Jueces 6:11-40: El llamamiento y la formación de Gedeón, esto es "destructor"

Judges 6:11‑40
Mientras Israel sigue gimiendo bajo su esclavitud, Dios va a preparar en secreto el instrumento de la liberación que Su gracia quiere otorgar a Su pueblo; y estos versículos nos muestran cómo Dios llama y forma un siervo adecuado en estos tiempos de miseria para cumplir Su obra libertadora.
Antes de abordar este relato, queremos insistir sobre una verdad de carácter general. Cuando el pueblo de Dios ha perdido su poder como tal, el individuo fiel puede hallar una fuerza tan grande y maravillosa como en los tiempos más prósperos. Esta es una verdad que resalta y se comprueba en cada despertar del libro de los Jueces; si esto es así, ¡cuánto debería desear nuestro corazón estar revestido de esta fuerza! ¿O seríamos de aquellos que se satisfacen en su pobreza, contentos con el nivel espiritual que los rodea, aceptando la mundanalidad de la familia de Dios como cosa inevitable? ¿Obligaríamos a Dios a recibir sacrificios espirituales miserables, si no ninguno? Pidamos a Dios los oídos de un Gedeón para escuchar cuando Él nos dice: tengo a tu disposición una fuerza sin límites.
Personalmente este israelita representa la debilidad que caracteriza su pueblo: teme al enemigo, carece de recursos en sus relaciones, su familia era la más pobre en la tribu de Manasés, era el menor en la casa de su padre. Tal es el hombre que Dios visita para ser Su servidor: un hombre que es consciente y participa también de la situación en que se hallaba el pueblo de Dios bajo el castigo divino. En su tiempo el joven David enviado por su padre a la línea de batalla, verá cómo el pueblo huye ante las amenazas de Goliat, y que no hay nadie allí para hacer frente al enemigo (1 Samuel 17): Elías el profeta sentirá profundamente el engaño en que está Israel bajo la negra idolatría de Baal. Es menester que el siervo de Dios, el testigo del Señor, sienta el estado ruin de Su pueblo en la época en que vive para poder responder al llamamiento. “Y rodeaba Jesús por todas las ciudades ... Y viendo las gentes, tuvo compasión de ellas: porque estaban derramadas y esparcidas como ovejas que no tienen pastor” (Mateo 9:3535And Jesus went about all the cities and villages, teaching in their synagogues, and preaching the gospel of the kingdom, and healing every sickness and every disease among the people. (Matthew 9:35)); éste es el ejemplo perfecto.
Cuando se trata de Su obra, Dios no pide lo que el hombre podría ofrecerle, sino que toma, para glorificarse, instrumentos que tienen conciencia de su más completa pobreza. Esto es un principio de primera importancia: además, la obra que Dios quiere cumplir exige que todo sea de Él. Antes que el ángel le apareciera, Gedeón era un israelita creyente, cualquiera sea la escuela por la cual debía pasar: creía en la Palabra de Dios transmitida por sus padres. Tenía conciencia de su unión con su pueblo y cual verdadero israelita, Gedeón sufría los resultados de la infidelidad general. El respeto por la palabra de Dios y la afección por Su pueblo, son dos señales que llevan los fieles de todos los tiempos. Sin embargo Gedeón tiene mucho que aprender: humilde, indudablemente, pero analizando la situación en que estaba su pueblo, saca la conclusión que Dios debe ser para él, lo que él es para Dios: Jehová nos ha abandonado, porque hemos abandonado a Jehová: la consecuencia de nuestra infidelidad nos hace pensar que también Dios es infiel y que no hay más esperanza. Así razonaba Gedeón.
Enviado por Jehová, viene un ángel y “se sienta bajo el alcornoque que está en Ofra”; Ofra quiere decir “polvo” (versículo 11). Del cielo ha descendido hasta el polvo un mensajero de Dios para visitar a Su pueblo; y en silencio observa a un joven trillando trigo en el lagar para esconderlo de los Madianitas. En este tiempo de esclavitud, bajo un cruel opresor que no dejaba nada para comer, no era posible trillar a vista de todos: las eras, lugar importante en Israel, estaban abandonadas. Gedeón lo sabe, pero emplea su energía y discernimiento para conservar alimento necesario para él y los suyos. ¡Cuántos cristianos han imitado a Gedeón cuando la lectura de la Biblia era prohibida y las reuniones de los creyentes perseguidas a muerte! ¡Cuán necesario es alimentar nuestras almas desde la mañana de nuestra vida y diariamente! Pero aquí se trataba de poner al abrigo una porción suficiente para los días de hambre: es muy importante emplear los años de la juventud para estudiar la Palabra antes de ser absorbidos por las obligaciones de la familia o sufrir los achaques naturales de la vejez. “Ve a la hormiga, oh perezoso ... prepara en el verano su comida, y allega en el tiempo de la siega” (Proverbios 6:66Go to the ant, thou sluggard; consider her ways, and be wise: (Proverbs 6:6)).
