Hebreos: El camino nuevo y vivo para acercarse a Dios en adoración en el cristianismo
Stanley Bruce Anstey
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Introducción
Esta es una de las cuatro epístolas inspiradas que fueron escritas a los judíos convertidos para establecerlos en la verdad del cristianismo. Estas epístolas (Hebreos, Santiago, 1 y 2 Pedro) —algunas veces llamadas “las epístolas hebreo-cristianas”— tratan específicamente con cosas que afectan a los creyentes que vienen de un trasfondo judaico.
La Epístola a los Hebreos se ocupa de la lucha que trae consigo el hecho que un creyente judío abandone el judaísmo por el cristianismo. Al haber sido criados con un legado rico y extenso de judaísmo, dado a ellos por Dios a través de Moisés, es fácil de entender que tuvieran dificultad para desprenderse de él. Sus conciencias habían sido adiestradas para abrazar la forma judaica de acercarse a Dios; por lo que tener que renunciar a ella los hacía sentirse como si estuvieran violando sus conciencias. Lo que necesitaban entender era que el mismo Dios que había establecido el judaísmo mucho tiempo atrás ahora los estaba llamando fuera de él porque tenía algo mejor para ellos en Su Hijo en el cristianismo. El escritor de la epístola llama a esto “el camino ... nuevo y vivo” para acercarse a Dios (Hebreos 10:20). A pesar de todo, si las cosas que son presentadas en esta epístola se entendieran apropiadamente, y en fe se actuara sobre ellas, librarían al creyente judío de ese sistema y lo establecerían firmemente en el camino cristiano.
¿Por Qué Dejar el Judaísmo?
Para un judío cuya mente está afianzada en el judaísmo, la sola idea de abandonar la religión ordenada por Dios es inconcebible. Él pregunta: “¿Por qué querría alguno abandonar lo que Dios ha establecido como la manera correcta y apropiada de acercarse a Él en adoración? ¡Eso sería desobediencia!” La respuesta es doble: En primer lugar, porque aquellos sacrificios, formas y ritos judaicos han cumplido ya su propósito de ser un “modelo” (LBLA) de los “bienes venideros”, los cuales han sido cumplidos ahora en la venida de Cristo (capítulos 8:5; 9:11; 10:1). Los beneficios que fluyen de Su obra consumada en la cruz no solo son para los cristianos, sino también para Israel y las naciones gentiles quienes serán bendecidos en Su reino milenario venidero (Collected Writings of J. N. Darby [Escritos compilados de J. N. Darby], volumen 27, página 385). Por tanto, no hay necesidad ahora de la “sombra” de estas cosas del judaísmo cuando tenemos “la imagen misma” (capítulo 10:1).
En segundo lugar, Dios ha traído a la existencia una nueva compañía celestial de creyentes (la Iglesia) separada y distinta de Israel, que no tiene necesidad de formas y rituales externos para acercarse a Dios. Desde antes de la fundación del mundo —y, por consiguiente, antes de que Dios llamara a Israel a una relación de pacto consigo mismo— Él se propuso llamar a esta compañía celestial de creyentes fuera del mundo y darles un destino celestial con Cristo. Dios no reveló esto en los tiempos del Antiguo Testamento, sino que esperó a que la redención se llevara a cabo mediante la muerte de Cristo en la cruz. Después de eso, Dios envió al Espíritu para revelar este secreto que el Nuevo Testamento llama “el Misterio” (Romanos 16:25; 1 Corintios 4:1; Efesios 1:8-10; 3:3-11; 5:32; 6:19; Colosenses 1:5,25-27; 2:2-3).
El llamamiento y la formación de la Iglesia sería para los judíos un concepto completamente nuevo, puesto que es algo que no está incluido dentro del campo de revelación que les fue dado en el Antiguo Testamento. La formación de la Iglesia en este tiempo presente no modifica en manera alguna las promesas de Dios de bendecir a Israel tal como sus profetas enseñaron. Dios mantendrá Su Palabra y los bendecirá en esta tierra durante el reino milenario de Cristo. En contraste con esto, la esfera de bendición en Cristo para la Iglesia es celestial. Por tanto, en el reino venidero, habrá dos esferas de gloria y bendición para los hombres redimidos: “en los cielos” y “en la tierra” (Efesios 1:10).
Los judíos y gentiles que creen el evangelio de la gracia de Dios hoy en día son sellados con el Espíritu Santo y de esta manera son hechos parte de esta nueva compañía celestial. Y como su llamamiento y destino es morar eternamente con Cristo en los cielos (1 Corintios 15:48-49; 2 Corintios 5:1; Efesios 1:3; 2:6; 6:12; Filipenses 3:20; Colosenses 3:1-2; Hebreos 3:1; 8:1-2; 9:11; 10:19-22; 11:16; 12:22; 13:14; 1 Pedro 1:4), les ha sido dado un “camino ... nuevo y vivo” para acercarse a Dios en adoración dentro del “santuario [lugar santísimo]”, que es la presencia inmediata de Dios (Hebreos 10:19-22). Esto es algo espiritual (Juan 4:23-24) a diferencia de la adoración de Israel que era predominantemente un sistema de formas y rituales externos. Es así porque la adoración de Israel fue diseñada para una compañía de gente terrenal con un llamamiento y destino terrenales, en cambio la adoración cristiana es una cosa celestial diseñada para una compañía de gente celestial. En muchas maneras, estos son sistemas en contraste. Puesto que los cristianos ocupan una posición en la presencia de Dios con esta increíble libertad de “llegarse” dentro del velo en el santuario verdadero en el cielo (Hebreos 8:1-2; 10:19-22), no necesitan de un sistema de formas y rituales ni de una casta de sacerdotes para acercarse a Dios en adoración. Siendo este el caso, los creyentes en el Señor Jesús que vienen de un trasfondo judaico son exhortados en esta epístola a dejar aquel orden terrenal por “el camino ... nuevo y vivo” en el cristianismo, porque, en cuanto a su posición delante de Dios, ellos ya no son más judíos, sino cristianos (Gálatas 3:28; Colosenses 3:11).
En un día venidero, cuando el reino de Cristo sea establecido, el orden externo de adoración en el judaísmo será utilizado otra vez en la tierra por el Israel redimido para conmemorar el gran sacrificio de Cristo en la cruz, el cual ellos aceptarán gustosamente (Ezequiel 43–46). Mas ahora, para la compañía celestial (la Iglesia), dicho sistema terrenal para acercarse a Dios es simplemente innecesario; en realidad, es un estorbo para los cristianos (Hebreos 5:11-14). Por consiguiente, a los judíos que reciben a Cristo como su Salvador (y que de esta manera son hechos parte de la Iglesia) se les exhorta en esta epístola a salir “fuera del campamento” del judaísmo a Cristo que actualmente está fuera de ese sistema (Hebreos 13:13, LBLA).
La idea de abandonar el judaísmo no es algo exclusivo del escritor de Hebreos. El Señor Jesús mismo enseñó que cuando Él fuera rechazado por Su propia nación, sacaría a “Sus ovejas” (creyentes verdaderos) del redil del judaísmo y las traería al “rebaño” del cristianismo donde serían unidas con “otras ovejas”, los creyentes gentiles (Juan 10:1-16). Esto es algo que Él no hizo durante Su vida y ministerio en la tierra, sino únicamente hasta que todos los esfuerzos del Espíritu Santo por llamar a la nación al arrepentimiento (a través de los apóstoles) habían fracasado (Hechos 1–7). Fue solamente hasta después del rechazo formal de Cristo por los líderes de la nación, demostrado en la lapidación de Esteban (Hechos 7), que Él comenzó Su obra de sacar a los creyentes del redil judío.
El costo de dejar el Judaísmo
Dar tal paso, no obstante, era (y todavía es) un precio alto que pagar para los cristianos judíos. Cuando una persona dejaba la fe de sus antepasados por el Señor Jesús, era considerada apóstata (Hechos 21:21: “apartarse [apostatar] de Moisés”). Sería “excomulgada” de la congregación (Juan 9:34, margen de la traducción King James), y de ahí en adelante, perseguida por sus compatriotas (Hebreos 10:33-34). ¡A menudo sucedía que los familiares de dicha persona le simulaban su funeral y la desheredaban! Y en algunos casos, abandonar el judaísmo conduciría al martirio (Hechos 22:4).
Todo esfuerzo imaginable sería hecho para convencer al que se pasaba del judaísmo al cristianismo a fin de que renunciara a Cristo y se volviese. Argumentos poderosos se utilizarían para sacar a la persona de su así llamado “error”. Los judíos apuntarían con mucho orgullo hacia aquel legado que tenían en el judaísmo. Ellos tenían los escritos de sus profetas (las Escrituras), el ministerio de los ángeles, grandes líderes tales como Moisés y Josué, una herencia en la tierra de Canaán la cual fluía leche y miel, el sacerdocio aarónico, el santuario sagrado donde Dios mismo habitó, el pacto de la ley que era moralmente santa, justa y buena, y el venerado servicio de Dios llevado a cabo a través de una elaborada serie de rituales, sacrificios y ofrendas. Los judíos no creyentes preguntarían al desertor: “¿Por qué querrías abandonar tan rico legado por una nueva religión que no tiene nada que mostrar sino una mesa en un aposento alto con pan y vino sobre ella?” Para el judío que se aferraba fuertemente al judaísmo, simplemente no tenía sentido.
Los judíos no creyentes preguntarían: “¿Qué tiene el cristianismo en comparación con todo esto que tenemos en el judaísmo?” Esta epístola provee al creyente judío una respuesta definitiva ante esta burla. El escritor divinamente inspirado pasa a abordar una tras otra las cosas veneradas que distinguían la religión de los judíos, y las compara con lo que tenemos en el cristianismo, y en todos los casos, muestra que los cristianos tienen algo muy superior en Cristo. Presenta:
• La superioridad del Hijo sobre los profetas (capítulo 1:1-3).
• La superioridad del Hijo sobre los ángeles (capítulos 1:4–2:18).
• La superioridad del Hijo sobre Moisés, el mediador (capítulo 3:1-19).
• La superioridad del Hijo sobre Josué, el comandante militar (capítulo 4:1-16).
• La superioridad del sacerdocio de Cristo sobre el sacerdocio de Aarón (capítulos 5–7).
• La superioridad del Nuevo Pacto sobre el Antiguo Pacto (capítulo 8:1-13).
• La superioridad del sacrificio único de Cristo sobre los sacrificios en el Gran Día de Expiación (capítulos 9–10:18).
• La superioridad del acceso a la presencia de Dios a través de la sangre de Cristo (capítulos 8:1-6; 9:8; 10:19-22).
El mensaje principal de esta epístola es que Cristo es superior a todas las formas y rituales del judaísmo. Como el lector notará, la palabra característica a través de todo el libro es “mejor” (capítulos 1:4; 6:9; 7:7,19,22; 8:6; 9:23; 10:34; 11:16,35,40; 12:24).
Cosas eternas dentro de la epístola
Es interesante que a lo largo de toda la epístola el Espíritu de Dios busca unir el corazón del lector a las cosas celestiales y eternas, en lugar de lo que es terrenal y temporal. J. N. Darby dijo: “El lector observará cuán ansiosamente, por así decirlo, la Epístola aquí agrega el epíteto ‘eterno’ a todo. No era una base temporal o terrenal de relación con Dios, sino eterna; así de la redención; así de la herencia. En correspondencia a esto, en cuanto a la obra en la tierra, es de una vez por todas. No es de poca importancia notar esto en cuanto a la naturaleza de la obra. Por consiguiente, el epíteto se adjunta incluso al Espíritu” (Synopsis of the Books of the Bible [Sinopsis de los libros de la Biblia], nota al pie, volumen 5, página 335, edición de Loizeaux). Estas son:
• Salvación “eterna” (capítulo 5:9).
• Juicio “eterno” (capítulo 6:2).
• Redención “eterna” (capítulo 9:12).
• Espíritu “eterno” (capítulo 9:14).
• Herencia “eterna” (capítulo 9:15).
• Pacto “eterno” (capítulo 13:20).
Además de esto, el escritor también usa otros términos y expresiones para indicar cosas eternas:
• El trono del Hijo es “por el siglo del siglo” (capítulo 1:8).
• Él es un sacerdote “eternamente” (capítulos 5:6, 7:21).
• El Hijo hecho perfecto “para siempre” (capítulo 7:28).
• El Hijo sentado “en perpetuidad” a la diestra de Dios (capítulo 10:12, traducción J. N. Darby).
• Los creyentes hechos perfectos “para siempre” (capítulo 10:14).
El escritor de la Epístola: Pablo
La epístola es anónima. La versión Reina Valera Antigua indica que Pablo el Apóstol es el escritor, pero el título en donde se afirma esto no es divinamente inspirado, aunque la mayoría de los maestros de la Biblia están de acuerdo en que es correcta en este punto. Esto ha sido deducido de una declaración que el apóstol Pedro hizo en su segunda epístola. Él dice que una epístola había sido escrita por Pablo a los judíos, la cual él clasifica entre las “Escrituras” (2 Pedro 3:15-16). ¿A qué otra epístola podría estar refiriéndose aparte de esta? Si no es esta epístola a los Hebreos, ¡entonces Pedro se estaba refiriendo a una epístola de Pablo divinamente inspirada que se ha perdido! Esto significaría que Dios no ha preservado todas las Escrituras para nosotros, lo cual es algo que los cristianos unánimemente no aceptan.
También hay ciertas evidencias internas en la misma epístola que apuntan a que Pablo es el autor. Por ejemplo, el uso extensivo de figuras judías y las muchas citas de las Escrituras del Antiguo Testamento muestran que el escritor está tratando deliberadamente de ganar el oído de aquellos a quienes está escribiendo, favoreciendo sus tendencias, sin dejar de lado la verdad. Este es un principio sobre el cual Pablo actuó en su ministerio. Él dijo: “Heme hecho á los Judíos como Judío, por ganar a los Judíos” (1 Corintios 9:20). Además, la forma en que se habla de Timoteo sugiere que es Pablo (Hebreos 13:23).
Se podría preguntar que, si él es el escritor, ¿por qué no se presentó de manera normal, como en sus otras epístolas? Hay dos o tres razones para ello. Primero, Pablo no mencionó su apostolado aquí al escribir a sus hermanos hebreos porque su apostolado era exclusivamente para su obra entre los gentiles. Él era el “apóstol de los gentiles” (Romanos 11:13; 15:16; Gálatas 2:8). No tenía autoridad para dirigirse a sus compatriotas como apóstol. El apostolado de Pedro, por otro lado, era para su obra entre los judíos (Gálatas 2:7-8). Esto no significa que Pablo no pudiera dirigirse a sus hermanos judíos; simplemente significa que si lo hiciera, no podría hacerlo con autoridad apostólica.
Una segunda razón por la que no mencionó su apostolado fue que la carga del Espíritu de Dios en la epístola es presentar a Cristo como el gran “Apóstol” de nuestra profesión (Hebreos 3:1). Que Pablo introdujera su propio apostolado podría haber sido confuso y desviaría la atención de ese objetivo. Por lo tanto, cuidaría que sus lectores entendieran que el mensaje en la epístola venía de un Apóstol más grande que él: el Señor (capítulos 1:2; 12:24-25). Pablo, por lo tanto, permanece felizmente en el fondo a fin de colocar a Cristo en primer plano de una manera más pronunciada.
Una tercera razón podría ser que si la epístola, que fue escrita a los judíos creyentes, cayera en manos de judíos incrédulos, y supieran que su autor era Pablo, nunca la habrían leído. Habrían descartado todo el asunto inmediatamente porque lo veían como un renegado del judaísmo.
Una multitud mixta: Cinco advertencias contra la apostasía
La epístola fue escrita principalmente al remanente de la nación que había creído en el evangelio y había recibido a Cristo como su Salvador. Sin embargo, es evidente a partir de las advertencias incluidas en la epístola, que había algunos entre esta compañía que eran simplemente creyentes profesantes y no eran reales en absoluto. Tales individuos pudieron haber sido atraídos por las bendiciones externas relacionadas con el cristianismo (las poderosas señales y milagros, etc.), pero lamentablemente, no tenían verdadera fe en Cristo. Era, por lo tanto, una compañía mixta.
Los judíos que habían tomado la posición cristiana estaban experimentando la persecución de sus compatriotas incrédulos, y bajo esta coacción, se estaban cansando y comenzando a dudar del camino. Algunos fueron tentados a darse por vencidos y regresar al judaísmo. Para aquellos que eran simplemente creyentes profesantes, alejarse del cristianismo resultaría ser apostasía. La apostasía es el abandono formal de la fe que una persona ha profesado. Esto es algo que sólo un creyente meramente profesante podría y haría. Es algo muy solemne, porque una vez que una persona apostata del cristianismo, no hay esperanza ya de que se vuelva en arrepentimiento. La Escritura dice que recuperar a alguien así es “imposible” (Hebreos 6:4-6). Dado que había algunos entre ellos que estaban en peligro de apostatar, a través del curso de la epístola el escritor da cinco advertencias distintas en contra de retroceder del terreno cristiano y regresar al judaísmo (capítulos 2:1-4; 3:7–4:11; 5:11–6:20; 10:26-39; 12:16-27). En estas advertencias, explica en términos inequívocos la fatalidad de tal paso y los alienta a “ir adelante” (capítulo 6:1) en la senda cristiana, con verdadera fe, en lugar de “retirarse para perdición” (capítulo 10:39).
Algunos cristianos piensan que estas advertencias enseñan que un creyente puede perder su salvación si se aleja del Señor. Señalan pasajes similares como: Mateo 7:21-23; 12:43-45; 13:5-6,20-21; 24:13; 25:26-30; Marcos 3:28-30; Lucas 22:31-32; Juan 15:2-6; Romanos 11:22; 1 Corintios 9:27; 15:2; Hebreos 6:4-6; 10:26-29; 12:14; 2 Pedro 2:1,20-21, para apoyar su argumento. Sin embargo, una mirada más de cerca a estos pasajes de las Escrituras muestra que no están hablando de verdaderos creyentes en el Señor Jesucristo, sino de creyentes meramente profesantes que apostatan de la fe cristiana. El problema que muchos tienen y que los lleva a esta conclusión errónea, es que no saben diferenciar entre el retroceso y la apostasía. Ambas cosas se refieren al apartamiento de una persona de Dios, pero una (apostasía) es infinitamente peor que la otra. Un verdadero creyente puede retroceder, vacilar en sus convicciones y andar distanciado del Señor, pero no abandonará la fe ni abjurará de Cristo, lo cual es apostasía.
Se podría preguntar: “¿Por qué entonces fueron dadas estas advertencias concernientes a la apostasía en Escrituras dirigidas a creyentes, si no tienen aplicación para ellos?” La respuesta es que los escritores divinamente inspirados del Nuevo Testamento estaban, en muchas ocasiones, dirigiéndose a una multitud mixta de creyentes reales y meros profesantes, como es el caso en esta epístola. Por lo tanto, sus comentarios incluían advertencias para cualquiera que simplemente profesara fe en Cristo, que se movía entre los verdaderos creyentes. Tales comentarios tenían la intención de llegar a las conciencias de estas personas y despertarlas a su necesidad de ser salvadas. De este modo, se les advierte que si abandonan la fe cristiana, la cual ellos profesaban creer, ¡se perderían para siempre! La permanencia, por lo tanto, es la mejor y más segura garantía de si una persona es real (capítulo 3:6).
Dos clases de “si” en la Escritura
Hebreos es una epístola del “desierto”. Es decir, los santos son vistos en la tierra bajo prueba, andando en la senda de fe, teniendo ante ellos a Cristo en el cielo como su meta. Las epístolas del desierto (1 Corintios, Filipenses, Hebreos, 1 Pedro, etc.) están caracterizadas por tener varios “si” en el texto.
De hecho, hay dos tipos de “si” en las Escrituras que son muy diferentes: el “si” de condición y el “si” de argumentación. El “si” de condición asume que existe una posibilidad de fracaso en el camino, como resultado de que una persona no sea real o de que la fe en los justos fracase de alguna manera. Estos son los tipos de “si” que se encuentran en las epístolas del desierto. El “si” de argumentación, por otro lado, tiene que ver con el establecimiento de ciertos hechos por parte del escritor en su presentación, y luego basándose en esos hechos hacer una cierta afirmación. Cuando este sea el caso, la palabra “si” podría ser reemplazada por “desde que”. A menudo se ha dicho que Efesios no tiene “si” de condición. En esa epístola, los santos no son vistos como siendo probados en la tierra, sino más bien, sentados juntos en los lugares celestiales en Cristo (Efesios 2:6). Colosenses, por otro lado, tiene ambos: hay un “si” de condición en el capítulo 1:23 y hay dos “si” de argumentación en los capítulos 2:20 y 3:1. Hebreos también tiene ambos tipos de “si”.
La aplicación de la Epístola a la cristiandad
Si bien la epístola fue escrita a los creyentes judíos para ayudarlos a liberarse del judaísmo, no debemos pensar que no tiene aplicación para los gentiles que han creído en el evangelio. La profesión cristiana históricamente, y en su mayoría hoy, no ha entendido el llamamiento celestial y el carácter de la Iglesia, y se ha imaginado que es una especie de complemento de Israel. Los cristianos generalmente han malinterpretado la instrucción de Hebreos 9:8-9,23-24, que enseña que el sistema del tabernáculo del Antiguo Testamento es una figura del verdadero santuario en el cual los cristianos ahora adoran por el Espíritu. En lugar de verlo como una figura, han usado el tabernáculo como un patrón para sus iglesias, y han tomado prestadas muchas cosas en un sentido literal de ese orden judaico para sus lugares de adoración y sus servicios religiosos. De esta manera, han perdido por completo el punto de que Dios no quiere una mezcla de estos dos órdenes diferentes de adoración (Hebreos 13:10).
La siguiente es una lista de algunas de las cosas que se han tomado prestadas del judaísmo en la formación de grupos eclesiásticos denominacionales y no denominacionales:
• El uso de templos literales bien ornamentados y de catedrales como lugares de culto.
• Una casta especial de hombres ordenados que ofician en nombre de la congregación.
• El uso de instrumentos musicales para auxiliar con la adoración.
• El uso de un coro.
• El uso del incienso para crear una atmósfera religiosa.
• El uso de túnicas por parte de los “Ministros” y miembros del coro.
• El uso de un altar literal (aunque no sea para sacrificios).
• La práctica del diezmo.
• La observancia de los días santos y las fiestas religiosas.
• Un registro de nombres de personas en la congregación.
Es verdad que muchas de estas cosas judaicas han sido alteradas en cierta medida por estos grupos eclesiásticos para que encajen dentro de un contexto cristiano; sin embargo, estos lugares de culto todavía conservan los rasgos del judaísmo. De hecho, tristemente, este orden judío ha permeado la Iglesia. Gran parte de él ha estado presente en el cristianismo durante tanto tiempo que ha sido aceptado por las masas como el ideal de Dios. La mayoría de la gente hoy en día piensa que es bueno y correcto tener esta mezcla judeocristiana. Desafortunadamente, la mezcla de estos dos órdenes de adoración ha destruido la distinción de cada uno, y lo que ha resultado de la mezcla es algo que no es el judaísmo real, ni es el cristianismo real. Ambos han sido echados a perder (Lucas 5:36-39).
Lo que ha sucedido en gran medida es que la cristiandad se ha unido al “campamento” de la religión terrenal del cual los creyentes han sido llamados fuera (Hebreos 13:13, LBLA). F. B. Hole dijo: “La importancia de esta epístola para nuestros tiempos no puede ser exagerada. Multitudes de creyentes hoy en día, aunque gentiles, y por lo tanto sin ninguna relación con el judaísmo, están enredados en formas pervertidas del cristianismo, que consisten en gran medida en formas, ceremonias y rituales, que a su vez, son en su mayoría una imitación de ese ritual judío, una vez ordenado por Dios para rellenar el tiempo hasta que Cristo viniera” (Hebrews [Hebreos], página 1).
Dado que la cristiandad se ha impregnado de principios y prácticas judaicas, esta epístola tiene una importante aplicación práctica para todos los que dentro de la profesión cristiana invocan el nombre del Señor. Llama a los creyentes a “salir” a Cristo “fuera del campamento” porque Él no está conectado a ese orden de cosas en este momento (Hebreos 13:13, LBLA). Esto significa que debemos disociarnos de los principios y prácticas judaicas dondequiera que se encuentren, ya sea en el judaísmo formal o en lugares de culto cuasi judeocristianos. Lamentablemente, este llamado es en gran parte mal entendido y generalmente desatendido por los cristianos.
Una breve reseña de la epístola
La epístola tiene dos partes principales: una sección doctrinal, seguida de una sección práctica. Como en la mayoría de las epístolas, las exhortaciones prácticas se basan en la verdad doctrinal que se ha enseñado.
DOCTRINAL (capítulos 1–10:18): Esta sección tiene dos partes que se correlacionan con las dos formas en que Cristo es presentado en la epístola: como “el Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra fe” (capítulo 3:1, LBLA). Él es visto como un “Apóstol” en los capítulos 1–2, y en los capítulos 3–10:18, Él es visto como nuestro “Sumo Sacerdote”. Un apóstol es uno que ha sido enviado por Dios para un propósito particular, y un sacerdote es alguien que ha entrado a la presencia de Dios para interceder por los necesitados.
Como “Apóstol”, Cristo ha “salido de Dios” para revelarlo y llevar a cabo la redención (Juan 16:27). Como tal, Él es presentado como siendo infinitamente superior a las dos grandes clases de mensajeros que Dios usó en el judaísmo: los profetas y los ángeles.
Como “Sumo Sacerdote” (LBLA), Cristo ha entrado a la presencia de Dios para ocuparse de Su servicio actual como nuestro Intercesor (Juan 16:28b; Romanos 8:34; Hebreos 4:14). Él ha entrado allí para ministrar hacia el hombre y hacia Dios:
• Hacia el hombre: Socorriendo (ayudando) a los que son tentados (capítulo 2:18), compadeciéndose de los que tienen debilidades (capítulo 4:15), otorgando gracia y misericordia (capítulo 4:16), teniendo compasión de los ignorantes y extraviados (capítulo 5:2), y salvándolos en un momento de necesidad (capítulo 7:25).
• Hacia Dios: Asegurando el nuevo pacto (capítulo 8), ofreciéndose a Sí mismo sin mancha a Dios como sacrificio supremo para quitar el pecado (capítulos 9–10), y presentando nuestras alabanzas a Dios (capítulos 10:21; 13:15).
PRÁCTICA (capítulos 10:19–13:25): Esta sección contiene exhortaciones prácticas basadas en la enseñanza que se ha presentado en la parte doctrinal de la epístola. Hay siete grupos principales de exhortaciones centradas en las palabras “Lleguémonos”, “mantengamos”, “considerémonos”, “corramos”, “tengamos”, “salgamos”, “ofrezcamos” (capítulos 10:22,23,24; 12:1,28 (LBLA, nota al pie de página); 13:13,15).
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Publicado por:
CHRISTIAN TRUTH PUBLISHING
9-B Appledale Road
Hamer Bay (Mactier) ON P0C 1H0
CANADÁ
Primera edición en inglés – junio de 2017
Primera edición en español – mayo de 2025
VERSIÓN 1.0 en español, traducido de la versión 1.2 en inglés
Nota: La mayoría de las Escrituras citadas en este libro han sido tomadas de la versión Reina-Valera Antigua. Aunque la mayoría de los lectores probablemente están más familiarizados con la versión de 1960, ésta tiene derechos de autor, por lo que hemos utilizado la Antigua versión. En los lugares donde la Antigua versión no provee el sentido correcto, se ha usado La Biblia de las Américas (LBLA) o se han traducido pasajes de las traducciones de King James, J. N. Darby o W. Kelly para ayudar a transmitir los pensamientos de la obra original en inglés. Estas versiones, en especial la de J. N. Darby, son fieles traducciones de los idiomas originales.
Escrituras tomadas de La Biblia de las Américas® (LBLA®), Copyright © 1986, 1995, 1997 por The Lockman Foundation. Usadas con permiso. www.LBLA.com
Hebreos 1:1-3: Cristo superior a los profetas
Cristo, el Apóstol de nuestra profesión
El escritor comienza esta gran tesis magnificando a Cristo. Como se mencionó en la introducción, en los capítulos 1–2, Él es presentado como el “Apóstol” de nuestra profesión. Él es visto como habiendo venido de Dios para cumplir la voluntad de Dios para gloria de Dios. En estos capítulos, Él es comparado con los dos tipos más grandes de mensajeros que tuvo el sistema legal: los profetas y los ángeles. En todos los sentidos se muestra que Él es infinitamente superior.
Las glorias de Cristo como Hijo de Dios e Hijo del Hombre
En estos primeros capítulos, las glorias de Cristo se ven de dos maneras:
• Como el Hijo de Dios, enfatizando Su deidad (capítulos 1:1–2:4).
• Como el Hijo del Hombre, enfatizando Su humanidad perfecta (capítulo 2:5-18).
Hay un tipo de estas dos facetas de la Persona de Cristo en “el arca” del sistema del tabernáculo (Éxodo 25:10-16). Estaba hecha de dos materiales: “oro puro”, que tipifica Su divinidad, y “madera de acacia” (LBLA) (“madera incorruptible” según la versión Septuaginta), que tipifica Su humanidad perfecta. En Hebreos 1 tenemos el oro puro, y en Hebreos 2 tenemos la madera de acacia.
El propósito de magnificar la grandeza de Cristo
Tal vez el argumento más fuerte y convincente que los judíos pondrían ante una persona que quisiera abandonar el judaísmo es el hecho de que Dios mismo lo había ordenado. Dios lo entregó a la nación de Israel por la mano de Moisés y por “disposición de ángeles” (Hechos 7:53). Su argumento es que, dado que la mayor Autoridad en el universo designó este sistema de adoración, ninguna persona en la tierra debería pensar en alterarlo. Los judíos incrédulos recalcarían este punto sobre aquellos que estaban contemplando abandonar el judaísmo, y les dirían que estaban siendo persuadidos a “apartarse [apostatar] de Moisés” (Hechos 21:21) por predicadores cristianos que no tenían ninguna autoridad para enseñar tales cosas. De dar ese paso, ellos dirían: ¡Este fue un acto de desobediencia y rebelión, con el que están rechazando a Dios mismo!
Esto, por supuesto, sería terriblemente perturbador para los creyentes judíos cuyas conciencias habían sido formadas por las demandas de ese sistema legal. Sin embargo, si ellos entendieran que el Dios que le dio a Israel la religión del judaísmo era la misma Persona que ahora los estaba llamando a salir de ella, responderían con más confianza al llamado. Por lo tanto, los capítulos 1–2 están dedicados a establecer el hecho de que el Señor Jesucristo es Dios en la Persona del Hijo, y que es Él quien les está hablando acerca de dejar el judaísmo por algo mejor en el cristianismo. Él es el Orador divino a lo largo de la epístola.
La palabra hablada por Cristo es mayor que la de los profetas
Versículo 1.— La primera palabra en la epístola es “Dios”. Es el único libro en la Biblia que comienza de esta manera. Inmediatamente nos pone cara a cara con la Persona que está hablando en esta epístola. No es un profeta, ni un ángel, ni un apóstol de Cristo, sino Dios mismo en la Persona del Hijo. Dado que no podría haber una Persona más grande en el universo, el lector debe tomar con mucha seriedad lo que está a punto de ser declarado.
El escritor nos informa que mientras que Dios ha hablado a su pueblo Israel a través de algunos mensajeros poderosos en tiempos pasados, ahora ha hablado de una manera mucho mayor. Él dice: “Dios, habiendo hablado muchas veces y en muchas maneras en otro tiempo á los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por [en la Persona de] el Hijo”.
“Profetas” (versículo 1) y “ángeles” (versículo 4) fueron los dos grandes tipos de mensajeros que Dios usó en la economía judía para comunicarse con Su pueblo. Los judíos hacían referencia con orgullo a estos mensajeros como una marca de que la nación contaba con el favor de Dios, y eso es cierto, porque ningún otro pueblo sobre la tierra ha tenido jamás tan distinguidos medios de comunicación de parte de Dios (Deuteronomio 4:7). Sin embargo, el punto que el escritor está haciendo aquí es que con la venida de Cristo (Su primer advenimiento), Dios ha hablado a Su pueblo “en el Hijo” (traducción J. N. Darby). Este es un medio de comunicación infinitamente mayor que el de los profetas y los ángeles. ¡No es simplemente que Dios ha enviado un Mensajero mayor en Cristo, sino que Dios mismo ha venido a la nación para hablarles en la Persona del Hijo! Si los judíos se sintieron privilegiados de tener mensajeros tan exaltados como los profetas y ángeles que vinieron a ellos de parte de Dios, ¡deberían haberse sentido doblemente privilegiados de haber tenido una “visitación” de Dios mismo! (Lucas 1:78; 19:44).
En “otro tiempo” Dios había hablado a Su pueblo “de muchas maneras” (en diferentes formas) “por los profetas” —a través de sueños, a través de visiones, a través de una voz audible, etc.— pero ahora “en estos postreros tiempos” de comunicación profética, Él ha hablado “en el Hijo”. Esto fue de dos maneras: en primer lugar, cuando el Señor estaba aquí en la tierra (capítulo 2:3), y en segundo lugar, al momento de escribir esta epístola, Él estaba hablando desde el cielo (capítulo 12:25).
Una digresión
Para comprender adecuadamente lo que se está impartiendo en este pasaje, debemos tomar en cuenta la digresión que ocurre a partir del capítulo 1:2 (después de la palabra “Hijo”) hasta el final del capítulo, donde el Espíritu Santo guía al escritor a desplegar la gloria y la grandeza de la Persona de Cristo, antes de continuar con una advertencia Suya en el capítulo 2:1-4. Esto se hace para enfatizar QUIÉN es el que está hablando, y así lograr que con mayor fuerza lo dicho halle cabida en sus corazones y conciencias. Si seguimos el hilo del argumento saltándonos la digresión, se leerá: “Dios” nos “ha hablado por [en la Persona de] el Hijo ... por tanto, es menester que con más diligencia atendamos á las cosas que hemos oído”. El punto aquí es que, como la importancia de todo lo que es dicho depende de la grandeza de la persona que lo ha dicho, ellos, por consiguiente, deben atender con más diligencia lo que se dice en esta epístola porque ¡es Dios mismo quien está hablando!
Una visión séptuple de la gloria de Cristo
Versículos 2-3.— Como ya se mencionó, el propósito de la digresión es magnificar la gloria y grandeza de Cristo. El escritor, por lo tanto, se vuelve para asignarle muchos atributos maravillosos de la deidad, y así distinguirlo de todos los demás como el Hijo de Dios. Se mencionan siete cosas en particular que prueban Su superioridad sobre todos los profetas que alguna vez vivieron y hablaron por Dios:
EL HEREDERO DE TODO: En primer lugar, siendo el Hijo, Él ha sido “constituido Heredero de todo” (versículo 2). La herencia es todo lo creado. ¡Esta simple declaración nos dice que todo le pertenece a Él! A ningún profeta, independientemente de lo distinguido que pudiera haber sido, jamás se le dio tal cosa. Esto inmediatamente separa al Hijo de todos los profetas. Cuando Cristo se levante para redimir Su herencia en un día venidero (Efesios 1:14), Él la compartirá con nosotros porque somos “herederos de Dios y coherederos de Cristo”, y así reinaremos sobre ella juntos (Romanos 8:17; 1 Corintios 3:21-22). Pero ese no es el punto que el escritor está haciendo aquí. Su énfasis está en la dignidad de Cristo de tener la herencia por el hecho de ser quien es.
EL CREADOR DEL UNIVERSO: En Segundo lugar, Él “hizo el universo” (versículo 2). De nuevo, un profeta podría referirse a las obras creadoras de Dios al hablar a la gente, pero jamás se atrevería a afirmar ser el creador de ellas. El hecho de que Cristo creó el universo (Juan 1:3; Colosenses 1:15-16) atestigua Su deidad, porque la Escritura declara claramente que Dios creó los cielos y la tierra (Génesis 1:1, etc.).
EL RESPLANDOR DE LA GLORIA DE DIOS: En tercer lugar, Cristo es “el resplandor” o brillo de la gloria de Dios (versículo 3). Por tanto, Él es el gran Revelador de Dios (Juan 1:18). Esto es más que el testimonio dado por un profeta acerca de Dios; se trata del resplandor real de Dios mismo, algo que sólo podría ser hecho por una Persona divina. Así, todas las cualidades morales y espirituales de Dios brillan en Él. No se trata de un mero reflejo de Dios, como cuando Moisés reflejó la gloria de Dios en su rostro, sino de llevar en exhibición los atributos mismos de Dios. H. Smith dijo: “El Hijo se ha acercado a nosotros de una manera que hace posible que veamos a Dios mostrado en todos Sus atributos” (The Epistle to the Hebrews [La Epístola a los Hebreos], página 8).
LA IMAGEN MISMA DE LA SUSTANCIA DE DIOS: En cuarto lugar, Cristo, el Hijo de Dios, no es sólo el Revelador de Dios, ¡Él es Dios! (versículo 3). Todos los atributos esenciales de la deidad están en Él personalmente. Él es la misma “imagen [expresión]” de la “sustancia” de Dios. Sería una blasfemia para cualquier profeta reclamar tales atributos, y ninguno se ha atrevido a hacerlo.
EL SUSTENTADOR DEL UNIVERSO: En quinto lugar, Cristo, el Hijo de Dios, es también el Sustentador del universo (versículo 3). Es decir, Él mantiene toda la creación en curso día a día. Por lo tanto, Él no sólo es el Heredero de “todo” y el Creador de “todas las cosas”, sino que también es el Sustentador de “todas las cosas”. La Escritura dice: “Por Él todas las cosas subsisten” (Colosenses 1:17). Él hace esto, como se nos dice, “por la Palabra de Su potencia [poder]” (Salmo 147:15-18; 148:8).
