Estos capítulos han revelado lo que acontecía en estos tiempos en Israel, y vimos hasta qué punto el desorden se había introducido en el pueblo de Dios. Muestran también cómo Dios en Su larga paciencia ha esperado en silencio; pero de seguro surge una lección muy importante. Si el olvido de la Palabra de Dios da ocasión a semejantes iniquidades que exigen la disciplina, el pueblo entero está arrastrado a los castigos que resultan y cuyos efectos le hará tomar a pecho el mal que se les ha acarreado. El abandono de la Palabra de Dios ha impedido la reprensión directa en el momento cuando el mal fue cometido; pues ahora el pueblo está constreñido a presentarse ante Dios para juzgar el asunto.
A consecuencia del crimen de Gabaa, desde el extremo norte hasta el extremo sur de Canaán, todas las tribus de Israel se congregan “como un solo hombre, desde Dan hasta Beerseba y la tierra de Galaad a Jehová en Mizpa” (versículo 1). Parece no faltar nadie a esta unánime protesta contra la maldad cometida; hasta la familia de los danitas, los hurtadores de los dioses de Micaía, están presentes. El celo para inquirir el mal no falta: “Y dijeron los hijos de Israel: decid cómo fue esta maldad” (versículo 3). El levita relata su historia; pero no dice por qué había ido a buscar a su mujer, no revela su estado adúltero; calla su propia responsabilidad en todo este negocio, y luego termina diciendo: “Han hecho maldad y crimen en Israel, y he aquí que todos vosotros, los hijos de Israel estáis presentes, daos aquí parecer y consejo” (versículos 6-7).
Existe una hermosa apariencia de unidad frente al mal: las once tribus están, pero falta una, la culpable. “Entonces todo el pueblo, como un solo hombre, se levantó y dijeron: ninguno de nosotros irá a su tienda, ni nos apartemos cada uno a su casa hasta que hagamos esto sobre Gabaa: que echemos suertes contra ella” (versículos 8-9). ¿Dónde está Dios y Su Palabra? La consultarán, pero después, a lo último (versículo 18); esto es señal del abandono del primer amor, el amor hacia Dios. No la habían consultado cuando la idolatría de Micaía, la mentira, el robo, el adulterio, la gula, la usurpación sacerdotal, etc. En todo lo que vimos en capítulos anteriores, la Palabra de Dios había sido olvidada. La disciplina se encargará de limpiar todo aquello y devolver al pueblo lo que le falta. Sienten más la ofensa hecha al pundonor israelita que la deshonra hecha a Dios: “Han hecho crimen en Israel ... la abominación cometida en Israel, barramos el mal de Israel”, dicen. Dios lo barrerá en efecto.
El primer amor que consiste en poner a Dios primero y Su Palabra, no existe en Su pueblo: “El que tiene Mis mandamientos y los guarda, aquél es el que Me ama ... el que Me ama, Mi Palabra guardará”; “Porque éste es el amor de Dios, que guardemos Sus mandamientos” (Juan 14:2,232In my Father's house are many mansions: if it were not so, I would have told you. I go to prepare a place for you. (John 14:2)
23Jesus answered and said unto him, If a man love me, he will keep my words: and my Father will love him, and we will come unto him, and make our abode with him. (John 14:23); 1 Juan 5:33For this is the love of God, that we keep his commandments: and his commandments are not grievous. (1 John 5:3)). ¡Cuán a menudo se manifiesta este olvido en la disciplina que realiza la congregación! Además, los contactos con Dios y los hermanos deben ser íntimamente unidos: “El que ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Juan 4:2121And this commandment have we from him, That he who loveth God love his brother also. (1 John 4:21)). Las once tribus no consideran a Benjamín como su hermano; a pesar de la hermosa apariencia de unidad, han olvidado que el pecado de una tribu es el pecado de todo el pueblo; Dios les había enseñado esta lección en el juicio del anatema de Acán unos años antes (Josué 7:11But the children of Israel committed a trespass in the accursed thing: for Achan, the son of Carmi, the son of Zabdi, the son of Zerah, of the tribe of Judah, took of the accursed thing: and the anger of the Lord was kindled against the children of Israel. (Joshua 7:1)). “¿Qué maldad es esta que se ha cometido entre vosotros?” (versículo 12); no dicen: “Entre nosotros”; y por otra parte, el “nosotros” comete usurpación: “Entregadnos a estos hombres, para que nosotros