En el versículo 12 la escena cambia: “El ángel de Jehová apareció a Gedeón”: éste tiene conciencia de la presencia divina, es Jehová mismo (versículo 14); y es el primer contacto directo entre su alma y Dios. El ángel le dice lo que ha sido dicho a tantos otros: “Jehová es contigo”. ¡Cuántas expresiones similares hallamos repetidas en nuestras biblias! Basta recordar las últimas palabras del Señor en el Evangelio de Mateo: “Estoy con vosotros todos los días”. Debemos creer en Su presencia, comprenderla por la fe y sentirla en nuestras almas. Pero Gedeón no está dispuesto a creer en todo el valor que significa esta presencia: está lleno de preguntas, y quiere discutir: “¡Ah, Señor mío! si Jehová es con nosotros, ¿por qué nos ha sobrevenido todo esto? ¿Y dónde están todas Sus maravillas que nuestros padres nos han contado?... Y ahora Jehová nos ha desamparado, y nos ha entregado en mano de los Madianitas” (versículo 1).
Son preguntas que surgen en el corazón de más de un joven de hoy: ¿dónde están los milagros de antes, dónde lenguas, sanidades ... por qué semejante decadencia, tan poco alimento espiritual, dificultades que surgen a cada paso, divisiones y sectas? Así razonaba Gedeón, sin pensar ni ocurrírsele que era Israel quien había abandonado a Jehová: esto nos comprueba lo poco que las palabras pronunciadas por el varón profeta habían penetrado en la conciencia del pueblo. Pero ¿qué hace el ángel? No discute con Gedeón, ni responde a sus preguntas.
“Jehová es contigo”; después de haber asociado a Gedeón consigo por medio de estas palabras, Dios le dice que es un “varón esforzado”, carácter que él mismo, ocultándose para trillar, jamás hubiera soñado tener. Pero precisamente, la presencia de Jehová y el trabajo en que está ocupado le da este carácter. Es nuestra experiencia: en presencia del Señor y con Su Palabra —el trigo— sentiremos Su fortaleza.
En este momento Jehová mira a Gedeón para revelarse, no a él sino en él: este es el secreto que vivifica el interior del alma y del corazón. Pensemos en las miradas del Señor Jesús tan frecuentes en los Evangelios: miradas que sondean el corazón del joven rico, miradas que se ponen sobre la muchedumbre alrededor, miradas sobre Pedro cuando viene a él por primera vez y en la noche de la traición: miradas invisibles: “antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi”. Estas miradas son el vehículo que alcanzan el corazón y la conciencia, como también guían al creyente: “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré Mis ojos” (Salmo 32:88I will instruct thee and teach thee in the way which thou shalt go: I will guide thee with mine eye. (Psalm 32:8)): esta será la experiencia de Gedeón.
Luego, sin transición ninguna, el ángel le dice: “Ve con esta tu fortaleza, y salvarás a Israel”. Gedeón comprende, porque sabe que Israel necesita un salvador. ¡Qué misión, qué honor! Sin embargo no está dispuesto a ir: tal un Moisés otrora, un Jeremías más tarde, pese a la confianza que le debían infundir estas palabras: “¿no te envío yo?”, Gedeón no está en la disposición de un José que contesta a su padre: “Heme aquí”, o de un Isaías que voluntariamente dice: “Envíame a mí”. En lugar de mirar al ángel de Jehová que le habla, Gedeón se mira a sí mismo y, como Pedro mira a los elementos embravecidos que le rodean, sintiéndose hundir sin tener en qué apoyarse, responde al ángel: “Ah, Señor mío, ¿con que tengo de salvar a Israel? He aquí que mi familia es pobre en Manasés, y yo el menor de la casa de mi padre” (versículo 15).
