La perla incomparable

 •  7 min. read  •  grade level: 9
 
La zambullida fue seguida por el ir y venir de pequeñas ondas y por fin el agua se aquietó de nuevo. Un misionero agachado en aquel muelle indio tenía los ojos fijos en un lugar donde subían las burbujas a la superficie, desde la profundidad del agua. Después de unos momentos una cabeza negra apareció y un par de ojos brillantes miraron hacia arriba. Entonces el anciano zambullidor hindú se encaramó al muelle sonriendo y sacudiendo el agua de su cuerpo untado con aceite.
“¡No he visto zambullida mejor, Rambhau!” exclamó David Morse, el misionero.
“Mire Ud. esto, Sahib,” dijo Rambhau, sacando una ostra grande de entre los dientes. “Creo que será buena.” Morse la tomó, y mientras él la abría con su navajita, Rambhau sacó más ostras de su cinturón.
“¡Mire, Ud., Rambhau!” exclamó Morse. “¡Es un tesoro!”
“Si, es buena,” dijo el zambullidor encogiéndose de hombros.
“¡Buena! ¿Vio Ud. otra mejor? Es perfecta, ¿no?” Morse estuvo mirando y volviendo a mirar la perla una vez tras otra.
“Oh, sí, hay mejores perlas, mucho mejores. Vea esta, las imperfecciones, la manchita negra, esta abolladura, aun su forma es un poquito ovalada, pero por lo general es bastante buena.
Así es como Ud. dice de su Dios. Las personas según su parecer se creen perfectas, mas Dios las ve como son de verdad.”
“Ud. tiene razón, Rambhau. Y Dios ofrece perfecta justificación a todos los que solamente creen y aceptan Su oferta de la salvación gratuita.”
“Pero, Sahib, como le he dicho tantas veces, es demasiado fácil. Yo no puedo aceptar eso. Quizás yo tenga demasiado orgullo. Yo tengo que trabajar para ganar mi lugar en el cielo.”
“¡Oh, Rambhau! ¿No ve Ud. que por este camino nunca logrará el cielo? Hay un solo camino para alcanzarlo. Y vea, Rambhau, Ud. va envejeciendo. Quizá sea este su último año de coger perlas. Si Ud. en verdad quiere ver las puertas de perla del cielo tiene que aceptar la nueva vida que Dios le ofrece por medio de Su Hijo.”
“¡Mi último año de buscar perlas! Sí, Ud. lo ha dicho bien. Hoy fue mi último día de zambullirme. Este es el último mes del año y tengo algunos preparativos que hacer.”
“Ud. debiera prepararse para la vida venidera.”
“Eso, justamente, es lo que pienso hacer. ¿Ve Ud. aquel hombre allá? Es un peregrino; quizá vaya a Bombay o Calcuta; anda descalzo y camina sobre las piedras mas agudas, y vea Ud., de vez en cuando se arrodilla y besa el camino. Esto es bueno.
El día de Año Nuevo yo también voy a emprender mi peregrinación. Toda mi vida he tenido esta intención. Voy a asegurarme el cielo esta vez. Iré a Delhi andando de rodillas.”
“¡Hombre! ¡Está Ud. loco! Delhi dista 1500 kilómetros de aquí. La piel de las rodillas se le destrozará y se le va a producir gangrena o lepra antes de llegar a Bombay.”
“No, tengo que llegar hasta Delhi. Entonces los inmortales me recompensarán. El sufrimiento será dulce porque con ellos he de ganar el cielo.”
“¡Rambhau, amigo! Ud. no puede hacer esto. ¿Cómo puedo yo permitir tal cosa cuando Jesucristo ha muerto para darle el cielo? —No se le podía cambiar el pensamiento.”
“Ud. es mi mejor amigo en el mundo, Sahib Morse. Por todos estos años me ha sido fiel. En la enfermedad y pobreza Ud. ha sido algunas veces mi único amigo, pero aun Ud. no puede hacerme desistir de este gran deseo de comprar la felicidad eterna. Tengo que ir a Delhi.” Todo fue inútil. El viejo buscador de perlas no podía entender, no podía aceptar la salvación gratuita de Cristo.
Una tarde Rambhau llamó a la puerta de Morse y le dijo, “Quiero que Ud. venga conmigo a mi casa, Sahib, por un ratito. Tengo algo que enseñarle.” El corazón del misionero latió con violencia. Quizá Dios estaba por fin contestando a sus oraciones.
“Por supuesto que iré,” dijo.
“Salgo para Delhi de aquí a ocho días,” dijo Rambhau cuando se acercaron a su casa. El corazón del misionero se atribuló.