les hagamos morir y que nosotros extirpemos el mal de en medio de Israel” (versículo 13). Era Benjamín quien debía limpiar su pecado, porque la ciudad de Gabaa pertenecía a esta tribu; pero el abandono del primer amor hacia la Palabra de Dios abrió la puerta a la importancia personal, que ocasionará una guerra entre hermanos (capítulo 8:1; 12:1); si el amor no se regocija con la injusticia tampoco busca lo suyo propio (1 Corintios 13:4-74Charity suffereth long, and is kind; charity envieth not; charity vaunteth not itself, is not puffed up, 5Doth not behave itself unseemly, seeketh not her own, is not easily provoked, thinketh no evil; 6Rejoiceth not in iniquity, but rejoiceth in the truth; 7Beareth all things, believeth all things, hopeth all things, endureth all things. (1 Corinthians 13:4‑7)). Las once tribus, además, se inmiscuyen en un asunto que creen deber solucionar cuando la disciplina sólo pertenecía realizarla a Benjamín; el apóstol Pablo indica a la asamblea de Corinto su deber de disciplinar que parecía desconocer: “¿No juzgáis vosotros a los que están dentro? quitad pues a ese malo de entre vosotros” (1 Corintios 5:1212For what have I to do to judge them also that are without? do not ye judge them that are within? (1 Corinthians 5:12)).
¿Qué se puede decir de esta tribu? Había pecado gravemente al tolerar el mal en medio de ella; la amonestación de Israel: “Entregad pues ahora aquellos hombres, hijos de Belial”, en vez de humillarlos, les impele a un acto de lo más grave; su orgullo herido reaccione: “Mas los hijos de Benjamín no quisieron oír la voz de sus hermanos”; éstos se han juntado ya para emplear las armas sin haber preguntado a la boca de Jehová. Luego Benjamín comete un acto más grave aún; hace causa común con el mal: “Benjamín se reúne en Gabaa, y sale de Gabaa para la batalla” (versículos 14-21); a la falta de humillación sigue el orgullo, y al no juzgar el mal, necesariamente lo excusan y se unen a él. La tribu de Benjamín toma partido por el malvado contra el pueblo de Dios. Se da sin embargo una apariencia de estar separada de los habitantes de Gabaa, porque fueron contados “veintiséis mil hombres que sacaban espada, sin los que moraban en Gabaa, que fueron por cuenta setecientos hombres escogidos” (versículo 15).
Entre todo este ejército hay setecientos hombres “zurdos”, ambidextros, igual en número a los escogidos de Gabaa, cuya debilidad se torna en poder cuando está al servicio de Jehová, como un Aod, (Jueces 3:1515But when the children of Israel cried unto the Lord, the Lord raised them up a deliverer, Ehud the son of Gera, a Benjamite, a man lefthanded: and by him the children of Israel sent a present unto Eglon the king of Moab. (Judges 3:15)); “Todos los cuales tiraban una piedra con la honda a un cabello y no erraban” (versículo 16). Habilidad que aquí se torna contra Jehová; la mano izquierda que debería ser apta para la defensa, es tan poderosa para el ataque como la otra, y desconcierta a los que les hacen frente. Todos los recursos parecen agotados; sin embargo falta el principal; Israel está al borde de una guerra civil, y recién se levantaron y subieron a Betel para consultar a Dios (versículo 18): terminan donde hubieran debido empezar. “¿Quién de nosotros subirá el primero para pelear contra los hijos de Benjamín? Judá subirá el primero”, responde Jehová.
Israel no sabe que necesita la disciplina, no piensa en todo el mal que Dios ha visto en él: la idolatría, el hurto, el adulterio, etc., tantas deshonras hechas a Su Palabra. Dios tiene que limpiar a Su pueblo: “y salieron los hijos de Israel para combatir contra Benjamín; y los varones de Israel ordenaron la batalla contra ellos junto a Gabaa; saliendo entonces de Gabaa, los hijos de Benjamín derribaron en tierra aquel día, veintidós mil hombres de los hijos de Israel” (versículos 20-21). ¡Qué gracia de Dios en esta derrota! En primer lugar Israel debe aprender que no puede haber vencedores ni vencidos en las luchas entre hermanos; todos deben ser vencidos para que Dios triunfe del mal. Jehová se vale de la derrota para restaurar a Su amado pueblo; y aunque el primer combate ha costado a Israel sus fuerzas aguerridas, veintidós mil bajas, tendrá que salir de allí juzgado a fondo con una segunda derrota: “Mas fortalecióse el pueblo, los varones de Israel” (versículo 22).