Si es bueno no tener confianza “en la carne” y permanecer humilde, no se debe desconfiar de Dios, sino contar enteramente en Su presencia. A las preguntas de Gedeón y la insuficiencia de los recursos que posee para salvar a Israel, el ángel no entra en discusión, pero es Jehová mismo quien le contesta y repite sencillamente: “Yo seré contigo y herirás a los Madianitas como a un solo hombre” (versículo 16). La presencia de Dios: Emmanuel, con nosotros Dios, le debería bastar para marchar a la lucha. ¡Cuán poco conoce Gedeón a Dios, a pesar de ser un verdadero creyente: y cuántas almas hacen como él!
Además, a pesar de su verdadera humildad, Gedeón no se conoce a sí mismo; desea ofrendar algo al ángel de Jehová y piensa que las cosas podrían marchar bien si Dios acepta su presente y le da la señal que confirma Su palabra: “Yo te ruego, que si he hallado gracia delante de Ti, me des señal que Tú has hablado conmigo” (versículo 17). Jehová no rehúsa, pero bien sabemos que Él no puede aceptar nada del ser humano como tal: ignoraba Gedeón que él mismo no es sino un pecador, pero lo sabrá después. Además, en cuanto a la manera de ofrecer el sacrificio, Gedeón demuestra ignorar los pensamientos de Dios: prepara carne hervida y una olla de caldo. Esto no nos extraña porque ignora el fundamento de la paz con Dios. Sin embargo en Su Palabra Dios había claramente enseñado que el cordero no debía ser cocido en agua, sino asado al fuego. “Toma la carne”, ordena el ángel, “y los panes sin levadura, y ponlos sobre esta peña y vierte el caldo” (versículo 20). Gedeón obedece; imitémosle si no sabemos cómo debemos presentar nuestras ofrendas a Dios, y si bien el ángel no recibe el presente tal como lo traía, en cambio acepta todo lo que representa a Cristo.
Gedeón tiene una inteligencia incompleta del valor de los sacrificios que Jehová había ordenado a Israel, pero Dios distingue la realidad de esta débil fe y acepta el sacrificio cuando está en su lugar: sobre la peña que está cerca de él. “La peña era Cristo” (1 Corintios 10:44And did all drink the same spiritual drink: for they drank of that spiritual Rock that followed them: and that Rock was Christ. (1 Corinthians 10:4)): sobre Él y por Él nuestras ofrendas pueden subir cual grato olor al Padre, y en ningún otro lugar sino en la cruz cayó el fuego del juicio de Dios que consumió el sacrificio por nuestros pecados.
La señal que Gedeón pedía le fue dada, pero ¿qué le pasa? ¿Se siente feliz porque Jehová aceptó su ofrenda, y pudo saber así que era enviado para salvar a Israel? ¡Ah, no, se dio cuenta que era un pecador digno de muerte! Tuvo que aprender por sí mismo el valor de la obra del altar: en presencia de Dios lo aprendió Isaías y exclama: “Ay de mí que soy muerto, que siendo hombre inmundo de labios han visto mis ojos al Rey Jehová de los ejércitos” (Isaías 6:55Then said I, Woe is me! for I am undone; because I am a man of unclean lips, and I dwell in the midst of a people of unclean lips: for mine eyes have seen the King, the Lord of hosts. (Isaiah 6:5)). Ahora Gedeón está lleno de temor, la señal que recibió lo lleva a exclamar por tercera vez: “¡Ah, Señor Jehová! que he visto al ángel de Jehová cara a cara” (versículo 22). Pero la contestación es digna de Dios: “Paz a ti, no tengas temor, no morirás”: el resultado del juicio divino, el fuego, que cayó y consumió a la víctima en la peña, ha obtenido paz para ti: él no lo sabía, pero Dios se lo asegura.
Para llegar a ser un siervo de Dios es imprescindible que Gedeón haya recibido la paz de parte de Dios. El conocimiento personal de la obra redentora de Cristo, su plena seguridad que nos trae en virtud de lo que ha pasado en la cruz entre Dios y nuestro Sustituto, constituye el fundamento del ministerio cristiano. ¡Ah, cómo lo olvidaron los que se titulan ministros de Dios! Al no poseer la paz para ellos mismos, ¿cómo la pueden proclamar a los demás? Notemos además, que el primer resultado de su experiencia es para Dios: Gedeón es un adorador: “Edificó allí Gedeón altar a Jehová al que llamó: Jehová-Salom, esto es Jehová es paz” (versículo 24).
