Jueces 9: Abimelec, o la usurpación de la autoridad

Judges 9
Después de la muerte de Gedeón, por quinta vez los hijos de Israel vuelven a postrarse ante los ídolos: no se acuerdan de Jehová ni del instrumento que había servido a su salvación. Sigue un triste período, una fase tal de decadencia que no pareciera ofrecer un lugar de refugio para la fe. En el capítulo anterior vimos al pueblo querer conferir la autoridad a Gedeón y a su descendencia: aquí un lobo usurpa el lugar del pastor y se apresta a devorar al rebaño: “Entrarán en medio de vosotros lobos rapaces que no perdonarán al ganado” (Hechos 20:29). Es la autoridad arbitraria del mal esclavo quien en ausencia del Maestro hiere a sus consiervos, come y bebe con los borrachos (Mateo 24:48). Esta situación recuerda los principios del clero establecido en la cristiandad a través de su historia y sus funestas consecuencias: intrigas, muerte, guerra civil, etc.
Abimelec no es un juez, ha codiciado una posición más elevada aún, la de rey: “Reunidos todos los de Siquem con toda la casa de Milo, fueron y eligieron a Abimelec por rey” (versículo 2). Constituyéndose abiertamente en dominador, toma en medio de su pueblo el título que poseían los monarcas de las naciones vecinas. Para usurpar la autoridad, Abimelec pone en juego resortes puramente humanos; seduce a los hombres de Siquem en nombre de la fraternidad. Estos dicen: “Nuestro hermano es”, pero han olvidado el vínculo que los une a todo Israel: así la fraternidad ha perdido su sentido, y no es más que un nombre destinado a caracterizar un partido. Ejemplo aleccionador para nuestro tiempo.
La influencia del usurpador está apoyada por el tesoro sacado de la casa del falso dios: hace un llamado a la bolsa del pueblo, y no desprecia el origen impuro de sus dones: “Y diéronle setenta siclos de plata del templo de Baal-berit, con el cual Abimelec alquiló hombres ociosos y vagabundos que le siguieron” (versículo 4). Este dinero sirve para la obra del diablo, ha reemplazado la fuerza de Jehová, y provee al usurpador el medio de perseguir y matar la posteridad de la fe. Uno solo, Jotam, esto es: la perfección de Jehová, el más joven de la familia pudo escapar de la matanza, se escondió. Joas, el más pequeño de la línea mesiánica que la usurpadora Atalía destruía, fue escondido (2 Reyes 11:2): José debe huir a Egipto para preservar la vida al niño Jesús del cuchillo del rey Herodes (Mateo 2:13); es el mismo espíritu satánico “que hace la guerra a la simiente de la mujer” (Apocalipsis 12:17).
Abimelec ha sido proclamado rey, reina tres años; pero la paz no podrá durar: “Cuando dirán, Paz y seguridad, una destrucción de repente vendrá sobre ellos” (1 Tesalonicenses 5:3). En Su gracia, Dios hace brillar un rayo de luz en estas tinieblas, no se dejó a Sí mismo sin testimonio, lo podemos repetir con confianza, atravesando los tiempos malos del fin. Cuando no quedare en Israel más que un solo testigo para Dios, como ese Jotam, menospreciado, el último de todos, el que permanezca firme para Dios, sea ese su testimonio.
Preservado por la bondad providencial de Dios, antes de huir a Beer, Jotam “subió en la cumbre del monte Gerizim” (versículo 7). Moisés había ordenado que seis tribus estuviesen sobre el monte Ebal para maldecir, y otras seis sobre Gerizim para bendecir (Deuteronomio 11:24; 27:12). Fielmente Josué había cumplido la ordenanza en Canaán (Josué 8:33), pero, desde entonces y por su fidelidad a Jehová, Israel había elegido la maldición: Jotam ha elegido a Gerizim, el monte de la bendición, y está solo allí el testigo de Dios frente a un pueblo apóstata. A sus oídos eleva su voz y pronuncia su apología: proclama las bendiciones de la fe como también las consecuencias de las maldades cometidas por el falso rey y su pueblo. En su persona, Jotam es el representante de las bendiciones que pertenecen al verdadero Israel de Dios, el residuo perseguido pero gozando el favor de Jehová, dándole testimonio y llevando fruto a Su gloria. Es lo que la metáfora siguiente presenta.