EL PURGADOR DE LOS PECADOS: En sexto lugar, Cristo hizo “la purgación de nuestros pecados por Sí mismo” (versículo 3). Es decir, Él ha resuelto toda la cuestión del pecado mediante el sacrificio de Sí mismo. Como resultado, el pecado ha sido “deshecho” ante Dios judicialmente (capítulo 9:26), y un día será “quitado” de la creación por completo (Juan 1:29). No hace falta decir que esto es algo que ningún profeta o sacerdote en el sistema mosaico hizo, o podría hacer. Aquellos sacrificios del Antiguo Testamento en el Día de la Expiación (Levítico 16) indicaban la persistencia de los pecados del pueblo año tras año (Éxodo 30:10; Levítico 16:34; Hebreos 9:7,25; 10:3). No podían deshacer el pecado, ni podían purgar la conciencia de un creyente, como lo hace el sacrificio perfecto de Cristo (capítulos 9:14; 10:1-2). La RVA dice que Él purgó “nuestros pecados”, lo cual no es una traducción correcta. Restringe el alcance de Su obra de purificación a los pecados de los creyentes, mientras que la obra aquí es general, tocando cada aspecto de la presencia del pecado en la creación (capítulo 2:9).
Se nos dice que Cristo hizo esto “por Sí mismo”. J. N. Darby dijo: “El verbo griego aquí tiene una forma peculiar, que le da un sentido reflexivo, haciendo que lo hecho regrese al hacedor, devolviendo la gloria de lo hecho sobre Aquel que lo hizo” (Synopsis of the Books of the Bible, sobre Hebreos 1:3, nota al pie). Por lo tanto, la obra consumada de Cristo en la cruz fue hecha por Él mismo y para Sí mismo, pero el énfasis en el versículo no está tanto en lo que Él hizo —por grande que sea— sino en QUIÉN lo hizo. Al notar esto, el hermano Darby dijo: “Incidentalmente se habla de la purgación de nuestros pecados, y luego escuchamos de Su gloria en lo alto” (Collected Writings, volumen 27, página 388).
EL EXALTADO A LA DIESTRA DE DIOS: En séptimo lugar, habiendo completado la obra de purgación, el Señor ascendió al cielo y “se sentó” a la “diestra de la Majestad [grandeza] en las alturas” (versículo 3). ¡Por el hecho de ser quien es, Él podría entrar en el verdadero santuario en los cielos y sentarse en el trono de Dios! J. N. Darby comentó: “Él podría sentarse en el trono de Dios, y no ensuciarlo” (Collected Writings, volumen 27, página 339). Satanás, como “querubín grande”, intentó hacer eso mismo e inmediatamente fue expulsado del cielo (Isaías 14:12-15; Ezequiel 28:11-19), pero cuando Cristo ascendió al trono, todo el cielo se levantó para coronarlo de gloria y de honra (Hebreos 2:9). Siendo quien era, entró en la presencia de “la Majestad en las alturas” y no fue opacado por la gloria de Dios que brillaba allí. ¡Ese era Su lugar por derecho porque Él es Dios! Ningún profeta se sentará jamás en un lugar tan exaltado. Se dice que los cristianos están sentados en lugares celestiales en Cristo Jesús (Efesios 2:6), pero ellos tampoco se sentarán jamás a la diestra de Dios; ese lugar está reservado solo para Cristo. Él se sienta allí por el hecho de ser QUIEN es.
Para resumir los atributos del Hijo de Dios arriba mencionados, Él es:
• El fin de toda la historia, siendo “Heredero de todo”.
• El comienzo de toda la historia, habiendo “hecho el universo”.
• Más allá de toda la historia, siendo “el resplandor” de la gloria de Dios y “la misma imagen de Su sustancia”.
• A lo largo de toda la historia, como el que “sustenta todas las cosas”.
• El Único Sacrificio para toda la historia, habiendo hecho la “purificación de pecados” (traducción J. N. Darby).
• Por encima de toda la historia, como estando sentado “á la diestra de la Majestad en las alturas”.
Cristo sentado a la diestra de Dios en cuatro facetas
Es significativo que Cristo es visto sentado a la diestra de Dios cuatro veces en esta epístola. Cuando los cielos fueron “abiertos” para que Esteban mirara, vio a Cristo “de pie a la diestra de Dios” (Hechos 7:56, LBLA). El Señor estaba de pie en ese momento porque todavía estaba extendiendo la oportunidad a los judíos de recibirlo como su Mesías, a pesar de que lo habían rechazado y crucificado. Él seguía allí listo para regresar a la tierra a establecer el reino, como se afirma en los escritos de los profetas del Antiguo Testamento, si tan solo se arrepentían y se convertían (Hechos 3:19-20). Pero ellos no quisieron tener a Cristo sino que enviaron a Esteban al cielo con este mensaje: “No queremos que éste reine sobre nosotros” (Lucas 19:14). Fue solo después de esto que Dios judicialmente puso a un lado a la nación y comenzó una nueva partida en Sus tratos hacia los gentiles (Hechos 15:14) para llamar de entre ellos creyentes a ser parte de una cosa completamente nueva —la Iglesia de Dios—. La epístola a los Hebreos, escrita algunos años después de la lapidación de Esteban, nos da otro vistazo del cielo, y vemos a Cristo, ya no de pie, sino sentado a la diestra de Dios. Esto demuestra que Dios ya no estaba alcanzando a la nación según el pacto como lo hiciera una vez, y que ahora la oportunidad de que Cristo regresara a la tierra como el Mesías de Israel y estableciera el reino había terminado. Aquellas cosas han quedado suspendidas por un período de tiempo no revelado.
Del periódico The Remembrancer [El Recordador]: “JESÚS seguía de pie, pues no fue sino hasta que Israel rechazó el testimonio del Espíritu Santo que Él se sentó definitivamente, esperando el juicio de Sus enemigos. Antes, permaneció en la posición de Sumo Sacerdote de pie ... los judíos habiendo hecho con el testimonio del Espíritu Santo lo mismo que le hicieron a JESÚS, y habiendo enviado (por así decirlo) en la persona de Esteban un mensajero tras Él para decir: ‘No queremos que Éste reine sobre nosotros’, Cristo definitivamente toma Su lugar sentado en el cielo, hasta que juzgue a los enemigos que no quisieron que Él reinara sobre ellos. Es en esta última posición que Él es visto en la epístola a los Hebreos ... Me parece que esta es la razón por la que se le ve de pie. No había tomado definitivamente Su lugar como sentado para siempre (o ‘a perpetuidad’) —eis to dienekes (Hebreos 10:12)— en el trono celestial hasta que el testimonio del Espíritu Santo a Israel de Su exaltación hubiera sido definitivamente rechazado en la tierra” (The Remembrancer, volumen 18, páginas 158-160).
Se menciona que Cristo está sentado a la diestra de Dios por cuatro razones diferentes:
• En el capítulo 1:3, Él se sienta allí a causa de la grandeza de Su Persona, como el Hijo de Dios.
• En el capítulo 8:1, Él se sienta allí a causa de Su presente obra de intercesión, como nuestro Sumo Sacerdote.
• En el capítulo 10:12, Él se sienta allí como habiendo consumado victoriosamente la obra de expiación, como el gran Redentor.
• En el capítulo 12:2, Él se sienta allí habiendo caminado perfectamente por la senda de fe, como el Objeto de la fe.
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Podemos ver por lo que ha estado delante de nosotros acerca de la grandeza de Cristo en relación con los profetas de Israel, que en realidad, desde que Él es Dios “en la Persona del Hijo” (Hebreos 1:2, traducción J. N. Darby), no existe comparación en absoluto. Cristo es una Persona infinita, el Creador y Sustentador del universo, ¡mientras que los profetas no son más que simples hombres! De hecho, el más grande de todos los profetas dijo: “Viene quien es más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de Sus zapatos” (Lucas 3:16).
Hebreos 1:4-2:18: Cristo superior a los ángeles
El escritor ahora pasa al segundo tipo de mensajero en la antigua economía judaica: los ángeles. La nación de Israel ha tenido una rica historia de intervenciones y comunicaciones angelicales. Los judíos tenían en alta consideración este ministerio de los ángeles, y lo veían como una marca del favor de Dios sobre ellos, y tenían toda la razón al creer esto. Asumieron que, si uno dejara el judaísmo, se alejaría de este increíble ministerio. Sin embargo, el escritor muestra que esto no es cierto. Él indica aquí que los ángeles también ministran a aquellos que creen en el Señor Jesucristo (versículo 14). Una mirada rápida al libro de los Hechos confirma esto (Hechos 1:10-11; 5:19; 8:26; 10:3-7; 12:7-10,23, etc.).
La tendencia judía de exaltar a los ángeles
Los judíos tenían una tendencia a exaltar y ensalzar a los seres angélicos. Tan altamente estimado era el ministerio de los ángeles entre los judíos que había una secta (los esenios) que iba más allá de la ortodoxia judía y realmente los adoraba. Pablo alude a este error en Colosenses 2:18-19. Era necesario, por lo tanto, hablar de la superioridad de Cristo sobre los ángeles para disolver cualquier idea de que ellos estaban a la par con Él. Los ángeles son ciertamente seres creados de un orden superior a los profetas (que no eran más que hombres), pero para que nadie llegara a pensar que los ángeles estaban a poca cosa de ser iguales a Cristo, esta sección que sigue elimina de raíz esa idea.
En la primera sección, el escritor de la epístola ha declarado siete cosas que distinguen a Cristo de los profetas como infinitamente superior a ellos (capítulo 1:1-3). Ahora cita siete pasajes de las Escrituras para mostrar que Él también es infinitamente superior a los ángeles (capítulos 1:4–2:18).
COMO HIJO, TIENE UN LUGAR Y UN NOMBRE SUPERIORES: La primera cita es del Salmo 2:7. Se refiere a cuando Cristo vino al mundo como hombre. Él tenía “un lugar” en la casa de Dios y “un nombre” que lo distinguía como superior a los ángeles (versículo 4). El escritor dice: “Hecho tanto más excelente que los ángeles, cuanto alcanzó por herencia más excelente nombre que ellos. Porque ¿á cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Mi Hijo eres Tú, hoy Yo te he engendrado?” (versículos 4-5a). Su punto aquí es que los ángeles no son más que siervos en la casa de Dios, ¡mientras que Cristo es el Hijo! H. Smith dijo: “Cristo tiene un lugar y un nombre muy por encima de los ángeles. El Salmo 2:7 es citado para probar que viniendo al mundo, Cristo toma un lugar mucho mejor que el de los seres creados más exaltados” (Hebrews, página 10).
En ningún momento Dios ha llamado a un ángel, “Mi Hijo”. Este término denota la relación especial que Cristo tiene con el Padre, como el Hijo eterno de Dios. (Nota: Él no dice: “Hoy Yo Te he engendrado; Mi Hijo eres Tú”, sino que lo expresa en el orden inverso: “Mi Hijo eres Tú, hoy Yo Te he engendrado”. Cristo es declarado ser el “Hijo” antes de aquel “hoy” cuando se hizo Hombre. Por lo tanto, Su condición de Hijo es eterna). En el Antiguo Testamento se hizo referencia a los ángeles como a “hijos de Dios” (Génesis 6:2,4; Job 1:6; 2:1; 38:7; Salmo 82:6), pero nunca como el Hijo. La expresión “hijos de Dios” no se utiliza más con relación a los ángeles después de que Cristo resucitó de entre los muertos, porque al resucitar de entre los muertos se convirtió en la Cabeza de una nueva raza de hombres (Colosenses 1:18; Hebreos 2:10; Apocalipsis 3:14) que ahora son designados “los hijos de Dios” (Romanos 8:14). Estos creyentes también son llamados “hermanos” de Cristo (Romanos 8:29; Hebreos 2:11-12) y “participantes [compañeros]” de Cristo (Hebreos 3:14). Por lo tanto, los ángeles ya no son el orden más alto de los seres creados de Dios; ahora esta nueva raza de hombres —nuevas criaturas en Cristo— es superior a ellos (Gálatas 6:15; 2 Corintios 5:17). No que los ángeles hayan sido degradados, o que sean menos capaces de lo que alguna vez fueron, sino más bien que esta nueva raza (los creyentes en el Señor Jesucristo) ha sido elevada por encima de ellos. Tampoco los ángeles están celosos de este cambio.
COMO HIJO, TIENE UN LUGAR ESPECIAL EN LOS AFECTOS DEL PADRE: El segundo pasaje se cita de 2 Samuel 7:14 para enfatizar que Cristo tiene también un lugar especial en los afectos del Padre que los ángeles no tienen: “Yo seré á Él Padre, y Él Me será á Mí Hijo” (versículo 5b). Esto se dijo originalmente del hijo inmediato de David, Salomón, pero los términos y la duración de su reino que el profeta describe apuntan claramente a Uno que, aun siendo Hijo de David, es mayor que él: el Señor Jesucristo (Mateo 1:1; 15:22; 21:9). En ningún momento Dios se ha dirigido a un ángel en términos tales de relación y cariño. Nunca se dice que los ángeles sean amados, o que ellos amen, pero en contraste con esto, ¡el Hijo habita “en el seno del Padre” y toma placer continuamente del disfrute de Su amor! (Juan 1:18).
COMO PRIMOGÉNITO, ÉL ES EL OBJETO DE LA ADORACIÓN ANGELICAL: Se presenta una tercera Escritura: “Cuando introduce al Primogénito en la tierra, dice: ¡Y adórenle todos los ángeles de Dios!” (versículo 6). Esta es una cita del Salmo 97:7. La lógica en este punto es irrefutable; si los ángeles lo adoran, entonces Él es obviamente más grande que ellos. El Salmo 97 se refiere a la Aparición de Cristo (Su segundo advenimiento) cuando Él viene en juicio para arreglar el mundo. Él intervendrá desde el cielo en ese momento como un Hombre glorificado, ¡y como Hombre glorificado será adorado por los ángeles!
El hecho de que Cristo recibe adoración de los hombres (Mateo 2:11; 8:2; 9:18; 15:25; 20:20; 28:9,17; Juan 9:38; Apocalipsis 5:9, etc.) y de los ángeles (Salmo 97:7; Apocalipsis 5:11-14) prueba Su deidad, porque toda adoración de las criaturas de Dios debe ser dada solo a Dios (Mateo 4:10; Apocalipsis 22:8-9). Las Escrituras prohíben estrictamente dar adoración a cualquier otro, porque eso es idolatría (Éxodo 20:3-5).
COMO CREADOR, ÉL HIZO A LOS ÁNGELES PARA QUE LE SIRVAN: El escritor presenta una cuarta Escritura del Salmo 104:4: “El que hace á Sus ángeles espíritus, y á Sus ministros llama de fuego” (versículo 7). Por lo tanto, ¡los ángeles son criaturas hechas por Cristo! ¡Él es su Creador! Este versículo nos dice por qué fueron hechos: para ser Sus “ministros” (siervos). Por lo tanto, Cristo está tan por encima de los ángeles en cuanto a su persona que es incomprensible siquiera pensar en compararlo con ellos.
COMO DIOS, ÉL TIENE UN TRONO, UN CETRO Y UN REINO: Luego, una quinta Escritura se cita del Salmo 45:6: “Mas al Hijo: Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo; vara de equidad la vara de Tu reino” (versículo 8). En este pasaje se le habla a Cristo como “Dios”. ¿Qué podría atestiguar más claramente Su deidad? Si Él es Dios, entonces los ángeles son ciertamente inferiores a Él.
Al igual que con el Salmo 97, el Salmo 45 también tiene que ver con la aparición de Cristo. Cuando Él venga a gobernar públicamente sobre el mundo, establecerá un reino que continuará “por el siglo del siglo”, es decir, mientras el tiempo dure. Una vez más, el punto del escritor aquí es inequívocamente claro; ningún ángel ha tenido jamás un “trono”, un “cetro” o un “reino”. Los ángeles son siervos en el reino de Cristo y están felices de serlo, pero nunca se elevan a un estatus más alto que ese.
Además, este salmo declara que Cristo ha “amado la justicia y aborrecido la maldad”, por lo cual, Dios lo “ungió” con “óleo de la alegría”. Esta es una referencia al Espíritu Santo que viene y reposa sobre el Señor en Su bautismo (Mateo 3:16), separándolo así de Sus “compañeros”, sus hermanos judíos que estaban siendo bautizados en ese momento. El hecho de amar la justicia y aborrecer la maldad muestra que Cristo está moral y espiritualmente preparado para gobernar el mundo, pues gobernará con “rectitud” (Salmo 98:9). Los ángeles no han sido preparados así porque no están destinados a gobernar.
COMO SEÑOR (JEHOVÁ), ÉL ES EL INMUTABLE: Un sexto pasaje es citado del Salmo 102:25-27, el cual muestra la eternidad de Cristo en comparación con las cosas creadas. “Y: Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra; y los cielos son obras de Tus manos: Ellos perecerán, mas Tú eres permanente; y todos ellos se envejecerán como una vestidura; y como un vestido los envolverás, y serán mudados; empero Tú eres el mismo, y Tus años no acabarán” (versículos 10-12). El punto aquí es que las cosas de esta creación material serán “mudadas”, pero Cristo nunca mudará porque Él es “el Mismo” —el Inmutable—. Esas cosas materiales un día “perecerán” (2 Pedro 3:10), pero Él “permanece” (LBLA).
COMO SEÑOR (ADONAI), ÉL TIENE EL DERECHO SOBERANO DE REINAR: Un séptimo pasaje es citado del Salmo 110:1 Para mostrar que por el hecho de ser quien es, Cristo tiene el derecho soberano de reinar supremo en el mundo venidero. El escritor dice: “Pues, ¿á cuál de los ángeles dijo jamás: Siéntate á Mi diestra, hasta que ponga á Tus enemigos por estrado de Tus pies?” (versículo 13). Cristo ha sido invitado a sentarse a la “diestra” de Dios hasta el día en que Sus enemigos sean derribados. Este es un lugar en el que ningún ángel ha sido invitado a sentarse; el cual lo distingue como Superior a ellos.
En cuanto a los ángeles, el escritor agrega que no tienen un papel más alto que el de “espíritus ministradores” enviados por el Señor como Sus siervos para cuidar providencialmente de “los herederos de salud [la salvación]”. Estos son aquellos que serían salvos por Su gracia (versículo 14).
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Para resumir lo anterior, en el proceso de magnificar la grandeza de la Persona de Cristo, el escritor ha afirmado aspectos de Él que sólo se dicen de Dios mismo. Esto enfatiza Su deidad.
• Él es el Hijo de Dios (versículos 4-5a).
• Él tiene un lugar especial en los afectos de Su Padre (versículo 5b).
• Él es el Objeto de adoración angelical (versículo 6).
• Él hizo a los ángeles para que fueran Sus siervos (versículo 7).
• Él es llamado Dios, teniendo un trono, un cetro y un reino (versículo 8).
• Él es Jehová, el Mismo y el Inmutable (versículos 10-12).
• Él tiene el derecho soberano de sentarse a la diestra de Dios (versículo 13).
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Hebreos 2:1-4: Primera advertencia contra la apostasía
El peligro de deslizarse de la palabra hablada por el Hijo
Versículo 1.— Después de una larga digresión que va desde el capítulo 1:2b hasta el final del mismo (donde el escritor habla de las glorias de Cristo), ahora nos trae de regreso a la palabra hablada por el Hijo. Él dice: “Por tanto, es menester que con más diligencia atendamos á las cosas que hemos oído, porque acaso no nos escurramos [deslicemos]”. El gran peligro para algunos entre los hebreos era el de deslizarse del terreno cristiano que habían asumido y regresar al judaísmo. Eso sería apostasía. El escritor usa la palabra “nos” aquí, no para referirse a creyentes en el Señor Jesucristo, sino a aquellos que eran de origen judío, entre los cuales el escritor mismo se incluye. (Esto es característico de las epístolas hebreo-cristianas: Hebreos, Santiago y 1 y 2 Pedro, aunque puede haber algunas excepciones).
Versículo 2.— El escritor hace una comparación entre “la palabra dicha por los ángeles” en la entrega del pacto legal (Hechos 7:53) y la palabra que fue “publicada por el Señor” cuando vino a los judíos en Su primer advenimiento. Les pide que consideren que si la palabra de los ángeles en la Ley contra los ofensores fue “firme (no pudo ser derogada ni anulada), y toda rebelión y desobediencia recibió justa paga de retribución”, ¡cuánto más severo sería el juicio si descuidaran la palabra hablada por el Señor que es una Persona infinitamente mayor! ¿Cómo podrían “escapar” del juicio seguro que caería sobre ellos si se volvían? Por lo tanto, la palabra de Cristo es superior a la de los ángeles.
Él dice: “¿Cómo escaparemos nosotros, si tuviéremos en poco una salud [salvación] tan grande?” La “salvación tan grande” que el Señor anunció en Su ministerio terrenal no es la salvación eterna del alma anunciada en el evangelio de la gracia de Dios (Hechos 20:24), como comúnmente se piensa, sino una liberación temporal para la nación de sus enemigos. En ese momento, los judíos estaban cautivos de los romanos que gobernaban sobre ellos en su propia tierra, y estaban muy necesitados de este tipo de liberación. El Señor Jesús fue enviado por Dios como el “Cuerno de Salvación” de Dios para la liberación de la nación (Lucas 1:68-71). Él vino pregonando “libertad a los cautivos” que estaban bajo el yugo romano (Lucas 4:18-19). Esta fue una de las bendiciones externas prometidas a la nación en el evangelio del reino que el Señor anunció (Mateo 4:23; Marcos 1:14). Al entrar en Jerusalén, el pueblo clamaba “Hosanna” (que significa “¡Salva ahora!”) y esperaba grandes cosas de Él en ese sentido (Mateo 21:15). Mas los líderes hicieron que el pueblo lo rechazara, y esta gran salvación de sus enemigos fue, por lo tanto, pospuesta. Si los judíos hubieran recibido a Cristo, Él habría salvado a la nación liberándolos de su esclavitud. La nación habría evitado su destrucción en el año 70 d. C. y habría sido bendecida por Dios tal como se prometió en los escritos de sus profetas.
El escritor también dice que la promesa de esta salvación temporal de sus enemigos fue “confirmada” al pueblo por los apóstoles (Hebreos 2:3; Hechos 3:19-21) y también por el “testimonio” de Dios mismo en los milagros que acompañaron la predicación de ese evangelio (Hebreos 2:4; Hechos 3:6-10; 5:15-16, etc.). Así, la nación “gustó la buena Palabra de Dios, y las virtudes del siglo venidero” (Hebreos 6:5).
Esta “salvación (nacional) tan grande” en Hebreos 2:3 no podría ser la salvación espiritual de las “almas” anunciada en el evangelio de la gracia de Dios en la actualidad (1 Pedro 1:9; Hechos 16:31, etc.), porque dice que fue anunciada “primeramente” por el Señor cuando estuvo aquí en la tierra. El evangelio que el Señor predicó fue el evangelio del reino (Mateo 4:23; Marcos 1:14). Ese mensaje lo presentaba como el Rey y Mesías de Israel que vendría a la nación en su momento de necesidad y los salvaría de sus enemigos, y establecería Su reino en poder y gloria. No fue sino hasta después de que los judíos rechazaron formalmente a Cristo y enviaron un hombre (Esteban) a Dios con el mensaje: “No queremos que Éste reine sobre nosotros” (Lucas 19:14; Hechos 7:54-60), que el evangelio de la gracia de Dios salió al mundo (Hechos 11:19-21; 13:46-48; 15:14; 20:24; 28:28).
Con respecto a este punto en Hebreos 2:3, H. Smith dijo: “En su interpretación estricta, la salvación de la cual habla el escritor no es el evangelio de la gracia de Dios como se presenta hoy; tampoco contempla la indiferencia de un pecador al [tener en poco] el Evangelio. Sin embargo, seguramente se puede hacer una aplicación en este sentido, porque siempre debe ser cierto que no puede haber escapatoria para quien finalmente descuida el Evangelio. Aquí se trata de la salvación, que fue predicada por el Señor a los judíos, por la cual se abría un camino de escape para el remanente creyente de aquel juicio que estaba a punto de caer sobre la nación. Esta salvación fue predicada después por Pedro y los otros apóstoles en los primeros capítulos de los Hechos, cuando dijeron: ‘Sed salvos de esta perversa generación’. Este testimonio fue respaldado por Dios con ‘señales y prodigios, y diversos milagros’. El Evangelio del Reino será predicado nuevamente después de que la Iglesia haya sido completada” (The Epistle to the Hebrews, páginas 12-13).
J. N. Darby también dijo: “Es la predicación de una gran salvación hecha por el Señor mismo cuando estaba en la tierra; no el evangelio predicado, y la Iglesia unida después de la muerte de Cristo. Este testimonio, en consecuencia, continúa hasta el Milenio sin hablar de la Iglesia, un hecho que debe notarse no sólo en estos versículos, sino en la epístola entera” (Collected Writings, volumen 28, página 4).
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La importancia de la muerte de Cristo
Capítulo 2:5-18.— Los comentarios del escritor a la compañía hebrea en su conjunto continúan aquí con el tema de la superioridad de Cristo sobre los ángeles. Como se mencionó anteriormente, el gran punto en el capítulo 1 es magnificar las glorias de Cristo como el Hijo de Dios. Ahora, en el capítulo 2, el escritor saca a relucir las glorias de Cristo como el Hijo del Hombre. El capítulo se regocija en Su muerte, viéndola como realmente es —un triunfo para Dios y el hombre—. Era importante que los judíos entendieran esto porque habían estado acostumbrados a considerar la muerte como una derrota. La esperanza de todo judío era vivir para siempre en la tierra en “el mundo venidero”, que es el Milenio (Salmo 133:3; Isaías 65:22; Daniel 12:2; Marcos 10:17; Lucas 10:28). No podían aceptar la idea de que su Mesías moriría, a pesar de que sus propias Escrituras declaran que Él lo haría (Salmo 16:10; 22:15; Isaías 53:8-9; Daniel 9:26). Por lo tanto, necesitaban ver que la muerte y resurrección de Cristo era realmente un acto victorioso que logró mucho para la gloria de Dios y para la liberación y bendición del hombre.
Cuatro razones por las que Cristo se hizo Hombre, sufrió y murió
Siendo este el caso, el escritor procede a presentar cuatro grandes razones por las que Cristo se hizo Hombre, sufrió y murió. (Ver The Collected Writings of J. N. Darby, volumen 21, páginas 383-385; volumen 23, página 255; volumen 28, páginas 41-42; Notes and Jottings of J. N. Darby, página 240). Si Él iba a lograr grandes cosas para Dios y para el hombre a través de la muerte, necesariamente debía hacerse Hombre. El escritor, por lo tanto, presenta a Cristo en este capítulo como “el Hijo del Hombre”, lo que enfatiza Su humanidad. El mensaje subyacente que el Espíritu de Dios quiere que obtengamos de estos cuatro puntos es que son cosas que ningún ángel podría hacer. Esto, una vez más, confirma la superioridad de Cristo sobre los ángeles.
1) Cristo vino a vindicar a Dios con respecto a la caída del hombre y a comenzar una nueva raza de hombres a través de la cual se cumpliría el propósito de Dios
Versículos 5-13.— El escritor explica que Dios se ha propuesto que “el mundo venidero” (el Milenio) esté bajo el dominio del hombre. Esto es algo que nunca se dijo de los ángeles. Dios hizo a los ángeles para servir, no para gobernar. Por lo tanto, el escritor dice: “No sujetó á los ángeles el mundo venidero, del cual hablamos” (versículo 5). La única criatura que Él hizo para gobernar fue el hombre. Sin embargo, la caída del hombre lo ha dejado completamente incapaz de gobernar en cualquier sentido a cabalidad (Eclesiastés 7:29). En su estado caído, no es apto para llevar a cabo el propósito para el que fue creado. Si Dios usara al hombre en su estado caído para gobernar el mundo venidero, solo lo echaría a perder como lo ha hecho con este mundo actual. Por lo tanto, la entrada del pecado aparentemente ha frustrado el propósito de Dios para con el hombre.
El escritor de la epístola luego cita del Salmo 8 para mostrar que Dios se enfrentaría a este dilema haciendo que Cristo viniera y asumiera forma de hombre para la gloria de Dios. Se haría Hombre y asumiría los cargos en los que el primer hombre había incurrido yendo a la muerte y haciendo expiación por el pecado. Al resucitar de entre los muertos, Cristo se convertiría en la Cabeza de la raza de hombres de la nueva creación que sería capaz de gobernar en el mundo venidero, como Dios se ha propuesto. Esta es la primera gran razón por la que Cristo se hizo hombre.
Versículo 6.— El Salmo dice: “¿Qué es el hombre, que Te acuerdas de él?”. El salmista se maravilla de la gracia de Dios que se ocupa de los hombres. La palabra aquí para “hombre” en hebreo es “Enosh”. Denota el estado débil y frágil del hombre, lo que implica su condición caída y degenerada. Ciertamente estamos muy agradecidos de que Dios haya pensado en nuestra raza caída. Si “sólo pensase en Sí mismo”, lo cual pudiera haber hecho, “y reuniese para Él Su espíritu y Su aliento, toda carne expiraría juntamente, y el hombre volvería al polvo” (Job 34:14-15, traducción J. N. Darby). Dios habría sido justo al hacer eso, pero nosotros como raza estaríamos perdidos para siempre. El escritor continúa su cita del Salmo 8, diciendo: “¿Ó el hijo del hombre, que le visitas?”. Esto se refiere a la misericordiosa visita de Dios a la raza humana en la Persona del Hijo (Lucas 1:78). En lugar de pensar solo en Sí mismo y dejarnos morir en nuestros pecados, Dios amó “de tal manera ... al mundo, que ha dado á Su Hijo unigénito” para que no perezcamos (Juan 3:16). Pero notemos aquí, que el salmista utiliza una palabra hebrea diferente para “hombre” de la que había usado anteriormente. Aquí la palabra es “Adam”, que no tiene las connotaciones de “Enosh”. Esto significa que cuando Cristo visitara la raza humana, haciéndose Hombre, no sería en el estado degenerado de “Enosh”. De manera que, en Su encarnación, Él participaría de la condición de hombre (espíritu, alma y cuerpo), pero no de la condición caída del hombre. Vemos en esto cuán cuidadosamente la Palabra de Dios protege la humanidad sin pecado de Cristo. El Señor Jesús no tenía una naturaleza pecaminosa caída, como el resto de los descendientes de Adán; Él tenía una naturaleza humana santa.
Versículos 7-8a.— Al hacerse hombre, Cristo condescendió a tomar un lugar “poco menor que [inferior a] los ángeles” pues en la creación de Dios los hombres son seres de un orden inferior a los ángeles. En el capítulo 1:4, el escritor dijo que Cristo es “tanto más excelente que los ángeles”. Estas declaraciones no se contradicen entre sí; una enfatiza Su deidad y la otra Su humanidad. De ahí que al descender para tratar con la humanidad pasó el nivel de los ángeles y tomó sobre Sí la simiente de Abraham (versículo 16). Siendo un Hombre, aceptó las limitaciones de una criatura (aunque Él mismo no era criatura) y caminó por este mundo en humilde dependencia y obediencia a Su Padre. El Salmo no habla de Su muerte, sino que pasa por encima de ella para hablarnos de Su posición actual como ascendido a lo alto: “Coronástele de gloria y de honra”. El Salmo también dice: “Y pusístele sobre las obras de Tus manos; todas las cosas sujetaste debajo de Sus pies”. Siendo que este salmo se refiere al milenio, esto aún no ha sucedido. El salmo se refiere a la intención de Dios de hacer que el hombre gobierne sobre el mundo venidero en la Persona de Cristo. En aquel día, Él tendrá públicamente dominio sobre todo como Hombre glorificado.
Versículo 8b.— En este punto el escritor deja de citar el Salmo 8 debido a que ese salmo considera el dominio de Cristo como estando limitado solo a “todas las cosas” que están en la tierra y en el mar. El Antiguo Testamento no va más allá del lado terrenal del reinado del Mesías. Sin embargo, el Nuevo Testamento revela que el dominio de Cristo será sobre una gama mucho mayor de cosas, incluyendo cosas en el cielo (Efesios 1:10; Filipenses 2:10). Por lo tanto, bajo inspiración divina, el escritor agrega: “Nada dejó que no sea sujeto á Él”. Esto va más allá del alcance del Salmo 8 y abarca todo el universo. Dado que esto todavía está en el futuro, afirma que su exhibición pública no se ve actualmente en el mundo, “mas aun no vemos que todas las cosas le sean sujetas”.
Versículo 9.— Aunque todavía no vemos a Cristo reinando públicamente sobre el universo, no obstante, el ojo de la fe lo ve “coronado de gloria y honra” a la diestra de Dios. Este es el lugar donde ahora se encuentra como Hombre glorificado. El escritor continúa diciéndonos por qué Cristo fue hecho un poco menor que los ángeles: fue para “el padecimiento de la muerte”. Esto también es algo que el Salmo 8 no menciona. Eso muestra que al ponerse en el lugar del hombre y hacerse Hombre, Cristo asumió los compromisos que eso conllevaba. Por tanto, el hacerse Hombre fue para que “gustase la muerte por todo” (traducción J. N. Darby). Este es el aspecto más amplio de la obra de Cristo en la cruz. Se trata de aquello que se encargó de todo el brote del pecado y los estragos que ha causado en la creación. Esto nos muestra cuán trascendentales han sido los efectos del pecado; no solo ha tocado a la raza de Adán, sino también a toda la creación inferior que está por debajo de él. Por lo tanto, Cristo no sólo murió por los hombres, sino también por lo que el pecado ha hecho en la creación.
Si Cristo ha de reinar como Hombre sobre la herencia —que es todo lo creado en el cielo y en la tierra— debe obtener el derecho a ella por Su compra en la cruz. Es por eso que dice que Cristo gustó la muerte por “todo”. Compró “el campo” (el mundo entero, “el cosmos”), el cual incluye tanto a los hombres como a las cosas (Mateo 13:38,44). Así, pagó el precio por el derecho de poseer el mundo entero y todo lo que hay en él.
Versículo 10.— Si Dios, “por cuya causa son todas las cosas, y por el cual todas las cosas subsisten”, va a lograr que se cumpla Su propósito de tener a la creación bajo el gobierno del hombre en el mundo venidero, tendrá que ser a través de una nueva raza de hombres. Pero, para que esta nueva raza exista, primero debe tener una Cabeza. Colosenses 1:18 declara que cuando el Señor Jesucristo resucitó “de entre los muertos” (LBLA), Él se convirtió en el “principio” (y así Cabeza) de esta raza de la nueva creación (Apocalipsis 3:14). El escritor de Hebreos se refiere a esto, afirmando que si Dios había de llevar “muchos hijos” (una nueva raza de hombres) a la “gloria”, el “Autor [Capitán]” (el Señor Jesucristo) primero tendría que ser hecho “perfecto”, lo cual se refiere a la resurrección y glorificación de Cristo (Lucas 13:32; Hebreos 5:9). Esto muestra que tenía que haber una Cabeza glorificada antes de que pudiera haber una raza glorificada bajo Él. Todos los que han creído en el evangelio, y que por tal razón están “en Cristo”, son parte de esta raza de la “nueva creación” (2 Corintios 5:17; Gálatas 6:15; Efesios 2:10). A pesar de que Cristo está ahora glorificado, la nueva raza bajo Él aún no ha sido llevada a la gloria —es decir, llevada a una condición glorificada—. Este cambio aguarda el momento del Arrebatamiento (Filipenses 3:21; 1 Tesalonicenses 4:15-17).
Lo asombroso de esto es que cuando Cristo resucitó de entre los muertos y ascendió a los cielos como un Hombre, ¡pasó el nivel de los ángeles por segunda vez, llevando la condición de hombre a un lugar muy por encima de ellos! Se nos dice que cuando entró en los cielos como Hombre, se sentó en un lugar que está “sobre todo principado, y potestad, y potencia, y señorío, y todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, mas aun en el venidero” (Efesios 1:20-21). (Los principados y potestades, etc., son seres angelicales). Por lo tanto, la Cabeza de esta nueva raza está en un lugar muy por encima de los ángeles, y puesto que los creyentes están “en Cristo” (2 Corintios 5:17), ¡también ellos están en ese lugar! ¡Esto significa que ahora hay toda una raza de hombres bajo Cristo que es superior a los ángeles! En su primer orden el hombre fue hecho un poco menor que los ángeles, pero esta nueva raza de hombres bajo Cristo no está un poquito más arriba que los ángeles, ¡está “muy por encima” de ellos (LBLA)! Los hombres en esta nueva raza son ahora el orden más elevado de las criaturas de Dios. Ahora nosotros pertenecemos a ese nuevo orden de humanidad. Actualmente, no parece ser así porque todavía estamos en nuestros cuerpos de humillación (Filipenses 3:21), que son parte del antiguo orden de humanidad, pero así “como trajimos la imagen del terreno, traeremos también la imagen del celestial” (1 Corintios 15:49; 1 Juan 3:2). Es decir, viene el día cuando seremos glorificados, así como Cristo (Romanos 8:17,30), y entonces seremos aptos para reinar con Él en el mundo venidero.
Nota: era la voluntad de Dios que Cristo fuera perfeccionado “por aflicciones”. Esto se refiere a lo que Él padeció cuando anduvo en este mundo. Estos no fueron los sufrimientos expiatorios del Señor, sino sufrimientos que lo prepararon para ser nuestro Sumo Sacerdote. Ahora puede simpatizar con Su pueblo que está pasando por el sufrimiento y la prueba en la senda de fe porque Él mismo padeció tales cosas (versículo 18).