Ved qué frutos lleva el castigo para ellos: “Los hijos de Israel subieron, y lloraron delante de Jehová, hasta la tarde” (versículo 23). El castigo les hace buscar la presencia de Jehová que habían olvidado; en lugar de la indignación humana, helos aquí ahora afligidos, con una aflicción según Dios. Además aprenden a depender más realmente de la Palabra de Dios, no dicen ya: “¿Quién de nosotros subirá el primero para pelear?” sino: “¿Debo volver a acercarme en batalla?”: y por fin ha renacido el sentimiento fraternal hacia el hermano culpable, Israel pregunta: “¿Debo volver contra los hijos de Benjamín, mi hermano?” (versículo 23). ¡Resultado digno de Dios! No es una victoria carnal, sino una derrota según Dios que ha producido ese cambio de sentimiento y lenguaje, y esta dependencia hacia Él.
Sin embargo quedan aún mayores frutos que producir, a la pregunta: “¿Tornaré a pelear con los hijos de Benjamín, mi hermano?” Jehová les responde: “Subid contra él. Y aquel segundo día, saliendo Benjamín de Gabaa contra ellos, derribaron por tierra otros dieciocho mil hombres de los hijos de Israel, todos los cuales sacaban espada” (versículo 25). ¿Qué se puede esperar de una segunda derrota? ¿Desaliento, desconcierto, justificaría Dios la maldad de Gabaa? ¿Aprueba la conducta de Benjamín? ¡Son cuarenta mil bajas en total! “Entonces subieron todos los hijos de Israel, y todo el pueblo, y vinieron a la casa de Dios, y lloraron” (versículo 26). Ninguno falta, todos unánimes buscan a Jehová; la aflicción se profundiza, se expresa de una manera duradera ante Dios: “Y sentáronse allí delante de Jehová, y ayunaron aquel día hasta la tarde” (versículo 26). Esto es más que la humillación y la aflicción, es el enjuiciamiento de la carne y de todos las maldades cometidas que Dios había visto en Su pueblo.
“Y ofrecieron holocaustos y ofrendas pacíficas delante de Jehová”; aquí vuelven a encontrar dos cosas de un valor infinito: la apreciación del sacrificio y la comunión. Todo esto había sido perdido en el estado ruin descrito en la corrupción religiosa del levita, en la casa de Micaía y en la tribu de Dan. La dependencia hacia la Palabra de Dios y la realidad de Su presencia, adquieren su pleno y verdadero valor bajo la disciplina. Bajo la vara Israel tiene conciencia ahora de hallarse ante Dios mismo, el Dios sentado entre los querubines cuya presencia había sido completamente olvidada por los levitas morando en Judá y Efraim. Se acercan a Él mediante un sacerdote vivo —ya no con un efod vacío— (capítulo 18:20) que intercede por ellos: “Pues estaba allí el arca del pacto de Dios en aquellos días, y Finees, hijo de Eleazar, hijo de Aarón, ministraba delante de él en aquellos días” (versículo 27-28). Se ha recobrado la presencia de Dios en Silo, la conciencia del verdadero sacerdocio; en fin, Israel ha abandonado toda propia voluntad, depende enteramente de Dios en cuanto a ir contra su hermano Benjamín: “¿Tornaré otra vez en batalla contra los hijos de Benjamín, mi hermano?” (versículo 28).
¡Qué transformación! ¿Qué es lo que la produjo? Un mal horrible y una disciplina que costó a Israel cuarenta mil hombres. Dios no rebaja jamás la gravedad del mal, pero el interés que demuestra hacia Su pueblo hace obrar hasta el mismo mal para limpiar, restaurar y volverle a Su presencia; desde ese momento Dios dará la victoria a los que se han humillado. Entonces tiene lugar la batalla de la que Israel limpiado saldrá victorioso; aunque ha de hacer todavía una nueva experiencia de su flaqueza, pues debe fingir una derrota, y “unos treinta de sus hombre caen” (versículo 31). La victoria es obtenida pero al precio de una tribu casi entera: sólo seiscientos hombres quedan de ella (versículo 47).