y señorea en el día. Por esto es que, en cualquier parte que ustedes encuentren un hombre capacitado para ver, la verdad se recomienda a sí misma. Él tiene, lo que el evangelista Lucas llama, un corazón sincero (“Y lo que cayó en la buena tierra, son los que, habiendo oído la Palabra, la retienen en un corazón bueno y sincero.” Lucas 8:15 — NTHA), y tiene, también, aquello de lo cual otras Escrituras hablan como un ojo “sencillo” (“La lumbrera del cuerpo es el ojo; si, pues, tu ojo fuere sencillo, todo tu cuerpo estará lleno de luz.” Mateo 6:22 - VM). Dondequiera que la verdad se aplique realmente sobre un hombre que esté abierto a recibirla como la preciosa luz de Dios en Cristo, ambos responden mutuamente a cada uno. El corazón está preparado para ello — lo desea; y cuando la verdad es oída, el corazón se inclina ante ella, la recibe, y disfruta de ella. Cuando el corazón, por el contrario, está ocupado de sí mismo, o se ocupa del mundo, no hay ninguna verdad que lo pueda blandear. La voluntad del hombre está trabajando; y eso es el enemigo constante, invariable, de Dios. Por lo tanto se dice (Juan 3) que ningún hombre puede ver el reino de los cielos, o entrar en él, sin haber nacido de nuevo — nacido de agua y del Espíritu. Es decir, debe haber una obra directa, positiva, del Espíritu Santo, tratando con el alma, juzgándola y dándole una nueva naturaleza, la cual tiene una afinidad tan decidida por las cosas de Dios, como la antigua vida la tiene por las cosas del mundo. El Espíritu actúa sobre la nueva criatura, y da inteligencia; y la verdad es, podemos decir, su sustento natural.
Yo no dudo, por consiguiente, que nosotros encontraremos, en este tercer capítulo de Daniel, tal como en los tres capítulos que siguen, que cada uno de ellos tiene sus rasgos distintivos; y que estos no fueron vistos meramente en lo que estaba sucediendo en los días de Daniel, sino que fueron registrados por el profeta para indicar el curso que está ahora en el pasado, y el destino futuro de los grandes poderes Gentiles. Nosotros debemos verlos a la luz de las profecías que los rodean — debemos tomarlos, no como hechos anotados al azar, como cualquier hombre podría hacerlo. En resumen, Dios los ha dado aquí, ligados de la manera más íntima con la profecía donde ellos se encuentran.
Sistema De Gobierno Imperial
En el capítulo 2 de Daniel nosotros vimos los tratos soberanos de Dios con un hombre, levantado de entre los Gentiles, para ser el delegado de Su autoridad. Esto toma una nueva forma, como consecuencia de que el pueblo de Israel y sus reyes demostraron definitivamente ser indignos del propósito y llamamiento de Dios. Inmediatamente después, Dios introduce el sistema imperial de gobierno en el mundo. No se trató solamente de permitirle a una pequeña nación que creciera en poder, y que fuera el terror de sus vecinos; o de crear un feliz ejemplo de los modos de obrar de Dios. A un gobernante se le permitió ser el dueño del mundo — un gran soberano, no sólo poderoso él mismo, sino un señor sobre reyes, quienes no fueron sino subordinados o satélites. Esto comenzó con Nabucodonosor, y caracterizó a los imperios Gentiles. Aquí podría surgir una objeción, y es con referencia a que nosotros no hallamos un poder semejante existiendo ahora. Eso es verdad. No existe un gobierno imperial semejante en el mundo, ni tampoco lo ha habido desde la caída de Roma; aunque ha habido ciertos pretendientes a ello. Pero ello ha fracasado. El Libro del Apocalipsis nos muestra esta interrupción. Hubo, una vez, un gobernante semejante, mientras Roma imperial subsistió — uno que tuvo a reyes como sus siervos. Pero ahora hay un intervalo, cuando todo eso ha terminado. Con todo, ello va a resurgir. Y esto, yo creo, es un gran hecho que el mundo aguarda actualmente. Tomará a los hombres por sorpresa; y cuando se haya cumplido, será el medio de concentrar el poder de Satanás, y de llevar a cabo sus planes en la tierra.
Todo esto tiene un interés muy serio para nosotros. Nos encontramos cerca de la crisis en la historia del mundo, e incluso los que buscan señales reconocen que nos estamos acercando al final de la edad, y de los tiempos de los Gentiles. La reorganización del imperio no está muy lejana. Y es solemne recordar que, una vez que haya resurgido, no será una mera repetición de lo que se ha hecho antes; sino que el poder de Satanás se presentará de una manera jamás presenciada aún. Dios enviará un poder engañoso para que los hombres crean en la mentira, porque ellos no creyeron en la verdad sino que se complacieron en la injusticia. (2 Tesalonicenses 2:11-12). Muchos de mis hermanos cristianos pueden pregonar el hecho de que yo hablo de manera muy poco caritativa. Sin embargo, la Palabra de Dios es más sabia que los hombres. No es un pensamiento mío, ni de ningún otro hombre. Ningún hombre habría reunido tal perspectiva desde su propia mente. Pero Dios lo ha revelado muy claramente. La gente puede invocar las obras maravillosas de Dios de los últimos tiempos en uno y otro país distante; y la respuesta de bendición que está, por decirlo así, resonando desde algunos sectores cercanos a nosotros. Pero estas cosas no contradicen, de ninguna manera, lo que se ha indicado. Cuando los hombres se acercan al borde de algún cambio grandioso, siempre podemos ver que estas dos cosas van juntas. Por una parte, el poder general del mal aumenta, y la soberbia del hombre se acrecienta a una altura inaudita. Por otra parte, el Espíritu de Dios obra enérgicamente, ganando almas para Cristo, y separando los que van siendo salvos de la destrucción que es el fin necesario del pecado y la soberbia. De ahí que yo creo que, cuando cualquier crisis del mal está cerca, lo que nosotros debemos esperar es el aumento de bendición de parte de Dios, durante el tiempo de incertidumbre que precede inmediatamente al juicio.
Pero, volviendo al tema inmediato del capítulo, vemos que el poder imperial está en manos de los Gentiles; y lo que primero se dice de ese poder es que fue utilizado para erigir la idolatría — más bien, que se abusó de él, para dar a la idolatría un esplendor sin precedente en el mundo antiguo. Y esta es una consideración muy humillante: la conexión evidente entre el ídolo de oro que Nabucodonosor levantó en el campo de Dura, y la imagen que él había visto en las visiones de la noche. Es verdad que la imagen que él hizo no fue una copia exacta. No obstante, ¿no es algo grave encontrar que la primera cosa que Nabucodonosor hace, por lo que la Escritura nos presenta, es ordenar que se levante una imagen de oro, para que todos los pueblos, las naciones, y las lenguas, puedan postrarse y adorarla? Una cosa, por lo menos, es clara: si la cabeza de oro de esa gran imagen había sugerido el pensamiento o no, de ninguna manera ello fue un obstáculo para él. Al contrario, hallamos aquí que la autoridad que Dios había puesto en sus manos es desviada para un uso horrendo. Yo creo que la razón fue esta: Nabucodonosor, según la carne, fue tan sabio como voluntarioso. Él estaba situado, evidentemente, en un lugar que ningún hombre había ocupado anteriormente. No sólo era el soberano de un vasto reino, sino que era el amo absoluto de muchos reinos, que hablaban diversas lenguas, y que tenían todo tipo de costumbres y políticas opuestas. ¿Que se debía hacer con ellos? ¿Cómo iban a ser mantenidas y gobernadas, todas estas varias naciones, bajo una sola cabeza? Existe una influencia que es más poderosa que cualquier otra cosa, la cual, si es común, une a los hombres estrechamente; pero que, si hay divergencia, por el contrario, más que cualquier otra cosa, enfrenta personas contra personas, casa contra casa, hijos contra padres, y padres contra hijos, no, más aún, maridos y esposas, unos contra otros. No hay ningún trastorno social que se pueda comparar con el que se produce por una diferencia de religión. Por consiguiente, a fin de evitar un peligro tan grande, la unión en la religión fue la medida que el diablo insinuó en la mente del político Caldeo como el vínculo más seguro de su imperio. Él debe tener una influencia religiosa común para unir estrechamente los corazones de sus súbditos. Con toda probabilidad, a su juicio, ello era una necesidad política. Unirlos en adoración, unir todos los corazones inclinándose delante de uno y el mismo objeto, y habría algo que daría la esperanza y la oportunidad de consolidar todos estos fragmentos esparcidos en un todo. En consecuencia, él proyecta la idea de la magnífica imagen de oro para el campo de Dura, cerca de la capital del imperio: y es allí donde él cita a los principales varones, a los sátrapas, a los magistrados, y a los capitanes, los oidores, los tesoreros, y los consejeros, a los jueces y a todos los gobernadores de las provincias, a todos los que tenían poder y autoridad, para que se reunieran a la dedicación. Él rodeó esto, también, con todo lo que podía atraer a la naturaleza y actuar sobre los sentidos. Toda clase de música debe contribuir a la escena. Cuando el son de la bocina, de la flauta, del tamboril, del arpa, del salterio, de la zampoña, etc., se oyera, esta era la señal para que los representantes de este vasto reino se postrasen y adoraran “la estatua de oro que el rey Nabucodonosor ha levantado” (Daniel 3:5). El hombre no puede hacer más que un ídolo; él ni siquiera puede descubrir al Dios verdadero. Si se trata de obtener el homenaje del mundo, la única cosa que entusiasmará a los hombres, en gran escala, debe ser algo de su creación, algo adaptado a la naturaleza del hombre tal como él es. Ustedes no pueden unir corazones que son veraces con los que son falsos. Pero si el Dios verdadero es excluido, Satanás está allí para encontrar algo que, si es introducido mediante la autoridad del hombre, puede mandar casi todo el asentimiento universal. Así fue en este caso. Por lo tanto, la autoridad del imperio fue presentada, y a todos se les ordenó adorar la imagen de oro, bajo pena de muerte. “¡Quienquiera que no cayere y la adorare, en aquella misma hora será echado en medio de un horno ardiendo en fuego!” (Daniel 3:6 - VM).
“Por lo cual, al oír todos los pueblos el son de la bocina, de la flauta, del tamboril, del arpa, del salterio, de la zampoña y de todo instrumento de música, todos los pueblos, naciones y lenguas se postraron y adoraron la estatua de oro que el rey Nabucodonosor había levantado” (Daniel 3:7).
Pero hubo algunos que estaban aparte de esa multitud idólatra; muy pocos, ¡desgraciadamente!, aunque, sin duda, hubo otros que estaban ocultos. Podemos ser lo suficientemente audaces como para decir que hubo uno que no es mencionado aquí — el propio Daniel. No obstante este hecho, sus tres compañeros no estaban allí; y esto los hizo desagradables para los demás; especialmente, a causa de que su posición, exaltada como ella era en la provincia de Babilonia, los exponía a mayor notoriedad pública. Por supuesto que ellos fueron destacados para disgusto del rey. “Por esto en aquel tiempo algunos varones caldeos vinieron y acusaron maliciosamente a los judíos” (Daniel 3:8). Luego, ellos recordaron al rey el decreto que él había hecho, y añaden, “Hay unos varones judíos, los cuales pusiste sobre los negocios de la provincia de Babilonia: Sadrac, Mesac y Abed-nego; estos varones, oh rey, no te han respetado; no adoran tus dioses, ni adoran la estatua de oro que has levantado. Entonces Nabucodonosor dijo con ira y con enojo que trajesen a Sadrac, Mesac y Abed-nego” etc. (Daniel 3:12-13).
Ahora bien, me parece que este es un hecho de gran importancia. El uso que el Gentil hace de su poder es establecer una religión relacionada con las políticas del reino, una religión para propósitos terrenales presentes. Donde éste es el caso, no se puede dejar a la religión entre Dios y la conciencia. Ya no se trata de tener una convicción real en cuanto a Dios y a Su verdad, ni tampoco hay libertad allí para juzgar la impostura. La adoración ideada por el rey Gentil es impuesta a los súbditos bajo pena de muerte.
Es posible que haya ciertas cosas que obstaculicen, por una temporada, los resultados naturales de la voluntad del mundo en tener su religión condenada. Y este ha sido el caso por algún tiempo. Durante los últimos cincuenta años y más, todos saben que ha habido un cierto sistema de opinión, llamado comúnmente ‘liberalismo’. Este sistema ha asido la mente de los hombres. De ninguna manera respeta a Dios y a Su Palabra como tales. Su expediente habitual es el énfasis en los derechos del hombre. Su virtud cardinal es, que se debe dejar a todos en libertad para que piensen, actúen, y adoren, como a ellos les plazca. Mientras se permita que la idea de los derechos del hombre entre en juego, la misericordia de Dios la transforma en una ocasión para los cristianos, que tienen una conciencia hacia Él, para pasar tranquilamente a través, y adorar a Dios según Su voluntad. Y así como siempre fue incuestionable que Dios reclamó el derecho sobre Su propio pueblo; así como sólo Su voluntad puede gobernarlos correctamente; así, como el Padre, Él busca ahora a Sus hijos, para que puedan adorarle en espíritu y en verdad. El corazón y la conciencia renovados se deleitan en Su voluntad y hallan aquí la principal felicidad exaltándole a Él. Para el creyente, esa voluntad es más perentoria que el absolutismo del rey pagano. En realidad, el liberalismo le tiene aversión a esta reclamación exclusiva sobre la conciencia. Con todo, éste ha conducido a una especie de calma en el mundo; y el más pleno ejercicio de su autoridad, en cuanto a la religión, está en suspenso por el momento. Porque, aparte de circunstancias temporales, nadie puede negar que, dondequiera que existe una religión introducida por el monarca, para el gobierno de su reino, necesariamente ella no admite diferencia, contradicción, o compromiso. Esto sería contrario al propósito para el cual es impuesta. Pero ello es luchar contra Dios. El propio monarca puede tener una conciencia, y él está, por supuesto, obligado a adorar a Dios conforme a Su voluntad. Pero el uso de la autoridad del reino para obligar a otros es, en la práctica, la negación del control directo de Dios sobre la conciencia individual.
Carácter Del Primero De Los Imperios Gentiles
Entonces, la lección que tenemos aquí es que, en el principio mismo, esto es lo que el Gentil hizo con el poder que Dios dio: establecer su religión propia, y hacerla obligatoria para todos sus súbditos. Es decir, toda su autoridad recibida de Dios la dirigió para negar al Dios verdadero, y para obligar obediencia universal a su propio ídolo, con una muerte horrorosa mantenida como la penalidad inmediata en caso de desobediencia. Esta fue la gran característica del primero de los imperios Gentiles.
Pero la maldad del hombre y la astucia de Satanás sirven solamente para que aparezcan los fieles. El rey ordena que los echen en el horno de fuego ardiendo. En primer lugar él objeta, sin duda, y les da oportunidad para que cedan. “¿Es verdad, Sadrac, Mesac y Abed-nego, que vosotros no honráis a mi dios, ni adoráis la estatua de oro que he levantado? Ahora, pues, ¿estáis dispuestos para que al oír el son de la bocina, de la flauta, del tamboril, del arpa, etc. ... os postréis y adoréis la estatua que he hecho? Porque si no la adorareis, en la misma hora seréis echados en medio de un horno de fuego ardiendo; ¿y qué dios será aquel que os libre de mis manos?” (Daniel 3:14-15). Es solemne ver cuán evanescente fue la impresión hecha sobre la mente del rey. El último hecho registrado antes de que esta imagen fuese levantada, fue cuando él se postró sobre su rostro ante Daniel, rindiéndole honores casi divinos. Él había dicho incluso, “Ciertamente el Dios vuestro es Dios de dioses, y Señor de los reyes, y el que revela los misterios, pues pudiste revelar este misterio” (Daniel 2:47). Pero fue otra cosa cuando él encuentra su poder rechazado, y su imagen despreciada, a pesar del horno de fuego ardiendo.
Estuvo muy bien reconocer a Dios por un momento cuando Él le estuvo revelando un secreto. Eso fue claramente decidido en Daniel capítulo 2. Y Daniel representa allí a aquellos que tienen la mente de Dios y que se encuentran en el lugar de temer a Dios. “El secreto de Jehovah es para los que le temen; a ellos hará conocer Su pacto” (Salmo 25:14 - RVA).
Pero Dios había delegado poder a la cabeza de los Gentiles, a Nabucodonosor. Y ahora que estos hombres habían osado afrontar las consecuencias antes que adorar la imagen, él se llena de furia, la cual se descarga en el desprecio hacia Dios mismo. Él dice, “¿quién es el Dios que os librará de mi mano?” (Daniel 3:15 - VM). La consecuencia fue que, ahora, esto se convirtió en un asunto entre él, a quién Dios había establecido, y Dios mismo.
Pero un rasgo más hermoso y bendito sale a la luz aquí. No es el modo de obrar de Dios, en la actualidad, enfrentar el poder por medio del poder. No es Su modo de obrar el tratar con los Gentiles en destrucción, aun donde ellos pueden estar abusando del poder contra el Dios que los ha elevado en autoridad. Y yo los llamo a poner su atención a esto, creyendo que se trata de una cosa importante de forma práctica. Sadrac, Mesac, y Abed-Nego, de ningún modo se colocan en el terreno de resistir a Nabucodonosor en su impiedad. Nosotros sabemos luego que su conducta fue tan malvada que Dios lo despojó de toda gloria, y aun de inteligencia como hombre, por un largo tiempo. Pero, sin embargo, estos hombres piadosos no pretenden que él es un rey falso debido a que él establece e impone la idolatría. Para el cristiano, la interrogante no es acerca del rey, sino acerca de qué manera él mismo debería comportarse. No es su deber entrometerse con los demás. Él es llamado a andar, confiando en Dios, en obediencia y paciencia. En la gran cantidad de obligaciones cotidianas nosotros podemos obedecer a Dios obedeciendo las leyes de la tierra en la cual vivimos. Este podría ser el caso en cualquier país. Si uno estuviera, incluso, en un reino católico. Yo creo que, en lo principal, uno podría obedecer a Dios sin transgredir las leyes de la tierra. Podría ser necesario, algunas veces, que uno se ocultase. Si ellos vinieran, por ejemplo, con sus procesiones, y requiriesen una señal de respeto por la hostia, uno debería evitar la apariencia de insultar sus sentimientos, mientras, por otra parte, uno no podría aceptar su falsa adoración.
Gobierno Reconocido Por Dios
Pero es extremadamente importante recordar que el gobierno es establecido y reconocido por Dios, y que tiene, por consiguiente, demandas sobre la obediencia del hombre cristiano dondequiera que él pueda estar. Una de las epístolas del Nuevo Testamento se ocupa de este asunto, precisamente el mismo que, más que cualquier otro, saca a la luz las bases, las características, y los efectos del cristianismo, en lo que se refiere al individuo. Me refiero a la Epístola a los Romanos, la más completa de todas las epístolas Paulinas. Tenemos allí, antes que nada, la condición descubierta completamente; luego, la redención que es en Cristo Jesús. Los primeros tres capítulos (caps. 1, 2 y 3) están dedicados al tema de la ruina del hombre; los siguiente cinco capítulos (caps. 4 al 8), a la redención que Dios ha obrado como respuesta a la ruina del hombre. Luego, en los siguientes tres capítulos (caps. 9, 10 y 11), ustedes tienen el curso de las dispensaciones de Dios — es decir, Sus tratos, en una amplia escala, con Israel y los Gentiles. Después de eso, tenemos la parte práctica, o, a lo menos, la parte de la epístola que incluye o encierra en sí preceptos: en primer lugar, en Romanos 12, las relaciones de los cristianos, unos con otros; y luego, después de una transición gradual, con los enemigos al final; y a continuación, la relación de ellos con las autoridades existentes, o, con las autoridades superiores “que hay” (Romanos 13). La expresión misma — “las que hay” (Romanos 13:1) — parece tener la intención de abarcar toda forma de gobierno bajo las cuales los cristianos podrían estar situados. Ellos debían ser súbditos, no meramente bajo un rey, sino donde hubiera otro carácter de soberano; no sólo donde el gobierno fuera antiguo, sino aunque este fuera establecido recientemente. Lo que corresponde hacer a un cristiano es mostrar respeto a todos los que están en autoridad, honrar a quien se debe honrar, no debiendo nada a nadie excepto el amor. Lo que hace de esto algo particularmente fuerte es, que el emperador que reinaba en ese entonces era uno de los peores y más crueles hombres que alguna vez ocuparon el trono de los Césares. Y, no obstante, no hay ninguna reserva o calificación, no, exactamente lo contrario a una insinuación de que si el emperador ordenaba lo que era bueno, los cristianos debían obedecer, pero que si no era de este modo, ellos quedaban libres de su lealtad. El cristiano debe obedecer siempre — no siempre a Nerón o a Nabucodonosor, sino que debe obedecer siempre a Dios. La consecuencia es, que esto libra de inmediato de cualquier mínimo terreno real de que una persona piadosa sea acusada de ser un rebelde. Yo soy consciente de que, forzosamente, nada impide que un cristiano tenga una mala reputación. Es natural que el mundo hable mal de uno que pertenece a Cristo — que pertenece a Aquel a quien ellos crucificaron. Pero este principio libera al alma de todo terreno real para una acusación semejante. La obediencia a Dios permanece intacta; pero yo debo obedecer a las autoridades, a “las que hay” (Romanos 13:1), en cualquier cosa que sea consistente con obedecer a Dios, por muy difícil que ello sea.
La luz de estos fieles judíos estaba muy por debajo de la que los cristianos deberían tener ahora: ellos tenían sólo la revelación de Dios que era la porción de Israel. Pero la fe siempre comprende a Dios: si hay poca o mucha luz, la fe busca y halla la guía de Dios. Y estos hombres estaban en el ejercicio de una fe muy sencilla. El emperador había publicado un decreto que era inconsistente con el fundamento de toda verdad — el único Dios verdadero. Israel fue llamado expresamente a sostener que Jehová era tal, y no los ídolos. Había aquí un rey que les había ordenado que se postraran y adoraran una imagen. Ellos no osan pecar; ellos deben obedecer a Dios antes que al hombre. En ninguna parte se dice que nosotros debemos desobedecer siempre al hombre. Dios debe ser obedecido — cualquiera sea el canal, Dios siempre. Si yo hago alguna cosa, por muy correcta que sea en sí misma, sobre el mero terreno de que yo tengo el derecho a desobedecer al hombre bajo ciertas circunstancias, estoy haciendo el menor de dos males. El principio para un hombre cristiano es nunca hacer el mal en absoluto. Él puede fallar, cosa que yo no niego; pero no comprendo a un hombre estableciendo tranquilamente que él debe aceptar cualquier mal, sin importar cuál sea. Esto es una idea pagana. Un idólatra al que no se le hubiera revelado la luz de Dios no lo sabría mejor. No obstante, ¡ustedes encontrarán a personas Cristianas utilizando la actual confesión de la condición de la Iglesia como una excusa para perseverar en el mal conocido, y para decir, ‘Entre dos males nosotros debemos escoger el menor’! Pero yo sostengo que, cualquiera que sea la dificultad que puede existir, siempre está la senda de Dios para que el piadoso ande en ella. ¿Por qué, entonces, yo encuentro una dificultad práctica? Debido a que yo deseo cuidarme. Si yo transijo aun con un mal pequeño, el amplio camino de comodidades y honor se abre, pero sacrifico a Dios y caigo bajo el poder de Satanás. Fue exactamente el consejo que Pedro dio a nuestro Señor cuando Él habló de que iba a ser muerto. “¡Ten piedad de ti, Señor!” (Mateo 16:22 - VM). De igual modo con los cristianos. Al hacer un pequeño mal, al comprometer la conciencia, al evitar el juicio que el obedecer a Dios siempre conlleva, no hay duda de que una persona puede evitar así, a menudo, una buena parte de la enemistad del mundo, y ganar su elogio, debido a que se hace bien a sí mismo. Pero si el ojo es sencillo en esto, Dios debe tener siempre Sus derechos, debe ser reconocido siempre en el alma como teniendo el primer lugar. Si Dios es comprometido por cualquier cosa que se me pida, entonces yo debo obedecer a Dios antes que al hombre. Donde esto es asido, la senda es perfectamente llana. Puede haber peligros, posiblemente aun la muerte nos mire fijamente a la cara, como fue el caso en esta ocasión. El rey se encolerizó por el hecho de que estos hombres se atrevieran a decir, “No necesitamos darte una respuesta acerca de este asunto” (Daniel 3:16 -LBLA). ¡No necesitaban darle una respuesta! ¿Y por qué se cuidaron de hacerlo? Se trataba de un asunto que involucraba a Dios. Ellos debían cuidarse de dar “a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Mateo 22:21). Ellos estaban en el espíritu mismo de esa palabra de Cristo antes de que fuese dada. Ellos habían andado obedientemente en el lugar que el rey les había asignado: no había ningún cargo contra ellos. Pero ahora surgió allí un asunto que afectó profundamente su fe, y ellos lo sintieron. Fue la gloria de Dios con la que se había interferido, y ellos confiaron en Él.
Por consiguiente ellos dicen, “He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo” (Daniel 3:17). ¡Cuán hermoso es esto! En presencia del rey, quien nunca pensó servir a nadie más que a él mismo, y quien nunca vio a nadie a quien servir más que a él mismo, ellos dicen, “nuestro Dios a quien servimos.” Ellos habían servido fielmente al rey antes, porque siempre habían servido a Dios: y aún deben servir a Dios, incluso si ello tiene la apariencia de no estar sirviendo al rey. Pero tienen confianza en Dios. “Y de tu mano, oh rey, nos librará” (Daniel 3:17). Esto no fue meramente la verdad abstracta: fue fe. “[Él] nos librará.” Pero presten atención a algo aún mejor. “Pero si [Él] no lo hace, has de saber, oh rey, que no serviremos a tus dioses ni adoraremos la estatua de oro que has levantado” (Daniel 3:18 - LBLA). Incluso si Dios no ejercerá Su poder para librarnos, nosotros le servimos a Él; no serviremos a los dioses de este mundo. ¡Oh! amado lector, en qué lugar de dignidad la fe en el Dios viviente coloca al hombre que anda en ella. Estos hombres eran, en ese momento, el objeto de toda la atención del imperio Babilónico. ¿Y qué de la imagen entonces? Fue olvidada. El propio Nabucodonosor era impotente en presencia de sus cautivos de Israel. Allí estaban ellos, tranquilos e impávidos, cuando el rey mismo mostró su debilidad. Pues, ¿cuál puede ser una demostración más evidente de debilidad que ceder a una furia que demuda el aspecto de su rostro, y que profiere amenazas que fracasaron completamente en su propósito? Se ordenó que el horno fuese calentado siete veces más de lo que solían calentarlo. Los hombres vigorosos, los agentes del rey que tenían que echarlos en el horno, ellos mismos fueron devorados por las llamas.
Visión Del Poder De Dios
Y ahora, cuando el hecho es realizado, una nueva maravilla sucede ante los ojos del rey. No se trataba ahora de una visión, sino del poder manifiesto de Dios. Cuando la espada del rey fue esgrimida contra Dios, ¡cuán miserablemente inútil fue esto! En medio de este horno de fuego ardiendo había una escena que llamó su atención. Espantado, el rey “se levantó apresuradamente y dijo a los de su consejo: ¿No echaron a tres varones atados dentro del fuego? Ellos respondieron al rey: Es verdad, oh rey. Y él dijo: He aquí yo veo cuatro varones sueltos, que se pasean en medio del fuego sin sufrir ningún daño” (Daniel 3:24-25). ¿Qué se iba a decir ahora acerca del poder de Nabucodonosor? ¿De qué le sirvió ser el monarca más poderoso del mundo, rodeado, también, con todas las cosas que constituían los recursos de su fuerza y la grandeza de su imperio? Allí estaban estos hombres, que habían sido atados y echados en medio del horno de fuego ardiendo, por lo visto, el caso más lastimoso en su reino. Pero él es obligado a contemplar sus ataduras quemadas, y a ellos mismos libertados por aquello que él dispuso solamente para su destrucción. Pero no fue esto meramente. Hubo otro que tuvo que ser visto, y de ese otro él sólo pudo decir que es semejante al Hijo de Dios. “He aquí que yo veo cuatro varones sueltos, que se pasean en medio del fuego; y ningún daño hay en ellos; y el parecer del cuarto es semejante a hijo de Dios” (Daniel 3:25 - RVR1865).
Tal como Dios podía utilizar a un Balaam o a un Caifás para hablar la verdad cuando ellos pensaban poco en eso y no tenían ninguna comunión con Él al hacerlo, de esta manera, en esta expresión del rey, “hijo de Dios,” parece haber una propiedad asombrosa. No podemos suponer que él entró en su significado con inteligencia. Sin embargo, hubo una sorprendente propiedad en este respecto. Hay otros títulos que él podría haber utilizado. Podría haber dicho, “Hijo del Hombre,” o, “El Dios de Israel,” o muchos más. Pero “Hijo de Dios” parece exactamente adecuado para describir la escena: y por consiguiente, yo creo que el predominante poder del Espíritu de Dios fue manifiesto al conducir al rey a utilizar esta expresión. En el Nuevo Testamento, donde toda verdad sale a la luz con claridad, hallamos a nuestro Señor mismo refiriéndose a estos dos títulos, y ambos se encuentran en Daniel — Hijo del Hombre e Hijo de Dios. Hijo del Hombre es el título de Cristo en Su gloria judicial. Él es Hijo del Hombre pues el Padre “todo el juicio lo ha encomendado al Hijo” (Juan 5:22 - VM). Como Hijo de Dios, Él da vida: Él vivifica en medio de la muerte. Como Hijo de Dios, Él liberta a los que estaban atados: y “si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Juan 8:36). Ese versículo me parece un comentario doctrinal acerca de esta misma escena. Allí estaba el Hijo, y Él estaba libertando a los prisioneros. El hombre los había atado, había intentado ejecutar su amenaza de venganza contra cualquiera que reconociera al Dios verdadero. Estos tres hombres habían puesto todo en riesgo sobre la verdad de Dios mismo, contra todos los rivales e imágenes; y Dios había entrado para ellos con poder libertador. El orgulloso rey no sólo reconoce que su edicto no fue cumplido, sino que asocia sus nombres con el Dios Altísimo, quien no se avergüenza de ser llamado Dios de ellos.
Glorificando a Dios “En Los Fuegos.”
(Isaías 24:15 — Traducción Literal)
El dominio Gentil no ha terminado aún. Y yo creo que su fin traerá la misma cosa con una fuerza como jamás ha existido. El Libro del Apocalipsis nos muestra que el último gran rey Gentil empleará toda la autoridad de su gobierno para imponer lo que podría denominarse la ‘religión’ de aquel día. Y entonces Dios ejercerá milagrosamente Su poder para preservar a Sus testigos para la obra asignada a ellos. Podrá haber algunos que sufrirán hasta la muerte, podrá haber diferencias en los modos en que Dios actuará. Pero el Apocalipsis nos muestra que habrá personas que serán preservadas en medio del poder que impone la idolatría en los postreros días.
Cuando esto ocurra, nosotros no estaremos en la escena. De ahí que la mención de los judíos es enfática en el tiempo de la última gran tribulación. Pues mientras los hombres en general serán obligados, al final, a reconocer al Dios verdadero, antes de que eso ocurra, una feroz persecución será ejercida. Habrá algo semejante a lo que traduce la versión en Inglés del Rey Jaime (KJV) como “Wherefore glorify ye the LORD in the fires ... ” (Isaías 24:15), o “Por tanto, glorificad a Dios en los fuegos ... ” una expresión utilizada decididamente acerca del remanente de Israel en los postreros días. La maravillosa mano de Dios estará obrando, pero será con los judíos, no con cristianos. En lo que se refiere a nosotros, tribulación es nuestra porción apropiada y constante en el mundo. El Nuevo Testamento muestra esto desde el principio hasta el fin. Nada es más claro que el hecho de que el Espíritu Santo nunca reconoce al cristiano de alguna otra forma excepto como separado del mundo, siendo objeto de su animosidad y persecución, echado fuera, despreciado, desconocido por el mundo. Ese es nuestro lugar reconocido por la Palabra de Dios. A los cristianos les corresponde dar cuenta del hecho de que ellos han perdido este lugar; pues claramente, lo que he estado describiendo, de alguna u otra forma, no es aplicable en la actualidad. ¿Se trata acaso de que el mundo está mejorando, o de que ellos mismos han llegado a ser peores? La conciencia debería responder, y Dios utilizará esta respuesta, si es honesta, como el medio de traerlo a uno de regreso al lugar que nunca debería haber dejado. A través de todo el tiempo de la supremacía Gentil, el lugar del cristiano es la obediencia. En general, sobre lo que el poder insiste es aquello que el cristiano puede hacer con una mente preparada; pero cuando sobreviene una colisión entre la autoridad del mundo y la de Dios, nosotros debemos obedecer a Dios antes que a los hombres, cualesquiera sean las consecuencias. Esta es la única cosa que Dios reconoce en Su pueblo.
El Curso De Los Imperios Gentiles
Los capítulos que siguen a continuación, cada uno de ellos tienen una conexión cada vez más marcada con el curso del imperio Gentil. Pero esto es suficiente para presentar el hecho de que la idolatría — la religión mundana — una religión pensada para todos, e impuesta sobre todos, bajo pena de muerte — es el primer gran rasgo registrado del imperio Gentil, y se encontrará, más o menos, que esto continúa a través de su totalidad. Así como este fue el primer ejercicio de autoridad, así será al final de la edad. El Libro del Apocalipsis nos muestra él postrer estado del último imperio Gentil; y encontramos allí que con lo mismo que comenzó, con eso mismo terminará: encontraremos que la misma obligación utilizada aquí, hacer que todos sus súbditos se inclinen y adoren en una forma de su propia invención, reaparecerá al final.
Pero encontramos otra analogía. Dios tenía, en ese tiempo, Sus testigos. Y así como en ese entonces los judíos fueron las personas que resistieron la idolatría Gentil, ellos vendrán otra vez a la escena de los tratos de Dios, y serán, especialmente, los testigos sobre los que Dios pondrá honor. Este remanente piadoso de Israel está representado por los discípulos en los días del ministerio terrenal de nuestro Señor. Ellos serán una simiente piadosa, adhiriéndose a Él y amando Su nombre; y esto, porque ellos se habrán asido, con mayor o menor luz, del Mesías. Estas personas serán halladas esperando que Jesús venga y tome Su reino, después que la Iglesia, llamada propiamente así, haya salido de la escena de los tratos de Dios en la tierra.
Así, cuando la autoridad Gentil comenzó imponer esta idolatría sobre todos, y los únicos testigos de Dios estaban entre los judíos, del mismo modo, la idolatría reaparecerá al final, y Dios tendrá, otra vez, un remanente fiel entre ese pobre pueblo — un testimonio para Él en medio de la apostasía.
Pero yo espero, al examinar los capítulos siguientes, entrar un poco más en los detalles. ¡Que nosotros podamos recordar que lo que hemos estado viendo ahora, no es meramente para aquel día, ni que concierne a los testigos de aquel tiempo solamente! Si Dios tendrá entonces un pueblo fiel entre los judíos, ¡que nosotros, como cristianos, no seamos hallados rebeldes a la visión celestial! Nosotros tenemos una perspectiva mucho más brillante que cualquiera de las que Daniel pudo ver. Él no tuvo el privilegio de ver a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte. Él pudo testificar, por una parte, del rechazo del Mesías, y, por otra parte, de Su dominio universal y eterno. Entre lo uno que está en el pasado y lo otro que está en el futuro, nosotros conocemos ahora, otras y más elevadas glorias en Él, y a Él mismo, en quien estas bendiciones son atesoradas. Nosotros sabemos que Él “es el verdadero Dios, y la vida eterna” (1 Juan 5:20), que nosotros mismos hemos sido bendecidos con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Él (Efesios 1:3). Nosotros somos llamados a salir fuera del mundo para seguirle a Él y ser los participantes de Su gloria celestial. No falta más que “un poquito, Y el que ha de venir vendrá, y no tardará” (Hebreos 10:37). Y si esto es así, ¡cuán separados deberíamos estar de este presente mundo malo! ¡De qué manera deberíamos mantenernos limpios de sus intentos de vestirse con la apariencia de reverencia mediante el nombre de Jesús! ¡Qué desgracia! cuán a menudo las personas son dejadas perplejas y preguntan, ¿Dónde está y qué es el mundo? La verdad es que todo esto es una lamentable demostración de que ellos están tan mezclados con el mundo que ellos mismos no lo conocen. Que el Señor conceda que no tengamos dificultad en conocer dónde está el mundo, y donde estamos nosotros. El judío estaba obligado a entrar en él con la espada en su mano, ejecutando juicio. Pero ese no es el lugar del cristiano. Nosotros comenzamos con la espada contra Cristo, y Él mismo inclinándose a ella. Nosotros comenzamos y deberíamos seguir adelante con la cruz, buscando la gloria del Señor Jesucristo. Toda nuestra bienaventuranza está fundamentada en la cruz, y todo el centro de nuestras esperanzas en Su gloria, y en Su venida de nuevo por nosotros.
Que el Señor conceda que podamos vivir así, en el conocimiento cada vez mayor del Bendito, con quien nosotros tenemos que ver, y a quien pertenecemos. Cualesquiera puedan ser, entonces, el peligro y la prueba, nosotros tendremos al Hijo de Dios con nosotros en ello.
¡Que podamos conocer más y más lo que es andar con Cristo en libertad y gozo! Así tendremos a Cristo con nosotros en cada momento de necesidad.

