Juan Capítulo 12

John 12  •  14 min. read  •  grade level: 13
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La Familia De Betania: Una Muestra De Las Tres Clases Diferentes Del Remanente Verdadero
Su lugar está ahora con el remanente, donde Su corazón halló descanso—la casa de Betania. Tenemos, en esta familia, un ejemplo del verdadero remanente de Israel, tres casos diferentes con respecto a la posición de ellos ante Dios. Marta tenía fe la cual, sin duda, la ligaba a Cristo, pero que no iba más allá de lo que se necesitaba para el reino. Aquellos que serán guardados para la tierra en los últimos tiempos, tendrán la misma. Su fe reconocerá finalmente a Cristo el Hijo de Dios. Lázaro estaba allí, viviendo por ese poder que podría haber resucitado también a todos los santos muertos del mismo modo, los cuales, por gracia, en el día postrero, harán un llamamiento a Israel, moralmente, desde su estado de muerte. En una palabra, hallamos al remanente, el cual no morirá, guardado por la verdadera fe (pero fe en un Salvador vivo, que liberaría a Israel), y a aquellos que serán traídos de regreso de entre los muertos, para disfrutar del reino. Marta servía; Jesús está en compañía de ellos; Lázaro está sentado a la mesa con Él.
María Y Su Verdadera Apreciación De Cristo; El Recuerdo Lleno De Gracia De Dios Para Con Ella
Pero estaba allí también la representante de otra clase. María, quien había bebido de la fuente de la verdad, y había recibido esa agua viva en su corazón, había entendido que había algo más que la esperanza y la bendición de Israel—a saber, Jesús mismo. Ella hace aquello que es apropiado para Jesús en Su rechazo—para Aquel que es la resurrección, antes de que Él sea nuestra vida. El corazón de María la asocia con aquel acto de Él, y ella le unge para Su sepultura. Para ella es Jesús mismo quien está en consideración—y Jesús rechazado; y la fe se posiciona en aquello que era la simiente de la asamblea, todavía oculta en el suelo de Israel y de este mundo, pero la cual, en la resurrección, saldría en toda la belleza de la vida de Dios—de la vida eterna. Es una fe que se emplea en Él, en Su cuerpo, en el que Él estaba a punto de experimentar el castigo del pecado para nuestra salvación. El egoísmo de la incredulidad, descubriendo su pecado en su desprecio por Cristo, y en su indiferencia, ofrece al Señor la ocasión para unir su verdadero valor a esta acción de Su amada discípula. El hecho de que ella le ungiese Sus pies es señalado aquí, mostrando que todo lo que era de Cristo, lo que Cristo era, tenía para ella un valor que le impedía considerar cualquier otra cosa. Ésta es una buena apreciación de Cristo. La fe que conoce Su amor que sobrepasa el entendimiento—esta clase de fe es un olor grato en toda la casa. Y Dios lo recuerda conforme a Su gracia. Jesús la comprendió: eso era todo cuanto ella quería. Él la justifica: ¿quién se levantaría contra ella? Esta escena concluye, y se reanuda el curso de los acontecimientos.
Rechazo Deliberado Del Rey De Israel, El Verdadero Hijo De David
La enemistad de los judíos (¡y lamentablemente! la del corazón del hombre, abandonado así a sí mismo, y, consecuentemente, al enemigo que es un homicida por naturaleza y enemigo de Dios—un enemigo al cual nada meramente humano puede subyugar) de buena gana daría muerte también a Lázaro. El hombre es realmente capaz de esto: pero ¿capaz de qué? Todo cede ante el odio, a esta clase de odio hacia Dios que se manifiesta. Pero que se manifestase este odio era, de hecho, algo inconcebible. Ellos debían ahora creer en Jesús o rechazarle, pues Su poder era tan evidente que debían hacer lo uno o lo otro—un hombre públicamente resucitado de entre los muertos después de cuatro días, y vivo entre el pueblo, no dejaba ya ninguna posibilidad de indecisión. Jesús lo sabía divinamente. Él se presenta como Rey de Israel para afirmar Sus derechos y para ofrecer salvación y la gloria prometida al pueblo y a Jerusalén. El pueblo comprende esto. Debe ser un rechazo deliberado, así como los Fariseos eran bien conscientes. Pero la hora había llegado; y aunque ellos no podían hacer nada, pues el mundo se iba tras Él, Jesús fue muerto. Él “se dio a sí mismo.”