Tres plantas, la oliva, la higuera y la vid representan los diversos caracteres de Israel unido a su Dios y viviendo de Su vida. A la propuesta de los árboles: “Ven tú y reina sobre nosotros”, la oliva contesta: “¿Tengo de dejar mi aceite con el cual por mi causa Dios y los hombres son honrados, por ir a agitarme sobre los árboles?” (versículo 9). El aceite es símbolo de la unción y potencia del Espíritu Santo: tanto el Israel de Dios como el verdadero cristiano, no puede llevar los frutos de esa virtud espiritual más que separándose del mundo y de sus principios. Las naciones idólatras tenían sus reyes establecidos sobre ellas, mientras que Jehová debía ser el único dominador sobre Su pueblo, como el mismo Gedeón, padre de Jotam, lo había dicho. Sólo bajo esta condición se podía gozar de los benditos efectos del poder del Espíritu y llevar fruto para Dios.
Al llamado que los árboles le hacen, la higuera contesta: “¿Tengo acaso de dejar mi dulzura y mi buen fruto, por ir a agitarme sobre los árboles?” (versículo 20). Siglos después, cuando el Dueño de la higuera vino a buscar sus frutos, no hallándolos, la maldijo y se secó. Lo que nos hace ver que una religión sin fruto, la israelita en este caso, es decir una higuera con hojas solamente, “ocupa inútilmente la tierra”: sus hojas ni sirven como propia justicia del hombre, para cubrir su desnudez ante Dios (Génesis 3:7). Israel desapareció como testimonio de Dios en este mundo, hasta que en un futuro próximo, “la higuera echará sus higos, y las vides en cierne darán su olor” (Cantares 2:13).
A su vez la vid, “la vid verdadera”, hace el mismo reparo: “¿Tengo de dejar mi mosto que alegra a Dios y a los hombres por ir a agitarme sobre los árboles?” (versículo 13). El gozo, que el vino simboliza, y que se encuentra en la comunión mutua de los hombres con Dios, el privilegio más grande que haya tenido Israel, estaba perdido para él cuando se acomodaba al espíritu y a los hábitos de las naciones idólatras que le rodeaban. “Yo soy la vid verdadera y vosotros los pámpanos”. La condición para llevar fruto es permanecer en Él (Juan 15:5); al ceder a las solicitudes del mundo, a sus actividades políticas, estériles, abandonamos “nuestro aceite, nuestra dulzura, nuestro mosto”. Ha desaparecido la potencia espiritual por la cual podemos realizar las obras que Dios ha preparado de antemano para que andemos en ellas. A las ofertas seductoras del mundo, respondamos con decisión: ¿dejaré lo que hace mi felicidad y mi fuerza por las agitaciones estériles de sus destinos? “Amonesto pues, ante todas cosas, que se hagan rogativas, oraciones ... por los reyes y por todos los que están en eminencia” (1 Timoteo 2:1-2): esta es nuestra conducta en cuanto a nuestra responsabilidad frente a las autoridades.
Al ejemplo de su padre que ponía un poco de trigo a salvo en el lagar, Jotam aprecia los tesoros de Israel: mantiene su posición bendita en el monte Gerizim, separándose del pueblo apóstata. Es el verdadero, el último renuevo de la fe y testigo de Dios. ¡Qué honor para el joven y esforzado hijo de Jerobaal! Cristo pasó por esos mismos lugares (Juan 4:5): él, la perfección de Jehová (Jotam), Él, la vid verdadera, la oliva pura y fructífera para Dios. Imitémosle y separados del mal, diremos como la amada del Cantar de los Cantares: “Bajo la sombra del deseado me senté y su fruto ha sido dulce a mi paladar”: aquel que los ha gozado exclamará: ¿los dejaré yo?