Versículo 11.— El escritor continúa mostrando cuán perfectamente los de la raza de la nueva creación se ajustan a Cristo. Él dice: “El que santifica (Cristo) y los que son santificados (cristianos), de uno son todos”. Esto se refiere a que los de la nueva raza son de la misma naturaleza y especie que Cristo mismo. La expresión “de uno son todos” no se refiere a la unidad del cuerpo de Cristo, ni está hablando de la unidad en la familia de Dios, sino de nuestra unidad de especie con Cristo en la nueva creación. Así que, Cristo y Sus hermanos son del mismo conjunto y especie.
Un ejemplo de unidad de especie puede verse cuando la esposa de Adán fue traída a él. Había visto pasar frente a él a todas las diferentes clases de criaturas; cada una era “según su género” (Génesis 1:21,24-25). Sin embargo, no se halló ninguna entre ellas que fuera de la especie de Adán y, por ende, todas eran inadecuadas para él. Pero cuando Dios trajo la mujer ante Adán, él vio a una que era de su propia especie, y dijo: “Esto es ahora hueso de mis huesos, y carne de mi carne” (Génesis 2:23). Lejos esté el pensamiento, pero si Adán se hubiera visto obligado a tomar como esposa una de las otras criaturas, se habría avergonzado, pero cuando Dios le dio la mujer, que era de su especie, se llenó de alegría. Del mismo modo, somos “uno” en especie con Cristo en este nuevo orden de humanidad y, por lo tanto, totalmente idóneos para Él. Por eso, “no se avergüenza de llamarlos hermanos”.
Sin embargo, es importante notar que, aunque Él no se avergüenza de llamarnos “hermanos”, la Palabra de Dios nunca dice que debemos llamarlo nuestro “Hermano Mayor”, u otros términos de familiaridad parecidos. Recordemos que Él es “el Primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:29). Como tal, tiene un lugar de preeminencia entre los demás en dicha raza y una gloria especial que solo le pertenece a Él, que es lo que “Primogénito” indica. Es una “gloria” que contemplaremos, pero que no será compartida con nosotros (Juan 17:24). Las palabras del Señor a María indican que este lugar especial le pertenece a Él. Él dijo: “Subo á Mi Padre y á vuestro Padre, á Mi Dios y á vuestro Dios” (Juan 20:17). No le dijo: a “nuestro” Padre y a “nuestro” Dios, sino que se menciona a Sí mismo en relación con Su Padre y Su Dios separadamente de los creyentes, mostrando de esta manera que Él tiene un lugar de distinción en la raza de la nueva creación. Siendo este el caso, debemos tener cuidado de no hablar con Él o de Él en términos de familiaridad.
Versículos 12-13.— Se mencionan tres citas de las Escrituras del Antiguo Testamento para mostrar la plena identificación de Cristo con Sus hermanos en esta nueva relación. Si bien Cristo debe distinguirse como el Preeminente en la nueva creación, estas citas sirven para demostrar cuán a fondo el Santificador y los santificados están unidos.
La primera cita del Antiguo Testamento es del Salmo 22:22: “Anunciaré Tu nombre á Mis hermanos: en medio de la congregación Te alabaré”. La palabra “congregación” (ekklesia) en este versículo en Hebreos no se refiere a la Iglesia como en otras partes del Nuevo Testamento (Mateo 16:18, etc.). Si estuviera hablando de ella, entonces la Iglesia se encuentra en el Antiguo Testamento, lo cual contradice a Romanos 16:25, Efesios 3:3-5 y Colosenses 1:24-26. La palabra “congregación” en el Salmo 22 Se refiere a toda la compañía celestial de santos de los tiempos del Antiguo y Nuevo Testamento que serán resucitados y glorificados en un día venidero. J. N. Darby comentó: “La asamblea no se encuentra en la Epístola a los Hebreos, salvo en una alusión a todos los que están incluidos en la gloria milenaria en el capítulo 12” (Synopsis of the Books of the Bible, sobre Hebreos 1–2). La nota al pie de página de su traducción de Hebreos 9:11 dice algo similar: “La Epístola a los Hebreos, aunque dirigida a los cristianos sobre los temas más preciosos, no trata la posición de la Iglesia como tal: una vez se refiere a la Iglesia como estando en el cielo en el capítulo 12” (versión de notas completas). Véase Collected Writings of J. N. Darby, volumen 10, página 245.
El propósito de la cita no es enseñar que la Iglesia se encuentra en el Antiguo Testamento, sino mostrar que después de que la redención se hubiera completado, el tema de alabanza de Cristo y los redimidos sería uno en la comprensión de lo que Él logró en Su muerte. J. N. Darby dijo: “El versículo 12 es una cita del Salmo 22:22, donde Jesús ya en resurrección toma posición como el Director de la alabanza de Sus hermanos. Por lo tanto, nuestros cantos siempre deben estar de acuerdo con los Suyos. Él ha atravesado la muerte por nosotros; y si nuestra adoración expresa incertidumbre y duda en lugar de gozo y seguridad respecto a la redención consumada, no puede haber armonía, sino discordia con la mente del cielo” (Collected Writings, volumen 27, página 343). El Señor ahora dirige la alabanza de los redimidos en estos tiempos cristianos, cuando los santos están reunidos, porque Él y los redimidos son uno en su tema de alabanza si ellos están en comunión con Él.
La segunda cita es de Isaías 8:17 (versión Septuaginta): “Yo confiaré en Él”. Habiéndose hecho hombre, Cristo aceptó las limitaciones de la criatura (aunque Él mismo no era una criatura) y vivió de esta manera en dependencia directa de Dios. Puesto que seguirá siendo Hombre por la eternidad, Él tendrá siempre un lugar de sujeción al Padre junto con Sus hermanos.
La tercera cita es de Isaías 8:18. “He aquí, Yo y los hijos que Me dió Dios”. Una vez más, esto se cita en aras del principio involucrado, y no para enseñar que somos hijos de Cristo. Nosotros somos “hijos de Dios” (Juan 1:12; Romanos 8:16; 1 Juan 3:1), y como tales somos “coherederos de Cristo” (Romanos 8:17). Esta cita muestra que el Santificador y los santificados son uno en naturaleza, teniendo la misma vida.
Así, somos uno con Él en nuestra alabanza a Dios, en nuestra dependencia de Dios, y en tener la misma vida y naturaleza.
En resumen, este pasaje (versículos 5-13) muestra que Dios ha sido plenamente vindicado tocante a la caída del hombre, y que Su propósito respecto al dominio del hombre en el mundo venidero se cumplirá a través de una nueva raza de hombres bajo Cristo. Todo esto es algo que ningún ángel podría lograr, y así la superioridad de Cristo sobre ellos es aquí señalada.
2) Cristo vino a anular el poder de la muerte ejercido por el Diablo
Versículos 14-15.— El escritor avanza para dar una segunda razón del por qué Cristo se hizo hombre y murió: fue para anular el poder ejercido por el diablo en la muerte. Él dice: “Por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, Él también participó de lo mismo, para destruir [anular] por la muerte al que tenía el imperio [poder] de la muerte, es á saber, al diablo”.
Antes de la muerte y resurrección de Cristo, Satanás ejercía “el imperio [poder] de la muerte” sobre los hombres, haciéndoles temer lo que había más allá de la muerte. Usaba el temor a la muerte (“el rey de los espantos”, Job 18:14) para su ventaja y mantenía a los hombres en esclavitud y temor. El poder de Satanás en la muerte no significa que él tenga el poder de quitarle la vida a una persona, tampoco que pueda ir por ahí matando a quien él quiera; pues sólo Dios tiene el poder de la vida y la muerte en Su mano (Daniel 5:23; Job 2:6). Nadie muere sin que Él lo permita. Pero el poder de la muerte que Satanás ha usado con los hombres tiene que ver con su poder para amedrentar —el elemento del temor.
La buena noticia es que Cristo no sólo ha llevado nuestros pecados en Su propio cuerpo sobre el madero como nuestro Sustituto (1 Pedro 2:24), sino que también ha ido a la muerte y le ha quitado al diablo su poder para aterrorizar a los hijos de Dios con la muerte. Ahora Él permanece al otro lado de la muerte declarando victoriosamente: “Yo soy el que vivo, y he sido muerto; y he aquí que vivo por siglos de siglos, Amén. Y tengo las llaves del infierno [hades] y de la muerte” (Apocalipsis 1:18). Por lo tanto, Cristo ha conquistado la muerte poniendo fin a su “agonía” o el elemento del temor (Hechos 2:24, LBLA) para el creyente iluminado que enfrenta la muerte. Él descendió al “polvo de la muerte” para conquistarla (Salmo 22:15) y no ha dejado más que la “sombra de muerte” para que el hijo de Dios pase (Salmo 23:4). Podemos ser llamados a pasar por la muerte, pero su “aguijón” ya ha sido quitado; así que podemos enfrentar la muerte sin temor (1 Corintios 15:55).
La Reina Valera dice que el Señor murió para “destruir” al diablo. Sin embargo, debería traducirse “anular” (LBLA; Véase también 2 Timoteo 1:10 en la traducción J. N. Darby). Obviamente, el diablo no ha sido destruido, ya que todavía sigue haciendo su obra malvada en la actualidad, engañando a los hombres, etc. Y su destrucción no ocurrirá sino hasta después que el Milenio haya terminado su curso, cuando sea arrojado al lago de fuego (Apocalipsis 20:10). Lo que este versículo 14 nos está diciendo es que el poder del diablo para aterrorizar a los creyentes ha quedado anulado o cancelado. Satanás, por lo general, deja a los incrédulos tranquilos sin molestarlos a medida que avanzan por la vida hacia una eternidad perdida. Aceptando su mentira, muchas personas miran la muerte sin sentir preocupación, aunque inmediatamente después de pasar por ella, no haya para ellos otra cosa más que puro tormento (Lucas 16:22-23). El salmista nota esto, al decir: “No tienen tormentos hasta que mueren” (Salmo 73:4, English Standard Version (ESV)). De manera similar, el Señor enseñó que Satanás (“el hombre fuerte”) hace todo lo posible para mantener “lo que posee” (personas perdidas) “en paz” (Lucas 11:21).
Nota: En el versículo 14 se utilizan dos palabras distintas que defienden la humanidad sin pecado de Cristo cuando, con el fin de obtener la victoria sobre Satanás, se hizo Hombre. Cuando el versículo habla de los “hijos”, dice que ellos “participaron” de carne y sangre. La palabra griega que se tradujo como “participaron” (koinoneo) significa una participación en común e igualitaria en algo. En este caso, habla de su participación en esa humanidad. Esto es cierto para todos los hombres; pues todos ellos participan plenamente de esa humanidad —al punto tal de tener la naturaleza pecaminosa—. Sin embargo, cuando el versículo dice que Cristo se hizo hombre, el Espíritu de Dios guía al escritor a que utilice una palabra diferente. Él dice que “participó [tomó parte en]” (metecho) de lo mismo. Esta palabra en el griego indica un compartir en algo sin especificar hasta qué grado llega dicho compartir. Por lo tanto, aunque Cristo se hizo hombre plenamente (en espíritu, alma y cuerpo), su participación en dicha humanidad no llegó a tal grado de tomar parte en el estado caído del hombre, porque Él no tuvo una naturaleza pecaminosa caída.
Versículo 15.— Él continúa diciendo: “Y librar á los que por el temor de la muerte estaban por toda la vida sujetos á servidumbre”. Aquellos que experimentaron esta liberación no podían ser los santos del Antiguo Testamento, como muchos han pensado; pues ellos vivieron cientos, incluso miles de años antes que Cristo ganara esta victoria al morir y resucitar de los muertos. Ellos vivieron con miedo a la muerte, y murieron en ese estado de esclavitud, pero nunca obtuvieron liberación de ella durante su vida. Por supuesto, una vez pasando por la muerte, de inmediato estarían en “paz” y en un estado de bienaventuranza (Isaías 57:1-2). Todos ellos están regocijándose ahora con el Señor a pesar de encontrarse en un estado incorpóreo. Pero estos de quienes dice el escritor que sí obtuvieron liberación del temor mediante la muerte y resurrección de Cristo, tendrían que haber estado vivos sobre la tierra en el momento que Él resucitó de entre los muertos. Este sería el remanente creyente formado por los discípulos, la primera generación de creyentes en la Iglesia. Ellos eran creyentes judíos que tenían un entendimiento basado sobre el terreno del Antiguo Testamento y, en consecuencia, vivían con “temor de la muerte”. Sin embargo, cuando comprendieron por medio del evangelio que Cristo obtuvo la victoria sobre el poder de Satanás ejercido en la muerte (2 Timoteo 1:10), quedaron así liberados de aquellos temores. Y cuando más tarde fueron llamados a pasar por la muerte ya como cristianos, pudieron enfrentarla sin miedo. De hecho, todos los que han creído en Cristo después de Su muerte y resurrección, y que han sido iluminados por el evangelio en cuanto a estas cosas, tienen esta misma confianza.
Una vez más, esto demuestra que la muerte de Cristo fue un triunfo, no una derrota. Y es algo que ningún ángel podría hacer.
3) Cristo vino a hacer propiciación por nuestros pecados
Versículos 16-17.— La tercera razón por la que Cristo se hizo Hombre y murió fue para “hacer propiciación por los pecados del pueblo” (LBLA). Esto, por supuesto, se refiere a Su “un solo sacrificio por los pecados” en la cruz para salvar a los que creerían (capítulo 10:12, LBLA). Para lograr esto, Cristo tendría que hacerse “semejante a Sus hermanos” (LBLA) —es decir, hacerse hombre—. (Estos no son Sus hermanos en la raza de la nueva creación mencionada en los versículos 11-12, sino Sus compatriotas a través de los lazos naturales: los judíos). Él tomó “la simiente de Abraham” y se hizo hombre dentro de ese linaje con el propósito de ir a la cruz para hacer propiciación. La propiciación es la parte para Dios de la obra de Cristo en la cruz que satisface las demandas de la justicia divina en lo tocante al pecado y los pecados, vindicando así la santidad de Dios (Romanos 3:25; 1 Juan 2:2; 4:10).
La versión de King James dice que Cristo hizo “reconciliación por los pecados del pueblo”, pero esto está mal traducido. Debería decir “propiciación por los pecados del pueblo”. ¡Un Dios santo, como nuestro Dios, nunca se reconciliará con el pecado! La obra de Cristo al hacer la propiciación es de nuevo otro triunfo, y algo que un ángel no podría hacer.
El versículo 17 nos presenta el sacerdocio de Cristo por primera vez en la epístola. Al combinar este versículo con Romanos 8:34, aprendemos que hay dos funciones dentro de Su sacerdocio:
• Hacer propiciación por los pecados del pueblo: una obra hecha una sola vez.
• Interceder por Su pueblo: una obra que continúa.
De manera similar, los sumos sacerdotes del Antiguo Testamento tenían una doble función dentro de su oficio: En primer lugar, durante el Día de la Expiación, el sumo sacerdote se ponía las sagradas vestiduras de “lino” y ofrecía un sacrificio (una ofrenda por el pecado) fuera del santuario en el altar de bronce (Levítico 16:6,9). Este es un tipo de la muerte de Cristo en la cruz para hacer propiciación por los pecados del pueblo. Luego, después de ofrecer el sacrificio para hacer expiación por el pueblo, el sumo sacerdote entraba en el santuario y se ponía sus vestiduras de “honra y hermosura” con las que ministraría ante el Señor. Este es un tipo del servicio actual de Cristo en lo alto en la presencia de Dios intercediendo por Su pueblo que pasa por este mundo. Los versículos 17-18 muestran que Cristo es el antitipo de estas dos cosas.
4) Cristo se hizo hombre para ser un Sumo Sacerdote compasivo
Versículo 18.— La cuarta razón por la que Cristo se hizo Hombre y murió fue para que pudiera ser un Sumo Sacerdote comprensivo. El escritor dice: “Porque en cuanto Él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer á los que son tentados”. Al pasar por este mundo hasta la cruz, Cristo padeció siendo tentado de todas las maneras en que un hombre justo podía ser tentado, capacitándolo así para “ser un misericordioso y fiel Sumo Sacerdote” (LBLA). Estando preparado para el oficio de Sumo Sacerdote como resultado de esos padecimientos (versículo 10), en el presente Cristo intercede por Su pueblo mientras éste atraviesa por ese mismo mundo malvado que Él pasó. Al ser un Hombre, Él es plenamente capaz de entrar en las penas y pruebas de Su pueblo puesto que ha sentido lo mismo que ellos. Y por causa de Sus simpatías, los ayuda, y en Su perfecta sabiduría les concede “misericordia, y ... gracia para el oportuno socorro [para ayudar en tiempo de necesidad]” (Hebreos 4:16, traducción King James). Por lo tanto, es a través de Su intercesión sacerdotal que somos capaces de permanecer firmes en tiempo de tentación y prueba. Sin embargo, todo esto requería que el Hijo de Dios se hiciera Hombre y padeciera. Y de nuevo, esto es algo que los ángeles no pueden hacer. Pues, no son hombres ni tampoco han caminado la senda de fe, mucho menos han sido probados con las dificultades de la vida sobre la tierra. Por lo tanto, los ángeles no pueden simpatizar con nuestras penas ni ministrarnos el consuelo y aliento que necesitamos en tiempos de adversidad.
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Así es como Hebreos 2:5-18 presenta cuatro grandes razones por las que el Hijo de Dios se hizo el Hijo del Hombre. Pues solo si Cristo se hacía Hombre, padecía, moría y luego resucitaba, cada una de estas cosas que el escritor ha expuesto podían lograrse. Siendo Cristo lo que es —Dios “en la Persona del Hijo”— realmente no existe comparación alguna entre Él y los ángeles. ¡Él es una Persona eterna e infinita, el Creador y Sustentador del universo! En cambio, los ángeles no son más que criaturas hechas por Él para ser Sus siervos.
Hebreos 3:1-19: Cristo superior a Moisés
Como se mencionó en la Introducción, los capítulos 3–10:18 se enfocan en Cristo como el “Sumo Sacerdote de nuestra fe” (LBLA). Esto tiene que ver con Su entrada al cielo para llevar a cabo Su servicio actual de intercesión por nosotros (Romanos 8:34), después de haber hecho expiación por el pecado.
El sacerdocio de Cristo: Hacia el hombre y hacia Dios
Los capítulos 1–2 han revelado las glorias de Cristo como el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre, y así han mostrado que Él está perfectamente preparado para entrar en servicio como nuestro gran Sumo Sacerdote. Habiéndolo presentado como tal al final del capítulo 2, el escritor ahora procede con el ejercicio de Su sacerdocio en los siguientes capítulos. Este es hacia el hombre como también hacia Dios.
• En lo que respecta al hombre (capítulos 3–7), Él ayuda a los que son tentados (capítulo 2:18), simpatiza con los que tienen flaquezas (capítulo 4:15), concede misericordia y gracia a los necesitados (capítulo 4:16), se compadece de los ignorantes y extraviados (capítulo 5:2), y salva a los que por Él se acercan a Dios (capítulo 7:25).
• En lo que respecta a Dios (capítulos 8–10), Él asegura el nuevo pacto y su bendición para Israel (capítulo 8), se ofrece sin mancha a Dios como sacrificio supremo para quitar el pecado y purgar así la conciencia del creyente (capítulos 9–10), y presenta las alabanzas de los santos a Dios (capítulos 10:21; 13:15).
Ambos aspectos de la obra sacerdotal de Cristo se ven en el capítulo 2:17: “Misericordioso y fiel Sumo Sacerdote en las cosas que a Dios atañen” (LBLA). “Misericordioso” tiene que ver con el lado nuestro de Su servicio sacerdotal, y “fiel” con el lado de Dios.
Un breve bosquejo de los capítulos 3–4
Antes de hablar de la función actual del sacerdocio de Cristo en el capítulo 5, el escritor aborda algunos asuntos preliminares en relación con ese oficio. Sigue un breve desglose de los capítulos 3–4:
• La esfera en la que se ejerce el servicio sumo sacerdotal de Cristo: la casa de Dios (capítulo 3:1-6).
• Las circunstancias que lo han requerido: el desierto (capítulo 3:7-19).
• El reposo al que conduce el viaje por el desierto (capítulo 4:1-11).
• La provisión que Dios ha hecho para que seamos preservados de fallar (capítulo 4:12-16).
La esfera del servicio sumo sacerdotal de Cristo: La Casa de Dios
En los capítulos 3–4, el escritor presenta a los dos líderes más grandes en la historia temprana del sistema legal —Moisés y Josué— y los compara con Cristo. Él muestra, una vez más, que Cristo en todos los sentidos es superior a ellos.
Capítulo 3:1-2.— Se dirige a estos creyentes hebreos como: “Hermanos santos, participantes del llamamiento celestial” (LBLA). Esto es algo completamente diferente de lo que habían conocido y de lo que habían sido parte como judíos en Israel. Una vez fueron hermanos en un llamamiento nacional de Dios con esperanzas terrenales y una herencia terrenal (Deuteronomio 7:6-8). Pero al recibir a Cristo por fe, habían sido “librados [sacados]” de ese llamado terrenal y venido a formar parte de una nueva cosa hecha por Dios —la Iglesia (Hechos 26:17)—. Dirigiéndose a ellos como tales, son vistos en su posición cristiana con un llamamiento celestial.
Como cristianos se les pide “considerar al Apóstol y Pontífice de nuestra profesión, Cristo Jesús; el cual es fiel al que le constituyó, como también lo fué Moisés sobre toda Su casa”. Como ya se mencionó anteriormente, la consideración de Cristo como “el Apóstol” de nuestra profesión ha estado ante nosotros en los capítulos 1–2. Lo que ahora tenemos ante nosotros en los capítulos 3–10:18 es la consideración de Cristo como “el Sumo Sacerdote” (LBLA) de nuestra profesión.
Moisés es introducido en el versículo 2 Con el propósito de comparar su fidelidad a la de Cristo (Números 12:7). Esto se ve en las palabras, “como también”. Cristo fue “fiel al (a Dios) que le constituyó”. Por lo tanto, ambos fueron fieles.
La triple superioridad de Cristo sobre Moisés
Versículos 3-4.— Después de la comparación, el escritor pasa a señalar tres grandes contrastes entre Cristo y Moisés: En primer lugar, Cristo, el Sumo Sacerdote de nuestra profesión, “de tanto mayor gloria que Moisés éste es estimado digno, cuanto tiene mayor dignidad que la casa el que la fabricó”. La “casa” que Moisés hizo, y en la que él ministró, era el tabernáculo terrenal en el desierto (Éxodo 25–30). Este no era más que una representación figurativa o “modelo” de la casa que Cristo construyó y en la que Él ministra, que es el universo entero (capítulos 8:2,5 (LBLA); 9:23). El escritor la identifica como “todas las cosas”. Así, Moisés sirvió en un mero modelo de la casa verdadera. Por lo tanto, la esfera de la obra sumo sacerdotal de Cristo es incomparablemente mayor. Y para que nadie confunda quién es Cristo, el Constructor de la casa de Dios, el escritor agrega: “El que crió [construyó] todas las cosas es Dios”. Así, él identifica a Cristo como Dios, lo que inmediatamente separa a Cristo de Moisés en la medida en que el Creador está por encima de la criatura.
Versículo 5.— En segundo lugar, el ministerio de Moisés sirvió “para testificar lo que se había de decir”. Es decir, testificó de “los bienes venideros” (capítulos 9:11; 10:1), cosas que han sido traídas por Cristo. Esto, una vez más, muestra que Cristo es más grande que Moisés.
Versículo 6.— En tercer lugar, Moisés era un “siervo” en la casa en la que ministró, pero Cristo es “Hijo sobre Su casa (de Dios)”. No hace falta decir que un hijo es más grande que un siervo. El hijo pródigo entendía esta diferencia cuando dijo: “Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como á uno de tus jornaleros” (Lucas 15:19).
En cuanto a la casa de Dios, el escritor nos dice que en estos tiempos cristianos tiene otro significado. Dice: “Cuya casa somos nosotros” (LBLA). Hoy los creyentes en el Señor Jesucristo son vistos como la casa espiritual de Dios. Somos “juntamente edificados, para morada de Dios” (Efesios 2:22; 1 Pedro 2:5). Al presentar a los creyentes como la casa de Dios, aprendemos que estamos en la esfera en la que se ejerce el sacerdocio de Cristo.
El escritor entonces dice: “Si hasta el cabo [hasta el fin] retuviéremos firme la confianza y la gloria de la esperanza” (versículo 6b). Él menciona esto porque había la posibilidad de que algunos apostataran. Por otro lado, aquellos que eran reales demostrarían ser la casa de Dios al retener firme la confianza. Esto muestra que la continuidad dentro de la senda de fe es la evidencia de la realidad de uno mismo.
Las circunstancias que demandan el servicio sumo sacerdotal de Cristo: El desierto
Capítulo 3:7-19.— Es parte de los caminos de Dios el probar toda profesión. Todos los que toman la senda de fe y así se identifican con la posición cristiana en este mundo serán probados en cuanto a su realidad o la falta de ella. Y no hay lugar como “el desierto” para sacar esto a la luz. Hablamos ahora del desierto en un sentido figurado. Así como Israel pasó por un gran desierto, en su camino de Egipto a Canaán, que estaba lleno de peligros y enemigos, y en el que su fe tuvo que ser probada, los creyentes en el Señor Jesús también están pasando por una escena de peligro espiritual y prueba a medida que atraviesan por este mundo en la senda de fe. Este tiempo de prueba y aprendizaje dentro de nuestra experiencia cristiana puede ser denominado como nuestro viaje por el desierto (Romanos 5:3-5; 1 Pedro 5:10).
Por lo tanto, el desierto es donde la realidad de nuestra profesión se pone a prueba por medio de las circunstancias que encontramos. Probamos la realidad de nuestra fe por nuestra permanencia en la senda, independientemente de la gravedad de las dificultades en el camino. Esas mismas circunstancias también manifiestan el verdadero estado de un creyente meramente profesante; este será evidente por su abandono del terreno cristiano, lo cual es apostasía. Esto era lo que estaba sucediendo con esta compañía de hebreos que profesaban fe en Cristo. Las pruebas y persecuciones que estaban experimentando demostraban que la mayoría de ellos tenía fe verdadera, pero lamentablemente, esas mismas pruebas y persecuciones también estaban manifestando que había una ausencia de fe real en algunos. Aquellos que son falsos eventualmente soltarán su profesión de fe en Cristo y se apartarán de la senda.
En la segunda mitad del capítulo 3, el escritor da un giro para hablar de las circunstancias del desierto que requieren el ejercicio del sacerdocio de Cristo, del cual si un creyente se vale (capítulo 7:25), lo mantendrá en curso y lo ayudará a continuar en la senda “firme hasta el fin” (LBLA).
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Hebreos 3:7–4:11: Segunda advertencia contra la apostasía
El peligro de la incredulidad
Esto impulsa al escritor a dar una segunda advertencia contra la apostasía. En un paréntesis (versículos 7-11), cita el Salmo 95 para presentar a los hebreos la seriedad de negarse a seguir en la senda de fe. Esta es la primera de cinco citas de ese salmo. La circunstancia a la que se refiere el salmista fue la incredulidad de Israel en Cades-barnea en lo que se llama “la provocación” (Números 13–14). La tierra prometida estaba delante de ellos; todo lo que tenían que hacer era creer en la Palabra del Señor a través de Moisés, entrar en ella y tomarla. Pero estaban llenos de incredulidad y se negaron. Los hijos de Israel provocaron la ira del Señor al negarse a ir a la tierra de Canaán que Dios les había dado.
Las diez tentaciones
La “provocación” en Cades fue la décima vez que Israel tentó al Señor en los primeros dos años de su viaje por el desierto (Números 14:22). Esta es la lista:
• No confiaron en el Señor junto al Mar Rojo con respecto al ejército de Faraón (Éxodo 14:11-12; Salmo 106:7).
• Cuestionaron la sabiduría del Señor al guiarlos al desierto (Éxodo 15:24).
• Pidieron comida a su gusto (Éxodo 16:2; Salmo 78:18).
• Intentaron recoger maná en el día de reposo (Éxodo 16:27-28).
• Pusieron en duda si el Señor estaba verdaderamente entre ellos (Éxodo 17:2,7; Salmo 78:19-20).
• Adoraron al becerro de oro (Éxodo 32:7-14; Salmo 106:19).
• Se quejaron contra el Señor (Números 11:1-3).
• Codiciaron los alimentos de Egipto (Números 11:4-9).
• Criticaron a su líder Moisés (Números 12:9).
• Despreciaron la tierra deseable (Números 14:1-5; Salmo 106:24-25).
Las primeras cinco tentaciones fueron antes de la entrega de la Ley cuando Israel todavía estaba en un período de gracia bajo la mano de Dios, y por lo tanto, no se les hizo sentir las consecuencias de sus pecados. Pero las últimas cinco fueron después de la entrega de la Ley, cuando el pueblo ya estaba bajo la responsabilidad de una relación de pacto con el Señor (Éxodo 24), por lo que ellos tuvieron que soportar varios golpes de juicio gubernamental de Dios a consecuencia de sus pecados.
Al citar las Escrituras, como lo hace el escritor aquí en el capítulo 3:7-11, dio a los hebreos una advertencia que venía directamente de la Palabra de Dios. Él identifica al que habla como “el Espíritu Santo”. (Él no dice: “Como dice David ... ”). Por lo tanto, la primera advertencia fue del Hijo (capítulo 2:1-4) y ahora esta segunda advertencia es del Espíritu Santo. ¡No podría ser más claro que Dios les estaba hablando! La seriedad de este asunto tenía que hacerlos pensar seriamente. Es significativo que al citar el pasaje, el escritor usa la cita del Salmo 95 en tiempo presente. Él dice: “Como dice el Espíritu Santo ... ”. Esto muestra que a pesar de que el salmo fue escrito cientos de años antes, el Espíritu Santo todavía estaba hablando a través de él. Así es la Palabra “viva” de Dios (Hebreos 4:12). Él dice: “Si oyereis hoy Su voz ... ”. El uso del “si” sugiere aquí la condición de voluntad y obediencia.
Versículos 12-13.— El escritor hace luego su aplicación de la cita: “Mirad, hermanos, que en ninguno de vosotros haya corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo”. El uso que aquí le da a la palabra “hermanos” es para referirse a los lazos naturales que él tenía con sus compatriotas del “linaje de Israel” (Filipenses 3:5) —no como en el versículo 1, donde se usa en referencia a los hermanos cristianos “de la familia de la fe” (Gálatas 6:10, LBLA)—. Su punto en este pasaje no podría ser más claro. ¡El mismo pecado de “incredulidad” que caracterizaba a Israel en la antigüedad y provocó su caída en el desierto también podría ser suyo! Si ellos llegaban a tener en poco la voz de Dios, su corazón se “endurecería por el engaño del pecado”, como aconteció con el de Israel en tiempos antiguos.
Dos clases de corazón
Hay dos clases de corazón bajo consideración en la Epístola a los Hebreos:
• “Un corazón malvado” de incredulidad que se aparta de Dios (capítulo 3:12). Esto es apostasía. W. Kelly traduce “apartarse” como “recaer”, una expresión usada en otras partes de las Escrituras para denotar apostasía (2 Tesalonicenses 2:3; Hebreos 6:6; Lucas 8:13). Es la misma palabra usada en 1 Timoteo 4:1 traducida como “apostatar”. Como ya se mencionó en la Introducción, la apostasía es algo que sólo un creyente meramente profesante haría al renunciar al cristianismo. Por lo tanto, un corazón malvado de incredulidad no se refiere al retroceso, algo que un creyente puede hacer si se enfría en su alma. (La debilidad de la fe en un creyente no es el tema de las advertencias en la epístola; todo apartamiento de Dios en Hebreos es considerado apostasía).
• Un “corazón sincero” que se acerca en plena certidumbre de fe (capítulo 10:22, LBLA). Esto es algo que un verdadero creyente hará una vez instruido en la verdad revelada en esta epístola.
El hecho de que tuvieran que “exhortarse los unos á los otros cada día” debido al “engaño del pecado”, muestra que necesitamos estar juntos frecuentemente. ¡No podemos exhortarnos unos a otros si rara vez nos vemos! Esto demuestra que debemos velar por el alma del uno y del otro como guardas de nuestro hermano.
Versículo 14.— En tanto que los versículos anteriores advierten contra la apostasía, este versículo alienta a la fe a continuar en la senda. Como ya se ha dicho, los creyentes en esta epístola son considerados como parte de la raza de la nueva creación. Por eso, son vistos como “hijos” de Dios (capítulo 2:10), como “hermanos” de Cristo (capítulo 2:11), y como los “compañeros” de Cristo (capítulo 3:14, traducción J. N. Darby). Estos términos denotan nuestra relación con el Señor como Cabeza de la raza. (Nuestro vínculo con Cristo, Cabeza de Su cuerpo, del cual somos miembros, es una relación diferente, y no es el tema en Hebreos). El punto del escritor aquí es que los verdaderos creyentes demostrarán ser tales manteniéndose “firmes hasta el fin”.
Versículo 15.— El escritor regresa a la cita del Salmo 95 para enfatizar otra palabra clave en ella: “Hoy ... ”. Esto muestra que era urgente escuchar Su voz y responder apropiada e inmediatamente.
Tres preguntas inquisitivas
Versículos 16-19.— En otro paréntesis, el escritor vuelve a hablar de la historia de Israel en el desierto para sacar a relucir los efectos del pecado de incredulidad. Hace tres preguntas inquisitivas que enfatizan el hecho solemne de que un corazón malvado de incredulidad es fácilmente engañado por el pecado, y que el engaño endurece el corazón para que ninguna reprensión pueda tocarlo. Así, la persona cuyo corazón se ha endurecido queda inmovible en su curso hacia la condenación. Esto es muy solemne en verdad.
En primer lugar, pregunta: ¿Quiénes, habiendo oído, le provocaron?” (LBLA). ¿Fueron solo unos pocos? No, era la masa del pueblo: “Todos los que salieron de Egipto guiados por Moisés” (versículo 16, LBLA). Del mismo modo, todos a quienes les escribía estaban siendo probados de esta manera. Y, si no respondían en fe a la Palabra de Dios, ellos también podrían “provocarle” a ira.
En segundo lugar, pregunta: “¿Con cuáles estuvo enojado cuarenta años?” Fue “con los que pecaron, cuyos cuerpos cayeron en el desierto” (versículo 17). Aquello a lo que el escritor se refiere aquí va más allá del día de la provocación; abarca todo el trayecto de Israel por el desierto. Al final de los cuarenta años, todos los que eran de esa generación que despreciaba la tierra deseable fueron “acabados” de entre ellos (Deuteronomio 2:14-15). Recibieron un golpe del juicio gubernamental de Dios y murieron en el desierto. Del mismo modo, con estos hebreos, si la incredulidad se albergaba en ellos, ¡podrían experimentar un golpe similar de juicio divino y también ser quitados de la tierra a través de una muerte prematura! Esto realmente les sucedió a miles de ellos por la mano de los romanos entre los años 66-70 d. C.
En tercer lugar, pregunta: “¿Y á quiénes juró que no entrarían en Su reposo?”. Fueron aquellos que “no creyeron” (versículos 18-19, traducción King James). Por lo tanto, el resultado neto para todos los que no creyeron fue la pérdida del descanso de Dios en la tierra de Canaán. Este fue el caso de la mayoría de ellos. Nunca entraron en la tierra y, por lo tanto, no pudieron llegar a ese descanso. Del mismo modo, aquellos entre los hebreos que no creyeran ¡no entrarían en el descanso eterno de Dios! Ya sea entonces o ahora, la “incredulidad” es lo que impide que las personas entren en Su reposo. La mera profesión no es suficiente para llevar a una persona al cielo y al reposo de Dios.
Hebreos 4:1-16: Cristo superior a Josué
En el cuarto capítulo, el escritor presenta otro contraste. Él compara a Josué, el gran líder militar en la historia de Israel, con Cristo nuestro gran Líder espiritual. Josué llevó a los hijos de Israel a su reposo prometido en Canaán, que era una porción de bendición terrenal y temporal. Esta podía ser, y es triste decir que fue, perdida algunos años después. Cristo, por otro lado, está llevando a los creyentes al reposo eterno de Dios. ¡Esto es algo espiritual más que material y nunca se puede perder! El contraste aquí es incalculable, y por lo tanto, separa a Cristo de Josué inconmensurablemente.
El reposo al que conduce el viaje por el desierto
Capítulo 4:1-11.— Después de cerrar el paréntesis al final del capítulo 3, el escritor reanuda sus palabras de advertencia en relación con los peligros de la apostasía que enfrentaban los hebreos. Les dice que necesitaban “temer” no fuese que a alguno le faltara fe y no llegara a entrar en el “reposo” de Dios. Esto demuestra que había un peligro real de que algunos de ellos no alcanzaran ese fin divino y terminaran perdidos eternamente.
El “reposo” de Dios del que habla en este capítulo es algo futuro. No es un epitafio en una lápida. Tampoco es un reposo presente que el Señor da de la carga de guardar la ley a aquellos que vienen a Él (Mateo 11:28-29). Tampoco es un reposo en nuestras almas como resultado de saber que el Señor está en control de todas las circunstancias en nuestras vidas (2 Tesalonicenses 1:7; Isaías 26:3). Tampoco es un descanso para nuestros cuerpos cansados como resultado de un servicio ocupado para el Señor (Marcos 6:31). Como se mencionó, es una cosa futura que los santos alcanzarán en el Milenio. J. N. Darby dijo: “En el capítulo 4, el reposo de Dios queda indistinto en su carácter a fin de abarcar tanto la parte celestial como la parte terrenal del reinado milenario del Señor” (Synopsis of the Books of the Bible, sobre Hebreos 4). El reposo de Dios eventualmente se extenderá al Estado Eterno. W. Scott dijo: “El término ‘Su reposo’ en Hebreos 3–4 en su aplicación más completa se refiere al Estado Eterno” (An Exposition of the Revelation of Jesus Christ, página 416).