Antes de servir a Dios es necesario que el creyente entre en Su presencia como adorador: el primer movimiento del alma es adorar al “que hizo la paz”, y quien es “nuestra paz”. Las Escrituras ilustran este hecho en una multitud de casos: apenas llegado a Canaán, Abraham edifica un altar a Jehová: limpio de su lepra, Naamán se prepara para adorar a Jehová, llevando un poco de tierra de Israel a Damasco: cobrada la luz, el ciego de nacimiento adora al Hijo de Dios que se la dio: sobre diez leprosos limpiados, el Señor recibe la adoración de uno que se echó a Sus pies.
Gedeón ha progresado: librado de todo temor, en el goce de la luz que inunda su alma, no ofrece ya sobre el altar que ha edificado carne hervida o una olla de caldo, sino un sacrificio acepto a Jehová. Es menester que el alma sea feliz en presencia de Dios, que sea consciente de los resultados adquiridos en la cruz antes de adelantarse en el servicio. Pero debemos recordar que uno no sirve a Dios para ser salvo, tampoco se le sirve para adquirir un mérito, como lo enseñan por lo general las religiones: se es salvo para servir.
Después de estas experiencias, y sin pérdida de tiempo, Dios llama a Gedeón esa misma noche (veremos doce noches en su historia), no para ir a la batalla todavía, sino para rendir un testimonio. Este testimonio comienza por la casa paterna: “Y aconteció que la misma noche le dijo Jehová: toma un toro del hato de tu padre, y otro toro de siete años, y derriba el altar de Baal que tu padre tiene, y corta también el ídolo que está junto a él y edifica altar a Jehová tu Dios en la cumbre de este peñasco, en lugar conveniente: y tomando el segundo toro sacrifícalo en holocausto sobre la leña del ídolo que habrás cortado” (versículos 25-26).
Al primer altar que Gedeón edificó para adorar a Jehová, al que llamó “Jehová-Salom”, debe seguir ahora el altar del testimonio. Podemos representarnos la perplejidad de Gedeón, dándose vueltas sobre su cama en esa noche de insomnio cuando Jehová ha puesto claramente delante de él el testimonio que ha de rendir en la casa de su padre. ¿Obedecerá? Pero ¿qué dirá su padre? ¿Qué harán los de la ciudad? Leyendo el versículo 27, bien podemos pensar que estas preguntas no le dejaron tranquilo toda la noche ni el día siguiente. Renunciando a este testimonio, no será apto para conducir a Israel a la victoria: obedeciendo a Jehová peligrara su vida; ¡qué dilema! Este “varón esforzado” no tiene ningún valor natural, el recelo del enemigo (versículo 11), el temor a la muerte (versículo 23), el miedo a la casa de su padre (versículo 27), todo estaba hecho para desalentarlo. Por fin Gedeón se resuelve: toma diez hombres de entre sus siervos, y la noche siguiente “hizo como Jehová le dijo” (versículo 27): hace su trabajo de noche, como un Nicodemo irá a Jesús de noche. No es sino a la luz de la mañana que los de la ciudad constatan la obra de Dios hecha: será siempre así, Dios es luz y manifiestas Sus obras, sin embargo los hombres aman más las tinieblas que la luz.
Nosotros también, como Gedeón, somos débiles: sin embargo es el deber positivo del testigo de Dios de derribar sus ídolos. ¿Por qué se hallan entre los cristianos tan pocos siervos verdaderos que marchan en la potencia del testimonio para Cristo? Es porque no han realizado estas dos experiencias, representadas por los dos altares de Gedeón: el altar del adorador y el altar del testimonio en medio de una idolatría derribada. Destruyamos nuestros ídolos en silencio, cuando nadie nos ve, cumplamos ese difícil trabajo con temor y temblor; mirando a Dios sólo en el silencio de la noche. Él nos dará la fuerza para cortar toda la leña necesaria: si no rendimos un testimonio suficientemente claro, es porque no nos hemos provisto de toda la leña, quedó mucha todavía. Derribemos todos los ídolos: no dejemos subsistir nada que pueda celar al Señor. No tenemos Baales de piedra o de madera, pero sí, todo lo que impide al Espíritu Santo de obrar con libertad; tengamos a pecho el alcance práctico de estas palabras: derribar, cortar, quemar, ofrecer.