Capítulo 4

La Explicación De Daniel Acerca De La Visión
Hemos visto, después de la visión de la gran imagen, que siguió a continuación un capítulo presentando, a primera vista, poca apariencia de conexión con la profecía, pero que, yo confío, se demostró que tiene una relación muy importante con ella. Pues en Daniel nosotros tuvimos meramente la historia general de los poderes Gentiles, no sus cualidades morales. Imperio tras imperio iba surgiendo y desapareciendo de la escena de la providencia de Dios. Pero no vimos cuál era el carácter de estos imperios, de qué manera ellos utilizaron el poder que Dios entregó en sus manos. Estos incidentes históricos fueron introducidos deliberadamente entre el primer gran esquema en Daniel 2 y los detalles que siguen desde Daniel 7 hasta el final del libro. Ellos muestran la conducta de los imperios mientras están en posesión de autoridad suprema concedida por Dios en el mundo. El primer retrato de sus maneras morales fue presentado en Daniel 3: la religión, tal como era, hecha obligatoria por el poder Gentil, con independencia de las demandas de Dios y la conciencia del hombre.
El principio de esto corre, desde el comienzo, a través de todo el tiempo de los Gentiles. Indudablemente ello pareció ser necesario a consecuencia de la inmensa extensión del imperio, para tener a alguien controlando la religión que uniría las varias tierras y las varias naciones sometidas. ¡Y esto a cambio del lugar de honor en que Dios había colocado a Nabucodonosor! No obstante, ello sólo brindó la ocasión para que Dios mostrase Su poder, aun en los cautivos judíos ahora bajo el control de los Gentiles. En el capítulo anterior (Daniel 2) quedó claro que la sabiduría de Dios se hallaba entre ellos. Todo el saber del imperio Babilónico fue completamente defectuoso. Sólo Daniel pudo explicar las visiones. Pero aunque la sabiduría divina estaba allí, el poder es otra cosa, y Dios se valió del terrible castigo, tal como pareció, de los tres Hebreos, y mostró ser Él, de la manera más conspicua, el Libertador de los fieles en la hora de su necesidad. El comienzo del imperio Gentil es sólo la prefiguración de lo que será la escena final. Y así como entonces hubo liberación mediante el poder divino en el principio, así la habrá en una futura ocasión; y esto se hallará especialmente en conexión con los fieles de Israel, los judíos. Yo no quiero decir, por supuesto, con los judíos en su estado actual; porque, ahora, un judío que permanece como tal es un enemigo de Dios. Pero ese no será siempre el caso. Está por llegar el tiempo cuando la simiente de Abraham, sin dejar de ser judíos, se convertirá a Dios — recibirá al Mesías, según las profecías. No me refiero a que los judíos entrarán en el mismo bendito conocimiento y gozo que nosotros tenemos ahora; sino que el judío estará entre los fieles que serán hallados en el postrer día, tal como se predice en muchas profecías. Obviamente, esto supone un cambio muy importante, que ha de tener lugar en la historia del mundo, o más bien, Dios sacará del mundo lo que no es del mundo, para poder Él reanudar Su interés en lo que está sucediendo en la tierra. Debido a que la obra de Dios, en el momento actual, no está inmediatamente relacionada con los movimientos del mundo. Sus etapas de progreso y decadencia no son la expresión de Su voluntad, aunque Él ejercita siempre un control providencial sobre ellos.
La Relación De La Historia Y La Profecía
Pero nosotros sabemos que hubo un tiempo, en la historia del mundo, cuando Dios tomó un interés directo e inmediato en lo que estaba sucediendo entre los hombres. Incluso se decía que las batallas de ellos eran las batallas del Señor; y que sus derrotas, hambrunas, etc., eran enviadas como castigo impuesto de parte de Dios por algún mal con el cual Él estaba tratando. Ahora bien, mientras permanece perfectamente verdadero que no hay guerra ni sufrimiento de ninguna clase que suceda sin Dios, y que todo está bajo Su control soberano, ello no es en la forma del mismo gobierno directo. De modo que una persona no puede decir ahora, «Esta guerra está en la Palabra de Dios»; o, «Esta hambruna es un castigo por tal o cual mal.» Indudablemente que hay personas muy suficientemente dispuestas para pronunciarse en cuanto a estos asuntos. La equivocación de ellos surge del hecho de no apreciar el gran cambio que ha tenido lugar en la forma en que Dios ejerce el gobierno del mundo. Mientras Israel era la nación en la cual Dios estaba mostrando Su carácter para la tierra, estas cosas se hallaban directa e inmediatamente de Dios. Pero desde el momento en que Dios dejó de tratar con Su pueblo Israel, este control que Dios ejerce sobre los asuntos humanos ha sido meramente indirecto, providencial, de un tipo general.
Otra cosa ha entrado. Cuando el Cristo verdadero fue rechazado por Israel, e Israel perdió, de este modo, su oportunidad de ser restaurado a su lugar de supremacía, Dios, podemos decir, se valió de esto para introducir otra cosa — el llamamiento de la Iglesia. Ya no se trató de Dios gobernando una nación como Israel bajo Su ley; tampoco fue, sencillamente, un gobierno indirecto de los Gentiles; sino la revelación de Él mismo como Padre a Sus hijos en Cristo, y el Espíritu Santo enviado desde el cielo, no sólo para actuar sobre sus corazones, sino para morar en medio de ellos, y para bautizarlos, judío o Gentil, en un cuerpo, el cuerpo de Cristo con Su Cabeza en el cielo. Eso continúa ahora. Y, por tanto, Dios no tiene ahora ninguna relación particular con los judíos: Él no trata con ellos más de lo que no trata con los demás, excepto que ellos tienen una sentencia de ceguera judicial sobre ellos. Ellos eran ciegos anteriormente. Dios no los obligó a rechazar a Cristo. Él nunca ciega a una persona en ese sentido: sólo el pecado ciego de esa manera. Pero cuando los hombres rechazan la luz de Dios, y rechazan obstinadamente su propio testimonio, Él puede, y lo hace, entregar algunas veces a una total oscuridad, en el sentido judicial, en adición a lo que es natural al corazón humano. La nación de Israel está ahora bajo esa ceguera judicial. Pero mientras este es el caso con la gran mayoría, no es así con todos. Siempre habrá un remanente de Israel. Ellos son la única nación de la que se puede decir eso verdaderamente — la única nación que Dios nunca ha abandonado totalmente. Otras naciones pueden conocer el hecho de que Dios las visite por un tiempo, y que las visite notablemente en gracia. Dios ha bendecido maravillosamente a nuestro propio país — ha dado a los hombres Su palabra libremente, y muchos otros privilegios. Pero mientras ese es el caso, no hay ninguna obligación de parte de Dios para mantener a Inglaterra en esa posición. Si el país muestra un oído sordo, alejándose de la verdad, y prefiriendo la idolatría, algo que no es del todo imposible, ciertamente será dejada, y caerá bajo el engaño que Dios enviará pronto al mundo (2 Tesalonicenses 2:11). Pero Dios se obligó a Sí mismo mediante una promesa especial a Israel, y Él nunca los abandonará enteramente. En Israel habrá siempre una simiente santa en los tiempos más oscuros. Y esto está relacionado con una observación que yo hice antes. Mientras Dios está ocupado en reunir a la Iglesia, no puede haber ninguna relación especial con Israel para sacarlos a la luz como Su pueblo, y librarlos de sus angustias, y cosas por el estilo. Pero cuando Dios se complazca en sacar a la Iglesia de esta escena actual, Israel se presentará otra vez; y es en aquel día, cuando sus corazones sean tocados por el Espíritu de Dios, que se producirá el cumplimiento de una liberación, cuyo tipo vimos al final de Daniel 3.
Yo sólo puedo hacer notar acerca de esa ocasión, que el rey fue tan grandemente conmovido, que él mandó, como una especie de ordenanza de su reino, que el Dios de Sadrac, Mesac y Abed-Nego, tenía que ser honrado; y que cualquier persona que intentara hablar contra ese Dios sería descuartizada, y su casa convertida en muladar (Daniel 3:28-29). Pero lo que sí encontramos es esto: que, tanto el honor especial tributado a Daniel, en Daniel 2, como la orden de que sus súbditos debían honrar al Dios de Sadrac, Mesac y Abed-Nego, en Daniel 3, tuvieron solamente una breve permanencia. Se trató meramente de un sentimiento pasajero, el cual, al igual que la nube mañanera, se disipó de la mente del rey. Él mismo registra en este capítulo 4, cuán poco habían alcanzado su corazón los modos de obrar de Dios, no obstante el hecho de que él pudiera haber sido impactado, por el momento, con la muestra de Su sabiduría. Una cosa es mostrar honra por un profeta, y obligar a los súbditos de su reino a honrar al Dios quien libertaba como ningún otro podía hacerlo. Pero, ¿cómo sucedió en el caso del propio Nabucodonosor? “Yo Nabucodonosor,” él dice, “estaba tranquilo en mi casa, y floreciente en mi palacio” (Daniel 4:4).
Confesiones De Nabucodonosor
Así, ustedes ven, es claro, de lo que se desprende de su propio relato, aunque lo presenta para mostrar la misericordia manifestada hacia él, que, después de todas las maravillosas transacciones de los capítulos anteriores, Nabucodonosor seguía siendo aún el mismo hombre en el fondo. No hubo ningún cambio profundo en su alma — nada semejante a que su corazón fuera traído a Dios. Él estaba tranquilo en su casa y próspero en su palacio. Tal como el hombre de la tierra, todo lo que Dios le había dado en sus manos solamente alimentó su orgullo y auto-complacencia. En esta condición, Dios le envía un nuevo testimonio. “Ví un sueño que me atemorizó, y mis pensamientos sobre mi cama y las visiones de mi cabeza me aterraron. Por lo cual dí orden de hacer presentarse delante de mí todos los sabios de Babilonia, para que me hiciesen conocer la interpretación del sueño” (Daniel 4:5-6 - VM). Por tanto, él emite un decreto, ordenando traer a todos los sabios de Babilonia, para que ellos pudiesen darle a conocer la interpretación del sueño. Ellos vienen, y él les dice el sueño. Pero dice, “no me pudieron mostrar su interpretación, hasta que entró delante de mí Daniel, cuyo nombre es Beltsasar, como el nombre de mi dios” etc. (Daniel 4:7-8). A él le habla con confianza. “Oh Beltsasar, jefe de los magos, ya que sé que en ti está el espíritu de los dioses santos y que ningún misterio te confunde, declárame las visiones del sueño que he visto, y su interpretación” (Daniel 4:9 - LBLA). Él puede hablar con él en un estilo pagano; él puede atribuir la sabiduría del Dios Altísimo en él a sus propios dioses; pero, con todo, él reconoce que hay algo especial y peculiar en Daniel. Él menciona también la visión en el mismo estilo. Daniel, cuando oye el sueño, y se da cuenta de su significado, se turbó y quedó atónito por una hora. Tampoco debemos nosotros limitar esto a la historia de Nabucodonosor. Tal como vimos en Daniel 2 que se dijo que el rey era la cabeza de oro, igualmente en este capítulo él era el árbol. Pero en Daniel 2 no se trataba sólo del rey personalmente, sino de su dinastía que estaba representada por la cabeza de oro. En un cierto sentido, lo que era verdad de Nabucodonosor caracterizaría al imperio Gentil hasta el final. De igual manera en este presente escenario. Daniel tuvo el dolor y el horror de ver lo que le esperaba a Nabucodonosor. Y esto, ¡por desgracia! presagió muy claramente el problema de este nuevo sistema que el Dios del cielo había establecido.
Pero, siguiendo sencillamente el capítulo que tenemos ante nosotros, Daniel explica la visión. Él dice, “Señor mío; sea el sueño para los que te odian, y su interpretación para tus adversarios. El árbol que viste, que se hizo fuerte y corpulento, cuya copa llegaba hasta el cielo y que era visible en toda la tierra ... eres tú, oh rey, que te has hecho grande y fuerte” (Daniel 4:19-22 - LBLA). Todos deben estar familiarizados con la manera en que tanto los salmos como los profetas utilizan la figura del árbol para describir la posición asignada por Dios a Israel, así como a otros pueblos. Así, la vid en el Salmo 80 es, claramente, lo que Israel estaba destinado a ser en el propósito de Dios. Pero hubo un fracaso total. Y así vemos en Jeremías 2, Ezequiel 15, etc., que el propósito de Dios pareció ser quebrantado. Pero Él nunca lo abandona. Él se puede arrepentir de la creación. Pero dondequiera que exista aquello que no es meramente la obra de Su mano, sino el fruto de la acción de Su corazón — y que es Su propósito — Dios nunca lo abandona. Donde Él meramente llama a existir a aquello que no existía antes, un cambio puede entrar. Pero no hay ningún cambio donde Dios pone Su amor sobre una persona, y da ciertos dones adecuados. “Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (Romanos 11:29). (“Porque los dones y la vocación de Dios no están sujetos a cambio de ánimo” Romanos 11:29 - VM). Esto es algo muy importante, al estar relacionado con almas individuales. Duden de la fidelidad de Dios en cualquier respecto, y ustedes la debilitan en cuanto a cualquier otra cosa. Si Dios pudo llamar a Su pueblo Israel, y abandonarlos después absolutamente, ¿cómo podría yo estar seguro que Dios me guardaría siempre como Su hijo? Porque si alguna vez se trató de esto, fue en Israel. Si yo creo en la fidelidad de Dios para conmigo, individualmente, ¿por qué dudar de ella en cuanto a Israel? La pregunta es siempre, ¿Es Dios fiel? ¿Se ha apartado Él de Su propósito, o ha retirado Sus dones? Si no es así, independientemente de lo que las apariencias puedan decir por un tiempo, Dios vindicará Su verdad y misericordia al final.
Pero para volver a nuestro asunto, la figura del cedro en Ezequiel 31:3 puede ayudar aún más para ilustrar lo que tenemos en Daniel. “He aquí que el asirio era cedro en el Líbano, de hermosas ramas, de frondoso ramaje y de gran altura, y su copa estaba entre densas ramas” (Ezequiel 31:3 - RVR1977). Luego, más adelante, encontramos, “Los cedros en el jardín de Dios no le aventajaban en altura” (Ezequiel 31:8 - VM). Esos eran los otros poderes en el mundo. “Los abetos no podían compararse a sus ramas” etc. (Ezequiel 31:8 - VM). Y, más aún, encontramos que hay una alusión al Faraón rey de Egipto en el versículo 18. Pero no me extenderé más sobre ello. Mi deseo ha sido demostrar, a partir de estos varios pasajes, que es una cosa común en la Escritura utilizar el árbol, sea como símbolo de producción de fruto o como un lugar de alta dignidad e importancia. En el Nuevo Testamento la figura se extendió a aquello que sustituye, por un tiempo, a Israel. Mateo 13 nos muestra que la dispensación del reino de los cielos es comparada, en una de sus fases, a un árbol creciendo desde pequeños comienzos. El Señor despliega la historia de la Cristiandad profesante. En Mateo 12, Él había presentado Su veredicto sobre Israel. El postrer estado sería peor que el primero. Tal será el estado de la mala generación de Israel, que da muerte al Señor Jesús, antes de que Dios la juzgue. Luego el Señor se vuelve hacia la cristiandad, y muestra, antes que nada, Su propia obra en la tierra. Él siembra semilla. En la parábola siguiente aparece un enemigo en la escena, se entremete en el campo, y siembra mala semilla. Se trata de la intrusión del mal en el campo de la profesión cristiana. La siguiente parábola revela que lo que era pequeño en su comienzo, crece hasta ser una vasta cosa elevada en la tierra. La pequeña semilla de mostaza llega a ser un gran árbol.
Ahora bien, podemos ver por estos pasajes que en cada caso, sea un individuo como expresión de poder, como Nabucodonosor, o una nación, la cual toma el predominio, o un sistema de religión, como en Mateo 13, el símbolo de un árbol señala la grandeza en la tierra, a menos que el fruto sea el objeto. Esa es su enseñanza universal. Yo no estoy hablando ahora, por supuesto, de esos árboles que eran meramente para producir fruto, como los que fueron escogidos, también, por su tamaño y majestuosidad. El poder terrenal está dado a entender, claramente, por el árbol en Daniel (Daniel 4:21). “En el que había alimento para todos, debajo del cual moraban las bestias del campo y en cuyas ramas anidaban las aves del cielo, eres tú, oh rey, que te has hecho grande y fuerte, y tu grandeza ha crecido y ha llegado hasta el cielo, y tu dominio hasta los confines de la tierra” (Daniel 4:21-22 - LBLA). Este árbol era la admiración de los hombres. Había todo lo que gratificaba el corazón: sus propias dimensiones magníficas, la belleza de sus ramas y hojas, la abundancia y la dulzura de sus frutos, la sombra benigna bajo la cual todas estas criaturas, las bestias del campo y las aves del cielo, hallaban protección. Todo esto, y mucho más, se hallaba en él, y tales eran los pensamientos del hombre acerca de él. Pero, ¿cuál era la estimación de Dios? “En cuanto a lo que vio el rey (un vigilante, uno santo, que descendía del cielo y decía: “¡Derribad el árbol y destruidlo ... )” (Daniel 4:23 - RVA). Observen, es meramente una destrucción por un tiempo; no hay nada semejante a una aniquilación de ninguna cosa en la mente de Dios. “Pero dejad el tronco de sus raíces en la tierra” (Daniel 4:23 - RVA). Tiene que haber medios utilizados por Dios para mantenerlo vivo. Por lo tanto, Él dice, déjenlo, “con atadura de hierro y de bronce, entre el pasto del campo. Que él sea mojado con el rocío del cielo y que con los animales del campo tenga su parte, hasta que pasen sobre él siete tiempos” (Daniel 4:23 - RVA). “Ésta es la interpretación, oh rey,” dice él, “y éste es el decreto del Altísimo que ha de venir sobre mi señor el rey” (Daniel 4:24 - VM). Y entonces él da su aplicación personal a Nabucodonosor. En este caso, todo fue perfectamente sencillo. Nabucodonosor fue advertido acerca de lo que iba a venir sobre él. Sería echado de entre los hombres, y su morada sería con las bestias del campo. Pero más que eso, él mismo iba a ser reducido a la condición de ellas. “Con hierba del campo te apacentarán como a los bueyes, y con el rocío del cielo serás bañado” (Daniel 4:25). Y esto por un cierto tiempo definido. “Y pasen siete tiempos sobre ti; hasta tanto que conozcas que el Altísimo gobierna en el reino de los hombres, y lo da a quien le parece” (Daniel 4:25 - VM). No necesitamos detenernos en esta historia de Nabucodonosor. Ningún creyente sencillo estaría dispuesto a esgrimir dificultades acerca de ella. Los hombres lo han hecho, explicándola como una simple ilusión en la mente del rey. Pero estas no son preguntas que un cristiano debería aun considerar, excepto por el bien de otro. La Palabra afirma que el rey Nabucodonosor fue, por el poder de Dios, reducido en apariencia a una condición bestial. Si nosotros reconocemos que Dios pudo hacerlo y puso a un lado las leyes de la naturaleza, otorgándole a algunos el poder caminar sin sufrir ningún daño en el más feroz de los fuegos, y preservando intacto a otro en un foso de leones, debemos sentir que se trata de un mero asunto de Su voluntad y Su palabra el hecho de que Nabucodonosor fuera llevado a esta terrible degradación; echado entre las bestias del campo, y dándosele a comer hierba como los bueyes. El hombre que cree lo uno, debe creer lo otro. Sólo el poder de Dios pudo obrar así, y la Palabra de Dios es la autoridad para todo.
Pero mientras eso es bastante claro y sencillo, nosotros tenemos una imagen adicional del poder Gentil, su carácter de auto exaltación, y el juicio de Dios sobre él. Yo entiendo que Nabucodonosor, personalmente, demostró solamente lo que sería la tendencia general de los Gentiles, como teniendo poder dado a él por Dios. Él se admiraría y exaltaría a sí mismo, atribuyendo a su propio crédito toda la grandeza que Dios le había conferido. Se le mostró claramente los juicios que caerían sobre él; pero la advertencia fue desatendida. Por lo tanto, “Todo esto vino sobre el rey Nabucodonosor. Al cabo de doce meses, paseando en el palacio real de Babilonia, habló el rey y dijo: ¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad? Aún estaba la palabra en la boca del rey, cuando vino una voz del cielo: A ti se te dice, rey Nabucodonosor: El reino ha sido quitado de ti” (Daniel 4:28-31). La sentencia fue ejecutada. Los poderes Gentiles han actuado exactamente así con respecto a Dios. No estoy hablando ahora de individuos que pueden surgir de tiempo en tiempo. Personas piadosas pueden haber estado en la posición ocupada incluso por Nabucodonosor, pero, como regla general, sus sucesores desde aquel día hasta hoy — aquellos que han tenido la supremacía del mundo, y la gloria del mundo — la han utilizado, principalmente, para ellos mismos. Yo no hablo ahora, ni por un momento, como para permitir un sentimiento de desacato hacia esos poderes; sino que solamente estoy estableciendo el hecho bien conocido del gobierno Gentil. Ellos fueron paganos por muchos siglos hasta Cristo, y después de Cristo; y cuando el cristianismo fue aceptado por Constantino, y su profesión fue asumida gradualmente por el imperio, nadie puede suponer que ello fue más que un sistema de religión adoptado. Pero esto no impidió el curso general de las cosas. La única diferencia fue: que la profesión pagana, que era dominante anteriormente, fue suprimida, y el cristianismo, que había sido hollado anteriormente, fue establecido. El paganismo y el cristianismo cambiaron de sitio. Constantino pudo haber pensado que era correcto suprimir a los paganos y mostrar honor a los cristianos; pero no hubo el interrogante acerca de si él tomó la Biblia y consultó, «¿Cuál es la voluntad acerca de mí? ¿Cómo demostraré mi obediencia a Dios?» Ese jamás ha sido el caso, desde la época de Nabucodonosor, con ninguno de los que han dirigido los destinos del mundo. Y esto no podía ser. Yo hablo de los grandes amos del mundo, cuando el imperio era una cosa intacta. Y aun desde eso, aunque pueden haber existido casos excepcionales de reyes que han tenido temor de Dios delante de ellos, con todo, aun entonces no ha estado en su poder el hecho de cambiar el curso substancial de la política en sus reinos. Los que han intentado hacerlo así han fracasado completamente. Una cosa es la autoridad de Dios en el mundo, y absolutamente otra es que Dios tenga un alma obediente a Él como Su siervo.
Este capítulo nos muestra, entonces, el hecho de que de todo el poder, y la autoridad, y la gloria que Dios dio a los hombres, fue convertido en un medio de gratificar la propia soberbia de ellos. La consecuencia de esto es, que les sería quitado todo entendimiento de los pensamientos de Dios. Nabucodonosor tuvo notables visiones y revelaciones de parte de Dios. Pero, ¿para qué le sirvieron? Él había tenido esta advertencia, la más personal de todas. Pero, ¿para qué le sirvió? Daniel le había aconsejado que renunciara a sus pecados y actuara con justicia, y que pusiera fin a sus iniquidades mostrando misericordia a los pobres (Daniel 4:27 — NVI, LBLA). Pero él no prestó atención a ello. Doce meses pasaron cuando, con un corazón ensoberbecido, él atribuyó a sí mismo, y a la obra de sus propias manos, toda la grandeza y esplendor con los que se rodeaba. Esa gran Babilonia era lo que él había edificado, “¿No es ésta la gran Babilonia que yo he edificado como residencia real con la fuerza de mi poder y para gloria de mi majestad?” (Daniel 4:30 - LBLA). De inmediato el fallo tiene efecto sobre él, y lo que era literalmente verdad de él individualmente, fue verdad moralmente de los poderes Gentiles como un todo. El carácter de los Gentiles a través de todos los tiempos sería el estar privados de la comprensión de Dios y sin sumisión a Él.
“En aquella misma hora se cumplió en Nabucodonosor esta sentencia; pues que de entre los hombres fué expulsado, y como los bueyes comía la hierba, y con el rocío del cielo fue mojado su cuerpo, hasta que los cabellos le crecieron como plumas de águila, y sus uñas como las de aves de rapiña” (Daniel 4:33 - VM). En el versículo 16, se había dicho, “Su corazón de hombre sea cambiado, y le sea dado corazón de bestia.” Todo pensamiento acerca de Dios fue enteramente perdido. Él no tuvo más idea sobre Dios que la que tenía la bestia del campo. Aun un hombre natural tiene una conciencia en Él. Pero Nabucodonosor perdió todo pensamiento, fue reducido a la falta de inteligencia de una bestia. El hombre fue formado para ser el ser que buscase a Dios en la tierra, y se mantuviese en dependencia de Él. Esa es su gloria. Una bestia disfruta, por decirlo así, de lo que es su propia esfera de gozo, según la capacidad que Dios le ha conferido de forma natural, pero no tiene ninguna idea del Dios que la hizo a ella y todas las cosas. El hombre la tiene. Es decir, reconocer a Dios es la gran diferencia esencial entre un hombre y una bestia, si uno pudiera hablar ahora en una especie de forma práctica de la verdad que se ha pretendido enseñar por medio de la historia. Yo entiendo que se nos demuestra, por medio de esta historia, si la leemos en forma típica, que los poderes Gentiles abandonarán el reconocimiento de Dios en el gobierno ejercido por ellos. Ellos podrían utilizar Su nombre exteriormente, pero en cuanto a cualquier reconocimiento de Dios como la fuente de todo lo que poseyeran, ello pasaría totalmente de sus mentes; y ha sido así.
Pero hubo un cambio físico, y esto fue lo que realmente sucedió en el caso de Nabucodonosor. Reducido a la condición de una bestia, él perdió lo que caracteriza a un hombre — todo reconocimiento de Dios. Él tenía un corazón de bestia, tal como se dice aquí. No tenía nada del carácter y la gloria de un hombre. El hombre es colocado aquí abajo como la imagen y gloria de Dios. Él es responsable de dar a conocer a Dios; y solamente él puede hacerlo porque él considera a Dios. Existen quienes tienen una apariencia externa de hombre, pero “El hombre que está en honra y no entiende, Semejante es a las bestias que perecen” (Salmo 49:20). Esto recibió su más notable confirmación en el caso de Nabucodonosor, pero lo mismo es verdad, en principio, de todo hombre que tiene a su ‘yo’ y no a Dios delante de sus ojos. Eso fue exactamente verdadero en el caso del rey Babilónico. Él no entendió. Atribuyó todo a sí mismo y no a Dios; y entonces, mediante una terrible retribución, él es reducido al estado más abyecto. Nunca un Gentil poseyó semejante gloria y majestad como Nabucodonosor; pero en un momento todo es cambiado. En el punto culminante de su soberbia, la sentencia de Dios cae sobre él. “Fue echado de entre los hombres; y comía hierba como los bueyes” etc. (Daniel 4:33). Pero todo esto tuvo sus límites. Iba a durar “hasta que pasen sobre él siete tiempos” (Daniel 4:23). La palabra “tiempos” puede haber sido utilizada en lugar de años, quizás porque este juicio de Nabucodonosor es el tipo de la condición a la que son reducidos los poderes Gentiles durante todo el curso de su imperio. De ahí que un término simbólico puede haber sido escogido en lugar de uno de la vida común. Los Gentiles, pese al don de Dios de poder supremo, estarían sin ningún reconocimiento adecuado de Él en el gobierno ejercido por ellos. Utilizarían su poder para sus propios fines e intereses. En cuanto a conformarse ellos real y honestamente a la voluntad de Dios, ¿cuándo se oyó alguna vez de que algo semejante fuera el objeto de cualquier política nacional desde que ellos obtuvieron su poder? No estoy al tanto de que alguna vez se pensara en ello. Así que realmente esta figura tiene su aplicación al entero curso de los Gentiles.
El Efecto De Su Castigo
Consideremos un poco el efecto del juicio sobre Nabucodonosor. Siete tiempos pasaron sobre el rey. “Mas al fin del tiempo yo Nabucodonosor alcé mis ojos al cielo” (Daniel 4:34). Por lo tanto, fue la primera gran señal de la devolución de la inteligencia. Una bestia mira hacia abajo. Ella nunca alza sus ojos al cielo, en el sentido moral de la expresión. El hombre, actuando moralmente como hombre, reconoce en su conciencia a Uno de quien él ha recibido todo, y Uno a quien él tiene que honrar y obedecer. Nabucodonosor, cuando el período del juicio finalizó, alzó sus ojos al cielo. Él está tomando el verdadero lugar como hombre. “Y mi razón me fue devuelta.” ¿Cuál fue la consecuencia? “Y bendije al Altísimo, y alabé y glorifiqué al que vive para siempre.” Noten la diferencia. En ocasiones previas, quizás él se habría inclinado delante del profeta, y habría ordenado que le ofreciesen incienso (Daniel 2:46): él podría emitir estatutos y decretos estableciendo que el Dios de los judíos debe ser honrado por todos sus súbditos. Pero, ¿qué hace él ahora? Deja todo lo demás, por el momento, y se inclina ante Dios. Nabucodonosor no se ocupa en obligar a otras personas para bien o para mal, sino que se obliga a sí mismo, bendiciendo, alabando, y honrando al Altísimo. Observen, asimismo, la expresión “Altísimo”; porque es utilizada aquí con particular énfasis. “Y bendije al Altísimo y alabé y glorifiqué al que vive para siempre; porque su dominio es un dominio eterno, y su reino permanece de generación en generación. Y todos los habitantes de la tierra son considerados como nada, mas El actúa conforme a su voluntad en el ejército del cielo y entre los habitantes de la tierra; nadie puede detener su mano, ni decirle: “¿Qué has hecho?” (Daniel 4:34-35 - LBLA).
Cuando los tiempos de los Gentiles finalicen, “la cepa” (o, “el tronco de las raíces del árbol” Daniel 4:26 - RVA), la cual fue dejada en la tierra, protegida por la providencia divina, afirmará su vitalidad, y se le permitirá ser aún un freno en medio de la anarquía que, de otra forma, se habría extendido sobre la tierra. Debemos recordar que el gobierno del mundo es una notable misericordia para la tierra, en comparación con no tener ningún gobierno en absoluto. Con todo, mientras Dios lo ha controlado y lo ha mantenido en Su providencia para el bien del mundo, hay un tiempo que está próximo, cuando esto brotará de nuevo y se hallará cumpliendo realmente el objeto por el que Dios lo había establecido en la tierra. ¿Y cuándo será esto? “Cuando tus juicios se manifiestan en la tierra, los habitantes del mundo aprenden justicia” (Isaías 26:9 - RVA). Cuando todo lo que ha venido de Dios será verdaderamente cumplido según Su voluntad — cuando el hombre será bendecido plenamente, y ya no será más semejante a la bestia que perece — cuando Israel no será hallado más rechazando a su propio Mesías, ni los Gentiles arrogándose ellos mismos el poder conferido sobre ellos por Dios, en Su soberana generosidad. Ese mismo día verá toda estas glorias resplandeciendo; pero sólo puede ser “cuando Cristo, el cual es nuestra vida, sea manifestado,” y cuando nosotros seremos “manifestados juntamente con Él en gloria” (Colosenses 3:4 - VM). Para Él está reservado ser cabeza de los Gentiles, así como de los judíos. Todas las naciones y tribus y lenguas le servirán a Él. Porque Dios sólo puede ser conocido donde Cristo es conocido — sólo puede ser visto en Su bondad y gloria donde Cristo es reconocido como la expresión exacta de ello. Y así será en aquel día resplandeciente. El Señor Jesucristo mismo vendrá y establecerá, en perfección, todo lo que sólo se ha derrumbado bajo las manos del hombre, y, en el mejor de los casos, lo que tuvo solamente un efecto negativo en el mundo, frenando el mal aquí y allá, pero muy por debajo de todos los medios de bendición que Dios tiene. Cuando aquel día llegue, se verá que el gobierno Gentil, no en su actual estado corrompido, sino limpiado del mal, y ampliado conforme a los pensamientos de Dios, prosperará en la tierra, y será el canal solamente de bendición. Es únicamente el pecado lo que ha impedido, hasta ahora, la misericordia de Dios en ello. De este modo, cuando tendrá lugar el gran cumplimiento de esta historia, en forma de tipo, de Nabucodonosor — cuando el tiempo del “corazón de bestia” hacia Dios, preocupándose sólo del ‘yo’, satisfaciendo el orgullo y la sed de poder, habrá pasado, Dios tomará las riendas en Sus propias manos como el Dios Altísimo, y los Gentiles se inclinarán en alabanza y agradecido gozo.
“El Dios Altísimo”
Cuando encontramos por primera vez esa expresión “Dios Altísimo,” hay una escena muy asombrosa. Y en la Escritura nosotros debemos recurrir, a menudo, al primer uso de una expresión, para obtener el pleno significado. Encontramos primeramente la expresión “Dios Altísimo” en el caso de Melquisedec, cuando Abraham estaba regresando victorioso de perseguir a los reyes que habían apresado a Lot (Génesis 14). Así será el final de esta dispensación, cuando no sólo habrá victoria sobre todos los poderes que se reúnan contra el pueblo de Dios, sino que habrá la respuesta a la escena bendita que siguió a continuación. Melquisedec se encuentra con Abraham, y Abraham le da los diezmos de todo, y recibe su bendición. Y Melquisedec es tipo de Cristo en esto: en que Él une la gloria real con la sacerdotal. Él era el Rey de Salem, y su nombre mismo era Rey de justicia. Entonces será el día de paz fundamentado sobre la justicia. Pero él era, también, el sacerdote del Dios Altísimo. No es la ofrenda de sacrificio o de incienso lo que caracteriza esta acción, sino el hecho de que pan y vino fueron sacados para refrigerio de los conquistadores. Él bendice, y pronuncia la bendición del Dios Altísimo, creador de los cielos y la tierra. Porque en aquel día, ya no habrá más una sima moral entre el cielo y la tierra, sino que habrá una completa unión. No será una confusión o amalgama de los dos, sino un vínculo de la más íntima armonía; y el Señor Jesús será aquel vínculo que une. La Cabeza de aquellos que pertenecen al cielo, Él también es el REY DE REYES, Y SEÑOR DE SEÑORES — el soberano Dispensador de todo poder terrenal. Todos se inclinarán ante Él, los que están en el cielo, en la tierra, y debajo de la tierra. Esta será la época abundante de la restauración de la inteligencia y bendición Gentiles.
Si algunas personas son llamadas a honrar la verdad de Dios, y a andar en la comprensión de Sus modos de obrar, ellos son Sus hijos, quienes gozan del hecho de tener conciencia del amor de su Padre. ¡Y que nosotros podamos, entendiendo este nuestro lugar, estar capacitados para recordar cuál será el fin de todas las cosas, en lo que respecta al hombre! Se acerca ese día de juicio que estar por llegar sobre el mundo, y cuyo peso caerá sobre judíos y Gentiles, ambos en un estado de apostasía. No obstante, nosotros sabemos que aquel día verá a un remanente de ambos sacados a resplandecer con mayor bienaventuranza que nunca — los judíos serán exaltados, los Gentiles serán bendecidos, en sus verdaderos lugares. Ya no más una cepa (o, un tronco) pobre, mutilada, sino brotando ella nuevamente hasta tener su fortaleza y majestad normales, bajo el rocío del cielo. Que el Señor conceda que podamos esperar lo bueno de parte de Dios, recordando que en medio del juicio hay misericordia que triunfa sobre el juicio en todos los casos, excepto en el de aquel que rechaza totalmente a Cristo — que vive rechazando Su misericordia — que muere considerándose indigno de la vida eterna. Recuerden que ningún alma que oye el evangelio se pierde simplemente porque es malvada. Hay un remedio seguro para todo lo que nosotros somos. Los hombres se pierden porque ellos rechazan y desprecian la vida eterna, el perdón, la paz, todo, en el Hijo de Dios.

Capítulo 5

Características Históricas Y Morales
Daniel 5 y 6 forman parte de la serie de lo que podemos llamar, capítulos morales. Son capítulos históricos, pero, además, están sellados con el carácter de una prefiguración del futuro, recibiendo luz de las profecías, y arrojando luz sobre estas mismas profecías que preceden y siguen a estos capítulos. Ya tuvimos dos de estas ilustraciones prácticas de los poderes Gentiles, a continuación del sueño de Nabucodonosor. Nosotros estamos ahora, a punto de entrar a la primera de dos más, antes que examinemos las comunicaciones más precisas hechas al profeta mismo en Daniel 7. Los capítulos 5 y 6 del libro de Daniel tienen esta peculiaridad, que ellos sacan a la luz, no tanto las características de los Gentiles como sí lo hacen ciertos detalles que se han de encontrar en ellos el final, precursores de una destrucción rápida. En resumen, ellos tipifican hechos especiales o estallidos del mal, en lugar de lo que invadió su posición e historia enteras. No obstante, hay una marcada diferencia entre cada uno de estos capítulos, y debemos proseguir ahora a considerar brevemente el primero de ellos.
La Gran Fiesta De Belsasar
“El rey Belsasar hizo un gran banquete a mil de sus príncipes, y en presencia de los mil bebía vino” (Daniel 5:1). Era una escena de magnífico, y quizás insólito, jolgorio. “Mientras saboreaba el vino, Belsasar,” el rey sacrílego, “ordenó traer los vasos de oro y plata que Nabucodonosor su padre había sacado del templo que estaba en Jerusalén, para que bebieran en ellos el rey y sus nobles, sus mujeres y sus concubinas. Entonces trajeron los vasos de oro ... Bebieron vino y alabaron a los dioses de oro y plata, de bronce, hierro, madera y piedra” (Daniel 5:2-4 LBLA). La historia puede decirnos que este era un festival anual, cuando se daba rienda suelta al libertinaje; y que así se proporcionó una oportunidad favorable para que el sitiador de la ciudad aprovechase un momento sin vigilancia, y sacase así provecho de sus vastas preparaciones. La Escritura nos muestra que el rey, envuelto en esa seguridad falsa que precede a la destrucción, utilizó la ocasión para insultar al Dios de Israel. ¡Hombre imprudente, cegado! Fue la víspera de la ruina de su dinastía, y de su muerte.
Para Belsasar, el pasado era un improductivo espacio en blanco. Para él esto fue una lección, no oída y no aprendida, de que Dios, en Su providencia, había hecho que su antepasado fuera el instrumento de juicios justos pero terribles. La ciudad, la santa ciudad de Dios, fue tomada, el templo fue quemado, los vasos del santuario, con el pueblo, los sacerdotes, el rey, llevados a la tierra del enemigo. Fue un asombro para los hombres en todas partes cuando Israel cayó de esta manera. La importancia del hecho estaba totalmente fuera de proporción en relación con el número de personas que componían la nación o la extensión de su territorio. Pues, pobres como ellos podrían ser individualmente, aun así, los rodeaba un halo de un Dios que, en tiempos pasados, los había sacado de Egipto, a través del Mar Rojo — quien los había alimentado con comida de ángeles durante muchos largos años en el lóbrego desierto — y quien los había protegido durante siglos, a pesar de triste ingratitud, y de miles de peligros en la tierra de Canaán. ¿Acaso no fue para el mundo una extraña visión, cuando Dios entregó a Su propio pueblo escogido y favorecido para que fuesen barridos de su tierra por un rey Caldeo, el príncipe de la idolatría de aquel día? Porque Babilonia fue siempre famosa por la multitud de sus ídolos.
Nabucodonosor, en toda la soberbia de la exitosa ambición, no había sido tan insensato. Él se había inclinado ante la maravillosa verdad, de que el Dios del cielo, quien había abandonado a Israel por sus pecados, le había levantado en Su soberanía para ser la cabeza de oro del imperio Gentil. Él había reconocido que el Dios de Daniel es el Dios de dioses y Señor de los reyes (Daniel 2:47); había confesado que el Dios de Sadrac, Mesac, y Abednego es el Dios Altísimo (Daniel 3:26) — un libertador y un revelador de secretos que están más allá de todos los demás. Nabucodonosor había sido culpable de mucho pecado — había sido soberbio y autocomplaciente, pese a la advertencia, y había sido degradado debido a ello, como ningún rey ni hombre lo había sido alguna vez; pero él había reconocido a través de todo su amplio reino su propio pecado y las maravillas poderosas del Rey del cielo — porque todas Sus obras son verdaderas, y Sus caminos justos (Daniel 4:37). Pero antes de este brillante final, aun en sus días más inconsiderados, (cuando todos temblaban ante él, y “A quien quería mataba, y a quien quería daba vida; engrandecía a quien quería, y a quien quería humillaba” Daniel 5:19), él no había procedido jamás a llevar a cabo semejante acto de blasfemia despreciativa como aquella perpetrada ahora por su nieto.
Pero la sentencia de juicio instantáneo, inevitable, se hizo oír de inmediato. Porque la copa de iniquidad estaba llena; y por mucho tiempo la boca del Señor había proclamado el castigo del rey de Babilonia (Isaías 13; Jeremías 25, etc.). Con todo, el golpe no cae aún sin una solemne señal de Dios. “En aquella misma hora aparecieron los dedos de una mano de hombre, y escribían delante del candelabro, sobre el yeso de la pared del palacio real. Y el rey veía la mano que escribía” (Daniel 5:5 - RVA).
Un Silencioso Admonitor De Un Presagio Terrible
No era ahora un sueño de la noche, sino un silencioso admonitor de un presagio terrible en medio de su salvaje jolgorio e impío desafío al Dios vivo. La hora de la ejecución de la ira había llegado. Bel debe postrarse, Nebo debe derrumbarse delante de un Dios indignado, pero muy paciente. El rey no necesitó ninguna insinuación de otro. Su conciencia, corroída por la depravación, tembló delante de la mano que trazó su perdición, aunque él no conoció ninguna de las palabras que estaba escrita. Él sintió, instintivamente, que Aquel cuya mano nadie puede detener, estaba tratando con Él. “Entonces el rostro del rey palideció, y sus pensamientos lo turbaron, las coyunturas de sus caderas se le relajaron y sus rodillas comenzaron a chocar una contra otra” (Daniel 5:6 - LBLA). Olvidando su dignidad en su temor, “El rey gritó en alta voz que hiciesen venir magos, caldeos y adivinos” (Daniel 5:7). Pero todo fue en vano. Se ofrecen las más altas recompensas; pero el espíritu de sueño profundo cerró todo los ojos. “No pudieron leer la escritura ni mostrar al rey su interpretación” (Daniel 5:8).
En medio de la alarma cada vez aún mayor del rey y del asombro de sus príncipes, la reina (sin duda la reina madre, si comparamos los versículos 2 y 10 de este capítulo 5), entra a la sala del banquete. Ella no estaba de acuerdo con la fiesta, y le recuerda al rey acerca de uno que estaba aún más afuera y por sobre todo ello — un completo extraño en persona para el rey impío. “En tu reino hay un hombre” etc. (Versículos 11-14).
Este hecho de que Daniel fuera un extraño para Belsasar es un hecho sumamente significativo. Cualquiera que hubiera sido la soberbia y la audacia del gran Nabucodonosor, Daniel estuvo en la corte del rey (Daniel 2:49) — gobernador de toda la provincia de Babilonia, y jefe supremo sobre todos los sabios. Su degradado y degenerado descendiente no conocía a Daniel.
Esto me recuerda, por cierto, un incidente muy bien conocido en la historia del rey Saúl, cuya fuerza moral no siempre es vista. Cuando un espíritu malo le atormentaba, un joven hijo de Isaí fue buscado, cuya música Dios se complacía en utilizar como un medio de tranquilizar la mente del rey. “Y sucedió, siempre que el espíritu malo de parte de Dios estaba sobre Saúl, que tomaba David el arpa y tañía con su mano; con lo cual Saúl obtenía alivio y estaba bien, y se apartaba de él el espíritu malo” (1 Samuel 16:23 - VM). No mucho tiempo después, Saúl y todo Israel tuvieron gran miedo cuando el gigante de Gat los desafió en el valle de Ela. La providencia de Dios llevó allí, en la humilde senda del pacífico deber, a un joven que oyó las palabras vanagloriosas de los Filisteos con oídos diferentes. En lugar de terror, su sentimiento fue más bien de asombro ante el hecho de que el incircunciso se atreviera a provocar a los ejércitos del Dios vivo. Tan pronto como la victoria fue ganada, el rey se volvió al general del ejército con esta pregunta, “¿de quién es hijo ese joven?” (1 Samuel 17:55). Y Abner confiesa su ignorancia. Hubo aquí un caso extraño: ¡el mismo joven que le había ministrado en su enfermedad, era un desconocido para el rey Saúl! Ciertamente, el intervalo no fue muy largo; pero Saúl no conoció a David. Esto ha desconcertado inmensamente a los críticos; y uno de los Hebraístas más distinguidos ha intentado sugerir que los capítulos se deben haber mezclado de alguna forma, y que el final de 1 Samuel 16 debería seguir a continuación del final de 1 Samuel 17, como forma de remover la dificultad de la ignorancia de Saúl acerca de David después que él había estado en su presencia, de haber ganado su amor, y haberse convertido en su paje de armas. Pero yo estoy convencido de que todo esto surge de no comprender la lección misma que Dios enseña en la escena. La verdad es que Saúl podría haber amado a David por sus servicios: pero no hubo nunca ni un ápice de simpatía; y donde éste es el caso, nosotros olvidamos rápidamente. La extrañeza de corazón pronto termina en un verdadero distanciamiento, cuando el servicio del Señor entra. Es el propio espíritu del mundo hacia los hijos de Dios. Como dice Juan, “el mundo no nos conoce, porque no le conoció a Él” (1 Juan 3:1). Ellos pueden estar al tanto de muchas cosas acerca de los cristianos, pero ellos mismos nunca conocen. Y cuando el cristiano desaparece de la escena, puede haber una reminiscencia pasajera, pero él es un hombre desconocido. Saúl había estado bajo las más grandes obligaciones para con David. Pero aunque David había sido el canal de consuelo para él, con todo, todo reconocimiento de David desapareció completamente junto con el servicio que le había prestado. Del mismo modo la reina pudo decir de Daniel, “en los días de tu padre se halló en él luz e inteligencia y sabiduría, como sabiduría de los dioses; al que el rey Nabucodonosor tu padre, oh rey, constituyó jefe sobre todos los magos, astrólogos, caldeos y adivinos” (Daniel 5:11). Sin embargo, no había ahora ningún pensamiento acerca de él. Él era, comparativamente, desconocido para los que estaban en la fiesta. La única persona que pensó en él fue la reina, y ella sólo estaba allí debido a la turbación de ellos.
Daniel Ante El Rey
Por consiguiente, Daniel es traído ante el rey, y el rey le pregunta, “¿Eres tú aquel Daniel de los hijos de la cautividad de Judá, que mi padre trajo de Judea?” (Daniel 5:13). Luego le cuenta su dificultad, y habla de las recompensas que él está preparado para dar a cualquiera que le diga la interpretación de lo que había sido escrito sobre la pared. Daniel responde como conviene a la ocasión. “¡Quédense tus dones para ti mismo, y tus premios dalos a otro! yo sin embargo leeré el escrito al rey, y le haré conocer la interpretación” (Daniel 5:17 - VM). Pero primero él administra una palabra muy dolorosa de amonestación. Él le presenta en unas pocas palabras, la historia de Nabucodonosor, y los tratos de Dios con él. Le recuerda, además, su completa indiferencia; no, sus imprudentes insultos contra Dios. “Y tú su hijo, oh Belsasar, no has humillado tu corazón, aunque conocías todo esto. Antes bien, contra el Señor del cielo te has ensalzado ... mas al Dios en cuya mano está tu aliento, y cuyos son todos tus caminos, no le has glorificado” (Daniel 5:22-23 - VM). Le hace ver lo que esa escena era a los ojos de Dios. Porque esto es lo que el pecado, lo que Satanás, procura ocultar siempre. Ante la corte Babilónica, se trataba de una fiesta magnífica, realzada por los monumentos conmemorativos del éxito de sus armas, y la supremacía de sus dioses. Pero, ¿qué era su maravilloso jolgorio a los ojos de Dios? ¿Qué era para Él el hecho de que los vasos de Su servicio fueran traídos para jactarse tan orgullosamente del triunfo de Babilonia y sus ídolos? Para uno que le conocía a Él, ello debe haber sido un momento muy doloroso, no obstante lo seguro y rápido del asunto. Con todo, hay escenas que tienen lugar ahora en el mundo que dan presagios de un carácter a lo menos tan grave como este. La pregunta es, ¿Estamos nosotros en el secreto de Dios, de modo que podamos, nosotros mismos, leer Su juicio sobre todas estas cosas? Nosotros podemos, fácilmente y sin costo, pronunciarnos, en una medida, sobre la presunción de Nabucodonosor y la abierta impiedad de Belsasar; pero el gran criterio moral para nosotros es este: ¿Estamos discerniendo correctamente el aspecto del cielo y de la tierra en este nuestro día? ¿Se han perdido los aspectos amenazadores de este tiempo sobre nosotros? ¿Estamos identificados simple y solamente con los intereses del Señor en el tiempo actual? ¿Entendemos lo que está sucediendo ahora en el mundo? ¿Creemos en lo que está por venir sobre él? Es evidente que el rey y su corte no eran más que los instrumentos de Satanás; y el desprecio que ellos mostraron por el Dios del cielo no fue la mera obra de sus propias mentes, sino que Satanás era el amo de ellos. Y es un dicho verdadero que, dondequiera que ustedes tengan la voluntad del hombre, invariablemente encontrarán el servicio de Satanás. ¡Qué desgracia! el hombre no sabe que el disfrute de una libertad sin Dios es, y debe ser, el tener que ver con la obra del diablo. El rey Belsasar y sus príncipes podrían pensar que esto no era más que celebrar sus victorias sobre una nación aún postrada y cautiva en Babilonia; pero fue un insulto directo, personal, ofrecido al Dios verdadero, y Él responde al desafío. Ya no era más una controversia entre Daniel y los astrólogos, sino entre el propio Belsasar y Dios. La orden de traer los vasos de la casa del Señor, podría parecer nada más que un impío capricho de embriaguez del rey; pero la crisis había llegado, y Dios debe dar un golpe decisivo. Cuenten con ello: estas tendencias de nuestros días, aunque no son enfrentadas de inmediato por Dios, no son olvidadas; hay un atesoramiento de ira en preparación para el día de la ira. El presente no es un tiempo cuando Dios deja caer Sus juicios. Más bien es un día cuando el hombre está acrecentando sus pecados hasta el cielo, sólo para caer mucho más terriblemente cuando la mano de Dios se extienda contra él.
Pero hay, aun entonces, una advertencia, solemne, inmediata, y delante de todos. Y observen, en cuanto a esta escritura vista en la pared, ¿cuál fue la gran dificultad que ella presentaba? El idioma era Caldeo, y quienes vieron la mano y los caracteres eran Caldeos. Podríamos haber juzgado, entonces que las simples letras debían ser más familiares para los Caldeos que para Daniel. No es el modo de obrar de Dios, cuando Él comunica algo, expresarlo de forma obscura. Sería una teoría monstruosa afirmar que Dios, al dar una revelación, lo hace de un modo imposible de entender para quienes esta revelación está destinada. ¿Qué es lo que hace que toda Escritura sea tan difícil? No es su lenguaje. Una prueba llamativa de ello se encuentra en esto — si alguien preguntase, qué parte del Nuevo Testamento yo entiendo que es la más profunda de todas, yo debería referirme a las Epístolas de Juan; y, sin embargo, si hay algunas partes, más que otras, redactadas en un lenguaje de la mayor sencillez, son exactamente estas Epístolas. Las palabras no son las de los escribas de este mundo. Tampoco son los pensamientos enigmáticos o llenos de alusiones extrañas, recónditas. La dificultad de la Escritura estriba en esto: en que es la revelación de Cristo, para las almas que tienen sus corazones abiertos, por gracia, para recibirle y valorarle a Él. Ahora bien, Juan fue uno que fue admitido a esto de forma preeminente. De todos los discípulos él fue el más favorecido en intimidad de comunión con Cristo. Así fue, ciertamente, cuando Cristo estuvo en la tierra; y él es utilizado por el Espíritu Santo para darnos los más profundos pensamientos del amor y de la gloria personal de Cristo. La real dificultad de la Escritura consiste, entonces, en que sus pensamientos están tan infinitamente por encima de nuestra mente natural. Debemos renunciar al yo para entender la Biblia. Debemos tener un corazón y un ojo para Cristo, o la Escritura llega a ser una cosa ininteligible para nuestras almas; mientras que, cuando el ojo es sencillo, todo el cuerpo está lleno de luz (“cuando tu ojo sea sencillo, todo tu cuerpo también estará lleno de luz” Lucas 11:34 - VM). De ahí que ustedes pueden hallar a un hombre culto completamente confundido, aunque él puede ser un cristiano — deteniéndose bruscamente ante las Epístolas de Juan y el Apocalipsis como siendo libros muy profundos como para que él entre en ellos; mientras que, por otra parte, ustedes pueden encontrar a un hombre sencillo quien, si no puede entender enteramente estas Escrituras o explicar correctamente cada porción de ellas, de todos modos él puede disfrutar de ellas; estas le transmiten pensamientos inteligibles a su alma, y también consuelo, guía, y provecho. Aunque sean de acontecimientos venideros, o Babilonia y la bestia, él encuentra allí grandes principios de Dios que, aunque puedan ser encontrados en el libro que tiene fama de ser el más oscuro de los libros de la Escritura, sin embargo, tienen una orientación práctica para su alma. La razón es: Cristo está ante él, y Cristo es la sabiduría de Dios en todo sentido. No es, por supuesto, debido a que él sea ignorante que él puede entenderla, sino a pesar de su ignorancia. Tampoco se debe a que un hombre sea culto el hecho de que él sea capaz de entrar en los pensamientos de Dios. Sea el hombre ignorante o culto, no hay más que una sola forma — el ojo para ver lo que concierne a Cristo. Y donde eso está fijado firmemente ante el alma, yo creo que Cristo llega a ser luz de inteligencia espiritual así como Él es la luz de salvación. El Espíritu de Dios es el poder para aprenderlo; pero Él nunca da esa luz excepto a través de Cristo. De otro modo el hombre tiene un objeto ante él que no es Cristo, y, por consiguiente, no puede comprender la Escritura que revela a Cristo. Él intenta forzar las Escrituras para que se refieran a sus propios objetos, cualesquiera que ellos puedan ser, y así la Escritura es pervertida. Esa es la verdadera llave a todos los errores acerca de la Escritura. El hombre toma sus propias reflexiones sobre la Palabra de Dios, y edifica un sistema que no tiene ningún fundamento divino.
La Inscripción Sobre La Pared
Volviendo, entonces, a la inscripción sobre la pared, las palabras eran suficientemente claras. Todo debería haber sido inteligible, y lo habría sido, si las almas de los Caldeos hubieran estado en comunión con el Señor. Yo no quiero decir que no se necesitó el poder del Espíritu de Dios para capacitar a Daniel para entenderla; pero es una cosa inmensa para el entendimiento de la Palabra, el hecho de que tengamos comunión con el Dios que nos está dando a conocer Sus pensamientos. “Y ahora, hermanos,” dijo Pablo a los ancianos, “os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia” (Hechos 20:32).
Daniel estaba enteramente fuera de las francachelas y de cosas por el estilo. Él era un extraño para quienes estaban cómodos allí. Fue llamado de la luz de la presencia de Dios a ver esta escena de impiedad y tinieblas; y viniendo, por tanto, con la frescura que tenía estando en la luz de Dios, él lee esta escritura sobre la pared, y todo fue claro como el día. Y nada más solemne. “Esta es la interpretación del asunto” (Daniel 5:25-28). Él ve, inmediatamente, a Dios en el asunto. El rey había insultado a Dios en lo que se relacionaba con Su adoración. “TEKEL: Has sido pesado en la balanza y has sido hallado falto. PERÉS: Dividido está tu reino, y ha sido dado a los medos y persas” (Daniel 5:27-28 - VM). No se trató de que algo apareciera entonces; nada se vio en ese momento que lo hiciera, incluso, probable. Y yo llamo a poner la atención en esto, porque es otra demostración de cuán completamente falsa es la regla de que nosotros debemos esperar hasta que la profecía se cumpla antes de que podamos entenderla. Si un hombre es un incrédulo, ver el cumplimiento de la profecía en el pasado es un argumento poderoso que nada puede superar. Pero, ¿es para eso que Dios escribió la profecía? ¿Fue para convencer a incrédulos? Sin duda Dios puede utilizarla para los tales. Pero, ¿fue eso lo que Dios se propuso hacer con la escritura sobre la pared aquella noche? Claramente no. Se trató de Su última advertencia solemne antes que cayera el golpe, y la interpretación fue dada antes de que los persas irrumpieran en la ciudad — cuando no había ni un signo de ruina, sino que todo era regocijo y jolgorio. “En aquella misma noche fue muerto Belsasar rey de los Caldeos. Y Darío el medo tomó el reino, siendo como de sesenta y dos años de edad” (Daniel 5:30-31 - VM). En resumen, Babilonia fue juzgada.