El versículo 2 dice: “Porque en verdad, a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva, como también a ellos” (LBLA). Es decir, hemos sido objetos de las buenas nuevas de Dios, como lo fueron los hijos de Israel en tiempos pasados. Pero esto no significa que ambos hayamos recibido el mismo mensaje de buenas nuevas. Nosotros hemos recibido el evangelio de la gracia de Dios que comenzó a ser predicado únicamente después de que la obra de redención se consumó (Hechos 20:24). La buena nueva que Israel recibió en el desierto fue “la palabra” que los espías trajeron de vuelta al pueblo en Cades con respecto a la buena calidad de Canaán (Números 13:26-27; Deuteronomio 1:25, LBLA). El peligro que el escritor está señalando aquí es que así como el “informe” (versículo 2, traducción J. N. Darby) que Israel escuchó en ese día de la provocación “no estaba mezclado con fe”, y por lo tanto, “no les aprovechó”, así también podría ser el caso ahora con el evangelio que hemos escuchado.
Versículo 3.— Él dice: “Empero entramos en el reposo los que hemos creído”. Su punto aquí es que el creyente, y únicamente él, entrará en el reposo de Dios. Esto lo deduce a partir del Salmo 95 invirtiendo lo que dice. Si aquellos que no creen son lo que no entrarán, entonces sólo aquellos que creen sí lo harán. F. B. Hole afirma que este es un modismo hebreo común para esta lengua.
Versículos 4-10.— El escritor pasa luego a demostrar por las Escrituras que el verdadero reposo de Dios aún ha de venir en el futuro. El reposo de Canaán al que Josué introdujo a Israel en realidad sólo prefigura el reposo eterno de Dios. Él recalca esto aquí porque los judíos pensaban que el reposo de Dios era Canaán, y nada más. Él dice: “Las obras Suyas estaban acabadas desde la fundación del mundo, porque en cierto lugar dijo así del séptimo día: Y reposó Dios de todas Sus obras en el séptimo día”. Esta es una cita de Génesis 2:2. Él la introduce para mostrar que desde el principio de la creación Dios ha tenido ante Él un reposo final. A partir de esto podemos darnos cuenta de que hay dos cosas que caracterizan Su reposo. Una es Su satisfacción en lo que Él ha logrado y la otra es Su cese del trabajo. J. N. Darby declaró que con la caída del hombre ahora existe una condición en la que “la santidad no puede reposar donde está el pecado, y el amor no puede reposar donde está el dolor”. Puesto que Dios sólo puede descansar en aquello que satisface Su amor y santidad, está claro que Él aún no ha entrado en Su reposo. Por lo tanto, queda un reposo por delante, cuando el Estado Eterno haya llegado y Dios cese de Su obra (Apocalipsis 21:6: “¡Hecho está!”). Hasta entonces, Él no podrá quedar satisfecho mientras que el pecado exista en el mundo, y desde que éste entró, Él ha estado obrando en favor de Su propósito divino (Juan 5:17).
Versículos 5-6.— El escritor hace referencia al Salmo 95 de nuevo. Él dice: “Y otra vez aquí: No entrarán en Mi reposo”. Como se mencionó, este es un modismo hebreo basado en la cita original. Su énfasis recae en la palabra “entrarán”, que está en tiempo futuro. Esto demuestra que el reposo final de Dios aún está por venir.
Versículos 7-10.— El escritor se refiere al Salmo 95 una vez más, en esta ocasión para enfatizar el hecho de que el salmo se escribió “tanto tiempo” después que Josué condujo a Israel a Canaán. En este salmo, David habló de personas que estaban en peligro de no entrar en el reposo de Dios (Salmo 95:11). ¿A qué reposo estaría refiriéndose si Israel ya había sido introducido en su reposo por Josué cientos de años antes? El razonamiento del escritor es que si Josué les había “dado el reposo”, ¿por qué David “hablaría después de otro día” de reposo? (Algunas versiones dicen aquí “Jesús”, que es la forma griega para “Josué”). Su conclusión, por tanto, es que aún “queda un reposo para el pueblo de Dios” por venir. En el versículo 10, les recuerda a los hebreos que la gran característica de este reposo es que habrá un cese completo de la labor. El que entre en él reposará eternamente con Dios (versículo 10).
Versículo 11.— Puesto que no existe duda de que hay un reposo por venir, el escritor exhorta a los hebreos diciendo: “usemos diligencia para entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en el mismo ejemplo de no prestar atención a la Palabra” (traducción J. N. Darby). Esto tiene que ver con asegurarse que su fe fuera real, y de ponerla en evidencia mediante la perseverancia en la senda. La declaración, “procuremos [usemos diligencia]” se encuentra en tiempo aoristo en el griego, lo que significa que debería ser una decisión de una vez por todas de continuar en la senda.
En los capítulos 3–4, él ha mencionado tres reposos:
• El reposo de la Creación, estropeado por el pecado.
• El reposo de Canaán, perdido por la incredulidad.
• El reposo Eterno, seguro que será alcanzado por aquellos que tienen fe.
La triple provisión de Dios para ayudarnos a alcanzar Su reposo
Capítulo 4:12-16.— El escritor pasa ahora a hablar de la provisión que Dios ha hecho para que nosotros no fracasemos en alcanzar Su reposo. Él menciona tres grandes cosas:
LA PALABRA DE DIOS (versículos 13-14).— La primera es “la Palabra de Dios”. Ella beneficia a toda persona que la toma con un “corazón bueno y recto” (Lucas 8:15). En este pasaje, la Palabra de Dios se menciona en relación con la corrección, que si se toma en serio, será para nuestra preservación en el camino por el desierto. W. Kelly dijo: “La Palabra de Dios es la corrección requerida, como la contemplamos aquí” (The Epistle to the Hebrews, página 73). A este respecto, el escritor procede a dar algunas de sus características sobresalientes:
La Palabra de Dios es “viva”. Esto significa que está espiritualmente viva. Cuando es usada por el Espíritu de Dios, ella da vida y luz a las almas (Juan 6:63; Salmo 19:8; 119:130).
La Palabra de Dios es “eficaz [operativa]”. No hay nada que pueda obstaculizar su obrar; siempre prospera en aquello que Dios la envíe a hacer (Isaías 55:11). Ningún hombre o demonio es capaz de detenerla.
La Palabra de Dios es “más cortante que toda espada de dos filos”. Todos los que la usen encontrarán que tiene una aplicación doble. Las cuestiones morales y espirituales que ella aborda se aplicarán tanto a los demás como a nosotros mismos; pues corta en ambas direcciones.
La Palabra de Dios “penetra”. Si permitimos que ella nos escudriñe (Salmo 139:23-24), penetrará en lo más profundo de nuestro ser y dividirá entre lo que es del alma en nosotros de aquello que es espiritual. (El escritor habla de “las coyunturas y tuétanos” en un sentido figurado para indicar la parte más honda de nuestro ser). Detecta y expone, y así nos pone al tanto de motivos profundamente arraigados en nuestros corazones de los que de otro modo no seríamos conscientes. Aprendemos de esto que el “alma y el espíritu” están estrechamente conectados y son difíciles de distinguir. Siendo este el caso, muchos han sido impulsados por las emociones de su alma en algún asunto e imaginan que eso es algo espiritual. Por ejemplo, nosotros podríamos estar pensando en dar cierto paso en la vida creyendo plenamente que se basa en motivos espirituales. Pero cuando un principio de la Palabra de Dios es aplicado al asunto, saca a la luz que tal paso realmente nace de motivos naturales y carnales, y no es algo espiritual en absoluto. Así, la Palabra de Dios despoja toda pretensión y profesión superficial y expone tendencias ocultas en nuestros corazones que tal vez no sabíamos que existían.
Por último, la Palabra de Dios “discierne [juzga] los pensamientos y las intenciones del corazón”. La palabra griega (kritikos) traducida como “discernir” también se puede verter como “juzgar”, igual que en la traducción de W. Kelly. Por lo tanto, la Palabra no solo detecta y expone males ocultos en nuestros corazones, ¡sino que condena cada mal que expone! Esta es la misma palabra en griego de la que obtenemos nuestra palabra “crítico”. Los hombres, en su ignorancia, se atreven a criticar la Palabra santa e infalible de Dios, cuando en realidad deberían permitir que ella los critique. Por lo tanto, es la Palabra de Dios la que nos juzga; ¡y no nosotros a ella!
El escritor continúa diciendo: “Y no hay cosa criada que no sea manifiesta en Su presencia; antes todas las cosas están desnudas y abiertas [descubiertas] á los ojos de Aquel á quien tenemos que dar cuenta” (versículo 13). Él introduce esto para mostrar que si permitimos que la Palabra de Dios nos escudriñe y nos juzgue debidamente, ella nos hará sentir conscientes de que tenemos que dar cuenta a Dios respecto a aquellas cosas que Su Palabra ha detectado en nosotros. Por lo tanto, toda persona recta se pondrá del lado de Dios en contra del mal que hay en su corazón y juzgará aquello que sea inconsistente con Su santidad. Así, son “cortados de raíz” los males que de seguro descarrilarían al creyente, si se dejasen desarrollar. En consecuencia, somos capaces de evitar una multitud de trampas que seguramente nos harían tropezar en la senda si no fueran así expuestas y juzgadas. Este ejercicio puede ser doloroso y humillante, pero es la manera en que Dios nos preserva. Muestra que nuestros corazones son extremadamente engañosos y no se puede confiar en ellos (Jeremías 17:9; Proverbios 28:26). Este ejercicio de juzgarnos a nosotros mismos nos coloca en un estado correcto que permite beneficiarnos de la siguiente provisión que Dios nos ha dado en los próximos dos versículos.
EL SACERDOCIO DE CRISTO (versículos 14-15).— La segunda cosa que Dios usa para preservarnos en la senda es el sacerdocio de Cristo. El escritor dice: “Teniendo, pues, un gran Sumo Sacerdote que trascendió los cielos, Jesús, el Hijo de Dios, retengamos nuestra fe [confesión]” (LBLA). Él llama al Señor Jesucristo “gran Sumo Sacerdote” (LBLA). Ha habido una larga sucesión de sumos sacerdotes en la historia de Israel, pero nunca se dijo que alguno de ellos fuera grande. Este mismo hecho distingue a Cristo de todos los demás. Él ha “penetrado los cielos” para llevar a cabo Su servicio sacerdotal en la presencia inmediata de Dios dentro del santuario celestial arriba (Hebreos 8:1-2; 9:24). Esto también lo separa de aquellos sacerdotes del Antiguo Testamento, ¡porque ningún sacerdote en esa economía ha ascendido al cielo para ministrar! Aarón atravesaba el atrio exterior del tabernáculo, pasando por el lugar santo, para llegar al lugar santísimo una vez al año, pero el tabernáculo en el que él sirvió sólo era un mero modelo del verdadero santuario en el que Cristo ha entrado y donde permanece como nuestro Sumo Sacerdote (Hebreos 8:5).
Al utilizar “Jesús”, nombre terrenal del Señor, el escritor enfatiza el hecho de que Él es un Hombre real que sabe lo que es andar en este mundo. Como resultado, Él puede mostrar plena simpatía con nuestras circunstancias como hombres en la tierra. También aquí el Señor es llamado “el Hijo de Dios”. Esto enfatiza Su divinidad y significa que Él posee todos los atributos de la deidad. Estos dos nombres del Señor indican que Él es tanto humano como divino, y lo califican para ser nuestro Sumo Sacerdote. Por lo tanto, ¡tenemos como nuestro Sumo Sacerdote a Uno que es nada menos que Dios mismo (en la Persona del Hijo)! Teniendo una Persona así en lo alto para interceder por nosotros (Romanos 8:34) y ayudarnos en nuestro viaje terrenal (Hebreos 2:18), se nos exhorta que “retengamos nuestra confesión” (traducción J. N. Darby). Como se mencionó anteriormente, la permanencia en la senda es la mejor manera de probar nuestra realidad. Nuestra “confesión” no es simplemente una confesión de Jesús como nuestro Salvador; es la confesión de todo lo que implica nuestro llamamiento celestial (Hebreos 3:1). Este no debe ser canjeado por una religión terrenal, que es lo que los hebreos fueron tentados a hacer.
Versículo 15.— Él dice: “Porque no tenemos un SUMO sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino Uno que ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado [excluido el pecado]”. Esto muestra que Cristo es plenamente capaz de simpatizar con nosotros porque Él es un Hombre que una vez vivió aquí en este mundo y fue puesto a prueba, probado como nosotros. El escritor menciona dos tipos de pruebas que encontramos en el camino hacia nuestro descanso eterno: flaquezas y tentaciones. J. N. Darby confirmó esto y dijo: “Las tentaciones y las flaquezas no son la misma cosa” (Collected Writings, volumen 23, página 291). La diferencia es:
• Las flaquezas son pruebas relacionadas con nuestros cuerpos físicos.
• Las tentaciones son pruebas relacionadas con nuestras almas y espíritus.
Las flaquezas son aquellas enfermedades, males, y otros desafíos relacionados con nuestros seres físicos, resultado de lo que el pecado ha hecho en la creación en general (Lucas 13:11-12; Juan 5:5; Romanos 8:26; 2 Corintios 12:5,9; 1 Timoteo 5:23, etc.). El Señor no tenía flaquezas, porque Su cuerpo era santo y los efectos corruptores del pecado no podían afectarlo (Lucas 1:35). Por lo tanto, Él nunca estuvo enfermo. El hermano Darby declaró: “A diferencia del sacerdote judío de la antigüedad, Cristo no estaba rodeado en ningún sentido de flaqueza” (Notes and Jottings, página 256). Algunos han pensado erróneamente que las flaquezas son necesidades humanas, como el hambre, la sed y el cansancio, etc., —las que el Señor ciertamente experimentó (Juan 4:6,7,31-33)—. Pero estas no son flaquezas. W. Kelly dijo: “Hay una noción demasiado frecuente entre los teólogos y sus seguidores de que el bendito Señor mismo estaba rodeado de flaquezas. ¿Dónde se justifica tal declaración en las Escrituras? ¿Llaman flaqueza a que un hombre aquí abajo coma, beba, duerma o sienta la falta de estas cosas? ... Nadie ciertamente debe afirmar de Cristo lo que la Escritura no afirma” (Christ Tempted and Sympathizing, páginas 45-46).
Aunque el Señor mismo no tuvo flaquezas, no obstante, “se puede compadecer de nuestras flaquezas” (Mateo 8:17). Esto muestra que Él no necesitaba experimentar la enfermedad para poder simpatizar con nosotros cuando estamos enfermos. Él simpatiza con nosotros e intercede por nosotros como nuestro Sumo Sacerdote con respecto a nuestras debilidades. Pero notemos que debilidades no es lo mismo que pecados. El Señor nunca simpatizará con nuestros pecados; Él se contrista a causa nuestra cuando permitimos pecados en nuestras vidas, pero no simpatizará con nuestros pecados. Por lo tanto, se puede compadecer de nuestras flaquezas, pero no de nuestros pecados.
Las tentaciones, por otro lado, son cosas como sufrir reproche, opresión y rechazo, tener problemas en la vida que opriman nuestros espíritus y produzcan dolor y desaliento, etc. Estas son cosas que afligen particularmente al alma y al espíritu (1 Corintios 10:13; Santiago 1:2,12; 1 Pedro 1:6). El Señor ciertamente fue tentado con este tipo de tentaciones. De hecho, fue tentado con cada prueba con la que un hombre justo podía ser probado, como dice el escritor: “tentado en todo según nuestra semejanza”. La nota al pie de la traducción de J. N. Darby traduce esta frase: “según la semejanza de la forma en que somos tentados”. Por tal razón, simpatiza con nosotros en nuestras tentaciones (pruebas), ya que Él mismo las ha experimentado.
Con relación a las tentaciones que el Señor atravesó, el escritor hace una excepción en las palabras: “pero sin pecado”, o como la traducción de J. N. Darby lo traduce, “excluido el pecado”. Al afirmar esto, alude al hecho de que hay dos clases de tentaciones a las que los hombres están sujetos, en una de las cuales el Señor no participó. Estos dos tipos de tentaciones son:
• Tentaciones y pruebas externas en las que se prueba la fe y la paciencia de uno. Estas son pruebas externas que el enemigo procura utilizar para apartarnos de nuestro llamamiento celestial. Todas estas son pruebas santas (Santiago 1:2-12).
• Tentaciones internas que resultan de tener una naturaleza pecaminosa actuando en nosotros. Todas estas son pruebas impías (Santiago 1:13-16).
El punto del escritor al decir “excluido el pecado” en relación con las tentaciones del Señor es enfatizar el hecho de que, aunque Él experimentó la primera clase de tentaciones externas, Él no experimentó la segunda clase de tentaciones pecaminosas, porque Él no tenía una naturaleza pecaminosa (1 Juan 3:5). La Reina Valera desafortunadamente dice, “pero sin pecado”, lo que hace que parezca que el escritor quiso decir que el Señor se guardó de pecar en Su vida. Si bien es cierto que el Señor no cometió pecados (1 Pedro 2:22), ese no es el punto que se está haciendo en el versículo. Como se mencionó anteriormente, la frase debe traducirse “excluido el pecado”. Esto significa que las tentaciones que Él soportó no estaban dentro de la clase de tentaciones que tienen que ver con la naturaleza pecaminosa. Esto, como ya hemos dicho, se debe a que Él no tenía una naturaleza pecaminosa.
J. N. Darby dijo: “Hay dos clases de tentaciones; una es desde afuera —todas las dificultades de la vida cristiana—; Cristo pasó por ellas y ha pasado por más que cualquiera de nosotros. Pero la otra clase de tentación es cuando un hombre de su propia concupiscencia es atraído, y seducido. Cristo, por supuesto, nunca tuvo eso” (Notes and Jottings, página 6).
Las flaquezas en nuestros espíritus, almas o cuerpos no son pecado (Mateo 26:41), pero si dejamos que esas cosas nos lleven a un mal estado del alma, eso puede producir pecado en nuestras vidas, y Satanás tratará de aprovecharse de nuestro estado bajo y desviarnos del camino. Por lo cual, es importante mantener una buena actitud cuando somos tentados (Santiago 1:2). Por consiguiente, tenemos un Sumo Sacerdote que puede simpatizar con nosotros en todas nuestras pruebas santas, pero que no simpatizará con nuestros pecados.
EL TRONO DE GRACIA (versículo 16).— La tercera provisión que Dios nos ha dado para nuestro viaje por el desierto es el trono de la gracia. El escritor dice: “Lleguémonos pues confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia, y hallar gracia para el oportuno socorro”. Sabiendo que tenemos un gran Sumo Sacerdote intercediendo por nosotros en lo alto, se nos anima a llevar las situaciones y problemas de nuestra vida a Dios en oración. El acceso que tenemos a causa de la redención cumplida y de la ascensión de Cristo a la presencia de Dios como nuestro Sumo Sacerdote es mucho mayor que cualquiera que los sacerdotes en el judaísmo conocieron. Estamos invitados a acercarnos “confiadamente” a la presencia de Dios con nuestras peticiones. Esto es algo que los sacerdotes bajo el pacto legal no podían hacer. Ellos entraban en el lugar santísimo una vez al año con sangre, y lo hacían con temblor. Además, sus entradas allí eran para evitar el juicio de Dios, ¡mas nosotros entramos en Su presencia para conseguir el favor de Dios! Estos contrastes son significativos.
Cuando nos acercamos a Dios con nuestras peticiones de oración, debemos tener en cuenta que no siempre podemos tener la mente de Dios en relación con las cosas que pedimos, y por lo tanto, Él puede negar algunas de nuestras peticiones. Esto se alude en las palabras “misericordia” y “gracia”.
• “Misericordia” es el alivio concedido en relación con una prueba que podamos estar pasando al ser sacados de ella por la buena mano de Dios.
• “Gracia” es el apoyo concedido en una prueba de la que Dios no considera oportuno sacarnos.
Por ejemplo, podríamos estar atravesando determinada prueba y hacemos la petición para que se nos saque de ella. Y como estamos pidiendo algo que está de acuerdo con Su voluntad (1 Juan 5:14), Él nos saca de ella, y quedamos, por supuesto, agradecidos por ello. Así, recibimos “misericordia” en cuanto a esta prueba. En una situación diferente, podríamos solicitar que se nos quite una prueba en particular, pero esta vez no es la voluntad de Dios, al menos no en ese momento. En este caso, Él no nos saca de ella, sino que nos da “gracia para el oportuno socorro”, y por medio de ella somos sostenidos a través de la prueba. Por lo tanto, otorgar misericordia tiene que ver con que Dios nos saque de nuestra prueba, y otorgar gracia tiene que ver con que Él nos sostenga en medio de nuestra prueba.
Hay un incidente en Hechos 12 que ilustra estas dos cosas. Herodes encarceló a dos de los apóstoles del Señor (Jacobo y Pedro) y tenía toda la intención de matarlos. A Jacobo se le dio gracia para pasar por la prueba, y fue martirizado, pero a Pedro se le concedió misericordia, y fue liberado de la prisión por el ángel del Señor.
Hebreos 5-7: El sacerdocio de Cristo superior al de Aarón
Después de haber introducido el sacerdocio de Cristo en los capítulos 2:17-18 y 4:14-16, el escritor ahora lo coloca bajo plena consideración. En los siguientes capítulos compara el tan venerado sacerdocio de Aarón con el sacerdocio de Cristo. Él muestra de varias maneras que el sacerdocio de Cristo es muy superior.
Un breve resumen de los capítulos 5–7
Un breve bosquejo de estos capítulos, con otras referencias al sacerdocio de Cristo, es el siguiente:
• La grandeza de la Persona que ocupa el oficio: Cristo, el eterno Hijo de Dios (Hebreos 5:1-10).
• El sacerdocio de Cristo es según el orden del sacerdocio de Melquisedec, que era superior al de Aarón (Hebreos 7:1-28).
• Cristo ministra dentro del santuario verdadero en el cielo en relación con el nuevo pacto que tiene mejores promesas basadas en la redención consumada (Hebreos 8:1-13).
• El “un solo sacrificio” que Cristo ofreció para hacer expiación por el pecado (Hebreos 10:12) es infinitamente mayor que las ofrendas por el pecado que los sumos sacerdotes en Israel ofrecían continuamente cada año durante el Día de la Expiación (Hebreos 9:1–10:18). El sacrificio de Cristo “deshizo [quitó]” el pecado (judicialmente) ante Dios (Hebreos 9:26) y obtuvo “eterna redención” para los creyentes (Hebreos 9:12). También ha conseguido para los creyentes el privilegio presente de entrar a la presencia inmediata de Dios (Hebreos 10:19). Los sacrificios que ofrecía el sacerdocio aarónico ninguna de estas cosas lograron.
Requisitos para el sacerdocio
En este capítulo 5, el escritor aborda la idoneidad de Cristo para ser nuestro Sumo Sacerdote. Él muestra que los diversos requisitos necesarios para que una persona sea sacerdote se han cumplido plenamente en Cristo. De hecho, debido a la grandeza de Su Persona, ¡Él supera con creces todos los requisitos! El escritor menciona tres cosas principales en relación con la aptitud de Cristo para este oficio. (Ver Collected Writings of J. N. Darby, volumen 7, página 259).
El primer requisito es que el sacerdote tenía que ser “tomado de entre los hombres” (versículo 1). Es decir, debe ser un hombre que ha vivido y andado en este mundo, y por lo tanto sabe por experiencia propia lo que es pasar por sufrimientos, pruebas y tribulaciones comunes a los hombres. Esto es necesario porque el trabajo que un sumo sacerdote está llamado a realizar, en mostrar simpatía y brindar ayuda a las personas en sus circunstancias de la vida, requiere que sea capaz de identificarse con ellas habiendo experimentado cosas parecidas. Por lo tanto, el escritor dice: “Que se pueda compadecer de los ignorantes y extraviados, pues que él también está rodeado de flaqueza” (versículo 2).
El segundo requisito es que tenía que ser “constituido [ordenado]” o nombrado para este trabajo (versículo 1). Por tanto, el oficio del sacerdocio no es algo que una persona elige como vocación en la vida. Tiene que ser seleccionada para ese servicio nada menos que por Dios mismo. El escritor declara: “Nadie toma para sí la honra, sino el que es llamado de Dios, como Aarón” (versículo 4). Así, la persona tiene que ser “llamada de Dios” para tal obra. La historia de Israel da testimonio de que aquellos que ambicionaban ese oficio, sin haber sido ordenados por Dios, fueron juzgados sin piedad por su atrevimiento (Números 16).
El tercer requisito es que el sacerdote debía tener “presentes [ofrendas] y sacrificios por el pecado” que ofrecer a Dios (Hebreos 5:1; 8:3; 9:9). Esta es una referencia a los diversos tipos de ofrendas mencionadas en Levítico 1–6. Estas ofrendas se dividen en dos categorías:
• Los “presentes” son holocaustos [ofrendas quemadas], oblaciones [ofrendas de harina] y sacrificios de paces [ofrendas de paz] (Levítico 1–3). Estas son ofrendas voluntarias que tipifican la adoración. La palabra hebrea es “Corbán”, que significa presentar un regalo (véase la nota al pie de página de la traducción de J. N. Darby en Levítico 3:1).
• Los “sacrificios por el pecado” son ofrendas por el pecado y ofrendas por la transgresión [culpa] (Levítico 4:1–6:7). Estas eran ofrendas obligatorias que tipifican lo que es necesario para la restauración de un alma a la comunión con Dios.
Un marcado contraste que el escritor se apresura a señalar entre estas cosas es que aquellos sacerdotes aarónicos tenían que ofrecer un sacrificio “por los pecados” de sí mismos (versículo 3; Levítico 16:11). Esto, por supuesto, es algo que Cristo no necesitaba hacer, porque Él es sin pecado.
Al haber mencionado estos tres requisitos para ser sacerdote, el escritor muestra que Cristo ha cumplido plenamente con estos criterios y, por lo tanto, está más que calificado para ser nuestro gran Sumo Sacerdote. Por eso, el escritor dice: “Así también Cristo no se glorificó á sí mismo haciéndose Pontífice [Sumo Sacerdote]”.
Versículo 5.— En primer lugar, en cuanto a que es un Hombre, Dios dijo: “Tú eres mi Hijo, Yo Te he engendrado hoy”. Esta es una cita del Salmo 2 que se refiere a la encarnación de Cristo. Confirma que Él se ha hecho Hombre en todos los sentidos: espíritu, alma y cuerpo. Esto significa que Él es plenamente capaz de simpatizar con nosotros porque ha sentido las mismas cosas que sentimos. Cristo, sin embargo, no estaba “rodeado de flaqueza” como lo estaban los sacerdotes aarónicos. Como “Hijo”, Él está en el oficio de sumo sacerdote en la competencia de Su propia Persona.
Versículo 6.— En segundo lugar, el escritor cita el Salmo 110 para confirmar Su nombramiento al oficio del sacerdocio. Dios dijo: “Tú eres Sacerdote eternamente, según el orden de Melchîsedec” (versículo 6). Esta declaración muestra que Cristo ha sido designado para ese oficio por Dios mismo. Él no tomó esa honra para Sí mismo como algo que Él escogió; Dios lo instaló en ese oficio al resucitar de entre los muertos. A diferencia de los sacerdotes del orden de Aarón que murieron y su oficio pasó a otra persona, Cristo es un sacerdote “para siempre” según el orden de Melquisedec.
Versículos 7-8.— En tercer lugar, en cuanto a que Cristo tiene “algo que ofrecer” (capítulo 8:3), el escritor contesta a esto diciendo: “El cual en los días de Su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar [sacar] de la muerte”. Esta es una referencia a Sus oraciones en Getsemaní. Él no pedía ser librado de ir a la muerte, porque precisamente esa era la razón por la cual vino en calidad de sacrificio supremo por el pecado. Sus oraciones tenían que ver con ser “sacado de la muerte” (traducción J. N. Darby), es decir, resucitar. El escritor agrega entre paréntesis que Él “fué oído por su reverencial miedo [a causa de Su piedad]” (traducción J. N. Darby). Dios contestó Sus oraciones y lo resucitó de entre los muertos.
Al hacerse Hombre, el Señor experimentó ciertas cosas que nunca antes había experimentado. Una de ellas fue la obediencia. Él, como Hijo en la eternidad pasada, era el Comandante de todo en el universo. No conocía lo que era ser obediente, ya que nunca antes había estado en posición de tener que obedecer. En Su encarnación, Él asumió la Humanidad en unión con Su Persona, y al hacerlo, aceptó la posición subordinada de ser un Hombre —lo que implicaba vivir en obediencia a Dios—. Esto era algo nuevo para Él, y así aprendió por experiencia lo que era ser obediente. El escritor dice: “Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia”. El pasaje nos enseña que, a pesar de ser el Hijo, al hacerse hombre tuvo que aprender la obediencia como cualquier otro hombre. Esto no significa que Él pasó por un proceso de prueba y error en Su experiencia de aprendizaje, sino más bien, que aprendió de la experiencia lo que era obedecer. A diferencia de otros hombres, Su obediencia fue perfecta; no había prueba y error en ella.
Versículos 9-10.— No solo ofreció “ruegos y súplicas” que fueron contestadas con resurrección, sino que también efectuó el sacrificio supremo por el pecado, ofreciéndose “á Sí mismo sin mancha á Dios” (capítulo 9:14), por lo cual, “destruyó el pecado por el sacrificio de Sí mismo” (capítulo 9:26, LBLA). Y “habiendo sido hecho perfecto” (resucitado de entre los muertos), Él “vino a ser fuente de eterna salvación” para todos los que “obedecen” Su llamado mediante el evangelio (LBLA). Una vez más, esto es algo que ningún sumo sacerdote aarónico podría jamás hacer.
Estas cosas muestran que Cristo ha cumplido plenamente todos los requisitos para ser nuestro gran Sumo Sacerdote. Y así, Él ha sido “llamado de Dios” a ese oficio “según el orden de Melchîsedec”. El escritor tiene mucho que decir sobre el sacerdocio de Cristo según el orden de Melquisedec, pero antes de hacerlo, siente que le es necesario desviarse para dar otra solemne advertencia contra la apostasía.
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Hebreos 5:11–6:20: Tercera advertencia contra la apostasía
El peligro de la inmadurez espiritual
El escritor hace una pausa para dar una advertencia importante contra la apostasía en los capítulos 5:11–6:20. Esta digresión, al igual que las otras digresiones concernientes a la apostasía en esta epístola, puede ser vista como un paréntesis (Véase Synopsis of the Books of the Bible por J. N. Darby, sobre Hebreos 6).
Versículos 11-12.— El escritor se dio cuenta de que el tema concerniente al sacerdocio de Melquisedec podría ser difícil de entender para los hebreos y atribuyó el problema a su inmadurez espiritual. Ellos habían sido estorbados en su crecimiento espiritual y esto les trajo la siguiente reprensión: “Del cual (Melquisedec) tenemos mucho que decir, y dificultoso de declarar, por cuanto sois flacos para oír, porque debiendo ser ya maestros á causa del tiempo, tenéis necesidad de volver á ser enseñados cuáles sean los primeros rudimentos [elementos del principio] de las palabras de Dios; y habéis llegado á ser tales que tengáis necesidad de leche, y no de manjar sólido”. Tardaron en entender la revelación de la verdad cristiana debido a que sus antiguas asociaciones judías les obstaculizaban. Se aferraban a los débiles y pobres rudimentos del judaísmo (si no en la práctica, al menos en el corazón), y esto les dificultaba entrar en los principios más elementales del cristianismo. Un juicio gubernamental de ceguera había sido invocado por el Señor mismo desde la cruz (Salmo 69:22-23), el cual cayó sobre aquella religión terrenal (judaísmo). Para ellos, seguir en comunión con dicha religión significaba que heredarían aquella ceguera que la acompañaba. Esto evidentemente estaba empezando a tener su efecto entre ellos. Compare también 2 Corintios 3:14-16.
En consecuencia, el escritor consideraba a los hebreos como niños espirituales, que necesitaban aprender los elementos básicos del evangelio nuevamente. Los corintios se habían atrofiado en su crecimiento y eran considerados “niños” a causa de su carnalidad (1 Corintios 3:1). Estos hebreos también eran considerados “niños”, pero a causa de su legalidad (Hebreos 5:13). Necesitaban ser instruidos nuevamente en cosas que él llama “los primeros rudimentos [elementos del principio] de las palabras de Dios”. Estas cosas son las enseñanzas elementales de Cristo respecto a Su persona como el Rey y Mesías de Israel. Esta es la línea de verdad que surgió de Su ministerio terrenal antes de la cruz, que esencialmente se encuentra en los Evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas). W. Kelly dijo: “Estas [cosas] descritas como ‘el principio de los oráculos de Dios’ representan aquello que Dios dio en Cristo aquí abajo, sin hacer referencia a Su redención y Su lugar celestial, con el don del Espíritu, lo que le da al cristianismo su verdadero carácter distintivo” (The Epistle to the Hebrews, página 97). También dijo: “A lo que realmente se refiere aquí ‘la palabra del principio de Cristo’, es a aquello que fue revelado en los días de Su carne y que a su debido tiempo fue registrado como Su ministerio en los Evangelios” (The Epistle to the Hebrews, página 101).
El hecho de que los hebreos necesitaran “volver á ser” enseñados en estos primeros principios indica que habían retrocedido. Ellos habían conocido y aceptado que el Señor Jesús era el Mesías, pero de alguna manera habían quedado confundidos acerca de esas cosas y ahora parecían estar cuestionándolas. Como resultado, ellos necesitaban que se les enseñara aquellas cosas desde el principio mismo otra vez. Esto muestra que si no andamos en la verdad que Dios nos ha dado, nos alejaremos de ella. Si no tenemos progreso, tendremos retroceso. Los hebreos se hallaban vacilantes, y las cosas se nublaban en sus mentes; esto eventualmente les haría retroceder respecto a sus convicciones anteriores.
Versículos 13-14.— El escritor continúa diciendo: “Cualquiera que participa de la leche, es inhábil para la palabra de la justicia, porque es niño; mas la vianda firme [alimento sólido] es para los perfectos [ya crecidos]”. Aquí hace una correlación interesante entre “leche” y “vianda”. Si la leche corresponde a la verdad en los Evangelios, como hemos notado, entonces la vianda es la revelación completa de la verdad del cristianismo, como se encuentra en las epístolas. El Señor hizo una distinción entre estas dos cosas (leche y vianda) en Juan 14:25-26. Él denominó a la verdad revelada en Su ministerio como “estas cosas”, y a la verdad que se revelaría después de que el Espíritu viniera como “todas las cosas”. Esto último se refiere a la revelación completa de la verdad en el cristianismo. El escritor no habla despectivamente de la leche —él reconoce que tiene su lugar dentro de las etapas de crecimiento que se desarrollan en el alma— pero queda claro por la forma en que habla de la vianda que esto es lo que realmente desea para los santos.
Luego dice: “Para los que por la costumbre [hábito] tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal”. En esta declaración, él alude a cómo una persona pasa de ingerir solo leche a poder ingerir vianda. Es decir, cómo uno progresa espiritualmente y se convierte en un cristiano bien desarrollado (maduro). Esto se logra por el manejo frecuente de la verdad, como él dice aquí: “por la costumbre [por razón del hábito, traducción J. N. Darby]”. Esto significa que si nos aplicamos en el aprendizaje de la revelación cristiana, seremos recompensados con una comprensión de ella. Los Evangelios presentan la enseñanza del reino, pero no exponen el cristianismo. El cristianismo ni siquiera podía comenzar sino hasta que hubiera un Hombre en el cielo (Hechos 1) y el Espíritu de Dios hubiera sido enviado aquí abajo a morar en los creyentes (Hechos 2). Véase Juan 7:39. Las epístolas fueron escritas desde esta perspectiva y nos dan nuestra posición cristiana completa. Esto significa que si una persona se enfoca en los Evangelios descuidando la enseñanza de las epístolas, se verá atrofiada en su crecimiento espiritual. Por lo tanto, debemos prestar mucha atención a la enseñanza de las epístolas; esta es nuestra base. Esto es lo que nos establece en la fe cristiana.
Al agregar: “El discernimiento del bien y del mal”, él muestra que el crecimiento y el progreso en las cosas espirituales no reside simplemente en tener una comprensión intelectual de la verdad. El discernimiento moral de uno en las cosas prácticas también se tiene que desarrollar. Esto es importante porque muestra que la verdad debe tener un efecto moral sobre nosotros. No sólo debemos asirnos de la verdad (intelectualmente), sino que ella debe asirnos a nosotros (moralmente). Esto, dice él, sucede cuando somos “ejercitados” tocante a la verdad que aprendemos.
Avanzando hacia la perfección
Capítulo 6:1-3.— Habiendo hablado del peligro que representa el retroceso espiritual, el escritor exhorta a los hebreos a ir “adelante á la perfección”. La palabra que aquí se traduce como “perfección” tiene en el texto griego la misma raíz que la palabra usada en el capítulo 5:14 para “adultos” (LBLA). Por lo tanto, al exhortarlos a ir a la perfección, se refería a que se establecieran en la “vianda” de la revelación cristiana de la verdad. Esto, como hemos dicho, se encuentra en las epístolas, particularmente en las epístolas de Pablo.