Es necesario derribar los ídolos antes de recibir la fortaleza necesaria para seguir adelante en la obra de Dios: el Espíritu de Jehová no se envistió en Gedeón sino solamente después de haber destruido el ídolo y edificado el altar del testimonio. Ahora bien, el mundo se apercibirá del cambio cuando todo lo que es de él no tenga más valor que la leña para arder, pero notemos bien que esta clase de leña jamás podría servir para el fuego del altar del adorador: sirve solamente para rendirle testimonio. Entonces el mundo que hasta allí nos había soportado, nos odiará: no había dicho nada a Gedeón cuando edificó el altar a Jehová-Salom, no le interesaba. Pero despertó la animosidad y el odio de todos cuando se les tocaron sus ídolos. “Y decíanse unos a otros: ¿quién ha hecho esto? y buscando e inquiriendo, dijéronles: Gedeón hijo de Joas lo ha hecho. Entonces los hombres de la ciudad dijeron a Joas: saca fuera a tu hijo para que muera” (versículo 30). Cristo no pudo quedar adentro: “Echáronle fuera de la viña y le mataron”; “Padeció fuera de la puerta”.
Sucede entonces una cosa inesperada y extraordinaria; Joas, de quien era el altar y aparentemente él mismo sacerdote de Baal, movido quizás para salvar a su hijo de la muerte y por su conciencia reprendida, declara repentinamente: “¿Queréis vosotros contender por Baal, o queréis ayudarle? Si es Dios, contienda él por sí mismo: por cuanto alguno ha derribado su altar” (versículo 31). “Si es Dios” ... dicho de otra manera, no es Dios. Joas súbitamente se dio cuenta que aquel que durante tantos años ha adorado, de cuyo altar, bien a la vista, cerca de su casa, era un engaño de Satanás para toda la ciudad: ese falso Dios no era bueno sino para el fuego. Los sentimientos de la muchedumbre enojada cambian también: Gedeón que peligró ser muerto, recibe el nombre de Jerobaal, esto es: pleitee Baal, y viene a ser en presencia de todos como el representante personal de la vanidad de las cosas que el mundo adora.
Maravillosa experiencia para Gedeón: y también para todo cristiano que valerosamente toma posición para el Señor. En el transcurso de los años y en nuestro tiempo también, el testimonio para Cristo está acompañado de muchas persecuciones. Pero a menudo el mundo respeta a aquel que no teme confesar a su Señor, que no tiene recelo en callar cuando otros rían: que rinde testimonio a Cristo en la ocasión propicia, la osadía de sus convicciones alcanza más de una conciencia que despreciaría los ruegos del cobarde que busca esconder la luz que posee. Respeto, apoyo a menudo, contacto con hijos de Dios que se ignoraban y que se colocan al lado del fiel testigo, y sobre todo, gozo en el Señor, son los resultados de la fidelidad. ¡Cuántos pesares se sienten cuando no se atreve a dar testimonio y que la ocasión ha sido perdida!
¿Cuál es el resultado del testimonio de Gedeón en Ofra? Bien magro tal vez: tuvo el efecto de convencer a Joas de la nulidad de Baal: la fe del padre es menor que la del hijo. Gedeón destruyó a Baal porque ha conocido a Dios, Joas recibió a Dios porque no conoció más a Baal: es muy poco pero es algo. Sobre todo, Satanás, quien se esconde detrás del ídolo, fue vencido. Hermanos ¿somos nosotros ante el mundo los testigos de la locura de todo lo que le pertenece y le interesa? Si hemos derribado el altar de Baal, quizás hemos descuidado destruir el ídolo que estaba junto a él. En estas condiciones no habrá potencia en nuestro testimonio, porque el poder no se halla sino en el camino de una plena obediencia a la Palabra de Dios. En ciertos momentos quizás, nuestro testimonio ha sido caracterizado por el poder del Espíritu Santo; pero en otros, nos ha faltado: preguntémonos entonces si no hemos reedificado algún ídolo que habíamos otrora destruido.
Si Gedeón despertó la cólera de aquellos que llevaban el nombre de Israelitas, dominaba mediante la sinceridad de su testimonio, y el desafío de Joas, Madián y Amalec, el enemigo exterior, no lo entendían así. De un lado, Satanás ha sido chasqueado en Ofra mediante la destrucción de los ídolos con que se hace adorar, ahora va a mover sus fuerzas en otro lugar. En su necedad el pueblo de Ofra obstaculizaba su propia salvación pidiendo la muerte del que debía salvar a Israel: también el mundo se esforzará en sofocar el despertar que sacaría el pueblo de Dios de la esclavitud. Por ambas partes vemos al enemigo actuar en la obra: ¡cómo aparece aquí la enemistad de los Judíos que piden la muerte de Jesús y el odio del gentil, movido por Satanás, para deshacerse del que vino a arrebatar su poder!