Capítulo 6: Daniel un tipo de Cristo

Tenemos ahora otro tipo, y uno final, de los poderes gentiles traído a la escena. Pero al considerar los tipos nosotros debemos tener siempre en mente que la cuestión no es acerca del carácter personal de aquel que proporciona el tipo. Así, Aarón fue, oficialmente, un tipo de Cristo, pero no debemos suponer, por tanto, que sus modos de obrar eran como los Suyos. Aarón fue, en algunos aspectos, un hombre muy culpable. Fue él quien hizo el becerro de oro y quien, incluso, trató de engañar al respecto. Pero esto no lo descalifica para ser un tipo de Cristo. Él fue un tipo de Cristo a pesar de todo eso y no un tipo de Cristo en eso. David tipificó a Cristo, no como sacerdote sino como rey — primero como un rey sufriente y rechazado, y luego como uno reinando y exaltado. Hay dos partes en la vida de David. En primer lugar, la época cuando él fue ungido rey pero, al mismo tiempo, cuando el poder del mal todavía era permitido y él era buscado por todas partes y perseguido, y, en segundo lugar, cuando Saúl murió, él toma el trono y suprime a sus enemigos. En ambos sentidos, David fue un tipo de Cristo. Pero hubo manifiestamente, asimismo, el contraste con Cristo en el fracaso del rey David, y el terrible pecado en que él cayó.
Pero si, por otra parte, nosotros encontramos aquí un tipo, como yo creo que lo hay, de una escena horrible, que cierra la actual dispensación, no hemos de suponer que ella no puede ser su tipo debido a que había buenas cualidades en el rey. El Rey Darío, más que Belsasar, prefigura la manera en que el hombre tomará el lugar de ser Dios. Fue lo que hizo Darío, o lo que permitió que se hiciera, lo que expone esto en calidad de principio. Mientras Belsasar fue uno de los más depravados de la raza humana, Darío fue una persona que, en su propio carácter y modos de obrar, tuvo mucho de lo que era sumamente amable, sino algo mejor. Pero yo no estoy planteando ahora un asunto acerca de Darío personalmente. Nosotros hemos tenido el tipo de la caída de Babilonia, y el juicio de Dios que descenderá sobre ella, debido a su iniquidad al insultar y profanar lo que pertenece al Dios verdadero, y al mezclar sus propios ídolos, y al brindarles su alabanza y adoración, en una actitud de indiferencia a los sufrimientos del pueblo de Dios. Esto será verificado muchísimo más en la historia futura. Existe en la tierra aquello que toma el elevadísimo lugar de ser la iglesia de Dios. Existe aquello, que se jacta de su unidad, de su fuerza, y de su antigüedad; que se jacta de su linaje ininterrumpido; que se atribuye crédito a sí misma por la santidad y la sangre de los mártires. Pero Dios no es indiferente a sus pecados, que han ido en aumento y profundizándose de generación en generación; y ellos sólo están esperando que venga el día del Señor, para que el juicio sea ejecutado y para recibir la sentencia que merecen. En el libro de Apocalipsis hay dos grandes objetos de juicio — Babilonia y la bestia. Una representa a la corrupción religiosa, y la otra a la violencia; dos formas diferentes de maldad humana. En la última forma de ella, nosotros vemos a un hombre, impelido por Satanás, presumiendo tomar el lugar de Dios en la tierra. Ahora bien, esto es lo que Darío permite que se haga. Él mismo puede no saberlo, pero había otros alrededor de él que le condujeron al hecho espantoso.
Las circunstancias históricas que condujeron a ello fueron estas: — Ellos buscaron una ocasión contra Daniel, y sabían muy bien que era imposible hallar una ocasión salvo que la hallaran contra él “en relación con la ley de su Dios” (Daniel 6:5). Así que se ponen de acuerdo y, aprovechándose de la costumbre de los medos y los persas en el sentido de que los nobles redactaban la ley y el rey la establecía y la firmaba, ellos elaboran un edicto que establecía por ley que nadie debía formular una petición a ningún dios u hombre por el transcurso de treinta días, excepto al rey. ¿Qué fue esto sino el hecho de que un hombre ocupe el lugar de Dios? El hecho de que ninguna oración había de ser ofrecida al Dios verdadero, y que absolutamente toda oración que se ofreciera debía ser ofrecida al rey: si eso no fue darle los derechos de Dios al hombre, entonces yo no sé qué es. El rey cayó en la trampa, y firmó el edicto.
La Hermosa Conducta De Daniel
Pero ahora tenemos que prestar atención a la hermosa conducta de Daniel. No hay ninguna insinuación de que el edicto era un secreto para Daniel. Por el contrario, él estaba perfectamente enterado (versículo 10) de lo que había sido promulgado como ley. Pero, por otra parte, él no podía comprometer a su Dios. Su curso, por lo tanto, fue tomado. Él era un hombre de edad avanzada, y la fe que había ardido dentro de él desde tempranos días era, a lo menos, tan resplandeciente como siempre. Así que cuando supo que todo había sido firmado, y sellado, y establecido, en cuanto a lo que el hombre podía hacer, y que la ley inalterable de los medos y persas ordenaba que ninguna rodilla humana se postrara ante Dios por treinta días, — sabiendo todo esto, él va a su aposento. No hay ostentación, pero él no lo oculta. Con sus ventanas abiertas, como de costumbre, hacia Jerusalén, él se postra ante su Dios tres veces al día, y ora y da gracias tal como solía hacerlo antes (Daniel 6:10). Él da a sus enemigos la ocasión que ellos buscaban. Inmediatamente ellos le recuerdan al rey el edicto que había hecho, y proceden a denunciar a Daniel ante él. “Ese Daniel,” ellos dicen, “uno de los cautivos de Judá, no ha hecho caso de ti, oh rey, ni del edicto que has firmado. Más bien, tres veces al día hace su oración” (Daniel 6:13 - RVA). Entonces al rey “le pesó en gran manera” (Daniel 6:14), y en vano buscó, hasta la puesta del sol, la forma de salvar a aquel que, por lo menos, él respetaba. Aunque estaba abatido, con todo, ante la apelación que le efectuaron los nobles sobre el terreno de la inmutabilidad de las leyes de los medos y persas, él peca nuevamente. Él entrega al profeta a la furia de sus enemigos, para ser echado en el foso de los leones, con la esperanza, que quizás él apenas se permitía tener, de que su Dios le liberaría. Y Dios aparece para Su siervo. Dios libra: y el espantoso destino, que había sido pensado para el profeta, cayó sobre aquellos que le habían acusado al rey. “¡Hundiéronse los gentiles en el hoyo que hicieron; en la red que escondieron fue cogido su mismo pie! Jehová se ha hecho conocer en el juicio que ejecutó; en la obra de sus mismas manos fue enredado el inicuo” (Salmo 9:15-16 - VM). Nada puede ser más claro que la relación de esto con la liberación del remanente piadoso al final mediante el estallido de ira y destrucción sobre los traidores de adentro y los opresores de afuera de los postreros días. El fin será como lo vemos aquí — el reconocimiento por parte de los Gentiles de que el Dios vivo es el Dios de Israel libertado, y que Su reino no será destruido.
Tenemos aquí, entonces, en Daniel 5 y 6, los tipos combinados de lo que pondrá término a la presente dispensación. Pues si ustedes miran más adelante en este libro de Daniel, ustedes tienen la presentación de una persona llamada “el rey” (Daniel 11:36, etc.). Ustedes tienen allí una profecía directa de hechos similares. “El rey hará lo que le plazca, se enaltecerá y se engrandecerá sobre todo dios, y contra el Dios de los dioses dirá cosas horrendas” etc. (Daniel 11:36 y ss. - LBLA). No es que Darío hizo esto personalmente. Yo estoy hablando acerca de lo que su acción o edicto significó ante los ojos de Dios. La cuestión es qué pensó Dios acerca del pecado en el que Darío se involucró, y esto, como un tipo del futuro.
Se dice, además, acerca del “rey,” en Daniel 11, “Del Dios de sus padres no hará caso ... porque sobre todo se engrandecerá.” En el Nuevo Testamento se menciona esto en más de un lugar. Una persona podría decirme, «Eso es acerca de los judíos, y no se refiere a la actual dispensación.» Bueno, entonces, retomando lo que se refiere a ello, yo citaría como prueba 2 Tesalonicenses 2:3-4: “No dejéis que nadie os engañe en manera alguna; porque ese día no puede venir [es decir, el día del juicio del Señor sobre este mundo], sin que venga primero la apostasía, y sea revelado el hombre de pecado, el hijo de perdición; el cual se opone a Dios, y se ensalza sobre todo lo que se llama Dios, o que es objeto de culto; de modo que se siente en el templo de Dios, ostentando que él es Dios” (VM). Ahora bien, es claro que lo que Darío hizo fue, en efecto, exaltarse a sí mismo por sobre todo lo que se llama Dios o que es objeto de culto. Porque, prohibir orar a Dios, y obligar que la oración que era ofrecida usualmente a Dios tuviese que ser ofrecida a él, sólo por un cierto espacio de tiempo, fue, nada más y nada menos, que el tipo de aquel que tomaría este lugar en una manera mucho más terrible y grave, y literal. Nosotros tenemos, claramente, una demostración del Nuevo Testamento de que estos días de los cuales se habla en Daniel, y tipificados en ese entonces, están aún por venir; que esta persona, que es anticipada por la profecía, es una que se ha de ensalzar ella misma como Dios, no meramente como el vicario de Cristo, teniendo a personas dispuestas a postrarse ante él y besar su pie. Todo esto es maligno y supersticioso; pero no se trata acerca de un hombre diciendo que él es Dios, sentándose en el templo de Dios, y diciendo, «No se debe dirigir la oración a nadie más que a mí.» Cualquiera que sea el mal del catolicismo y la presunción del papa, hay algo mucho peor por venir. Y la cosa solemne que hay que recordar es esta: que no sólo será meramente el problema del catolicismo, sino del Catolicismo Y del Protestantismo, etc., sin Dios. Ni siquiera la propagación de la verdad será algo que preserve contra ello. Muy culpables y necios fueron quienes una vez se imaginaron que debido a que Israel tenía el arca del pacto de Jehová, ¡ellos estaban necesariamente seguros en el conflicto con los Filisteos! El arca regresó en triunfo pero, ¿dónde estaban ellos?
Tengan cuidado con la acariciada presunción de que, debido al celo religioso, ningún daño puede acontecer a este país. Más bien estén seguros de esto: mientras se tenga más luz, más Biblias, más predicación, más de todo lo bueno que existe, si los hombres no se conforman a ello, y no andan conforme a ello, mayor es el peligro. Si ellos tratan todo esto como una cosa liviana, y lo desprecian; si no tienen conciencia acerca de postrarse de forma práctica ante la luz de la Escritura, es muy seguro que ellos caerán bajo uno u otro engaño. Porque, ¿quién va decir qué no es de importancia en la Escritura? o, ¿por medio de qué el diablo gana poder sobre el alma? Dondequiera que el alma se comprometa a negarse a oír a Dios, dondequiera que se entregue ella misma a la desobediencia a Dios en cualquier cosa, ¿quién ha de decir dónde va a terminar? No hay ninguna seguridad excepto en la senda de santa dependencia en Dios y obediencia a Su Palabra. Nosotros no debemos escoger una parte de la Escritura por sobre otra debido a que obtenemos más consuelo de esa parte. No hay ninguna seguridad salvo que nosotros tomemos toda la Escritura. Es muy dulce estar disfrutando de la presencia del Señor, pero, más que eso, es una cosa espantosa ser hallado en desobediencia al Señor. La desobediencia es como pecado de hechicería. (1 Samuel 15:23 — BJ). No hay nada más terrible. Desobedecer a Dios es, virtualmente, destruir Su honra. Así fue en Israel, y, no obstante, hay algo mucho peor por venir, levantándose de la laxitud y mal estado de la Cristiandad.
Los Lazos Del Día Postrero
Tenemos, entonces, en primer lugar la apostasía. El cristianismo será dejado, y cuanto más luz, más ciertamente esta apostasía llegará para las masas que rechazan esa luz. Nunca hubo un tiempo en Israel que parecía tan promisorio como el día cuando nuestro Señor estuvo en la tierra, nunca un tiempo semejante de actividad religiosa, los escribas y Fariseos recorriendo mar y tierra para hacer un prosélito. Ellos mostraban celo, aparentemente, en la lectura de las Escrituras. Tenían a los sacerdotes y Levitas; no había idolatría, no había nada que fuera grosero. Ellos eran un pueblo de lectores de la Biblia, y un pueblo de guardadores del día de reposo (sábado); ellos llamaron quebrantador del día de reposo a nuestro Señor mismo, así de rígidos parecían ser exteriormente para observar el día. Todo esto estaba sucediendo, pero, ¿en qué terminó esto? ¿Qué hicieron ellos? Crucificaron al Señor de gloria, y rechazaron el testimonio y el obrar en gracia del Espíritu Santo, de modo que el final fue que el Rey envió Sus ejércitos, destruyó a esos asesinos y quemó su ciudad. Tampoco se trató de que no tuviera lugar ninguna conversión. Dios ejerció Su poder y hubo miles de convertidos. Jacobo dice, “Ya ves, hermano, cuántos millares [más bien miríadas] de judíos hay que han creído” (Hechos 21:20). Hubo, entonces, miles y decenas de miles de convertidos después de la cruz de Jesús, y la gente podría pensar que todo Israel y el mundo serían convertidos. Pero, ¿cuál fue el hecho? Dios estaba meramente reuniendo de entre ellos estos miles en Su gracia para dejar que el resto fuese destruido en el juicio que cayó sobre Jerusalén. Esa es una pequeña prefiguración del juicio que va a caer sobre el mundo de aquí a poco tiempo. Y si Dios está ejerciendo ahora Su poder y está sacando y reuniendo almas fuera del mundo en todas partes, ello se trata de un asunto solemne para todos, sean convertidos o no. Y si son convertidos, es un llamamiento a que ellos anden en la senda de obediencia, sometiéndose en todas las cosas a la Palabra de Dios, y esperando a Cristo. La idea que algunos tienen acerca de una conversión universal es un engaño. Babilonia o la bestia: estas serán los dos grandes lazos del día postrero. Una de ellas será la fuente de corrupción unida con la religión y la profanación de todas las cosas santas. La otra se caracterizará por el grado extremo de soberbia y violencia. Parecerá que el cristianismo ha sido un completo fracaso, y los hombres pensarán que ellos tienen una nueva panacea, mejor que el Evangelio, para todos los males y miserias del hombre. Y ellos alabarán sus ídolos de oro, y plata, y bronce, gloriándose en el hecho de que el cristianismo, salvo su forma exterior, ha desaparecido de la faz de la tierra. Entonces vendrá el juicio.
La Babilonia Del Nuevo Testamento
Apocalipsis 17 nos muestra que, como con Babilonia en Daniel, así será con la Babilonia del Nuevo Testamento, la forma corrupta de apostasía religiosa. El hombre será utilizado como el instrumento de la caída de Babilonia, la mujer ebria de la sangre de los santos y de la sangre de los mártires de Jesús. Tenemos a hombres que ejercen su venganza sobre ella. Ya no se la ve más sentada sobre la bestia escarlata, sino hollada, aborrecida, y desolada. Y, ¿qué tenemos entonces? No tenemos al cristianismo difundiéndose por todas partes en el mundo. Por el contrario, la bestia llena la escena, y asume el lugar de Dios. En lugar de tener meramente un cristianismo adormecedor, desvalorizado, será el hombre quien se levantará, entonces, en orgulloso desafío a Dios. Él toma el lugar de Dios en la tierra. Yo no pretendo decir qué espacio de tiempo transcurrirá entre la destrucción de Babilonia y la caída de la bestia. Apocalipsis 17 demuestra que, en lugar de que la destrucción de Babilonia haga del mundo una escena mejorada, nosotros tenemos sólo el mal audaz en lugar del mal hipócrita; y en vez de corrupción religiosa, ustedes tienen una soberbia irreligiosa y un desafío irreligioso a Dios. “Y los diez cuernos que has visto, son diez reyes, que aún no han recibido reino; pero por una hora recibirán autoridad como reyes juntamente con la bestia. Estos tienen un mismo propósito, y entregarán su poder y su autoridad a la bestia” (Apocalipsis 17:12-13) — no a Dios. A la bestia se le da todo para el propósito de exaltar al hombre. La hora habrá llegado para que el hombre tenga el lugar supremo en el mundo. Pero, contrariando la ambición que el hombre tiene generalmente, habrá la entrega de la propia voluntad de ellos a la voluntad de otro — el deseo de tener a alguien muy elevado y exaltado, ante quien todos deben postrarse. Una vez logrado este objetivo, “Éstos harán guerra contra el Cordero; y el Cordero los vencerá” (Apocalipsis 17:14 - VM). Es claro que esto sigue a continuación de la destrucción de Babilonia. Pues dice después, “los diez cuernos que viste, la bestia, éstos aborrecerán a la ramera, y la dejarán desolada y desnuda” (Apocalipsis 17:16 - VM). Esto es exactamente lo que responde al tipo de Darío. Darío entra y destruye Babilonia y toma inmediatamente el reino, y lo que sigue a continuación es que él es llevado por sus cortesanos a tomar el lugar de Dios mismo. Él promulga una ley, o confirma una, de que ninguna oración será ofrecida a nadie más que a él mismo, por treinta días. Es decir, él asume, en efecto, ser el objeto de toda adoración; se arroga aquello que le corresponde exclusivamente al Dios verdadero.
Estos dos tipos son sumamente instructivos, como cerrando la historia general de los Gentiles. Ellos muestran, no lo que los había caracterizado desde el principio y durante su progreso, sino el rasgo principal del mal al final. Habrá destrucción cayendo sobre Babilonia, debido a su profanidad en las cosas religiosas de Dios; y luego el punto culminante de la soberbia blasfema al cual la cabeza del imperio se elevará al asumir la honra y la gloria que corresponden solamente a Dios mismo. Y yo estaba ansioso de conectar las dos cosas porque, de otro modo, nosotros no podemos obtener, de tan buena manera, la verdadera fuerza de ellas.
Fin De La Primera Parte De Daniel
Hemos concluido ahora lo que yo puedo llamar el primer volumen de Daniel, porque divide el libro exactamente en dos porciones al final de este capítulo; y esa es una razón por qué se menciona que Daniel prosperó en el reinado de Darío, y en el reinado de Ciro el persa. En el capítulo siguiente encontraremos que regresamos al reinado de Belsasar, cuando Daniel es traído otra vez ante nosotros. Pero debo dejar esto, sólo orando para que esta muestra de la gran importancia de leer la Escritura considerando los tipos incluidos en ella, donde se ha determinado que se lea de este modo, pueda despertar a los hijos de Dios para que vean que hay mucho más para aprender de la Escritura de lo que aparece en la superficie a primera vista. Lo que Dios dice tiene un carácter acerca de ello que es infinito. En lugar de agotarse por una porción de agua sacada de ella aquí o allí, ella es el pozo mismo; el manantial de verdad que fluye constantemente. Mientras más crecemos en la verdad, nos sentimos menos satisfechos con lo que hemos obtenido, y sentimos más lo que tenemos aún que aprender. Ello no es para afectar palabras de humildad, sino que es el sentimiento real, profundo, de nuestra total insuficiencia, en presencia de la grandeza y bondad de nuestro Dios, que ha tomado a semejantes pobres gusanos, que es lo que nosotros somos, para colocarnos en Su propia gloria — pues tales son, efectivamente, los poderosos modos de obrar de Su gracia.

Capítulo 7: Segunda gran división del libro

Entramos ahora en la segunda gran división del libro. El Espíritu de Dios nos presenta aquí, no meramente la historia o las visiones de un pagano, como Nabucodonosor u otros, sino las comunicaciones de Dios al propio profeta. De ahí que los más altos pensamientos en la mente del Espíritu son con respecto a lo que se relacionaba con los judíos, como siendo ellos el objeto del especial favor de Dios en aquel tiempo, y, más particularmente, lo que les esperaba en un día bendito que está por venir. Daniel fue el canal apropiado para tales revelaciones. En consecuencia, el Espíritu repasa nuevamente el terreno de los cuatro grandes imperios Gentiles, así como el quinto imperio, el reino de los cielos, que va a ser introducido por el Señor Jesús. Pero todo es presentado desde un punto de vista diferente, aunque, por supuesto, con perfecta consistencia. No se trata ahora de una gran imagen comenzando con lo que era magnífico, el oro y la plata, y descendiendo, con evidente deterioro del esplendor, hasta el vientre y muslos de bronce, y piernas de hierro y pies de barro. Tenemos aquí rapaces bestias salvajes. Se hace referencia a los mismos poderes, pero se trata de otro aspecto de ellos. Fue muy adecuada la figura de la imagen presentada a los ojos de la gran cabeza del imperio Gentil, sus cambios y relaciones unos con otros; pero se trata ahora del punto de vista de Dios de estos mismos poderes, y su relación con Su pueblo.
Tenemos así, en esta sencilla consideración, la clave a las diferentes maneras en que estos poderes son representados. Hallaremos, también, en los detalles, aquella sabiduría que nosotros siempre podemos buscar en lo que procede de la mente de Dios.
Cuatro Bestias Salvajes Emergen
El profeta, en la visión, ve una masa de aguas, agitada por los vientos del cielo. De este mar agitado emergen cuatro bestias salvajes y, yo puedo agregar, sucesivamente; pues es muy claro que, como en los imperios presentados por los metales, etc. en Daniel 2, de igual modo en los mismos poderes presentados aquí, nosotros tenemos que considerar imperios no contemporáneos, sino sucediéndose el uno al otro en gobernar sobre el mundo bajo la providencia de Dios. “La primera era como león, y tenía alas de águila” (Daniel 7:4). Allí, incuestionablemente, tenemos el imperio de Babilonia. Tampoco es, en absoluto, una novedad encontrar al Espíritu Santo aplicando la figura de un león a Nabucodonosor, ni tampoco la de un águila. Jeremías ha utilizado ya la misma. “El león sube de la espesura, y el destruidor de naciones está en marcha” (Jeremías 4:7). Ezequiel, al igual que Jeremías, lo representó, también, bajo la figura de un águila. Efectivamente, él es mencionado tanto como león y como águila en Jeremías 49:19-22. En la visión de Daniel el Espíritu Santo combina las dos figuras en un símbolo, para representar apropiadamente lo que el imperio Babilónico era en la mente de Dios.
Pero, además de estos símbolos de grandeza y rapidez de conquista, tenemos la señal de un cambio notable que iba a pasar sobre esta bestia, y un cambio del cual no había ninguna apariencia, humanamente hablando, en aquel momento. Pero todo estaba abierto ante los ojos de Dios, cuyo objeto en dar la profecía es que Su pueblo viera de antemano lo que Él ve. A Dios le ha complacido, en la sabiduría y bondad perfectas que pertenecen a Su naturaleza, impartir semejante medida de conocimiento del futuro tal como Él lo ve para Su propia gloria; y un hijo obediente oye y guarda las palabras de su Padre.
Él presentó ahora al profeta el conocimiento de que el imperio Babilónico iba a ser humillado. No iba a ser destruido totalmente como nación, sino que iba a ser depuesto completamente como poder gobernante en el mundo. Esto fue lo que significaban las alas arrancadas, y que el animal fuera levantado del suelo y puesto sobre los pies como un hombre, lo que destruiría, evidentemente, su fuerza. Pues por muy apropiada que una actitud como esta sea para un hombre, está claro que para una bestia rapaz sería más bien una humillación. En concordancia, también, con esto, “le fue dado corazón de hombre” (Daniel 7:4). Puede haber en esto una especie de contraste con lo que realmente sucedió en el caso de Nabucodonosor, a quien se le dio un corazón de bestia (Daniel 4:16). El rey orgulloso no estaba mirando a Dios, lo cual es claramente el deber ineludible de cada alma humana. No es apropiadamente un hombre quien no reconoce al Dios que lo trajo a existencia, y que vela sobre él y abunda en beneficios hacia él cada día: el Dios que reclama la lealtad de la conciencia y que solamente puede convertir el corazón. En el caso de Nabucodonosor, el hombre estaba ocupado consigo mismo. La dación misma de dominio universal de parte de Dios fue pervertida por el poder de Satanás, de manera de lograr que el yo y no Dios sea el objeto de sus pensamientos. En la enfática frase de la Escritura, su corazón no fue el corazón de un hombre que mira a lo alto, reconociendo a Uno por sobre él, sino el corazón de una bestia que mira hacia abajo en la gratificación de sí mismo y en la prosecución de sus propios instintos. Este fue el caso con Nabucodonosor, y por lo tanto, un juicio muy solemne y muy personal fue ejecutado sobre él. Pero la misericordia de Dios se interpuso, después de un cierto tiempo de humillación, y él fue restaurado. Esta fue una muestra de la condición a la cual los poderes Gentiles iban a ser llevados por no reconocer al Dios verdadero, pero hubo, también, el testimonio de su futura bendición y restauración, cuando ellos reconocerán el reino dentro de poco. En el caso que tenemos ante nosotros, el león fue reducido de su poder como una bestia a una posición de debilidad. Esto tuvo lugar, realmente, cuando Babilonia perdió su supremacía en el mundo, lo cual parece ser claramente el significado de la última parte del versículo. Tenemos primero a Babilonia, en la plenitud de su poder, y luego el gran cambio que ocurrió cuando fue despojada del imperio del mundo.
En el versículo siguiente (Daniel 7:5), se da una descripción del imperio persa, que había sido representado en la gran imagen como el “pecho, etc., de plata.” “Y he aquí otra segunda bestia, semejante a un oso, la cual se alzaba de un costado” — un rasgo notable, que, a primera vista, podría no ser obvio, pero que pronto es explicado. Era un imperio no tan uniforme como el Babilónico. Consistía de dos pueblos unidos bajo una cabeza. Otro rasgo notable es este: el que prevaleció fue el inferior de los dos reinos. El persa aventaja al Medo. Así vimos en Daniel 5 que Darío el Medo tomó el reino; pero Ciro siguió pronto, y de ahí en adelante fue siempre el persa el que gobernó, y no el Medo. Tenemos, en esta circunstancia, un nuevo ejemplo de que nosotros no necesitamos realmente la historia para la comprensión de la profecía. La falta de atención a esto hunde a las personas en la incertidumbre. Nosotros podemos recurrir a la historia como una especie de homenaje tributado a la profecía, pero la confirmación histórica de la profecía cumplida es una cosa muy distinta de su interpretación. La profecía, al igual que toda la Escritura, es explicada sólo por el Espíritu de Dios; y Él no necesita dejar la palabra escrita para que la ayuda humana explique lo que Él ha inspirado: sólo Aquel que es el autor de la Escritura es realmente capaz de explicarla. Yo no debería tener que enfatizar esto, aunque es un principio primario de la verdad; pero tenemos que insistir bastante sobre principios primarios de verdad tanto ahora como siempre.
Aquí, entonces, la Escritura nos proporciona el hecho evidente de que, mientras el segundo imperio consistía de dos partes, y mientras los medos fueron la rama más antigua del imperio, con todo, el que iba a ser más prominente fue Ciro el persa. Este fue el costado que se alzó. “Tenía tres costillas en su boca, entre sus dientes,” (Daniel 7:5 - VM), claramente, yo pienso, esta es la señal de la rapacidad extraordinaria que caracterizaría el imperio persa. Si tuvieran que sernos presentadas, en una especie de panorama, bestias diferentes, y si uno de los animales fuera descrito con una cantidad de presas y realmente devorándolas, de inmediato deberíamos tener la idea de un apetito singularmente voraz. Tal fue el caso con los persas. Hubo frecuentes insurrecciones que tuvieron que enfrentar, a causa de su extorsión y crueldad. Es verdad que Dios obró providencialmente a través de ellos a favor de los judíos; pero esto sólo hizo más sorprendente el contraste con sus modos comunes de actuar. Pues mientras los persas fueron excesivamente duros con los demás, hubo muestras de indulgencia y favor hacia Israel; pero esto fue sólo la excepción. En general, como forma de describir el carácter de ellos, una rapaz bestia salvaje lo exhibe. De ahí que se dice que el oso tiene tres costillas en su boca, entre sus dientes. Fue en el acto mismo de demostrar sus rapaces propensiones. “Y le dijeron así: “Levántate, y devora mucha carne” (Daniel 7:5 - LBLA). Esa fue la explicación en palabras de la visión: se refería, evidentemente, a sus hábitos predatorios.
El Imperio Dividido En Cuatro
En el tercer caso, tenemos un leopardo, con algunos rasgos notables acerca de él, aunque no debemos buscar la regularidad de la consistencia descriptiva. Hay ciertas verdades dadas a entender por cada figura; pero si los hombres tratan de poner todos los detalles en una armonía formal, ellos no se mantendrán unidos. En el presente caso, no había nada en la naturaleza semejante a este leopardo; pero Dios toma de diferentes cosas que existían en los rasgos de la naturaleza que eran necesarios para dar una idea combinada de este nuevo imperio. De ahí que, mientras que el leopardo es notable por su agilidad al perseguir su presa, no obstante, para presentar algo que trasciende la naturaleza, nosotros oímos que “tenía cuatro alas de ave en sus espaldas” (Daniel 7:6 - VM). Si hubo alguna vez un caso en que se unieron el impetuoso coraje en prosecución de grandes designios y la velocidad en conseguir una sucesión de conquistas, lo hallamos en la historia de Alejandro Magno. El reino macedonio, o griego, tiene un carácter de celeridad ligado a él que ningún otro imperio tuvo jamás; y por eso el leopardo, por una parte, y las cuatro alas de ave, por la otra. Pero, además de eso, “tenía también esta bestia cuatro cabezas; y le fue dado dominio” (Daniel 7:6). Ustedes tienen allí no tanto lo que se hallaba en el propio Alejandro, sino más bien en sus sucesores. Las cuatro cabezas se refieren a la división de su imperio en cuatro partes diferentes después de su muerte. No es, por lo tanto, meramente un símbolo de lo que fue el imperio griego en su primer origen, sino que presenta así también su futuro. Se trata enfáticamente del imperio que se separó en cuatro divisiones distintas. No es que hubo solamente cuatro, porque está claro que hubo, en un momento, una especie de división entre sus generales, seis de los cuales reinaron sobre diferentes partes, pero ellos disminuyeron gradualmente a cuatro. Esto lo sabemos del siguiente capítulo: no hay necesidad de acudir a la historia para ello. Todos los hechos, toda ciencia, deben confirmar la Palabra de Dios; pero la Palabra de Dios no necesita de ellos para demostrar que ella misma es divina. Si lo hiciera, ¿qué sería de aquellos que no entienden nada de ciencia e historia? Las personas que se interesan superficialmente en una u otra con el propósito de confirmar las Escrituras, jamás han cosechado algo más que escasos fragmentos, por lo que a la cosecha de la Escritura se refiere. Otra cosa es si una persona se nutre de la Palabra, crece en el conocimiento de la Escritura, y luego es llamada, en el curso del deber, a ocuparse de lo que los hombres dicen acerca de ella: él encontrará que no hay nada, ni siquiera en los descubrimientos más recientes de la ciencia, que no rinda un involuntario homenaje a la Escritura. El hombre que adopta su actitud hacia la Escritura, mirando a Dios en lo alto, y utilizando cualquier medio que sea dado por medio de la Palabra y el Espíritu de Dios, tiene el verdadero terreno de la ventaja: su confianza está en Dios, y no en los descubrimientos o pensamientos de los hombres. El hombre que está buscando aquí abajo, está sujeto a toda la incertidumbre y confusiones de este mundo inferior. Aquel que obtiene su luz de la Palabra de Dios tiene un sol más brillante que el del medio día; y, por consiguiente, en la medida en que él se somete a ella, él no se extraviará, no puede extraviarse. Y el Espíritu de Dios puede, y quiere, producir esta sujeción en nosotros. Todos nosotros nos extraviamos, más o menos, como de hecho lo hacemos; pero la razón no es por algún defecto en la Palabra de Dios, o alguna falta de poder para enseñar por parte del Espíritu Santo. Nosotros nos equivocamos porque no tenemos suficientemente fe sencilla en la perfección de la Escritura, y en la bendita guía que el Espíritu ama ejercer conduciéndonos a toda verdad.
Inicio De Otra Visión
El versículo siguiente (versículo 7) es el inicio de otra visión. Pues, hablando correctamente, desde el primer versículo hasta el séptimo es una sección o visión, cada una siendo presentadas mediante las palabras, “Miraba yo en mi visión de noche.” Daniel vio primero las cuatro bestias en una manera general; y algunas fueron especificadas particularmente, fueron las tres primeras. Pero la cuarta bestia fue, evidentemente, la que ocupó más peculiarmente la mente del Espíritu Santo y, por lo tanto, el profeta obtiene una visión fresca de ella. “Después de esto miraba yo en las visiones de la noche, y he aquí la cuarta bestia, espantosa y terrible y en gran manera fuerte, la cual tenía unos dientes grandes de hierro” (Daniel 7:7). Aquí está, claramente, una figuración profética del cuarto imperio o imperio Romano. No entraré ahora en las muchas demostraciones de ello. Es probable que difícilmente alguna persona que lee estas páginas combata el pensamiento, de que en los cuatro bien conocidos imperios nosotros tenemos la estatua de Daniel 2, y las bestias de Daniel 7. Algunos han negado esto, pero se trata de una excentricidad tal que uno no necesita decir nada más al respecto.
La Cuarta Bestia — El Imperio Romano
Entonces, admitiendo esto, nosotros tenemos, en la cuarta bestia, el imperio Romano claramente presentado. Lo que lo caracteriza políticamente es la fuerza irresistible. Es representado por un monstruo que nada que se pueda encontrar en la naturaleza puede explicar. Tenemos una narración completa de ello en el Apocalipsis; porque el imperio Romano, siendo entonces establecido, y llevándonos su futuro destino hasta el fin del siglo, llegó a ser el objeto exclusivo de atención — la bestia. Por consiguiente, tenemos una descripción de él en Apocalipsis 13, donde lo encontramos representado como un leopardo, “y sus pies como de oso, y su boca como boca de león.” Y esta criatura compuesta se distingue, además, por tener “diez cuernos y siete cabezas, y sobre sus cuernos, diez coronas” (Apocalipsis 13:1 - VM). Ese era el poder bajo el cual Juan estaba en ese mismo momento sufriendo en la isla de Patmos; y como mayores sufrimientos estaban reservados para el pueblo de Dios, y mayor blasfemia contra Dios, no necesitamos maravillarnos de que tengamos una narración minuciosa de ello.
Se lo ve aquí como una “cuarta bestia, espantosa y terrible y en gran manera fuerte, la cual tenía unos dientes grandes de hierro; devoraba y desmenuzaba, y las sobras hollaba con sus pies” (Daniel 7:7). Es decir, había un poder sin precedente de conquista y engrandecimiento, y lo que no se incorporaba a su propia sustancia, ella lo hollaba y quedaba así estropeado para los demás. “Y era muy diferente de todas las bestias que vi antes de ella.” Fue un imperio que mantuvo un fuerte sentimiento de la voluntad del hombre — del pueblo. Combinaba ciertos elementos republicanos con un despotismo tan férreo como jamás había gobernado en este mundo. Estas dos cosas fueron utilizadas distintamente, pero aparentemente en una forma armoniosa. Además de esto, existe otra marca y una muy distintiva: “y tenía diez cuernos.” En otros imperios no fue así. El imperio griego fue transferido gradualmente, después de la muerte de su fundador, a cuatro cabezas; pero la peculiaridad del imperio Romano es la posesión de diez cuernos. Sin embargo, no hemos de buscar el desarrollo real de la historia en esta visión. Si este hubiera sido el caso, está claro que los diez cuernos no habrían sido vistos en la bestia Romana, cuando fue vista por primera vez por los ojos del profeta. De hecho, no fue hasta después de cientos de años después que Roma había existido como un imperio, que tuvo más de un gobernante. El Espíritu de Dios trae claramente en la primera visión los rasgos que se encontrarían al final, y no al principio. Era fuerte y fiera; era una que devoraba, que hollaba las sobras con sus pies; era diferente de todas las demás. Roma puede haber sido todo esto durante la época de los Césares; pero no tuvo, en ese entonces, diez cuernos. No puede haber pretensión posible para una noción semejante hasta que el imperio fuera quebrantado; y después de eso, hablando correctamente, el imperio Romano dejó de existir. Podría haber el mantenimiento del nombre y título de emperador, pero era la cosa más vacua posible. Entonces, ¿cómo podía cumplirse esta profecía si mientras existió un imperio no dividido no hubo cuernos; y si, por otra parte, el imperio, como tal, feneció cuando se quebrantó en reinos separados? ¿De qué manera vamos a unir estos dos hechos? Porque está claro, a partir de lo que se nos presenta aquí, que una bestia es una cosa totalmente diferente de un cuerno. Una bestia representa la unidad imperial. Pero en Roma, mientras el imperio subsistía, no hubo “diez cuernos”: y cuando los reinos divididos surgieron, no hubo tal cosa, en ese entonces, como una unidad imperial.
¿Cómo, entonces, las dos cosas están puestas juntas en la profecía? Yo creo que el Espíritu de Dios estaba mirando hacia adelante, a la última etapa del imperio Romano, cuando ambos rasgos reaparecerán, y reaparecerán juntos. Esta última etapa termina en un juicio divino; tal como está escrito un poco después, “Estuve mirando hasta que fueron puestos tronos, y se sentó un Anciano de días, cuyo vestido era blanco como la nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia; su trono llama de fuego, y las ruedas del mismo, fuego ardiente” (Daniel 7:9). Ustedes tienen allí, evidentemente, una figura de la gloria divina en el juicio, no algún mero trato providencial en la tierra, sino el proceso de juicio que Dios mismo instituirá. “Un río de fuego procedía y salía de delante de él; millares de millares ministraban delante de él, y millones de millones en su presencia se levantaban; el Juez se sentó, y los libros fueron abiertos” (Daniel 7:10 - VM). Cualquiera que sea el tiempo en el cual se supone que esto tiene lugar, es manifiesto que se trata de un juicio divino. “Estaba mirando entonces a causa de la voz de las grandes palabras que hablaba el cuerno; estaba mirando hasta que fue muerta la bestia, y su cuerpo destruido y entregado al fuego devorador” (Daniel 7:11 - VM). El cuerno que se menciona aquí es el undécimo, el que salió de entre los diez (Daniel 7:8). Y fue este cuerno pequeño, que comenzó con un principio insignificante, el que, por uno u otro medio, logró arrancar de raíz tres de los primeros cuernos, y llegó a ser, por consiguiente, el guía y gobernante de la bestia entera. “Estaba mirando entonces a causa de la voz de las grandes palabras que hablaba el cuerno; estaba mirando” [no ‘hasta que fue derribado el cuerno’, sino], “hasta que fue muerta la bestia” (Daniel 7:11 - VM), de modo que se implica que este cuerno pequeño había logrado gobernar a la bestia entera. Este versículo demuestra que debía haber un juicio divino que lidiaría con el cuerno pequeño y con la bestia, y los destruiría. ¿Ha sucedido esto? Evidentemente no.
Está claro que, independientemente de lo que ha caído sobre el imperio Romano en tiempos pasados, se ha tratado del curso ordinario y la decadencia de una gran nación. Hordas bárbaras lo despedazaron, y se formaron reinos separados. Pero la profecía nos dice completamente otra cosa. Ella nos advierte de un juicio que se deshace de la bestia de un modo totalmente diferente, y en contraste con las demás. “Seguí mirando hasta que mataron a la bestia, destrozaron su cuerpo y lo echaron a las llamas del fuego. A las demás bestias, se les quitó el dominio, pero les fue concedida una prolongación de la vida por un tiempo determinado” (Daniel 7:11-12 - LBLA). Es decir, lo que queda de los Caldeos, o de las razas que fueron llamadas así, aún lo tenemos. Persia permanece como reino, y los griegos han llegado a ser un reino últimamente. Ellos existen, por lo tanto, aunque no como poderes imperiales.
Tenemos estas razas de hombres representando, más o menos, a esos poderes; más pequeños, es verdad, y no teniendo ya dominio como imperios. Este es el significado del versículo 12. Su dominio como gobernantes de la tierra les fue quitado, pero “les fue concedida una prolongación de la vida por un tiempo determinado” (Daniel 7:12 - LBLA). En este último imperio, cuando la hora del juicio llegue, la realidad es totalmente otra cosa. En el caso de las tres primeras bestias, ellos perdieron su dignidad imperial, pero, se puede decir, que ellas mismas existen. Pero en el caso del cuarto imperio, la hora cuando su dominio es destruido es la misma hora en que ese imperio mismo es destruido. “Fue muerta la bestia, y su cuerpo destruido y entregado al fuego devorador” (Daniel 7:11 - VM). ¿Quién puede dudar que esta es la misma escena a la que hemos aludido en Apocalipsis 19, donde se nos dice, “Y vi a la bestia, y a los reyes de la tierra y sus ejércitos, congregados para hacer guerra contra Aquel que estaba sentado sobre el caballo, y contra su ejército”? (Apocalipsis 19:19 - VM). El profeta había llegado a la última bestia. Más atrás en la revelación divina tuvimos a las otras tres bestias; ellas habían tenido su día, y quedó sólo la última. Por consiguiente, cuando Juan dice “la bestia,” hemos de entender el imperio Romano. Esta bestia, entonces, y los reyes de la tierra, están haciendo guerra contra el Señor. “Y fue tomada la bestia, y con ella el falso profeta que había hecho prodigios en su presencia, con los cuales él había engañado a los que recibieron la marca de la bestia, y los que adoraban su imagen. Éstos dos [pongan atención a esto] fueron echados vivos en el lago de fuego que arde con azufre” (Apocalipsis 19:20 - VM). Ahora, esto es muy notable; porque tenemos aquí el lago de fuego, el cual responde al juicio del fuego devorador en Daniel 7:11: sólo que se trata de una declaración más completa. No era un mero control de las circunstancias, sino un poder divino que lanza directamente al infierno sin la necesidad de un juicio previo. Pues estaba perfectamente claro en qué estaban ellos. Ellos fueron hallados en abierto antagonismo al Señor de gloria, y fueron lanzados en las llamas. ¿Se ha verificado esto, alguna vez, en el imperio Romano? Evidentemente no. ¿Qué sigue, entonces, a continuación? El imperio Romano ha desaparecido; por los últimos mil años, y más, no ha existido, excepto como un título que no significa nada, que ha sido objeto de contención entre hombres ambiciosos. Reinos separados han reemplazado al imperio Romano indiviso.
El Imperio Romano Reapareciendo
Pero, ¿qué tenemos aquí? Tenemos al imperio Romano reapareciendo. Y esto concuerda exactamente con otras partes de la Palabra de Dios. Pues hay una notable expresión en el Apocalipsis, a la que hemos aludido más de una vez. Se trata de Apocalipsis 17:8, etc., “la bestia que era y no es, aunque es. [Lit. estará presente]” (Apocalipsis 17:8 - RVA). Yo no sé de qué manera las personas pueden haber utilizado la expresión, “aunque es.” Ni siquiera es el sentido, y el pensamiento real es particularmente sencillo. Aquí no se da a entender ningún enigma: el imperio Romano iba a tener tres etapas. La primera es su forma original imperial, cuando Juan sufrió bajo el último de los Césares. La siguiente es su condición de inexistencia, desde alrededor del siglo quinto, cuando los Godos, y Vándalos, etc., lo quebrantaron; en esa condición está ahora. Pero, entonces, hay una tercera etapa, y es en esa última condición que se lo ha de encontrar en abierta oposición a Dios y al Cordero. Este es el futuro del imperio Romano. Se va a reorganizar, va a emerger, otra vez, como un imperio, y en esta última fase, luchará contra Dios para ruina suya. Y observen de qué manera esto deja espacio para el punto que yo deseaba ilustrar. Nosotros no podíamos haber tenido diez cuernos, así como a la bestia, en el pasado; en el futuro podemos tenerlos, y eso es lo que la escena en Apocalipsis 17 demuestra. “Y los diez cuernos que viste son diez reyes que aun no han recibido reino.” Pero se añade, “mas recibirán autoridad como reyes, con la bestia, por una hora” (Apocalipsis 17:12 - VM). Así que cuando la bestia haga su reaparición, habría este rasgo singular: que si bien habría una gran cabeza de unidad imperial, no habría exclusión de reyes separados. Se trataría aún de los reyes de Francia, España, etc. Que nadie suponga que decir esto es profetizar. La verdadera forma para ser guardado de esa presunción es estudiar la profecía. En un caso, ustedes están aprendiendo lo que Dios dice; en el otro, ustedes están dejando salir nada más que sus propios pensamientos. En este pasaje el punto es, no sólo un imperio sin los diez reyes, tampoco los diez reyes sin el imperio, sino la unión de estas dos cosas. Está la unidad imperial, que responde a la bestia; y están, al mismo tiempo, estos reyes separados. Lo que caracterizará al imperio Romano en su última fase es la coexistencia de estas dos cosas. Todo está tendiendo ahora a eso.
Islamismo Y Catolicismo
El profeta vio la condición última de este imperio con sus diez cuernos. “Mientras yo contemplaba los cuernos, he aquí que otro cuerno pequeño salía entre ellos, y delante de él fueron arrancados tres cuernos de los primeros; y he aquí que este cuerno tenía ojos como de hombre, y una boca que hablaba grandes cosas” (Daniel 7:8). Los hombres solían aplicar todo esto al papa. Sin duda el pontífice Romano fue extremadamente desagradable para todos lo que valoraban la Palabra de Dios. Pero, siempre debemos tener cuidado, cuando leemos la Escritura, no ser ansiosos acerca de aplicar la Palabra de Dios a lo que está en nuestro camino, o a lo que nosotros podemos pensar que es extremadamente malvado — como lo son, indudablemente, el papa y el catolicismo. Pero debemos procurar entender lo que Dios da a entender en Su palabra. Queda admitido el hecho de que existe una notable analogía entre el papado y el cuerno pequeño. Puede ser que los hijos de Dios en distintas épocas, quienes estaban sufriendo por medio del papado, hayan tenido la intención de aplicarlo de este modo, para su ayuda y aliento. El cambio de los tiempos y la ley (Daniel 7:25), así como sus grandes palabras y la persecución de los santos, pueden haber sido llevados a cabo en sus cánones, bulas, e influencia política. Pero queda pendiente de respuesta lo siguiente, ¿es aquel el significado completo y el diseño apropiado de la profecía? Tomen un ejemplo de Mateo 24. Había el “principio de dolores”: luego, “la abominación desoladora” sería colocada en el lugar santo, y una advertencia a huir de Jerusalén; una tribulación sin precedente, etc. Yo puedo entender todo esto teniendo una medida de aplicación a la destrucción de Jerusalén llevada a cabo por los ejércitos de Tito. Pero, ¿quién dirá que esto es el fin de todo, y que el pleno significado se realiza allí? Es imposible que alguien que lo examine atentamente pueda pensar de este modo. Cuando Dios da una profecía, Él, muy a menudo, permite que haya una especie de arras en el cumplimiento de ella; pero jamás hemos de tomar aquello como la cosa completa. El imperio Romano ha caído, y, de la caída de aquel imperio, un poder nuevo y singular, con reclamaciones divinas, se ha puesto en marcha y se ha establecido contra Dios. Pero decir que esto es el pleno cumplimiento de la profecía, sería un error tan grande como suponer que Dios nunca aludió a ello, en absoluto. Iban a existir, el islamismo en el este, y el catolicismo en el oeste; pero, con todo, la pregunta se repite, ¿es eso todo lo que el Espíritu Santo dio entender? Yo digo, ¡no! por la razón ya dada — que si se considera la historia del catolicismo, la bestia desapareció, apropiadamente, cuando el papa tomó su lugar.
Más que esto. El papa jamás ha adquirido tres de los diez reinos. Él podría recibir el patrimonio de Pedro, pero ha sido siempre un poder políticamente insignificante, de ninguna importancia en cuanto a territorio. En lugar de adquirir tres de los diez reinos, todo su peso ha surgido de su engaño espiritual sobre las almas de los hombres. Claramente, entonces, un poder, pequeño en sus comienzos, se ha de levantar y ha de derribar tres de estos grandes poderes, adquiriendo todo el dominio de ellos. El papa nunca ha hecho nada semejante. Así que, aunque ha existido una medida de semejanza, existe la suficiente diferencia para hacer que lo que los diferencia sea suficientemente claro.
El imperio está en pleno vigor en la época en que esos diez cuernos y el cuerno pequeño aparecen. Este último, posteriormente, se engrandece, y gobierna a la bestia entera. En lugar de esto, el papa ha perdido desde hace mucho tiempo la mitad de su influencia en Europa, y ha sido, últimamente, despojado de la parte principal de sus dominios en Italia; y ningún hombre puede decir cuál puede ser el fin de las agencias que están obrando ahora.
Tenemos aquí un poder muy vigoroso, que tiene a los diez cuernos sometidos a él mismo. El Apocalipsis nos dice que todos los diez reyes conspiraron para entregar su poder y fuerza a la bestia (Apocalipsis 17:13). Dios ha abandonado todo, porque es el tiempo cuando habrá un poder engañoso, y los hombres creerán a la mentira (2 Tesalonicenses 2:11). Yo no infiero, a partir de eso, que esto no tenga relación con el papado, sino que su cumplimiento pleno es en el futuro. La Escritura es explícita en cuanto a que el Imperio Romano, el cual, dejado de existir, será reorganizado, y será el instrumento, bajo la dirección del falso profeta, para llevar a cabo el último gran esfuerzo de Satanás contra el Señor Jesucristo.
En Daniel nosotros encontramos que este cuerno pequeño derroca tres poderes. A continuación, tenemos sus características morales. Tiene ojos como de hombre, y una boca que habla “cosas espantosas” (Daniel 7:8 - VM). Se destaca por una inmensa inteligencia — no por la fuerza bruta. Su descripción contrasta con la del Señor, el Cordero que fue inmolado, quien se caracteriza por tener siete cuernos y siete ojos — es decir, la perfección de inteligencia y de poder (Apocalipsis 5:6). En este caso no es así. El poder parece ser, exteriormente, mucho mayor. Tiene diez cuernos en lugar de siete — un monstruo en vez de la perfección. El resultado es una especie de grotesca exageración del poder y la sabiduría de Cristo que ese hombre impío, energizado por Satanás, se arrogará a sí mismo. Luego viene el derrocamiento (Daniel 7:11) debido a su espantosa blasfemia contra Dios.
“Uno Como Un Hijo De Hombre”
Una nueva visión sigue a continuación (Daniel 7:13-14), en contraste con los poderes que fueron representados por bestias rapaces. El objeto nuevo y prominente es “uno como un Hijo de Hombre” (Daniel 7:13 - LBLA). Tal como en el capítulo segundo fue una piedra insignificante que golpeó la gran imagen, y todo se desmenuzó en pedazos desde la cabeza hasta los pies. Aquí, el Hijo de Hombre venía “con las nubes del cielo,” y “vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de Él.” El Anciano de días representa a Dios como tal, “el Alto y Sublime, el que habita la eternidad” (Isaías 57:15).
En el Apocalipsis ambas glorias se unen en la Persona de Cristo. Apocalipsis 1 nos muestra a uno semejante al Hijo del Hombre: pero cuando encontramos Su descripción, algunos de los rasgos son exactamente los mismos que son atribuidos aquí al Anciano de días, de cuyo vestido se dice que era blanco como la nieve, y el pelo de Su cabeza como “lana purísima” (Daniel 7:9 - VM). El profeta judío (Daniel) ve a Cristo simplemente como hombre. El profeta cristiano (Juan) lo ve a Él como hombre, pero, además, como Dios.
“Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido” (Daniel 7:14). No habrá nada semejante a que el reino le sea quitado a Él, o a que otro poder Le suceda. Será eterno en el sentido de que existirá mientras el mundo durará. Pero, estrictamente, esta no es una escena eterna. Los profetas judíos muestran a ustedes el milenio; pero ellos no despliegan, como el Nuevo Testamento lo hace, el hecho de que cuando todas las cosas estén sujetas al Dios y Padre, Dios será todo en todos (1 Corintios 15:24-28). Esto estaba reservado para otro día; y Apocalipsis lo corrobora en la manera más bendita, en Apocalipsis 21:1-8.
A propósito, presten atención solamente a un rasgo de alguna importancia. La última parte del capítulo consiste en explicaciones; pero nunca hemos de suponer que las explicaciones de la Escritura se refieren meramente a lo que ya se ha dado. Este es el caso en los escritos humanos, pero en las explicaciones de Dios hay siempre verdad adicional sacada a la luz. Esto tiene importancia. Por no entender esto, se ha supuesto que el reino de Cristo es meramente el predominio moral o influencia de Sus santos. Habrá el reino del Hijo del Hombre y el reino de Su pueblo, pero ciertamente no debemos suponer que mediante eso se da a entender el reinar de los santos en una manera figurada con exclusión del Hijo del Hombre. La explicación pone de manifiesto a los santos, lo cual no lo hace la visión. Pero el principio es falso, como también lo es la deducción.
En el versículo 17, la persona a la cual el profeta apela le dice, “Estas grandes bestias, que son cuatro, son cuatro reinos que surgirán de la tierra” (Daniel 7:17 - VM). Su origen era puramente terrenal. No hay contradicción, en absoluto, entre esto y el hecho de que en el versículo 3 se nos dice que ellas subieron del mar. La razón por la cual se dice que ellas suben de allí es que el mar representa a una masa de hombres en un estado de anarquía política. Es de este estado perturbado de personas que el imperio surge. Tomen el Imperio Francés como ejemplo. Una revolución quebrantó el antiguo sistema de gobierno. Siguió luego un estado de confusión, como el mar agitado por los vientos, y de todo esto emergió un imperio. Cuatro grandes imperios surgieron de semejante estado de cosas en el mundo. Fue, también, casi al mismo tiempo, que los comienzos de los cuatro grandes imperios fueron establecidos. Hubo una diferencia inmensa en el grado de desarrollo en el Este (Oriente) en comparación con el Oeste (Occidente). Los poderes Occidentales estaban, comparativamente, sólo en ciernes; pero el comienzo de estos varios poderes se podía rastrear hasta la fecha más o menos igual y al mismo estado de confusión y anarquía. Eso parece ser lo que se quiere dar a entender mediante su salida del mar. Pero en el versículo 17 se dice que ellos se van a levantar de la tierra. Ellos no tienen un origen celestial. La fuerza del mar era para mostrar, meramente, de que ellos crecieron de un estado de sociedad previamente perturbada. Tal era su origen providencial. Pero aquí, su origen moral es considerado como siendo puramente terrenal, en contraste con el Hijo del Hombre, quien viene en las nubes del cielo. (Marcos 13:26).
La Venida De Cristo En Juicio
Lo que hace que esto sea aún más claro es que en el siguiente versículo se dice, “Pero los santos del Altísimo recibirán el reino, y poseerán el reino para siempre, y para siempre jamás” (Daniel 7:18 - VM). El margen dice, los santos de los “altísimos.” Se trata del origen de la expresión del Nuevo testamento, “lugares celestiales.” La frase es la misma, ya sea que se aplique a nuestras bendiciones, “nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo,” (Efesios 1), o a los enemigos en “las regiones celestiales” (Efesios 6:12 - VM). Los santos de los lugares celestiales (es decir, probablemente, de Dios en conexión con los lugares celestiales) “recibirán el reino” (Daniel 7:18). Esto presenta el contraste. En cuanto a estos cuatro grandes poderes, lo mejor que pudo decirse de ellos, si ustedes consideran el origen político de ellos, fue que se levantaron de un estado de cosas confuso y tumultuoso en el mundo; o, si consideramos su origen moral, ese levantarse no fue del cielo. Si, por otra parte, ustedes consideran a los santos de los lugares celestiales, ellos son los destinados a recibir el reino, el cual poseen para siempre jamás. Esto añade una importante verdad al hecho del Hijo del Hombre obteniendo el reino. Cuando el dominio le sea dado, Él no lo recibirá solo. Todos los que alguna vez han esperado este reino, en todas las épocas, vendrán con Él. Será el tiempo cuando Él manifestará a Sus resucitados, y cuando Abraham, Enoc, David, sin importar quienes puedan ser los que le han conocido a Él mediante la fe, estarán allí en sus cuerpos cambiados y glorificados, y reinarán con Él. “¿No sabéis,” dice el apóstol, que nosotros hemos “de juzgar al mundo?” (1 Corintios 6:2). Eso debe significar, claramente, en este reino del Hijo del Hombre. Porque si fuera meramente un asunto de ir al cielo para estar con Cristo, esto no es juzgar al mundo. De modo que, si bien es cierto que nosotros vamos a ir al cielo, ello no es todo. “¿O no sabéis que hemos de juzgar a los ángeles?” (1 Corintios 6:3). Si nosotros no hemos conocido, ¿cómo va a pasar? Si no hemos buscado tales cosas es porque se ha dejado deslizar alguna verdad. Y pongan atención a la importancia práctica de ello. El hecho mismo de que ustedes no lo sepan, demuestra que ustedes carecen de algo a lo cual Dios otorga una gran importancia. ¿Y de qué manera Dios lo utiliza en la Epístola a los Corintios? Fue para reprochar a esos santos el hecho de que ellos llevasen sus asuntos ante el mundo. ¿Acaso no saben, Él razona con ellos, que ustedes son llamados a este lugar de dignidad? No se trata meramente de que ustedes lo tendrán de aquí a muy poco tiempo; sino que Dios lo da a conocer y lo hace verdadero para la fe ahora. Así como el heredero de un reino es instruido y preparado para el trono que ha de ocupar, así Dios está educando ahora a Sus santos para compartir el reino del mundo que va a pertenecer a Cristo. Es una verdad revelada por Dios que los reinos del mundo vendrán a ser de nuestro Señor y de Su Cristo (Apocalipsis 11:15); pero cuando Él reine, los santos reinarán también. Los santos de los lugares celestiales — ¿quiénes son ellos? Son aquellos cuyos corazones están con Cristo en lo alto, son los que se convertirán antes de que Cristo venga, y gobernarán un pueblo reunido en la tierra; son los que han muerto en Cristo en épocas pasadas, o los que están esperando ahora a Cristo; son, también, aquellos que pasarán a través de la gran tribulación: todos estos son santos del Altísimo. Ellos están en contraste con los demás. Pues habrá también santos cuando Cristo venga a reinar, los cuales serán bendecidos en la tierra. Habrá una gran siega allí. El Señor traerá a esos santos para que entren en todas las bendiciones prometidas de Su reino. Pero nosotros somos escogidos en Cristo antes de la fundación del mundo (Efesios 1:4), y reinaremos sobre la tierra (Apocalipsis 5:19). Eso se distingue del reino y del dominio debajo de todo el cielo (Daniel 7:27). Hay ciertos santos que están en los cielos; pero hay otra clase de la cual se habla que está aquí abajo. El reino será dado al pueblo de los santos del Altísimo. Esas son algunas de las personas sobre las cuales los santos reinarán. “¿O no sabéis,” Pablo insta, “que los santos han de juzgar al mundo?” (1 Corintios 6:2). Por consiguiente, tenemos aquí “al pueblo de los santos del Altísimo” como una clase distinta (Daniel 7:27).
Hay muchos detalles en este capítulo en los que yo no he entrado. Pero hay una descripción de la conducta malvada del cuerno pequeño sobre la cual yo debo decir algunas palabras, aunque ello esté un poco fuera de lugar. Se dice (versículo 20) que el cuerno “tenía ojos y una boca que hablaba con mucha arrogancia, y cuya apariencia era mayor que la de sus compañeros. Mientras yo miraba, este cuerno hacía guerra contra los santos y prevalecía sobre ellos, hasta que vino el Anciano de Días y se hizo justicia a favor de los santos del Altísimo, y llegó el tiempo cuando los santos tomaron posesión del reino” (Daniel 7:20-22 - LBLA). Luego, en la siguiente narración, se dice (versículo 25) que este cuerno pequeño “proferirá palabras contra el Altísimo y afligirá a los santos del Altísimo, e intentará cambiar los tiempos y la ley; y le serán entregados en sus manos por un tiempo, por tiempos y por medio tiempo” (Daniel 7:25 - LBLA). Es necesario entender lo que el cuerno pequeño hará. El significado es que él destruirá la adoración judía, proseguida en ese entonces en la tierra. Por la palabra “tiempos” se da a entender sus festivales o días de fiesta. Él interferirá con estos como Jeroboam lo hizo; “y le serán entregados en sus manos” etc. (Daniel 7:25 - LBLA). A menudo se ha supuesto que el pronombre personal “le” significa ‘los santos’, es decir, que los santos le serán entregados. Pero esto es un completo error. Son “los tiempos y la ley” los que han de ser entregados en sus manos, por un cierto período limitado de tiempo. Dios le permitirá que él lo haga a su manera. Y el hecho de que estos han de ser entregados en sus manos demuestra que él logra, por un tiempo, llevar a cabo sus deseos. Pero Dios jamás entregará a Sus santos en las manos de Sus enemigos, ni siquiera por un tiempo tan corto. Él los guarda siempre en Sus propias manos. Job nunca estuvo más en las manos de Dios que cuando Satanás deseó tenerle para poder zarandearle como a trigo. Las ovejas están en las manos del Padre y del Hijo, y nadie podrá arrebatarlas de allí. No existe semejante pensamiento en la Palabra como el de que Dios las deje o las abandone. Aquí se trata, sencillamente, de los arreglos externos de adoración, de la cual los judíos serán los representantes en la tierra; y se permitirá que estos arreglos caigan, por un tiempo, bajo su poder. Pues está claro que en aquel tiempo habrá, también, santos judíos reconociendo a Dios y a Jesús, en una medida: como se dice en Apocalipsis 14, “Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús.” Estos santos estarán en una posición muy peculiar. Habrá, hasta cierto punto, una especie de combinación de la ley con un reconocimiento de Jesús. Durante este estado de cosas, ellos llegarán a estar bajo el poder del cuerno pequeño, por un “tiempo, y tiempos, y medio tiempo” — es decir, por tres años y medio, a los que la venida de Cristo en juicio pondrá fin.