Ya dentro, Morse se sentó y Rambhau salió de la habitación para volver pronto con una pequeña cajita fuerte y pesada. “Hace años que tengo esta cajita,” dijo. “No guardo mas que una sola cosa en ella. Ahora voy a hablarle de eso, Sahib Morse, debo decirle que en un tiempo pasado tuve un hijo.”
“¡Un hijo! Rambhau, Ud. nunca me lo había dicho.”
“No, Sahib, no podía.” Al hablar, los ojos del hindú se humedecieron. “Ahora tengo que decírselo porque pronto me iré y, ¿quién sabe si volveré? Mi hijo también era buscador de perlas. Fue el mejor zambullidor en las costas de la India. Podía zambullirse lo mas rápido posible, tenía la vista mas penetrante, el brazo más fuerte y podía aguantar la respiración por más tiempo que ningún otro buscador de perlas. ¡Qué satisfacción me daba! El siempre soñaba con encontrar la mejor perla que jamás hubiese hallado. Un día la encontró, mas cuando pudo cogerla, había estado ya demasiado tiempo debajo del agua. Perdió la vida poco tiempo después” el anciano bajó la cabeza y por un momento todo su cuerpo tembló.
“¡Todos estos años he guardado la perla!” siguió, “pero ahora me voy para no volver, y a Ud., mi mejor amigo, le doy mi perla.”
El anciano buscó la combinación de la cajita fuerte y sacó un paquete bien envuelto. Separando suavemente el algodón, cogió una perla enorme y la puso en la mano del misionero. Fue una de las perlas más grandes que jamás se habían encontrado en las costas de la India y resplandecía con un lustre y una brillantez que nunca se ve en las perlas cultivadas. Hubiera alcanzado una suma fabulosa en cualquier mercado.
Por un momento el misionero quedó sin hablar y miró con asombro. “Rambhau,” dijo, “esta perla es admirable, es asombrosa. Déjeme comprarla. Le doy mil rupias por ella.”
“Sahib,” dijo Rambhau, irguiendo su cuerpo, “esta perla no tiene precio. No hay hombre en el mundo entero que tenga dinero suficiente para pagar el valor de esta perla para mí. En el mercado con un millón de rupias no me la podrían comprar. No la vendo. Solo la puede Ud. tener como un regalo.”
“No, Rambhau, no la puedo aceptar. Por mucho que quiera tener la perla, no la puedo aceptar de esa manera. Quizá tenga orgullo, pero así, es demasiado fácil. Tengo que pagarle o trabajar por ella.”
El anciano quedó aturdido. “Ud. no comprende, Sahib. ¿No ve Ud.? Mi único hijo dió su vida para alcanzar esta perla, y no la vendería por ningún precio. Su valor es la vida de mi hijo. No puedo venderla pero sí la puedo regalar a Ud. Tómela como prueba de amor que le profeso.”
El misionero fue conmovido y por un momento quedó sin hablar. Entonces cogió la mano del anciano. “Rambhau” dijo en voz baja, “¿no ve Ud.? Esto justamente es lo que a Ud. le dice el Dios de amor.”
El zambullidor miró mucho y seriamente al misionero y muy lentamente empezó a entender.
“Dios le ofrece a Ud. la vida eterna como un don gratuito. Es de tan grande precio que ningún hombre en el mundo entero la podría comprar. Ningún hombre es bastante bueno para merecerla. Le costó la vida, la sangre de Su Hijo único para dar la entrada al cielo a Ud. Ni en cien peregrinaciones podría Ud. ganar aquella entrada. Todo lo que Ud. puede hacer es aceptarla como prueba del amor de Dios hacia Ud., pecador. Rambhau, por supuesto aceptaré la perla con humildad profunda, pidiendo a Dios que me haga digno del amor de Ud., Rambhau, pero ¿no aceptará Ud. el gran Don del cielo también con humildad profunda, sabiendo que le costó a Dios la muerte de Su Hijo para ofrecérselo a Ud.?”
“El don de Dios es la vida eterna en nuestro Señor Jesucristo.” Romanos 6:23 N.C.
Grandes lágrimas corrieron por las mejillas del anciano. El gran velo se le iba levantando.
Por fin había comprendido. “Sahib, ahora lo veo. Creo que Jesús se entregó a Sí mismo por mí. Yo le acepto a Él de todo corazón.”
“Gracias sean dadas a Dios por Su inefable Don.” 2ª Corintios 9:15 N.C. “Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio Su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna.” Juan 3:16 N.C.