La restauración de las tribus de Israel tiene por consecuencia el rechazo absoluto de toda alianza con el mal; resultado que se adquirió también mediante la disciplina: “Y los hombres de Israel habían jurado en Mizpa diciendo: ninguno de nosotros dará su hija a los hijos de Benjamín por mujer” (versículo 1). Habían olvidado completamente esta separación del mal en circunstancias anteriores. Cuando en un tiempo de ruina, bajo la acción de la disciplina, los creyentes vuelven a las afecciones primeras para el Señor, nunca, recordémoslo, éstas se tornan más tolerantes para con el mal. Cuanto más íntima es la comunión con Dios, tanto más ésta nos separa del mal; este principio no existía ya para los levitas de los capítulos anteriores. Esta separación del mal no mella las afecciones del corazón hacia los hermanos, las fortalece; es lo que notamos aquí.
Por tercera vez el pueblo sube a Betel: “Vino pues el pueblo a la casa de Dios y sentóse allí hasta la tarde, delante de Jehová; y alzaron la voz y lloraron con grande lamentación” (versículo 2). Este lugar que habían vuelto a encontrar es ahora indispensable para Israel. Las derrotas los habían impelido allí, la victoria o una derrota más bien, les hace reemprender su camino para llorar. La vez anterior lloraron y quedáronse delante de Jehová, pero ahora permanecen en Su presencia: “Mi corazón ha dicho a ti: buscad Mi rostro; Tu rostro buscaré oh Jehová” (Salmo 27:88When thou saidst, Seek ye my face; my heart said unto thee, Thy face, Lord, will I seek. (Psalm 27:8)). ¿Es este nuestro afán en medio del mal y de las tristezas del día actual? El quedarse hasta la tarde “en Su presencia” proporcionará la consolación a las lágrimas que allí derraman: “Alzaron su voz y lloraron amargamente” (versículo 2). Por primera vez sienten toda la amargura y la magnitud de su herida, dicen: “¿Por qué, oh Jehová, Dios de Israel, ha acontecido esto en Israel, que se eche de menos hoy una tribu?” (versículo 3). ¿Por qué? Debían buscar en sus mismos males, en su corrupción, su desobediencia, su alejamiento de las Escrituras, su falta de comunión con Dios, su idolatría, y muchas otras cosas, el motivo del porqué faltaba una tribu de Israel. La mella está hecha, el cuerpo siente dolor de la amputación; el Dios de Israel, ante cuyos ojos en Su Tabernáculo está la mesa de oro con sus doce panes de la proposición, había sido deshonrado. Israel no piensa ya en su pundonor herido como antes, sino en la ofensa hecha a la santidad y a la gloria de Dios. Los amargos llantos se derraman en Su presencia, pero es cuando la unidad parece perdida para siempre, que el pueblo la realiza mucho más moralmente y en sus afecciones; además, es mucho más la verdadera unidad a ojos de Jehová que su apariencia entre el pueblo corrompido y ruin del comienzo del capítulo 20.
Los primeros rayos matinales, después de pasada la tormenta, ven a Israel edificando un altar: “Y al siguiente día el pueblo se levantó de mañana y edificaron allí altar” (versículo 4). Hacen la experiencia de lo que dirá el salmista: “Al despuntar el día, Te buscaré oh Jehová” (Salmo 63:11<<A Psalm of David, when he was in the wilderness of Judah.>> O God, thou art my God; early will I seek thee: my soul thirsteth for thee, my flesh longeth for thee in a dry and thirsty land, where no water is; (Psalm 63:1)). La humillación, la ruina, no impiden el culto después de la restauración; la gracia divina hace que pueda quedar un altar a Jehová en medio del campo de batalla: “Y ofrecieron holocaustos y pacíficos a Jehová”. Tres hechos han precedido al culto y condujeron al pueblo a sacrificar a su Dios: una resuelta separación total del mal, la búsqueda de la presencia de Dios y un sentimiento profundo de la ruina acarreada por el pecado. Es en ese ambiente que Israel, como también el pueblo cristiano puede ofrecer holocaustos a Dios. Todas estas bendiciones reencontradas en el camino de la humillación conducen a Israel a buscar otro fruto todavía: la restauración del caído, sin la cual la disciplina no tendría motivo.