Capítulo 8: Visiones concernientes a los judíos

Hay un cambio notable que tiene lugar en el punto donde hemos llegado ahora, y es posible que no todos los lectores del Libro de Daniel lo conozcan. El idioma en el cual el Espíritu de Dios revela esta visión, y las que siguen a continuación, es un idioma distinto de aquel en el cual Él había transmitido las porciones anteriores del libro. A partir de la primera parte de Daniel 2 hasta el final de Daniel 7 el idioma fue el del monarca Babilonio — el Caldeo; mientras que desde Daniel 8 hasta el final, es el hebreo — el idioma común del Antiguo Testamento. Ahora bien, esto no fue sin un propósito. Y yo pienso que la clara deducción que debemos sacar de ello es esta: que lo que concernía particularmente a las monarquías Gentiles fue presentado en el lenguaje del primer gran Imperio Gentil. Ellos estaban inmediatamente interesados en ello: y, de hecho, tal como lo sabemos, la primera visión (de la imagen) fue vista por el propio rey Gentil — Nabucodonosor. Desde eso hasta el final de Daniel 7 está en su propio idioma.
La Porción Hebrea Del Libro
Pero estamos ahora a punto de entrar en las visiones que conciernen especialmente a los judíos. Daniel 8, por ejemplo, alude al santuario, al pueblo santo, al continuo sacrificio, y a un número de otros detalles, que difícilmente habrían sido inteligibles para un Gentil, y que no tenían ninguna clase de interés para él. Pero aunque estos detalles puedan ser pequeños a nuestros ojos, aunque puedan parecer sólo algo del pasado, con respecto a un pueblo prácticamente atomizado, dispersado sobre la faz de la tierra, con todo, no obstante, tiene un interés real y perdurable en la mente del Espíritu. Porque no se ha acabado aún con los judíos. Lejos de ello. Los judíos han conocido, a lo largo de toda su historia, la miseria de procurar merecer las promesas que fueron dadas a los padres; y se les ha permitido desarrollar el terrible experimento de la locura y ruina que sigue necesariamente al intento del hombre por adquirir lo que sólo la gracia de Dios puede conceder. Ese ha sido, y es, todo el secreto de su historia pasada y presente. Ellos fueron sacados de Egipto por el poder de Dios; pero en Sinaí se comprometieron a hacer todo lo que Jehová les había dicho (Éxodo 24:3). No dijeron ni una palabra acerca de lo que Dios había prometido. El Señor aludió a ello. Pero en modo alguno ellos le recordaron a Él que eran una nación de dura cerviz — un pueblo rebelde, incrédulo. Y cuando Dios propuso que le obedecieran a Él, ellos, en lugar de reconocer su absoluta incapacidad, en vez de depender sólo de Su misericordia, por el contrario, ellos responden con palabras que delatan esa audacia que caracteriza siempre al hombre en su estado natural. “Haremos todas las cosas que Jehová ha dicho,” ellos dicen, “y obedeceremos” (Éxodo 24:7). El resultado fue que ellos no hicieron nada de lo que Jehová había dicho. Fueron desobedientes a cada instante, y Dios se vio obligado a tratar con ellos del modo que lo merecieron. Sin duda hubo una bondad divina en todo ello; y cada paso, incluso de su fracaso, sólo sacó a la luz, por medio de la gracia de Dios, algún tipo o sombra de las bendiciones que Dios les dará dentro de poco tiempo, cuando, curados por Su misericordia de este error fatal de la carne, y siendo disciplinados en sufrimiento y prueba, y en esa terrible tribulación a través de la cual están todavía destinados a pasar, ellos recurrirán entonces al Bendito a quien sus padres despreciaron y crucificaron, y reconocerán que sólo la misericordia de Dios puede darles cualquier bendición, y que es Su fidelidad la que consumará todo lo que Él había dicho a sus padres. Esto lo vimos comenzando a clarear en una manera particular en las profecías de Daniel. Pues, aunque en las partes anteriores hubiera habido tipos de ello — el propio Daniel en el foso de los leones — o como intérprete para el rey — los tres jóvenes hebreos que rehusaron adorar ídolos — todas estas cosas anunciaban de antemano que Dios obrará en el día postrero para Israel, en una pequeña simiente que Él reservará para Sí mismo. Pero no son tipos tan claros, independientemente que muchos cristianos pensarían ahora que sería algo fantasioso considerarlos como tales en absoluto. Estamos a punto de encontrar ahora lo que ninguno debería contradecir ni siquiera por un momento. Con todo, existen muchos cristianos verdaderos que toman estas profecías como encontrando en ellas su única respuesta en lo que se refiere a la Iglesia Cristiana. Los tales suponen que el cuerno pequeño de Daniel 7 es el catolicismo. Y en este capítulo muchos han estado dispuestos a hallar el islamismo, el azote del mundo occidental, así como el catolicismo es del oriente. Independientemente de las que puedan ser las analogías que se le podrían ocurrir fácilmente a cualquier mente reflexiva, y que yo de ningún modo negué en cuanto al cuerno pequeño de Daniel 7, admito que existen las mismas analogías con respecto a la religión musulmana en el este. Pero lo que desearía presentar claramente es la intención directa del Espíritu de Dios en estas Escrituras. Está muy bien encontrar que hay semillas de mal germinando en el mundo, y que los horrores del postrer día tienen sus heraldos — señales de advertencia que surgen de vez en cuando sobre la superficie de la tierra, para mostrarnos lo que viene. Pero al considerar la Palabra de Dios, es importante ser despojados de cualquier deseo de encontrar la respuesta a la profecía en el pasado o en el presente. La gran cosa es ir a ella con una mente no sesgada, deseando nada más que entender lo que Dios nos está enseñando. Por lo tanto, si ello es acerca del pasado o del futuro, así como acerca del presente, el requisito principal es que nosotros tenemos que estar sometidos a Dios y a la Palabra de Su gracia. Yo deseo, en este espíritu, intentar, en la medida que el Señor me lo permita, explicar el significado de nuestro capítulo.
Tal como en Daniel 7, igualmente aquí, la visión fue durante el reino de Belsasar; mientras que las visiones posteriores fueron después que el poder de Babilonia fue derrocado. Pero hasta este momento no había ningún juicio de Babilonia. Sin embargo, el lugar mismo donde la visión fue vista nos prepara para un cierto cambio. Fue en el este (oriente) — aún más al este (oriente) — “en la ciudadela de Susa, que está en la provincia de Elam” (Daniel 8:2 - LBLA). Elam es el nombre Hebreo para designar a Persia, o uno de los nombres, de todos modos. “Vi, pues, en visión, estando junto al río Ulai.” Yo sólo menciono esto para demostrar que tenemos ciertos indicios en cuanto a la conexión de la profecía que sigue a continuación. Él alza sus ojos y ve un carnero — un símbolo bien conocido, utilizado en la propia Persia, y muy familiar en sus monumentos y documentos públicos. “He aquí un carnero que estaba delante del río, y tenía dos cuernos; y aunque los cuernos eran altos, uno era más alto que el otro; y el más alto creció después” (Daniel 8:3). Claramente la alusión es al carácter compuesto del Imperio Persia. Hubo dos elementos en ese imperio, a diferencia de los demás — el Medo, el cual fue el primero, y el persa, el cual fue el elemento más joven de los dos. Pero, en el transcurso del tiempo, el más joven llega a ser el mayor. Por lo tanto, dice que un cuerno era más alto que el otro, y que el más alto creció después (o, posteriormente). Aunque Darío el Medo toma el reino cuando Babilonia cae, sin embargo, Ciro el persa es aquel que adquiere la supremacía a su debido tiempo y, después de eso, siempre es el persa el que es mencionado más particularmente. Pero incluso más tempranamente, en el lenguaje de los nobles dirigiéndose a Darío, les hallamos diciendo, “la ley de Media y de Persia” (Daniel 6:8, 12, 15). El carnero tenía dos cuernos.
La Palabra Divina Y La Historia Profana
“Vi que el carnero daba cornadas hacia el poniente y hacia el norte, y hacia el sur” (Daniel 8:4 - VM) — es decir, la dirección de las varias conquistas del Imperio persa — “sin que bestia alguna pudiera resistirle y sin que nadie pudiera librarse de él. Hacía cuanto quería y se engrandeció” (Daniel 8:4; N-C). Encontramos, en cuanto a esto, cuán enteramente toda la historia profana está obligada a inclinarse ante la Palabra de Dios. Pero nosotros no necesitamos ir más allá de la propia Escritura. Que cualquiera lea los libros de Esdras, Nehemías, etc., y él verá cuán amplio e indiscutido era ese dominio. Incluso en la historia profana, este era el término utilizado acerca de ellos — ‘el gran rey’ — enfáticamente acerca de la monarquía persa. Es manifiesto cuán enteramente esto está de acuerdo con el relato dado de ellos aquí. “Hacía conforme a su voluntad, y se engrandecía” (Daniel 8:4).
Un Adversario Occidental — Los Griegos
“Mientras yo consideraba esto, he aquí un macho cabrío venía del lado del poniente” (Daniel 8:5). Ahora bien, esta fue la primera incursión que el occidente había hecho alguna vez sobre el mundo oriental. Y nada parecía más improbable, porque el oriente fue cuna de la raza humana. Fue en el este (oriente) donde el hombre fue puesto cuando fue creado al principio. Fue en el este (oriente) donde él comenzó su segunda historia en el mundo — quiero decir en el mundo después del diluvio. Fue desde este centro desde donde las varias razas de hombres, después que el Señor confundió sus lenguajes en Babel, se dispersaron por todo el mundo. Fue también solamente en el este (oriente) donde hubo cualquier desarrollo considerable de civilización, por cientos de años antes de que el oeste (occidente) emergiera de la barbarie. Con todo, encontramos aquí, a partir de esta asombrosa figura profética, que cuando el reino persa estaba aún sin rival, no en decadencia, sino en la plenitud misma de su poder, viene repentinamente, desde absolutamente otra parte, un poder representado en la visión como un macho cabrío — un adversario occidental. Y este poder avanza con la mayor rapidez posible; tal como se dice aquí, él “ni siquiera tocaba la tierra” (Daniel 8:5 - VM). Ninguna persona que tenga la menor imparcialidad de convicción podría cuestionar, ni por un momento, lo que se da a entender, aun suponiendo que no tuviera una interpretación divina de ello en el capítulo. Había sólo un imperio antiguo del que se podía concebir que avanzara — el Imperio Griego — y el cuerno notable en su cabeza era claramente su primer jefe, Alejandro. “Y vino hasta el carnero de dos cuernos, que yo había visto en la ribera del río, y corrió contra él con la furia de su fuerza. Y lo vi que llegó junto al carnero, y se levantó contra él y lo hirió, y le quebró sus dos cuernos” (Daniel 8:6-7). Tenemos aquí al Espíritu de Dios presentando, en unas pocas palabras, lo que toda la historia confirma. Un nuevo imperio se levantaría después de la caída del Babilónico, simbolizado por el carnero, que fue peculiar en el sentido de que tuvo dos pueblos distintos que componían su fuerza. Este imperio podría continuar en plenitud de poder por un cierto tiempo; pero entonces, desde otra parte, desde donde no se había conocido anteriormente ningún reino que tuviera importancia, viene un poder de asombrosa rapidez en su progreso, conducido por un rey de coraje y ambición extraordinarios. Y este personaje hiere tan completamente el Imperio persa que “el carnero no tenía fuerzas para pararse delante de él; lo derribó, por tanto, en tierra, y lo pisoteó, y no hubo quien librase al carnero de su poder” (Daniel 8:7). “Enfurecido contra él, hirió al carnero y le rompió los dos cuernos” etc. (Daniel 8:7 - LBLA). La expresión “enfurecido” (Daniel 8:7 — en las versiones BJ, LBLA, NBLH, RVA, SPTE, o “exasperado” en la versión VM), se dice más particularmente acerca del Imperio Griego y Alejandro. Los griegos tenían un motivo de odio contra los persas, lo cual no fue el caso con los otros imperios. Hubo mucho de sentimiento personal en ello, y está admirablemente expresado aquí por las palabras “enfurecido” o “exasperado.” ¿Por qué? Nosotros no leemos acerca de esto en los ataques de los persas contra los Babilonios, feroces como pudieran ser, o en los de los Romanos contra los griegos; pero fue peculiarmente verdad acerca de esta incursión griega sobre el Imperio persa. Los persas habían invadido Grecia anteriormente, y habían despertado así el más fuerte sentimiento contra ellos. Este tradicional resentimiento se transmitió de padre a hijo, de modo que los griegos se consideraban los enemigos naturales de los persas. Esa fue la provocación que los persas habían presentado a los griegos, quienes no eran más que una pequeña nación en esa época, y que no habían procurado, en absoluto, extender sus confines más allá de su propio país de origen. Había llegado ahora el momento cuando este golpe iba a ser devuelto, y los persas iban a ser atacados en su propia tierra: y el macho cabrío, con este cuerno notable en su cabeza, viene enfurecido (lit, “movido por la ira”), y hiere el carnero y quiebra sus dos cuernos, lo derriba en tierra y lo pisotea. Nada puede ser más claro, nada más exactamente descriptivo para dar una idea de la posición relativa que estos poderes tenían el uno contra el otro. Si ustedes tuvieran que leer historia durante todas sus vidas, no podrían tener un cuadro más vivo de la caída persa, que el del cuadro que el Espíritu de Dios ha suministrado en unas pocas líneas.
En este caso fueron bastante menos de trescientos años desde la época de Daniel hasta que estos grandes acontecimientos ocurrieron — un tiempo suficientemente largo para demostrar la maravilla de la perfecta sabiduría de Dios y la manera en que Él desvela el futuro a Su pueblo, pero un tiempo comparativamente corto en la historia del mundo; sin embargo, este no es Su gran objetivo. El Espíritu mira siempre hacia el futuro, hacia el final. Él puede introducir lo que se ha de cumplir en un tiempo comparativamente breve, pero Su atención principal está dirigida al fin del siglo (o, fin de la edad), y no a aquellos acontecimientos que, en realidad, rodean a los individuos del mundo. Dios tiene un pueblo sobre el cual está puesto Su corazón: ciertamente que se trata de un pueblo que, mediante su propia locura y al no apoyarse en Dios, ha sido muy débil y ha fracasado, y quienes son, hasta el día de hoy, “refrán y escarnio entre todos los pueblos,” conforme a la Palabra de Dios (1 Reyes 9:7 - LBLA). Pero, independientemente de cual sea al poderío aparente de Persia, por no hablar del de Grecia, y la importancia de sus controversias llenando la historia del mundo, Dios piensa poco en ellos. Él dispone los registros de siglos en unas pocas palabras. El punto al cual Dios se apresura podría ser pequeño, en ese entonces, a los ojos del mundo, pero estando conectados con los intereses de Su rey, y Su pueblo, Él avanza a los grandes acontecimientos relacionados con ellos en los días postreros. Esto proporciona la llave a los versículos que siguen a continuación. La importancia de ellos se debe a su conexión con la historia judía, y a que ellos reflejan lo que ha de acontecer antes que llegue el gran día del Señor.
“Y el macho cabrío se engrandeció sobremanera; pero estando en su mayor fuerza, aquel gran cuerno fue quebrado” (Daniel 8:8). Este fue exactamente el caso con Alejandro. Él fue cortado, siendo bastante joven, en medio de sus victorias. “Y en su lugar salieron otros cuatro cuernos notables hacia los cuatro vientos del cielo.” Hubo un cierto período de tiempo que transcurrió después de la muerte de Alejandro, cuando sus generales riñeron entre ellos, y trataron de establecer varios reinos; pero el resultado final de todo esto fue que hubo cuatro reinos formados de los dominios apropiados de Grecia. Así que yo no pongo en duda que la alusión aquí es a la bien conocida división del imperio de Alejandro en cuatro reinos, división que tuvo lugar alrededor de trescientos años antes de Cristo.
“Y de uno de ellos salió un cuerno pequeño,” (Daniel 8:9) a quien la Escritura, de otra manera, llama “el rey del norte.” Estando en el norte, él extiende sus dominios “hacia el sur, y hacía el oriente, y hacia la más hermosa de las tierras” (Daniel 8:9 - VM). Mis razones para pensar así, más allá de la dirección de sus conquistas (lo que demuestra donde yacía su propio poder, y el punto desde donde él comenzó), aparecerán más particularmente cuando lleguemos al versículo 11. Lo que tenemos aquí es la sucesión de estos dos imperios — Persia en primer lugar, y luego Grecia. Pues de uno de los fragmentos del Imperio Griego surgió un rey que iba a jugar, después, un rol muy importante en conexión con la tierra y el pueblo de los judíos. Este es el gran punto del capítulo.
“El Ejército Del Cielo”
Encontramos aquí, entonces, que este cuerno pequeño “se engrandeció hasta el ejército del cielo; y parte del ejército y de las estrellas echó por tierra, y las pisoteó” (Daniel 8:10). Mediante estas palabras se hace referencia, yo lo entiendo así, a aquellos que estaban en una posición de honor y gloria ante el pueblo judío. De este modo, se utilizan las estrellas, en el Nuevo Testamento, como el símbolo de quienes están situados en un lugar de autoridad en la Iglesia. Justamente así, yo entiendo, la expresión “ejército del cielo” alude aquí a personas que ocupaban un lugar de autoridad en el sistema de gobierno judío. Se trata de la tónica de toda esta parte de la profecía. La importancia de todo lo que afecta a Israel aparece ahora cada vez más ante nuestros ojos. De ahí que ustedes encuentran que se utiliza una expresión que puede parecer fuerte — “el ejército del cielo.” Pero no debemos sorprendernos ante esto. Dios toma sumo interés en Su pueblo. Tengan en mente que esto no implica que Su pueblo estaba en un buen estado. Por el contrario, al juzgar el fracaso, nosotros tenemos que tener en consideración la posición que el pueblo ocupaba, y por la cual ellos son responsables. Si ustedes consideran la Cristiandad, tienen que recordar que todos los que profesan el nombre de Cristo, sea verdadera o falsamente — toda persona bautizada — toda persona que ha venido a estar bajo el reconocimiento exterior del nombre de Cristo, está en la casa de Dios. Las personas se imaginan que sólo aquellos que son realmente convertidos tienen alguna responsabilidad moral. Esto es un error total. Una nueva clase de responsabilidad, sin duda, fluye del hecho de la conversión y las relaciones de la gracia.
Pero existe una responsabilidad que involucra una vasto incremento de culpabilidad cuando los hombres están en cualquier lugar de privilegio. Esta es una verdad muy solemne, y Dios le asigna importancia. Consideren la Segunda Epístola a Timoteo. La casa de Dios es comparada allí a una casa grande entre los hombres, y en ella hay vasos para deshonra así como para honra (“Empero en una casa grande, hay no solamente vasos de oro y de plata, sino también de madera y de barro: y algunos son para honra, y otros para deshonra” 2 Timoteo 2:20 - VM). Los primeros no se han convertido en absoluto; ellos quizás sean personas enteramente malas, pero todavía se dice que ellos son vasos en la casa de Dios. La Iglesia, aquello que lleva el nombre de Cristo en la tierra, es siempre responsable de andar como la esposa de Cristo. Sin embargo, ustedes no pueden aludir a un privilegio y una responsabilidad semejantes como esos, sin ver la ruina, y el fracaso, y la decadencia totales de lo que lleva Su nombre. Y esta es la importancia práctica de tener en cuenta la posición que Dios nos ha asignado. Nosotros nunca podemos juzgar cuán bajo hemos llegado hasta que primero veamos el lugar en que Cristo nos ha colocado. Suponiendo que yo tengo que juzgar mis modos de obrar como cristiano, yo tengo que tener en mente que un cristiano es un hombre cuyos pecados están borrados; que él es un miembro del cuerpo de Cristo, y que es amado con el mismo amor con el cual el Padre amó al Hijo. Algunos están acostumbrados a pensar que si un hombre no es judío o Turco, o pagano, él debe ser cristiano. Pero cuando un creyente oye que un cristiano es uno que es hecho rey y sacerdote para Dios — un adorador limpio, no teniendo ya más conciencia de pecado (Hebreos 10:2) — se llena de ansiedad, y siente que él no tiene ni siquiera una idea correcta o plena de su propio llamamiento y responsabilidad. Él comienza, entonces, a buscar una norma diferente de juicio en Cristo, para medir de qué manera él se debería sentir, y obrar, y caminar para Dios.
Israel — Primero Sobre La Tierra
La misma cosa es aplicable a Israel aquí. Se menciona aquí a los que ocupan este lugar de autoridad responsable en Israel aludiendo a ellos como al ejército del cielo y las estrellas del cielo. Ellos habían sido colocados en un lugar de autoridad por Dios. Pues debemos recordar, en conexión con Israel, que ellos son el pueblo que, en la mente de Dios, tiene el primer lugar en la tierra. Ellos son la cabeza, y los Gentiles la cola (Deuteronomio 28:13). Esto, soy consciente de ello, es un pensamiento nuevo para personas que suelen considerar a los judíos con un aire de despectiva compasión, juzgándolos solamente por su presente condición degradada. Pero, para juzgar correctamente, nosotros debemos considerar las cosas con Dios, debemos sentir con Dios; y Dios utiliza este lenguaje fuerte con respecto a personas colocadas, desde tiempos antiguos, en una posición de autoridad externa entre los judíos. Hay comentadores que han supuesto que, debido a que se habla de algunas de estas personas en términos tan exaltados, se ha querido dar a entender que se trata de cristianos. Pero, como nación de Dios, Israel ocupaba el primer lugar en Su mente en el gobierno del mundo. Ese es el llamado de ellos; porque “irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (Romanos 11:29). Dios nunca renunciará al gran pensamiento de que Él ha llamado a Israel a este lugar; y ellos son juzgados conforme a este llamado. Esta visión se produce mientras el poder de Babilonia no es juzgado aún. Ella les da un panorama de lo que será realizado en los postreros días con respecto a Israel, antes de que el poder que comenzó con Babilonia haya sido desechado completamente.
Este cuerno pequeño se engrandeció, y echó por tierra a parte del ejército y de las estrellas del cielo, y las pisoteó. Es decir, son derrocados ciertos gobernantes judíos que estaban en este lugar de gran autoridad; tratándolos con suma crueldad, y degradándolos. “Aun se engrandeció contra el príncipe de los ejércitos,” lo cual, supongo, significa el propio Señor. La nota marginal es correcta en la cláusula siguiente. “Y por él le fue quitado el continuo sacrificio” (Daniel 8:11 – RVR1977). Esto inmediatamente deja todo claro. Contrariamente, tomar la expresión “por él” para dar a entender que la referencia es al cuerno pequeño, y tomar luego la expresión “el lugar de su santuario” para dar a entender que se trata de aquel del príncipe de los ejércitos, estas dos cosas introducen suma confusión. La persona que estaba representada por este cuerno pequeño se iba a engrandecer aun contra el príncipe de los ejércitos. “Y por él le fue quitado el continuo sacrificio, y el lugar de su santuario fue echado por tierra. Y a causa de la iniquidad le fue entregado el ejército” (Daniel 8:11-12 – RVR1977). Y luego regresamos nuevamente al cuerno pequeño. “Y [él] echó por tierra la verdad, e hizo cuanto quiso, y le acompañó el éxito” (Daniel 8:12 – RVR1977). En otras palabras, el versículo 11 y la primera mitad del versículo 12 forman un paréntesis. Luego, en la última parte del versículo 12 tenemos nuevamente “[él] echó ... .., y le acompañó el éxito,” que designan al cuerno pequeño del versículo 10. El pronombre sobrentendido “[él]” corresponde al cuerno que iba a aparecer e iba a tratar de una manera cruel al pueblo judío, y a sus gobernantes en una forma agravada.
Tenemos luego, como dice el profeta, “a un santo que hablaba; y otro de los santos preguntó a aquel que hablaba: ¿Hasta cuándo durará la visión del continuo sacrificio, y la prevaricación asoladora entregando el santuario y el ejército para ser pisoteados? Y él dijo: Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas; luego el santuario será purificado” (Daniel 8:13-14). Tengo la firme sospecha de que lo que tenemos aquí, en lo principal, excepto la porción que es marcada en forma de paréntesis (como expuse en el párrafo anterior), ha tenido un cumplimiento parcial en el pasado. Leeremos acerca de un personaje en Daniel 11 donde las características a las que se aluden aquí, como caracterizando este cuerno pequeño, son aún más minuciosamente indicadas. Él es llamado, en la historia profana, Antíoco Epífanes, y era un hombre particularmente muy malo. Si ustedes han leído los Libros de los Macabeos (los cuales, aunque no pertenecen a la Escritura, son, en lo medular, históricamente verdaderos, a lo menos dos de ellos), sabrán que estos libros describen a este rey Siro-Macedonio, y muestran el terrible sentimiento que él abrigó contra Israel. Él intentó imponerles la adoración pagana, especialmente la adoración a Júpiter Olimpo; y mató a todos los judíos que resistieron sus designios, hasta que por fin, en parte por los Romanos y en parte por la fuerza y el coraje de los propios Macabeos, él fue reprimido y derrotado, y el templo nuevamente fue purificado una vez más, y la adoración judía fue reanudada. Sin duda, esta era la persona representada, históricamente, por el cuerno pequeño. Pero él muestra la misma clase de rasgos que reaparecerán en otro gran líder de los postreros días, y yo creo que esto se hará evidente a partir de la lectura de la última parte de este capítulo. Pues cuando el ángel Gabriel habla al profeta, él dice, “Entiende, hijo de hombre, porque la visión es para el tiempo del fin” (Daniel 8:17).
La declaración denota que lo que él va a explicar más particularmente mira hacia adelante a aquel tiempo. Pero me da la oportunidad de repetir una observación que ha sido hecha anteriormente — y es que nosotros no hemos de suponer jamás que las explicaciones de una visión en la Escritura son meramente una repetición de lo que ha precedido. Ellas aluden al pasado, pero agregan rasgos nuevos no presentados anteriormente. Esto es particularmente claro en el presente caso. La porción pasada de la visión (la que ya había sido vista por el profeta) se ha cumplido en lo principal; mientras que la parte explicativa añade nueva información que mira adelante hacia los postreros días. No obstante, hay una explicación a la medida de lo que ha sido antes. Pero es observable con cuánta frecuencia, en las explicaciones del ángel, los postreros días son traídos ante nosotros.
“Entonces dijo:” (versículo 19), “He aquí que te voy a enseñar lo que ha de ser en el fin de la indignación; porque eso es para el tiempo del fin.” No puede haber ninguna duda, si estamos de algún modo familiarizados con los profetas, lo que esto significa. Tomen el primero de ellos. Yo encuentro allí esta misma expresión, “indignación.” Al final de Isaías 5, y luego en Isaías 9, Isaías 10, esta palabra “indignación”, se repite una y otra vez. El profeta muestra que, a consecuencia de la idolatría de Israel, y especialmente de sus reyes, la indignación de Dios fue excitada contra Su pueblo. Él les envía un castigo. Pero, independientemente de lo que pudieran ser los primeros efectos del castigo, el mal brotó nuevamente con nueva furia, tal como el mal lo hace siempre, a menos que sea quitado. Por consiguiente, esa terrible palabra resuena, “¡Con todo esto no se aparta su ira, sino que su mano está aún extendida!” (Isaías 5:25 - VM). Su ira arde una y otra vez. Luego, en Isaías 10:25, encontramos al Señor diciendo que Su “indignación ... terminará” (Isaías 10:25 - LBLA). Pero, ¿dónde? Hay un personaje que es presentado aquí, llamado el Asirio (“¡Llega el Asirio a Ayat; pasa a Migrón; en Micmás deposita su bagaje ... !” Isaías 10:28 - VM); y este azote de Israel se presentó, en parte, mediante Senaquerib (Isaías 36:1), quien era, por aquel entonces, rey de Asiria. Él fue el primero que se mezcló, particularmente, en los asuntos de Israel, o más bien de Judá. Y, ¿qué aprendemos nosotros de esto? El Asirio iba a ser utilizado allí como la vara del furor de Dios; pero cuando Dios haya acabado toda Su obra en el monte de Sion, y en Jerusalén — cuando Él haya permitido, por decirlo así, que la indignación abrase, ella cesará en la destrucción del propio Asirio, porque él olvidó que era meramente una vara en las manos del Señor. (Isaías 10:12). Él se halagó a sí mismo diciendo que todo se debió a su propia sabiduría y poder; pero el Señor dice que él se ocupará de la vara misma, y la destruirá. Por consiguiente, ese mismo capítulo nos muestra la indignación del Señor cesando en Su destrucción. La indignación está relacionada únicamente con Su pueblo Israel.
La Última Indignación Contra Israel
Para mí es evidente que esto confirma lo que se dijo antes, de que estamos sobre terreno judío. No se trata de lo que los papas o los musulmanes puedan hacer, ni sobre las incursiones de la apostasía oriental u occidental. Se refiere a Israel — la última indignación de Dios contra Israel. Pero se puede preguntar, ¿Por qué el cuarto imperio no es introducido aquí? La razón es esta: aunque el dominio de estos imperios es quitado, sobre lo cual tenemos el surgimiento sucesivo de un nuevo imperio, con todo, el cuerpo se mantiene en existencia. Porque es del tercer imperio, y no del cuarto, que iba a levantarse este poder que juega una parte tan importante en los postreros días. Así que tenemos que recordar que el cuerno pequeño de Daniel 8 es un poder enteramente distinto del cuerno pequeño de Daniel 7. El de Daniel 7 es el último líder del Imperio Romano, quien surge del cuarto imperio cuando este imperio es dividido en diez reinos; mientras que este poder surge del tercer imperio, donde hubo una división en cuatro partes — no en diez partes. Nada puede ser más distinto. Aunque el dominio principal del mundo ha pasado desde el tercero al cuarto imperio, y aunque hemos tenido en Senaquerib un representante del tercer imperio, con todo, en los postreros días habrá también un heredero del tercer imperio, quien se entremeterá con Israel de una manera particular. Así como habrá un gran líder en el occidente (en el oeste), así también habrá uno en el oriente (en el este), surgido del Imperio Griego. Además, debemos recordar que, aunque se trataba del Imperio Griego, este era considerado como siendo el occidente (oeste) en comparación con Babilonia y Palestina, pero era oriente (este) en comparación con Roma. Veremos más de este cuerno pequeño después.
En Daniel 8:20, se explica que el carnero con dos cuernos representa a los reyes de Media y Persia; y, en el versículo 21, “El macho cabrío es el rey de Grecia, y el cuerno grande que tenía entre sus ojos es el rey primero.” Luego, en el versículo 22, tenemos la disolución del Imperio Griego; y en el versículo 23 se añade, “Mas hacia el fin del imperio de éstos, cuando los transgresores llegaren al colmo de la maldad, se levantará un rey de rostro fiero, y que entiende de tretas enredadas” (Daniel 8:23 - VM). Esto, yo pienso, no se refiere a Antíoco Epífanes. sino a la persona a quien Antíoco tipificaba. Pongan atención nuevamente, “Mas hacia el fin del imperio de éstos, cuando los transgresores llegaren al colmo de la maldad.” “Su poder será grande, pero no por su propio poder” (Daniel 8:24 - LBLA): una palabra notable, que no es dicha, en absoluto, acerca del cuerno pequeño de Daniel 7. Yo entiendo que allí, fue por su propio poder. Satanás podría darle poder a él, también; pero él ejerció en su propia persona la fuerza del Imperio Romano. Pero, en el caso de este gobernante, aunque su poder será grande, no será su propio poder. Él depende de la fuerza que otros le han dado. Él será el instrumento de política exterior y poder, no de su propio poder. “Destruirá en forma extraordinaria, prosperará y hará su voluntad; destruirá a los poderosos y al pueblo santo” (Daniel 8:24 - LBLA). Es decir, encontramos que él es principalmente y expresamente mencionado en conexión con los judíos como pueblo. Observen aquí, que ustedes no tienen a los santos del Altísimo (como en Daniel 7). Lo que encontramos ahora es meramente una expresión figurativa de los grandes hombres del pueblo judío, y esto, como contraste con los Gentiles. No hay ninguna alusión al carácter personal de ellos; eso no aparece en el capítulo 8.
Este rey se entrometerá con ellos, y destruirá a los poderosos y al pueblo santo. “Y por su astucia hará que el engaño prospere por su influencia; él se engrandecerá en su corazón, y destruirá a muchos que están confiados” (Daniel 8:25 - LBLA). Es decir, él se aprovechará del hecho de que ellos están en un estado relajado y desprevenidos para sus astutos abusos. “Y se levantará contra el Príncipe de los príncipes, pero será quebrantado, aunque no por mano humana” (Daniel 8:25). Él estará totalmente impotente en esta última lucha; tal como se dice en otra Escritura, “mas llegará a su fin, y no tendrá quien le ayude” (Daniel 11:45).
Permitan ustedes que les indique Escrituras que harán que la importancia de esto sea más clara aparte del hecho de limitarnos a Daniel 8. ¿Hay luz en otros pasajes en cuanto a lo que este personaje es y lo que él hará? Yo respondo: Si, la hay. Él es la misma persona de la que se habla en varias partes de la Palabra de Dios, como el “Asirio,” o “rey del norte.” Él es descrito siempre como el gran enemigo de los judíos en los postreros días. Los judíos, en aquel tiempo, estarán expuestos a dos males. Tendrán un mal dentro de su propia tierra — el Anticristo estableciéndose como Dios en Su templo; y tendrán otro mal proveniente desde el exterior — el Asirio. Él viene como un enemigo contra ellos; y es uno que también se caracteriza por una política sutil. Él no se distingue meramente por el poder bélico. Él es, sin duda, “de rostro fiero,” pero entiende “de tretas enredadas” (Daniel 8:23 - VM). Tomará el lugar de un gran maestro, que tendría, naturalmente, mucha influencia sobre la mente judía; pues ellos han sido siempre un pueblo dado a la investigación y a las especulaciones intelectuales de todo tipo. En los últimos años, la mayoría de ellos han estado demasiado ocupados obteniendo dinero como para poner atención a estas cosas; pero siempre han existido constantes representantes de la clase intelectual entre el pueblo judío. Y sobre tales personas la influencia de este rey será inmensa, cuando sean restablecidos en su propia tierra, y vuelvan a ser importantes nuevamente, como los objetos de los tratos de Dios a modo de juicio. Porque la indignación no habrá cesado. Por ello es que estos dos males afligirán a los judíos. El Anticristo, o el rey altivo, tomará el lugar del Mesías verdadero en la tierra de Israel. Porque, es claro, que si alguno asume ser el Mesías, debe ser en medio del pueblo judío, y en la tierra de los judíos, mientras que el Asirio es uno que se opone a ellos como un enemigo declarado. Este es el rey que, a mi entender, es aludido por los otros profetas como el rey del norte.
Me referiré ahora a unas pruebas que ofrece la Escritura de que el Asirio y el Anticristo son poderes totalmente distintos y opuestos. El Asirio será el enemigo del Anticristo: uno será el gran hombre que echará mano a la auto-exaltación en el interior, y el otro será el líder de los enemigos de afuera. Isaías 10 nos entrega la primera insinuación clara que tenemos de él en los profetas. “Pero acontecerá que después que el Señor haya acabado toda su obra en el monte de Sion y en Jerusalén, castigará el fruto de la soberbia del corazón del rey de Asiria, y la gloria de la altivez de sus ojos” (Isaías 10:12). Muchas personas me dirán que todos los Asirios han desaparecido; que ya no existe una nación semejante. Pero yo pregunto, ¿ha acabado el Señor toda Su obra en el monte de Sion y en Jerusalén? ¡No! Entonces el Asirio no ha desaparecido del todo. El Señor me dice aquí que cuando Él haya acabado toda Su obra, Él castigará el fruto de la soberbia del corazón del rey de Asiria. Pero los judíos no están en su tierra, y Jerusalén es aún hollada por los Gentiles. ¿Quién no lo sabe? Pero, ¿prueba esto que los judíos no van a estar en su tierra nuevamente, y que Jerusalén no va a ser liberada de la servidumbre Gentil? Cuando el poder de Dios reúna a los judíos de regreso a su propia tierra, esa misma providencia pondrá de manifiesto al representante del Asirio en los postreros días. Y de la misma manera que el Asirio fue el primer gran enemigo de Israel, asimismo él es el principal enemigo al final. Él es quien vendrá para su juicio, cuando el Señor haya acabado toda Su obra en Sion y en Jerusalén. Dios no ha acabado toda la obra. Él ha acabado parte de ella, pero Su indignación aún continúa contra Israel. Esta es la razón por la cual ellos no están en su tierra. Aun cuando ellos regresen, la indignación aún prorrumpirá. Habrá un regreso de los judíos en incredulidad; y entonces sobrevendrá esta gran crisis; y Dios reunirá a los dispersos que queden, y los establecerá en su propia tierra; y el Asirio será juzgado. Hay un cierto gran personaje, tipificado por el Asirio en el pasado, que reaparecerá en los postreros días. Se habla de él como de este rey temible. Él gobernará en la misma área donde este cuerno pequeño tuvo su poder — Turquía en Asia. Yo no pretendo decir si el actual Sultán será el poseedor de esos dominios en aquel entonces; pero, quienquiera que él pueda ser, él es la persona a la que refiere nuestro profeta (Daniel 11) como el rey del norte. Él descenderá hacia la tierra gloriosa y atacará a los judíos; pero después será desmenuzado. “Llegará a su fin, y no tendrá quien le ayude” (Daniel 11:45).
Miren otra vez Isaías 14. Y lo que lo hace notable es esto: y es que, en el comienzo de aquel capítulo, ustedes encuentran que se habla del rey de Babilonia. “Pronunciarás este proverbio contra el rey de Babilonia, y dirás: ¡Cómo paró el opresor, cómo acabó la ciudad codiciosa de oro!” (Isaías 14:4). El rey de Babilonia no representa al Asirio. Babilonia y Asiria fueron dos poderes distintos. Babilonia era sólo una pequeña provincia cuando Asiria era un gran imperio. Y cuando Asiria estuvo en ruinas, Babilonia se elevó a un rango enteramente nuevo, como un poder imperial.
Isaías 14 comienza mostrando que “Jehová tendrá piedad de Jacob, y todavía escogerá a Israel, y lo hará reposar en su tierra; y a ellos se unirán extranjeros, y se juntarán a la familia de Jacob. Y los tomarán los pueblos, y los traerán a su lugar” etc. Ello demuestra el intenso interés que Dios dará a los pueblos del mundo para que ellos los vean regresar a su lugar. “Y la casa de Israel los poseerá por siervos y criadas en la tierra de Jehová.” Los Gentiles, en lugar de ser amos, se alegrarán de ser siervos en aquellos días. “Así tomarán cautivos a los que los habían tomado cautivos, y se enseñorearán de sus opresores. Y sucederá que el día en que Jehovah te dé tregua de tu dolor, de tu desesperación y de la dura servidumbre a la que fuiste sometido, pronunciarás esta sentencia contra el rey de Babilonia, y dirás: “¡Cómo ha cesado el opresor; cómo ha cesado la prepotencia! Jehovah ha roto la vara de los impíos, el cetro de los gobernantes” (Isaías 14:2-5; RVA). Ustedes tienen allí, evidentemente, lo que nunca se ha cumplido aún. Ninguna persona con conocimiento de la Escritura puede suponer que alguna vez, desde los tiempos de la supremacía de Babilonia, Israel haya estado en una posición tal como para hacer suya una sentencia (o un proverbio) semejante a esa. El “tiempo de los Gentiles” comenzó cuando el poder Caldeo fue establecido sobre los judíos. Y Jerusalén es, hasta el presente, hollada por los Gentiles. Un poder tras otro ha tomado posesión de la ciudad. Ahora bien, en estos postreros días de los que se habla aquí, tenemos a los judíos colocando a los Gentiles bajo ellos — haciéndolos sus siervos. Y cuando ese tiempo llegue, y no hasta entonces, ellos harán suyo esta sentencia (o este proverbio), “Cómo ha cesado el opresor” etc. Y este tenor profético considera al rey de Babilonia, de quien Nabucodonosor fue el tipo — el último sustentador del mismo poder que entró con Babilonia. ¿Quién es este? La bestia — el último heredero del poder que comenzó con el rey de Babilonia, cuya extraña destrucción da lugar al gozo y al triunfo de Israel. Cuando el rey de Babilonia obtuvo este poder, ¿dónde estaba el Asirio? Ya no estaba — había sido quebrantado. El imperio de Babilonia, que había sido un poder pequeño, se levantó sobre las ruinas del Asirio. Pero observen en este capítulo 14 de Isaías, el versículo 24, “Jehová de los ejércitos juró diciendo: Ciertamente se hará de la manera que lo he pensado, y será confirmado como lo he determinado; que quebrantaré al asirio en mi tierra, y en mis montes lo hollaré; y su yugo será apartado de ellos, y su carga será quitada de su hombro. Este es el consejo que está acordado sobre toda la tierra” (Isaías 14:24-26). Allí, evidentemente, tenemos el hecho de que cuando llegue el día de la restauración de Israel, ellos no sólo triunfarán en el destino del rey de Babilonia, sino que Jehová derribará al Asirio. ¿Y se puede referir esto al mero Asirio histórico del pasado? Él ya no estaba cuando Babilonia llegó al poder: de modo que él pudo ser solamente un tipo de un poder aún por venir. Esto demuestra que habrá dos grandes poderes en el día postrero — la bestia, representada por el rey de Babilonia, quien en aquel tiempo será el enemigo de los judíos leales, aunque él pretende ser amigo de la nación, es decir, de la masa impía; así como el Asirio, por el contrario, será el líder de la abiertamente adversa coalición de los Gentiles contra Israel.
Otras Escrituras demuestran la misma cosa. Así, en Isaías 30, ustedes hallarán los mismos dos poderes apareciendo de nuevo. En Isaías 30:27 se dice, “He aquí que el nombre de Jehová viene de lejos; su rostro encendido, y con llamas de fuego devorador ... .Y Jehová hará oír su potente voz, y hará ver el descenso de su brazo ... .Porque Asiria que hirió con vara, con la voz de Jehová será quebrantada” — (aludiendo, evidentemente, al hecho de ser instrumento de Jehová castigando a Su pueblo, como en Isaías 10:5); “Y cada golpe de la vara justiciera que asiente Jehová sobre él, será con panderos y con arpas; y en batalla tumultuosa peleará contra ellos. Porque Tofet ya de tiempo está dispuesto y preparado para el rey, profundo y ancho, cuya pira es de fuego, y mucha leña; el soplo de Jehová, como torrente de azufre, lo enciende” (Isaías 30:27-33). Esto muestra que no se trata meramente de un juicio de la tierra, sino una cosa más profunda. Tofet, o el abismo, está dispuesto desde tiempos antiguos. En el versículo 33, en la cláusula donde se lee “y preparado para el rey,” el verdadero significado es “preparado también para el rey.” Tofet no es meramente para el Asirio, sino también “para el rey.” La referencia es a dos personajes distintos, tal como vimos también en Isaías 14. “El rey” estará en la tierra de Israel, y reinará allí bajo los auspicios del heredero del poder de Babilonia en aquel día. Él asumirá allí ser el Mesías verdadero. Tofet está preparado para él — pero para el Asirio también. Ambos serán entregados al juicio divino. No necesito referirme a todos los pasajes que se refieren a ellos; pero ustedes hallarán, en Isaías y en otros profetas, una gran cantidad de pasajes que son profundamente interesantes en cuanto al “rey.”
Pero está tan lejos de ser verdad el hecho de que el Anticristo, o “el rey” ocupe los pensamientos de Dios, que, por el contrario, los profetas hablan mucho más del Asirio. Los cristianos no están generalmente conscientes del amplio alcance de la profecía. Raramente ellos piensan en uno de los más importantes poderes en ella. Si ustedes miran a los profetas menores — Miqueas 5, por ejemplo — hallarán una alusión al mismo gobernante, la cual es muy clara. El capítulo comienza con un llamamiento. “¡Reúne ahora tus tropas, ciudad de tropas! ¡Nos han sitiado! ¡Con vara herirán en la mejilla al juez de Israel!” (Miqueas 5:1 - RVA). Allí está el rechazo del Mesías. Luego, el segundo versículo es un paréntesis que nos muestra quién es el Juez de Israel. “Pero tú, oh Belén Efrata, aunque eres pequeña entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será el gobernante de Israel” (Miqueas 5:2 - RVA). Ellos pueden herirle en la mejilla; pero, después de todo, Él no sólo ha de ser el Gobernante, sino que Él es el eterno Dios, cuyas “salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad” (Miqueas 5:2). Luego él reanuda, en conexión con el versículo 1, “Sin embargo, Dios los abandonará hasta el tiempo en que dé a luz la que ha de dar a luz” (Miqueas 5:3 - RVA): es decir, hasta que ocurra el gran propósito de Dios acerca de Su pueblo. “Entonces el resto [el remanente] de sus hermanos volverá a los hijos de Israel. Y El se afirmará y pastoreará su rebaño con el poder del SEÑOR ... .Y Él será nuestra paz. Cuando el asirio invada nuestra tierra” (Miqueas 5:3-5; RVA). Pongan atención a eso — “Cuando el Asirio invada,” y, “cuando hollare nuestros palacios” (Miqueas 5:5 - RVR1960): una cosa que jamás se ha cumplido todavía. Cuando el Asirio vino a la tierra en tiempos pasados, es evidente que no hubo un hecho semejante a un Juez de Israel allí, ni Israel había sido abandonado en aquel tiempo; sino que el Asirio de aquel día fue sólo el tipo del gran heredero del mismo nombre y poder de los postreros días. Y entonces el Juez de Israel saldrá a favor de Su pueblo. El Juez, que una vez fue herido en la mejilla, será recibido por Su pueblo, cuando los grandes propósitos de Dios se cumplan. “Y Él mismo será nuestra paz. Cuando el Asirio entrare en nuestra tierra” (Miqueas 5:5 - VM). Luego encontramos, “Él nos librará del Asirio cuando invada nuestra tierra y huelle nuestro territorio. Entonces el remanente de Jacob, en medio de muchos pueblos, será como rocío que viene del SEÑOR ... . Y será el remanente de Jacob entre las naciones, en medio de muchos pueblos, como león entre las fieras de la selva, como leoncillo entre los rebaños de ovejas, que si pasa, huella y desgarra, y no hay quien libre” (Miqueas 5:6-8; RVA). Así que es muy claro que nosotros tenemos la intrusión del Asirio y su derrocamiento final en conexión con la liberación final de Israel.
He intentado demostrar que, si bien Antíoco Epífanes fue el tipo de este Asirio, sin embargo, después de todo, fue sólo en una parte muy pequeña que él cumple, realmente, los requerimientos de la profecía; la cual, si bien lo utiliza como un tipo, mira hacia adelante a los últimos tiempos de la indignación de Dios contra Israel, cuando el enemigo de ellos viene para recibir su juicio de parte de Dios. Ustedes verán cuán importante es mantener claramente en mente, que Dios tiene estos grandes propósitos acerca de Israel, y que aquello que el hombre considera de tan grande importancia — el episodio del catolicismo ahora o la religión mahometana — es pasado por encima, de hecho, muy ligeramente. Yo reconozco, que nosotros encontramos una cierta medida de cumplimiento en ambos casos, pero Dios nunca permite a la Iglesia ser un pueblo terrenal. Cuando los judíos aparecen nuevamente, entonces tenemos la importancia de lo que los toca, y el Asirio descenderá desde afuera, al mismo tiempo que existirá “el rey” en el interior: y ambos caerán bajo el severo juicio de Dios quien abatirá a todos los enemigos. Y Su pueblo, purificado mediante sus pruebas, y mirando a Jehová-Jesús, será hecho, de esta manera, apto para los propósitos de Dios en misericordia, y bondad, y gloria, a través de todo el mundo venidero.
Que el Señor otorgue que podamos conocer Sus propósitos acerca de nosotros. Nosotros no tenemos nada que ver con este mundo, siendo extranjeros en él. Estamos habilitados para leer todas estas visiones en la luz del cielo. No se dice que Daniel no las entendió: los demás no las comprendieron. Pero, independientemente de cuál haya sido el caso en ese entonces, nosotros, por el Espíritu Santo, estamos habilitados para entender ahora estas cosas. Y que el Señor otorgue que nuestras mentes puedan estar atentas a lo que Él pone ante nosotros en cuanto a nuestra propia senda.