Al mismo tiempo, los disuade de volver a la posición del Antiguo Testamento en el judaísmo, de donde habían venido. Necesitaban “ir adelante” desde los principios del reino que el Señor enseñó en Su ministerio terrenal —“la palabra del comienzo en la doctrina de Cristo”— hasta “la madurez” (LBLA) en el cristianismo. Estos creyentes hebreos estaban, por así decirlo, en un puente que se extendía desde el judaísmo hasta el cristianismo. Necesitaban bajarse del puente, no volviendo al sistema del judaísmo del Antiguo Testamento, sino avanzando hacia la revelación completa en el cristianismo. Si se quedaban ahí donde estaban en el puente, en algún lugar entre el judaísmo y el cristianismo, eso obstaculizaría su crecimiento espiritual y seguirían siendo niños. El gran peligro de la inmadurez espiritual es que una persona en ese estado es susceptible de malinterpretar algún punto de la verdad y asumir que es un error, y finalmente rechazarlo. Esto muestra que hay efectos negativos en quedarnos solo con lo básico de la verdad. Es aceptable ser un niño en las cosas espirituales si uno es un nuevo converso, pero no es la voluntad de Dios que permanezcamos en ese estado (Efesios 4:14).
Al decir “dejando la palabra del comienzo en la doctrina de Cristo”, no quiso decir que debían abandonar las enseñanzas del ministerio terrenal de Cristo, ni quiso decir que deberíamos renunciar a las verdades elementales del cristianismo por “lo profundo de Dios” (1 Corintios 2:10). Dios nunca nos animaría a renunciar a las enseñanzas de Cristo, ni nos animaría a soltar los fundamentos del cristianismo. Aquí, la palabra “dejando” significa avanzar a partir de la verdad que habían recibido en el ministerio de Cristo.
Seis cosas que caracterizan al judaísmo del Antiguo Testamento
El escritor menciona seis cosas que caracterizaron al judaísmo del Antiguo Testamento a las cuales no debían volver, porque ya habían sido reemplazadas por los “bienes” que habían llegado a través de la muerte y resurrección de Cristo (Hebreos 9:11; 10:1). Él dice: “No echando otra vez”:
1) “El fundamento del arrepentimiento de obras muertas” (versículo 1).— Esta es una referencia a lo que los hijos de Israel hacían en el Día de la Expiación al afligir sus almas en arrepentimiento (Levítico 16:29). Él llama a esto “obras muertas” porque para los creyentes toda la cuestión del pecado ha sido completamente resuelta en la obra consumada de Cristo en la cruz. Los pecados del cristiano han sido quitados para siempre; no están simplemente cubiertos durante otro año como en el rito del Antiguo Testamento en el Día de la Expiación. Por lo tanto, ya no hay necesidad de esta práctica en el presente.
2) “Fe en Dios” (versículo 1).— Esto se refiere a la comprensión judía ortodoxa de Dios como Jehová, el que “uno es” (Deuteronomio 6:4). Era fe en Dios sin conocer ni distinguir a las tres Personas en la Deidad (la Trinidad), porque esa verdad no había salido a la luz en los tiempos del Antiguo Testamento. Tal revelación requería la venida de Cristo al mundo para declarar al Padre (Mateo 11:27; Juan 1:18). Regresar a la revelación parcial de Dios que tenían los santos del Antiguo Testamento sería ignorar la luz que tenemos ahora en el cristianismo, y esencialmente denunciarla como falsa.
3) “La doctrina de bautismos [lavamientos]” (versículo 2).— Esto se refiere a los lavamientos ceremoniales que caracterizaban al judaísmo, los cuales simbolizaban la santidad requerida para acercarse a Dios en la adoración. Toda esa clase de limpieza externa no es necesaria en el cristianismo porque hemos sido hechos “santos” a través de la obra consumada de Cristo (1 Corintios 6:11; Efesios 1:4; Colosenses 1:22; Hebreos 3:1). (La Reina-Valera dice “bautismos”, pero debería decir “lavamientos” (LBLA). El escritor no está hablando de la ordenanza del bautismo).
4) “De la imposición de manos” (versículo 2).— Esto se refiere al rito relacionado con las ofrendas judaicas (Levítico 1:4; 3:2; 4:4; 16:21, etc.). Esta práctica simbolizaba la identificación del oferente con la ofrenda que presentaba en el altar. Sin embargo, dado que el único sacrificio de Cristo es el cumplimiento de esas ofrendas judías, ya no necesitan ser ofrecidas y, por lo tanto, esta práctica tampoco es necesaria. (No se refiere a la imposición de manos en la Iglesia primitiva como se registra en Hechos 6:6; 8:17; 9:17, etc.).
5) “De la resurrección” (versículo 2).— Esto se refiere a la comprensión limitada que los santos en los tiempos del Antiguo Testamento tenían en relación con la resurrección. Ellos sabían de la resurrección en un sentido general. Esto se ve en lo expresado por Marta al Señor, lo cual es considerado como la comprensión judía ortodoxa de la resurrección (Juan 11:24). Sin embargo, el evangelio ha sacado a luz “la vida y la inmortalidad [incorruptibilidad]” (2 Timoteo 1:10), y ahora sabemos que hay dos resurrecciones de dos órdenes completamente diferentes (Juan 5:28-29; Hechos 24:15, etc.). Habrá una resurrección “de entre los muertos”, la de “los justos”, seguida de la resurrección de “los injustos”, con mil años entre ellas. Para estos hebreos, regresar a esa comprensión limitada de la resurrección que tuvieron los santos del Antiguo Testamento, sería darle la espalda a la verdad que había sido sacada a la luz por el evangelio.
6) “Del juicio eterno” (versículo 2).— Esto se refiere a la comprensión judía del juicio en el día postrero (Job 19:25; Juan 11:24). Una vez más, el evangelio también ha sacado a la luz muchos más detalles sobre el juicio eterno, como se encuentra en el Nuevo Testamento, y ahora podemos hablar más exhaustivamente sobre él. Dar la espalda a lo que se ha revelado en el cristianismo con respecto a este tema es menospreciar aquella revelación superior.
Nota: el escritor no les pide a los hebreos que nieguen estas cosas, porque todas eran verdaderas y Dios se las había dado. Lo que él les estaba diciendo es que fueran “adelante” a partir de ellas y que recibieran la revelación más completa de la verdad que había salido a la luz en el cristianismo. Volver a una revelación limitada de la verdad sobre estos temas, tal como se encuentra en el Antiguo Testamento, es poner en duda si realmente hemos tenido una revelación de parte de Dios en el evangelio. Eso es apostasía. Por lo tanto, su instrucción para ellos no es regresar, sino avanzar. Y añade: “Esto haremos á la verdad, si Dios lo permitiere” (versículo 3). Dios ciertamente “quiere” que todos los hombres sean “salvos y que vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:4), pero a menudo esto no sucede porque las personas se niegan a participar con Él en ejercitar fe personal y en ser diligentes.
Cinco grandes privilegios externos relacionados con el cristianismo
Versículos 4-6.— Esto lleva al escritor a hablar más específicamente del peligro de la apostasía. Menciona cinco privilegios externos que el cristianismo ha traído al mundo. Él dice: “Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron el don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron la buena palabra de Dios, y las virtudes del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios, y exponiéndole á vituperio”. A primera vista, puede parecer que se está refiriendo a los privilegios que pertenecen a aquellos que han recibido a Cristo como su Salvador, ¡pero realmente estas cinco cosas son aquellas en las que una persona podría participar sin ser salva! Al identificarse externamente con la compañía cristiana, una persona sin vida divina (un creyente meramente profesante) puede participar y experimentar estas cosas. El punto que el escritor está haciendo aquí es que quedar identificado con el testimonio cristiano es de gran ventaja, pero eso también lo hace a uno muy responsable. Él habla de ciertos privilegios externos de los que una persona así puede participar:
1) Ser “iluminado”.— Una persona es iluminada al escuchar la verdad presentada en el Evangelio; eso le da entendimiento. No significa que haya creído en el evangelio ni que haya recibido a Cristo como su Salvador. La iluminación no es el nuevo nacimiento ni la salvación. Sin embargo, ser iluminado hace que uno sea muy responsable, porque Dios responsabiliza a una persona por el grado de luz que se le ha dado, y será juzgada como corresponde (Lucas 12:47-48).
2) “Gustar el don celestial”.— Esto se refiere a la revelación cristiana de la verdad, “la fe que ha sido una vez dada á los santos” (Judas 3). Es ese “buen depósito” de verdad que debemos retener (2 Timoteo 1:14; Apocalipsis 3:11). Una persona podría venir a las reuniones cristianas donde se exponen estas verdades celestiales y gustar estas cosas de una manera externa al escuchar acerca de ellas. (Nota: “Gustaron” implica que probaron algo sin ingerirlo necesariamente).
3) “Participar del Espíritu Santo”.— No dice que una persona es habitada por el Espíritu, sino más bien “partícipe” del Espíritu. El Espíritu no sólo reside en los creyentes en el Señor Jesucristo, sino que también mora entre los creyentes en la casa de Dios (Juan 14:17; Hechos 2:1-4). Un incrédulo, o un creyente meramente profesante, puede andar entre los cristianos donde el Espíritu de Dios está obrando y de una manera externa participar de las cosas que suceden entre ellos. En esta forma, participa del Espíritu sin ser salvo ni estar sellado con el Espíritu. Nota: la palabra en el texto griego traducida aquí como “partícipes” es metecho, que indica un compartir en algo sin especificar hasta qué punto llega el compartir. El escritor no usa koinoneo, la palabra habitual para participar, que indica un compartir completo en una cosa en común. Por lo tanto, el participar en este versículo se refiere a un compartir superficial o parcial (Compare el uso de estas dos palabras griegas en el capítulo 2:14).
4) “Gustar la buena palabra de Dios”.— Esto se refiere a escuchar las Escrituras que se exponen en las reuniones sin especificar si la verdad que se enseñó fue realmente recibida en fe. Una vez más, la degustación indica algo superficial. Una persona puede escuchar y entender la verdad de la Palabra de Dios, sin recibirla ni creerla.
5) Gustar “los poderes del siglo venidero” (LBLA).— Esto se refiere a los milagros que se habían hecho dentro del círculo cristiano que una persona podía ver, e incluso experimentar. Es muy posible que un mero profesante pudiera haber sido sanado por estos poderes milagrosos mientras estaba entre los cristianos.
Recaer: apostasía
Versículo 6.— Habiendo enumerado algunos de los privilegios externos relacionados con la venida de Cristo al mundo (Su primer advenimiento), el escritor advierte a los hebreos de la seriedad de menospreciar estas cosas y regresar al judaísmo, lo cual sería apostasía. Retomando el asunto desde el versículo 4, el escritor dice: “Porque es imposible que los que ... recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios, y exponiéndole á vituperio”. Recaer es apostatar (Lucas 8:13; 2 Tesalonicenses 2:3; 1 Timoteo 4:1; Hebreos 3:12). Es el abandono formal de la fe que una persona una vez profesó. En este caso, sería apartarse de la revelación cristiana de la verdad, después de haberla abrazado.
El apóstata es diferente a la persona que rechaza el evangelio. Un rechazador es aquel que nunca ha profesado creer en el evangelio, pero un apóstata sí ha profesado alguna vez haberlo creído. Apostatar de la fe es algo que sólo un creyente meramente profesante y sin vida haría. Regresar y ser reintegrado a la sinagoga con todo lo que esto representa sería como estar de acuerdo con la posición asumida por aquellos que han rechazado y crucificado al Señor Jesús. La persona que hace esto, en esencia, ¡está crucificando al Hijo de Dios de nuevo! Qué solemne es esto. ¡Tal paso es tan definitivo que no hay vuelta atrás! Una vez que una persona apostata, no hay esperanza de que se dé la vuelta en “arrepentimiento”. F. B. Hole dijo: “Notarás que la palabra aquí es ‘imposible’ y no ‘improbable’”. Judas Iscariote es un ejemplo. Aunque no estuvo expuesto a la plena luz del cristianismo, pues el Espíritu aún no había venido, sin embargo, él vio y participó de las cosas descritas en los versículos 4-5, pero tristemente, se apartó de ellas para su propia condenación.
Un verdadero creyente no apostatará. Podría retroceder y andar a cierta distancia del Señor, pero no abandonará la fe. Si los creyentes verdaderos se descarrían del Señor, las Escrituras usualmente se referirán a ese alejamiento en términos de “tropezar” (2 Pedro 1:10, LBLA; 1 Juan 2:10; Judas 24, LBLA, nota al pie de página), en vez de caer. Por lo tanto, los creyentes pueden tropezar, pero no caerán, en el sentido de apostatar. W. Scott lo expresó sucintamente: “Para el retroceso hay un remedio; para la apostasía no hay ninguno” (Doctrinal Summaries [Bosquejos doctrinales], página 44). Muchos cristianos no conocen la diferencia entre el retroceso y la apostasía, y a menudo confunden las dos cosas. Tomarán las Escrituras que se refieren a los creyentes meramente profesantes que están en peligro de apostatar e imaginarán que esas Escrituras se refieren a creyentes reales. Y por causa de esto, muchos han llegado a la conclusión errónea de que un creyente puede perder su salvación si peca y se descarría del Señor. Pero esta idea errónea niega la seguridad eterna del creyente, la cual la Escritura afirma claramente.
Versículos 7-8.— El escritor agrega una ilustración figurativa a su advertencia para probar que el mero hecho de participar de la bendición en su forma externa no convierte a una persona. “Porque la tierra que embebe el agua que muchas veces vino sobre ella, y produce hierba provechosa á aquellos de los cuales es labrada, recibe bendición de Dios: Mas la que produce espinas y abrojos, es reprobada, y cercana de maldición; cuyo fin será el ser abrasada”. Esto ilustra los dos tipos de corazones que hay entre los hombres. Uno se compara con un terreno bueno y el otro con un terreno malo. Ambos reciben la lluvia que Dios da, pero el uno produce fruto y el otro zarzas sin valor, que solo sirven para encender un fuego (un símbolo del juicio de Dios). Del mismo modo, la “buena tierra” en el verdadero hijo de Dios dará fruto para Dios (Lucas 8:15), pero la mala tierra en un creyente meramente profesante se hará evidente al apartarse de la fe, y su fin será el juicio.
Estímulo para “seguir adelante” en la senda de fe
Versículos 9-10.— Los versículos restantes en este paréntesis expresan la confianza del escritor de que la gran mayoría de aquellos a quienes estaba escribiendo eran verdaderos creyentes y, por lo tanto, son palabras de aliento para ellos. Estaba convencido de que manifestarían su realidad continuando en la senda de fe. Él dice: “Pero de vosotros, oh amados, esperamos mejores cosas, y más cercanas á salud [que pertenecen a la salvación], aunque hablamos así”. Con esto, aseguraba a sus lectores que, al hacer sonar su advertencia sobre la apostasía, de ninguna manera estaba poniendo en duda la realidad de su conversión. Pues estaba convencido de que había habido una verdadera obra de Dios en ellos, tanto que al decir: “oh amados”, los distinguía de entre aquellos que podrían apostatar.
Las cosas “que pertenecen a la salvación” (LBLA) son aquellas señas inequívocas en la vida de una persona que dan evidencia del hecho de que realmente tiene vida divina, que realmente es salva. Estas serían cosas tales como: obediencia a Dios, amor por el Señor Jesús, amor por el pueblo del Señor y el deseo de estar con ellos, etc. Tales son los “signos vitales” de la vida divina que prueban que una persona verdaderamente “pasó de muerte á vida” (Juan 5:24). En este pasaje, el escritor menciona tres de esas cosas que acompañan la conversión de una persona y que a menudo aparecen juntas en las Escrituras. Ellas son: el “amor” (versículo 10), la “esperanza” (versículo 11) y la “fe” (versículo 12). Ver también 1 Tesalonicenses 1:3.
El escritor se centra particularmente en su amor por los santos. Él dice: “Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado á Su nombre, habiendo asistido y asistiendo aún á los santos”. Estos creyentes hebreos habían demostrado un amor genuino por el pueblo del Señor, y él les recuerda que Dios no había olvidado esto y que los recompensaría en consecuencia por su servicio al nombre del Señor. Estas deben haber sido palabras alentadoras para ellos.
Versículos 11-12.— Su deseo era que continuaran en la senda con perseverancia, que siguieran haciendo lo que habían estado haciendo, porque eso le agradaba al Señor. Su preocupación era que “cada uno” de ellos fuera ejercitado respecto a esto. Esto muestra que continuar en pos del Señor es un asunto individual (Mateo 16:24: “Si alguno quiere venir en pos de Mí ... ”). Él quería que ellos continuaran firmemente hasta que su “esperanza” en Cristo recibiera cumplimiento estando ya glorificados junto a Él. Esta esperanza puesta ante el creyente trasciende con creces todo lo que los santos del Antiguo Testamento buscaban. No debían ser “perezosos” en esto, sino más bien “imitadores” de aquellos que habían andado antes en la senda, quienes “por la fe y paciencia heredan las promesas”. Esto muestra una vez más que la continuidad en la senda de fe es la prueba más grande de la autenticidad.
La Palabra de Dios: Un fundamento seguro sobre el cual la fe puede descansar
Versículos 13-15.— Dado que la fe necesita un fundamento autoritativo sólido sobre el cual apoyarse, el escritor pone ante ellos la cosa más segura del universo: la Palabra infalible de Dios. Dios siempre cumple Su Palabra (1 Reyes 8:56; 2 Timoteo 2:13); la fe puede descansar en ella sin temor a ser decepcionada. El escritor señala la “promesa” y el “juramento” que Dios hizo a Abraham como un ejemplo de cuán ciertamente Él cumple Su Palabra. A pesar de que las circunstancias en las que Abraham y su esposa se encontraban eran contra esperanza —pues ya tenía mucho tiempo que había pasado la edad de tener hijos— Dios cumplió Su Palabra haciendo un milagro, y tuvieron un hijo, tal como se prometió. Esto muestra que Dios cumplirá Su Palabra, pase lo que pase ¡incluso si eso significa que Él tenga que obrar un milagro para hacerlo!
Después de recibir un hijo y ser probado al pedírsele que lo ofreciera sobre el altar, Dios hizo un juramento de que también le daría a Abraham una descendencia por medio de su hijo, Isaac. La “promesa” de tener un hijo fue hecha en Génesis 12:1-3 y confirmada en Génesis 13:14-16; 15:1-6; 17:15-22, pero el “juramento” fue hecho en Génesis 22:16: “Por Mí mismo he jurado, dice Jehová”. El escritor afirma que cuando Dios hizo el juramento, “no pudiendo jurar por otro mayor, juró por Sí mismo”. Cita Génesis 22:17, dando la esencia del juramento: “De cierto te bendeciré bendiciendo, y multiplicando te multiplicaré”. Así, la promesa tenía que ver con que Abraham tuviera un hijo, y el juramento con que Abraham tuviera una descendencia a través de ese hijo.
Después de recibir la promesa, Abraham estuvo “esperando con largura de ánimo” durante muchos años, pero al final “alcanzó la promesa” y recibió un hijo por medio de Sara, tal como Dios había dicho. No hay ninguna contradicción que Hebreos 11:13 diga: “Conforme á la fe murieron todos éstos (incluyendo a Abraham) sin haber recibido las promesas”. La diferencia es que aquellas promesas estaban relacionadas con la herencia, mientras que esta promesa tenía que ver con que Abraham tuviera un hijo y una descendencia a través de él. La aplicación aquí es obvia. Los santos hebreos necesitaban tener el mismo tipo de fe y paciencia que Abraham tuvo, y continuar así en la senda trazada por la revelación cristiana de la verdad, aunque eso pudiera parecer una locura a aquellos que no tenían fe. Abraham tuvo que soportar lo mismo.
Versículos 16-17.— En cuanto al juramento, en los asuntos humanos, los hombres juran por alguien que es más grande que ellos mismos. Cuando “juran”, interponen un “juramento” que pone fin a “todas sus controversias [disputas]” en esos asuntos. Del mismo modo, “queriendo Dios mostrar más abundantemente á los herederos de la promesa la inmutabilidad de Su consejo, interpuso juramento”. En realidad, si Dios ha dado Su Palabra, nadie tiene porqué necesitar algo más, pues es “imposible que Dios mienta”. Con dar Su Palabra es suficiente; ella no necesita ser reforzada con un juramento. Pero al condescender con la debilidad humana, Dios agregó un juramento por causa de Abraham y del heredero a fin de confirmar lo que les había prometido. De este modo, Abraham tenía una doble aseguranza.
Versículos 18-20.— El escritor muestra entonces que estas mismas dos cosas (la promesa y el juramento) se pueden aplicar a todos los que son hijos de Abraham por fe. Y puesto que los “herederos de la promesa” no son solamente Isaac, Jacob, etc., sino todos los que por fe son hijos del creyente Abraham (Gálatas 3:7-8,29), nosotros también podemos descansar en estas mismas “dos cosas inmutables [inalterables]” con respecto a nuestra esperanza en Cristo.
El escritor pone fin a esta larga digresión al afirmar que Dios ha ido un paso más allá al dar una garantía personal para el cumplimiento de las promesas, habiendo Cristo mismo entrado en el santuario de arriba. En la economía levítica el sumo sacerdote entraba en el lugar santísimo como representante solamente. Entraba solo, y ninguno podía seguirlo. Mas ahora Cristo ha entrado allí como garante y fiador, y como resultado, toda una raza de hombres puede seguirlo allí. J. N. Darby dijo: “Esta certidumbre ha recibido una confirmación aún mayor. Entró allí dentro del velo, encontró su aprobación en el santuario mismo, donde un Precursor había entrado, dando no solo una palabra, un juramento, sino también una garantía personal para el cumplimiento de estas promesas, y el santuario de Dios como refugio para el corazón; dando así, para aquellos que tenían entendimiento espiritual, un carácter celestial a la esperanza que atesoraban; mientras mostraba, por el carácter de Aquel que había entrado en el cielo, el cumplimiento seguro de todas las promesas del Antiguo Testamento, en relación con un Mediador celestial, quien, por su posición, aseguró ese cumplimiento; estableciendo la bendición terrenal sobre el fundamento firme del cielo mismo, y dando al mismo tiempo un carácter más elevado y más excelente a esa bendición uniéndola al cielo, y haciéndola fluir desde allí” (Synopsis of the Books of the Bible, sobre Hebreos 6).
Cuatro figuras usadas para describir la esperanza segura que tenemos en Cristo dentro del santuario celestial
El escritor utiliza cuatro figuras para enfatizar la esperanza segura que tenemos en Cristo gracias a Su entrada en el santuario celestial. Mientras esperamos el momento de entrar físicamente allí, estando ya glorificados, hoy en espíritu podemos entrar en ese santuario celestial para adorar y orar (Hebreos 10:19-22). En un día venidero entraremos allí corporalmente.
UNA CIUDAD DE REFUGIO (versículo 18).— En primer lugar, a los cristianos se les considera como “los que hemos buscado refugio ... para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros” (LBLA). Esta es una alusión a las ciudades de refugio a las que una persona culpable podía huir para refugiarse del juicio (Deuteronomio 19:1-13; Josué 20:1-9). La persona estaría a salvo allí mientras viviera el sumo sacerdote (Josué 20:6). La buena noticia para nosotros es que Cristo tiene “un sacerdocio inmutable”; ¡Él nunca morirá de nuevo, porque “vive siempre para interceder” por nosotros en el santuario! (Hebreos 7:24-25). Así, se garantiza nuestra protección eterna del juicio.
UN ANCLA (versículo 19).— En segundo lugar, la “esperanza” que tenemos en Cristo dentro del santuario celestial es como un “ancla” echada en ese puerto al que viajamos. Es tan “segura y firme” que nos garantiza que finalmente llegaremos a ese destino.
UN PRECURSOR (versículo 20).— En tercer lugar, Cristo es nuestro “Precursor” que se ha adelantado para hacer todos los preparativos con miras a que lleguemos allí en condiciones favorables. El hecho de que Cristo sea nuestro Precursor garantiza que entraremos en el lugar donde Él está. La entrada de nuestro Precursor constituye una promesa solemne de que donde Él está ahora, nosotros también lo seguiremos eventualmente.
UN SUMO SACERDOTE (versículo 20).— En cuarto lugar, Cristo ha entrado en el santuario celestial como nuestro “Sumo Sacerdote” (LBLA) teniendo un sacerdocio que es “según el orden de Melchîsedec”. Se trata de un sacerdocio eterno con una doble función. En la historia, Melquisedec trajo una bendición de parte de Dios para Abraham, y tomó diezmos de Abraham para presentarlos a Dios (Génesis 14:18-20; Hebreos 7:1-2). Esto simboliza la ministración de la bendición de Dios, no sólo a Abraham, sino a todos los que son sus hijos por la fe, y también simboliza el ofrecimiento de su adoración a Dios. Dado que la bendición de Dios para los redimidos será eterna y la adoración ofrecida a Dios por los redimidos también será eterna, es necesario contar con un Sacerdote que ministre estas cosas de y para Dios eternamente. Esto es justo lo que tenemos en el sacerdocio de Cristo. El escritor lo comprueba citando nuevamente el Salmo 110: “Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melchîsedec” (Hebreos 5:6; 6:20; 7:17).
Desde Su resurrección de entre los muertos, el Señor quedó instalado en el oficio de Su sacerdocio Melquisedeciano. No obstante, la función presente de Su sacerdocio hoy es según el modelo de Aarón. Como nuestro gran Sumo Sacerdote, el Señor vive hoy en la presencia de Dios para interceder por nosotros, y así nos ayuda a través del desierto hasta nuestro destino celestial. Sin embargo, cuando Él aparezca, cesará de esta obra intercesora y entrará en la función de Su sacerdocio según el orden de Melquisedec. Por esa razón, aunque Él está en ese oficio hoy, todavía no está funcionando en él como tal. Pero cuando Él venga, nuestras esperanzas en Él se harán realidad. Seremos glorificados con Él en una exhibición pública durante el gobierno de Su reino como Rey y Sacerdote.
Así, Cristo ha entrado dentro del velo del santuario celestial de cuatro maneras diferentes y por cuatro razones diferentes, todas las cuales están calculadas para dar al creyente una esperanza segura. Él está allá como nuestro Refugio del juicio, como nuestra Ancla garantizando nuestra llegada segura hasta allá, como nuestro Precursor preparando todo para nosotros allí, y como nuestro Sumo Sacerdote intercediendo por nosotros en el camino hacia allá. Estas cosas seguramente fueron un estímulo para que estos creyentes hebreos continuaran en la senda cristiana, y también deberían serlo para nosotros.
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Hebreos 7:1-28: El sacerdocio de Cristo “según el orden” del sacerdocio de Melquisedec
Habiendo mencionado a Melquisedec nuevamente en el capítulo 6:20, el hilo del argumento del escritor ahora regresa a donde comenzó su digresión en el capítulo 5:10. Su disertación en el capítulo 5 tenía que ver con la superioridad del sacerdocio de Cristo sobre el de Aarón. Al volver a este tema, utiliza un método de argumentación ligeramente diferente de lo que ha estado usando en la epístola hasta este punto. En lugar de comparar a Cristo con personajes prominentes en el sistema levítico, contrasta el sacerdocio de Melquisedec con el de Aarón y muestra que es superior. Y luego hace notar que el Salmo 110 establece que el sacerdocio de Cristo sería “según el orden” del sacerdocio de Melquisedec. La conclusión que saca es simple: si el sacerdocio de Melquisedec es superior al de Aarón, entonces el sacerdocio de Cristo también es superior al de Aarón.
Melquisedec: Un tipo de Cristo
Capítulo 7.— Melquisedec es mencionado tres veces en las Escrituras: históricamente en Génesis 14, proféticamente en el Salmo 110 y doctrinalmente en Hebreos 5–7. Los primeros tres versículos del capítulo 7 forman una oración ininterrumpida. Lo que se desarrolla en esta oración es todo lo que se sabe de Melquisedec, hasta donde las Escrituras nos dan información de su persona.
Estos versículos muestran que Melquisedec es un tipo de Cristo de dos maneras: En primer lugar, tenía un doble oficio de “rey” y “sacerdote” (versículo 1). Que él era un rey queda demostrado por su nombre: “se interpreta Rey de justicia; y luego también Rey de Salem, que es, Rey de paz” (versículo 2). Que él era un sacerdote también queda demostrado por el hecho de bendecir a Abraham y tomar de él los diezmos en calidad de “sacerdote del Dios Altísimo”. El profeta Zacarías asegura que el Mesías de Israel también tendría ambos oficios. Cuando Él gobierne en Su reino milenario, “se sentará y gobernará en Su trono. Será sacerdote sobre Su trono y habrá consejo de paz entre los dos oficios” (Zacarías 6:12-13, LBLA; Salmo 110:1-7; Apocalipsis 8:3-5; 19:16).
En segundo lugar, la forma en que Melquisedec es presentado en las Escrituras, “sin padre, sin madre, sin linaje; que ni tiene principio de días, ni fin de vida”, también lo constituye un excelente tipo de Cristo (versículo 3). El escritor no está diciendo que Melquisedec no tuvo un padre o una madre, sino que se presenta sin que las Escrituras nos den ningún detalle en cuanto a su genealogía (Génesis 14). No se registra quiénes eran su padre y su madre, ni hay ninguna mención de su nacimiento y muerte. El Espíritu de Dios lo retrata de esta manera para presentarlo (tipológicamente) como si fuera una persona eterna, y así, un tipo apropiado de Cristo, el eterno “Hijo de Dios”.
Argumentos que muestran que el sacerdocio de Melquisedec es superior al de Aarón
El escritor procede a presentar una serie de pruebas entrelazadas a lo largo del capítulo que muestran que el sacerdocio de Melquisedec es superior al de Aarón, y al mismo tiempo, correlaciona el sacerdocio de Melquisedec con el sacerdocio de Cristo.
EL SACERDOCIO DE MELQUISEDEC INCLUÍA UN DOBLE OFICIO DE REY Y SACERDOTE (versículos 1-3).— Como ya se mencionó, Melquisedec tenía un único sacerdocio que involucraba dos oficios: él era tanto un rey como un sacerdote. Sostenía tanto un cetro como un incensario. Ningún sacerdote aarónico podría pretender tal cosa. En Israel, estos oficios siempre estaban separados el uno del otro; no había un hombre entre ellos que fuera lo suficientemente grande como para tener los dos. En una ocasión, un rey (Uzías) se atrevió a realizar el trabajo de un sacerdote y llevó un incensario al templo para ofrecer incienso. ¡Inmediatamente Dios lo hirió con lepra! (2 Crónicas 26:16-21). Para él, asumir tal papel fue un acto lleno de presunción y orgullo. Sin embargo, Melquisedec ocupó ambos oficios, ¡y eso con la aprobación de Dios! Esto demuestra que él era personalmente más grande que los sacerdotes aarónicos y que tenía un sacerdocio que era de un orden superior al de ellos.
EL SACERDOCIO DE AARÓN PAGÓ LOS DIEZMOS A MELQUISEDEC POR MEDIO DE ABRAHAM (versículos 4-5).— El escritor muestra luego que la dignidad personal de Melquisedec era tal que el sacerdocio aarónico le dio diezmos por medio de Abraham. Él dice: “Mirad pues cuán grande fué éste, al cual aun Abraham el patriarca dió diezmos de los despojos”. En los versículos 9-10, explica cómo el sacerdocio levítico hizo esto. Él dice: “Y, por decirlo así, en Abraham fué diezmado también Leví, que recibe los diezmos; porque aun estaba en los lomos de su padre cuando Melchîsedec le salió al encuentro”. Este hecho muestra una vez más que los sacerdotes aarónicos eran inferiores y estaban subordinados a Melquisedec.
EL SACERDOCIO DE AARÓN FUE BENDECIDO POR MELQUISEDEC EN ABRAHAM (versículos 6-10).— El escritor plantea otro punto: “Mas aquél (Melquisedec) cuya genealogía no es contada de ellos (los sacerdotes aarónicos), tomó de Abraham los diezmos, y bendijo al (a Abraham) que tenía las promesas. Y sin contradicción alguna [discusión], lo que es menos [el menor] es bendecido de lo que es más [el mayor]”. El hecho de que Melquisedec bendijo a Abraham muestra que estaba en una posición por encima de Abraham, y por lo tanto era mayor que Abraham. Puesto que “los hijos de Leví” estaban, por así decirlo, en los lomos de Abraham en ese momento, también fueron bendecidos por el mayor. Esto muestra una vez más que el sacerdocio de Melquisedec era mayor que el de Aarón.
EL SACERDOCIO DE AARÓN CARECÍA DE PERFECCIÓN (versículo 11).— El escritor señala luego el hecho de que la Escritura habla de otro sacerdote que se levanta con un nuevo sacerdocio “según el orden de Melchîsedech” (Salmo 110:4). Al referirse a este salmo, su énfasis está en la palabra “orden”. Esta apuntaba hacia adelante al tiempo en que se establecería un nuevo orden de sacerdocio. Su razonamiento es que si el sacerdocio aarónico fuera perfecto, no habría necesidad de que otro orden de sacerdocio se levantase. Él dice: “Si pues la perfección era por el sacerdocio Levítico (porque debajo de él recibió el pueblo la ley) ¿qué necesidad había aún de que se levantase otro sacerdote según el orden de Melchîsedec, y que no fuese llamado según el orden de Aarón?”. Este hecho prueba que el sacerdocio levítico carecía de perfección y entereza, y también demuestra que dicho sistema era inherentemente imperfecto. El sacerdocio levítico carecía de perfección en las cosas que podía hacer. No podía llevar a aquellos sacerdotes a la presencia inmediata de Dios, dentro del “lugar santísimo” (Hebreos 9:7-8). Tampoco los sacrificios que ellos ofrecían pudieron “hacer perfectos a los que se acercan” (LBLA) respecto a sus conciencias, al quitar sus pecados judicialmente (Hebreos 10:1-4). Por lo tanto, el Salmo 110 indica que Dios tenía en mente un cambio de sacerdocio. Él levantaría otro sacerdocio que lograría lo que el sacerdocio aarónico no pudo hacer.
EL SACERDOCIO DE AARÓN ERA TRANSITORIO; EN CAMBIO, EL ORDEN MELQUISEDECIANO ES ETERNO (versículos 12-19).— La debilidad del sacerdocio aarónico exigía un cambio, y esto significaba que habría “también mudanza de la ley” que lo gobernaba (versículo 12). El escritor menciona esto porque los judíos tenían dificultades para aceptar que Cristo podía ser sacerdote pues no era de la tribu de Leví. La Ley establecía que los sacerdotes de esa orden tenían que ser del linaje de la familia de Aarón. El escritor reconoce esto y dice: “Porque aquel (Cristo) del cual esto se dice, de otra tribu es, de la cual nadie asistió al altar. Porque notorio es que el Señor nuestro nació de la tribu de Judá, sobre cuya tribu nada habló Moisés tocante al sacerdocio” (versículos 13-14). Luego explica que dado que el sacerdocio de Cristo es “á semejanza de Melchîsedec” (versículo 15), quien no entró a este oficio mediante genealogía, así también Cristo no entró en Su oficio por linaje familiar. Este nuevo sacerdocio no se rige por aquel antiguo requisito legal.
Luego afirma que el nuevo sacerdocio —el cual “no es hecho conforme á la ley del mandamiento carnal” que estipula que el sacerdote tiene que ser de la familia de Aarón— es “según la virtud de vida indisoluble” (versículo 16). Por lo tanto, el requisito para este nuevo oficio en el sacerdocio no está en que una persona tenga la genealogía correcta, sino en que tenga una vida sin fin. ¡Debe ser eterno! Para apoyar esto, el escritor señala nuevamente el Salmo 110; esta vez con énfasis en la palabra “para siempre”. Él dice: “Pues se da testimonio de él: Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melchîsedec” (versículo 17). ¿Quién podría cumplir este requisito sino solo Cristo? Los sacerdotes del Antiguo Testamento ciertamente no pudieron; “en cuanto por la muerte no podían permanecer” (versículo 23). Por lo tanto, el sacerdocio según el orden de Melquisedec no se recibió de los antepasados, ni se transfiere a los descendientes, y tampoco será interrumpido por la muerte. Puesto que este sacerdocio no se puede recibir, ni tampoco transferir y además es eterno, su permanencia está asegurada (versículo 24).
Por lo tanto, la introducción del sacerdocio de Cristo requería que quedara “anulado el mandamiento anterior por ser débil e inútil (pues la ley nada hizo perfecto)” (versículos 18-19, LBLA). El mandamiento de Moisés en cuanto al sacerdocio, por consiguiente, ha sido dejado de lado, pero la importancia moral de los Diez Mandamientos no; todavía tiene su aplicación moral a los santos (Romanos 13:8-10) y a los pecadores (1 Timoteo 1:9-10). Como se mencionó, había “debilidad” en aquel orden aarónico porque el sacerdote, al estar sujeto a la muerte, no podía continuar en ese oficio (versículo 23). También era “inútil” porque no podía colocar en la presencia de Dios con una conciencia purgada a la persona que se acercaba. En contraste, dice él: “mas hízolo la introducción de mejor esperanza, por la cual nos acercamos á Dios” (versículo 19). Esta es una referencia al camino nuevo y vivo por el que nos acercamos a Dios en el cristianismo (capítulo 10:19-22). El cristianismo es visto aquí como una “esperanza” porque, aunque tenemos nuestras bendiciones ahora (Efesios 1:3), aún no hemos llegado a nuestro destino celestial en un estado glorificado. Esto para nosotros está todavía por delante como una esperanza (una certeza diferida) que se realizará cuando el Señor venga en el Arrebatamiento.