“Entre tanto todo Madián y Amalec, con los hijos de oriente se habían juntado en uno y acamparon en el valle de Jezreel” (versículo 33). Hasta aquí, Gedeón que no cumplía más que un acto de obediencia a Dios en su testimonio, ahora, después de ser revestido del Espíritu de Jehová, su primer acto es tocar la trompeta que reunirá a las tribus de Israel. La fuerza del pueblo está en su unión: es lo que más temen Satanás y el mundo. Ahora bien, lo que puede llamar nuestra atención es el contraste entre la actitud exterior de Gedeón y lo que siente en su interior. Los que lo veían podían notar su arrojo, su energía, su osadía, pero en el secreto con Dios, su fe necesitaba ser constantemente fortalecida: precisaba aliento y señales en cada momento: pero aprendía así que él no era nada, y Dios todo.
El camino de la fe no está arreglado de antemano: por él Dios lleva a los Suyos paso a paso otorgándoles los recursos necesarios a medida que los necesitan. Y el resultado de esta completa dependencia es un ejercicio continuo de fe, de oración y comunión con Dios frente a situaciones inesperadas por los que caminan, pero que Él había provisto. Esta comunión del alma con su Dios en lo particular está marcada por la gracia divina de un lado y por el otro, la flaqueza de su testigo. Todas las órdenes que Dios imparte a Gedeón son sencillas y claras: aún las señales que se complace en otorgarle. Pues vale la pena que comprendamos por qué Dios contesta a las señales que Gedeón le pide: “Y Gedeón dijo a Dios: si has de salvar a Israel por mi mano como has dicho, he aquí que yo pondré un vellón de lana en la era: y si el rocío estuviere en el vellón solamente, quedando seca toda la otra tierra, entonces entenderé que has de salvar a Israel por mi mano, como has dicho” (versículo 37).
Dios quiere mostrar que el vellón nos habla de Su Hijo, Su Cordero, Cristo obediente, sumiso, fiel, en quien había durante toda Su vida terrenal, el frescor de todos los bienes del cielo de donde procedía. Exprimido este rocío, llenó una copa de agua: hasta esta copa de agua “dada en Su nombre, no perderá su recompensa” (Mateo 10:4242And whosoever shall give to drink unto one of these little ones a cup of cold water only in the name of a disciple, verily I say unto you, he shall in no wise lose his reward. (Matthew 10:42)). Tal es la primera señal que Gedeón pidió a Dios, y la recibe porque Dios da todo lo que habla de Cristo: nunca se cansa de ello. Es por esto que si Gedeón necesita una contraprueba, Dios no se enojará, se la dará también. A la noche siguiente no había rocío en el vellón porque Dios nos quiso mostrar que Cristo sufrió el dolor de la cruz, sufrió el castigo, el abandono de Su Dios: exclamó: “sed tengo”, para que el rocío de la gracia pudiera descender sobre la tierra alrededor. “Yo seré a Israel como rocío ... como el rocía de Hermón que desciende sobre los montes de Sión, porque allí envía Jehová bendición y vida eterna” (Salmo 133). Aunque, para gozar de ese rocío es menester que abramos la puerta a Quien nos lo trae: “Ábreme, hermana Mía, amiga Mía, paloma Mía, perfecta Mía: porque Mi cabeza está llena de rocío, y Mis bucles de las gotas de la noche” (Cantares 5:22I sleep, but my heart waketh: it is the voice of my beloved that knocketh, saying, Open to me, my sister, my love, my dove, my undefiled: for my head is filled with dew, and my locks with the drops of the night. (Song of Solomon 5:2)).
Convenía que Gedeón desconfiara de sí mismo y aprendiera muchas lecciones con Jehová en particular, mas frente al exterior era necesario que hiciera prueba de valor y osadía, fruto de una fe fortalecida en la comunión con su Dios. La menor indecisión no hubiera sido el temple de un siervo que ha de conducir a Sus ejércitos. Por otra parte, cuidemos de no correr adelante cuando nuestra vida interior no ha sido fortalecida en el Señor. Ahora con la prueba del vellón, el que en su tiempo será “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, Gedeón tiene la plena seguridad que por él, Jehová ha de salvar a Israel. ¡Ah, cuántos lo ignoran todavía!