Capítulo 9: Jerusalén y los judíos

Reunión Final De Israel
La caída de Babilonia estaba relacionada, en las profecías de Isaías, así como en las de Jeremías, con esperanzas más radiantes para los judíos. La restauración parcial que tuvo lugar como consecuencia de esto, proporciona el tipo de la reunión final de Israel. Esto explica el concepto, que ha prevalecido entre algunos cristianos, de que lo que sucedió en ese entonces es todo lo que nosotros tenemos que esperar de Israel como tal, y que su pecado posterior al rechazar a su Mesías, y la misericordia del evangelio a los Gentiles, los ha involucrado en una irreparable ruina nacional.
Aunque en semejantes pensamientos hay elementos verídicos, ellos están, de hecho, muy lejos de ser la verdad completa. Dios no abandona al pueblo que Él llamó. Él nunca da un don de gracia y lo retira luego totalmente. Porque la misma gracia que promete trata con la persona y el corazón del creyente, y obra hasta que ello se hace moralmente evidente por el poder del Espíritu Santo. De esta manera, junto con la misericordia, sea a un individuo o a un pueblo que Él llama, existen también la fidelidad y el poder pacientes que, al final, siempre triunfan.
La historia del pasado, sin duda, ha sido la historia de un fracaso total. La razón de esto se debió a que Israel escogió apoyarse en su propia fuerza con Dios, y no en la bondad de Dios hacia ellos. Esto es siempre y necesariamente fatal por un tiempo. “De cierto os digo, que no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca” (Mateo 24:34). Es decir, todo lo que fue amenazado y predicho debe acontecer aún a la generación de Israel, la cual presumió de su propia justicia, y que, finalmente, demostró su real carácter al rechazar a Cristo y el evangelio. Una verdadera conciencia de ruina (es decir, arrepentimiento hacia Dios) acompaña siempre a la fe verdadera, a la fe viva. Israel ha pasado a través de esta fase de confianza en ellos mismos, o están aún pasando a través de ella. “Esta generación” no ha pasado todavía: no se han cumplido todas las cosas. Ellos no han sufrido aún el resultado pleno de su propia locura y odio hacia el Hijo de Dios. Han de sufrir aún el más severo castigo por ello: pues, aunque el pasado ha sido lo suficientemente amargo, cosas más terribles hay aún en el futuro. Pero cuando todo esto haya sucedido, ellos comenzarán una nueva escena, cuando no será la generación que rechazó a Cristo la que continúe, sino aquella de la cual la Escritura habla como la ‘generación venidera’: un nuevo tronco del mismo Israel, quienes serán hijos de Abraham por fe en Cristo Jesús — hijos, no sólo en palabra, sino en espíritu. Seguirá luego la historia, no del fracaso del hombre, sino de un pueblo a quien el Señor bendice en Su gracia; cuando ellos reconocerán gozosamente a aquel mismo Salvador, a quien los padres crucificaron y mataron con manos impías.
Este capítulo se ocupa, especialmente, de Jerusalén y de los judíos. Es una especie de episodio en la historia general de Daniel, pero de ninguna manera un episodio inconexo. Pues nosotros hallaremos que la historia final de Israel los relaciona peculiarmente con estos personajes que han de figurar aún contra Dios y Su pueblo, tal como lo hemos leído en capítulos anteriores. Debe ser evidente para cualquier persona que lee inteligentemente el capítulo, que su objeto principal es el destino de Jerusalén y el lugar futuro del pueblo de Dios. Ahora bien, Daniel estaba sumamente interesado en esto. Él era uno de los que los amaba, no meramente debido a que eran su pueblo, sino porque ellos eran el pueblo de Dios. Él se parece a Moisés en esto — que aun cuando la condición moral del pueblo impidió que Dios pudiera hablar de ellos como Su pueblo (Él podría preocuparse por ellos secretamente, pero yo hablo ahora acerca de Dios reconociéndolos públicamente), Daniel continúa aun argumentando de que ellos eran Su pueblo. Él nunca renuncia a la verdad de que Jerusalén era la ciudad de Dios, e Israel Su pueblo. El ángel podría decir, el pueblo y la ciudad de Daniel — todo eso era muy cierto; pero Daniel se aferra aún a la preciosa verdad a la que la fe no debería renunciar jamás — Dejen que el pueblo sea lo que ellos quieran, aun así ellos son el pueblo de Dios. Por esa misma razón ellos podrían ser castigados cada vez más dolorosamente. En verdad, nada trae más castigo sobre un alma que pertenece a Dios, y que ha caído en pecado, que el hecho mismo de que ella pertenece a Dios. No se trata meramente de un asunto de lo que es bueno para el hijo. Dios actúa para Sí mismo y de Él mismo; y esto es el punto esencial y el eje mismo de toda nuestra bendición. ¿Qué sería para nosotros si fuera meramente verdad que Dios estaba obrando para nuestra gloria? Nosotros nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios (Romanos 5:2). Tendremos algo muchísimo mejor, porque será Dios bendiciéndonos conforme a lo que es digno de Él.
Ahora bien, Daniel fue uno que entró, enfáticamente en este pensamiento. Es el rasgo prominente de la fe. Pues la fe nunca ve una cosa relacionada meramente con uno mismo, sino con Dios. Siempre es así. Si se trata de paz, ¿se trata meramente de que yo quiero paz? Indudablemente que yo la quiero, como un pobre pecador que ha estado en guerra con Dios toda mi vida. Pero cuán infinitamente más bienaventurado es cuando llegamos a encontrar que se trata de la “paz con Dios”: no meramente una paz con el corazón y la conciencia de uno mismo, ¡sino con Dios! Él da una paz que está ante Sus ojos. Todo Su propio carácter sale a la luz al dármela, y en colocarla sobre una base tal que Satanás nunca será capaz de tocar. Es para librarme, para romper el cuello mismo del pecado; y nada lo hace tan completamente como esto — que Dios me encontró cuando yo no merecía nada más que la muerte y el juicio eterno, y entregó a Su amado Hijo al darme una paz digna de Él. Y Él lo ha hecho; Él lo ha dado; y toda la práctica cristiana fluye de la certeza de que yo he encontrado esta bendición en Cristo.
Aquí, entonces, tenemos a Daniel profundamente interesado en Israel, porque ellos eran el pueblo de Dios. Por consiguiente, él busca en la Palabra de Dios lo que Él ha revelado acerca de Su pueblo. Esto aconteció “en el primer año de Darío hijo de Asuero, del linaje de los medos” (Daniel 9:1 - RVA). No se trató de una nueva comunicación. “En el primer año de su reinado, yo, Daniel, entendí de los libros que, según la palabra de Jehovah dada al profeta Jeremías, el número de los años que habría de durar la desolación de Jerusalén sería setenta años” (Daniel 9:2 - RVA).
Además de ser un profeta, Daniel entendió que Israel iba a ser restaurado a su tierra, antes de que ocurriera el acontecimiento. Él no esperó hasta verlo cumplido, y entonces decir meramente, «La profecía se ha cumplido.» Sino que él entendió “de los libros,” no de las circunstancias. Sin duda existieron las circunstancias en la caída de Babilonia; pero él entendió mediante de lo que Dios había dicho, y no meramente por lo que el hombre había hecho. Esta es la manera verdadera de entender la profecía. Así que es notable que cuando nosotros estamos a punto de entrar en una profecía muy distinta, que se ocupa casi exclusivamente de la estrecha esfera de Israel, Dios nos muestra la llave verdadera al entendimiento de la profecía. Daniel leyó la profecía de Jeremías, y de ella vio claramente que a Israel se le permitiría regresar, una vez que Babilonia fuese derrocada. ¿Y cuál es el efecto de esto sobre su alma? Él se acerca a Dios. Él no va al pueblo, a quienes la profecía se refería tan íntimamente, diciéndoles las buenas nuevas, sino que se acerca a Dios. Este es otro rasgo de la fe. Ella tiende siempre a llevar a la presencia de Dios a aquel que entiende de tal modo el pensamiento de Dios en alguna cosa. Él tiene comunión con Dios acerca de lo que él recibe de parte de Dios, antes incluso de que él lo dé a conocer a aquellos que son los objetos de la bendición. Hemos visto anteriormente la misma cosa en Daniel 2. Podemos observar que no es ahora con acción de gracias, sino con confesión. Nosotros podríamos entender fácilmente que si el pueblo de Israel estuviera recién marchando a la cautividad, él debería sentirlo como un castigo profundo, y el hecho de reconocer el pecado e inclinarse bajo Su vara sería ante Dios. Pero ahora Dios había juzgado al opresor de Israel y estaba a punto de liberar al pueblo. No obstante, Daniel se acerca y ¿qué dice? Cuando él habla a Dios, no es meramente acerca de la liberación de ellos. Es una oración, llena de confesión a Dios.
El Fracaso Del Pueblo De Dios
En cuanto a esto, yo haría otra observación de carácter general. Si el estudio de la profecía no tiende a darnos un sentido más profundo del fracaso del pueblo de Dios en la tierra, yo estoy persuadido de que perdemos uno de sus usos prácticos más importantes. Es debido a la ausencia de este sentimiento que la investigación profética es, generalmente, tan improductiva. Se la transforma más en una cuestión de fecha y países, de papas o reyes; mientras que Dios no la dio para ejercitar el ingenio de las personas, sino para que sea la expresión de Su propia mente tocante a la condición moral de ellas: así que, independientemente de cuales sean las pruebas y juicios retratados allí, ellos deberían ser asumidos por el corazón, y se debería sentir en ellos la mano de Dios sobre Su pueblo, debido a su pecado. Este fue el efecto en Daniel. Él fue uno de los profetas más estimados — tal como el propio Señor Jesús dijo, “el profeta Daniel” (Mateo 24:15; Marcos 13:14). Y el efecto en él fue, que él nunca perdió el designio moral en las estrictas circunstancias de la profecía. Él vio el gran propósito de Dios. Él oyó Su voz hablando al corazón de Su pueblo en todas estas comunicaciones. Y él expone aquí todo delante de Dios. Pues, habiendo leído acerca de la liberación de Israel, que venía con ocasión de la caída de Babilonia, él vuelve su rostro a Dios el Señor, “buscándole en oración y ruego, en ayuno, cilicio y ceniza. Y oré a Jehová mi Dios e hice confesión diciendo: Ahora, Señor, Dios grande, digno de ser temido, que guardas el pacto y la misericordia con los que te aman y guardan tus mandamientos; hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho impíamente” etc. (Daniel 9:3-5).
La Noble Confesión De Daniel
Observen aquí otra cosa. Si había un hombre en Babilonia de quien, por su propia conducta y estado de alma, se supondría que habría estado fuera de la necesidad de confesión del pecado, este hombre era Daniel. Él era un hombre santo y devoto. Más que eso, él fue llevado desde Jerusalén a una edad tan tierna que resulta claro que el golpe no había sobrevenido por algo en que él hubiera tomado parte. Pero no obstante él dice, “hemos pecado, hemos cometido iniquidad” (Daniel 9:5). No, incluso yo soy audaz como para decir que mientras más separado ustedes estén del mal, más lo sienten: de la misma forma en que una persona que emerge a la luz siente mucho más la oscuridad que ha dejado. Igualmente Daniel, siendo uno cuya alma estaba con Dios, y que entraba en Sus pensamientos acerca de Su pueblo — conociendo el gran amor de Dios, y contemplando lo que Él había hecho por Israel, (pues no oculta esto en su oración), él no se limita a hacer notar las grandes cosas que Dios había hecho por Israel, sino que hace notar también los juicios que Él les había infligido. Por consiguiente, ¿pensó él que Dios no amaba a Israel? Por el contrario, ningún hombre tenía un sentimiento más profundo del vínculo de afecto que existía entre Dios y Su pueblo; y por esa razón fue que él evaluaba tan profundamente la ruina en que el pueblo de Dios estaba. Él midió el pecado de ellos mediante la profundidad del amor divino, y la tremenda degradación que les había sobrevenido. Todo era de parte de Dios. Él no imputó los juicios que habían caído sobre ellos a la maldad de los Babilonios, o a las habilidades marciales de Nabucodonosor. Él vio a Dios en todo ello. Él reconoce que era el pecado de ellos — la extrema iniquidad de ellos; y él incluyo todo en esto. No se trató meramente de que las pequeñas personas imputaran sus penas a las grandes personas, ni las grandes a las pequeñas, tal como es a menudo el caso entre los hombres. Él no se detiene sobre la ignorancia y la maldad de unos pocos; sino que toma al conjunto — a los gobernantes, a los sacerdotes, al pueblo. No había ninguno que no fuera culpable. “Hemos pecado, hemos cometido iniquidad.” Y este es otro efecto dondequiera que la profecía es estudiada con Dios. Ello siempre introduce la esperanza de que Dios está a favor de Su pueblo — una esperanza del día resplandeciente y bendito cuando el mal desaparecerá, y el bien será establecido por el poder divino. Daniel no deja esto fuera. Nosotros encontramos esto colocado como una especie de portada a este capítulo. Los detalles de las setenta semanas muestran a ustedes el pecado y el sufrimiento continuos del pueblo de Dios. Pero antes de esto, antes del final, la bendición es traída ante el alma. ¡Qué bueno es esto de parte de Dios! Él toma la ocasión para darme, antes que nada, la certeza de la bendición final, y entonces Él me muestra la senda dolorosa que conduce a ella.
No necesito entrar ahora en los pensamientos sugeridos por esta hermosa oración de Daniel, excepto por una cosa de importancia práctica. Se trata de esto: que la profecía vino de Dios como la respuesta al estado de alma que se halló en Daniel. Él ocupó el lugar de humilde confesión delante de Dios, llegó a ser la expresión del pueblo, el representante del pueblo, al divulgar sus pecados ante Dios. Quizás no hubo ninguna otra alma que lo hiciera, ciertamente no hubo muchas. Es raro, efectivamente, encontrar muchas almas tomando el lugar de verdadera confesión ante Dios. ¡Cuán pocos tienen ahora un sentido adecuado de la ruina de la Iglesia de Dios! ¡Cuán pocos sienten la deshonra echa, aun por los fieles, al Señor! En Babilonia, los que eran los más culpables lo sintieron menos; mientras que el hombre que estaba más libre de culpa, fue quien la divulgó de la forma más honesta ante Dios.
En respuesta a este genuino y profundo sentimiento del estado de Israel, Dios envía la profecía. El alma que rechaza examinar tales palabras de Dios como lo son estas, no sabe la pérdida que ello conlleva. Y dondequiera que el hijo de Dios es mantenido ignorante de lo que Dios comunica en cuanto al futuro, (yo no hablo ahora de las meras especulaciones, las cuales no valen nada, sino de las grandes lecciones morales contenidas en la profecía), hay siempre allí una debilidad y falta de capacidad para juzgar el presente.
Pero hay que observar otra cosa antes de pasar a las setenta semanas. Aunque Daniel divulga ante Dios el gran fracaso de ellos, y recurre a Sus grandes misericordias, con todo, él nunca cita las promesas que fueron dadas a Abraham. Él no va más allá de lo que fue dicho a Moisés. Esto es de interés e importancia. Es la verdadera respuesta a cualquiera que suponga que la restauración de Israel que tuvo lugar en aquel tiempo, fue el cumplimiento de las promesas hechas a Abraham. Daniel no tomó este terreno. No había nada semejante en ese entonces a la presencia de Cristo entre Su pueblo como Rey de ellos. Ahora bien, las promesas hechas a los padres suponen la presencia de Cristo, debido a que Cristo es, en el sentido pleno y apropiado, la Simiente de Abraham. ¿Qué serían las promesas sin Él? Por consiguiente, con sabiduría divina, Daniel fue conducido a tomar el terreno verdadero. Independientemente de la restauración que iba a ocurrir en ese entonces, ella no era la restauración completa. Esta profecía nos trae la bendición final de Israel cuando las setenta semanas sean consumadas. Pero el regreso, después de la caída de Babilonia, fue el cumplimiento de lo que era parcial y condicional, no fue el cumplimiento de las promesas dadas a los padres. Esto es digno de ser observado. Las promesas hechas a Abraham, etc., fueron absolutas, porque ellas dependían de Cristo, quien es la Simiente verdadera en la mente de Dios, aunque Israel era la simiente según la letra. Así que hasta que Cristo viniera, y Su obra fuera hecha, no podía haber la restauración plena del pueblo de Israel. Cuando Israel tomó el terreno de la ley, en el tiempo de Moisés, ellos pronto la quebrantaron y fueron quebrantados. Aun antes de que la ley hubiera sido puesta en sus manos, en las tablas de piedra, ellos estaban adorando el becerro de oro. La consecuencia fue que Moisés tomó, desde ese momento, un lugar nuevo — el lugar de un mediador. Él sube nuevamente al monte, y aboga ante Dios por el pueblo. Él dice a Moisés, “tu pueblo” (Éxodo 32:7), y no los reconocería como Suyos. Moisés, no obstante, no dejará que Dios siga adelante, sino aboga ante Él en el sentido de que, independientemente de lo que haya hecho el pueblo, ellos son “tu pueblo” (Éxodo 32:11); «prefiero ser borrado antes que Israel pierda su herencia.» Esto fue aquello en lo que Dios se deleitó — el reflejo de Su propio amor por ellos. Puede que hayas encontrado una falta en alguien a quien tú amas, pero no te gustaría oír que otra persona la encuentre. Así que el pedido de Moisés a favor de Israel fue lo que satisfizo el corazón de Dios. Indudablemente ellos habían cometido un gran pecado, y Moisés lo sintió y lo confesó, pero él insiste, además, que ellos son el pueblo de Dios.
Dios deja que el corazón de Moisés hable más y más; pone grandes cosas delante de él, ofrece exterminar al pueblo, y hacer de él una gran nación. «No», dice Moisés, «preferiría perder todo antes de que ellos se pierdan.» Esta fue la respuesta de gracia a la gracia que estaba en el corazón de Dios acerca de Su pueblo. Por consiguiente, cuando Dios dio la ley por segunda vez, no fue dada como antes; sino que el Señor proclamó Su nombre como Uno que era grande en misericordia y verdad, mientras que Él mostró, a la vez, que Él “de ningún modo tendrá por inocente al malvado” (Éxodo 34:6-7). En otras palabras, la primera vez se trató de pura ley, pura, justa, lo cual terminó en el becerro de oro, es decir, pura injusticia de parte del pueblo. Y ellos debían ser destruidos justamente, pero que, por la súplica de Moisés, Dios introduce un sistema mezclado, parcialmente ley y parcialmente gracia.
Este era el terreno que Daniel toma aquí. Él suplica que, aunque ellos habían quebrantado la ley, Dios había pronunciado Su nombre como “grande en misericordia y verdad” (Éxodo 34:6). Él cree esto. Él no retrocede a las promesas hechas a Abraham; sobre cuyo terreno la restauración habría sido plena y final, mientras que esta restauración no lo era. Y si ustedes toman ahora a un hombre que se coloca parcialmente sobre lo que Cristo ha hecho por él, y parcialmente sobre lo que él hace por Cristo, ¿encontrarán ustedes alguna vez a este hombre siendo feliz? Jamás. Aquel era el terreno en que estaban los Israelitas. Por lo tanto, Daniel no va más allá de este terreno allí. Cristo no había venido aún. Por otra parte, cuando Cristo nace, ustedes encontrarán, si miran el cántico de Zacarías (Lucas 1) o el de los ángeles (Lucas 2), que el terreno tomado no fue lo que Dios había dicho a Moisés, sino las promesas hechas a los padres. Hasta el momento designado por Dios, Zacarías había estado mudo, una señal de la condición de Israel. Pero ahora que el precursor es nombrado, en la víspera de la venida de Cristo, su boca es abierta.
Profecía De Las Setenta Semanas
Antes que entremos más plenamente en la profecía de las setenta semanas, así como el Señor pueda capacitarnos, me gustaría llamar su atención, en primer lugar, a esto: — “Y mientras yo estaba aún hablando, y orando, y confesando mi pecado, y el pecado de mi pueblo Israel” (Daniel 9:20 - VM). Observen que todos sus pensamientos son acerca de Israel y acerca de Jerusalén. La profecía no es acerca del cristianismo, sino acerca de Israel. No hay ninguna comprensión de ella a menos que retengamos esto. “Y mientras yo estaba aún hablando ... y mientras derramaba mis ruegos delante de Jehová mi Dios, por el santo monte de mi Dios, sí, mientras aun hablaba en mi oración, el varón Gabriel, que yo había visto en visión al principio, habiendo volado arrebatadamente, me tocó como a la hora de la oblación de la tarde” (Daniel 9:20-21 - VM). Luego, en el versículo 24, la profecía comienza. Ella tiene que ver con el pueblo de Daniel — “sobre tu pueblo.” Habla de un período especial que fue definido en relación con la liberación plena de Israel. “Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad.” Cualquier persona debe ver que se refiere a los judíos y a Jerusalén. Es para “terminar con la transgresión, para acabar con el pecado, para expiar la iniquidad, para traer la justicia eterna, para sellar la visión y la profecía, y para ungir el lugar santísimo” (Daniel 9:24 - RVA). Desde principio a fin este era un período que estaba marcado en la mente de Dios, y revelado a Daniel, referente al destino futuro de la ciudad y el pueblo de Dios aquí abajo.
Algunos están asustados, y preguntan, ¿nosotros no tenemos nada que ver, entonces, con el hecho de “expiar la iniquidad” y “la justicia eterna”? Yo pregunto, ¿De quienes habla este versículo? Ustedes encontrarán otras Escrituras que revelan nuestro interés en el hecho de que los pecados son borrados, y en la justicia que nosotros hemos sido hechos en Cristo. Pero nosotros tenemos que adherirnos a esta norma de oro al leer la Palabra de Dios — nunca forzar la Escritura para relacionarla con nosotros o con los demás. Cuando una persona se convierte pero aún no está en paz, si esta persona ve algo acerca de “acabar con el pecado,” ella se aplica eso de inmediato a sí misma. Sintiendo su necesidad ella se aferra, como alguien que se está ahogando, de lo que no puede soportar su peso, o a lo menos, a algo que no se dice acerca de ella. Si es dirigida a las declaraciones de la gracia de Dios a nosotros pobres pecadores de los Gentiles, en lugar de pérdida, su ganancia sería grande; tendría una Escritura mucho más definida para satisfacer su necesidad, y, de ser atacada por Satanás, no sentiría debilidad, ni temor, ni incertidumbre. Mientras que, si tomara pasajes que se aplican a los judíos, Satanás podría tocarla en cuanto al terreno de su confianza, y se vería obligada a decir, «Ciertamente y literalmente esto no es, en absoluto, acerca de mí.» Las “setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad.” Pero yo no pertenezco a ellos. Allí reside la importancia de comprender la Escritura, y de ver acerca de qué Dios está hablando.
Si esto hubiese sido tenido en mente, la mayor parte de la controversia que ha surgido sobre el pasaje no habría tenido lugar jamás. Las personas estaban presurosas y ansiosas de introducir algo acerca de ellos como Gentiles o cristianos; mientras que la actitud del profeta, las circunstancias del pueblo, y las palabras de la profecía misma, excluyen todo otro pensamiento, excepto el que concierne a los judíos y su ciudad. Nosotros tenemos que mirar en otra parte para encontrar lo que se relaciona con los Gentiles. Permítanme, no obstante, hacer la observación de que el hecho de acabar con el pecado para esa ciudad y ese pueblo descansa exactamente sobre el mismo fundamento que tenemos nosotros. Así, el apóstol Juan nos dice que Jesús murió “no solamente por la nación, sino también para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Juan 11:52). Yo encuentro allí dos propósitos distintos en la muerte de Cristo. Esta profecía incluye sólo el primero. Él murió por aquella nación — la nación judía. Pero Él también, en el mismísimo acto de muerte, no sólo hizo provisión para la salvación que Dios ha traído para los pecadores, sino también para congregar en uno “a los hijos de Dios que estaban dispersos.”
De esta manera, si tomamos la Biblia como lo que es, sin estar demasiado ansiosos por encontrarnos a nosotros mismos aquí o allá, en lugar de perder, seremos siempre ganadores, en extensión, profundidad, y, sobre todo, en el asimiento claro, firme, de la bendición; y no sentiremos que hemos estado tomando la propiedad de otras personas, y reclamando bienes en base a una posesión que puede ser disputada, sino que lo que tenemos es lo que Dios nos ha dado libre y ciertamente. Esto que acabo de decir jamás será el caso, si yo tomo las profecías acerca de Israel y fundamento en ellas mi derecho a la bendición; porque ellas no son el evangelio para el pecador, ni la revelación de la verdad acerca de la Iglesia.
“Hasta El Mesías Príncipe”
Esta es, entonces, la relevancia apropiada de los versículos finales del capítulo que está ante nosotros. Los detalles de las semanas siguen a continuación de la primera declaración general. “Setenta semanas,” él dice, “están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para terminar con la transgresión, para acabar con el pecado, para expiar la iniquidad, para traer la justicia eterna, para sellar la visión y la profecía, y para ungir el lugar santísimo” (Daniel 9:24 - RVA). Luego, en el versículo 25, el primer detalle aparece, después de definir el punto de partida. “Sabe, pues, y entiende, que desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas.” Ahora bien, en el Libro de Esdras (capítulo 7), nosotros tenemos una orden del rey Artajerjes, llamado en la historia profana Artajerjes Longimano, uno de los monarcas del Imperio persa. La primera orden fue dada a Esdras, el escriba, “en el séptimo año del rey Artajerjes” (Esdras 7:7). En el año veinte del reinado del mismo monarca, otra orden fue dada a Nehemías. Ahora bien, es importante que nosotros decidamos a cuál de estas dos se refiere Daniel. La más temprana de ellas está registrada en Esdras 7, la segunda en Nehemías 2. Un examen cuidadoso de las dos demostrará a cuál de estas corresponde la referencia. Muchas excelentes personas lo han interpretado de una manera que difiere de la que yo creo que es correcta. Pero sólo la Escritura puede decidir los interrogantes que surgen de la Escritura. Los elementos extraños conducen, a menudo, a la perplejidad. Observen que no se trata meramente de una orden general dada a los judíos, como la de Ciro permitiendo su regreso, sino que se trata de una orden especial para restaurar su forma de gobierno. Ahora bien, ¿cuál es la diferencia entre las dos órdenes en el reinado de Artajerjes? La orden dada a Esdras fue principalmente con miras a la reedificación del templo; la otra orden dada a Nehemías mira hacia la ciudad. ¿De cuál se trata aquí? “Sabe, pues, y entiende, que desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén” (Daniel 9:25). Evidentemente es la ciudad la que se da a entender en Daniel; y si ello es así, entonces nosotros debemos ver cuál de las dos órdenes se refiere a la ciudad. Puede haber poca duda que se trataba de la segunda orden, no de la primera. Fue la comisión dada a Nehemías en el año veinte de Artajerjes y no la que se le dio a Esdras trece años antes. Una comparación con Nehemías confirmará esto.
Lo que llevó a algunos a tomar el primero de estos decretos, como siendo aquel al cual se hace referencia aquí, fue la idea de que las setenta semanas iban a terminar con la venida del Mesías. Pero esto no es lo que se dice. El versículo 24 nos presenta mucho más que la venida del Mesías. “Setenta semanas están determinadas ... para acabar con el pecado, para expiar la iniquidad.” Allí tienen ustedes, por lo menos, Su obra. Sabemos que Sus sufrimientos y Su muerte están implicados. Pero, más que esto: “para traer la justicia eterna, para sellar la visión y la profecía, y para ungir el lugar santísimo” (Daniel 9:25 - RVA), expresión esta última que sería entendida por todo Israelita como correspondiendo al santuario de Dios. Es claro que todo esto no sucedió cuando vino el Mesías, ni aun cuando Él murió. Pues, aunque el fundamento de la bendición residía en Su sangre, con todo, la introducción de ello no se realizó aún para Israel; y estas setenta semanas suponen que Israel será plenamente bendecido después de ellas. Esto nos muestra la gran importancia de ocuparse de la profecía misma; no meramente de considerar los acontecimientos, sino interpretando los acontecimientos mediante la profecía. “Desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe [sin definir qué tiempo], habrá” — no setenta semanas — sino “siete semanas, y sesenta y dos semanas,” es decir, sesenta y nueve semanas. Allí yo aprendo inmediatamente que, por una razón inexplicada, al comienzo de la profecía, sesenta y nueve semanas de las setenta son escindidas de la última semana. La cadena está rota: una semana está separada del resto. Se me dice que, desde la orden para restaurar y edificar Jerusalén (colocada aquí como el punto de partida, o el tiempo desde el que nosotros comenzamos a calcular las setenta semanas), hay siete semanas, y sesenta y dos semanas — períodos algo separados, pero que hacen, en total, sesenta y nueve semanas hasta el Mesías, el Príncipe. Tenemos allí, evidentemente, un hecho muy notable. Y podemos preguntar, ¿por qué las siete semanas están separadas de las sesenta y dos semanas? La Palabra a continuación lo muestra: “se volverá a edificar la plaza y el muro en tiempos angustiosos.” Las siete semanas, yo entiendo, iban a ser ocupadas reconstruyendo la ciudad de Jerusalén. En el lapso de siete semanas, o cuarenta y nueve años (porque supongo que ningún lector dudará que son semanas de años), desde el punto de partida, la edificación que había comenzado sería finalizada. La plaza [lit. la calle] se volvería a edificar, y los muros, en tiempos angustiosos. Ahora bien, los relatos de estos tiempos de dificultad y apuro los tenemos en el Libro de Nehemías, quien nos presenta la época más tardía que la historia del Antiguo Testamento registra. Luego, continuando el otro período, no sólo después de las siete semanas, sino de las sesenta y dos semanas, “se quitará la vida al Mesías” (Daniel 9:26).
Una Semana — Al Mesías Se Le Quita La Vida
Antes de continuar yo haría notar que el significado de la expresión “después de las sesenta y dos semanas” — es decir, sumándolas a las siete semanas utilizadas para edificar la ciudad de Jerusalén — “se quitará la vida al Mesías, mas no por sí” (Daniel 9:26 - RVR60), es más apropiadamente de la siguiente manera: “Después de las sesenta y dos semanas el Mesías será muerto y no tendrá nada” (Daniel 9:26 - LBLA). La idea es que el Mesías, en lugar de ser recibido por Su pueblo, y de introducir las bendiciones prometidas al final de las setenta semanas, sería muerto, después de sesenta y nueve semanas, y no tendría nada. El completo rechazo del Mesías, por parte de Su propio pueblo, se insinúa en estas palabras. Y aquí está la consecuencia. La clave viene ahora, y explica la dificultad, declarada al principio, de por qué las sesenta y nueve semanas están separadas de la semana setenta. La muerte de Cristo rompió la cadena, y quebró las relaciones del pueblo de Israel con Dios. De ahí que, habiendo rechazado los judíos a su propio Mesías, la última semana es puesta a un lado por un período de tiempo. Esta semana termina en bendición plena; pero los propios judíos son rechazados por su pecado contra su Mesías. Esa es la razón de por qué leemos, después de esto, “el pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario; y su fin será con inundación, y hasta el fin de la guerra durarán las devastaciones” (Daniel 9:26). Él había dicho antes que setenta semanas estaban determinadas para poner fin al pecado, y para traer la justicia perdurable, etc.; es decir, al final de este tiempo designado, la plena bendición ha de ser introducida. Mientras que nosotros encontramos ahora que, lejos de que la bendición haya entrado, ellos mataron a su Mesías, quien no tiene nada; y la consecuencia es que la ciudad y el santuario no son bendecidos, sino por el contrario, “el pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario” etc. No habrá nada más que guerras y devastaciones sobre el pueblo judío. La interrupción de las setenta semanas tiene lugar después de la muerte de Cristo, y los próximos acontecimientos relacionados no son el cumplimiento de aquella serie, en absoluto.
Nadie puede negar que un largo período de tiempo transcurrió entre la muerte de Cristo y la conquista de Jerusalén. Hasta Cristo son sesenta y nueve semanas, y luego ocurren acontecimientos que la profecía revela claramente, pero al mismo tiempo revela claramente que ellos ocurren después de las sesenta y nueve semanas, y antes de la semana setenta. Nosotros tenemos a otro pueblo, perteneciente a un príncipe bastante diferente del Mesías recientemente rechazado, y este pueblo viene y destruye la ciudad y el santuario. Fueron los Romanos quienes vinieron, a pesar del terrible recurso de Caifás — no, más bien debido a él (Juan 11:50). Ellos vinieron y destruyeron la ciudad y el santuario. Pero de este modo fue traído el cumplimiento de esta parte de la profecía. Al Mesías se le quitó la vida, y los Romanos, a quienes tanto habían deseado aplacar, los barrió de la faz de la tierra, y no ha habido más que miseria en la ciudad de ellos hasta el tiempo presente. A partir de entonces, Jerusalén iba a ser hollada por los Gentiles, hasta que los tiempos de los Gentiles se cumplan (Lucas 21:24). Hay un período que aún continúa. Desde entonces, Jerusalén solamente ha estado cambiando un amo por otro. En nuestros días, hemos visto una guerra emprendida acerca de esa misma ciudad y santuario, y nadie puede decir si acaso pronto no puede haber otra. Los objetivos de esa guerra no han sido sino logrados y están en paz. Pero los mismos elementos de disensión y combustión existen aún. Israel mostrará a los Gentiles en el futuro que es igual a Jonás cuando estaba en la nave. No habrá reposo para ellos — nada más que tempestades, si es que ellos se entrometen con aquel pueblo con quienes el Señor tiene una controversia. El pueblo judío está en un estado miserable; ellos están sufriendo las consecuencias de su propio pecado. Pero encontrarán su propio peligro aquellos Gentiles que se entremezclen con esa ciudad y ese santuario que Dios no destina aún a ser purificados. Si nosotros no hemos llegado aún a ese período de bendición, se debe admitir que la semana setenta no se ha cumplido aún. Al llegar aquella semana, la plena bendición entra para Israel y Jerusalén. Pero ninguna bendición semejante se ha realizado; y, por lo tanto, podemos estar bastante seguros que la última de las setenta semanas no se ha cumplido aún.
La profecía misma debería prepararnos para esto. Existe un encadenamiento regular hasta el cierre de la semana sesenta y nueve, y luego viene un gran intervalo. La muerte de Cristo rompió el vínculo de relación entre Dios y Su pueblo, y no hubo ahora ningún vínculo viviente entre ellos. Ellos le quitaron la vida a su propio Mesías, y han perdido desde entonces, por un tiempo, su lugar nacional. Un alud de problemas cayó sobre ellos. “El rey ... enviando sus tropas, destruyó a aquellos homicidas, y puso a fuego su ciudad” (Mateo 22:7 - VM). La última parte del versículo 26 de Daniel 9 nos muestra la devastación continua que ha acontecido a su ciudad y su raza, y esto fue posterior a la cruz del Mesías: y, como nadie puede pretender que algo parecido a esto ocurrió dentro de los siete años subsiguientes a la crucifixión, se debe permitir un intervalo, más o menos extendido, entre la semana sesenta y nueve y la semana setenta.
Noten la exactitud de la Escritura. No se dice que la venida del príncipe fue para destruir la ciudad y el santuario, sino que su “pueblo” lo haría. El Mesías Príncipe ya había venido, y le habían quitado la vida. Oímos ahora acerca de otro futuro príncipe, un príncipe Romano; ya que todos saben que fueron los Romanos quienes vinieron y quitaron tanto el lugar como la nación de los judíos. Se dice sencillamente, “el pueblo del príncipe que ha de venir” (Daniel 9:26 - LBLA), implicando que este pueblo vendría antes de un cierto príncipe que estaba todavía en el futuro. Yo sostengo que esto es muy importante. Sin duda hubo un príncipe que condujo al pueblo Romano a la conquista de Jerusalén, pero Tito Vespasiano no es el personaje al cual se alude aquí. Si el pueblo viene primero, y el príncipe que se tiene en mente aquí iba a venir a continuación en alguna época futura, nada es más sencillo. “Su fin será con inundación, y hasta el fin de la guerra durarán las devastaciones” (Daniel 9:26). Un largo período de enemistad y devastación es insinuado. Esto es exactamente donde Israel está ahora. Ellos han sido expulsados de aquella ciudad y de aquel santuario, y nunca la han tenido desde ese entonces. Es verdad que ellos han adquirido para ellos mismos una notable posición en la mayoría de los países de la tierra; su influencia se extiende hasta el interior de toda corte [círculo cercano al gobierno] y gabinete del mundo; pero ellos jamás han obtenido ni siquiera el más mínimo poder en su propia tierra y ciudad — de todas las personas que están allí, ellos son los más proscritos. Y ahí vemos que continúan estas devastaciones [o, desolaciones].
En el versículo 27 viene la escena final. “Por una semana él confirmará un pacto con muchos” (Daniel 9:27 - RVA). La nota en el margen lo presenta correctamente. No se debe traducir “el” pacto (como en RVR1960; VM; etc.). La pequeña palabra “el” ha inducido a error a muchos. Se trata de “un,” o más bien que la idea es general, significando “confirmar pacto.” Si ustedes lo leen como “el pacto,” el lector inmediatamente tiende a deducir que ‘el príncipe’ significa el Mesías y que Él iba a confirmar Su pacto. Pero el pasaje reza, “por una semana él confirmará pacto [o un pacto] con muchos. Sin duda el Mesías introdujo la sangre del nuevo pacto; pero, ¿es esto lo que se quiere significar aquí? Aquí se suponen las devastaciones [desolaciones] continuando todo este tiempo, después de lo cual viene el fin de la eras, el cual incluye, o sucede en, la semana setenta. La muerte del Mesías ocurrió hace mucho tiempo; la destrucción de Jerusalén ocurrió treinta o cuarenta años después. Después de esto siguió un largo período de devastaciones [desolaciones] y guerras en relación con Jerusalén. Después de todo esto, de nuevo, tenemos la mención de un pacto. Así, nosotros debemos examinar el pasaje para ver quien es aquel que hace este pacto. Se mencionan dos personas. En el versículo 25 tenemos al Mesías Príncipe; pero Él ha venido y se le ha quitado la vida. En el versículo 26 tenemos “el pueblo de un príncipe que ha de venir.” Es a este futuro príncipe Romano a quien el versículo 27 alude. Él es aquel que confirmará pacto con muchos, o más bien ‘los muchos’, es decir, con ‘la masa’ o la mayoría. El remanente no tendrá parte alguna en ello. Observen que ahora es, por primera vez, que la semana setenta se presenta. “Y él confirmará pacto con la mayoría por una semana” [Traducción libre.]
Yo pregunto ahora a quienes contienden por la suposición de que era Cristo a quien se tenía en mente en este pasaje, ¿qué sentido da aquí el hecho de suponer esto? Una semana no puede significar nada más que un período de siete años. ¿El nuevo pacto fue hecho, alguna vez, por siete años? Un pensamiento semejante implica un mero absurdo. ¿No es bastante claro que la idea de interpretar que esto es el pacto de Cristo acarrea absurdidad sobre la dignidad de este pacto? Porque el pacto de Cristo es un pacto eterno — este pacto del que leemos aquí es hecho solamente por siete años. ¿Cuándo y cómo hizo Cristo un pacto por siete años? “Por una semana él confirmará un pacto con muchos, y en la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda” (Daniel 9:27 - RVA). Estoy al tanto de que también hay personas que aplican esto a la muerte de Cristo. Pero hemos tenido la muerte de Cristo hace mucho tiempo — antes de que comenzara la semana setenta; luego, las devastaciones de Israel entraron como inundación después de aquello; y, posteriormente, otro príncipe viene, el cual confirma un pacto por una semana. Él, y no Cristo, hace este pacto con ellos por siete años. Pero, en medio de este período, él pone término a la adoración de ellos. Ellos tienen sacrificio y ofrenda nuevamente en este tiempo, y él hace que todo cese.
Pero, ¿no tenemos otra luz acerca de este pasaje? ¿Es aquí solamente donde leemos de un pacto semejante, y de la terminación repentina de los ritos y ceremonias judíos? En cuanto al pacto, si nosotros consultamos Isaías 28:15, se dice allí, “Hemos realizado un pacto con la muerte; con el Seol hemos hecho un convenio. Cuando pase el torrente arrollador, no llegará a nosotros” (Isaías 28:15 - RVA). Y en el versículo 18, “Entonces vuestro pacto con la muerte será anulado, y vuestro convenio con el Seol no prevalecerá. Cuando pase el torrente arrollador, seréis aplastados por él” (Isaías 28:18 - RVA). No tengo dudas en cuanto a que este es el pacto al cual se hace referencia aquí en Daniel. Y el significado de ello es confirmado por otra cosa: es decir, que a consecuencia de que este príncipe Romano haya hecho un pacto inicuo con el pueblo judío, y a continuación haya interrumpido sus sacrificios y haya introducido la idolatría (o lo que en la Escritura es denominada “la abominación desoladora” (Daniel 11:31; 12:11; Mateo 24.15; Marcos 13:14), él hará cesar el ritual judío, y levantará un ídolo, y para ser adorado él mismo allí. Cuando la abierta idolatría se relaciona con el santuario, Dios envía un azote (o un torrente) sobre ellos. Ellos habían tenido la esperanza de escapar haciendo un pacto con este príncipe, pensando ingenuamente, como se dice en Isaías, que así se librarían del “torrente arrollador,” es decir, yo supongo, el rey del norte que llega a ser la gran cabeza de los poderes orientales (o del este) del mundo organizados contra los poderes occidentales (o del oeste). La masa de los judíos hará un pacto con el gran príncipe occidental (o del oeste), quien será en aquel entonces, nominalmente, amigo de ellos. Y cuando la mitad del tiempo haya expirado, este personaje introducirá la idolatría, y se las impondrá. Entonces vendrá la catástrofe final para Israel.
La Catástrofe Final Para Israel
Tomen nota que el cese de las ceremonias judías no depende solamente de esta Escritura. En Daniel 7, el cuerno pequeño es el emperador del occidente (oeste) o el “príncipe que ha de venir” (Daniel 9:26). De él se dice que “proferirá palabras contra el Altísimo y afligirá a los santos del Altísimo, e intentará cambiar los tiempos y la ley; y le serán entregados en sus manos por un tiempo, por tiempos y por medio tiempo” (Daniel 7:25 - LBLA). Pongan atención a la analogía entre esa declaración y lo que tenemos aquí. ¿Qué es lo que se quiere decir por “un tiempo, por tiempos y por medio tiempo”? Tres años y medio, ciertamente. ¿Y qué se quiere decir por media semana? Exactamente el mismo período de tiempo. En medio del período por el cual se había hecho pacto con Israel, él hará cesar la adoración de ellos, y tomará todas sus ceremonias judías en sus propias manos. Él tampoco permitirá que ellos guarden sus fiestas. “Le serán entregados en sus manos” (Daniel 7:25 - LBLA) — es decir, los tiempos y la ley de los judíos. Dios no reconocerá la adoración judía en ese entonces; y, por consiguiente, Él no los preservará en ella. Él permitirá que este hombre haga todo a su manera, quien, aunque haya hecho un pacto con Israel como siendo un amigo, lo romperá y lo sustituirá con la idolatría. Entonces vendrá el “torrente arrollador” (Isaías 28:18 - RVA). “A la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda” (Daniel 9:27).
Pero yo estoy obligado a reclamar otra y una más correcta interpretación de las palabras que siguen a continuación. Los traductores ingleses estaban muy dudosos acerca de su significado verdadero. Hay diferentes maneras de tomarlo, pero la versión literal es esta: “Y a causa del ala [de la protección] de las abominaciones, [vendrá] un desolador” (Daniel 9:27 literal). Es decir, debido a que él toma ídolos bajo su protección, habrá un desolador, a saber, el “torrente arrollador” (Isaías 28:18 - RVA), o el Asirio. El “príncipe que ha de venir” no devasta Jerusalén. En este tiempo él ha hecho un pacto con ellos; y, aunque él rompe este pacto, con todo, siendo cabeza y patrocinador de ellos, y teniendo a su acólito, el falso profeta, quien tendrá su sede allí como el gran sumo sacerdote de aquel día, él continuará, con la ayuda de su falso profeta, la adoración de su imagen en el templo de Dios. Comparen con la abominación desoladora en el lugar santo (Mateo 24:15). A consecuencia de esto, el rey del norte descenderá como un desolador. Habrá así dos enemigos en aquel tiempo para los judíos justos. El desolador, el Asirio, es el enemigo externo. El enemigo interno es el Anticristo, o su obstinado rey, que los corrompe en relación con el príncipe Romano. De este modo, el significado verdadero del texto es: “Debido a la protección de las abominaciones [habrá] un desolador, hasta que la consumación [destrucción], la que está decretada, sea derramada sobre la desolada” (Daniel 9:27 — traducción literal). “La desolada” significa Jerusalén. Y la destrucción completa, o lo que Dios ha decretado contra los judíos, debe tomar su curso. “No pasará esta generación hasta que todo esto acontezca” (Mateo 24:34). Estos serán los últimos representantes de la porción de Israel que rechaza a Cristo, y Dios permitirá que todos Sus juicios desciendan sobre ellos. Ellos serán barridos, y entonces quedará la simiente santa, el remanente piadoso, a quienes Dios constituirá como el gran núcleo de bendición para todo el mundo bajo el reinado del Señor Jesús.