EL SACERDOCIO DE CRISTO SEGÚN EL ORDEN DE MELQUISEDEC ES CON JURAMENTO (versículos 20-23).— El escritor pasa a otro punto: Dios estableció el sacerdocio Melquisedeciano de Cristo con el pronunciamiento solemne de “un juramento”. Esto no se hizo en el caso del sacerdocio aarónico. Dios no juró a Aarón que su sacerdocio continuaría para siempre. Él dice: “Y por cuanto no fué sin [el pronunciamiento de un] juramento, (Porque los otros (sacerdotes aarónicos) cierto sin juramento fueron hechos sacerdotes; mas éste (Cristo), con [el pronunciamiento de un] juramento ... )”. El Salmo 110 es citado nuevamente para probar esto. Esta vez es con énfasis en la palabra “juró”: “Juró el Señor, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote eternamente según el orden de Melchîsedec”. Al ser colocado en este oficio mediante juramento, no existe posibilidad de que el sacerdocio eterno de Cristo sea revocado o reemplazado por otro, como en el caso del sacerdocio aarónico. Esto corrobora que es de un orden superior.
El escritor muestra entonces que este Sacerdote, Jesús, ha sido introducido con un juramento de Dios, y que asimismo “ha venido a ser fiador de un mejor pacto” (versículo 22, LBLA). Por tanto, las bendiciones del nuevo pacto son seguras. En el capítulo 8 él hablará de esto más plenamente.
LA PERFECCIÓN Y GRANDEZA PERSONAL DE CRISTO COMO SUMO SACERDOTE (versículos 26-28).— Como último punto, el escritor se refiere al hecho de que Cristo es perfectamente idóneo para ser nuestro Sumo Sacerdote, mucho más que cualquier sacerdote aarónico. Por causa de la persona que Él es, tanto divino como humano, Cristo es infinitamente más que capaz de salvarnos de todo peligro y enemigo espiritual en la senda de fe. El escritor dice: “Por lo cual puede también salvar eternamente [completamente] á los que por Él se allegan á Dios, viviendo siempre para interceder por ellos”. Podemos ver en el contexto aquí que él no está refiriéndose a la salvación de nuestras almas de la pena de nuestros pecados, sino de salvación en un sentido práctico. Este aspecto de la salvación fluye hacia nosotros de Su vida de intercesión ininterrumpida a la diestra de Dios (Romanos 8:34). Gracias a Su poderosa intercesión los creyentes se mantienen en curso y son guardados de fracasar. Pero téngase en cuenta que esto no es algo automático. Dios quiere la participación de nosotros si hemos de ser salvos en esta forma. Debemos “por Él allegarnos á Dios”. Esto se refiere a la necesidad de expresar nuestra dependencia de Él en oración. Pero aquí es donde radica el problema para muchos de nosotros. A pesar de que el Señor “puede también salvar” de estos peligros, a menudo nos sucede que dejamos de acudir a Dios en oración, y por eso no recibimos Su ayuda de lo alto, resultando así el fracaso en la senda.
En cuanto a la idoneidad de Cristo, el escritor dice: “Porque tal pontífice nos convenía”. Él se hizo hombre, y por esa razón sabe lo que es andar aquí en un mundo que está lleno de pruebas y tentaciones. Ahora, Él está a la diestra de Dios como nuestro Sumo Sacerdote. Esto lleva al escritor a hablar concluyentemente de la condición moral y espiritual de Cristo para interceder por nosotros en lo alto. Él es:
• “Santo”: Su ayuda será consistente con todo lo que Dios es en santidad. Él no transigirá con el pecado, ni lo excusará al intentar ayudarnos en el camino (versículo 26).
• “Inocente [inofensivo]”: Él nunca pedirá para nosotros algo que nos dañe espiritualmente o de alguna otra manera (versículo 26).
• “Inmaculado” (LBLA): Él permanece inmaculado a pesar de la naturaleza contaminante de algunas de nuestras tentaciones, las cuales Él tiene que manejar en favor nuestro (versículo 26).
• “Apartado de los pecadores”: Allí donde la resurrección le ha colocado, Él se encuentra separado de los pecadores y Su servicio como Sacerdote no es llevado a cabo en favor de ellos; Él está allí en favor de nosotros (versículo 26).
• “Hecho más sublime que los cielos”: Él está en una posición de poder supremo, por encima de todos nuestros enemigos espirituales, y usa ese poder en nuestro favor de acuerdo con Su perfecta sabiduría y amor (Mateo 28:18). Por lo tanto, no existe dificultad en todo el universo con la que Él no sea capaz de lidiar (versículo 26).
• Él no necesita “ofrecer primero sacrificios por Sus pecados” como lo hicieron los sacerdotes aarónicos cuando erraban en su función sacerdotal, porque Él es absolutamente sin pecado (versículo 27). Siendo esto así, Él nunca cometerá un error en lo que pide para nosotros.
• Él no tuvo “flaquezas” como los sacerdotes aarónicos, sino que está en la presencia de Dios para interceder por nosotros por “la palabra del juramento” como “el Hijo”, y así es “hecho perfecto para siempre” como nuestro gran Sumo Sacerdote (versículo 28).
Estas cosas muestran cuán perfectamente idóneo es el Señor para ser nuestro Sumo Sacerdote y ministrarnos “misericordia” y “gracia para el oportuno socorro” (capítulo 4:16).
Así, después de haber establecido que el sacerdocio de Cristo es según el orden del sacerdocio de Melquisedec, el escritor ha pasado a demostrar mediante las Escrituras en una serie de puntos que el sacerdocio aarónico es inferior al de Melquisedec. Esto nos conduce a la obvia conclusión de que el sacerdocio de Cristo es por consiguiente superior al de Aarón.
Hebreos 8: El ministerio de Cristo superior al de Aarón
El nuevo santuario
En los capítulos 5–7, el escritor ha dejado en claro que el sacerdocio de Cristo es de un nuevo orden. Ahora, en el capítulo 8, habla del “santuario” celestial dentro del cual Cristo ministra (versículos 1-5) en relación con el “nuevo pacto” que Él hará con Israel (versículos 6-13). Al iniciar el capítulo 8, otro cambio sucede. Hasta el final del capítulo 7 seguimos viendo a Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, presentado en gran medida a favor de nuestra necesidad mientras atravesamos las circunstancias del desierto. En el capítulo 8, llegamos al otro lado de Su sacerdocio: allí Él es “ministro del santuario” (versículo 2). Este lado tiene que ver con nuestro acceso a Dios como adoradores, y no con nuestro peregrinaje por el desierto. Por lo tanto, lo que tenemos ante nosotros en los capítulos 8:1–10:18 es la verdad concerniente al sacerdocio de Cristo en relación con nuestro acercamiento a Dios en adoración.
Versículo 1.— Comienza diciendo: “Así que, la suma [el punto principal] acerca de lo dicho es: Tenemos tal pontífice que se asentó [se ha sentado] á la diestra del trono de la Majestad [grandeza] en los cielos”. Es decir, la sustancia de lo que se ha hablado antes en cuanto al sacerdocio de Cristo se puede recapitular con la siguiente declaración: Tenemos un Sumo Sacerdote que se encuentra actualmente ministrando a la diestra de Dios.
¡El escritor habla de Cristo como un sacerdote sentado! Una vez más, esto era algo diferente de lo que los hebreos conocían en el judaísmo. Los sacerdotes de la orden aarónica siempre estuvieron de pie. No había silla en el tabernáculo o en el templo sobre la cual pudieran sentarse. Este hecho significa que el trabajo de esos sacerdotes nunca paraba. Los sacrificios que ofrecían tenían que repetirse una y otra vez (Hebreos 10:11). (En un momento de fracaso y alejamiento, Elí tenía una silla justo afuera del pilar de la puerta del tabernáculo, pero este no era el orden de Dios. Véase 1 Samuel 1:9; 4:13,18). En el capítulo 1:3, se nos dijo que Cristo fue al cielo y se sentó a la diestra de la grandeza en las alturas en virtud de ser quien es: el Hijo. Aquí, en el capítulo 8, se le ve sentado allí en relación con lo que Él está haciendo actualmente como nuestro Sumo Sacerdote. Él lleva a cabo Su ministerio sacerdotal de intercesión desde una posición sentada. Esto era algo completamente nuevo y diferente.
Versículo 2.— Entonces se nos dice que este lugar donde Cristo ejerce Su servicio sacerdotal es “aquel verdadero tabernáculo que el Señor asentó, y no hombre”, en el cielo. Al decir “verdadero”, no quiso decir que el tabernáculo terrenal fue algo falso o ficticio. Pues no había nada de falso acerca del tabernáculo terrenal. Lo que quiso decir, más bien, es que el lugar donde Cristo ministra ahora es el santuario real donde Dios mora. Porque el tabernáculo que Moisés construyó en el desierto, donde servían los sacerdotes aarónicos, era realmente una “representación” (un modelo del formato original; versículo 5, traducción J. N. Darby) del verdadero santuario en el cielo. Para probar esto, Éxodo 25:40 es citado entre paréntesis en el versículo 5.
Este punto es significativo. Si Cristo está ahora ministrando como sacerdote dentro del santuario celestial, entonces no podría haber al mismo tiempo un santuario terrenal reconocido por Dios, como sí lo hubo en el judaísmo. Esto es lo que le explicó el Señor a la mujer junto al pozo. Él le dijo: “Mujer, créeme, que la hora viene, cuando ni en este monte (Gerizim), ni en Jerusalem adoraréis al Padre” (Juan 4:21). El mundo cristiano ha ignorado este punto por completo y se ha construido los así llamados “lugares de adoración” sobre la tierra. Los hombres se han erigido catedrales y edificios como lugares sagrados para la oración y la adoración. Sin embargo, todos estos lugares son en realidad una mezcla de judaísmo y cristianismo, que no cuenta con la aprobación de Dios (Hebreos 13:10).
Un ministerio más excelente
Versículo 3.— La introducción de un nuevo sacerdocio llevado a cabo dentro del santuario celestial, también implica un cambio en los sacrificios que el Sacerdote ofrece. El escritor explica esto, diciendo: “Porque todo pontífice es puesto para ofrecer presentes y sacrificios; por lo cual es necesario que también éste tuviese algo que ofrecer”. Los sacerdotes en el sistema levítico tenían ciertas ofrendas que presentar en el altar (Levítico 1–6:7), pero dado que Cristo es el cumplimiento de aquellos presentes y sacrificios, ya no hay necesidad de que se ofrezcan ahora (Hebreos 10:18). No obstante, nuestro Sumo Sacerdote tiene “algo que ofrecer”. Él presenta a Dios las oraciones y alabanzas de los santos (Hebreos 13:15; 1 Pedro 2:5).
Pontífice divino tenemos en Jesús;
Gozosos nos hallamos en Su celeste luz;
Y nuestros sacrificios de gracias y löor
En coro alegre suben por nuestro intercesor.
Himnario Mensajes del Amor de Dios, nº 354
El Señor también intercede por nosotros desde Su asiento celestial (Romanos 8:34; Hebreos 7:25). Un ejemplo de Su intercesión se encuentra en la oración del Señor en Juan 17. Aunque fue antes de que Él ascendiera, Juan escribe su Evangelio desde la perspectiva de estar fuera del tiempo y, de este modo, ve al Señor como ascendido. Por lo tanto, aunque el sacerdocio de Cristo no es según el orden del sacerdocio aarónico, Él ejerce Su ministerio según el modelo desarrollado en el de Aarón.
Versículos 4-6.— Como se mencionó anteriormente, el versículo 5 es un paréntesis (consulte la traducción J. N. Darby). Para poder entender la esencia del argumento del escritor, es de mucha ayuda leer el pasaje pasando por alto el versículo 5, es decir, brincando del versículo 4 al versículo 6. Dice: “Así que, si estuviese sobre la tierra, ni aun sería sacerdote, habiendo aún los sacerdotes que ofrecen los presentes según la ley ... Mas ahora tanto mejor ministerio es el Suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, el cual ha sido formado sobre mejores promesas”. De modo que, el Señor no era un sacerdote cuando anduvo aquí en este mundo. Eso habría interferido con el orden del sacerdocio levítico que estaba en funcionamiento en ese momento, pues el judaísmo no había sido entonces puesto a un lado. Sin embargo, la senda terrenal del Señor y sus experiencias lo prepararon para ser un Sacerdote, pero no entró en Su sacerdocio sino hasta que ascendió a la diestra de Dios. Habiendo ocupado Su lugar en el trono allá arriba (Salmo 110:1), Dios lo instala con juramento en dicho oficio (Salmo 110:4).
El versículo 5 indica que el tabernáculo era una “representación” del santuario celestial. El Señor le dijo a Moisés: “Mira, dice, haz todas las cosas conforme al dechado que te ha sido mostrado en el monte”. Podríamos preguntar: ¿Qué vio Moisés exactamente? En una palabra, no vio cosas espirituales, sino un patrón de los utensilios que se le instruyó que hiciera. Dado que el tabernáculo era una representación del verdadero santuario de arriba, está claro que Dios no tenía la intención de que fuera algo permanente. Era “una sombra de los bienes venideros” que fue dada a Israel provisionalmente hasta el tiempo en que Cristo viniera (Hebreos 10:1).
El nuevo pacto
Versículo 6.— Por consiguiente, el Señor es un Sumo Sacerdote con un “tanto mejor ministerio” que el que tenían los sacerdotes aarónicos. Su posición como Sumo Sacerdote en el santuario celestial es tal que también se ha convertido en el “Mediador de un mejor pacto, el cual ha sido formado sobre mejores promesas” (Hebreos 8:6; 9:15; 12:24). Así como Moisés fue el mediador del antiguo pacto (Gálatas 3:19), así también Cristo es el Mediador del nuevo pacto (Jeremías 31:31-34). (La función de un mediador es reconciliar, la función de un abogado es restaurar, y la función de un sacerdote es sostener. Cristo es visto en el Nuevo Testamento desempeñando los tres roles: 1 Timoteo 2:5; 1 Juan 2:1; Hebreos 4:14-15).
El nuevo pacto es “mejor” porque se establece sobre “mejores promesas”. Cuando el antiguo pacto se estaba concretando, el pueblo hizo las promesas. Ellos dijeron: “Todo lo que Jehová ha dicho haremos” (Éxodo 19:8; 24:3). Pero al establecerse el nuevo pacto, fue el Señor quien hizo las promesas, y esto pone las condiciones del pacto sobre una base completamente diferente, ya que Él nunca fracasará en guardar Su Palabra. Por tanto, lo que caracterizaba al primer pacto es la promesa del pueblo: “(Nosotros) haremos ... ”. Por otro lado, lo que caracteriza al nuevo pacto es la promesa del Señor: “(Yo) haré ... ” (Jeremías 31:31-34).
Las bendiciones bajo el antiguo pacto eran condicionales. Heredarlas dependía de que las personas hicieran su parte (Lucas 10:28). Se caracterizaba por el uso de la segunda persona: “No tendrás ... No te harás ... No te inclinarás ... ”, etc. (Éxodo 20). Pero esta era la debilidad del primer pacto; y dado que las bendiciones que prometía dependían del desempeño humano, todo se derrumbó debido a que las personas fracasaron en cumplir con su parte. ¡Cuán diferentes son las cosas en relación con el nuevo pacto! Este contiene promesas incondicionales que serán llevadas a cabo por el Señor mismo. Esas bendiciones, por lo tanto, son firmes y seguras. Por consiguiente, la gran diferencia entre los pactos es que el antiguo establece lo que el hombre debe hacer, mientras que el nuevo dice lo que Dios ha de hacer.
Versículos 7-8.— En cuanto al sacerdocio aarónico, si este fuera perfecto, no habría necesidad de introducir otro sacerdocio (capítulo 7:11). Él dice: “Porque si aquel primero fuera sin falta, cierto no se hubiera procurado lugar de (para un) segundo”. Su punto aquí es que el hecho mismo de que tenía que haber un “segundo” pacto prueba que el “primero” no continuaría. Su lógica es simple y clara: el anuncio de que el Señor iba a hacer un nuevo pacto significa que el primer pacto no continuaría. Si el viejo hubiera sido perfecto, Dios no habría prometido traer uno nuevo. (Es importante entender que el nuevo pacto no es traído a discusión para enseñar que este ha sido hecho con los cristianos, lo cual es un error común, sino para probar que el primer pacto se volvería obsoleto).
Nota: No dice que el primer pacto tuviera falta; él dice: “Reprendiéndolos ... ”. La culpa era de los israelitas que estaban bajo ese primer pacto; ellos fallaron en cumplir sus condiciones. La Ley era “débil por la carne” (Romanos 8:3). De nuevo, esto no significa que hubiera algo malo con la Ley, sino que no pudo producir nada bueno de la carne debido a que ese material era completamente malo. Como resultado, no hay nada malo con la Ley; ella es “santa, justa y buena” (Romanos 7:12). El problema es con la carne.
El nuevo pacto se hará con Israel, no con la Iglesia
En los versículos 8-13, el escritor recita los términos del Nuevo Pacto en su totalidad. Se trata de una cita de Jeremías 31:31-34. Comienza con: “He aquí vienen días, dice el Señor, y consumaré para con la casa de Israel y para con la casa de Judá un nuevo pacto” (versículo 8). Esto es significativo. El Señor afirma muy claramente que el pacto se hará “con” Israel y “con” Judá. En ningún lugar de las Escrituras dice el Señor que el nuevo pacto se hará con la Iglesia; sin embargo, este ha sido un error común entre los cristianos durante siglos. Se trata de un viejo error de la Teología Reformada (Teología del Pacto).
El hecho de que el nuevo pacto se llame “nuevo” muestra que este se hará con aquellos que tenían el “viejo” pacto (Israel). De manera similar, no hablarías de hacer un “nuevo” trato con alguien con quien nunca has tenido trato alguno previamente. No le dirías: “Hagamos un nuevo trato”. Esto solo se lo dirías a alguien con quien ya tuvieras un acuerdo pero que ahora le estuvieras proponiendo un nuevo trato para reemplazar el anterior. Del mismo modo, la Iglesia nunca estuvo bajo el viejo pacto. Ni siquiera existía cuando este se hizo; pues ella comenzó en el día de Pentecostés (Hechos 2). Por tanto, el Señor no está hablando de hacer un nuevo pacto con la Iglesia.
Además, el nuevo pacto con Israel aún no se ha hecho; es una cosa futura. El contexto de Jeremías 31 muestra esto. Los términos y las bendiciones del pacto se establecen al final del capítulo, y entrarán en vigor después de que el remanente de Israel se arrepienta y sea restaurado al Señor. Esto aún no ha sucedido.
Aquellos que sostienen que el nuevo pacto se hizo con los cristianos argumentan que, como beber de la copa en la Cena del Señor simboliza la comunión con la sangre de Cristo, y dado que a esta se le llama “Mi sangre del nuevo pacto” (Mateo 26:28; 1 Corintios 11:25), concluyen que el pacto se ha hecho con los cristianos. Ellos razonan: “¿Por qué el Señor les pediría a los cristianos que tuvieran comunión con algo que no era para ellos?”. Como prueba adicional, presentarán la declaración de Pablo de que él y sus colaboradores son “ministros ... del nuevo pacto” (2 Corintios 3:6). ¡Estos siervos del Señor eran cristianos! En sus mentes, estas cosas prueban que el nuevo pacto ha sido hecho con los cristianos.
Sin embargo, una mirada más cercana a Mateo 26:28 y 1 Corintios 11:25 muestra que el énfasis en la Cena del Señor está en nuestra comunión con la “sangre”, no en “el nuevo pacto”. El nuevo pacto será hecho con Israel y disfrutado por ellos en un día futuro, pero los beneficios que la sangre ha logrado son disfrutados ahora por los cristianos, sin que nosotros estemos bajo el pacto. Se puede preguntar: “¿Por qué mencionar el pacto en la Cena si este no tiene aplicación para los cristianos?”. La respuesta es porque la Cena fue instituida durante la misma Pascua, la cual es claramente judía.
En cuanto a 2 Corintios 3:6, es cierto que Pablo se llamó a sí mismo y a los que trabajaron con él, “ministros ... del nuevo pacto”. Pero debe notarse que rápidamente matiza lo que está diciendo, agregando: “No de la letra, mas del espíritu”. La “letra” del nuevo pacto se refiere al cumplimiento literal de sus condiciones en un día venidero cuando un remanente de Israel será salvo e introducido al reino (Romanos 11:26-27). Aplicarlo en “letra” a la Iglesia equivale a decir que ha sido hecho con la Iglesia, lo cual no es cierto. Pablo ministró el “espíritu” del nuevo pacto, que es la gracia. Enseñó a los cristianos que las bendiciones espirituales del pacto eran suyas por medio de la gracia, aun cuando ellos no estuvieran formalmente conectados con él, y esto es así debido al poder de la sangre. H. Smith dijo: “Si bien la letra del nuevo pacto se limita a Israel, su espíritu puede aplicarse a los cristianos” (The Epistle to the Hebrews, página 45). En 2 Corintios 3:6, Pablo va más allá y dice: “Porque la letra mata”. Es decir, si él o nosotros aplicáramos el nuevo pacto a la Iglesia de acuerdo con la letra, se destruiría el carácter celestial del llamamiento del cristiano y también la distinción entre Israel y la Iglesia.
Así, los cristianos han sido bendecidos según los principios del nuevo pacto, sin estar formalmente bajo el nuevo pacto. El evangelio que predicamos en el cristianismo no es el nuevo pacto, pero es del orden del nuevo pacto, que es la gracia. Las tres grandes bendiciones espirituales del nuevo pacto son:
• La posesión de la vida divina a través del nuevo nacimiento (versículo 10).
• Una relación inteligente con el Señor (versículo 11).
• El conocimiento de que los pecados han sido perdonados (versículos 12).
Estas bendiciones del nuevo pacto son las bendiciones espirituales más elementales que tienen los creyentes. Ellas serán la porción de todos los hijos de Dios. Sin embargo, en Romanos, Colosenses y Efesios, Pablo revela la plenitud de nuestras bendiciones que son distintivamente cristianas. El alcance de estas bendiciones es mucho más alto en carácter y en sustancia que lo que Israel tendrá bajo el nuevo pacto, y lo que es más, se dice de ellas que todas están “en Cristo” a la diestra de Dios.
Versículo 13.— El escritor concluye: “Diciendo, Nuevo pacto, dió por viejo al primero; y lo que es dado por viejo y se envejece, cerca está de desvanecerse”. Así, el primer pacto es visto como algo viejo, aunque en el momento de escribir la epístola ese sistema terrenal conectado con el viejo pacto aún no había desaparecido. El templo en Jerusalén y su servicio todavía estaban en funcionamiento, mas ya no eran reconocidos por Dios (Mateo 23:38). “Las solemnidades de Jehová” (Levítico 23:4) ya no eran vistas como eso, sino más bien, como fiestas de “los judíos” (Juan 2:13; 5:1; 6:4; 7:2, etc.). Todo ese sistema terrenal estaba “cerca ... de desvanecerse” porque en cuestión de unos pocos años la ciudad y el templo serían destruidos por los romanos (Salmo 69:24-25; Daniel 9:26; Mateo 22:7; Lucas 21:21-24). Esto sucedió en el año 70 d. C. Dicho otra vez, el propósito del escritor al introducir el tema del nuevo pacto no es enseñar que este se ha hecho con los cristianos, sino demostrar que el antiguo pacto se volvería obsoleto.
Para resumir el capítulo 8, el escritor ha demostrado que el ministerio de Cristo como Sumo Sacerdote es superior al de Aarón porque:
• Él oficia en el santuario verdadero: el cielo mismo (versículos 1-5).
• Él oficia en relación con un mejor pacto establecido sobre mejores promesas (versículos 6-13).
Hebreos 9-10:18: El sacrificio de Cristo superior al sacrificio del día de la expiación
Llegamos ahora al pináculo de los grandes contrastes en la epístola: el sacrificio superior de Cristo. Los sacrificios ofrecidos en el judaísmo del Antiguo Testamento eran provisionales. Sirvieron al propósito de apuntar hacia adelante al momento en que Cristo vendría y se ofrecería a Dios como el sacrificio supremo por el pecado (capítulo 9:26). Su único gran sacrificio es el cumplimiento de todos los sacrificios de animales que habían sido ofrecidos en el altar judío (capítulo 10:1,11-12). De los rituales judíos, el sacrificio que de manera particular está ante el escritor en estos dos capítulos es la ofrenda por el pecado en ocasión del Día de la Expiación (Levítico 16:1-34; 23:26-32). Los sacrificios de este día eran considerados como los más grandes de todos los sacrificios que se ofrecían durante el año según su calendario.
El santuario terrenal y sus ordenanzas acerca de la carne
Versículos 1-7.— El escritor dice: “Tenía empero también el primer pacto reglamentos del culto, y santuario mundano. Porque el tabernáculo fué hecho: el primero, en que estaban las lámparas, y la mesa, y los panes de la proposición; lo que llaman el Santuario. Tras el segundo velo estaba el tabernáculo, que llaman el Lugar Santísimo; el cual tenía un incensario de oro, y el arca del pacto cubierta de todas partes alrededor de oro; en la que estaba una urna de oro que contenía el maná, y la vara de Aarón que reverdeció, y las tablas del pacto; y sobre ella los querubines de gloria que cubrían el propiciatorio; de las cuales cosas no se puede ahora hablar en particular. Y estas cosas así ordenadas, en el primer tabernáculo siempre entraban los sacerdotes para hacer los oficios del culto; mas en el segundo, sólo el pontífice una vez en el año, no sin sangre, la cual ofrece por sí mismo, y por los pecados de ignorancia del pueblo”. Los primeros cinco versículos del capítulo 9 nos ofrecen un vistazo general del santuario terrenal. Luego, en los versículos 6-7, el escritor nos da una descripción de los principales “oficios” desempeñados por los sacerdotes en dicho sistema, particularmente aquel servicio que tenía lugar en el Día de la Expiación.
El diseño al que se refiere es el del tabernáculo en el desierto, no al templo que Salomón construyó en la tierra de Canaán. Esto es evidente por el hecho de mencionar que “la urna de oro que contenía el maná, y la vara de Aarón que reverdeció” estaban en el arca, mientras que cuando el arca fue colocada en el templo estas dos cosas ya habían sido removidas (2 Crónicas 5:10). Usar el patrón del tabernáculo en el desierto para enseñar su punto está en armonía con el contexto de la epístola, ya que es un libro del desierto en el que el cristiano es visto en un peregrinaje espiritual al cielo.
El escritor menciona diez cosas que distinguían al sistema terrenal: tres en el “Santuario” (el lugar santo) y siete en el “Lugar Santísimo” (la parte más interna del tabernáculo donde estaba la presencia de Dios). Una cosa que sobresale es que no se menciona el altar del incienso, ¡pero sí el “incensario de oro” que los sacerdotes usaban en ese altar! Además, ¡él habla del incensario como si estuviera en el Lugar Santísimo! Esto es interesante e instructivo. Muestra que él comprendió que el lugar apropiado para la adoración (representada por el altar del incienso y el incensario de oro) está en la presencia inmediata de Dios —algo desconocido en el judaísmo; no obstante, el privilegio de todo creyente en el cristianismo—. Esto indica que no es la intención de Dios que Sus redimidos lo adoren a distancia, fuera del velo (Hebreos 10:19). El atrio (Éxodo 27:9-21) no se menciona aquí porque el tema en Hebreos es el acercamiento del creyente a Dios dentro del santuario. El atrio tiene que ver con el testimonio del creyente ante el mundo allá afuera.
El escritor hace notar que los sacrificios ofrecidos durante ese día solo cubrían los “pecados de ignorancia” (versículo 7; Levítico 4:2; Números 15:22-29). Por ende, el sistema legal no proporcionaba ningún remedio para los pecados de “altiva mano” o “soberbia” (Números 15:30-36; Salmo 19:13). Este hecho es otra prueba de la debilidad de ese sistema. En el mejor de los casos, aquellos sacrificios solo podían cubrir ciertos pecados, y esto solo por un año a la vez, mediante los rituales del Día de la Expiación y la “paciencia” de Dios (Romanos 3:25). Dichos sacrificios no pudieron “quitar” los pecados ante Dios (Hebreos 10:3-4) como lo hizo el único sacrificio de Cristo (Hebreos 9:26; 10:12-17).
La gran lección que enseña el diseño del tabernáculo
Versículos 8-9.— En el versículo 5, dice que “no se puede ahora hablar en particular” de estas cosas (en cuanto a su significado tipológico) porque su propósito al mencionar el diseño del tabernáculo era mostrar que este enseña la gran lección de que el acceso a la presencia de Dios ha sido cerrado a causa del pecado. “El Espíritu Santo” estaba “dando en esto á entender ... , que aun no estaba descubierto el camino para el santuario [Lugar Santísimo], entre tanto que el primer tabernáculo estuviese en pie”. Dado que las cosas en el tabernáculo son “figuras de las cosas celestiales [representaciones figurativas de las cosas en los cielos]” (versículo 23), el Espíritu está enseñando que no hay acceso para el hombre a la presencia de Dios a causa de la barrera que el pecado ha creado. La presencia del “velo” (Éxodo 26:31-35), que el escritor llama “el segundo velo” (versículo 3), restringiendo la entrada al Lugar Santísimo, indicaba esto. Los sacerdotes aarónicos podían entrar en el lugar santo y ministrar, pero no eran admitidos en el Lugar Santísimo, excepto el Sumo Sacerdote una vez al año, con sangre de una víctima. Esto enseña claramente que el hombre no puede venir a Dios directamente; debe acercarse a Él a través de un mediador, y eso por medio de la sangre de un sacrificio.
Así, el mensaje que el Espíritu Santo está comunicando con el tabernáculo es que el acceso a la presencia inmediata de Dios no se había abierto mientras el primer tabernáculo “estuviese en pie” y fuera reconocido por Dios. Esta fue una prueba clara de la insuficiencia de los sacrificios de ese sistema legal. No podían hacer “perfecto” al adorador en el sentido de limpiar su conciencia de la culpa (versículo 9), ni abrieron el camino a la presencia de Dios. (La Reina Valera Antigua dice que ellos no podían hacer perfecto “al que servía con ellos”, como refiriéndose al sacerdote, pero debería decir: “al que practica ese culto” (LBLA), o sea, el oferente). Esos sacrificios fueron instituidos por Dios, y no constituían un intento de perfeccionar al creyente, sino más bien, de señalar hacia adelante a “los bienes” que vendrían a través de Cristo, que perfeccionarían al creyente (versículo 11).
Mientras el tabernáculo estuviese en pie y fuese reconocido por Dios, no podría haber acceso directo a Su presencia. Tal cosa requería un sacrificio mayor que pudiera, de una vez por todas, quitar el pecado (versículos 11-12,26). Hasta que no se hubiese tratado con el pecado por medio de un sacrificio que satisficiera las demandas de la justicia divina, siempre habría una distancia entre Dios y el hombre. Por lo tanto, acercarse a Dios en adoración hasta ese momento tendría que ser a través de un sistema de rituales y ordenanzas que solo mantenían al hombre a distancia de Dios. H. Smith dijo: “Bajo tal sistema, Dios cerró la puerta tras Sí y el hombre se quedó afuera. El sistema judío no pudo abrirnos el cielo, ni tampoco hacernos aptos para entrar en él” (The Epistle to the Hebrews, página 48).
El tabernáculo con el velo rasgado es una “imagen [figura] para el tiempo presente” (traducción J. N. Darby), momento en que se ha abierto el camino al Lugar Santísimo (Hebreos 10:19-22). Históricamente y de manera general los cristianos no han entendido que el sistema del tabernáculo del Antiguo Testamento es una figura del verdadero santuario en el que los cristianos ahora adoran por el Espíritu. En lugar de considerarlo como tal, han usado el tabernáculo como un modelo para sus iglesias y han tomado prestadas muchas cosas en un sentido literal de ese orden judaico tanto para sus lugares de culto como para sus servicios religiosos. Al hacerlo, han ignorado por completo el hecho de que Dios no quiere una mezcla de estos dos órdenes drásticamente diferentes y contrastantes (Hebreos 13:10).
Versículo 10.— El escritor afirma claramente que los rituales externos del judaísmo (“Consistiendo sólo en viandas y en bebidas, y en diversos lavamientos, y ordenanzas acerca de la carne”) eran cosas provisionales, impuestas a Israel “hasta el tiempo de la corrección [rectificación]” (traducción W. Kelly). No estaban destinados a ser utilizados indefinidamente en la forma en que se les dieron. “El tiempo de la corrección” no solo se refiere al cristianismo ahora, sino también al momento en que el nuevo pacto es hecho con Israel. J. N. Darby dijo: “Ciertas cosas les fueron impuestas hasta el tiempo de reformarlas. Cristo vino como ‘Pontífice de los bienes que habían de venir’. ¿A qué se refiere eso? Algunos pueden encontrar una dificultad en cuanto a si ‘que habían de venir’ se refiere a lo que era futuro para los judíos, mientras ese tabernáculo estaba en pie, o a lo que es ahora [el cristianismo]. Yo creo que ambos. Todo era nuevo en Cristo. Iba a venir sobre una nueva base. Se han sentado las bases para la completa y perfecta reconciliación del hombre con Dios” (Collected Writings, volumen 27, página 385).
El sacrificio superior de Cristo
Versículos 11-28.— El escritor ahora contrasta el servicio que se efectuaba en el tabernáculo en el Día de la Expiación con lo que Cristo logró en Su muerte en la cruz. Por lo tanto, la grandeza de la obra consumada de Cristo es enfocada aquí con bastante detalle.
Con una mirada superficial, vemos en este pasaje que las dos cosas principales realizadas en el Día de la Expiación han tenido su cumplimiento en Cristo. En primer lugar, había sacrificios que se ofrecían por los pecados de la gente. Esto ha tenido su cumplimiento en la muerte de Cristo en la cruz (versículos 11-22). Entonces el sumo sacerdote entraba en el lugar santísimo con la sangre del sacrificio. Esto ha tenido su cumplimiento en la ascensión de Cristo al cielo después de resucitar de entre los muertos (versículos 23-28).
J. N. Darby delinea lo que tenemos ante nosotros en este pasaje al afirmar: “He aquí, pues, los tres aspectos del resultado de la obra de Cristo: el acceso inmediato a Dios, una conciencia purgada y una redención eterna”. El escritor agrega un cuarto elemento al incluir una herencia eterna (Synopsis of the Books of the Bible, páginas 331 y 334, edición de Loizeaux). Estos son los puntos principales del capítulo.
Ha dado al creyente acceso inmediato a Dios
Versículos 11-12.— El escritor comienza su gran tratado sobre la grandeza del sacrificio de Cristo y las bendiciones que ha traído a los creyentes afirmando que Cristo se ha convertido en el “Pontífice [Sumo Sacerdote] de los bienes que habían de venir”. Él sirve en este rol específico en “el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos”, que es el cielo mismo. En un breve paréntesis al final del versículo 11, dice: “Es á saber, no de esta creación”. Así, él deja claro que no se está refiriendo a un santuario literal en esta “creación” material en el que los sacerdotes ofrecían la “sangre de machos cabríos y de becerros”, sino al santuario verdadero (real) —“el lugar santísimo” en el cielo—. El escritor dice que Cristo, después de resucitar de entre los muertos, ha entrado allí “una vez para siempre” (LBLA) como un Hombre glorificado. Esto es monumental; porque al hacerlo, Él ha abierto “el camino para el santuario [Lugar Santísimo]” para la nueva raza de hombres bajo Su liderazgo. (La Reina Valera Antigua dice que Él entró en “el santuario”, pero debe traducirse como “el Lugar Santísimo” (LBLA), que es la presencia inmediata de Dios. El velo fue rasgado con la muerte del Señor, así que cuando Él entró en el santuario celestial, Él estaba en la presencia inmediata de Dios. Véase Hebreos 10:20).
El Señor entró en el santuario celestial, se nos dice, “por Su propia sangre”. Nota: el escritor no dice que el Señor entró allí con Su propia sangre. Algunos se han imaginado que el Señor en verdad llevó Su sangre al cielo como una prueba de que Su obra estaba terminada; sin embargo, esto malinterpreta el tipo (Levítico 16:13-14; Hebreos 9:7) y lo lleva más allá de lo que enseña el Nuevo Testamento. El Señor hizo propiciación en la cruz, no en el cielo. “Por” Su propia sangre significa que Él entró en la presencia de Dios en el cielo en virtud de la eficacia de Su sacrificio.
El gran punto que el escritor está haciendo aquí es que “el camino para el santuario [Lugar Santísimo]”, que “aun no estaba descubierto ... , entre tanto que el primer tabernáculo estuviese en pie” (versículo 8), ahora ha quedado abierto por la entrada de Cristo allí como Hombre. La aparición de Cristo en el cielo “en la presencia de Dios” (versículo 24) es un testimonio eterno de que el cielo ha sido abierto al creyente. En virtud de la sangre de Cristo, el creyente tiene acceso al verdadero lugar santísimo en el cielo. El escritor no se detiene en dicho privilegio (el cual se aborda en el capítulo 10:19), sino que aquí simplemente declara el hecho de que Cristo ha abierto el camino al santuario celestial. Esto es algo que ni toda la sangre que fluía del altar judío pudo hacer.
Ha obtenido eterna redención
Versículo 12.— La segunda gran cosa lograda por la obra consumada de Cristo es que Él ha “obtenido eterna redención” para todos los que creen. La redención tiene que ver con ser libertados del juicio de nuestros pecados, del pecado, de Satanás y del mundo. La versión King James en inglés incluye las palabras “para nosotros” (“habiendo obtenido eterna redención para nosotros”). Pero esas palabras están en letra cursiva, lo que significa que no aparecen en el texto griego, sino que fueron añadidas por los traductores pensando que proporcionarían mayor claridad. Desafortunadamente, limita la aplicación de la redención eterna a los cristianos, y desvirtúa el significado. La gran obra redentora de Cristo es para todos los que tienen fe —esto incluye a Israel bajo el nuevo pacto y a las naciones gentiles creyentes en el Milenio—. El hecho de que se diga que es “eterna” significa que esta gran bendición continúa para siempre. Esto contrasta con la sangre de los sacrificios ofrecidos en el sistema levítico en el Día de la Expiación. La sangre de esos sacrificios solo aseguraba una expiación anual, mientras que la sangre del sacrificio de Cristo obtuvo redención eternal. El valor de Su sacrificio, por lo tanto, es inconmensurablemente mayor que los sacrificios en el sistema levítico.