Jesús Tomando Su Lugar Como El Hijo Del Hombre
El segundo testimonio de Dios acerca de Cristo le ha sido dado ahora, como el verdadero Hijo de David. Se había dado testimonio de Él como Hijo de Dios al resucitar a Lázaro (cap. 11:4), y como Hijo de David, al entrar en Jerusalén montado sobre un pollino de asna. Había aún otro título para ser reconocido. Como Hijo del Hombre Él va a poseer todos los reinos de la tierra. Los griegos acuden (pues Su fama se había extendido), y desean verle. Jesús dice, “Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado.” Pero ahora Él regresa a los pensamientos de los cuales el ungüento de María era la expresión de Su corazón. Él debería haber sido recibido como Hijo de David; pero, al tomar Su lugar como Hijo del Hombre, una cosa muy diferente se abre necesariamente ante Él. ¿Cómo podía ser Él el Hijo del Hombre, viniendo en las nubes del cielo para tomar posesión de todas las cosas conforme a los consejos de Dios, sin morir? Si Su servicio humano en la tierra hubiese concluido, y Él se hubiera marchado libre, llamando, de ser necesario, a doce legiones de ángeles, nadie habría tenido parte con Él: habría permanecido solo. “Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto.” Si Cristo toma Su gloria celestial, y no está solo en ella, Él muere para obtenerla y para traer con Él las almas que Dios le ha dado. De hecho, la hora había llegado: no podía demorarse más. Todo estaba ahora listo para el final de la prueba de este mundo, del hombre, de Israel; y, sobre todo, los consejos de Dios estaban siendo cumplidos.
El Grano De Trigo; La Necesidad De La Muerte Del Señor
Exteriormente, todo era un testimonio de Su gloria. Entró en Jerusalén triunfante—proclamándole Rey la multitud. ¿Y en qué estaban los romanos? Estaban en silencio delante de Dios. Los griegos vinieron a buscarle. Todo está preparado para la gloria del Hijo del Hombre. Pero el corazón de Jesús sabía bien que para esta gloria—para la consumación de la obra de Dios, para que Él tuviera a un ser humano estando con Él en la gloria, para que el granero de Dios fuese llenado conforme a los consejos de Su gracia—Él debía morir. No había ningún otro camino para que las almas culpables viniesen a Dios. Aquello que el afecto de María previó, Jesús lo conoce conforme a la verdad, y conforme a la mente de Dios Él lo siente y se somete a ello. Y el Padre responde en este momento solemne, dando testimonio, al mismo tiempo, del efecto glorioso de aquello que Su majestad soberana requería—majestad que Jesús glorificó plenamente mediante Su obediencia; y ¿quién podía hacer esto, excepto Aquel que, por esa obediencia, introdujo el amor y el poder de Dios capaz de cumplirlo?
Servir Y Seguir; Amar La Vida Propia, Es Perderla; Aborrecerla, Es Guardarla
En lo que sigue a continuación, el Señor presenta un gran principio relacionado con la verdad contenida en Su sacrificio. No había vínculo entre la vida natural del hombre y Dios. Si en el hombre Cristo Jesús había una vida en completa armonía con Dios, era absolutamente necesario que Él la pusiera a causa de esta condición de hombre. Siendo de Dios, Él no podía permanecer en relación con el hombre. El hombre no lo habría tolerado. Jesús más bien moriría antes que no cumplir Su servicio glorificando a Dios—antes que no ser obediente hasta el fin. Pero si alguien amaba su vida en este mundo, éste la perdía, pues esa vida no estaba en relación con Dios. Si alguien, por gracia, la aborrecía—separado de corazón de este principio de enajenación de Dios, y entregaba su vida a Él, éste la poseería en el nuevo y eterno estado. Por consiguiente, servir a Jesús era seguirle; y a donde Él iba, allí estaría Su siervo. Aquí, el resultado de la asociación del corazón con Jesús, demostrado al seguirle, va más allá de este mundo, como Él de hecho lo estaba haciendo, y de las bendiciones del Mesías, hacia la gloria eterna y celestial de Cristo. Si alguien le servía, el Padre lo recordaría y le honraría. Todo esto se dice en vista de Su muerte, cuyo pensamiento acude a Su mente; y Su alma se turba. Y en el justo temor de esa hora que, en sí misma, es el juicio divino, y el fin del hombre tal como Dios lo creó aquí, Él pide a Dios que le libre de esa hora, “¡Ahora está turbada mi ama! ¿y qué diré? ¡Padre, sálvame de esta hora! mas por esto mismo vine a esta hora.” (Juan 12:27—Versión Moderna). Y, ciertamente, Él había venido—no para ser entonces el Mesías (aunque lo era), no para tomar entonces el reino (aunque estaba en Su derecho); sino que Él había venido para esta hora misma—y para que al morir glorificase a Su Padre. Esto es lo que Él desea, implicase lo que implicase. “Padre, glorifica tu nombre”, es Su única oración. Esto es perfección—Él siente lo que la muerte es: no habría habido sacrificio si Él no lo hubiera sentido. Pero mientras lo sentía, Su único deseo era glorificar a Su Padre. Si a Él esto le iba a costar todo, la obra era proporcionalmente perfecta.
El Nombre Del Padre Glorificado En La Resurrección
Perfecto en este deseo, y hasta la muerte, el Padre no podía más que responderle, y en Su respuesta, según me parece, el Padre anuncia la resurrección. ¡Pero qué gracia, qué maravilla, ser admitido en tales comunicaciones! El corazón queda absorto, mientras es llenado de adoración y de gracia, al contemplar la perfección de Jesús, el Hijo de Dios, hasta la muerte; es decir, perfección absoluta; y al verle, con el pleno sentido de lo que la muerte era, buscando la sola gloria del Padre; y al contemplar al Padre respondiendo—una respuesta moralmente necesaria para este sacrificio del Hijo, y para Su propia gloria. De este modo, Él dijo: “Ya lo he glorificado, y otra vez lo glorificaré.” (Juan 12:28—Versión Moderna). Yo creo que Él lo había glorificado en la resurrección de Lázaro. Él lo iba a hacer nuevamente en la resurrección de Cristo—una resurrección gloriosa que, en sí misma, implicaba la nuestra; como había dicho el Señor, sin mencionar a los Suyos.