Capítulos 10 y 11: La última gran profecía de Daniel

El Gran Objeto De Dios Al Final
Es evidente que los capítulos 10, 11, 12 constituyen un tema continuo, y nos muestran las circunstancias en las cuales Daniel recibió esta última y, en algunos aspectos, la más notable de todas sus profecías. Pues, en toda la extensión de la Escritura divina, no hay una declaración circunstancial y minuciosa semejante de hechos históricos, y eso, también, extendiéndose desde la monarquía persa, bajo la cual Daniel vio la visión, hasta la época cuando todos los poderes de este mundo serán obligados a inclinarse al Nombre del Señor. No se trata de que la profecía discurra desde la época del Imperio persa hasta el reinado de Cristo sin una sola interrupción: eso sería, verdaderamente, contrario a la correlación de todo el resto de la Palabra de Dios. Pero tenemos, antes que nada, una declaración concisa, y al mismo tiempo clara, de los hechos, hasta que llegamos a un personaje notable, quien fue tipo del gran y tristemente célebre líder de la oposición al pueblo de Dios al final del presente siglo (de la presente era). Habiéndonos llevado hasta esto, la profecía es discontinuada, y entonces cruza inmediatamente por sobre el intervalo, y nos presenta “el tiempo del fin” (Daniel 11:35 - VM); de modo que nosotros podamos entender cómo es que existe esa interrupción. Por ahora yo debo finalizar donde la interrupción entra. En una ocasión futura yo espero ocuparme, si el Señor lo desea, de la crisis anti típica al final, la cual comienza con Daniel 11:36. Nosotros hallaremos que ella no se limita a algún malvado en particular, sino que al final del capítulo tenemos los conflictos de los líderes de aquel día en la Tierra Santa y alrededor de ella. Y luego, Daniel 12 nos muestra los tratos de Dios con Su propio pueblo, hasta que ellos y el propio Daniel estén en su porción al final de los días: esto último — es decir, la bendición del pueblo de Dios, o al menos del remanente piadoso — siendo el gran objeto del final.
“En el año tercero de Ciro rey de Persia, cierta cosa fue revelada a Daniel, a quien se le había dado el nombre de Beltsasar” etc. (Daniel 10:1 - VM). Nosotros encontramos que Daniel no había aprovechado el decreto de Ciro, que había sido promulgado dos años antes, que dejó a los israelitas en libertad de regresar a su propia tierra, conforme a la profecía. Daniel estaba aún en la escena de la cautividad de los judíos. Pero, más que eso, el Espíritu de Dios atrae la atención al estado de alma del profeta. Él no estaba disfrutando en una tierra extraña, sino afligiéndose y ayunando; y esto, en circunstancias en que él tenía todo, efectivamente, a su mando. Se encontraba, como se dijo, absteniéndose de comer manjares delicados, “ni carne ni vino entraron en mi boca, ni me ungí con aceite, hasta que se cumplieron tres semanas” (Daniel 10:3 - RVA). Ahora bien, no cabe duda que no es sin un motivo el hecho de que el Espíritu de Dios nos ha mostrado a Daniel, no sólo antes que el decreto de Ciro fuese publicado, sino después, en semejante actitud delante del Señor. Todos podemos entender que cuando se acercó el momento para que el pequeño remanente abandonase Babilonia y regresara a la tierra de sus padres, él se hallara afligiendo su alma ante Dios, y examinando con cuidado el pecado que había ocasionado un castigo tan terrible de parte del Señor sobre el pueblo — aunque incluso en ese entonces él estaba haciendo exactamente lo contrario de lo que la carne habría procurado bajo estas circunstancias. Porque cuando alguna gran misericordia exterior es concedida, entonces es el tiempo cuando, naturalmente, el hombre tiende a dar, más bien, rienda suelta a su goce. En Daniel vemos lo opuesto a esto. Él toma el lugar de confesión; y de confesar los pecados, no meramente de Israel, sino los suyos. Todo estaba ante él. Nadie sino un hombre santo podía tener un sentido tan profundo de pecado. Pero la misma energía del Espíritu Santo que da una real auto humillación, lo capacita también a uno en amor para asumir la triste y abyecta condición del pueblo de Dios. Pensamientos como estos son los que parecen haber llenado el alma de Daniel cuando se enteró, por la profecía de Jeremías, que la liberación estaba verdaderamente cercana para Israel. No hubo ninguna especie de exultación sobre un enemigo caído — no hubo gritos de triunfo a causa de que el pueblo iba a salir libre; aunque el propio Ciro consideró un alto honor el hecho de que Dios había hecho de él el instrumento para ambas cosas. Bien podría un hombre de Dios reflexionar acerca de lo que el pecado había forjado, cuando el Señor ni siquiera podía hablar de Israel como Su pueblo, aunque en Daniel la fe sólo le condujo a abogar más en cuanto a que ellos lo eran.
El decreto se había publicado aquí conforme a su expectativa. El conquistador persa había abierto la puerta para que los prisioneros de la esperanza dejaran Babilonia, y aquellos que quisieron habían regresado a su tierra. Daniel no estuvo entre estos. En lugar de anticipar ahora nada más que visiones resplandecientes de gloria inmediata, él se halla aún, y se halla más que nunca, en una postura de humillación ante Dios. Cuando la razón de este período prolongado de ayuno sale a la luz, se nos permite entrar en la conexión del mundo que se ve con el mundo que no se ve. El velo no es levantado meramente en cuanto al futuro, pues toda la profecía hace esto, sino que la declaración de la visión que se nos da aquí revela, en una luz interesante, lo que está alrededor nuestro ahora, pero de forma no visible. A Daniel se le permitió oírlo, para que nosotros pudiésemos conocerlo, y pudiésemos tener también nosotros mismos conciencia de que, aparte de las cosas que se ven, hay cosas invisibles mucho más importantes para el pueblo de Dios de todo lo que el hombre considera.
Los Ángeles Y Los Acontecimientos Terrenales
Si hay conflictos en la tierra, ellos emanan de conflictos más altos — son los ángeles que contienden con esos seres malvados, los instrumentos de Satanás, quien procura constantemente frustrar los consejos de Dios con respecto a la tierra. Esto sale notablemente aquí a la luz. Nosotros sabemos que los ángeles tienen que ver con los santos de Dios; pero podemos no haber discernido tan claramente que ellos tienen que ver también con los acontecimientos exteriores de este mundo. La luz de Dios resplandece aquí sobre el tema, para que seamos capaces de comprender que no hay ni siquiera un movimiento del mundo que no esté relacionado con los tratos providenciales de Dios. Y los ángeles son los instrumentos para la ejecución de Su voluntad; se dice expresamente que ellos hacen lo que a Él le place. Por otra parte, existen aquellos que se oponen constantemente a Dios: los ángeles malvados no escasean. Los que no son sensibles a esto ciertamente pierden algo, porque nos da un enfoque mucho más potente acerca de la necesidad de tener a Dios como nuestra fortaleza. Si se tratara de una simple cuestión entre hombre y hombre, podríamos entender que una persona, en la conciencia de su fortaleza o de su sabiduría, o de otros recursos, podría no temer a otra persona. Pero si es un hecho que nosotros tenemos que contender con poderes que son inmensamente superiores a nosotros en toda inteligencia y fortaleza exteriores (porque los ángeles son “poderosos en fortaleza” como se nos dice en el Salmo 103:20), resulta evidente que nosotros somos dirigidos, si hemos de ser conquistadores, a acudir al apoyo de Otro, quien es más poderoso que todo lo que pueda estar contra nosotros. La fe que cuenta así con Dios es una liberación de la ansiedad acerca de todo lo que está sucediendo en el mundo. Pues, aunque hay espíritus malignos, y los hombres son solamente como las piezas que son movidas por ellos en el juego de esta vida, con todo, de hecho, hay una mano, y una mente, supremas que maneja los movimientos detrás de la escena y son desconocidas para las personas que actúan. Esto proporciona un carácter mucho más solemne a nuestros pensamientos acerca de todo lo que ocurre aquí abajo.
“Un Varón Vestido De Lino”
Además de estos ángeles, otro aparece en la escena: “un varón vestido de lino, y ceñidos sus lomos de oro de Ufaz” (Daniel 10:5). Él, de quien tenemos una descripción tan magnífica en el versículo 6, y a quien sólo Daniel ve, no parece haber sido un mero ángel. Él puede haber sido visto en algunos rasgos de gloria angelical, pero yo entiendo que este es Uno que aparece a menudo tanto en el Nuevo como en el Antiguo Testamento — el propio Señor de gloria. Él aparece ahora como un hombre — como Uno que tenía la compasión más profunda para con Su siervo sobre la tierra. Todos los demás habían huido a ocultarse, mientras que Daniel permaneció: no obstante, no le quedaban fuerzas — su lozanía se le demudó en palidez de muerte (Daniel 10:8 - VM). Incluso un amado y fiel santo de Dios debía comprobar que toda su sabiduría pasada era inútil; porque él ya era un hombre de edad muy avanzada, y había sido singularmente fiel al Señor. En este preciso momento él era el único que se percataba mejor de la verdadera condición de Israel. Pues él vio bien que un largo tiempo debía transcurrir antes de que el Mesías hubiese de venir, y el ángel revelador había anunciado que el Mesías sería muerto y no tendría nada (Daniel 9:26 - LBLA). No es de extrañar, entonces, que él estuviera afligido. Los demás podrían llenarse de sus resplandecientes esperanzas, de que el Mesías aparecería pronto y los exaltaría como una nación en el mundo. Pero a Daniel se le encontró afligiéndose y ayunando; y ahora la visión pasa ante él, y esta bendita Persona se revela a él. Con todo, a pesar de todo el amor que reposó sobre él — a pesar de su conocimiento familiar de los modos de obrar de Dios, y del favor que se le había mostrado en visiones anteriores, Daniel es hecho completamente consciente de su debilidad absoluta. Todo su vigor se desmenuzó hasta convertirse en polvo ante el Señor de gloria. Y para nosotros, esto tiene una moraleja de no poca importancia. Independientemente de lo mucho que pueda ser el valor de lo que un santo ha aprendido, el pasado, por sí solo, no nos capacita para comprender la nueva lección de Dios. Dios mismo es necesario para esto — no meramente lo que nosotros ya hemos aprendido. Yo pienso que esta es una verdad trascendental, y muy práctica. Todos conocemos la tendencia que tienen los hombres prudentes a acumular una provisión para el tiempo venidero. Yo no niego el valor del conocimiento espiritual en sus variadas formas — ya sea ayudando a los demás, o formando en nosotros mismos una opinión correcta y santa de las circunstancias que están ocurriendo a nuestro alrededor. Pero donde el Señor saca a la luz algo que no se ha aprendido previamente, entonces Daniel, a pesar de todo lo que él había conocido antes, es absolutamente impotente. En esta última visión, él se prosterna completamente, y se da cuenta, más que nunca, de la insignificancia de todo lo que hay dentro de él. Él debe poner su confianza en Dios enteramente para tener poder para levantarse, y entrar en lo que Dios estaba a punto de darle a conocer. Lo mismo aparece en cuanto a Juan, quien se había recostado sobre el pecho del Señor (Juan 13:25 - RVA) mientras Él estuvo en la tierra, y quien fue, de entre todos los discípulos, el que más entró en Sus pensamientos. Con todo, vean cuando el Salvador estuvo delante de él en Su gloria y, ¿qué pasó aun con el apóstol Juan? El Señor puso su mano sobre él invitándole a no temer. Él tiene que darle ánimo mediante lo que Él mismo era — el que vive, el que había muerto pero que vivía nuevamente, y tenía las llaves de la muerte y el Hades (Apocalipsis 1: 9 — 20). Por tanto, él tenía que oír con la confianza más perfecta, por cuanto esto se trataba de lo que Cristo es. No había poder excepto el fracaso delante de él.
Daniel entra aquí, en su medida, en esto. La muerte de la carne debe ser hecha realidad siempre, antes de que la vida de Dios pueda ser disfrutada. Esto es importante, en forma práctica. En la gracia que trae salvación, no se trata de que la muerte debe ser aprendida primero y luego la vida. La vida en Cristo viene a mí en mi calidad de pecador, y esa vida expone la muerte en la que yo me encuentro. Si yo debo hacer realidad mi muerte para que esa vida venga a mí, ello sería, evidentemente, el hombre colocado en su verdadero lugar, como una preparación para su bendición de parte de Dios. Esto no es gracia. “Lo que era desde el principio ... lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida” (1 Juan 1:1). Es decir, es la persona del propio Cristo que viene y trae la bendición. Después de eso, el alma aprende que “Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él” (1 Juan 1:5). Ella aprende que si nosotros decimos que tenemos luz, o comunión con Aquel quien es la luz, y, con todo, andamos en tinieblas, “mentimos, y no obramos según la verdad” (1 Juan 1:6 - VM). Todo el aprendizaje práctico de lo que Dios es, y lo que nosotros somos, sigue a continuación de la manifestación de la vida a nosotros en la persona de Cristo. Si ustedes hablan del orden en cuanto a un pecador, es la gracia soberana la que da vida en Otro; pero si ustedes hablan del orden del progreso en el creyente, ello no es así. El creyente, habiendo obtenido ya la vida, debe mortificar todo lo que le pertenece meramente en la naturaleza, para que la vida se manifieste y fortalezca. Esto tiene una importancia trascendental para el santo, así como lo otro lo tiene para el pecador. El hombre en su estado natural no cree que él está muerto, sino que trabaja para obtener vida. Él quiere vida; pero no tiene ninguna. Es solamente Otro quien la trae y se la da en perfecta gracia — viendo solamente mal en él, pero viniendo con nada más que el bien, y trayéndolo en amor. Este es Cristo. Pero en el caso del creyente, habiendo encontrado ya vida en Él, debe haber el juicio del mal, para que la vida nueva y divina se desarrolle y crezca. De modo que, mientras que para uno se trata de vida, exponiendo la muerte, y encontrándose con el hombre en la muerte y librándole de ella, para el otro es hacer morir en forma práctica todo lo que ya tiene existencia de forma natural en él. Todo esto debe tener la sentencia de muerte sobre ello, para que la vida no encuentre impedimentos para su crecimiento y manifestación.
Daniel — “Varón Muy Amado”
Daniel estaba probando esto, como el medio práctico de entrar en las maravillas que el Espíritu de Dios estaba a punto de traer ante él, y ser hecho un testigo apropiado de ellas. De ahí que, independientemente del favor en que él estaba — y él era un “varón muy amado” (Daniel 10:11) — no obstante ello, su alma debe hacer realidad la muerte. “Cuando él me dijo estas palabras, me puse en pie temblando. Entonces me dijo: No temas, Daniel, porque desde el primer día en que te propusiste en tu corazón entender y humillarte delante de tu Dios, fueron oídas tus palabras, y a causa de tus palabras he venido” (Daniel 10:11-12 - LBLA). Y tenemos luego una indicación transmitida a él acerca de cómo se había producido tal demora. “Mas el príncipe del reino de Persia se me opuso durante veintiún días; pero he aquí Miguel, uno de los principales príncipes, vino para ayudarme, y quedé allí con los reyes de Persia” (Daniel 10:13). Aquí, yo entiendo, nosotros tenemos a otra persona hablando. No Aquel primero y glorioso que Daniel había visto, sino uno utilizado como siervo — un ángel, de hecho, que el Otro empleó. El último capítulo demostrará claramente que hubo más de una persona enviada: y, a partir del lenguaje del que habla, es claro que se trata de un subordinado. Daniel se siente alentado aprendiendo que sus palabras fueron oídas desde el primer día en que él había dispuesto su corazón a entender y a humillarse ante Dios. Él no recibió la respuesta el primer día, ni el segundo. La respuesta no llegó hasta que transcurrieron veintiún días, y, no obstante, fue enviada de parte de Dios el primer día mismo. Obviamente Él podía haberla dado inmediatamente. Pero, ¿entonces qué? Antes que nada, la lucha tremenda que se desencadena siempre entre los instrumentos de Dios y los emisarios de Satanás, no habría sido comprendida tan claramente. Además, por otra parte, la fe y la paciencia no habrían tenido su obra perfecta.
No me olvido que el Espíritu Santo es enviado a morar en los corazones de los creyentes de una manera no conocida en ese entonces. Porque, aunque el Espíritu de Dios estuvo siempre obrando en los santos profetas y los santos hombres, con todo, la morada permanente del Espíritu Santo era lo que no fue, ni podía ser, hasta que Jesús fuera glorificado, y la gran obra de redención fuera llevada a cabo, en virtud de lo cual el Espíritu Santo fue enviado desde el cielo para hacer Su morada en los corazones de aquellos que creen, siendo el sello de la bendición que es de ellos en Cristo. Así que, aparte del providencial cuidado exterior de Dios, sacado a luz aquí de manera tan hermosa, nosotros tenemos aquella Persona Divina haciendo que nuestros cuerpos sean templo de Dios. Sin embargo, la lucha externa continúa. La misma cosa, que impidió que Daniel tuviera la respuesta manifiesta a su oración, puede impedir que nosotros tengamos la respuesta de las circunstancias. Nosotros debemos contar inmediatamente con la respuesta de la fe; pero podríamos tener que esperar una respuesta manifiesta de las circunstancias que son gobernadas por Dios. Daniel tuvo que esperar, y se nos da la razón. Del versículo 13 aprendemos que aunque Dios había enviado la respuesta desde el primer día, el príncipe del reino de Persia se opuso por veintiún días — exactamente el período de tiempo que Daniel fue mantenido en aflicción y ayuno ante Dios (Daniel 10:2). “Pero he aquí Miguel, uno de los principales príncipes, vino para ayudarme, y quedé allí con los reyes de Persia” (Daniel 10:13). Claramente es un ángel el que habla. Sería despectivo para con el Señor suponer que Él fue Aquel que necesitó ayuda de uno de Sus propios ángeles. Pero Miguel es mencionado aquí porque era bien conocido como el arcángel que tenía un cuidado especial como guardián de la nación de Israel. De modo que, independientemente de la mofa que pueda hacer la gente de la verdad de la interposición y calidad de guardianes de los ángeles, con todo, la Escritura es bastante clara acerca de ello. El catolicismo, como sabemos, los ha convertido en objetos de adoración. Pero la verdad misma es de especial interés.
La Palabra de Dios deja bastante claro que los ángeles son empleados por Dios en servicios particulares. Esto tampoco era meramente una verdad nueva. Encontramos que Judas menciona, como una circunstancia bien conocida, la contienda de Miguel el arcángel con el diablo disputando con él por el cuerpo de Moisés (Judas 9). La misma verdad sale a la luz nuevamente en esto. Se trató del cuidado de Miguel sobre pueblo judío. Él conocía la tendencia que ellos tenían hacia la idolatría, y el hecho de que ellos podrían hacer del hombre contra quien se habían rebelado estando él en vida, un ídolo después de su muerte. Y de esta manera, Miguel, como instrumento de bendición de parte de Dios para con Israel, contiende con Satanás, para que el cuerpo de Moisés no fuera encontrado; se dice que el Señor lo enterró (Deuteronomio 34:5-6), aunque el instrumento que el Señor empleó fue Miguel. Ahora bien, tenemos este interesante rayo de luz proyectado sobre circunstancias terrenales. Las potestades de este mundo pueden estar gobernando, pero los ángeles no han desistido de sus funciones. Están el diablo y sus ángeles, y Miguel y los santos ángeles con él, mencionados nuevamente en el último libro de la Biblia. El hecho de que Cristo haya venido y el hecho de que el Espíritu Santo haya sido dado no reemplazan esto. Por el contrario, sabemos que habrá un conflicto muy tremendo al final entre los santos ángeles y los ángeles malignos, cuando los cielos serán purificados para siempre de esas potestades malignas, que los han ensuciado por tan largo tiempo. Esto es muy interesante, en el sentido de que muestra la paciencia perfecta de Dios. Porque sabemos que con una palabra Él podría derribar al diablo y a todas sus huestes. Pero Él no lo hace. Él permite que Satanás se aventure aun en los cielos inferiores — no, más aún, Él permite incluso que estén en su posesión. Por eso es que él es llamado “príncipe de la potestad del aire” (Efesios 2:2), así como es llamado en otra parte “el príncipe” y “el dios de este siglo” (2 Corintios 4:4). Pero yo creo que es solamente allí que él es un príncipe. Nunca leemos de una cosa semejante a Satanás siendo un príncipe en el infierno. Es un sueño favorito de grandes poetas, y de pequeños también; pero nosotros nunca leemos acerca de ello en la Escritura. La Biblia nos muestra que su poder real está ahora o en los cielos o en la tierra, pero que cuando él sea quebrantado, tanto en su usurpación celestial primero, como en su potestad terrenal después, él es lanzado al infierno; y que, en lugar de ser un rey en el infierno, él será el objeto más miserable de la venganza de Dios. La cosa solemne es que él está reinando aquí ahora, y las personas no lo sienten. Su peor reino es el que él adquirió — no el que tenía antes. Aunque la muerte de Cristo es el terreno sobre el cual él perderá finalmente todo su poder, fue, no obstante, el medio mediante el cual él llegó a ser el gran poder usurpador, oponiéndose a Dios en todos Sus pensamientos acerca de este mundo. Pero hay un pensamiento que tiene importancia para nosotros. Si Dios permite una cosa semejante a esta — si Él permite la presencia de este maligno, el enemigo de Su Hijo en el mismo cielo — si, en lugar de que la crucifixión de Cristo conduzca a Dios a privar a Satanás de todo su poder, le encontramos, después de esto, exhibiendo SU mayor paciencia, ¡qué lección es todo esto para que nosotros no nos atribulemos acerca de las circunstancias! Ningún hombre ha pisado jamás estas regiones desconocidas; no ha habido nadie que nos hable acerca de ellas excepto la Palabra de Dios, que se descubre ante nosotros. Nosotros no conocemos todo, obviamente; pero conocemos lo suficiente para ver que existe este tremendo poder del mal opuesto a Dios, y que el poder de Dios es siempre infinitamente más poderoso que el poder del mal. El mal no es más que un accidente, que ha entrado en el mundo por medio de la rebelión de la criatura contra Dios. Por la palabra ‘accidente’ yo quiero dar a entender que fue solamente el hecho de que la criatura interrumpiera por un tiempo los propósitos de Dios; mientras que, verdaderamente, ello no hizo más que servir para sacarlos a la luz con un resplandor más brillante. El plan de Dios fue bendecir el cielo y la tierra, y esto se mantendrá. El mal será expulsado de la escena, y los malos hombres sufrirán las terribles consecuencias de haber rechazado al Único bueno y bendito al rechazar a Cristo, el Señor.
Pero mientras la certeza de todo ha sido dada a conocer a la fe antes de la ejecución de los pensamientos de Dios, se nos abre el panorama del grave conflicto en tanto que es invisible. Esto pone la fe a prueba. Daniel tuvo que seguir esperando, afligiéndose, orando, desplegando todo ante Dios. Vemos en él la perseverancia de la fe — orando siempre. ¡Y de qué manera fue recompensada su fe! Porque cuando el ángel viene, él da a conocer esto por orden de Aquel glorioso que había aparecido primero a Daniel. Fue el príncipe de Persia quien se le había opuesto durante veintiún días; pero Miguel había acudido en su ayuda.
Tu Pueblo Al Final De Los Días
Puedo observar, también, que tenemos una importante indicación, en el siguiente versículo, de los principales objetos a los cuales Dios tenía en consideración en esta profecía. Solamente las personas que han leído mucho conocen las torturas que el capítulo ha sufrido por parte de hombres que traen sus propios pensamientos para explicarlo mediante ellos. El papa, obviamente, ha sido introducido prominentemente en él. Y luego, el osado soldado de los primeros días de este siglo (siglo 19) fue encontrado también en él: yo aludo, por supuesto, a Napoleón. En resumen, las personas han tratado de encontrar en Daniel 11 cualquier cosa de extraordinario interés que ha estado sucediendo en el mundo. Daniel 10:14 pone en fuga todos esos pensamientos. “He venido,” dice el ángel, “para darte a conocer lo que sucederá a tu pueblo al final de los días, porque la visión es para días aún lejanos” (Daniel 10:14 - LBLA). Nada puede ser más evidente. Está puesto como una especie de frontispicio a la profecía para mostrar que el gran pensamiento de Dios para la tierra es el pueblo judío, y el designio principal de esta profecía es lo que les debe acontecer al final de los días. Tenemos la progresión de la historia casi desde el día en que Daniel vivió, pero los últimos días son el tema de ella. La profecía en general puede permitirse dar un pequeño anticipo al alcance de la mano, pero nosotros jamás vemos el rumbo completo de ella, excepto en los últimos días; y entonces los pensamientos y planes de Dios tienen siempre, como su centro terrenal, a los judíos y su Mesías. Yo no tengo intención de negar que la Iglesia es una cosa mucho más elevada que los judíos, y que las relaciones de Cristo con la Iglesia son más cercanas y más profundas que Sus relaciones con los judíos. Pero ustedes no pierden a Cristo y la Iglesia, debido a que creen en Su vínculo con Israel. ¡No! si ustedes no creen esto, entonces los confunden a ellos con sus propias relaciones con Cristo; y ambos se pierden, en lo que se refiere a la medida del determinado conocimiento y del pleno disfrute. Esto se produce por la falta de considerar la Escritura como un todo. Si Daniel 10 hubiera sido leído como una introducción a Daniel 11, no se habría cometido un error semejante. Pero algunos leen la Escritura de forma muy similar al modo en que otros la predican. Se toman unas pocas palabras, y se las convierte en el lema de un discurso, el cual, quizás, no tiene ninguna relación real con la finalidad de aquel pasaje — quizás con ningún otro pasaje de la Biblia. Los pensamientos pueden ser lo suficientemente verdaderos pero de forma abstracta, pero lo que nosotros queremos es una ayuda para entender la Palabra de Dios como un todo, así como los detalles. Si ustedes tuviesen que tomar una carta enviada por un amigo, y se fijaran meramente en una frase o en una parte de una frase, en medio de ella, y dislocada del resto, ¿cómo podrían entender dicha carta? Y, sin embargo, la Escritura tiene conexiones infinitamente más amplias que cualquier cosa que puede ser escrita de nuestra parte; y, por tanto, debería haber razones mucho más poderosas que las pequeñas efusiones de nuestra propia mente para tomar la Escritura en su relación. Esta es una gran llave para los errores que muchas personas estimadas hacen en la interpretación de la Escritura. Ellos pueden ser también hombres de fe; pero, con todo, es difícil elevarse por sobre las costumbres comunes. La profecía que tenemos ante nosotros demuestra la importancia del principio sobre el cual he estado insistiendo. Tomen los libros comunes escritos acerca de esta profecía — sin importar cuándo, dónde, o quien los escribió, y hallarán que el gran esfuerzo es hacer de sus propios días un punto central, etc. Aquí está la respuesta para todos. Ni Roma, ni el papado, ni Napoleón, son el objeto de la profecía, sino “lo que sucederá a tu pueblo [al pueblo de Daniel, los judíos] al final de los días” (Daniel 10:14 - LBLA).
A continuación, encontramos a Daniel expresando, en humildad de mente, su incapacidad para recibir tales comunicaciones. En primer lugar, uno semejante a un hijo de hombre toca sus labios, y es instruido para que hable al Señor. Él confiesa su debilidad — que no le quedaba fuerza alguna. Pero “aquel que era semejante a un hombre me tocó otra vez, y me fortaleció. Y me dijo — Hombre muy amado, no temas; la paz sea contigo. Esfuérzate y sé valiente” (Daniel 10:18-19 - RVA). Hasta que los hombres no son completamente establecidos en paz, hasta que sus corazones conocen la fuente verdadera de su fortaleza, ellos no son capaces de beneficiarse mediante la profecía. Hallamos aquí a Daniel de pie, su boca abierta, sus temores acallados, antes de que el Señor le pueda desplegar el futuro. Su corazón debe estar en perfecta paz en el poder del Señor, y en la presencia de su Dios. La ansiedad de espíritu, la falta de una paz estable, tiene que ver, más de lo que las personas piensan, con el poco progreso que ellos hacen en cuanto a entender muchas partes de la Palabra de Dios. No es suficiente que un hombre tenga vida y el Espíritu de Dios, sino que debe existir el quebrantamiento de la carne, y el sencillo y pacífico reposo en el Señor. Daniel tiene que pasar por esta escena, para adecuarse a lo que debe aprender; e igualmente nosotros, en nuestra medida. Debemos realizar esa misma paz y poder en el Señor. Si estoy aterrorizado por la venida del Señor, porque no estoy seguro de qué manera me presentaré ante Él, ¿cómo me puedo gozar honestamente de que esté tan cercana? Habrá un estorbo en mi espíritu para la clara comprensión de los pensamientos de Dios acerca de ese asunto. La razón de esta carencia de competencia no es la falta de aprendizaje, sino la falta de estar completamente establecidos en la gracia — el hecho de no conocer lo que nosotros somos en Cristo Jesús. Sin importar qué otras cosas pueda haber — nada reparará esta triste deficiencia. Yo hablo ahora acerca de cristianos. En cuanto a meros eruditos que se interesan superficialmente por estas cosas, ello está tan completamente fuera de su esfera como lo está un caballo puesto a emitir un juicio acerca del mecanismo de un reloj. “El hombre natural no recibe las cosas del Espíritu de Dios; ... ni las puede conocer, por cuanto se disciernen espiritualmente” (1 Corintios 2:14 - VM). Es sólo un escriba de este siglo entrometiéndose con lo que pertenece a otro mundo, del cual él no sabe nada.
Tenemos una rápida visión global de lo que le iba a acontecer a Israel en los últimos días. Se trata del mismo que habla en Daniel 10. “Y yo, en el primer año de Darío de Media, me puse a su lado para apoyarle y fortalecerle. Ahora yo te declararé la verdad: He aquí que se levantarán tres reyes más en Persia” (Daniel 11:1 - RVA). Tenemos allí la sucesión de los monarcas persas desde Ciro. La Escritura nos muestra quienes eran ellos, aunque sus nombres no se mencionan aquí. Remitiría a mis lectores a Esdras 4, donde se encontrarán mencionados estos tres reyes. En Esdras 4, la ocasión surgió de la tentativa de los enemigos de Israel por detener la edificación del templo; y estos “contrataron consejeros contra ellos para frustrar su propósito durante todo el tiempo de Ciro rey de Persia, y hasta el reinado de Darío rey de Persia” (Esdras 4:5 - RVA). Ahora bien, para entender ese capítulo de Esdras, ustedes tienen que tener en mente que desde el versículo 6 hasta el final del versículo 23 se trata de un paréntesis. El principio y el final del capítulo se refieren a acontecimientos durante el reinado de Darío. Pero el Espíritu de Dios retrocede para mostrar que estos adversarios habían estado obrando desde los días de Ciro hasta los días de Darío. Por consiguiente, en el paréntesis, es decir, desde el versículo 6 hasta el versículo 23 inclusive, ustedes tienen a los varios monarcas que habían existido entre Ciro y Darío, cuyas mentes los adversarios habían estado tratando de influir. “En el reinado de Asuero” (es decir, el sucesor de Ciro, llamado Cambises en la historia profana), “en el principio de su reinado, escribieron acusaciones contra los habitantes de Judá y de Jerusalén” (Esdras 4:6). Luego tenemos el siguiente rey. “En días de Artajerjes escribieron Bislam” etc. Esta es una persona diferente del Artajerjes mencionado en Nehemías, quien vivió en una época posterior, y es llamado Smerdis el mago, quien, mediante medios inicuos adquirió la corona por un tiempo, y prestó oídos a las acusaciones contra los judíos. Este usurpador fue muerto mediante una conspiración encabezada por Dario, no Darío el Medo de Daniel, sino Darío el persa de quien se habla en el Libro de Esdras. Darío Hystaspes fue su nombre histórico. Él sigue inmediatamente. Por eso tenemos estos tres reyes enumerados en Esdras 4, respondiendo exactamente a los tres en Daniel 11:2. Encontramos así una parte de la Escritura arrojando luz sobre otra, sin la necesidad de entrar en territorio de los hombres, en absoluto. “He aquí que se levantarán tres reyes más en Persia” (Daniel 11:1 - RVA). Estos vinieron después de Ciro, y en la Escritura fueron llamados, como hemos visto, Asuero, Artajerjes, y Darío; y en la historia profana los mismos fueron llamados Cambises, Smerdis el mago, y Darío Hystaspes. “Y el cuarto se hará de grandes riquezas más que todos ellos; y al hacerse fuerte con sus riquezas, levantará a todos contra el reino de Grecia” (Daniel 11:2). Es el célebre Jerjes quien levantó a todos contra el reino de Grecia. Esto confirma una idea desestimada en una ocasión anterior, de que la razón por la cual el macho cabrío acometió con semejante furia contra Persia fue en respuesta al asalto persa sobre Grecia. Jerjes fue el hombre que llevó a cabo ese gran intento. Sus riquezas son proverbialmente reconocidas, y ningún acontecimiento hizo una impresión tan profunda en el mundo de entonces como esa expedición contra Grecia y sus consecuencias.
En el versículo 3, Persia, el carnero de Daniel 8, es omitido, y encontramos el macho cabrío de aquel capítulo, o más bien su cuerno. “Se levantará un rey poderoso, el cual imperará con gran dominio, y hará conforme a su voluntad” (Daniel 11:3 - VM). Este es Alejandro Magno. “Mas después que se haya levantado, será quebrado su reino, y será repartido hacia los cuatro vientos del cielo” (Daniel 11:4 - VM). Eso fue verdad cuando Alejandro murió: el Imperio Griego fue fragmentado. “Pero no a su posteridad; ni conforme al dominio suyo que él ejerció; porque su reino será arrancado de raíz, y quedará para otros fuera de aquéllos” (Daniel 11:4 - VM). No habría una cabeza única deshaciéndose de la familia de Alejandro, y tomando posesión de todo. Su reino iba a ser dividido en varias partes, particularmente en cuatro partes; y de estas cuatro divisiones, dos adquieren una importancia inmensa. Pero, ¿cuál constituye aquí la importancia principal de ellas? Cuando Dios habla de cosas en la tierra, Él mide siempre a partir de Israel, porque Israel es su centro terrenal.
De ahí que sean los poderes que se entrometen con Israel los que son importantes ante los ojos de Dios. Esta es la razón por la cual los otros reinos no son destacados; sólo los reinos del norte y del sur. ¿Y por qué son ellos tan descritos? Palestina es el lugar desde el cual Dios considera todo esto. El rey del norte significa que él está al norte de la tierra sobre la cual estaban Sus ojos: y el poder sureño significa que está al sur de esa misma tierra. Estos son los países llamados comúnmente Siria y Egipto. Los dos son mencionados a través de todo el capítulo, desechando las demás divisiones del imperio de Alejandro. Sólo se consideran las que tienen que ver con Israel. Ahora bien, se nos dice que “se hará fuerte el rey del sur” — él es la persona bien conocida como uno de los Ptolomeos o Lágidos — “mas uno de sus príncipes” (es decir, uno de los generales de Alejandro); “será más fuerte que él, y se hará poderoso; su dominio será grande” (Daniel 11:5). Esta última es otra persona, el primer rey del norte, quien se levanta poderoso sobre Ptolomeo. En la historia profana él es llamado Seleuco. En la historia de los Macabeos se habla, a menudo, de los descendientes de ambos y de sus luchas. Se presentan tres relatos minuciosos de las transacciones predichas en este capítulo; y lo que Dios dice en pocas palabras acerca de los dos, es infinitamente más acertado que el elaborado detalle del hombre.
‘Casamiento’ De Siria Y Egipto
Pero, consideremos un poco algunos de estos acontecimientos. “Al cabo de unos años harán alianza [es decir, los reyes del norte y del sur], y la hija del rey del sur irá al rey del norte para realizar el convenio” (Daniel 11:6 - RVA). Una observación antes de continuar. Nosotros no tenemos a todo lo largo de este capítulo al mismo rey del norte, ni al mismo rey del sur, sino a muchos que se suceden unos a otros. El mismo título oficial se mantiene de principio a fin. Del mismo modo que las personas dicen en términos jurídicos, «El rey, o la reina, nunca muere.» Esa es exactamente la manera que hemos de considerarlo aquí. El versículo 6 es un ejemplo. “Al cabo de unos años harán alianza.” No son los mismos reyes del norte y del sur de los que se había estado hablando en el versículo 5, sino sus descendientes. “Al cabo de unos años harán alianza, y la hija del rey del sur irá al rey del norte para realizar el convenio” (Daniel 11:6 - RVA). Ellos no sólo hicieron una alianza, sino que hubo un casamiento entre sus familias. El intento de lograr un entendimiento cordial entre Siria y Egipto mediante un casamiento sería un fracaso. Obviamente, esto fue verificado exactamente en la historia. Tal casamiento se llevó a cabo, y el rey del norte se deshizo aun de su anterior esposa para casarse con la hija del rey del sur. Pero ello sólo hizo que las cosas fueran mucho peor. Ellos habían confiado en poner fin a sus sangrientas guerras, pero ello sólo sentó las bases de un incomparablemente más profundo rencor entre ellos. Como se dice aquí, “tampoco prevalecerá él ni su descendencia. Pero en aquel tiempo ella será entregada, junto con los que la habían traído, y con su progenitor y sus partidarios. Entonces un renuevo de las raíces de ella se levantará en su lugar. Vendrá con un ejército y entrará en la fortaleza del rey del norte. El hará con ellos según su deseo y predominará” (Daniel 11:6-7 - RVA). No fue su descendiente, sino su hermano — del mismo tronco parental. Ella fue una rama, y él otra. El hermano de esta mujer llamada Berenice, hija del rey Egipcio, sube a vengar el asesinato de su hermana, y prevalece contra el rey del norte. Aquí tenemos confirmada la explicación acerca de cuál es el reino del sur. “Y también los dioses de ellos, con sus imágenes de fundición, y con sus alhajas preciosas de plata y de oro, los llevará en cautiverio a Egipto: y él durará más años que el rey del Norte. Así pues, entrará en su dominio el rey del Sur, y volverá a su tierra” (Daniel 11:8-9 - VM). Vemos allí a Egipto triunfante por un tiempo; pero la marea iba a cambiar pronto. “Empero los hijos de aquél levantarán guerra, y juntarán una multitud de fuerzas grandes; y uno de ellos [el otro desapareció] vendrá a viva fuerza, e invadirá, y pasará adelante; luego tomará, y llevará la guerra hasta la fortaleza del otro. Con lo cual se enfurecerá el rey del Sur” (Daniel 11:10-11 - VM). Viene ahora otra guerra en una fecha posterior; y esta vez se trata del sur devolviendo el golpe del norte. “Se enfurecerá el rey del Sur, y saldrá, y peleará contra él, es decir, contra el rey del Norte; y pondrá en campaña una grande multitud de gente; y será entregada aquella multitud en su mano” (Daniel 10:11 - VM). El Espíritu de Dios se refiere allí a varios hechos notables. Los dos actores principales son el rey de Siria y el de Egipto. La tierra de Israel, que se extendía entre ellos, era una especie de piedra pesada para estos reyes que hicieron de ella su campo de batalla, que siempre quedó en poder del conquistador. Si el rey del norte vencía, Palestina caía bajo Siria; y del mismo modo sucedía si al rey de Egipto le tocaba la mejor parte. Pero Dios nunca dejó reposar a los que tomaron Su tierra. Podían celebrar casamientos entre ellos y convenir alianzas; pero ello sólo demostraba ser el preludio de rompimientos más graves — hermanos, hijos, nietos, etc., continuando con las riñas de sus parientes. “La Escritura no puede ser quebrantada” (Juan 10:35). Todo estaba establecido claramente de antemano.
“Cuando se haya llevado la multitud, su corazón se enaltecerá y hará caer a muchos millares, pero no prevalecerá” (Daniel 11:12 - RVA). Luego encontramos que el rey del norte vuelve “a poner en campaña una multitud mayor que la primera, y al cabo de algunos años vendrá apresuradamente con gran ejército y con muchas riquezas. En aquellos tiempos se levantarán muchos contra el rey del sur; y hombres turbulentos de tu pueblo se levantarán para cumplir la visión” (Daniel 11:13-14). Permitan que les llame a poner atención a estas palabras. Ellas zanjan inmediatamente la pregunta que se podría formular en cuanto a ¿cómo sabe usted que la expresión ‘el pueblo de Daniel’ no significa ‘el pueblo de Dios’ en un sentido espiritual? La respuesta se da aquí — “hombres turbulentos de tu pueblo.” Esto desecha inmediatamente el alegato a favor de un sentido espiritual. Difícilmente podríamos hablar de “hombres turbulentos” (lit., saqueadores) en ese caso. Esto confirma lo que no debería haber necesitado más evidencia — que el pueblo de Daniel significa el pueblo judío, y nada más. Encontramos aquí que algunos de los judíos forman una relación con uno de estos monarcas contendientes del norte. Estos son llamados aquí “hombres turbulentos de tu pueblo” (lit., saqueadores), y se ponen de parte de Antíoco el rey del norte, contra Ptolomeo Filopater, o más bien contra su hijo; pero todo quedó en nada. El rey Sirio podría confiar que trayendo este nuevo elemento, obteniendo el consentimiento de los judíos, quizás Dios estaría con él. Pero no. Ellos eran los hombres turbulentos del pueblo (saqueadores) — infieles a Dios, y que no se mantenían en separación de los Gentiles. Ellos, asimismo, piensan establecer la visión, “pero ellos caerán” (Daniel 11:14).
“Vendrá, pues, el rey del norte, levantará terraplenes y tomará la ciudad fortificada. Las fuerzas del sur no resistirán; ni siquiera sus tropas escogidas podrán resistir. El que vaya contra él hará según su voluntad [es decir, el rey del norte]; no habrá quien resista ante él. Estará en la tierra gloriosa, la cual será consumida bajo su poder” (Daniel 11:15-16 - RVA). Otra cosa notable que vemos aquí es que el Espíritu de Dios mantiene firme la importancia de aquella pequeña franja de tierra — el territorio de Palestina. Fue la dádiva de Dios a Su pueblo. Independientemente de su deplorable condición, aún es la tierra gloriosa. Dios no se arrepiente de Sus propósitos: Él “escogerá otra vez a Israel; y los hará descansar en su misma tierra” (Isaías 14:1 - VM). Y si cuando se trata de los propósitos terrenales de Dios Él los mantiene firme, a pesar de todo obstáculo, ¿que no hará Él por Su pueblo celestial? ¿Quién puede dudar de que Él los llevará a la gloria celestial con Cristo?
“Afirmará luego su rostro para venir con el poder de todo su reino; y hará con aquél convenios, y le dará una hija de mujeres para destruirle; pero no permanecerá, ni tendrá éxito” (Daniel 11:17). Este es otro intento de casamiento; sólo que es al contrario. No es ahora la hija del rey del sur la que viene al rey del norte, sino que el rey del norte da a su hija Cleopatra al rey del sur, confiando que ella mantendrá la influencia Siria en la corte de Egipto. Eso es lo que significa aquí la expresión “para destruirle,” porque ello era claramente contrario a la esencia misma del vínculo matrimonial: se trató de un intento de utilizarla para servir a los propósitos políticos de su padre, el rey del norte. “Pero [ella] no permanecerá, ni tendrá éxito.” La razón de estado — los secretos más recónditos de sus corazones, salen a la luz aquí igualmente.
Hay otra desgracia, que no sólo es conocida por Dios, sino que es dada a conocer a Sus siervos. “Entonces volverá su rostro hacia las costas marítimas, y se apoderará de muchas de ellas; pero un caudillo pondrá término a la afrenta que le ha hecho; y aun hará volver su afrenta sobre él mismo” (Daniel 11:18 - VM). Es decir, Antíoco se entromete con Grecia, y se apodera de muchas de las islas; pero este otro caudillo, por su cuenta, emprende la lucha contra el rey del norte. Tenemos aquí la entrada a escena de un nuevo poder — se trata de la primera alusión a los Romanos. La expresión “un caudillo pondrá término a la afrenta” da a entender que un cónsul Romano vendrá contra el rey del norte. Él no permitirá que Grecia sea tocada. El que interfirió fue uno de la familia romana de los Escipiones. “Luego volverá su rostro a las fortalezas de su tierra; mas tropezará y caerá, y no será hallado” (Daniel 11:19). Él es obligado a regresar a Siria, pero tropezará y caerá.