Así, no solo se ha abierto el cielo al creyente, sino que incluso todo aquello que le impedía estar allí ha sido justamente afrontado y eliminado por la redención eterna asegurada a través de la obra consumada de Cristo.
Ha limpiado la conciencia del creyente
Versículos 13-14.— La tercera cosa en la que el escritor se enfoca, que distingue el sacrificio de Cristo de todos los sacrificios del Antiguo Testamento, es que purga la conciencia del creyente. Esto tiene que ver con todo el peso de la culpa del pecado, una carga acusadora, siendo removida de la conciencia del creyente. Eso es algo que ocurre de una vez por todas cuando una persona descansa en fe en la obra consumada de Cristo, momento en el cual es sellada con el Espíritu Santo (Efesios 1:13). Esto es algo que no se conocía bajo el sistema legal, y como resultado, los santos del Antiguo Testamento siempre llevaban consigo la conciencia de tener pecados (1 Reyes 17:18; Salmo 25:7,11,18, etc.). Ellos no conocían el perdón eterno de los pecados (Hechos 13:39; Efesios 1:7, etc.) anunciado por primera vez después de que se cumplió la redención (Lucas 24:47). Esto tiene que ver con que el creyente tenga un entendimiento consciente de que sus pecados han desaparecido ante los ojos de Dios judicialmente. El único tipo de perdón que los santos del Antiguo Testamento conocieron en su día fue el aspecto gubernamental (Levítico 4, etc.).
Para enfatizar la gran bendición de tener una conciencia purificada, el escritor señala un contraste llamativo entre los sacrificios en el sistema levítico y el sacrificio de Cristo. En el sistema legal, “la sangre de los toros y de los machos cabríos, y la ceniza de la becerra, rociada á los inmundos” con agua (Levítico 16; Números 19) preparaban a los hijos de Israel para acercarse a Dios en adoración. Pero esas cosas simplemente purificaban su “carne” (sus cuerpos físicos) en un sentido ceremonial. En contraste con eso, el escritor pregunta: “¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual por el Espíritu eterno se ofreció á Sí mismo sin mancha á Dios, limpiará vuestras conciencias de las obras de muerte para que sirváis al Dios vivo?”. Por lo tanto, la sangre de aquellos sacrificios de animales no hacía más que purificar la carne de los adoradores bajo el antiguo pacto; en cambio, la sangre de Cristo purga la conciencia del creyente. Aquellos rituales judíos hacían que los adoradores en ese sistema fueran ceremonialmente limpios, pero la obra consumada de Cristo hace que los creyentes sean judicial y eternamente limpios. Además, esos rituales judaicos tenían que repetirse año tras año para mantener a Israel en buena posición ante Dios, mientras que la limpieza de la conciencia del creyente es una cosa hecha de una vez por todas.
Las tres Personas de la Deidad se mencionan en el versículo 14 en relación con la limpieza de la conciencia del creyente. Para los creyentes judíos que alguna vez estuvieron en el sistema judaico, esta limpieza de su conciencia era “de las obras de muerte”. Esto se mencionó anteriormente en el capítulo 6:1 y se refiere al ejercicio que los hijos de Israel realizaban cada año en el Día de la Expiación para afligir sus almas en arrepentimiento (Levítico 16:29). Tales obras son ahora cosas “muertas” para el creyente judío que descansa en fe en la obra consumada de Cristo. Sus pecados no son simplemente cubiertos por otro año; ¡se han ido para siempre! (1 Juan 3:5). Puesto que Cristo ha efectuado la redención, tal práctica ya no es necesaria.
La Reina Valera dice: “para que sirváis al Dios vivo”, pero debe traducirse, “para que adoréis al Dios vivo” (traducción J. N. Darby). Acercarse a Dios a través de una casta de sacerdotes en un sistema de rituales era considerado como un “servicio” en esa vieja economía (Romanos 9:4; Hebreos 9:6). En contraste con esto, los cristianos se acercan al Padre por el Espíritu Santo, sobre la base de la obra consumada de Cristo; esto no se considera como un servicio en las Escrituras, sino como la verdadera “adoración” (Juan 4:23-24). Así, quedando liberada su conciencia, el creyente en esta dispensación se convierte en un adorador de Dios.
Tener una conciencia purificada no es lo mismo que tener “buena conciencia” (1 Timoteo 1:19). Como se mencionó anteriormente, una conciencia purificada le da al creyente un entendimiento de que la obra expiatoria de Cristo se ha hecho cargo del juicio eterno de sus pecados. Su conciencia es acallada para siempre en cuanto a este asunto. Una buena conciencia, por otro lado, tiene que ver con que el creyente mantenga una buena condición de alma a través del juicio propio mientras camina aquí en la tierra. Tener una conciencia purificada no significa que el creyente ya no será consciente de que ha pecado si falla en el camino. “No ... más conciencia de pecado” (capítulo 10:2) no significa: “Ya no darse cuenta del pecado”. Si un cristiano permite que un pensamiento, palabra o acción malvada permanezca sin ser juzgada, perderá su buena conciencia. Por lo tanto, es muy posible que una persona tenga una conciencia purificada y, al mismo tiempo, carezca de una buena conciencia.
Ha asegurado una herencia eterna
Versículos 15-17.— La cuarta gran cosa lograda por el sacrificio de Cristo es asegurar una “herencia eterna” para los creyentes. Cristo, el “mediador de un nuevo pacto” (Hebreos 8:6; 9:15; 12:24) “habiendo tenido lugar una muerte”, cumplió con la justa demanda necesaria para quitar “las transgresiones que se cometieron bajo el primer pacto” (LBLA). Romanos 3:25 nos dice que el juicio de aquellas transgresiones se mantuvo suspendido gracias a la paciencia de Dios, y que cuando Cristo vino, Él llevó el justo juicio de aquellos pecados en Su obra expiatoria en la cruz. Pero aparte de esto, la muerte de Cristo también aseguró para los “llamados” (creyentes) “la promesa de la herencia eterna”.
La palabra “herencia” se usa de dos maneras en el Nuevo Testamento: para referirse a las cosas creadas de este universo, sobre las cuales reinaremos con Cristo (Efesios 1:11,14,18; Colosenses 3:24) y también para indicar la porción que tiene el creyente de las bendiciones espirituales en Cristo (Hechos 26:18; Colosenses 1:12; 1 Pedro 1:4). Dado que las cosas materiales de esta creación no son eternas (no duran para siempre, sino que se quemarán al fin del tiempo; 2 Pedro 3:7,10), el aspecto de la herencia ante nosotros en este pasaje debe ser nuestras bendiciones espirituales, porque se dice que la herencia es “eterna”. Por lo tanto, aquellos que creen ahora ya han recibido, no solo la promesa, sino lo que se ha prometido: la herencia eterna de bendiciones espirituales.
En el paréntesis de los versículos 16-17 (véase la traducción J. N. Darby), el escritor explica que, de manera similar, entre los hombres un “testamento” es “válido” solamente con “la muerte del testador”. Es decir, el que ha redactado el testamento debe morir antes de que sus condiciones entren en vigor. (La palabra griega se traduce correctamente como “testamento” en la Reina Valera, porque aquí el escritor está hablando de ella como tratándose de un testamento legal. En otros lugares, debería traducirse como “pacto”, lo cual es una cosa diferente). El punto del escritor aquí es que la herencia eterna de bendiciones espirituales ha llegado a nosotros a través de la muerte de Cristo.
Ha puesto la base para la purificación de las cosas celestiales
Versículos 18-28.— Otra cosa que el sacrificio de Cristo ha asegurado es el establecimiento de las bases para la futura purificación del universo de los efectos del pecado. Juan el Bautista se refirió a esto cuando dijo: “He aquí, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Esto es algo que aún no ha sucedido.
Cuando el primer pacto fue “consagrado [inaugurado]”, todo lo relacionado con el tabernáculo fue rociado con sangre. Moisés roció “el altar” (Éxodo 24:6), “el libro” que contenía los términos del pacto (Éxodo 24 no menciona que haya sido rociado), y sobre “todo el pueblo”. También roció “el tabernáculo y todos los vasos del ministerio”. (Estas dos últimas cosas no existían en la inauguración del primer pacto en Éxodo 24; el tabernáculo y sus utensilios aún no se habían hecho. Por lo tanto, esto tuvo que haberse hecho algún tiempo después). El rociamiento con sangre purificó el tabernáculo en un sentido ceremonial. El escritor añade: “Y casi todo es purificado según la ley con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (versículo 22). Así, cada aspecto de la remisión (perdón) bajo el antiguo pacto sólo podía efectuarse quitándole la vida a un animal y derramando su sangre. Dice “casi todo” porque hubo una excepción. En Levítico 5:11-13, se hizo una concesión para que un hombre pobre trajera una oblación (que no tenía sangre) en lugar de una ofrenda por el pecado, y le sería aceptada; así el hombre quedaría perdonado. Esto tipifica a una persona que es traída a bendición a través de una fe sencilla, aunque no tenga un entendimiento claro de la obra consumada de Cristo, de la cual Su sangre es la prueba. Esto incluiría a los niños y aquellos que como Cornelio (antes de conocer al apóstol Pedro; Hechos 10) tienen fe, pero no se les ha explicado el evangelio.
El escritor luego explica que, así como era necesario que estas “representaciones figurativas [copias, traducción W. Kelly] de las cosas en los cielos” (Éxodo 25:40) fueran “purificadas” por el rociamiento de sangre de sacrificios de animales, así también todo el universo (del cual el tabernáculo es una réplica) debe ser purificado por medio de los “mejores sacrificios” en la muerte de Cristo (versículo 23). (W. MacDonald afirma que el uso del plural para describir el único sacrificio de Cristo es una figura literaria conocida como “el plural mayestático”). Esta es una referencia al aspecto más amplio de la muerte de Cristo, que el escritor ya ha mencionado en el capítulo 2:9. Cristo no solo murió para quitar los pecados de todos los que creerían, sino que también gustó la muerte por “todo”. Esto se debe a que la presencia del pecado y de Satanás en el universo lo han contaminado (Job 15:15; 25:5), por lo cual, necesita ser purificado. En Su muerte en la cruz, Cristo ha pagado el precio para su purificación, y un día limpiará todo rastro de pecado en la creación. Esto no sucederá hasta que se alcance el Estado Eterno y el último enemigo (muerte) sea destruido (1 Corintios 15:26). Así, mientras que la sangre de toros y de machos cabríos purificó las representaciones figurativas del santuario celestial, la sangre de Cristo es el medio por el cual Él limpiará los lugares celestiales.
Tres apariciones
Versículos 24-28.— Luego, el escritor resume los puntos anteriores aludiendo a tres apariciones distintas de Cristo —en el pasado, en el presente y en el futuro.
En primer lugar, Cristo se “presentó” (Su primer advenimiento) con el propósito de resolver toda la cuestión del pecado de una vez por todas mediante el sacrificio de Sí mismo. Nuestro escritor dice: “Mas ahora una vez en la consumación de los siglos, para deshacimiento del pecado se presentó [apareció] por el sacrificio de Sí mismo” (versículo 26). De esta manera, Cristo vino al mundo para lidiar con todo el brote de pecado en la creación. Como ya se mencionó, Su muerte expiatoria en la cruz ha sentado las bases para su completa remoción (Juan 1:29). “Deshacimiento del pecado” es una declaración que abarca demasiado. Incluye los pecados de los creyentes (1 Juan 3:5), pero va más allá de eso al incluir todos los efectos y consecuencias que el pecado ha causado en la creación. J. N. Darby dijo: “¿Cuál es el significado de Hebreos 9:26, ‘Cristo deshizo el pecado por el sacrificio de Sí mismo’? Creo que se extiende a los cielos nuevos y a la tierra nueva, donde mora la justicia. Así también, ‘El Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’. La obra que lo lleva a cabo ya está hecha, pero el poder aún no se ha desplegado públicamente” (Collected Writings, volumen 27, página 198). W. Kelly dijo: “Llegará el día en que los cielos nuevos y la tierra nueva mostrarán el poder reconciliador del sacrificio de Cristo, porque todo rastro de pecado habrá desaparecido del mundo. Y esta es toda la fuerza de Juan 1:29, como de nuestro versículo 26 también” (The Epistle to the Hebrews, página 178). Por lo tanto, el pecado ha sido quitado delante de Dios en un sentido judicial por la muerte expiatoria de Cristo, pero viene el día cuando será sacado del universo, momento en el cual los cielos y la tierra serán “purificados” (versículo 23).
“La consumación de los siglos” se refiere al cierre de los cuarenta siglos (número utilizado en las Escrituras para pruebas divinas) en los que el hombre en la carne ha sido probado por Dios. Este período corre desde la caída del hombre hasta la cruz de Cristo, y dicha prueba ya ha finalizado porque el hombre en la carne demostró en todos los sentidos ser un fracaso total. Como resultado, Dios ha puesto fin a todo ese orden de humanidad caída y ha “condenado al pecado en la carne” en la muerte de Cristo (Romanos 8:3). Ahora, a través de Cristo en resurrección ha comenzado una nueva raza de hombres en quienes Él cumplirá Su propósito de glorificar a Cristo en el mundo venidero.
En segundo lugar, Cristo está ahora presente en el cielo ante Dios por nosotros, donde lleva a cabo Su servicio sumo sacerdotal de intercesión (versículo 24). El escritor dice: “Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el mismo cielo para presentarse ahora por nosotros en la presencia [ante el rostro] de Dios”. El escritor repite lo que ya ha declarado en el versículo 11: que Cristo no entró en el santuario hecho por el hombre en la tierra, que era solo un modelo del “verdadero”, sino en el santuario celestial mismo. De esta manera, Él nos representa ante Dios. Y dado que Él permanecerá allí para siempre como Hombre, ¡nuestra posición ante Dios nunca puede cambiar! Su obra de intercesión allí se ejerce a favor de los creyentes con el fin de salvarlos en un sentido práctico de los peligros espirituales en la senda de fe (Romanos 8:34; Hebreos 7:25).
En tercer lugar, en el Arrebatamiento, Cristo “será visto [aparecerá]” viniendo del cielo para liberar a los creyentes de los estragos que el pecado ha causado en la tierra (violencia, enfermedad, sufrimiento, dolor, muerte, etc.) sacándolos de ella y llevándolos a la casa del Padre en el cielo (versículo 28). Por ahora, los creyentes en el Señor Jesucristo tienen que pasar a través de las circunstancias que el pecado ha generado, las cuales corrompen, ya que la creación no ha sido “purificada” todavía, pero esto mismo ha hecho que ellos recurran al Señor en busca de Su ayuda sumo sacerdotal (versículo 23). Su esperanza es ser completamente sacados de esta escena de corrupción cuando Cristo venga (Judas 21) antes de que Él emprenda Su cometido de limpiarla mediante juicio. Por lo tanto, no esperamos que las condiciones mejoren ni que se tornen favorables para la Iglesia, mucho menos esperamos condiciones mejores y más prometedoras en el mundo; nosotros “esperamos” que Él venga. Esta es la esperanza cristiana normal. Así, la venida del Señor “la segunda vez” es considerada como la “salvación” (LBLA) que los creyentes esperan ansiosamente si están en un estado correcto de alma (Romanos 5:9; 8:23-25; 13:11; Filipenses 3:20).
(Mientras llega aquel momento, Dios nos ha provisto la manera de escapar de “la corrupción que está en el mundo por [causa de la] concupiscencia”. Escapamos haciéndonos “participantes de la naturaleza divina” en un sentido práctico (2 Pedro 1:4). Es decir, gracias a que hemos nacido de nuevo, tenemos la capacidad de disfrutar de las cosas divinas, aquellas cosas que Dios mismo disfruta. Cuando estamos así ocupados, participamos de lo que Su naturaleza disfruta, y tenemos comunión con Él. Al estar ocupados con aquellas cosas celestiales, las atracciones y tentaciones del pecado que nos circundan pierden su poder sobre nosotros, y de esta manera escapamos de tales corrupciones).
El versículo 26 se refiere a ese lado de la obra expiatoria de Cristo conocido como propiciación (Romanos 3:25; Hebreos 2:17; 1 Juan 2:2; 4:10). Este lado tiene que ver con la vindicación de la naturaleza santa de Dios al dar plena satisfacción a las demandas de la justicia divina con respecto a la cuestión del pecado. El versículo 28 se refiere al otro lado de la obra expiatoria de Cristo: la sustitución. Este se refiere a que Cristo tomó el lugar del creyente en el juicio y llevó “nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero” (1 Pedro 2:24). J. N. Darby dijo: “En Hebreos 9:26 y 28 tenemos dos cosas: ‘quitar el pecado’ y ‘llevar los pecados’, en la misma forma en que tenemos la ofrenda por el pecado y el macho cabrío enviado al desierto en el día de la expiación” (Collected Writings, volumen 21, página 198).
El versículo 27 es un recordatorio solemne de que a causa del pecado el hombre está destinado a morir (Romanos 5:12), y que después de la muerte habrá una recompensa por sus propios pecados en juicio divino. El escritor lo dice claramente: “está establecido á los hombres que mueran una vez, y después el juicio”. En el versículo 28, se apresura a decir que este peligro de juicio ha sido quitado del camino para todos los que creen. No obstante, debe notarse que Cristo no ha llevado los pecados de todos los hombres, sino de los “muchos” que creen. Aquellos que no crean llevarán el juicio de sus pecados. Por lo tanto, “Cristo fué ofrecido una vez para agotar [llevar] los pecados de muchos”, y como resultado, ellos “no vendrán á condenación [juicio]” (Juan 5:24; Romanos 8:1).
El versículo 28 presenta una correlación entre el Día de Expiación y la gran obra de Cristo en expiación. En Israel, cuando el sumo sacerdote entraba en el Lugar Santísimo con sangre ese día, el pueblo se quedaba afuera esperando que reapareciera. Esto podría haber generado cierta inquietud en ellos, dada la posibilidad de que hubiese entrado allí de la forma equivocada, dando como resultado su muerte instantánea. Sin embargo, al verlo salir al atrio, la gente podía dar un suspiro de alivio, sabiendo que todo había salido bien. De manera similar, Cristo ha entrado en el santuario celestial en virtud de Su sangre, y los creyentes (“los que le esperan”) ahora se encuentran esperando que Él aparezca “la segunda vez, sin pecado” para su “salvación” (LBLA). La diferencia es que nosotros estamos esperando al Señor sin sentir nada de inquietud o temor de lo que le pueda haber sucedido, ya que el testimonio de las Escrituras nos da la seguridad de que Él está en la presencia de Dios “viviendo siempre para interceder” por nosotros (Hebreos 7:25). Y que así “como Él es” acepto en la presencia de Dios, “así somos nosotros en este mundo” (1 Juan 4:17).
Cuando el Señor venga por segunda vez (en el Arrebatamiento), será “sin pecado”. Es decir, que cuando Él venga, no será para resolver la cuestión del pecado porque ya fue tratado y resuelto para la gloria de Dios en Su primer advenimiento. Su segunda venida será para la salvación final de los creyentes, llevándolos a casa al cielo en un estado glorificado (Filipenses 3:21). Nota: no están esperando la muerte, porción común de los hombres, sino que “Cristo” venga. Por lo tanto, habrá algunos que no acudirán a la cita universal del hombre con la muerte.
El creyente perfeccionado
Capítulo 10:1-18.— En el capítulo 9, el escritor habló de la sangre de Cristo purificando la conciencia del creyente (versículo 14); ahora en este capítulo vuelve a explicar cómo se logra esto. Por lo tanto, el capítulo 10 es la recapitulación (o conclusión) de las cosas presentadas en el capítulo 9. Pone ante nosotros la forma en que el creyente es hecho apto para la presencia de Dios, permitiéndosele así entrar en el santuario celestial con santa libertad como un adorador purificado.
La parte doctrinal del capítulo (versículos 1-18) consta de tres partes que están en relación con el gran sacrificio de Cristo. Las tres Personas de la Deidad (la Trinidad) se hallan involucradas en asegurar la bendición de la salvación para el creyente:
• La voluntad de Dios: la fuente de nuestra bendición (versículos 1-10).
• La obra de Cristo: el medio por el cual somos bendecidos (versículos 11-14).
• El testimonio del Espíritu: nos lleva al conocimiento consciente de nuestra bendición (versículos 15-18).
Así, estos versículos nos enseñan que la voluntad de Dios se ha cumplido por medio de la obra de Cristo en la cruz, y el testimonio del Espíritu nos da una comprensión inteligente de ella. J. N. Darby lo resumió de la siguiente manera: “Yo estaba lleno de pecado; se necesitaba que alguien pensara en mí, alguien que hiciera lo que se requería, y luego alguien que me dijera el resultado ... Hay, en primer lugar, la voluntad de Dios: ‘en la cual voluntad’, etc.; en segundo lugar, la obra por la cual se efectúa: ‘por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una sola vez’ ... En tercer lugar, está el conocimiento de ello que se me ha dado” (Collected Writings, volumen 27, página 386).
La voluntad de Dios
Versículos 1-10.— Como resumen del capítulo anterior (9) el escritor muestra que con la venida de Cristo (Su primer advenimiento), los sacrificios en el sistema levítico han sido reemplazados por Su único gran sacrificio. En consecuencia, la “sombra de los bienes venideros” ha dado lugar a la sustancia verdadera que ella representa en la obra consumada de Cristo. En los tiempos del Antiguo Testamento, la luz de Dios brillaba sobre Cristo, y todas las formas y ceremonias, incluyendo los días de reposo semanales, no eran más que sombras proyectadas por Él. Puesto que Él mismo ha venido, dando así cumplimiento a esos tipos, ellos han dado lugar a la verdadera sustancia. Siendo este el caso, el sistema levítico con sus formas y rituales ha cumplido su propósito de apuntar hacia Cristo, y ahora ya no es necesario.
El sistema del tabernáculo era una “figura” (capítulo 9:9) y una “sombra” (capítulo 10:1) de las cosas espirituales en los cielos, pero “no la imagen misma” de esas cosas. Al afirmar esto, el escritor deja en claro que no debemos pensar que cada utensilio y pieza del mobiliario en el tabernáculo necesariamente tiene una contraparte en los cielos. Tales ideas conducen a interpretaciones místicas.
El punto principal en los versículos iniciales del capítulo 10 es que los sacrificios ofrecidos en ese sistema terrenal no podían realmente “quitar los pecados” delante de Dios, ni podían “hacer perfectos a los que se acercan” en cuanto a su conciencia. De hecho, esos sacrificios no fueron dados con ese propósito. Como ya se mencionó, fueron dados para fijar la mirada hacia adelante al momento en que Cristo vendría como el último “sacrificio por los pecados” (Isaías 53:10; Romanos 8:3; 2 Corintios 5:21).
En contraste con la incapacidad de esos muchos sacrificios del Antiguo Testamento que no podían perfeccionar a un creyente, el escritor dice que el adorador en el cristianismo ha quedado “limpio de una vez” por la sola fe en la obra consumada de Cristo. ¡Al recibirlo como Salvador, el creyente es purificado para siempre! ¡Esto nunca necesita repetirse! El resultado práctico de esta gran bendición es que el creyente ya no tiene “más conciencia de pecado”. Como se aludió en nuestros comentarios sobre el capítulo 9:13-14, el que tiene conciencia de pecado vive con el temor de que un día Dios lo lleve a juicio por sus pecados. No tener más conciencia de pecado significa que ese temor al juicio ha quedado eliminado para siempre al comprender que la cuestión de nuestros pecados ha sido resuelta cabalmente por Dios en el sacrificio de Cristo, y que nunca vendremos a juicio. Como se mencionó en el capítulo 9, tener una conciencia purificada es una bendición que los cristianos tienen, la cual los santos del Antiguo Testamento bajo el sistema levítico no tenían.
El escritor razona que, si esos sacrificios ofrecidos en el Día de la Expiación de veras quitaban los pecados ante Dios, entonces “cesarían de ofrecerse” (versículo 2). Pero el hecho de que continuaban “cada año” es una clara evidencia de que no lo lograron. En el Antiguo Testamento, el rito en el Día de la Expiación cubría sus pecados (lo que “expiar” significa en el idioma hebreo) en virtud de la paciencia de Dios (Romanos 3:25), pero no podía quitarlos. La sangre de los “toros”, que hacía una expiación anual por los sacerdotes en ese sistema (Levítico 16:6-14) y la sangre de los “machos cabríos”, que hacía una expiación anual por el resto de los hijos de Israel (Levítico 16:15-22) simplemente no podían quitar los pecados. Esto solo podría lograrse a través de la muerte de Cristo (1 Juan 3:5). F. B. Hole dijo: “Los sacrificios del Antiguo Testamento eran como un pagaré. Tenían valor, pero se encontraba en aquello a lo que ellos apuntaban. No eran más que papel; sólo el sacrificio de Cristo es como oro fino. En Levítico, se señala su valor relativo. En Hebreos hallamos que su valor es sólo relativo y no intrínseco. Ellos nunca pueden quitar los pecados. Por lo tanto, Dios no se agradó de ellos, y la venida de Cristo se volvió una necesidad” (Hebrews, página 42).
Los judíos, sin embargo, se negaron a aceptar que Cristo era el gran cumplimiento de la sombra. Se aferraron a las formas externas y ritos del judaísmo a pesar de que la esencia misma de la que hablaban aquellas cosas se había cumplido. Fue ignorancia deliberada. ¡Preferir la Ley en lugar de Cristo es como preferir una imagen de alguien en lugar de la persona representada en la imagen! Con respecto a los hebreos que profesaron haber tomado la posición cristiana, es difícil entender cómo alguien querría dejar la realidad en Cristo y volverse a las copias. O, ¿por qué alguien querría dejar a un Sumo Sacerdote perfecto ministrando en el santuario celestial y regresar a un sacerdote lleno de fallas que servía en el santuario terrenal? Sin embargo, esto era evidentemente una tentación para algunos de los hebreos que tenían una profesión de fe en Cristo.
Versículos 5-7.— Dado que la sangre de los toros y de los machos cabríos no pudo satisfacer las demandas de la justicia divina con respecto a los pecados, fue la voluntad de Dios que en algún momento de la historia del mundo se llevara a cabo un sacrificio aceptable que lograra esto. El escritor cita el Salmo 40 para mostrar que ya estaba en el consejo de Dios antes de la fundación de la tierra que Cristo vendría al mundo como el divino Ser que llevaría el pecado y que, mediante Su único sacrificio, resolvería la cuestión del pecado para la gloria de Dios y para la bendición del hombre. Él dice: “Por lo cual, entrando en el mundo, dice: Sacrificio y presente no quisiste; mas Me apropiaste cuerpo”. Esto significa que el Señor vino con un entendimiento pleno de que las demandas de la justicia divina no podían ser satisfechas mediante aquellas ofrendas levíticas, y que, para ser Aquel que llevaría el pecado del hombre, Él tendría que hacerse hombre. Por lo tanto, un “cuerpo” humano le fue preparado por Dios, el cual Él tomó en Su encarnación (Lucas 1:35). Y mediante “la ofrenda del cuerpo de Jesucristo”, se efectuó un sacrificio que quitó el pecado “de una vez para siempre” (versículo 10, LBLA).
“Mas Me apropiaste cuerpo” es una cita del Salmo 40:6 en la versión de la Septuaginta (una traducción griega de las Escrituras del Antiguo Testamento perteneciente al siglo III a. C.), como también lo son las otras citas del Antiguo Testamento en la epístola. Podríamos preguntarnos por qué el Espíritu de Dios llevaría al escritor a citar de esta manera cuando la traducción de las Escrituras Hebreas es: “Has abierto mis oídos” (Salmo 40:6). Sin embargo, al escribir las Escrituras del Nuevo Testamento, es prerrogativa del Espíritu alterar lo que Él mismo inspiró originalmente en el Antiguo Testamento, porque Él es el Autor divino. De manera similar, si tuviéramos que observar una de las pinturas de Rembrandt, y al contemplarla pensáramos que se vería mejor si le agregáramos algunos retoques de pintura aquí y allá, tal cosa sería totalmente inaceptable. Sin embargo, si el propio Rembrandt entrara y mirara su trabajo y decidiera agregar un retoque de pintura a su obra, eso sería aceptable porque él es el artista original. Del mismo modo, el Autor divino de la Escritura tiene todo el derecho de expresar un determinado pasaje de manera diferente en el Nuevo Testamento. Y no se contradicen entre sí, porque para tener “oídos” hay que tener un “cuerpo”. El Salmo 40:6 enfatiza la obediencia de Cristo como Siervo; por eso se traduce apropiadamente como “oídos”. Hebreos 10:5 enfatiza que Cristo se dio a Sí mismo como un sacrificio, y allí dice “cuerpo”.
La declaración: “Holocaustos y expiaciones por el pecado no Te agradaron” (versículo 6) sería particularmente difícil de aceptar para los judíos arraigados al judaísmo. Ellos sabían que aquellas ofrendas fueron dadas por Dios y que Él quedaba complacido cuando se las ofrecían. Eran un “olor suave á Jehová” (Levítico 1:9,13,17, etc.). Cualquier insinuación de que Dios no estuviese complacido con ellas sería algo difícil de asimilar para un judío. Sin embargo, siendo que esta es una cita de sus propias Escrituras (Salmo 40:6), los judíos se vieron obligados a admitir que esta no era una idea ajena inventada por el escritor de la epístola. Sus propias Escrituras declaran que llegaría un momento en que esas ofrendas y sacrificios ya no serían “demandados” (Salmo 40:6). Esto sólo puede explicarse por medio de la venida del Mesías y la ofrenda de Su gran sacrificio, como lo atestiguan muchos pasajes de las Escrituras.
Versículo 7.— El Salmo 40 se cita para mostrar que Cristo es el gran cumplimiento de todos esos sacrificios. Describe Su devoción al cumplimiento de la voluntad de Dios: “Heme aquí (en la cabecera del libro está escrito de Mí) para que haga, oh Dios, Tu voluntad”. El “libro” no es la Biblia, sino una referencia figurativa al consejo de Dios tocante a la venida de Cristo al mundo para hacer expiación. Al citar el Salmo, el Espíritu de Dios deliberadamente omite las palabras: “hame agradado”. Esto se debe a que el Salmo 40, en su interpretación primaria, tiene que ver con la muerte de Cristo como el supremo holocausto. Como holocausto, hacer la voluntad de Dios era algo en lo que el Señor se deleitaba, incluso si eso significaba ir a la muerte. Sin embargo, el tema en Hebreos 9–10 es el sacrificio de Cristo como la ofrenda por el pecado en la que Él fue “hecho pecado” (2 Corintios 5:21). Como suprema ofrenda por el pecado, Él sufrió indecibles agonías bajo el juicio de Dios cuando llevó nuestros pecados en Su propio cuerpo sobre el madero. Esos sufrimientos expiatorios no fueron un deleite para Él; sin embargo, permaneció en la cruz en obediencia a la voluntad de Dios a fin de quitar el pecado. Por lo tanto, la frase “hame agradado” se elimina cuando el salmo se aplica a la ofrenda por el pecado.
En los versículos 8-9, el Salmo 40 se cita por segunda vez, pero por una razón diferente. En esta ocasión, es en relación con la eliminación de todo el sistema levítico. El escritor menciona las cuatro ofrendas principales de Levítico 1–6 como la suma del sistema levítico, y luego habla de Cristo viniendo al mundo para quitarlo. Esto muestra que el sacrificio de Cristo fue la consumación y clausura de la economía levítica. Por lo tanto, el Salmo 40 se cita por dos razones: en relación con la venida de Cristo al mundo para quitar los pecados de una vez por todas (versículos 4-7), y también, en relación con Su venida para quitar el “primer” orden de acercamiento a Dios (el sistema levítico). Este último punto era necesario para poder “establecer el segundo” (LBLA) orden bajo el nuevo pacto. En pocas palabras, el segundo no se podía establecer mientras el primero estuviera funcionando todavía.
Versículo 10.— El gran resultado de que se haya hecho la voluntad de Dios es que “hemos sido santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo ofrecida de una vez para siempre” (LBLA). En virtud de esta gran obra de Cristo, Dios ha apartado (lo que significa santificación) a los creyentes para bendición eterna.
La obra de Cristo
Versículos 11-14.— Luego, el escritor se enfoca en la obra consumada de Cristo, en primer lugar, en lo que ella logró para la gloria de Dios, y en seguida, en lo que logró para la bendición del creyente.
En cuanto a la parte que corresponde a Dios, Él dice: “Y cada sacerdote está de pie diariamente ministrando, y ofreciendo a menudo los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados. Pero *Él*, habiendo ofrecido un solo sacrificio por los pecados, se sentó a perpetuidad a la diestra de Dios, esperando de ahí en adelante hasta que Sus enemigos sean puestos por estrado de Sus pies” (traducción J. N. Darby). El “un solo sacrificio” de Cristo satisfizo tan completamente las demandas de la justicia divina con respecto al pecado que tuvo todo el derecho de sentarse a la diestra de Dios. De hecho, después de terminar la obra, Dios lo invitó a sentarse allí: “Siéntate á Mi diestra, en tanto que pongo Tus enemigos por estrado de Tus pies” (Salmo 110:1). Esto demuestra que las demandas de la justicia divina fueron más que satisfechas; Dios fue glorificado por la obra que Cristo realizó en la cruz.
El contraste entre los sacrificios que ofrecían los sacerdotes levitas y el gran sacrificio de Cristo no podría ser mayor. Al ofrecer esos sacrificios del Antiguo Testamento, el trabajo del sacerdote nunca terminaba. Era una obra inconclusa. Esos sacrificios tenían que repetirse una y otra vez. El hecho de que no hubiera una silla entre las piezas del mobiliario en el tabernáculo da a entender esto. Por eso, el escritor dice: “Cada sacerdote está de pie diariamente ministrando ... ”. En los 1500 años que el sistema levítico estuvo en pie y operando, se ofrecieron miles de sacrificios de animales, pero ninguno de ellos, ni todos ellos combinados, pudieron “quitar los pecados”. En contraste con esto, después de ofrecer un solo sacrificio, Cristo “se sentó a perpetuidad” a la diestra de Dios, lo que significa que la obra de expiación finalmente se había logrado. Así, la obra de Cristo en la cruz es una obra “consumada” (Juan 19:30). Los contrastes abundan aquí. Aquellos sacerdotes seguían de pie; este Hombre se sentó. Ellos ofrecían muchas veces; Él se ofreció una sola vez. Sus sacrificios cubrían los pecados por un año; Su sacrificio quita los pecados eternamente.
Al poner una coma fuera de su lugar, la versión Reina-Valera Antigua conecta las palabras “para siempre” en este versículo con el un solo sacrificio de Cristo por los pecados, mientras que estas palabras deberían estar conectadas con Su sentarse a la diestra de Dios (Véase la traducción de J. N. Darby). Dicho esto, decir que Él se sentó a la diestra de Dios “para siempre” podría causar confusión si tomamos las palabras en su sentido ordinario. Significaría que Él nunca más se levantará del trono de Dios. Pero esto crea dificultades porque las Escrituras dicen que Él se levantará y vendrá de nuevo para llevarnos al cielo, y después, juzgará al mundo con justicia. Una mejor traducción dice “a perpetuidad” (traducción J. N. Darby). Esto significa que, en cuanto a la expiación por el pecado, Él está sentado allí ininterrumpidamente; Él nunca necesitará levantarse y lidiar con el pecado de nuevo. Su obra en la cruz ha resuelto la cuestión del pecado. Así, perpetuidad es una palabra que conlleva un sentido definitivo en ella. Luego se cita el Salmo 110:1: “Esperando lo que resta, hasta que Sus enemigos sean puestos por estrado de Sus pies”, confirmando que Cristo ciertamente un día se levantará del trono de Dios para regresar y juzgar al mundo.
Cuando los cielos fueron “abiertos” para que Esteban mirara, vio a Cristo “de pie a la diestra de Dios” (Hechos 7:56, LBLA). Esto no contradice a Hebreos 10:12. El Señor estaba de pie en ese momento por una razón diferente. Todavía se estaba extendiendo la oportunidad a los judíos de recibir a Cristo como su Mesías. Él estaba allí listo para regresar a la tierra a establecer el reino, como se afirma en los profetas del Antiguo Testamento, si tan solo se arrepentían y se convertían (Hechos 3:19-20). Aquí en Hebreos 10, el tema es la obra consumada de Cristo en expiación. Él está sentado a la diestra de Dios porque la obra está consumada. El hecho de que Él esté sentado aquí nos dice que la oferta a Israel de tener el reino en aquel momento ya había sido retirada.
Versículo 14.— Habiendo hablado de lo que la obra de Cristo ha hecho para la gloria de Dios, el escritor habla a continuación del efecto inmediato que Su obra tiene sobre el creyente. Dice: “Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre á los santificados”. Los “santificados” son aquellos a quienes Dios ha separado para bendición: los creyentes. Ellos necesitan perfeccionamiento en lo que respecta a sus conciencias si van a acercarse en plena libertad a la presencia de Dios como adoradores. Esto se logra cuando se entiende y se cree en la obra consumada de Cristo. Es un hecho grandioso en verdad que, así como Cristo se sienta a la diestra de Dios a “perpetuidad” (versículo 12, traducción J. N. Darby), también el creyente es perfeccionado a “perpetuidad” (versículo 14, traducción J. N. Darby). Uno depende del otro. Una Persona perfecta ha hecho una obra perfecta para perfeccionar a los creyentes. Este perfeccionamiento de la conciencia del creyente es algo que aquellos que tenían fe bajo el antiguo pacto no tenían. (Hay otro aspecto de la perfección que los creyentes obtendrán cuando el Señor venga en el Arrebatamiento (Filipenses 3:12; Hebreos 11:40; 12:23): su glorificación (Romanos 8:17,23,30; Filipenses 3:21). Sin embargo, ese no es el tema aquí).