La Gloria Venidera Del Hijo Del Hombre Y Las Verdades Relacionadas Con Ella
Observemos ahora la relación de las verdades sobre las que se ha hablado en este notable pasaje. La hora había llegado para la gloria del Hijo del Hombre. Pero, para esto, se necesitaba que el grano precioso de trigo cayera en la tierra y muriera; de lo contrario, quedaría solo. Éste era el principio universal. La vida natural de este mundo en nosotros no tenía parte con Dios. Jesús debía ser seguido. Así deberíamos nosotros estar con Él: esto era servirle. Así también deberíamos nosotros ser honrados por el Padre. Cristo, por Sí mismo, contempla el rostro de la muerte, y siente toda su significación. No obstante, Él se entrega a una única cosa—la gloria de Su Padre. El Padre le responde en esto. Su deseo sería cumplido. Él no iba a quedar sin una respuesta a Su perfección. El pueblo oye esto como la voz del Señor Dios, como se describe en los Salmos. Cristo (quien, en todo esto, se había puesto totalmente a un lado, había hablado sólo de la gloria de Sus seguidores, y de Su Padre) declara que esta voz vino a causa del pueblo, a fin de que pudieran entender que Él estaba allí para salvación de ellos. Entonces, se abre allí ante Él, no la gloria futura, sino el valor, la significación, la gloria, de la obra que estaba a punto de realizar. Los principios de los que hemos hablado son traídos aquí al punto central de su desarrollo. En Su muerte, el mundo fue juzgado: Satanás era su príncipe, y él es echado fuera: en apariencia, es Cristo quien fue echado así. Por la muerte, Él destruyó moral y judicialmente a aquel que había tenido el imperio de la muerte. Fue la total y completa aniquilación de todos los derechos del enemigo, ya sea que estuvieran siendo ejercidos sobre cualquiera o sobre cualquier cosa, cuando el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre sufrió el juicio de Dios como hombre en obediencia hasta la muerte. Todos los derechos que Satanás poseía mediante la desobediencia del hombre y el juicio divino sobre ella, eran solamente derechos en virtud de las demandas que Dios había hecho al hombre, y vuelven a Cristo solo. Y siendo levantado entre Dios y el mundo, en obediencia, sobre la cruz, llevando aquello que era debido al pecado, Cristo llegó a ser el punto de atracción para todos los hombres vivientes, para que mediante Él pudieran acercarse a Dios. Mientras vivía, Jesús debió haber sido reconocido como el Mesías de la promesa; levantado de la tierra como una víctima ante Dios, no perteneciendo ya a la tierra como viviendo sobre ella, Él era el punto de atracción hacia Dios para todos aquellos que, viviendo sobre la tierra, estaban ajenos a Dios, como hemos visto, a fin de que pudieran venir a Él allí (por gracia) y tener vida por medio de la muerte del Salvador. Jesús advierte al pueblo que era sólo por un poco de tiempo que Él, la luz del mundo, permanecería con ellos. Ellos debían creer mientras hubiera tiempo. Pronto vendrían las tinieblas, y no sabrían dónde iban. Vemos que, cualesquiera que sean los pensamientos que ocupan Su corazón, el amor de Jesús nunca se enfría. Él piensa en aquellos que están a Su alrededor—en los hombres conforme a su necesidad.
La Advertencia Profética De Isaías De Los Resultados De La Incredulidad
Sin embargo, ellos no creyeron de acuerdo al testimonio del profeta, dado en vista de Su humillación hasta la muerte, dado viendo la visión de Su gloria divina, la cual no podía hacer otra cosa sino traer juicio sobre un pueblo rebelde (Isa. 53 y 6).
Los Consejos De Gracia De Dios; Su Paciencia
No obstante, tal es la gracia, Su humillación debía ser la salvación de ellos; y, en la gloria que los juzgaba, Dios recordaría los consejos de Su gracia, que eran un fruto tan seguro de esa gloria como igual de seguro era el juicio que el santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos debía pronunciar contra el mal—un juicio suspendido, por Su paciencia, durante siglos, pero cumplido ahora cuando estos últimos esfuerzos de Su misericordia eran despreciados y rechazados. Ellos prefirieron la alabanza de los hombres.
El Salvador Y Su Palabra
Por último, Jesús declara lo que Su venida era realmente—para que, de hecho, aquellos que creían en Él, en el Jesús que vieron en la tierra, creían en Su Padre, y veían a Su Padre. Él vino como la luz, y los que creyeran no andarían en tinieblas. Él no juzgó; Él había venido a salvar, pero la Palabra que Él habló juzgaría a aquellos que la oyesen, pues era la Palabra del Padre, y era la vida eterna.