“Y sucederá en su lugar uno que hará pasar un exactor de tributos por la tierra más hermosa del reino” (Daniel 11:20 - VM). Los Romanos que derrotaron al padre, obligaron al hijo a recolectar el pesado impuesto anual. Eso fue todo lo que el pobre hombre hizo durante su vida. “Y sucederá en su lugar uno que hará pasar un exactor de tributos ... ; pero al cabo de pocos días será él destruido; mas no en ira, ni en guerra” (Daniel 11:20 - VM). Él fue asesinado por uno de sus hijos. “Y le sucederá en su lugar un hombre despreciable, al cual no darán la honra del reino; pero vendrá sin aviso y tomará el reino con halagos. Las fuerzas enemigas serán barridas delante de él como con inundación de aguas; serán del todo destruidos, junto con el príncipe del pacto. Y después del pacto con él, engañará y subirá, y saldrá vencedor con poca gente” (Daniel 11:21 — 23). Este es el hombre que tipifica al último rey del norte. Llamado en la historia profana Antíoco Epífanes, él fue moralmente abominable, pero muy tristemente célebre por su interferencia con los judíos; primero con engaño y corrupción, y después mediante la violencia. Este es el hombre sobre el cual el Espíritu de Dios se detiene más, porque es quien más se entromete con Israel, la tierra gloriosa, y el santuario. Él fue quien puso en vigor la idolatría en el templo mismo, levantando una imagen para ser adorada aun en el Lugar Santísimo. Por eso es que adquiere importancia. Aparte de esto, él fue un hombre poco conocido, excepto por su atrevida impiedad. Nada puede ser más sencillo. Su historia consiste en intrigas, primero contra el rey del sur, y luego contra los judíos; y de varias expediciones, en algunas de las cuales tuvo éxito al principio pero después fue completamente derrotado. “Y habiendo tranquilidad, entrará en las partes más fértiles de la provincia y hará lo que no hicieron sus padres, ni los padres de sus padres ... Despertará sus fuerzas y su corazón contra el rey del sur, con un gran ejército. El rey del sur se alistará para la guerra con un ejército grande y muy fuerte; pero no prevalecerá” (Daniel 11:24-25 - RVA). Estos reyes se encuentran y hacen planes el uno contra el otro, pero todo es en vano. “El corazón de estos dos reyes estará dispuesto para hacer el mal, y en la misma mesa hablarán mentira. Pero no servirá de nada, porque el final del tiempo señalado aún no habrá llegado. El volverá a su tierra con gran riqueza, y su corazón estará contra el pacto santo. Hará su voluntad y se volverá a su tierra. Al tiempo señalado volverá al sur, pero esta vez no le sucederá como en la primera” (Daniel 11:27-29 - RVA). Tenemos más detalles a continuación.
Los Infatigables Romanos Nuevamente
“Porque vendrán contra él naves de Quitim” (Daniel 11:30). Allí están estos infatigables Romanos que vuelven a entrar. Ellos habían lidiado con su padre cuando él había atacado a Grecia; y ahora que el hijo tenía su mano sobre la garganta de su presa, vino el Cónsul romano (Cayo Popilio Laenas), e inmediatamente le prohibió hacer cualquier cosa adicional. Él, incluso, formó un círculo en la arena a su alrededor, como bien se sabe, cuando el artero rey quiso ganar tiempo para evadirse con la excusa de consultar con sus consejeros los pasos a seguir. El Romano le pidió la respuesta antes de que él diera un paso fuera del círculo, y fue obligado a darla. Esto fue un golpe mortal a toda su política. Él volvió a casa como un hombre miserable y derrotado, con un corazón disgustado y enfurecido, aunque revistiéndose de una apariencia humilde ante los Romanos. ¿Qué le impediría descargar la ira de su corazón sobre los judíos? Tal como se dice aquí, “Volverá y se enfurecerá contra el pacto santo y hará su voluntad. Volverá, pues, y se las entenderá con los que han abandonado el pacto santo” (Daniel 11:30 - RVA). No obstante, lo pobre que eran los judíos, ellos eran testigos para Dios sobre la tierra; y Antíoco se apresura a derramar su furia sobre todo lo que diera testimonio de Dios entre ellos. Esta fue su ruina, y trajo la venganza de Dios sobre él. “Volverá, pues, y se las entenderá con los que han abandonado el pacto santo,” es decir, con los apóstatas de los judíos. “Y de su parte se levantarán tropas, profanarán el santuario-fortaleza, abolirán el sacrificio perpetuo y establecerán la abominación de la desolación” (Daniel 11:31 - LBLA). Él pondrá fin al servicio judío, y levantará un ídolo. Es un error suponer que esto se refiere a los postreros días. Se trata solamente de un tipo de lo que acontecerá entonces. La última parte del capítulo, y el próximo capítulo, se refieren al postrer día en el pleno sentido de la palabra. Pero aquí está el paso de transición de lo que es pasado al futuro.
Descendemos en el orden histórico normal hasta Antíoco Epífanes, y nos encontramos entonces con una gran interrupción. La Escritura misma lo da a entender. Pero Antíoco hizo en una pequeña escala lo que el gran rey norteño del postrer día hará en una escala mucho mayor. Se dice (en el versículo 35). ... “hasta el tiempo del fin; porque aún está por venir el tiempo señalado” (Daniel 11:35 - LBLA). Dios se detiene allí. Él dice, por decirlo así, «Yo he llegado al hombre que les muestra en tipo lo que les ha de suceder en los postreros días»; y Él insiste así enfáticamente sobre este rey, exponiéndoles la extrema impiedad de su corazón y su conducta. Entonces el Espíritu interrumpe el curso de la historia, y se sumerge inmediatamente en la última escena. Esto, sin embargo, debe ser dejado para otra ocasión. Lo que hemos visto es que, independientemente de lo que es el esquema general de los acontecimientos en otro lugar, Dios puede ser, y algunas veces lo es, singularmente minucioso en los detalles de una profecía, y en ninguna otra parte lo es tanto como en este mismo capítulo. ¿Y cuál es la principal objeción esgrimida por los incrédulos contra ella? Que esta profecía debe haber sido escrita ¡después que los acontecimientos habían tenido lugar! Lo que es seguro es que desde esos tiempos no hay ningún historiador que nos dé un relato tan admirable como el que tenemos en estos pocos versículos. Si yo quiero conocer la historia de estas dos monarquías contendientes, Siria y Egipto, yo debo mirar aquí. ¡Cuán completamente debemos nosotros confiar en la Palabra de Dios acerca de todo! Puede ser una excepción a Su regla general el hecho de que Él insista en los reyes del norte y del sur, pero Él hace esto a veces. Si hay alguna cosa que Él colma de cuidados, esa gran cosa son las almas de Su pueblo. ¡Que nuestros corazones puedan responder al interés que Él tiene por nosotros!
La Abominación Desoladora, O,
La Abominación Que Causa Desolación
Desde el versículo 21 nosotros hemos tenido el relato del rey del norte, conocido en la historia profana como Antíoco Epífanes. El Espíritu de Dios ha entrado más plenamente en detalle al hablar de su historia, porque su conducta, especialmente al final, entrometiéndose con los judíos, y su ciudad, y su santuario, proporcionaba la ocasión para un tipo del último rey, a quien se encontrará siguiendo en la estela de sus predecesores, exceptuando el hecho de que su culpabilidad será incomparablemente más grave ante los ojos de Dios — será tan flagrante, efectivamente, que Su juicio ya no puede tardar más. Esto explica una circunstancia que a menudo ha dejado perplejos a los estudiosos de la profecía de Daniel. Nosotros leemos acerca de “la abominación desoladora” (Daniel 11:31) en el relato predictivo de Antíoco; y se ha supuesto comúnmente que nuestro Señor se refiere a esta en Mateo 24:15. Los que buscaban el cumplimiento futuro de esta abominación han procurado reconciliarlo con los hechos mediante la suposición de que el Espíritu de Dios debe haberse desviado al futuro personaje que Antíoco representaba. Pero a mi juicio, no hay ninguna necesidad de nada tan antinatural. Antíoco Epífanes fue solamente un tipo, y el versículo 31 no va más allá de su historia, excepto como una prefiguración.
En otras palabras, hasta el final del versículo 31 todo es estrictamente histórico — típico, obviamente, del futuro, pero nada más. Y, por lo tanto, la respuesta a la dificultad que algunos encuentran cuando nuestro Señor cita Daniel 11:31, como ellos suponen, es realmente tan clara como es posible. Él no cita este versículo. El pasaje al que Él se refiere está en Daniel 12. En Daniel 12:11 ustedes encontrarán una expresión similar a esta. “Y desde el tiempo que sea quitado el continuo sacrificio hasta la abominación desoladora, habrá mil doscientos noventa días” (Daniel 12:11). Tenemos allí una fecha definida que relaciona este último establecimiento de la abominación desoladora con la liberación que nuestro Señor predice en Mateo 24; pues la prueba más abrasadora de Jacob es la que precede por poco a su liberación.
Ahora bien, hay más razones, y no sólo una, para creer que este pasaje en Daniel 12 es el que el Señor cita. Algunas de ellas dependen de consideraciones más adecuadas para el estudio que para el ministerio público. Pero la suma de todo el asunto es que las expresiones que el Espíritu Santo emplea, en Daniel 11:31 y en Daniel 12:11, son diferentes. En Daniel 11:31 significa la abominación de aquel que desuela, o la abominación del desolador. Mientras que en Daniel 12:11, el significado verdadero es el que es presentado en las palabras de nuestro Señor — no es la abominación de aquel que desuela, sino la “abominación desoladora,” lo cual es, yo supongo, lo que se da a entender en la versión inglesa mediante las palabras “que causa desolación.” Así que las dos frases son distintas. Aunque hay un parecido entre ellas, hay también una diferencia; y esa diferencia es suficiente para demostrar que nuestro Señor no habló de la abominación puesta por Antíoco, sino de la mencionada en Daniel 12. Por consiguiente, no hay, de hecho, ninguna dificultad que deba ser removida, porque la desolación mencionada en Daniel 11 es pasada, y la desolación de Daniel 12, a la cual el Señor dirige la atención, es futura.
A partir de otras consideraciones se hará patente que esto es así. De esta manera, en los versículos que siguen, tenemos un estado de cosas distinto del que habrá en la futura tribulación de Israel. “Con lisonjas hará pecar a los que violan el pacto, pero el pueblo que conoce a su Dios se esforzará y actuará” (Daniel 11:32 - RVA). Ahora bien, nosotros encontramos en el libro del Apocalipsis, y en otras partes de la Escritura que hablan acerca del futuro de Israel, que difícilmente se podría decir que el remanente piadoso actúa. Ellos sufrirán; pero yo no creo que hechos poderosos caractericen de esta manera a los bienaventurados que van a pasar a través de la terrible crisis del futuro. En los días de Antíoco, no se trató tanto de sufrir, sino de ‘esforzarse’ y ‘actuar’ — exactamente lo que fue verdad de los Macabeos y otros, quienes, indudablemente, en lugar de haber sido una compañía de mártires fueron más bien un conjunto de hombres que despertaron el espíritu de Israel, y resistieron el cruel y profano azote de aquel día. Nuevamente, nosotros leemos, “Y los entendidos entre el pueblo instruirán a muchos; sin embargo, durante muchos días caerán a espada y a fuego, en cautiverio y despojo” (Daniel 11:33 - LBLA). Observen que hay un largo período de angustia y tribulación, que sigue a continuación del arranque de coraje y valor contra el desolador, y a esto todavía se le da continuidad en los versículos siguientes. “Cuando caigan, recibirán poca ayuda, y muchos se unirán a ellos hipócritamente. También algunos de los entendidos caerán, a fin de ser refinados, purificados y emblanquecidos hasta el tiempo del fin; porque aún está por venir el tiempo señalado” (Daniel 11:34-35 - LBLA). Entonces, vemos claramente que estas pruebas son antes del tiempo del fin. El Espíritu de Dios se está refiriendo aquí a lo que ya ha acontecido. Por consiguiente, tenemos un cuadro del terrible desastre que continúa, como se dice, “hasta el tiempo del fin.”
Entonces, yo deduzco de todo esto que el Espíritu de Dios pone de relieve la desolación que le aconteció en ese entonces al pueblo de Israel, y la contaminación del santuario bajo Antíoco o sus generales. Esto sacó vívidamente a la luz las circunstancias de los postreros días; pero, junto con ellos, algunas otras circunstancias fueron añadidas, las cuales no debían esperarse en aquellos días. En otras palabras, llegamos a lo que se puede denominar al largo y triste espacio en blanco que separa la historia pasada de Israel y las luchas en su tierra contra vecinos agresores, de la gran crisis de los postreros días. Aquí es donde la verdadera interrupción ocurre. Ciertos desastres iban a continuar “hasta el tiempo del fin; porque aún está por venir el tiempo señalado” (Daniel 11:35 - LBLA). No hay ningún otro lugar en el capítulo donde la interrupción de la historia se ajuste tan bien como después del versículo 35.
El Anticristo Y El ‘Falso Cristo’
Pero ahora, en el versículo 36, tenemos a otra persona abruptamente introducida en la escena. No se nos dice quién era, o de dónde vino; pero el carácter que se da de él, la escena que ocupa, la historia en que el Espíritu de Dios entra en relación con él — todo esto declara, demasiado claramente, que se trata del terrible rey que se levantará en la tierra de Israel en antagonismo personal al Mesías de Israel, el Señor Jesús. Se trataba de él cuando el Señor decía que si ellos le rechazaban a Él, quien había venido en el nombre de Su Padre, ellos recibirían a otro que viniese en su propio nombre. (Juan 5:43). Tampoco es este el único pasaje de la Escritura donde este mismo falso Cristo, o más bien Anticristo (pues hay una diferencia entre los términos), es descrito como “el rey.” No solamente hay varias referencias a él bajo otros calificativos, sino que Isaías, en la mayor y más exhaustiva profecía de la Escritura, introduce “el rey” al igual que Daniel, como si él tuviera que ser conocido inmediatamente. En Isaías 30 tenemos a un enemigo de Israel, llamado “el Asirio” (Isaías 30:31 - VM). Indudablemente, considerando la historia pasada, Senaquerib fue su gran jefe en aquel día. Pero él sólo proporcionó la oportunidad para que el Espíritu de Dios sacara a la luz al adversario futuro y final de Israel. Su caída se nos presenta aquí. “Porque con la voz de Jehová será hecho pedazos el Asirio; con la vara le herirá; y cada pase de la vara justiciera que asiente Jehová sobre él, será con panderos y con arpas; y en batalla tumultuosa peleará él con ellos” (Isaías 30:31-32 - VM). Después del final de aquella victoria habrá gran alegría para Israel; en lugar de la serie de penalidades que la mayoría de las victorias traen, sigue allí a continuación alegría no fingida delante del Señor. “Será con panderos y con arpas” (Isaías 30:32 - VM). Al enemigo se le proporcionará miseria. Algo aún más atroz e interminable que la destrucción temporal cae sobre el enemigo soberbio. “Porque Tofet está preparado desde hace tiempo, ciertamente, ha sido dispuesto para el rey. Él lo ha hecho profundo y ancho, una pira de fuego con abundante leña; el soplo del SEÑOR, como torrente de azufre, lo enciende” (Isaías 30:33 - LBLA). En nuestra versión hay una singular obscuridad en este versículo y ha sido hecha notar por otro. A primera vista, parecería que el Asirio y “el rey” fuesen la misma persona. Pero le traducción verdadera es “también ha sido dispuesto para el rey” — es decir, Tofet está preparado para el Asirio, pero además, para EL REY también. Tal como en nuestro pasaje en Daniel nosotros tenemos al Asirio o rey del norte por una parte, y al “rey” por la otra. A los dos les espera el mismo fin espantoso. Pero yo sólo me refiero a esto ahora con el propósito de demostrar que la expresión “el rey” no carece de precedente en la Escritura, y que ella se aplica a un personaje muy conocido que la profecía enseñó a los judíos a esperar. Dios, en retribución judicial por su rechazo del Cristo verdadero, hará que ellos reciban al Anticristo. Este es “el rey.” Él mismo se arrogaría los derechos reales del Rey verdadero, el Ungido de Dios. Tofet fue preparado para el rey del norte y para “el rey” también.
Pero esto no es todo. En Isaías 57 le tenemos a él introducido de un modo bastante inesperado. En Isaías 55 se muestran las cualidades morales que Dios producirá en Su pueblo. En Isaías 57, Él nos muestra el estado terriblemente inicuo en el cual se encontraba igualmente Israel en ese entonces. Y en aquel día Dios ya no soportará nada más que la realidad. Las formas de piedad, el cubrir la inmundicia y la impiedad, habrán pasado. “El rey” se nos presenta allí repentinamente. “También fuiste al rey con ungüentos, y aumentaste tus perfumes; y enviaste tus mensajeros muy lejos, y te has degradado hasta el infierno” (Isaías 57:9 - VM). El hecho de tener que ver con él era degradarse hasta el infierno. No es de extrañar que Tofet esté preparado también para el rey. Esto demuestra que, desde el principio, ante la mente de Israel hubo uno que Espíritu de Dios les llevó a esperar que reinase sobre la tierra en el postrer día, el cual es llamado “el rey.”
Fin De La Larga Noche De Israel
Se proporciona así inmediatamente, un indicio muy importante para la comprensión de Daniel 11. Hemos llegado al tiempo del fin. El espacio en blanco se ha cerrado — la oscura larga noche de la dispersión de Israel está más bien cercana. Los judíos están en la tierra. ¿En qué condición? ¿Están ellos bajo Cristo? ¡Es lamentable! porque hay otra escena y una de carácter terrible que debe ser representada primero allí. “El rey” del que hemos leído está allí, y el curso que él persigue es exactamente lo que podríamos esperar a partir de los puntos de referencia que nos proporciona el Espíritu Santo. “Y el rey hará su voluntad” (Daniel 11:36). ¡Ah! ¿estamos algunos de nosotros suficientemente al tanto de cuán terrible cosa es ser hacedores de nuestra propia voluntad? Aquí está el fin de ello. Fue la primera gran característica del pecado desde el principio. Es lo que Adán hizo, y el resultado inmediato fue la caída del mundo. Aquí hay uno que parece ser, en aquel día, el más elevado y el más influyente de los hijos de Adán, Pero él hace “su voluntad.” Y nada peor. ¿Hemos de leer nosotros una historia como esta sin sacar un provecho moral para nuestras almas? ¿Hemos de olvidar qué cosa más mala es ser siempre hacedores de nuestra voluntad? Que ninguno suponga que porque puedan estar en una posición de gobierno, por consiguiente, ellos se encuentran lejos del peligro. ¡Lamentablemente! no es así: ninguna cosa inhabilita tanto a una persona para ejercer un gobierno justo como la incapacidad para obedecer. Es bueno saber primero qué significa estar sometido. ¡Oh! que pueda golpear hondo en todos nuestros corazones, que “el rey,” el Anticristo, es señalado como haciendo primeramente su voluntad. ¡Que ello nos pueda probar para saber en qué medida nosotros estamos procurando la nuestra! — en qué medida, bajo cualquier circunstancia, nosotros estamos haciendo, o permitiendo algo, que no desearíamos que toda alma en este mundo viese — quizás aun aquellos que están más cerca de nosotros. ¡Es lamentable! uno conoce, a partir de la experiencia y la observación, la dificultad y el peligro en estas cosas desde su propio corazón. No obstante, no hay ninguna cosa más contraria a aquel Cristo que hemos conocido. Nosotros somos santificados “para la obediencia y la aspersión de la sangre de Jesucristo” (1 Pedro 1:2 — NC). No es solamente para la bendición al ser rociados con la sangre, sino para la obediencia de Jesucristo — el mismo espíritu y principio de obediencia; pues ese es el significado de la expresión. Nosotros no somos como los judíos, quienes fueron colocados bajo la ley, y cuya obediencia tuvo el carácter de obligación de hacer tales y cuales cosas bajo pena de muerte. Nosotros ya estamos vivos para Dios, conscientes de la bienaventuranza en que nos encontramos, y despiertos para ver la belleza de la voluntad de Dios; pues Su voluntad es la que nos ha salvado y santificado. Este es nuestro llamamiento, y nuestra obra práctica aquí abajo. Los cristianos no tienen nada más que hacer, hablando propiamente, sino sólo la voluntad de Otro. Nosotros tenemos que hacer la voluntad de Dios conforme al carácter de la obediencia de Cristo — como hijos que se deleitan en la voluntad del Padre. No importa lo que podamos tener que hacer. Puede ser la ocupación natural diaria de uno. Pero no se conviertan ustedes en dos individuos — con un principio en su negocio o familia, y otro para la Iglesia y la adoración a Dios. Nunca permitan semejante pensamiento. Nosotros tenemos a Cristo para todas las cosas y todos los días. Cristo no es una bendición para nosotros meramente cuando nos reunimos o cuando somos llamados a morir; pero si tenemos a Cristo, le tenemos para siempre, y desde el primer momento nosotros nos emancipamos de hacer nuestra propia voluntad. Aprendemos que hacer esto es muerte; pero ella se ha ido ahora en la muerte de Cristo. Somos librados porque estamos vivos en Él y en Él resucitado. Pero, ¿para qué somos librados? Para hacer la voluntad de Dios. Somos santificados para la obediencia de Jesucristo.
En cuanto al “rey,” ustedes tienen en él el principio atroz de pecado que ha estado obrando siempre, pero que excede aquí todo límite. Ha llegado el momento cuando Dios quitará el control providencial que, hasta aquel momento, Él habrá puesto sobre los hombres, cuando a Satanás se le permitirá que lleve a cabo sus planes; y eso, también, en la misma tierra sobre la que los ojos de Dios reposan continuamente.
“El rey hará lo que le plazca, se enaltecerá y se engrandecerá” — no sólo sobre todo hombre, sino “sobre todo dios” (Daniel 11:36 - LBLA). Y no sólo toma su lugar sobre todos estos así llamados dioses, sino que “contra el Dios de los dioses dirá cosas horrendas” (Daniel 11:36 - LBLA). Y resulta extraño decir (si uno no conociera la perfecta sabiduría de Dios, y no esperase que Sus consejos maduren), que a pesar de sus temeraria profanidad, “él prosperará hasta que se haya acabado la indignación, porque lo que está decretado se cumplirá” (Daniel 11:36 - LBLA). Esta cláusula contiene una palabra que nos da la llave a este pasaje. Pues algunos han encontrado dificultades inmensas en esta porción de la Palabra de Dios. Muchos han transportado a este versículo al Papa de Roma, otros a Mahoma, o a Bonaparte. Pero encontramos aquí que “el rey” va a prosperar hasta que haya acabado la indignación. ¿Cuál indignación, o sobre quién? ¿Tiene Dios ahora indignación contra Su Iglesia? Jamás. Este es, asimismo, el tiempo de la paciencia de Dios para con el hombre — y no de Su indignación. ¿Con quién, entonces, se relaciona? La Palabra de Dios es perfectamente clara. Dios habla de indignación cuando Él trata con Israel: ya he demostrado esto plenamente a partir de Isaías 5, 10, 14, y otros pasajes, tal como está completamente confirmado aquí por toda la naturaleza de la revelación. Pues leemos acerca de uno que sería el rey de Israel — no en Constantinopla o Roma, sino en Palestina. Y el tiempo referido en un futuro estallido de indignación contra Israel en la tierra prometida. Él (el rey falso) prosperará hasta que acabe la indignación. “Del Dios de sus padres no hará caso” (Daniel 11:37), ni del “favorito de las mujeres” (Daniel 11:37 - LBLA). La expresión “el favorito de las mujeres,” por lo que entiendo, se refiere claramente a Cristo — Aquel a quien los judíos estaban esperando, y cuyo nacimiento debe haber estado por sobre todas las cosas deseadas por las mujeres judías. Es evidente, a partir de la relación, que ese es el verdadero significado. Pues está situada entre “el Dios de sus padres” (Jehová) y “ni respetará a dios alguno” (Daniel 11:37). Nada es menos probable que esta expresión hubiese sido colocada de esta forma si ella se hubiese referido meramente a las relaciones naturales. Fue, probablemente, por el deseo de aplicar esto al papa que una interpretación semejante encontró aceptación. Pero entendamos únicamente que la profecía concierne a Israel y a su tierra, y todo es claro. “Del Dios de sus padres [él] no hará caso” (Daniel 11:37), ni del “favorito de las mujeres” (Daniel 11:37 - LBLA). Cristo es distinguido del “Dios de sus padres,” quizás debido a que el Hijo se iba a encarnar. Pero Cristo no es considerado en un grado mayor que el Dios de sus padres — una expresión que implica que él mismo (el “rey”) es un judío. Se trata del “Dios de sus padres.” “Porque él se ensalzará sobre todos ellos. En su lugar honrará al dios de las fortalezas” (Daniel 11:37-38 - LBLA). No es que él continúa como Antíoco lo hizo, tratando de imponer al dios pagano Júpiter Olimpos a los judíos; sino que él adopta una nueva superstición. Esto también refuta la referencia al rey Sirio, quien fue un Gentil. Tenemos aquí a un judío que tomará el lugar de Cristo, y que, obviamente, no hace caso al Cristo verdadero ni a Jehová. Se trata de la auto-exaltación de un personaje que se opone al Dios verdadero, es decir, que desecha igualmente las supersticiones de los hombres y la fe del pueblo de Dios. El rasgo prominente es la auto-exaltación.
Pero esto no es todo, El Anticristo será infiel, pero no meramente infiel. Él hará rechazar al Dios de Israel, y al Mesías. Tampoco honrará a ninguno de los dioses de los Gentiles. Pero incluso este hombre, aunque se levanta él mismo como el Dios verdadero en la tierra, tendrá, por todo aquello, alguien ante quien él se incline y hace que los demás se inclinen junto con él. El corazón humano, aun en el Anticristo, no puede prescindir de un objeto de idolatría. Así, en el versículo 38, hallamos esta aparente inconsistencia que sale a la luz en el Anticristo. “En su lugar honrará al dios de las fortalezas” (Daniel 11:38 - LBLA). Él hace un dios, del mismo modo que él mismo se establece como Dios. “Un dios a quien sus padres no conocieron; lo honrará con oro y plata, piedras preciosas y cosas de gran valor” (Daniel 11:38 - LBLA). Es enteramente su propia invención. Más que eso. Él dividirá la tierra entre sus adherentes. “A los que le reconozcan colmará de honores, los hará gobernar sobre muchos y repartirá la tierra por un precio” (Daniel 11:38 - LBLA). Entonces, tal es el informe de Dios acerca del rey que se hallará en Palestina en los postreros días. Y es evidente que este último versículo es una prueba muy concluyente de que él está reinando en Palestina. Es en “la tierra.” El Espíritu de Dios jamás habla así de cualquier otro país. Era aquella tierra que estaba más cercana a Dios — una especie de centro para todas las demás.
Tenemos, entonces, un cambio en la historia. “Mas al tiempo del fin, arremeterá contra él el rey del Sur” (Daniel 11:40 - VM). Esto confirma lo que se dijo antes — que “el rey” es hallado “al tiempo del fin.” En ese entonces “arremeterá contra él el rey del Sur; pero el rey del Norte le arrebatará como una tempestad, con carros de guerra y gente de a caballo y muchas galeras” (Daniel 11:40 - VM). El Espíritu de Dios había hablado mucho antes sobre los reyes del norte y del sur. Era importante mostrar que al tiempo del fin estos poderes tendrán sucesores, quienes arremeterán contra “el rey” en la Tierra Santa. “El rey del sur” — es decir, Egipto — y “el rey del norte” — es decir, el titular de las actuales posesiones Sirias del Sultan — estas dos personas harán un movimiento contra “el rey.” No es que ellos tienen una política común: por el contrario, ellos parecen enemigos encarnizados el uno del otro. Pero “el rey” se exalta tanto a sí mismo, arrogándose tales pretensiones en la Tierra Santa, que Dios permite que llegue la catástrofe final.
El rey del sur llega en primer lugar, y luego el rey del norte, que parece que será el gran líder militar y naval del oriente en aquellos días. “El rey del norte se levantará contra él como una tempestad, con carros y gente de a caballo, y muchas naves; y entrará por las tierras, e inundará, y pasará. Entrará a la tierra gloriosa” (Daniel 11:40-41). Esta no puede ser otra tierra que la de Israel. El rey está allí. El rey norteño es una persona totalmente diferente, un antagonista del “rey,” al igual que el rey del sur. El Espíritu de Dios, habiendo introducido al “rey” sin decirnos desde dónde provenía, descarta ahora aquel personaje sin decirnos qué sucedió con él. Se nos muestra su espantoso destino en otras Escrituras. Pero era importante presentarlo como un episodio en Daniel 11 con el propósito de mostrar el último gran conflicto entre los reyes del norte y del sur. Por consiguiente, Él descarta al “rey” y el resto del capítulo se ocupa del rey del norte. Él no sólo entra en la tierra gloriosa, sino que continua con conquistas en otras partes. “Muchas provincias caerán; mas éstas escaparán de su mano: Edom y Moab, y la mayoría de los hijos de Amón” (Daniel 11:41). En Isaías 11 encontramos que este es un hecho notable. Estos habitantes fronterizos vivían en las afueras de la Tierra Santa. Así que Dios ordena que si escapan del rey del norte, ellos han de ser arrasados por los triunfantes israelitas. Dios no permitirá que los primeros y encarnizados enemigos de Israel encuentren su justa retribución por la mano de nadie más que la del pueblo a quien ellos habían procurado oponerse e injuriar. Por consiguiente, al leer Isaías parecería que, muy poco después, los Israelitas ejecutan el juicio de Dios sobre ellos.
“Extenderá su mano también contra otras tierras; y la tierra de Egipto no escapará; sino que él se apoderará de los tesoros de oro y de plata, y de todas las demás cosas apetecibles de Egipto: y los Libios y los Etíopes seguirán sus pasos” (Daniel 11:42-43 - VM). Aprendemos de esto que el rey del norte no está actuando como compañero con el rey del sur. Él avanza al sur, donde parecería (versículo 43) que habrá un gran desarrollo de prosperidad material, fruto de los recursos de la misma tierra, o, más probablemente, de haberse convertido en el gran emporio del comercio occidental y oriental en esa parte del mundo. “Empero noticias desde el oriente y el norte le turbarán” (Daniel 11:44 - VM). Él oye estos rumores de confusión en el norte y en el oriente cuando está abajo en el sur, más allá de Palestina. Él mismo había venido desde el norte, y era también el conquistador del oriente; y ahora, él recibe, desde aquellas partes, noticias que le agitan. Él regresa a toda prisa desde la tierra de Egipto y llega a Palestina. “Instalará sus tiendas reales entre los mares [es decir, entre el mar Mediterráneo y el Mar Muerto], y en el glorioso monte santo. Entonces llegará a su fin y no tendrá quien le ayude” (Daniel 11:45 - RVA). Este es el destino funesto del una vez victorioso rey del norte — no del “rey” que fue introducido para mostrarnos, dicho sea de paso, la ocasión de la lucha final entre el norte y el sur.
Desearía preguntar ahora si acaso no hay otras Escrituras de interés para relacionarlas con lo que acabamos de estar considerando. Al final de Zacarías, encontraremos información de gran interés. Primeramente, sólo una o dos palabras acerca del final de Zacarías. “¡Ay del pastor inútil que abandona el rebaño!” (Zacarías 11:17 - LBLA). Yo entiendo claramente que este es el Anticristo — “el rey.” Porque, al considerar el versículo 16 de Zacarías 11, aprendemos que este pastor inútil está en la tierra. “Pues he aquí que voy a levantar en la tierra un tal pastor: no se cuidará de las ovejas que están perdidas, ni buscará a las que andan dispersas, ni sanará a las perniquebradas, ni apacentará a las que están sanas; sino que comerá la carne de las gordas, y les machacará hasta las pesuñas” (Zacarías 11:16 - VM). Este egoísmo total, y esta auto-exaltación, y el hecho de estropear el rebaño, en lugar de alimentarlo y de llevar los corderos en su pecho, están en horrible contraste con Cristo, el Buen Pastor. De este modo, el falso pastor, el Anticristo, va a surgir en la tierra de Israel, y él no perdonará allí al rebaño de Dios.
Cristo Sobre El Monte De Los Olivos
Pero en Zacarías 12 tenemos otro poder. Se dice, en el versículo 2, “He aquí, yo haré de Jerusalén una copa de vértigo para todos los pueblos de alrededor, y cuando haya asedio contra Jerusalén, también lo habrá contra Judá” (Zacarías 12:2 - LBLA). Hay naciones reuniéndose contra Jerusalén: tal como en Daniel 11, el rey del norte desciende, y el rey del sur. Las naciones se reúnen contra Jerusalén mientras este pastor inútil está allí. Jerusalén y los judíos son los objetos del ataque. “Y sucederá que en aquel día haré que sea Jerusalén una piedra pesada a todos los pueblos: todos los que cargaren con ella serán malamente lastimados; aunque se juntaren contra ella todas las naciones de la tierra” (Zacarías 12:3 - VM). La victoria parece inclinarse del lado de los agresores de Israel. Pero ninguno puede endurecerse en ese entonces contra ellos y prosperar, porque el Señor mismo se habrá identificado con ellos en aquel día. “En aquel día golpearé con pánico todo caballo, y con locura al que cabalga en él, dice Jehovah. Tendré mis ojos abiertos sobre la casa de Judá” (Zacarías 12:4 - RVA); y luego tenemos la manera en que el Señor defenderá a Su pueblo en aquel día. Pero lo que puede hacerlo aún más claro es lo que leemos en Zacarías 14:2, “Porque yo reuniré a todas las naciones en batalla contra Jerusalén. La ciudad será tomada, las casas saqueadas y las mujeres violadas. La mitad de la ciudad irá en cautividad, pero el resto del pueblo no será eliminado de la ciudad” (Zacarías 14:2 - RVA). Tenemos aquí revelaciones adicionales que ustedes no habrían reunido al leer Zacarías 12. Aprendemos así que “la ciudad será tomada  ... . La mitad de la ciudad irá en cautividad;” distinguiendo, en forma evidente, este asedio futuro del pasado. Cuando los Caldeos tomaron la ciudad, ellos se llevaron cautivos a todos. Cuando los Romanos la tomaron, a todos los que perdonaron los hicieron prisioneros. Tenemos aquí otro asedio, en el cual la mitad será tomada y la otra mitad no. Y si algo puede destacar más claramente el futuro del pasado, es el hecho de que las naciones, habiendo tomado la mitad de la ciudad, no irán más adelante con su victoria. ¿Por qué? “Entonces saldrá Jehovah y combatirá contra aquellos pueblos, como combatió en el día de la batalla. En aquel día sus pies se asentarán sobre el monte de los Olivos, que está frente a Jerusalén, al lado oriental” (Zacarías 14:3-4 - RVA). ¿Quién puede pretender que esto se haya cumplido alguna vez? ¿Quién puede decir que el Señor ha venido y ha puesto Sus pies sobre el Monte de los Olivos de esta manera? ¿Cómo pueden ustedes reconciliar el pasado con semejante declaración como ésta? El Señor nunca ha estado sobre el suelo de Jerusalén como un conquistador desde aquel día. Entonces, ¿fue así cuando Tito la sitió? ¿Tratan ustedes de explicarlo como una liberación meramente providencial? Pero, yo pregunto, ¿Fueron ellos liberados en ese entonces? No. Ellos fueron tomados cautivos. Jerusalén, hasta el día de hoy, permanece hollada por los Gentiles, y debe seguir así hasta que el tiempo de los Gentiles se cumpla. Pero el pasaje es indicio de que el tiempo de los Gentiles está finalizando, el fin de la opresión Gentil. Cuando este día se verifique, y el Señor salga a pelear contra esas naciones, Sus pies se posarán sobre el Monte de los Olivos. Y, como una señal de que esto no debe ser alegorizado, hallamos que el Espíritu añade que el Monte de los Olivos se va a partir en dos - una prueba física exterior de que el Señor ha posado Sus pies allí. “El monte de los Olivos se partirá por la mitad, de este a oeste, formando un valle muy grande, pues la mitad del monte se apartará hacia el norte y la otra mitad hacia el sur” (Zacarías 14:4 - RVA). “Y huiréis al valle de los montes” (Zacarías 14:5) — es decir, formará un valle entre los dos — “porque el valle de los montes llegará hasta Azal; ... y vendrá Jehová mi Dios, y con él todos los santos” (Zacarías 14:5). Encontramos allí, nuevamente, una prueba muy clara de que hay un futuro asedio de Jerusalén, y que este asedio se caracterizará por dos ataques. El primer ataque será exitoso contra Israel: la mitad de la ciudad será tomada, y todas las miserias de un asedio terrible lo seguirán, por lo que respecta a la mitad de la ciudad; pero la otra mitad es reservada para el Señor, quien traerá la tercera parte por medio del fuego. Él mismo se pondrá a la cabeza de ellos, y aplastará todas las naciones de la tierra que vienen juntas contra Jerusalén. Así, el segundo ataque será para ruina de aquellos que lo llevan a cabo. Si nosotros conectamos esto con Daniel, ¡cuán clara es la luz adicional que obtenemos! El rey del norte desciende primeramente cuando el rey del sur está enfrentando al “rey” en la Tierra Santa. Un asalto simultáneo se lleva a cabo sobre Israel, para destruir al pueblo en la tierra, pueblo que ¡lamentablemente! lo merece. Pero en medio del mal habrá una simiente piadosa. Dios empleará a estos agresores para hacer la obra del verdugo. El impío será llevado; y, cuando Dios haya limpiado a los que han quedado, vendrá otra escena. El rey del norte, habiendo tenido éxito en su primer ataque, prosigue su camino hacia Egipto, contra el rey del sur. Él llega allí, pero noticias del norte y del oriente lo turban, y él regresa a su propia destrucción.
En el entretanto, podemos preguntar, ¿qué ha sucedido con “el rey”? ¿Ha sido destruido en la colisión entre los reyes del norte y del sur, que ha tenido lugar en la tierra? ¡No! Entonces, ¿qué ha sido de él? ¿Cómo se produce su caída? “Con el resplandor (la manifestación) de Su venida” desde el cielo (2 Tesalonicenses 2:8 – NBLH). Él está reservado para la mano del propio Dios. Él será echado en el lago de fuego y azufre. “Para el rey también está preparado [Tofet]” (Isaías 30:33 - VM). Tenemos así al Antiguo Testamento y al Nuevo dándonos un testimonio en común. Él no perecerá mediante ningún funesto final de índole común de un hombre arruinado. Es Dios apartándose de todas Sus comunes maneras de obrar al tratar con el impío. Hombres han sido tomados, de tiempo en tiempo, en la gracia de Dios sin pasar por la muerte; y hay otros para quienes está destinado por Dios que sean enviados vivos al infierno — el contraste terrible de aquellos que están vivos cuando Cristo venga, esperando ser tomados al cielo. Así será con aquel inicuo, el pastor inútil — “el rey” — y no solamente con él. El rey del norte es aún un enemigo atrevido. “El rey” se ha establecido en la tierra, corrompiendo y haciendo apostatar al pueblo de Israel. Él se ha encontrado con su destino funesto. Si solamente la menor palabra del juicio que había sido ejecutado en la tierra hubiera alcanzado al rey del norte, nosotros podemos entender de qué manera el estaría turbado. Yo no pretendo decir que esa es la causa de su apresurado regreso a Palestina, o si es porque las diez tribus estaban en movimiento. No se nos dice. Pero él llega nuevamente a la Tierra Santa; y, esta vez, es para caer bajo la inmediata mano de Dios — no con la espada de un hombre poderoso, ni con la espada de un hombre malvado. No el hombre, sino Dios, ejecutará la venganza sobre él. Encontramos aquí la razón por la cual hubo dos ataques. Después de su primer asalto sobre Jerusalén, él había descendido al sur, y había hecho allí ciertas conquistas. Excitado por las noticias a las que hicimos referencia, él regresa a toda prisa, esperando ahora que todo le salga según sus planes. “Entonces saldrá Jehová, y peleará contra aquellas naciones, como cuando peleó en el día de la batalla” (Zacarías 14:3 - VM).
Pero yo debo pedirles que consideren también, antes de finalizar, algunos otros pasajes. Tomen Isaías 28 y 29, donde encontrarán abundante confirmación de todo lo que yo he mencionado brevemente en esta escena final. En Isaías 28 ustedes observarán que hay dos grandes poderes de maldad relacionados con la tierra de aquel día — uno es “el rey,” quien está en relación con el pueblo, y en la tierra; el otro es el rey del norte, quien desciende como un poder antagónico. Encontraremos a ambos en este capítulo. En primer lugar, Efraín es mencionado, y el Señor pronuncia ayes sobre “los ebrios de Efraín, y de la flor marchita de su gloriosa hermosura, ... He aquí que uno, fuerte y poderoso, de parte del Señor, como tormenta de granizo, tempestad destructora, como tormenta de violentas aguas desbordadas, los ha lanzado a tierra con su mano” (Isaías 28:1-2 - LBLA). Tienen ustedes allí, como yo lo entiendo, la invasión de los Asirios como la espantosa tempestad desde el norte, que se desencadenaría sobre Efraín, cuyos habitantes vivían en las afueras del país. Pero, ¿cuál fue el destino de Jerusalén, la capital? “Por cuanto habéis dicho: Hemos hecho pacto con la muerte, y con el infierno tenemos hecho convenio” (Isaías 28:15 - VM). Tenemos allí, evidentemente, lo que está relacionado con “el rey” que estará en Jerusalén, y que formará pacto con “la bestia,” el gran poder imperial de aquel día, a quien Satanás le habrá dado su trono. Hay una armonía plena entre lo que tenemos en Isaías y Apocalipsis y Daniel. “Hemos hecho pacto con la muerte, y con el infierno tenemos hecho convenio; cuando pasare el azote, cual torrente, no nos alcanzará” (Isaías 28:15 - VM). Pongan atención a eso. “El azote, cual torrente” (o, torrente arrollador), es el rey del norte, el poder exterior que está descendiendo sobre ellos. Ellos, los de Jerusalén, han hecho un pacto con la muerte y con el infierno (es decir, con instrumentos de Satanás) en aquel día: y ellos tienen la esperanza de escapar del rey del norte mediante esto. Ya he demostrado que “la bestia,” el gran poder del occidente, estará en relación con “el rey” en Jerusalén — que las partes occidentales será la gran sede de la bestia — que él mandará en toda la Europa que perteneció, verdaderamente, al Imperio Romano. Cuando aquel imperio se reorganice, él será el instrumento principal que utilizará su poder. “El rey” habrá hecho un pacto con él; o, como se dice en Daniel 9, él, es decir el príncipe Romano, hará un pacto con la mayoría de los judíos. Al final, ambos se hallan en Jerusalén, peleando contra el Señor y Sus santos viniendo desde el cielo. Ellos encontrarán su supuesta fortaleza en este pacto, pero no se mantendrá. “El azote, cual torrente” (los Asirios) arrasa, y la mitad de la ciudad de Jerusalén es tomada. ¡Cuán maravillosamente la Escritura se corresponde! Luego, en Isaías 28:16, entra la referencia al Señor colocando una piedra angular en Sión, la cual es, evidentemente, una palabra para el remanente fiel de aquel día, no obstante lo verdadero que es para nosotros que creemos ahora.
Desolación Final De La Ciudad
Isaías 29 es la última porción a la que deseo referirme. Tenemos allí la desolación final de la ciudad. “¡Ay de Ariel, de Ariel, ciudad donde habitó David! ... Mas yo pondré a Ariel en apretura, y será desconsolada y triste; y será a mí como Ariel. Porque acamparé contra ti alrededor, y te sitiaré con campamentos, y levantaré contra ti baluartes” (Isaías 29:1-3). Este es el asedio del cual se habla en Zacarías. “Entonces serás humillada, hablarás desde la tierra” etc. (Isaías 29:4). Esa es la condición de ellos cuando sean desolados. Pero pongan atención, en el versículo 5: “La muchedumbre de tus enemigos será como polvo menudo ... . De parte de Jehovah de los Ejércitos serás castigada con truenos, con terremotos ... . la multitud de todas las naciones que combaten contra Ariel ... . y los que la acosan serán como un sueño y una visión nocturna” (Isaías 29:5-7, RVA). El Señor ha salido y ha luchado contra aquellas naciones como cuando Él luchó en el día de la batalla. Así se nos trae suficiente evidencia de varias partes de la Palabra de Dios, que están de acuerdo con la muy interesante porción de Daniel que está ahora ante nosotros, y que arrojan luz sobre ella. Todas coinciden en demostrar muy claramente que hay un futuro terrible para los judíos apóstatas y sus asociados occidentales; y uno no menos terrible para sus adversarios orientales confederados. El convenio con el infierno no se mantendrá. Cuando los grandes poderes del mundo habrán arrasado, aparentemente, con todo delante de ellos, y se hayan reunido para la última gran batalla ante Jerusalén, Dios tomará esa oportunidad para tratar con ellos después de Su largo período de paciencia. Será la escena final. Ellos pensarán que la monarquía universal (o, gobierno universal) va a estar en sus manos; pero será el día cuando Dios los llamará a juicio. Yo hablo aquí de un juicio de naciones y de reyes — no de los muertos ante el gran trono blanco (Apocalipsis 20:11-15).
La Regeneración Del Mundo
Dios está a punto de tratar con la tierra — con los hombres en medio de todos sus planes. La regeneración del mundo será el gran día cuando el Señor, habiendo extirpado de Israel a los transgresores, y utilizado al propio “rey,” y los juicios que cayeron sobre él, para separar los verdaderos de Judá de los inicuos, hará que se toque la hora para el ajuste de cuentas con las naciones. Me parece que esta es la declaración sencilla, directa, de la verdad de Dios que tenemos aquí. No debemos suponer que se trata meramente de un asunto de un único gran poder. Habrá diferentes principios obrando. Y es algo atroz pensar que estas tierras donde vivimos actualmente, donde nosotros disfrutamos semejantes privilegios, van a ser cubiertas con la oscuridad más profunda. El pacto con la muerte y el infierno existirá debido a una alianza hecha con el altamente civilizado mundo occidental. ¡Qué cosa humillante para la soberbia del hombre! La civilización, en días pasados, no guardó a las mentes más poderosas de la degradante idolatría e inmundicia. ¡Cuán lamentable! nosotros tendremos una escena aún peor al final. La Cristiandad terminará en una idolatría restaurada, en nuevos falsos dioses, en el propio hombre adorado como Dios. Tal, yo creo, es el futuro predicho de este siglo (o, edad). Pero el amor puede guardar el corazón del peligro de enredarse igualmente con todo lo que conduce a dicho futuro — Cristo mismo. Que nosotros podamos ocuparnos de Él, sin edificar sobre fundamentos de hombres, no teniendo la esperanza de ellos, sin confiar en el progreso, ¡o incluso en la así llamada religión! Si Cristo es mi objeto en todo, la seguridad se encuentra allí, y en ninguna otra parte.