“Y dijeron los hijos de Israel: ¿quién de todas las tribus de Israel no subió a la reunión cerca de Jehová? Porque se había hecho gran juramento contra el que no subiese a Jehová en Mizpa, diciendo: sufrirá muerte” (versículo 5). La neutralidad, o la indiferencia hacia el enjuiciamiento del mal que había deshonrado a Dios en Israel, el menosprecio de la unidad del pueblo de Dios afirmada de una manera profunda por la actitud de las once tribus humilladas, no podían ser tolerados. Sin embargo, antes de ejecutar el juicio sobre quien se hubiera mostrado indiferente, el tema de meditación de Israel es el dolor por el caído y su restauración: “Se arrepintieron a causa de Benjamín su hermano, diciendo: es cortada hoy una tribu de Israel; ¿qué hemos de hacer a fin de conseguir mujeres para los que han quedado, puesto que nosotros hemos jurado por Jehová no darles de nuestras hijas por mujeres?” (versículos 6-7).
Una profunda realidad de la unidad en contra del mal hace buscar a Israel el remedio para vendar la herida de la tribu culpable: “¿Hay algunos de las tribus de Israel que no hayan subido a Jehová en Mizpa? Y hallaron que ninguno de Jabes de Galaad había venido al campamento a la reunión” (versículo 8). El juicio que va a caer sobre Jabes de Galaad no servirá sino para ejercer la misericordia a favor de Benjamín; el cercenamiento del indiferente será la restauración del culpable disciplinado. He aquí pues lo que Israel aprende de este doloroso conflicto: dichoso aquel que recibe tales lecciones, y sabe unir un odio sin mezcla hacia el mal, con un amor perfecto para sus hermanos.
Las cuatrocientas vírgenes de Jabes de Galaad “son traídas en el campamento de Silo”, en presencia de Jehová y de Su Tabernáculo; luego “toda la congregación envió a hablar a los hijos de Benjamín ... y llamáronlos en paz” (versículo 13). Si el pueblo recobró su unidad para ejercer el castigo, está plenamente unido, y de un sólo corazón para la restauración del hermano culpable: “Bástale al tal esta reprensión ... así que, al contrario, vosotros más bien lo perdonéis y consoléis porque no sea el tal consumido de demasiada tristeza” (2 Corintios 2:66Sufficient to such a man is this punishment, which was inflicted of many. (2 Corinthians 2:6)). El punto de partida de la restauración es la casa de Jehová en Silo, “que es en la tierra de Canaán” (versículo 12); Su terreno, Su presencia y Su comunión; allí “diéronles por mujeres las que habían guardado vivas de Jabes de Galaad” (versículo 14).