“Dijeron entonces al escaramujo: anda tú, reina sobre nosotros” (versículo 14). Es a la sombra de la espina, fruto de la desobediencia hacia Dios, que Israel busca su protección y guía para regir los destinos de su existencia. “He aquí vuestro rey” —dijo Pilato a los judíos, presentándoles a Jesús—. La contestación fue unánime: “No queremos que éste reine sobre nosotros ... no tenemos rey sino a César” (Juan 19:14-15). “Jerusalem, Jerusalem, cuántas veces quise juntar tus hijos como la gallina sus pollos debajo de sus alas, y no quisisteis” (Lucas 13:34). “El escaramujo respondió a los árboles: si en verdad me elegís por rey sobre vosotros, venid, y aseguraos debajo de mi sombra: si no, fuego salga del escaramujo que devore los cedros del Líbano” (versículo 15). Israel hará la experiencia de lo que vale poner su confianza en la maldad o en un brazo carnal: el César romano a quien eligieron en lugar de su Mesías, ha sido el instrumento por el cual Dios puso fin a la nación israelita; fuego salió del escaramujo y redujo a cenizas la ciudad de Jerusalem y su templo.
Habiendo predicho a los de Siquem el juicio que los iba a alcanzar, Jotam abandona a Israel al castigo que ya está a la puerta: “Huyó Jotam y se fugó, y fuese a Beer”, esto es pozo, “y habitó allí” (versículo 21). El que conoce el juicio que ha de alcanzar al mundo, no queda en su ambiente: “Escapa por tu vida” —dijeron a Lot los ángeles que iban a destruir a Sodoma— “no mires tras ti, ni pares en toda esta llanura” (Génesis 19:17). Beer es el pozo del cual Jehová dijo a Moisés: “Junta al pueblo y les daré agua”, el que celebra Israel en su cántico (Números 21:16-18). De una cristiandad ya madura para el juicio, los testigos fieles al Señor se retiran hacia Él, el verdadero punto de reunión, fuentes de aguas vivas, lugar de alabanzas y seguridad: “La ciudad de refugio”.
La profecía de Jotam se cumple: “Envió Dios un espíritu malo entre Abimelec y los de Siquem, que los de Siquem se levantaron contra Abimelec” (versículo 23). Luchas de influencia, vendimias que producen el gozo de la ebriedad, ebriedad que profiere maldiciones, ambición, astucia, violencia, y la guerra civil estalla: “Persiguiólos Abimelec e hiriólos, y después de combatir la ciudad, todo aquel día, tomóla y mató el pueblo que en ella estaba y asoló la ciudad” (versículo 45).
En el fragor del juicio que los alcanza, los que estaban en la torre de Siquem acuden a la fortaleza del templo del dios Berit: pero ni la torre ni la fortaleza del demonio en quien pusieron su confianza los puede salvar del juicio. “Será anulado vuestro concierto con la muerte, y vuestro acuerdo con el sepulcro no será firme: cuando pasare el turbión del azote, seréis de él hollados” (Isaías 28:18). Los que se han refugiado en la torre y la fortaleza del falso dios, están envueltos en llamas y todos perecen. “Por tanto el Señor Jehová dice así: he aquí Yo fundo en Sión una piedra, piedra de fortaleza, de esquina: el que creyere en ella, no será confundido”. En Tebes hay también una torre fuerte, “a la cual se retiraron todos los hombres y mujeres” (versículo 51): “Torre fuerte es el nombre de Jehová” (Proverbios 18:10). Basta un trozo de piedra de molino, herramienta de las tiendas, que una mujer —una del temple de Jael— ha dejado caer sobre la cabeza de Abimelec, para matarlo: “Y la maldición de Jotam, hijo de Jerobaal, vino sobre ellos”.