Capítulo 12: El último período de la profecía

El problema del cual habla el profeta al principio de este capítulo, no es una cosa que sucede mucho después y distinta de los conflictos descritos al final del capítulo anterior, sino, como él mismo dice, “En aquel tiempo” (Daniel 12:1). De modo que, considerando los acontecimientos finales de Daniel 11, nosotros hemos llegado realmente al último período que Daniel nos presenta. Pues a menudo se ha hecho notar que Daniel nunca aborda el reino de gloria, sino que sólo nos lleva hasta ese punto. Él nos muestra aquello que lo introducirá, nos presenta la ejecución del juicio previo a dicho reino, sin proporcionar muchos detalles, y nos habla del reino de los cielos, que ha de llenar toda la tierra, pero él no lo describe. El “pueblo de los santos del Altísimo” (Daniel 7:27), como él llama a los judíos, tendrá todo el reino bajo el cielo. La verdad es que el Espíritu de Dios ha entrado, mediante otros, más plenamente en el reino del Mesías sobre Israel, y la bienaventuranza de la porción de ellos; y Él estaba a punto de predecir el mismo asunto mediante otros posteriores a la cautividad. Y esto último tenía importancia. Porque Él sabía muy bien que muchos supondrían que el regreso de los judíos desde la cautividad Babilónica era el cumplimiento de la profecía. Por lo tanto, se puso mucho esmero en algunas de las últimas profecías, para demostrar que nada estaba más lejos del hecho, y que la bendición de Israel estaba aún en el futuro. Los judíos son descritos como estando en una condición miserable después de su regreso desde Babilonia; y el Espíritu de Dios establece un futuro distante como el período cuando Israel ha de ser realmente librado y bendecido conforme a los pensamientos de Dios. El pasado retorno fue sólo una prueba de la plena restauración que Dios tenía en mente para ellos. Pero Daniel no aborda este tiempo de bendición. Él los lleva a ustedes hasta el momento, y luego finaliza. Su objeto peculiar era “el tiempo de los Gentiles.” Esto explica el carácter notable de su profecía. Él es sencillamente un profeta de la cautividad, y de su fin.
El Gran Líder Del Norte
En el capítulo 12, nosotros tenemos lo que sucede entre el juicio de los Gentiles y la introducción de los judíos en su bendición. Hemos visto al “rey” y su iniquidad en la Tierra Santa, y hemos oído, también, acerca de los reyes del norte y del sur. No obstante lo que pueda haber parecido el poder temporal del gran líder del norte contra la Tierra Santa, con todo, él “llegará a su fin, y no tendrá quien le ayude” (Daniel 11:45). Ese fue su miserable final.
Pero ahora entra una pregunta interesante — ¿Cuál será la condición de Israel en aquel tiempo? La respuesta se da en estos primeros versículos: “En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo” (Daniel 12:1). Este era el pueblo por el cual Daniel estaba preocupado. Él no tenía idea de lo que llamamos ahora un pueblo cristiano - no tenía ninguna noción de que vendría un tiempo, ya establecido en los consejos de Dios, cuando ya no habría más distinción entre judíos y Gentiles, y cuando ambos serían formados, mediante la fe en un Cristo crucificado, en un cuerpo por el Espíritu Santo enviado desde el cielo. Todo esto era desconocido para Daniel y aun el Señor nunca le otorga que él anticipe un estado semejante. Ninguna profecía en Daniel, ni en ningún otro, lo revela, aunque muchas insinúan ciertos detalles que se han realizado ahora en ella, tal como lo vemos en Romanos 9-10, etc. “Tu pueblo” (Daniel 12:1) significa, simple y únicamente, el pueblo judío. Daniel estaba correcta y profundamente interesado en ellos, como debería estarlo un verdadero Israelita de Dios que estimara que la gloria de Dios estaba relacionada con Su pueblo. Por consiguiente, el Espíritu de Dios le comunica que en aquel tiempo habría un momento decisivo en la historia de Israel. En lugar de un mero control providencial — Miguel resistiendo a este u otro príncipe, por ejemplo — él estará a favor de ellos, asumiendo el caso de ellos y reprimiendo definitivamente a sus adversarios; pero, aun entonces, no sin una lucha terrible. La defensa de ellos era su tarea habitual. Pero él se levantará ahora para completar los grandes propósitos terrenales de Dios en la liberación de los judíos.
Tiempo De Angustia Nunca Antes Visto
“Y habrá un tiempo de angustia cual nunca ha sido desde que ha habido nación hasta aquel tiempo. Mas en aquel tiempo será librado tu pueblo, es decir, todos los que fueren hallados escritos en el libro” (Daniel 12:1 - VM). Tenemos allí la importante información que distingue inmediatamente esta acción de Miguel de levantarse, de todos los tiempos que alguna vez habían sido. Lejos aún de la liberación, la angustia que había caído sobre los judíos bajo Tito fue más terrible que la que les había acontecido bajo Nabucodonosor. ¿Qué se desprende de ello entonces? Que este tiempo de angustia está aún por venir. El Espíritu de Dios está describiendo aquí aquello que, no habiendo tenido respuesta en el pasado, debe esperar el futuro. Y, de hecho, sólo tenemos que considerar a Jerusalén, y la presente condición de los judíos, para ver que esto es así. ¿Están ellos libres? Por el contrario, no hay un país bajo el sol que no de testimonio, de un modo u otro, que ellos están degradados, y fuera de la tierra de su gloria, donde los ojos del Señor reposan continuamente. Pero su miseria debería decirle al que tiene oídos para oír, que Jerusalén debe ser llamada aún el trono de Jehová; y todas las naciones se reunirán en ella, al nombre de Jehová, a Jerusalén; cuando los Gentiles no andarán más según la terquedad de su malvado corazón; y los de la casa de Judá andarán con la casa de Israel, ambas establecidas y unidas en paz y amor en la tierra dada por Dios por heredad a sus padres.
Hay quienes consideran que lo que se habla aquí pertenece al futuro, pero hay quienes dicen que esto debe ser tomado espiritualmente, y que debe ser interpretado como refiriéndose ahora a la Iglesia o al pueblo de Dios. Pero, primeramente, es suficiente con responder que hemos tenido una larga profecía que fue anunciada por el ángel a Daniel con el anuncio positivo de qué era lo que le acontecería a su pueblo en los postreros días. Esto excluye semejantes ideas. Además, observen a través de toda la profecía que no se menciona a nadie más que a los judíos como siendo los objetos del interés de Dios hasta este momento. La Tierra Santa estaba en consideración, y los conflictos del norte y el sur alrededor de ella. En el cristianismo no hay tal cosa como una tierra santa. Ahora que la plena luz del cristianismo ha entrado, es mero Judaísmo o paganismo considerar un lugar más sagrado que otro. Pero si existe una tierra que es gloriosa en los propósitos de Dios, ella es Israel. Sólo que pierde ese carácter durante el llamamiento Gentil. Hay ahora la revelación de las cosas celestiales — no de las terrenales. Y, por tanto, cualquiera de las cosas que fueron santas anteriormente, bajo un punto de vista meramente terrenal, han pasado para el presente, siendo ellas eclipsadas por algo más resplandeciente. Dios tiene otros consejos en vista ahora. El pueblo antiguo demostró ser falso y profano al rechazar a su propio Mesías. Y hasta que ellos sean traídos a Jesús como nación, o, en palabras del Apocalipsis, a guardar “los mandamientos de Dios,” y a tener “el testimonio de Jesucristo” (Apocalipsis 12:17) — Dios no los reconocerá mientras un remanente no tenga alguna clase de conocimiento divino de Cristo. Mientras tanto, Él se ha vuelto hacia otra obra, la de formar la Iglesia, a la cual no se hace referencia aquí. Es una verdad bienaventurada que Dios ha salido en rica misericordia a los Gentiles; pero ¿qué consuelo sería este en cuanto a lo que está colocado tan pesadamente sobre el corazón del profeta? Mientras que si nosotros vemos que los que son descritos son su pueblo, y su pasaje a través de la escena terrible de la que se habla aquí, la víspera de su liberación, y esto de Dios, todo es adecuado y claro. “Habrá tiempo de angustia cual nunca ha sido desde que ha habido nación hasta aquel tiempo. Mas en aquel tiempo será librado tu pueblo” etc. (Daniel 12:1 - VM).
Demostraré ahora que este no es únicamente el testimonio de un escritor sagrado, sino de varios. Tomen al afligido profeta Jeremías en Jeremías 30. Tenemos allí una clara referencia al tiempo de gran angustia para Jacob, seguido de su poderosa liberación. “Estas, pues, son las palabras que habló Jehová acerca de Israel y de Judá” (Jeremías 30:4). ¿Quién refutará el significado de esto? “Así ha dicho Jehovah: “Hemos oído una voz de estremecimiento; hay terror, y no hay paz. Preguntad, pues, y mirad: ¿Acaso un varón da a luz? ¿Por qué he visto a todo hombre con las manos sobre las caderas como una mujer que da a luz, y todas las caras se han vuelto pálidas?” (Jeremías 30:5-6 - RVA). Es un estado de cosas que trasciende todo lo que es comúnmente razonable. Hombres llenos de la más profunda angustia, angustia que se muestra aun en sus rostros, y su coraje huía en presencia de la terrible angustia. El versículo 7 lo explica. “¡Oh, cuán grande será aquel día; tanto, que no hay otro semejante a él!” (Jeremías 30:7 - RVA). Al igual que en Daniel, se trata de un tiempo sin precedentes. “Será tiempo de angustia para Jacob, pero será librado de él” (Jeremías 30:7 - RVA). Jacob, “gusanillo Jacob” (Isaías 41:14 - VM), es el nombre utilizado para el pueblo considerado en su debilidad, así como Israel es su nombre de poder. Es el tiempo de angustia para Jacob, pero será librado de él. Hasta cierto punto se trata de la misma línea de pensamiento, en la mente del Espíritu, que la que tenemos en Daniel. Tenemos a Israel y a Judá en consideración, llamados por el nombre que expresa la debilidad de ellos como estando expuestos a toda clase de calamidad desde afuera. Es un día de angustia sin precedentes, y el Israel de aquel día va a ser librada de él.
Si yo tuviera que mirar a través del libro de Isaías, podría demostrar la misma cosa desde el principio hasta el final del libro, sólo que más difusa. No necesito detenerme sobre pasajes tan bien conocidos. (Isaías, capítulos 1, 2, 10, 14, 17, 22, 24-35, 49-66).
Profecías Del Antiguo Testamento
Confirmadas Por El Nuevo Testamento
Pero se podría preguntar si hay algo del Nuevo Testamento para presentar. Yo he estado presentando pasajes del Antiguo Testamento. ¿Puedo yo mostrarles algo del Nuevo Testamento que de una luz aumentada y plena de Dios por medio de Su Hijo amado? Podría surgir el pensamiento, como de hecho ha surgido, que el cristianismo pone completamente aparte a los judíos, no meramente durante la presente economía, sino para siempre; de modo que hemos de leer ‘el pueblo’ meramente como un tipo de aquellos a quienes está formando ahora para Su alabanza. Nuestro Señor mismo decide ese asunto en Mateo 24. Él nos muestra que hay un destino de Israel que Daniel nos presenta y que no se debe aplicar a ningún otro pueblo bajo el sol. Se trata de la porción de ellos, tanto en dolores como en liberación. Los discípulos habían dicho, “Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo?” (Mateo 24:3). Observen aquí que el fin “del siglo” es el único significado adecuado. No tiene referencia a la última catástrofe del mundo como sistema material, sino a una cierta dispensación finalizando su curso en el mundo, de la cual el término griego aeon es totalmente distinto. El Señor les advierte que ellos estaban en peligro de ser engañados; que vendrían personas pretendiendo ser Cristo; que habría problemas exteriores; que Su testimonio no iba a cambiar de ningún modo la corriente común de los asuntos humanos, porque nación se levantaría contra nación, y reino contra reino; y, en lo referido al estado físico del mundo, habría hambres y pestilencias, y terremotos. Él está allí solamente preparándolos para una crisis terrible que estaba viniendo. “Todo esto será principio de dolores” (Mateo 24:8). “Entonces os entregarán a tribulación, y os matarán, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre” (Mateo 24:9). Hasta el versículo 15 de Mateo 24, nosotros tenemos declaraciones generales. Luego Él reduce inmediatamente la escena a Jerusalén, a la tierra de Judea. Él no continúa con el informe del evangelio del reino alcanzando al mundo entero, sino que limita Su visión a esa franja de tierra, donde moraba el pueblo de Dios, y a esa ciudad cerca de la cual Él pronunció, en ese entonces, esta profecía. “Cuando veáis en el lugar santo la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel (el que lee, entienda)” etc. (Mateo 24:15). Tenemos aquí una instrucción directa para considerar el libro mismo que estamos examinando. El Señor, en esta parte de Su discurso, estaba hablando acerca de las mismas cosas que Daniel predijo en su profecía. “Entonces los que estén en Judea, huyan a los montes” (Mateo 24:16).
Yo pregunto, ¿puede haber alguna duda en cuanto al significado de estos versículos? ¿Alguien duda acerca de qué significa “el lugar santo”? ¿Alguna vez se utiliza en algún otro sentido salvo refiriéndose al santuario de Dios en Jerusalén? El lugar santo, como un sitio en la tierra, es invariablemente, en la Escritura, el centro judío para adorar a Dios. “La abominación desoladora” significa un ídolo que traería desolación sobre los judíos. Entonces, cuando esto, mencionado por Daniel el profeta, se levante en el templo, los que hacen caso a Cristo deben huir. No hay aquí ni una palabra acerca de los Gentiles — ni una insinuación acerca de la Iglesia de Dios como tal. Personas piadosas, pero judíos, en su propia ciudad, son advertidos que cuando vean este ídolo, huyan a las montañas de Judea en la vecindad. “Mas ¡ay de las que estén encintas, y de las que críen en aquellos días! Orad, pues, que vuestra huida no sea en invierno ni en día de reposo” (Mateo 24:19-20). Esta no es una escena cristiana en absoluto, sino una escena judía. El día del Señor es el día que los cristianos observan. Es el gran símbolo de nuestro reconocimiento de Cristo resucitado, y de nuestra bendición en Él; pero el día de reposo (o, Sabbath), era una señal entre Dios e Israel.
“Porque habrá entonces (dice nuestro Señor) grande tribulación, cual no ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni nunca más habrá” (Mateo 24:21 - VM). Estoy al tanto que muchos aplican esto a la destrucción de Jerusalén llevada a cabo por las tropas de Tito, y a las grandes calamidades que dispersaron, en ese entonces, a los judíos. Pero existe un punto esencial de diferencia que no se debería pasar por alto. El pueblo judío no fue librado entonces. Mientras que, cuando la profecía de Daniel se cumpla, ellos son, y deben serlo, librados — no en una época posterior, sino en aquel tiempo. (Daniel 12:1). Si Daniel es un profeta verdadero (y nadie que reverencie al Señor, y sopese correctamente Sus palabras, lo pondrá en duda), no es que su profecía falló, sino que permanece para que se cumpla. Nuestro Señor cita clara y positivamente de esa profecía, y del capítulo mismo (Daniel 12) que estamos considerando. ¿Y qué relaciona Él con la liberación de Israel? Su venida como Hijo del Hombre desde el cielo. ¿Quién puede decir que esto ya ha sucedido? A los Romanos, en lugar de ser quebrantados en la época de Tito, se les permitió esclavizar a los judíos. Ellos no fueron librados en aquel entonces, ni han sido amos de su templo, ni se les ha permitido estar en su tierra hasta el momento presente, ni siquiera como personas comunes. Si hay una raza peculiarmente proscrita en la Tierra Santa, ella es la raza judía. Los Turcos, sus presentes dueños, la han mantenido por muchos largos años; y todos, Cruzados o Sarracenos, han acordado excluir a los judíos. De modo que no ha habido nada parecido al Hijo del Hombre viniendo para librar a Israel. Miguel no ha estado aún de parte de ellos en ese sentido.
De este modo, lo que he demostrado a partir del Antiguo Testamento es confirmado ampliamente por el Nuevo. Profeta tras profeta, todos proporcionan claramente el mismo esquema, es decir, un tiempo de angustia, como nunca había habido anteriormente, seguido inmediatamente por una liberación tal como Israel no había disfrutado jamás. Es perfectamente evidente, como todos nosotros creemos, que estas profecías son de Dios, de que sólo se trata de esperar el tiempo de Dios para que Él mismo las cumpla literalmente. Tal como el Señor dice en el mismo capítulo 24 de Mateo, “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mateo 24:35). No es solamente que el tenor general de la Escritura es verdadero, sino que ni una jota ni una tilde pasarán hasta que todo se cumpla. La noción de que Dios ha desechado a Su pueblo, Israel, debido a que Él está llenando ahora en misericordia la temporada en blanco de la rebelión de ellos contra el Señor Jesús y el evangelio, es tratada claramente en Romanos 11 como la progenie de la vanidad Gentil. Porque Dios no sólo puede injertar las ramas naturales en su propio olivo, sino que cuando la plenitud de los Gentiles haya entrado, todo Israel será salvo conforme a la clara profecía. Ellos se han de convertir en los objetos de la salvadora misericordia divina al final, tal como nosotros lo somos ahora; sólo que en el caso de ellos será en su tierra. “Y vendrá el Redentor a Sion” etc. (Isaías 59:20).
Llave Importante Para Las Profecías De Daniel
Si esto es así, tenemos una importante llave a la profecía de Daniel. Aunque la destrucción de Jerusalén por los Romanos estaba tan cerca, con todo, el Señor mira claramente adelante a otro tiempo. Y lo que lo hace más notable es que un evangelista nos presenta la destrucción de Jerusalén por los Romanos, pero también la distingue de este futuro tiempo de angustia. En Lucas 21 está la referencia principal, de tipo positivamente profético, a la destrucción Romana de Jerusalén. Y pongan atención a la diferencia del lenguaje: “Pero cuando veáis a Jerusalén rodeada de ejércitos” (Lucas 21:20 - LBLA). Ni una palabra sobre la abominación desoladora colocada en el lugar santo. Lucas pasa esto completamente por alto e introduce lo que Mateo no menciona — Jerusalén rodeada de ejércitos. “Pero cuando veáis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su desolación está cerca. Entonces los que estén en Judea, huyan a los montes, y los que estén en medio de la ciudad, aléjense” etc. (Lucas 21:20-21 - LBLA). Es decir, el Señor establece exactamente el mismo curso a ser tomado por los judíos en Jerusalén, o bien ante la proximidad del saqueo de la ciudad por los Romanos (como en Lucas), o en la futura desolación que caerá sobre ella (como en Mateo). Hasta aquí había una analogía entre estas dos cosas: los piadosos tenían que huir; no tenían que confiar en las vanas esperanzas de liberación por medio de alguien pretendiendo ser el Mesías, sino que tenían que saber, de labios del propio Señor, que Jerusalén iba a caer bajo la mano de los Gentiles. Si alguno quería escapar, debe ser a las afueras de Jerusalén. “y los que estén en los campos, no entren en ella [en Jerusalén]” (Lucas 21:21 - LBLA). No obstante, lo que la gente pueda decir acerca de la necesidad de alguien de guardar su fiesta, su senda de seguridad es evitar Jerusalén. No hay aún liberación para Israel. “Porque estos son días de venganza, para que se cumplan todas las cosas que están escritas” (Lucas 21:22 - LBLA).
Se observará que Lucas no dice, «Este es el tiempo de angustia, cual no la ha habido desde el principio del mundo.» Hay la más sorprendente perfección de expresión. Lucas aborda primeramente la destrucción de Jerusalén llevada a cabo por las tropas de Tito, y Mateo nada más que el último asedio, antes de que los judíos sean librados. “Porque días de venganza son éstos, para que se cumplan todas las cosas que están escritas. ¡Ay de las que estén encinta y de las que críen, en aquellos días! porque habrá grande aprieto sobre la tierra e ira sobre este pueblo. Y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones” (Lucas 21:22-24 - VM). Por lo tanto, este no era el tiempo de angustia para Jacob, cuando él sería librado. En el tiempo mencionado por Lucas, en lugar de liberación, ellos sólo cayeron en la angustia de una cautividad, después de la angustia de la guerra. “Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan” (Lucas 21:24). Eso se está cumpliendo hasta el tiempo presente. “Los tiempos de los Gentiles” continúan aún. Hasta ahora, los Gentiles han dominado siempre. Los judíos no han tenido una tierra o una ciudad que puedan llamar suya en la faz de la tierra. ¿Quién tiene su ciudad y su tierra? Los Gentiles. “Los tiempos de los Gentiles” no han expirado. “Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan.” Ellos son sus amos, y, como tales, la hollarán hasta que los tiempos designados se cumplan — no para siempre. En ninguna parte se dice que esto ha de continuar hasta el fin del tiempo. Por el contario, el dominio Gentil sobre los judíos va a finalizar pronto. Tenemos esto en el versículo siguiente.
Nosotros ya hemos visto una presentación muy regular y ordenada de las angustias que iban a acontecer a Jerusalén. Y los tiempos de los Gentiles han estado subsistiendo siempre desde los días de Tito hasta el momento presente. Pero en el versículo 25 de Lucas 21, comienza la escena final, lo cual es lo único que se menciona en Mateo 24 desde el versículo 15 en adelante — y esto es así debido a la pregunta formulada por los discípulos, “¿ ... qué señal habrá de Tu venida, y del fin del siglo?” (Mateo 24:3). Pero en Lucas ellos preguntan simplemente, “¿ ... qué señal habrá cuando estas cosas [es decir, el derribo del templo] estén para suceder?” (Lucas 21:7). Por consiguiente, el Señor les presenta la venida de los Romanos; y luego Él continúa, a través de la corriente Gentil del tiempo, hasta el fin. Pero Mateo se limita al fin en respuesta a la pregunta que él registra. Esta es la sencilla razón, y nada más puede ser más hermoso que la manera en que la verdad sale a la luz. En Lucas tenemos, después de esto, los grandes acontecimientos cuando los tiempos de los Gentiles terminan. “Y habrá señales en el sol, y en la luna, y en las estrellas; y sobre la tierra angustia de naciones, en perplejidad ... .desfalleciendo los hombres de temor, y en expectativa de las cosas que han de venir sobre la tierra habitada; porque los poderes de los cielos serán conmovidos. Y entonces verán al Hijo del hombre viniendo en una nube con poder y grande gloria” (Lucas 21:25-27; VM). Todo esto se mantiene diferente del asedio pasado.
Las personas que aplican Mateo 24 de un modo figurativo a la destrucción de Jerusalén llevada a cabo por las tropas de Tito, están obligadas a hacer que la venida del Hijo del Hombre aparezca como una mera figura, representando la actuación providencial de Dios por medio de Tito para abatir a los judíos. Pero Lucas 21 presenta una completa refutación a esta idea. Pues allí el Espíritu de Dios muestra que Jerusalén ha sido tomada, y que los tiempos de los Gentiles se prolongan: cuando estos tiempos estén a punto de expirar, el Hijo del Hombre viene en las nubes del cielo con poder y gran gloria — cientos de años después de Tito. La escena final es introducida como dando término a los tiempos de los Gentiles o posterior a ellos.
Pero hay más. “Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca” (Lucas 21:28). Y luego, un poco más adelante, nosotros encontramos esta notable expresión, “De cierto os digo, que no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca” (Lucas 21:32). Es un uso indebido de este término el que ha conducido a gran parte de la confusión acerca del asunto. ¿Cuándo entra la frase “esta generación”? Después que el Hijo del Hombre ha venido ya en poder y gloria (Lucas 21:27) — no cuando ellos vieran a Jerusalén rodeada de ejércitos. (Lucas 21:20). Ese es un punto importante para ayudar a determinar su verdadero significado. Si “esta generación” significara realmente el período de tiempo correspondiente a los años de vida de un hombre, un lugar semejante en la profecía sería incongruente. La noción vulgar podría haber sido razonable si la frase ocurriese justo cuando los ejércitos rodearan Jerusalén. Pero ella no tiene sentido si es colocada después que el tiempo de los Gentiles se hayan cumplido. De modo que si la frase “esta generación” es tomada temporalmente, debe abarcar claramente un ámbito de aplicación de, por lo menos, dieciocho siglos. ¿Cuál es, entonces, su fuerza verdadera? Significa — lo que significa muy a menudo en la Escritura — esta raza de Israel rechazadora de Cristo, y no un mero período de tiempo. Es utilizada en un sentido moral para describir a una raza que actúa según un modo particular, bueno a malo. Moisés dice al reprocharles, “En forma corrompida se han portado con El ... son una generación perversa y torcida. ... Entonces Él dijo: “Esconderé de ellos mi rostro, veré cuál será su fin; porque son una generación perversa” (Deuteronomio 32:5,20 - LBLA). Aquí se refiere, muy claramente, a la condición moral de ellos como pueblo, y no al tiempo en que esto se manifestó. En los Salmos tenemos una llave adicional al significado correcto. Así, en el Salmo 12, “Tú, Jehová, los guardarás; De esta generación los preservarás para siempre” (Salmo 12:7). Si mediante la palabra “generación” se quisiera dar a entender meramente un período de treinta o cuarenta años, ¿qué sentido habría en las palabras “para siempre”? Esto no se refiere, en absoluto, al curso de unos pocos años, sino al estado moral de un pueblo, y este estado es el del pueblo de Israel. De la misma forma, la fuerza de las palabras en Lucas es bastante clara. “No pasará esta generación hasta que todo esto acontezca” (Lucas 21:32). A lo que Dios se refiere es a la raza de Israel que sigue aún en incredulidad y rechazo de Cristo. Él está diciendo, por decirlo así, «Yo los prepararé para la terrible verdad de que esta generación rechazadora va a continuar hasta que todas estas cosas acontezcan.» Aparte de la profecía, ¿cómo podría haber sido anticipada una cuestión semejante? Porque se habría podido suponer que mientras el cristianismo estuviera recorriendo todo el mundo, y haciendo conquistas en todo lugar, si había una nación que iba a ser traída bajo el poder de Cristo más que ninguna otra, ella debía ser Israel, amada a causa de los padres. Pero no. Los judíos van a proseguir en la misma incredulidad. Puede haber una línea de fieles entre ellos, pero la generación mala que Cristo denunció no pasará hasta que todo acontezca. ¿Y qué seguirá después de esto? Como dicen los Salmos, “para la generación venidera” (Salmo 102:18). Israel nacerá de nuevo — le será dado un nuevo corazón. Entonces ellos van a ser el pueblo que alabará al Señor.
Debo agregar que esto concuerda completamente con el resto de la Escritura. Pues el Señor, bajo la figura de una higuera sin frutos, había presentado al Israel de ese entonces. Por consiguiente, Él pronunció una maldición sobre aquel árbol. Cuando en uno de los evangelios se dice que “no era tiempo de higos” (Marcos 11:13), ello significa que la estación de la maduración de los frutos, o de su recolección, no había llegado aún. De ahí que los higos no podían haber sido tomados del árbol. Si él árbol hubiese tenido alguno deberían haber estado allí. Fue meramente cuando los higos estaban aún inmaduros que el Señor vino a buscar fruto; pero no hubo ni uno. Había abundante profesión — hojas, pero no fruto. Por consiguiente, Él dice, “Nunca jamás nazca de ti fruto” (Mateo 21:19). Así, en figura, es “esta generación.” Pero, ¿cómo se ha de reconciliar esto con Israel siendo para alabanza del Señor en el futuro? Israel debe nacer de nuevo. “Esta generación” jamás producirá fruto para el Señor. Va a ser destruida bajo el juicio de Dios; y una nueva raza nacerá. El tipo del pasado hace sitio para una sorprendente figura del futuro.
De estas profecías que hemos considerado, dos del Antiguo y dos del Nuevo Testamento, es evidente que el tiempo de angustia del que Daniel habla, es enteramente futuro; y que Lucas diferencia expresamente el tiempo de gran calamidad que está a punto de acaecer, y que, de hecho, ha acaecido a Jerusalén, de un tiempo final de angustia mucho más intensa que está aún por venir. Regresamos ahora a Daniel, con la luz clara de otras Escrituras de ambos Testamentos, que demuestra que la Palabra de Dios es positiva y precisa, que Israel debe pasar a través de un inaudito mar de angustia, pero que ellos han de ser librados de eso. Se trata, de hecho, del precursor de su gran salvación que viene de parte de Dios.
No obstante, había otra pregunta no contestada. No obstante, la importancia que Daniel otorgó al hecho de saber que sus compatriotas serían infaliblemente librados, con todo, había otra pregunta: ¿Cuál será la condición de los judíos que no estén en la tierra? ¿Qué sucederá con los que no están en Jerusalén o en Judea, quienes, por consiguiente, no son los objetos inmediatos de la gran liberación llevada a cabo allí? El segundo versículo de este capítulo lo responde. “Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua” (Daniel 12:2). El versículo es aplicado constantemente a la resurrección del cuerpo; y es verdad que el Espíritu encuentra la figura que es utilizada aquí, para predecir el resurgimiento de Israel en la resurrección. Pero, se puede demostrar que no tiene la más mínima referencia a una resurrección corporal nuestra ni de Israel. Como esto puede parecer dificultoso para algunos, estoy obligado a presentar evidencia proporcionada por la Escritura de que el Espíritu Santo utiliza la resurrección como figura de una bienaventurada restauración desde la ruina.
En Isaías 26 ustedes tienen lo que yo supongo que no será cuestionado: un informe de la angustia de Israel — su angustia bajo señores Gentiles. En el versículo 13 se dice, “Jehová, Dios nuestro, otros señores fuera de ti nos han señoreado; mas ahora, de ti solo y de tu Nombre haremos mención” (Isaías 26:13 - VM). Eso no lo dice la Iglesia, ni se dice acerca de la Iglesia, aunque puede aplicarse a nosotros muy frecuentemente. No hemos tenido otros señores sobre nosotros — los judíos los han tenido. Ellos han tenido amos sobre ellos por miles de años, y aún los tienen. “Mas ahora, de ti solo y de tu Nombre haremos mención” (Isaías 26:13 - VM). “Muertos son, no vivirán; han fallecido, no resucitarán” (Isaías 26:14). Estos señores que tenían dominio sobre ellos ya no están: están muertos — no resucitarán. ¿Pueden estas palabras referirse a la resurrección literal? Si lo que se quiere dar a entender es eso, ellos deberían resucitar como los demás. Esto se dice claramente acerca de su perecer en este mundo. Es decir, la figura de la resurrección es aplicada. Ellos ya no están y no serán señores sobre Israel nunca más. “Porque tú los has castigado y los has destruido; has hecho perecer todo recuerdo de ellos. Tú has engrandecido la nación, oh Jehovah; has engrandecido la nación y te has hecho glorioso” (Isaías 26:14-15 - RVA). ¿Quién puede dudar que el pasaje habla solamente de Israel? “Ensanchaste todos los confines de la tierra” (Isaías 26:15). ¿Se podría decir esto de la Iglesia? Cuando el evangelio se extiende por todo el mundo, se trata del poder del amor en los hombres — la actividad de la gracia de Dios manifestándose en todo lugar. No es así con Israel. Ellos tienen una ciudad central, donde Dios los habría mantenido, si ellos hubieran sido fieles; de modo que el hecho de haber sido removidos hasta los confines de la tierra fue un juicio divino sobre ellos, no una misión de amor. “Jehová, en la tribulación te buscaron; derramaron oración cuando los castigaste” (Isaías 26:16). Ese fue el resultado de ello. Israel se humilla. Aquel que había engordado y que tiraba coces (Deuteronomio 32:15), era ahora un penitente; y el Señor oye su confesión, y considera su angustia. “Como la mujer encinta cuando se acerca el alumbramiento gime y da gritos en sus dolores, así hemos sido delante de ti, oh Jehová” (Isaías 26:17). Y luego, en el versículo 19, el Señor responde. “Tus muertos vivirán; sus cadáveres resucitarán” (Isaías 26:19). Él los reclama como Suyos, aunque ellos habían pecado de tal modo y estaban en aquella condición deplorable y degradada. “Sus cadáveres resucitarán.” Pongan atención a esa expresión como estando relacionada con Daniel. “¡Despertad y cantad, moradores del polvo! porque tu rocío es cual rocío de hortalizas, y la tierra dará sus muertos” (Isaías 26:19).
¿Puede alguien que ha seguido las razones ya presentadas poner en duda que el Espíritu no está hablando allí acerca de la Iglesia, sino acerca de Israel, en contraste con sus señores Gentiles ahora postrados, y que no iban a tiranizar nuevamente? Israel, por el contrario, aunque estaba en la condición más tenebrosa, era sólo el cuerpo muerto que el Señor reclama como Suyo, y ellos resucitarán como perteneciéndole a Él. La resurrección del cuerpo, la resurrección de los muertos, es una verdad bienaventurada y fundamental que subyace y es asumida en la imaginería profética. Pero el pasaje habla de la nación que está aún por resucitar espiritualmente conforme a Dios, pero, además, también como una nación, tal como el capítulo siguiente (Isaías 27), el cual es la conclusión del tenor de lo expuesto, lo hace aún más evidente. Utilicen, disfruten, apliquen esta Escritura como ustedes deseen, pero no nieguen su fuerza estricta y primaria.
El Resurgimiento Nacional De Israel
Volviendo ahora a Daniel, vean qué luz es proyectada sobre el pasaje. No sólo habrá allí liberación para los judíos en la Tierra Santa, quienes han sido testigo de todos los conflictos entre el Anticristo y el rey del norte, sino para muchos que duermen (es decir, muchos que aún no se habían presentado, que habían estado aparte de las angustias de su nación, que habían estado en total oscuridad, como si estuvieran durmiendo en el polvo de la tierra). “Muchos ... serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua” (Daniel 12:2). El texto muestra claramente que no se trata de la resurrección de los justos; porque cuando esto acontece, nadie se levanta para vergüenza y confusión perpetua. El pasaje no tiene ninguna referencia directa a una resurrección corporal, la cual proporciona sencillamente una figura para el resurgimiento nacional de Israel, quienes son descritos como durmiendo en el polvo, para expresar la magnitud de su degradación. Ahora ellos iban a despertar y cantar, según Isaías.
Pero debemos pasar ahora a otro pasaje — quizás, el más claro de todos acerca del asunto. Está en la profecía de Ezequiel, donde, en una predicción muy evidente de la restauración de Israel, se utiliza la misma figura. Isaías los llamó un cuerpo muerto, y habló de ellos como morando en el polvo, del cual ellos iban a despertar. Daniel también lo denominó un despertar de su sueño en el polvo. Ezequiel va aún más allá, y habla de ellos, no sólo como estando muertos, sino enterrados en sus sepulcros. Ahora bien, si se puede probar que esto no se refiere a una resurrección corporal literal, sino a una restauración de Israel, la cadena de evidencia estará completa. Yo no dudo que esto es así; porque en esta profecía no se nos deja deducir, a partir del contexto, cuál es el significado, sino que hay una interpretación divina. No sólo tenemos la profecía, sino la profecía explicada. Y la explicación de la profecía dada a Ezequiel, y presentada por él mismo, excluye todo otro pensamiento excepto el que he estado intentando presentarles. En el principio de Ezequiel 37, tenemos la superficie de un valle lleno de huesos. “La mano de Jehovah vino sobre mí; me llevó fuera por el Espíritu de Jehovah y me puso en medio de un valle que estaba lleno de huesos. Me hizo pasar junto y alrededor de ellos, y he aquí que eran muchísimos sobre la superficie del valle. Y he aquí que estaban muy secos” (Ezequiel 37:1-2 - RVA). “Entonces me preguntó: — Oh hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos? Y respondí: — Oh Señor Jehovah, tú lo sabes. Entonces me dijo: — Profetiza a estos huesos y diles: “Huesos secos, oíd la palabra de Jehovah. Así ha dicho el Señor Jehovah a estos huesos: ‘He aquí, yo hago entrar espíritu en vosotros, y viviréis. Pondré tendones sobre vosotros, haré subir carne sobre vosotros, os cubriré de piel y pondré espíritu en vosotros; y viviréis. Y sabréis que yo soy Jehovah.’ Profeticé, pues, como se me ordenó; y mientras yo profetizaba, hubo un ruido. Y he aquí un temblor, y los huesos se juntaron, cada hueso con su hueso. Miré, y he aquí que subían sobre ellos tendones y carne, y la piel se extendió encima de ellos. Pero no había espíritu en ellos” (Ezequiel 37:3-8 - RVA). ¿Puede alguno pensar seriamente que esta es la manera en que la iglesia resucitará de entre los muertos? ¿Existe algún alma tan engañada como para tomar esto como una descripción del orden en que nuestros cuerpos van a resucitar? ¿Primero los huesos juntándose; luego la carne y la piel cubriendo; y luego espíritu puesto en ellos? ¿Se puede sostener con sobriedad que esto se entiende principalmente como una figura de la obra del evangelio dando vida a las almas? De ser así, ¿cuál es el significado de los huesos primeramente, etc.?
“Entonces me dijo: — Profetiza al espíritu. Profetiza, oh hijo de hombre, y di al espíritu que así ha dicho el Señor Jehovah: ‘Oh espíritu, ven desde los cuatro vientos y sopla sobre estos muertos, para que vivan.’ Profeticé como me había mandado, y el espíritu entró en ellos, y cobraron vida. Y se pusieron de pie: ¡un ejército grande en extremo! Luego me dijo: — Oh hijo de hombre, estos huesos son toda la casa de Israel” (Ezequiel 37:9-11 - RVA). ¿Qué más sencillo que la explicación que Dios da de la visión? Él la aplica a toda la casa de Israel, aunque, indudablemente, fue la visión de una resurrección. Ezequiel vio a los huesos cobrar vida, a los hombres ponerse de pie. Pero, entonces, nosotros tenemos a Dios dándonos el significado real y adecuado de ella. La resurrección del cuerpo la tenemos más plenamente en otro lugar, como en el Nuevo Testamento, y también en Job. En los Evangelios, los Hechos, Las Epístolas, y el Apocalipsis, nosotros tenemos la resurrección tanto de los justos como de los injustos — una resurrección bienaventurada para los unos, y otra resurrección que tendrá terribles consecuencias de dolor para los incluidos en ella. Pero tenemos aquí a Dios mismo, utilizando la figura de la resurrección para describir la bendición que Él ha de conferir a Su pueblo de Israel. La figura se aplica similarmente en Lucas 15 a la conversión del hijo pródigo: “Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado” (Lucas 15:24 - LBLA). Pablo nos presenta, bajo la misma figura, la bendición que obtendrá el mundo, dentro de poco tiempo, por medio de la restauración de Israel: “Porque si la exclusión de ellos resulta en la reconciliación del mundo, ¡qué será su readmisión, sino vida de entre los muertos!” (Romanos 11:15 - RVA).
Yo sostengo, entonces, que ninguna otra interpretación del pasaje lleva la impronta del Espíritu de Dios. Las personas pueden predicar el evangelio a partir de dicho pasaje, o aplicarlo figurativamente: yo no estoy objetando semejante utilización de él. Pero la Palabra de Dios nos presenta tanto la visión como la interpretación. Y no tengo razones adicionales para creer la una más que la otra. Dios dice que ello significa la casa de Israel; por tanto, no significa la resurrección del cuerpo. Cuando los hombres sean resucitados de los muertos en el sentido físico apropiado, no habrá ninguna cosa como la casa de Israel entre los que han sido resucitados así. La resurrección pone término a todas las relaciones de tiempo y del mundo. De ahí que lo que tenemos aquí es sencillamente una figura tomada de la resurrección, y aplicada a la bendición futura de Israel — que en ese entonces será una nación santa, pero, no obstante, una nación.
“Luego me dijo: — Oh hijo de hombre, estos huesos son toda la casa de Israel. He aquí que ellos dicen: “Nuestros huesos se han secado. Se ha perdido nuestra esperanza. Somos del todo destruidos.” Por tanto, profetiza y diles que así ha dicho el Señor Jehovah: “He aquí, oh pueblo mío, yo abriré vuestros sepulcros. Os haré subir de vuestros sepulcros y os traeré a la tierra de Israel” (Ezequiel 37:11-12 - RVA). Nada puede ser más evidente. Toda la evidencia del capítulo confirma la misma cosa. Pero más que eso. “Y sabréis que soy Jehovah, cuando yo abra vuestros sepulcros y os haga subir de vuestros sepulcros, oh pueblo mío. Pondré mi Espíritu en vosotros, y viviréis. Os colocaré en vuestra propia tierra, y sabréis que yo, Jehovah, lo dije y lo hice,” dice Jehovah” (Ezequiel 37:13-14 - RVA). La siguiente porción proyecta aún más luz sobre ello. Tenemos otra visión relacionada con esto. Se toman dos palos y se juntan en uno, presentando otro aspecto de la bendición que está reservada para Israel. Si todo Israel tuviera que ser sacado de sus sepulcros, las doce tribus podrían haber formado aún dos grupos separados como en los primeros días. Pero ahora entra una nueva condición, para demostrar que, cuando la resucitación de Israel acontece, sus intereses, una vez divididos, se unirán. Eso no se refiere a la Iglesia, ni a nuestra condición cuando resucitemos de entre los muertos. Nosotros no seremos plantados en la tierra de Israel bajo David como nuestro rey. Aun si tomamos a David como un tipo de Cristo, con todo, esta no es nuestra relación. Nosotros somos el cuerpo y la esposa de Cristo — no meramente un pueblo, sobre el cual reina un rey.
Así, comparando estas diferentes porciones de la Palabra de Dios, nosotros tenemos una poderosa demostración de que el pasaje en Daniel se refiere únicamente a Israel. Y así como el primer versículo nos muestra la liberación de los judíos en su tierra en la época de su más ardua angustia, el segundo versículo nos muestra aquello que es la clave para muchas de las profecías — la salida de la raza de Israel desde sus lugares de escondite y de profunda degradación, todo esto presentado bajo la figura de dormir en el polvo, y ser despertados y sacados fuera de él. Pero, sean ellos los que están en la tierra de Israel o los que salen del polvo de la tierra, o de entre los Gentiles, ninguno será librado excepto aquellos que son los objetos de los consejos de Dios, es decir, “los que se hallen escritos en el libro” (Daniel 12:1). Algunos de ellos pueden despertarse, tal como la figura lo expresa, para tomar parte en la gran lucha al final; pero al no estar inscritos en el libro de Dios, ellos serán abandonados para vergüenza y confusión perpetua. (Daniel 12:2). Para los demás no se trata de una mera liberación nacional, sino mucho más. Aquellos que son librados serán verdaderamente nacidos de Dios. Un carácter espiritual se unirá a su despertar, así como un carácter nacional.
Pero dediquémonos brevemente al resto del capítulo. El Espíritu de Dios nos muestra que algunos de entre ellos tendrán una notable madurez. Son los que se mencionan como siendo “entendidos.” “Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento” (Daniel 12:2). Estos han sido distinguidos de entre los judíos en un tiempo de angustia. “Y los que enseñan la justicia a la multitud [lit., a los muchos], como las estrellas a perpetua eternidad” (Daniel 12:2). Nosotros estamos obligados así, a cambiar la versión Inglesa de la Biblia, porque la expresión que se utiliza en dicha versión — ‘han vuelto a muchos a la justicia’ — es poco acertada. El sentido verdadero es “los que enseñan justicia a los muchos.” No se trata del éxito que tengan ellos — el punto no es si ellos los vuelven realmente a la justicia o no; sino que a “los que enseñan a los muchos,” o a la masa de los judíos, se les promete así la bendición. Ellos podrían tener, quizás, escasos resultados; pero la pregunta es si ellos están trabajando para Dios, y manteniendo la autoridad de Su verdad. La misma palabra hebrea es utilizada en otras partes de la Escritura, donde significa, indudablemente, ‘justificar.’ Los traductores ingleses — juzgando, con una buena razón, que la palabra ‘justificar’ no sería adecuada en una cláusula que describe la acción de los hombres, mientras que la justificación pertenece ciertamente a Dios — la han cambiado por “vuelvan a la justicia” (Daniel 12:3 — KJV1769). Pero yo me tomo la libertad de preferir la versión ya mencionada — “enseñan la justicia.” Parecería así que hay algunos de los judíos que habrán mostrado un grado comparativamente mayor de comprensión de la mente de Dios. Ellos son llamados “los entendidos.” Pero aparte de la comprensión, otros salen en energía espiritual, como hemos visto, para enseñar a la masa de los judíos, quienes estaban en ese entonces bajo el poder del Anticristo, o que cayeron después bajo ese poder. “La multitud” (lit, los muchos) (Daniel 12:3), es una frase técnica en Daniel para referirse a las masas sin fe o los que están perdidos. Los que enseñan a la multitud en la justicia van a resplandecer como las estrellas a perpetua eternidad.
Y, además, debo aprovechar la oportunidad para decir que este es el significado verdadero de un versículo en Isaías 53, que ha dejado extraordinariamente perplejos a los críticos: “por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos” (Isaías 53:11). Sin duda muchos cristianos lo han relacionado con ‘por Su obediencia justificará mi siervo justo a muchos.’ Pero no hay ninguna relación, en absoluto, entre los dos pensamientos. Tómenlo tal como ha sido sugerido en el pasaje que está ante nosotros, y todo es claro. Yo tampoco tengo la menor duda de que ese es el significado verdadero. Es para enseñar en justicia; la justificación no es allí el punto. En el caso del Señor la enseñanza, obviamente, será perfecta; pero incluso allí el objeto es “muchos” (“a la multitud” o, “a los muchos,” como en Daniel). Nosotros encontramos aquí que estas almas piadosas entre los judíos tienen un cierto conocimiento de la verdad divina, y ellos enseñan a la masa en justicia. No se tratará de mostrar y predicar la gracia en aquel día. Ellos les enseñarán en justicia. El sentido de ‘justificar’ no sería verdadero, si nosotros consideramos a los sujetos de la acción, o a los objetos de ella. Quizás podríamos entender eso del Señor en Isaías 53. Pero aun así, pregunten a cualquier persona cuál es el significado de que Él justifica a muchos por Su conocimiento, y dicha persona tendrá que viajar bastante lejos para hallar una probable respuesta. Algunos defensores de ello pueden tratar de entender, “mediante el conocimiento de Él,” pero eso no se sostendrá. El significado verdadero es que el Señor utilizará Su conocimiento como el medio de enseñar a muchos. En Isaías y Daniel, se refiere a enseñar en justicia, no a justificar ni volver a la justicia.
El Libro De Daniel Sellado — 
El Libro De Apocalipsis Abierto
En el versículo siguiente aparece un importante principio, sobre el cual se debe decir algunas pocas palabras, “Pero tú, Daniel, cierra las palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin. Muchos correrán de aquí para allá, y la ciencia se aumentará” (Daniel 12:4). Se informa aquí a Daniel que no se debía recurrir a las cosas que él había visto, y las comunicaciones que había oído, aunque eran, sin duda, de Dios, para utilizarlas para el presente. Todo debía ser un libro sellado hasta un día distante; en resumen, hasta el tiempo del fin. En un versículo posterior, Daniel plantea la pregunta, “¿cuál será el fin de estas cosas?” (Daniel 12:8). Y la respuesta es, “Anda, Daniel, pues estas palabras están cerradas y selladas hasta el tiempo del fin. Muchos serán limpios, y emblanquecidos y purificados; los impíos procederán impíamente, y ninguno de los impíos entenderá, pero los entendidos comprenderán” (Daniel 12:9-10). Se nos muestra claramente así, que el entendimiento de las palabras de Dios es una cosa espiritual, y no un asunto de mero intelecto. Si fuese así, en ese caso el impío podría entender tanto como el justo. Se dice expresamente que, “ninguno de los impíos entenderá, pero los entendidos comprenderán.” Es decir, estos inteligentes, de quienes hemos oído anteriormente. Pongan atención a la importancia de esto. En el último capítulo de Apocalipsis, vemos se le habla al profeta Juan al final de su profecía. El contraste es muy sorprendente. En la última profecía de Daniel, se le dice que todo va a ser cerrado y sellado hasta el tiempo del fin. En el último capítulo del Apocalipsis, a Juan se le dice que no selle “las palabras de la profecía de este libro, porque el tiempo está cerca” (Apocalipsis 22:10). En otras palabras, hay un exacto contraste entre el mandato dado a los dos profetas. Para el profeta judío todo está sellado hasta el tiempo del fin. Para el profeta Juan nada está sellado: todo está abierto. ¿Por qué? La respuesta es que se ha supuesto que la Iglesia — el cristiano — ha de a estar siempre en el tiempo del fin. El don del Espíritu Santo ha cambiado todo. Desde aquel momento nada ha sido sellado para el cristiano. Toda la mente, los afectos, los consejos de Dios, ¡sí! y Sus secretos acerca del mundo, en la Escritura de verdad, le están abiertos por el poder de Dios.
El cristiano, aun si ustedes toman al débil e ignorante, tiene el Espíritu Santo morando en él. Por consiguiente, al escribir a los “hijitos,” Juan dice, “vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas” (1 Juan 2:20). Todo el conocimiento del mundo nunca puede hacer que un hombre entienda la Biblia; mientras que, si un alma es nacida de Dios, ella es capaz de entender cualquier cosa que Dios revela: sólo requiere ser guiada, y enseñada más perfectamente. El apóstol no está hablando de los requisitos verdaderos de los “hijitos,” los que pueden ser muy pequeños. Entonces, ¿en quién nos gloriamos, y deberíamos gloriarnos? En Dios, quien nos ha dado tan asombroso privilegio. Todo aquel que tiene el Espíritu de Dios, tiene una capacidad divina para entrar en las cosas de Dios. Él sólo desea estar en circunstancias adecuadas, dependiendo de Dios, y valorando Su Palabra, y lo que es de Dios se manifestará y demostrará ser divino. Esto está relacionado con el hecho de que el Espíritu de Dios es dado a la Iglesia, en un sentido especial, que ni siquiera los profetas conocían. Porque aunque ellos tenían el Espíritu para que los inspirase, del modo que nosotros, obviamente, no lo tenemos, con todo, tenemos el Espíritu Santo morando siempre en nosotros; una consecuencia de ello es que nosotros tenemos inteligencia espiritual, “la mente de Cristo” (1 Corintios 2:16), la cual ellos no tenían. Y, por lo tanto, como ustedes pueden recordar, el Espíritu de Dios, en 1 Pedro 1, contrasta la condición actual del cristiano con la de los santos, si, con la de los propios profetas, bajo el Antiguo testamento. Él nos muestra que ellos estaban “escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos. A éstos se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo” (1 Pedro 1:11-12). Es decir, nosotros estamos en el conocimiento y goce actual de cosas que, se les dijo, no les concernían a ellos sino a nosotros del Nuevo Testamento. Esto es muy importante. Ellos tenían la promesa, y era salvación para ellos. Pero nosotros tenemos mucho más: tenemos la bendición positiva, cumplida — la redención no meramente prometida, sino efectuada. Y el cristiano es libre ahora, aliviado por gracia de todo asunto acerca de sus pecados, de entrar en las cosas benditas de Dios.
Por consiguiente, Dios dice ahora, «No debes sellar el libro.» El tiempo del fin es aquel en que nosotros somos contemplados, habiendo ya venido, moralmente, el fin. Y, por lo tanto, nosotros estamos esperando que el Señor venga en cualquier momento. Donde los pensamientos judíos prevalecen, las personas están siempre buscando un tiempo precedente de gran angustia. Ellos no ven que Dios tiene un propósito acerca de Israel, así como acerca de la Iglesia; no ven que cuando Él nos haya llevado a nuestro lugar adecuado en la gloria celestial, Él se ocupará nuevamente de los judíos; y que ellos, no nosotros, deben pasar a través de la gran tribulación, y ver las señales designadas que anuncian la aproximación del Hijo del Hombre a la tierra.
Esto sirve, también, para explicar cómo es que nosotros podemos entender estas profecías. Daniel no podía: tal como él dice aquí, “Y yo oí, mas no entendí. Y dije: Señor mío, ¿cuál será el fin de estas cosas? Él respondió: Anda, Daniel, pues estas palabras están cerradas y selladas hasta el tiempo del fin” (Daniel 12:8-9). Luego entra el cristianismo y ni una de las palabras es sellada — ninguna es cerrada. Todas ellas están abiertas. Para nosotros el fin siempre está cerca; se dice que estamos en el fin del siglo: tal como está escrito en 1 Corintios 10:11, “Estas cosas les sucedieron como ejemplo, y fueron escritas como enseñanza para nosotros, para quienes ha llegado el fin de los siglos” (1 Corintios 10:11 - LBLA). Y siempre es así. Se dice que Cristo, “en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado” (Hebreos 9:26). Se ha presupuesto siempre que la Iglesia está en el fin, en virtud del Espíritu, anticipando el remanente piadoso, inteligente. Efectivamente, la Iglesia comenzó con un remanente de judíos que tenían fe en su Mesías. De este modo, Pentecostés comenzó con aquello que será verdad nuevamente después que seamos llevados al cielo. Pues cuando Dios haya trasladado a los santos, y el tiempo del fin haya llegado literalmente, habrá, una vez más, un remanente de judíos fieles. “Pero los entendidos comprenderán” (Daniel 12:10). Se presupone siempre que la Iglesia está en estos privilegios, y está esencialmente por encima de los meros descubrimientos o progresos de la era.
1260 Días — 1290 Días — 1335 Días
Con respecto a los “días” de los que se habla al final del capítulo, ¿cuál es su significado? En el versículo 11, se dice, “Y desde el tiempo que sea quitado el continuo sacrificio hasta la abominación desoladora, habrá mil doscientos noventa días” (Daniel 12:11). El varón vestido de lino había dicho, previamente, en el versículo 7, que sería por “ tiempo, tiempos, y la mitad de un tiempo” (Daniel 12:7) (N. del T.: lo que es lo mismo que:1 año + 2 años + la mitad de un año, cada año siendo de 360 días) — es decir, por 1.260 días. El versículo 11 añade treinta días, o un mes más, a los 1.260 días. Luego, en el versículo 12, encontramos una época adicional: “Bienaventurado el que espere, y llegue a mil trescientos treinta y cinco días.” Es decir, se añade aún un mes y medio. De modo que tenemos, antes que nada, 1.260 días; luego 1.290 días; luego 1.335 días. Podemos preguntar, ¿cuál es el significado de esto? Y, ¿desde qué época debemos calcular estos días? La respuesta es, “desde el tiempo en que el sacrificio perpetuo sea abolido y puesta la abominación de la desolación” (Daniel 12:11 - LBLA).
Y ahora, yo haría una observación de alguna importancia, como uniendo todo lo que ha sido dicho, y dando una prueba conclusiva de la verdadera interpretación de esta profecía. Se trata del versículo mismo que nuestro Señor citó en Mateo 24. “Por tanto, cuando veáis en el lugar santo la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel (el que lee, entienda), entonces los que estén en Judea, huyan a los montes” (Mateo 24:15-16). La pregunta es, ¿dónde habla Daniel de esto? Yo respondo, en el versículo 11 de este capítulo. Es el único versículo que responde en forma adecuada al que está en Mateo.
Se nos dice que desde aquel tiempo habrá 1.290 días; luego, un período adicional de 45 días, y entonces, la bendición plena. ¿Ha sido ese el caso? Si ustedes lo aplican a cualquier cosa pasada, como por ejemplo, a la destrucción de Jerusalén llevada a cabo por las tropas de Tito; cuando ustedes calculan 1.335 días desde el tiempo cuando los Romanos tomaron Jerusalén, ¿ha llegado, realmente, la bendición? Importa poco cómo tomen ustedes los días. Dejemos que se tomen como 1.335 años (en vez de 1.335 días) desde la destrucción de Jerusalén: ¿han obtenido ustedes aún la bendición de los judíos y la bendición de los santos conforme a la Palabra de Dios aquí? Nada parecido. ¿Qué se deduce entonces? Que ustedes han calculado la fecha a partir de una época equivocada. “La abominación de la desolación,” o, “abominación desoladora” no ha llegado aún; cuando llegue, en el sentido del que nuestro Señor habla, siguen a continuación 1.335 días, y entonces será la plena bendición.
El Cumplimiento De La Obra Completa
Pero ahora, otra palabra en cuanto a estas diferencias: primeramente los 1.260, luego los 1.290, y luego, finalmente, los 1.335 días. Yo creo que la razón de esto se debe a que la bendición de Israel no será introducida inmediatamente. El primer gran momento crucial será la destrucción del “rey”. Eso acontece cuando los 1.260 días expiran. Pero, como hemos visto en Daniel 11, el rey del norte debe ser eliminado después del “rey.” Por consiguiente, hay otro período de demora. Pero yo no estoy preparado para decir si este período coincidirá con los treinta días adicionales (o 1.290), o con los 45 días posteriores (1.335). De esto, sin embargo, podemos estar seguros: que el último de ellos nos lleva al cumplimiento de la obra completa: y me inclino a pensar que la destrucción del rey del norte es más bien uno de los últimos, si no el último, de estos actos de juicio antes que la época de bendición comience. En Isaías 10:12, se dice, “Pero acontecerá que después que el Señor haya acabado toda su obra en el monte de Sion y en Jerusalén, castigará el fruto de la soberbia del corazón del rey de Asiria, y la gloria de la altivez de sus ojos.” ¿No parece indicar esto que se trata del último acto del Señor en juicio relacionado con la bendición de Israel? Tenemos así un breve intervalo, o dos, después de la destrucción del Anticristo, durante los cuales el Señor está abatiendo aún a los enemigos de Israel. “Bienaventurado el que espere, y llegue a mil trescientos treinta y cinco días” (Daniel 12:12).

Cristo es el centro verdadero

Finalizo ahora el libro, orando a Dios para que Él lo haga de beneficio real así como de interés real. Uno de los más importantes puntos de beneficio habrá sido este — liberar a los hijos de Dios de la idea de que la Iglesia lo es todo. Aquel no es un sistema verdadero. Ello es caer en la misma clase de error en que los antiguos astrónomos solían caer, cuando ellos veían al mundo como el centro del sistema solar, debido a que era el lugar donde ellos estaban viviendo. Esto estropea siempre al hombre. Él hace de sí mismo el centro de todo. El mismo error se comete en la teología. La Iglesia, debido a que estamos en ella, ha sido hecha el centro de la Escritura, mientras que Cristo el centro verdadero. Él es el centro de bendición celestial, y la Iglesia le rodea; Él es el centro de la bendición judía, y los judíos le rodean. Por tanto, ya sea en el cielo o en la tierra, Cristo es el núcleo de todos los pensamientos de bendición de Dios. Y cuando nuestros corazones están fijos en Él, hay paz, progreso, y bendición. La razón por qué las almas a menudo no tienen paz, es porque ellas se están ocupando de ellas mismas; porque no encuentran lo que ellas piensan que debería estar en un cristiano. Mientras que, si yo estoy mirando a Cristo, no hay dificultad. La pregunta se convierte entonces en: ¿Se merece Cristo que una persona tal como yo soy se salve? ¿Lo puedo yo negar? El resultado de eso es que yo soy feliz, y Dios me puede utilizar en Su servicio. Pero si yo estoy confundido acerca de la salvación de mi alma, ¿cómo puedo ser ocupado sirviendo a otros? La gran cuestión del yo no será jamás zanjada hasta que Cristo sea el centro de todo para nosotros. ¡Que pueda ser así! Él es el centro para todos los pensamientos de amor y justicia de Dios, así como para los de gloria.