La llaga no está del todo vendada; pero el amor que se ingenia para sanarla sugiere a Israel un modo de ayudar a sus hermanos sin renegar de sus obligaciones hacia Dios, y sin rebajar el nivel de su separación del mal. Un nuevo arrepentimiento, más hondo aún, está unido a una nueva manifestación del amor fraternal. “Y el pueblo tuvo dolor a causa de Benjamín ... ahora bien, dijeron, he aquí cada un año hay solemnidad de Jehová en Silo, que está al aquilón de Betel, al lado oriental del camino que sube a Siquem ... y mandaron a los hijos de Benjamín diciendo: id y poned emboscada en las viñas; y estad atentos; y cuando viereis salir las hijas de Silo a bailar en corros, vosotros saldréis de las viñas y arrebataréis cada uno mujer para sí de las hijas de Silo, y os iréis a tierra de Benjamín” (versículos 15-21). Abandonando el papel de vencedor, Israel se deja despojar por Benjamín y consiente en ser el vencido en la presencia de Jehová en Silo: “Y cuando vinieren los padres de ellas o sus hermanos para demandárnoslo, les diremos: hacednos la merced para con nosotros a su respecto, pues que no tomamos para cada cual su mujer en la guerra” (versículo 22). Aquí Israel no dice: “Ellos no recibieron”, mas: “Nosotros no recibimos”, tomando así el lugar de los vencidos. ¡Cuánto difieren estas palabras de las otras primeras: “¿Qué maldad es esta que se ha cometido entre vosotros?”! No separa ya Israel su causa de la de sus hermanos benjaminitas; la unidad del pueblo en amor, como en la disciplina, ha hallado de nuevo toda su importancia en los días enojosos de la decadencia. Más aún, se ha recobrado la alegría en la casa de Jehová, los corros de las hijas de Silo salen para la danza, “entonces la virgen se holgará en la danza, los mozos y los viejos juntamente, y su lloro tornaré en gozo, y los consolaré, y los alegraré de su dolor. Y el alma del sacerdote embriagaré de dulzura y será Mi pueblo saciado de Mi bien, dice Jehová”; “Y cantores y tañedores en ella dirán: todas mis fuentes están en Ti” (Jeremías 31:1313Then shall the virgin rejoice in the dance, both young men and old together: for I will turn their mourning into joy, and will comfort them, and make them rejoice from their sorrow. (Jeremiah 31:13); Salmo 87:77As well the singers as the players on instruments shall be there: all my springs are in thee. (Psalm 87:7)). Pero estos tiempos profetizados por Jeremías y los hijos de Coré estaban todavía muy lejos.
La reconstrucción tuvo lugar: “Los hijos de Benjamín tornáronse a su heredad y reedificaron las ciudades, y habitaron en ellas ... Los hijos de Israel se fueron también de allí, cada uno a su tribu y a su familia ... cada uno a su heredad” (versículos 27-28). La historia debe seguir, se debían escribir nuevas páginas, es por esta razón que el libro de los Jueces concluye con la solemne repetición que caracteriza “los días malos”: “en estos días no había rey en Israel; cada cual hacía lo recto a sus propios ojos” (versículo 25). A lo cual podemos responder: “¡A la ley y al testimonio! si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido” (Isaías 8:2020To the law and to the testimony: if they speak not according to this word, it is because there is no light in them. (Isaiah 8:20)). La plena restauración, y la alegría de un nuevo pacto a la cual nos hemos referido en la cita del profeta Jeremías y del Salmo 87, debía ser para más tarde, mucho más tarde.
Hermano lector, que estos sentimientos sean los nuestros; si hay cristianos que tienen en poco la divina unidad de la Iglesia con Cristo su cabeza, tal como lo expresa el precioso texto de la Epístola: “La cual es Su cuerpo, la plenitud de Aquel que hinche todas las cosas en todos”; si debemos confesar su pérdida exterior; si hay cristianos que substituyen esta unidad con pobres revoques, satisfechos de unas apariencias de unidad que ni aún engañan a los que las recomiendan; si los cristianos establecen alianzas entre sus diversas sectas, alianzas que justifican la ruina, ya que la constatan, demos las espaldas resueltamente a semejantes disfraces. Humillémonos de la ruina de la Iglesia, pero no nos conformemos con ella; proclamemos altamente que hay un solo cuerpo y que Cristo es su cabeza. Apliquémonos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. Revistámonos del amor que es el vínculo de la perfección.
Dios no cambia el deplorable estado de la cristiandad, lo constata, pero lleva a los Suyos desde claridades engañosas de una conciencia sucia, y las juzga por la Palabra, hacia la luz radiante de ella, única guía fiel y capaz de edificar a los Suyos y darles una “heredad con todos los santificados” (Hechos 20:3232And now, brethren, I commend you to God, and to the word of his grace, which is able to build you up, and to give you an inheritance among all them which are sanctified. (Acts 20:32)).