El testimonio del Espíritu Santo
Versículos 15-18.— El testimonio del Espíritu se menciona a continuación como el medio por el cual el creyente sabe que ha sido bendecido a través de la obra consumada de Cristo. El escritor dice: “Y atestíguanos ... el Espíritu Santo”. El testimonio del Espíritu no consiste en un sentimiento ardiente que Él produce en el corazón del creyente —como dicen algunos: “Siento un fuego en mi pecho”— sino lo que Él ha dicho en las Escrituras. La forma en que nosotros sabemos que somos “santificados” (apartados por Dios para bendición) y “hechos perfectos” mediante la muerte de Cristo es aceptando por la fe lo que el Espíritu ha declarado en las Escrituras con respecto a los creyentes.
El aspecto de la obra del Espíritu Santo al que el escritor se refiere aquí no es Su morada —aunque eso es cierto para cada creyente en esta dispensación (1 Tesalonicenses 4:8; Efesios 1:13; 4:30; etc.)—. Note cuidadosamente: él dice que el Espíritu nos atestigua, esto es, a nosotros, no en nosotros. Por lo tanto, se trata de los hechos establecidos por el Espíritu en las Escrituras, no de los sentimientos subjetivos producidos dentro de nosotros. No debemos estar contemplando nuestros sentimientos para tener la certeza de nuestra bendición, porque nuestras emociones y sentimientos siempre están cambiando. Es únicamente aquello que el Espíritu de Dios “dijo” en la Palabra de Dios lo que nos dará esta seguridad. (Romanos 8:16 habla de que el testimonio del Espíritu es “con” nosotros [traducción King James], y 1 Juan 5:10 habla de que el testimonio está “en” nosotros, pero estos son aspectos diferentes que no están a la vista aquí).
Al decir “que dijo” (versículo 15), el escritor se está refiriendo a lo que el Espíritu Santo escribió antes en Jeremías 31 tocante a las bendiciones espirituales del nuevo pacto. Dado que Hebreos es una de las epístolas judeo-cristianas, las bendiciones en cuestión son particularmente las bendiciones del nuevo pacto, en vez de las bendiciones cristianas distintivas “en Cristo” mencionadas en las epístolas de Pablo (Efesios 1:3). Estas bendiciones del nuevo pacto no son exclusivas de los cristianos, sino que son propiedad común de todos los hijos de Dios que creen en Cristo —incluyendo al remanente redimido de Israel y a los gentiles creyentes en el día milenario venidero (Apocalipsis 7)—. Dado que los términos del nuevo pacto han sido citados extensamente en el capítulo 8, el escritor no ve que sea necesario citarlos de nuevo aquí. Por lo tanto, los abrevia, enfatizando una bendición en particular: “Y nunca más Me acordaré de sus pecados é iniquidades”. Los “pecados” son obras que hemos hecho, y las “iniquidades” son las malvadas disposiciones de nuestro corazón (Salmo 41:6; 66:18; 78:37-38; Isaías 32:6; 59:7; Mateo 23:28; Hechos 8:22-23). Esto muestra que Dios ha tomado en Sus manos todo nuestro caso —desde la concepción de las malas obras en nuestros corazones hasta los actos en sí— y lo ha resuelto completamente en la obra expiatoria de Cristo. Por lo tanto, Él no sólo remueve nuestros pecados de nuestras conciencias, ¡sino que también remueve todo recuerdo de ellos de Su mente!
Notemos que él no pone ninguna clasificación al tipo de pecados que son perdonados aquí, como fue el caso bajo el pacto legal. Bajo ese sistema, sólo los “pecados de ignorancia” podían ser perdonados (Hebreos 9:7), y sólo de una manera gubernamental. En contraste con eso, los pecados que el solo sacrificio de Cristo puede perdonar —y perdonar eternamente— no son sólo pecados de ignorancia, ¡sino también pecados deliberados! “La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7). ¡Qué maravilloso es esto, porque nadie puede pretender haber pecado por ignorancia solamente!
Muchas personas piensan que la declaración, “Y nunca más Me acordaré de sus pecados é iniquidades”, significa que Dios olvida los pecados del creyente. Sin embargo, “nunca más me acordaré” no es lo mismo que olvidar. Podríamos usar frases memorables como: “Nuestros pecados han sido perdonados, han sido olvidados, ha sido para siempre”, pero esto sería atribuir inadvertidamente una debilidad humana a los tratos de Dios con nuestros pecados. La verdad es que Dios tiene una base justa sobre la cual Él ha actuado para quitar nuestros pecados: la obra consumada de Cristo. Sobre esa base, Él puede eliminarlos conscientemente de Sus pensamientos en cuanto al juicio eterno porque el precio ha sido pagado por ellos en la muerte de Cristo. Este es un acto divino de justicia, no una debilidad humana olvidadiza. Atribuir debilidad humana a Dios con respecto a esta cuestión implica que Él ha tratado con nuestros pecados de una manera descuidada. Tomado literalmente, eso no le da al creyente ninguna confianza real de que sus pecados han sido tratados correctamente. Si Dios los ha olvidado, ¡tal vez los recuerde de nuevo algún día! ¿Y luego qué? Alguien escribió a J. N. Darby preguntando acerca de esto en relación con Hebreos 10:17. Él respondió: “No es como si Dios olvidara las cosas, sino que Él no las recuerda —no las mantiene en Su mente— contra ellos en ninguna manera” (Letters, volumen 3, página 371).
El tribunal de Cristo muestra que Dios todavía tiene un registro de toda nuestra vida, incluyendo nuestros pecados. En ese momento, se revisará tanto lo “bueno” como lo “malo” en nuestras vidas. Esto incluirá cosas hechas antes de ser salvos, porque la revisión será de las cosas hechas estando en nuestros cuerpos, y ciertamente estábamos en nuestros cuerpos antes de ser salvos (2 Corintios 5:10). Esta revisión no podría realizarse si Dios borrara partes de nuestras vidas de Su memoria. La respuesta simple es que Él todavía tiene conocimiento de lo que somos y de lo que hemos hecho, pero basado en la eficacia de la obra consumada de Cristo, Él ya no lo recordará más para castigo.
Versículo 18.— La conclusión de toda esta discusión tocante al sacrificio superior de Cristo, que el escritor ha seguido cuidadosamente a lo largo de los capítulos 9–10, es que ya “no hay más” necesidad de que las ofrendas levíticas por el pecado sean sacrificadas debido a que ahora hay “remisión” eterna de pecados en la obra expiatoria de Cristo. Estas han quedado obsoletas.
Esta declaración da por concluida la parte doctrinal de la epístola.
Hebreos 10:19-13:25: Exhortaciones prácticas
Entramos ahora en la parte práctica de la epístola. Basado en la verdad enseñada en los capítulos anteriores, el escritor exhorta a los creyentes en relación con sus privilegios y responsabilidades en la casa de Dios. Siguen en esta porción práctica de la epístola siete grupos de exhortaciones señaladas por las palabras: “Lleguémonos, mantengamos, considerémonos, corramos, retengamos, salgamos, ofrezcamos” (capítulos 10:22,23,24; 12:1,28; 13:13,15).
Todo cristiano es constituido sacerdote
El gran resultado de que los creyentes hayan sido hechos “perfectos” por la obra consumada de Cristo (versículo 14) es que todos ellos fueron constituidos sacerdotes. El apóstol Pedro y el apóstol Juan confirman esto (1 Pedro 2:5,9; Apocalipsis 1:6). Sin declararlo directamente, es obvio por el lenguaje que usa el escritor y las figuras que aplica a los creyentes que él los considera como sacerdotes —tanto es así, que no ve necesario expresar ese hecho—. En primer lugar, nuestro sacerdocio está implícito en la declaración: “Y teniendo un Gran Sacerdote sobre la casa de Dios” (versículo 21). La existencia de un Gran Sacerdote supone que hay una compañía de sacerdotes bajo Él. En segundo lugar, el escritor nos exhorta a actuar como sacerdotes y “acercarnos” a la presencia de Dios en el santuario celestial (versículo 22). Esto sólo se diría a aquellos que son sacerdotes. En tercer lugar, las figuras tomadas de la consagración de los sacerdotes aarónicos son aplicadas a los creyentes en el Señor Jesucristo en tipo. Él habla de nuestros “cuerpos” siendo “lavados ... con agua limpia”, lo cual se hizo a los hijos de Aarón (Éxodo 29:4; Levítico 8:6). Luego, habla de que fuimos “purificados [rociados]” con sangre, lo cual también se hizo a los hijos de Aarón (Éxodo 29:19-20; Levítico 8:24). Así, el sacerdocio de los creyentes se halla implícito en todo el pasaje.
El camino nuevo y vivo para entrar al Lugar Santísimo
Capítulo 10:19-22.— Puesto que todos los creyentes son sacerdotes, se nos exhorta: “Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el santuario por la sangre de Jesucristo, por el camino que Él nos consagró nuevo y vivo, por el velo, esto es, por Su carne; y teniendo un Gran Sacerdote sobre la casa de Dios, lleguémonos ... ”. Esta primera exhortación ve a los creyentes en el Señor Jesús como una compañía de sacerdotes que tienen privilegios y libertades que los sacerdotes del Antiguo Testamento no tenían. Por lo tanto, se nos anima a aprovechar esta increíble libertad de acceso a la presencia de Dios y “entrar en el santuario [lugar santísimo]” con “libertad” en un espíritu de oración y alabanza. Este gran privilegio es nuestro gracias a la eficacia de “la sangre de Jesucristo”, una prueba de Su obra consumada.
El Señor ha entrado en el santuario celestial “por” la virtud de Su sangre (capítulo 9:12), y ahora nosotros podemos entrar allí “por” la virtud de Su sangre (capítulo 10:19). Él ha entrado corporalmente; nosotros entramos en espíritu. Dado que no es posible para nosotros en la condición actual de nuestros cuerpos subir al cielo literalmente, es obvio que el escritor quiere decir que esto debe hacerse en espíritu, porque la verdadera adoración cristiana es en “espíritu” y de acuerdo con la nueva revelación de la “verdad” (Juan 4:23). En la antigua economía levítica, la gente seguramente oraba y adoraba a Dios, pero no tenían el entendimiento de la aceptación (una bendición cristiana) ni, por consiguiente, de la libertad que la obra consumada de Cristo da a los creyentes. El resultado era que ellos se mantenían a una distancia consciente de Dios. Esto es representado en el sistema del tabernáculo por el hecho de que la gente adoraba fuera del santuario (Lucas 1:10).
Versículo 20.— El escritor llama a este medio de acceso a la presencia de Dios “el camino ... nuevo y vivo”. Es “nuevo” porque no se trata de una modificación o de un apéndice al antiguo orden judaico, sino de una cosa completamente nueva. La cristiandad no ha comprendido esto en el pasado ni tampoco en el presente. Los servicios religiosos en todas partes se componen de una mezcla de adoración cristiana y del antiguo sistema judío de adoración. El resultado es un sistema híbrido, producto de la mezcla de estos dos órdenes contrastantes, el cual ni es verdaderamente judío, ni verdaderamente cristiano. Este orden, en parte cristiano y en parte judaico, no es en absoluto lo que Dios quiere para aquellos redimidos por la sangre de Cristo. De hecho, Él condena la idea de mezclar ambos órdenes (Hebreos 13:10).
Este nuevo modo de adorar también se llama “vivo”, porque la persona necesita tener una nueva vida (a través del nuevo nacimiento) para participar en él. En el orden judaico del Antiguo Testamento, un individuo no necesitaba tener vida divina para disfrutar de las vistas, los sonidos y la magnificencia de la adoración en el templo; ¡él podría participar en ella sin haber nacido de nuevo!
Este camino nuevo y vivo se “nos consagró ... por el velo, esto es, por Su carne”. Esto simplemente significa que para que podamos acercarnos a la presencia de Dios como adoradores purificados, el velo (una figura del cuerpo de Cristo) tenía que ser rasgado. Es decir, Cristo tenía que morir. Por lo tanto, no fue Su vida perfecta como Hombre lo que nos abrió el camino a la presencia de Dios; fue Su muerte. Además, este privilegio que tenemos le ha costado a Dios la entrega de Su Hijo. Saber esto debería hacer que lo tratemos con gran aprecio. Nuestra libertad de acceso no es tanto una bendición sino un privilegio basado en nuestras bendiciones.
Versículo 21.— Para animarnos a entrar en la presencia de Dios, el escritor nos recuerda que en el Señor Jesucristo tenemos “un Gran Sacerdote sobre la casa de Dios”. Como un “Sumo” Sacerdote, Él está allí para ayudarnos, intercediendo por nosotros, pero como un “Gran” Sacerdote, Él preside la casa de Dios y por lo mismo, tiene la responsabilidad de todo lo que sucede dentro de ella. Esto corresponde al papel que Aarón tuvo en el antiguo orden levítico al llevar “el pecado de las cosas santas” en “todas sus santas ofrendas” que los hijos de Israel traían a Dios (Éxodo 28:36-38). Él llevaba puesta “una mitra [turbante]” que tenía una placa de oro con las siguientes palabras grabadas: “SANTIDAD Á JEHOVÁ”. Si alguno de los hijos de Israel traía inadvertidamente algo en sus ofrendas que no estaba de acuerdo con el debido orden, Aarón llevaría la iniquidad de ello, pero no el oferente. Esto fue dado para animar al pueblo a venir con sus ofrendas. Del mismo modo, en este camino nuevo y vivo, tenemos un Gran Sacerdote que toma en Sus manos todas nuestras oraciones y alabanzas y las presenta en forma perfecta a Dios (Hebreos 13:15; 1 Pedro 2:5). Y, si ofrecemos algo en nuestra adoración que no está de acuerdo con la verdad, Él se encarga de ello y elimina lo que no es aceptable (compárese con Levítico 1:15-16). Tener un Gran Sacerdote sobre la casa de Dios sirviendo de esta manera debería animarnos a responder con mayor libertad a la exhortación de “acercarnos” y ofrecer nuestra alabanza y adoración. Podemos hacerlo con confianza, sabiendo que contamos con esta protección.
Versículo 22.— El escritor menciona luego cuatro cosas que vuelven apto al creyente para acercarse a Dios como sacerdote; dos tienen que ver con nuestra posición ante Dios y dos tienen que ver con nuestra condición.
En cuanto a nuestra posición, nosotros tenemos “lavados los cuerpos con agua limpia”. Como ya se mencionó, esta es una figura tomada del lavamiento de los sacerdotes en el día de su consagración (Éxodo 29:4). Tipifica la limpieza que tenemos como resultado de haber nacido de nuevo (Juan 3:5; 13:10; 15:3). El Espíritu de Dios ha aplicado el agua de la Palabra de Dios a nuestras almas y así nos ha comunicado una nueva vida. El resultado es que uno queda “todo limpio” porque esa nueva vida es santa (Juan 13:10). También tenemos “purificados [rociados] los corazones”. Esta es otra figura tomada del rociamiento de los sacerdotes con sangre en el día de su consagración (Éxodo 29:20-21). Tipifica la limpieza judicial que tenemos a través de la fe en la obra consumada de Cristo, de la cual Su sangre es una señal. Esto da como resultado que el creyente tenga una conciencia purificada (Hebreos 9:14; 10:2). Por lo tanto, el creyente en el Señor Jesucristo tiene una doble limpieza, representada por los dos agentes purificadores divinos que fluyeron del costado del Señor en la cruz: el agua y la sangre (Juan 19:34).
En Juan 19:34, la “sangre” se menciona antes que el “agua”, porque se está registrando el hecho histórico; mientras que en 1 Juan 5:6-8, el agua se antepone a la sangre, porque se refiere al orden de su aplicación en la vida de los hombres. Uno es el lado de Dios y el otro es del hombre. Ante los ojos de Dios, la sangre debe venir primero. Eso es lo que se requiere para que los hombres sean bendecidos. Todas las operaciones que Dios ejecuta por Su Palabra y Su Espíritu en el nuevo nacimiento dependen de, y tienen su esencia en vista de, que Cristo ha entrado en el mundo y pagado el precio por el pecado, de lo cual habla la sangre. J. A. Trench dijo: “‘Uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y luego salió sangre y agua’ (Juan 19:34). Este es el orden histórico, y en él la sangre viene primero, como la base de todo para la gloria de Dios y nuestra bendición. En el orden de su aplicación a nosotros, como dice Juan en su epístola (1 Juan 5:6), el agua viene primero: ‘Este es Jesucristo, que vino por agua y sangre ... Y el Espíritu es el que da testimonio’” (Scripture Truth [Enseñanza de las Escrituras], volumen 1, página 22).
Luego, el escritor menciona dos cosas prácticas necesarias para que el creyente funcione en la presencia de Dios como sacerdote. Él habla de la necesidad de tener “un corazón verdadero”, esto es, un corazón que se ha juzgado a sí mismo (1 Corintios 11:28,31). Por el contrario, un corazón lleno de engaño que encubre su condición real no es un corazón verdadero. Por lo tanto, necesitamos tener un corazón “verdadero” cuando nos acercamos a Dios en adoración (Hebreos 10:22) y un corazón “bueno [honesto]” cuando leemos Su Palabra (Lucas 8:15). El escritor también menciona que debe haber “plena certidumbre de fe”. Esto no se refiere a la seguridad de la salvación, sino a la confianza que tenemos de acercarnos a Dios en fe gracias a que tenemos una doble limpieza y nos hemos juzgado a nosotros mismos.
Por lo tanto, las dos primeras cosas (“cuerpos lavados” y “corazones purificados”) nos convierten en sacerdotes y las dos segundas (un “corazón verdadero” y “plena certidumbre de fe”) nos ponen en una condición sacerdotal. Las dos primeras están conectadas con nuestra posición ante Dios y las dos últimas tienen que ver con nuestro estado de alma. Estas últimas dos podrían explicar por qué hay ocasiones en las que sólo unos pocos hermanos ejercen su sacerdocio audiblemente en una reunión: algunos de los sacerdotes presentes podrían no hallarse en una condición sacerdotal para hacerlo. La solución no es establecer una casta de hombres para que oren en público, etc., como suele hacerse en la cristiandad, sino juzgarnos a nosotros mismos para que el Espíritu de Dios tenga libertad para guiarnos en las reuniones en oración y alabanza públicas.
Mantener firme la confesión de nuestra esperanza
Versículo 23.— La siguiente exhortación tiene que ver con perseverar en nuestra confesión pública de la fe en un mundo que se opone a ella. Él dice: “Mantengamos firme la profesión de nuestra fe [esperanza] sin fluctuar”. Una brillante “esperanza” de alcanzar el estado glorificado con Cristo en lo alto había sido puesta delante de estos santos hebreos. No debían dejar ir aquella esperanza, porque “fiel es el que prometió” (véanse los versículos 36-37). El hecho de que se diera tal exhortación a estos creyentes hebreos muestra que estaban bajo una tremenda presión para que abandonaran la posición cristiana que habían tomado públicamente.
Que esta exhortación siga a la exhortación anterior (“lleguémonos”) nos da la clave de cómo podremos “mantenernos firmes”. Si realmente aprovechamos nuestro privilegio de acercarnos a la presencia de Dios, recibiremos fortaleza espiritual y convicción que nos permitirán enfrentar la oposición en el camino. Si los creyentes vacilan, generalmente es porque han descuidado su privilegio de acercarse a la presencia de Dios.
Provocarse unos a otros al amor y a las buenas obras
Versículos 24-25.— La siguiente exhortación aborda la necesidad del ánimo mutuo. Dice: “Y considerémonos los unos á los otros para provocarnos al amor y á las buenas obras”. Esto muestra que no solo necesitamos acercarnos a Dios, sino que también necesitamos acercarnos “los unos á los otros”. En tiempos de persecución y tentación de retroceder, hay una necesidad particular de compañerismo y aliento entre los santos.
Necesitamos el apoyo mutuo de otros creyentes, pero no lo tendremos si no seguimos “las huellas del rebaño” (Cantares 1:8). Ya que soy el “guarda de mi hermano” (Génesis 4:9), tengo la responsabilidad de velar por el estado de los demás, y de advertir, si es necesario, cuando uno comienza a desviarse (Proverbios 24:11-12). Sin embargo, esto será difícil de hacer si descuidamos reunirnos para el ministerio y la comunión (Hechos 2:42). Por lo tanto, el escritor continúa diciendo: “No dejando nuestra congregación, como algunos tienen por costumbre, mas exhortándonos [animándonos]; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca”. Abandonar la reunión de los santos es una señal segura de afectos menguantes. Por lo general, esto precede a la salida de una persona de la asamblea por completo. Las siguientes cosas son señales reveladoras que suelen acompañar a quienes abandonan la asamblea:
Señales que marcan generalmente a los que abandonan la asamblea
• Comienzan a asistir cada vez menos a las reuniones.
• Enfatizan las deficiencias de los santos, concluyendo que allí no hay amor.
• Carecen de separación del mundo, ya sea en sus aspectos seculares o religiosos, al mismo tiempo que acusan a los que andan en separación de ser legalistas.
• Afirman que no están siendo alimentados en las reuniones, reuniones a las que generalmente no asisten.
• Se ofenden fácilmente.
• Alteran su doctrina en cuanto al único centro de reunión para que les quede abierta la puerta y justifiquen su partida.
En vista de esta tendencia a retroceder, el escritor enfatiza la necesidad de “exhortarnos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca”. Hay una gran necesidad de que la verdad doctrinal sea ministrada entre los santos, ya que esta es la manera en que somos afirmados (1 Timoteo 4:16; 2 Timoteo 2:15), pero esta exhortación muestra que no debemos descuidar el ministerio práctico porque este anima a los santos a seguir adelante. A medida que nos acercamos al “día” cuando el Señor aparecerá para arreglar el mundo mediante juicio (Isaías 26:9), habrá una mayor necesidad de este tipo de servicio en la casa de Dios. Las cosas continuarán tornándose moral y espiritualmente más oscuras a medida que llega ese momento. De hecho, el momento más oscuro en la historia del mundo será justo antes del día en que Cristo aparezca (Mateo 24:29-30). La apostasía en la profesión cristiana ya ha comenzado (1 Timoteo 4:1; 2 Tesalonicenses 2:7) y, por esa razón, animarse unos a otros es mucho más necesario. Si bien los verdaderos creyentes no pueden apostatar, pueden ser arrastrados por la corriente de apostasía que está obrando dentro de la profesión cristiana y comenzar a renunciar a ciertos principios y prácticas que alguna vez sostuvieron. Esto es un verdadero peligro.
Como ya se mencionó, el “día” al que el escritor se refiere aquí es la Aparición de Cristo. El hermano Darby dijo: “El ‘día’ del que se habla aquí no es el arrebatamiento de la Iglesia, sino la Aparición” (Collected Writings, volumen 27, página 400). W. Kelly dijo: “Como la responsabilidad está aquí a la vista, es ‘el día’ o la aparición del Señor lo que sigue, cuando nuestra fidelidad, o falta de ella, se manifestará” (The Epistle to the Hebrews, página 191). S. Ridout dijo: “Aquellos santos cuyos ojos estaban ungidos pudieron decir: ‘El fin de todas las cosas se acerca’. Ellos sabían que Cristo había aparecido en la consumación de los siglos [Hebreos 9:26]; que pronto llegaría el día en que Sus enemigos serían puestos por estrado de Sus pies [Hebreos 10:13]; y al ver que se acercaba ese día, se estimulaban unos a otros aún más. ¿Qué diremos, entonces, los que vivimos siglos después? ¡Cuánto más cerca está ese día para nosotros!” (Lectures on the Book of Hebrews [Lecciones sobre el libro de Hebreos], página 207).
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Hebreos 10:26-39: Cuarta advertencia contra la apostasía
El peligro de pecar voluntariamente
El escritor suspende sus exhortaciones para advertir del peligro de la apostasía una vez más. En la segunda mitad del capítulo 10, advierte contra la apostasía (versículos 26-31), pero también anima a los que tienen fe a seguir adelante (versículos 32-39). En el capítulo 11, continúa su digresión dando ejemplos de aquellos que vivieron por fe en los tiempos del Antiguo Testamento, antes de reanudar sus exhortaciones en el capítulo 12:1.
Versículos 26-27.— Él dice: “Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda sacrificio por el pecado”. El pecado voluntario al que se refiere aquí es la apostasía, el pecado predominante en toda la epístola. Como ya se mencionó, la apostasía de la que los hebreos estaban en peligro era la renuncia a la fe cristiana y el regreso al judaísmo. Esto es algo que sólo haría un falso profesante que nunca ha sido salvo.
Este versículo (versículo 26) no se refiere a un cristiano descarriado que peca y por lo tanto pierde su salvación, como se piensa comúnmente, porque los cristianos no pueden perder su salvación (Juan 10:27-28, etc.). La persona que se tiene en consideración aquí es alguien que ha “recibido el conocimiento de la verdad”, y por lo tanto ha sido iluminado por ella. Sin embargo, hay que tener en cuenta que no dice que la haya creído. Recibir la verdad y creer la verdad son dos cosas distintas. Algunos piensan que el uso de la primera persona del plural (“pecáremos”) en este versículo indica que él está hablando de cristianos, y por eso el escritor se incluye a sí mismo. Sin embargo, como se mencionó anteriormente, el uso de la palabra “nosotros” dentro de la epístola generalmente se refiere a los compatriotas del escritor que eran judíos, como es el caso aquí.
Tampoco está hablando este versículo de un pecador que rechaza el evangelio. Rechazar el evangelio seguramente puede clasificarse como un pecado, pero no es el pecado que se tiene a la vista aquí. Esta persona es mucho más responsable que el pecador que rechaza el evangelio. Él ha abrazado el evangelio exteriormente y ha profesado haberlo creído, y luego lo ha tirado todo por la borda. En el capítulo 6, el escritor deja claro que no existe recuperación de este pecado voluntario de apostasía. ¿Dónde se podría encontrar un sacrificio por los pecados de un apóstata? ¡Pues Dios ha puesto a un lado los sacrificios judaicos y el apóstata mismo le ha dado la espalda al sacrificio de Cristo! Por lo tanto, “ya no queda sacrificio por el pecado” para dicha persona. No hay ningún lugar al que pueda ir ni ningún sacrificio al que pueda recurrir. Está condenado. J. N. Darby dijo: “Su solo sacrificio [el de Cristo] una vez ofrecido era el único. Si alguno que hubiera profesado conocer su valor lo abandonaba, no habría otro sacrificio al que pudiera recurrir, ni podría repetirse jamás. No quedaba ya más sacrificio por los pecados” (Synopsis of the Books of the Bible, sobre Hebreos 10). Todo lo que le quedaba a un apóstata es “una horrenda esperanza de juicio” (versículo 27). Tal persona se hace a sí misma un “adversario” de la verdad y, en consecuencia, será devorada por la ira del juicio de Dios.
Versículos 28-31.— Para mostrar la gravedad de la apostasía, el escritor compara este pecado voluntario con los pecados de soberbia en la vieja economía y muestra que esto es algo de mucho “mayor castigo”. Según la Ley, la persona que altivamente ignoraba una simple orden judicial era ejecutada “por el testimonio de dos ó de tres testigos”. Un ejemplo de ello fue la infracción del hombre que recogía leña en día de reposo (Números 15:30-36). ¡Fue apedreado hasta la muerte, porque lo hizo con altivez! No era un pecado de ignorancia por el cual se podía aplicar una ofrenda por el pecado, y así, la persona podía ser perdonada gubernamentalmente (Levítico 4:2; Números 15:27-29; Hebreos 9:7). El escritor entonces dice: “¿Cuánto pensáis que será más digno de mayor [peor] castigo, el que hollare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda [común] la sangre del testamento, en la cual fué santificado, é hiciere afrenta [insultare] al Espíritu de gracia?” (versículo 29). Si no había remedio para un pecado de soberbia bajo la Ley, ¡cuánto menos en el caso de un apóstata que peca presuntuosamente (voluntariamente) contra la gracia de Dios!
Para enfatizar esto, en este versículo el escritor menciona tres cosas terribles que hace un apóstata cuando renuncia a la fe cristiana y regresa al judaísmo. En primer lugar, “pisotea al Hijo de Dios”. Por lo tanto, no rechaza a Cristo con blandas palabras; lo rechaza decididamente de la manera más despectiva. Tal manera de rechazo es una afrenta a la grandeza de Su Persona. En segundo lugar, considera “inmunda la sangre del testamento [pacto], en la cual fué santificado”. Al asumir la posición cristiana, un creyente meramente profesante es santificado externamente, algo que los maestros de la Biblia llaman “santificación relativa”. (Ver también Romanos 11:16, 1 Corintios 7:14; 2 Timoteo 2:21). Ser apartado de esta manera no significa que una persona sea salva, sino que está en una posición favorecida a través de su identificación con la compañía cristiana. La “sangre del nuevo pacto” fue derramada en la cruz (Mateo 26:28). La obra que Cristo hizo allí sentó las bases para hacer el nuevo pacto con Israel en un día venidero. Entretanto, Su sangre santifica a todos los que hacen una profesión de fe en Él de esta manera externa. Renunciar a la profesión que uno ha hecho es tratar “la sangre” de Cristo como una cosa “inmunda”. ¡Este es un desprecio sobrecogedor de aquello que es extremadamente precioso a los ojos de Dios y de todos los que han sido redimidos por él! (1 Pedro 1:18-19). En tercer lugar, el apóstata ha “afrentado al Espíritu de gracia” —la Persona divina que ha venido de Dios para transmitirnos muchas verdades preciosas y otorgarnos bendiciones maravillosas en abundancia.
¡No hace falta decir que ser culpable de estas cosas es mucho más serio que ser culpable de recoger leña en día de reposo! Si bajo la Ley se ejecutó un juicio severo contra el ofensor por un delito tan simple, cuánto mayor castigo se impondrá a la persona que haga estas cosas terribles. Así, el juicio será proporcional a la gravedad del pecado.
Versículos 30-31.— Si bien nos contristamos naturalmente por tan descarada incredulidad, debemos abstenernos de juzgar a todos los que apostatan. Se debe dejar que Dios se ocupe del apóstata. Por lo tanto, el escritor nos da una palabra de advertencia: “Mía es la venganza, Yo daré el pago, dice el Señor”. Y de nuevo, “El Señor juzgará Su pueblo”. Su última palabra de advertencia es: “Horrenda cosa es caer en las manos del Dios vivo”. Esta solemne declaración tenía como objetivo hablar a la conciencia de todos aquellos que eran simplemente creyentes profesantes, que estuvieran considerando retirarse de la compañía cristiana y regresar al judaísmo.
Tres cosas que no debemos perder de vista
Capítulo 10:32-39.— Los versículos finales del capítulo están llenos de aliento para aquellos que eran verdaderos creyentes. Ellos estaban experimentando persecución por parte de la masa incrédula de la nación. Bajo esta presión, se hallaban exhaustos y dubitativos en la senda. Era imperativo que estos hermanos perseveraran con paciencia en la senda de fe. Con el fin de alentarlos respecto a esto, el escritor pasa a colocar ante ellos tres cosas que no debían perder de vista. Si estas cosas se mantuvieran ardiendo intensamente ante sus almas, ciertamente se verían motivados a continuar en la senda. Estas tres cosas harán lo mismo por nosotros.
1) Que tenemos “una mejor y perdurable herencia”
Versículos 32-34.— “Empero traed á la memoria los días pasados, en los cuales, después de haber sido iluminados, sufristeis gran combate de aflicciones: Por una parte, ciertamente, con vituperios y tribulaciones fuisteis hechos espectáculo; y por otra parte hechos compañeros de los que estaban en tal estado. Porque de mis prisiones también os resentisteis conmigo, y el robo de vuestros bienes padecisteis con gozo, conociendo que tenéis en vosotros una mejor sustancia en los cielos, y que permanece”.
La primera cosa que el escritor no quería que perdieran de vista era las grandes posesiones espirituales que ellos tenían en Cristo. Estas bendiciones y privilegios son sumamente preciosos, y están muy por encima de cualquier cosa que los judíos tuvieran en el judaísmo. De hecho, ¡son las bendiciones más elevadas alguna vez conferidas que Dios haya dado (o que jamás dará) a cualquiera de Sus criaturas! De este modo, por medio de la gracia, y a causa de su vínculo con Cristo por el Espíritu Santo que mora en ellos, los cristianos poseen un lugar especial ante Dios que ninguno de los demás en Su familia bendecida tiene. Por lo tanto, se les llama “la congregación de los primogénitos” (Hebreos 12:23). (El término “primogénito” se refiere a tener la preeminencia por encima de otros). Los cristianos no podrían ser más bendecidos (Efesios 1:3).
Estos creyentes hebreos que una vez tuvieron una perspectiva correcta de estas cosas espirituales, cuando recién fueron “iluminados” y salvos por el evangelio, necesitaban recuperar dicha mentalidad. Por lo tanto, dice, “Empero traed á la memoria los días pasados ... ”. Cuando emprendieron por primera vez la senda cristiana, ellos entendieron que su porción en Cristo era algo especial y consideraron un privilegio ser contados dignos de sufrir por esas cosas. Como resultado, alegremente sufrieron “gran combate de aflicciones”. Cuando fueron avergonzados públicamente por sus compatriotas, siendo “con vituperios y tribulaciones ... hechos espectáculo”, lo aceptaron sin buscar desquitarse, porque entendieron que todo era parte del sufrimiento por Cristo. Incluso cuando sus “bienes” (posesiones materiales) fueron saqueados por causa de la hostilidad de otros, padecieron esos reveses “con gozo”. La razón por la que pudieron soportar esas cosas de una manera tan notable fue que sabían que en Cristo tenían “una mejor sustancia en los cielos, y que permanece”. Por esta causa, vieron que valía la pena vivir por tales cosas, así como sufrir por ellas.
Pero, tristemente, al ser bombardeados con oposición, empezaron a desalentarse en el camino y a perder sus convicciones originales. De ahí que venga esta exhortación del escritor. Su remedio para ellos era que retornaran a la mentalidad original que tenían cuando eran nuevos cristianos, pero no regresar al judaísmo. Necesitaban reajustar sus convicciones colocando su mirada nuevamente en aquello que había sido puesto en sus manos. Entonces se darían cuenta una vez más de que era un gran privilegio haber recibido esas cosas preciosas.
De manera similar, para nosotros no habrá nada que nos motive a seguir adelante en la senda de fe con convicción más que darnos cuenta de lo que ha sido puesto en nuestras manos. Si nos tomamos un momento para enumerar nuestras muchas bendiciones que tenemos en Cristo, las cuales nos colocan en un lugar aparte de todas las demás criaturas bendecidas por Dios, veremos de inmediato que realmente se nos ha dado algo especial. Es poco decir que ser cristiano es un privilegio.
2) Que el Señor viene muy pronto
Versículos 35-37.— “Por tanto, no desechéis vuestra confianza, la cual tiene gran recompensa. Porque tenéis necesidad de paciencia, para que cuando hayáis hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa. Porque dentro de muy poco tiempo, el que ha de venir vendrá y no tardará” (LBLA). La segunda cosa que estos creyentes hebreos no debían perder de vista era que el Señor vendría pronto, en “muy poco tiempo”, y que traerá una recompensa especial con Él para aquellos que han hecho “la voluntad de Dios” (Apocalipsis 22:12).
Introducir la venida del Señor como él lo hace aquí seguramente tenía como objetivo animar a estos queridos creyentes a que perseverasen en la senda hasta aquel momento, pues para la fe esta no estaba lejos. Del mismo modo, Su inminente venida debe motivarnos a continuar en la senda. Si ellos debían esperar que el Señor viniera en sus días, cuánto más nosotros que vivimos muchos siglos después. ¡Ya no falta mucho tiempo! El Señor ha esperado casi 2000 años porque no ha sido todavía el tiempo del Padre para enviarlo. Pero cuando llegue ese momento, Él no demorará en venir para llevarnos a casa. (Compare Salmo 19:5).
3) Que retirarse no agrada al Señor
Versículos 38-39.— “Ahora el justo vivirá por fe; mas si se retirare, no agradará á Mi alma. Pero nosotros no somos tales que nos retiremos para perdición, sino fieles para ganancia del alma”. La tercera cosa que estos queridos hermanos no debían perder de vista era que, si elegían retirarse de la senda de fe, esto desagradaría al Señor.
En estos versículos, el escritor habla de “retirarse”, algo que “el justo” (un creyente) puede hacer, y de “retirarse para perdición” (apostasía), cosa que solo los creyentes meramente profesantes pueden hacer, cuando renuncian a su profesión de fe en Cristo. Ambas cosas tienen que ver con apartarse, pero una (la apostasía) es infinitamente peor. Como se mencionó anteriormente, los verdaderos creyentes no pueden apostatar de la fe, pero podrían verse afectados por la corriente de apostasía que se mueve en la cristiandad en estos últimos tiempos (1 Timoteo 4:1) y renunciar a ciertos principios y prácticas que alguna vez sostuvieron.
Toda persona que esté contemplando retirarse de la senda —incluso si piensa que es solo un poco— necesita que se le recuerde que si lo hace acarrea sobre sí la posibilidad del castigo del Señor. Él ama a Su pueblo, y no permitirá que continúen en un camino de injusticia o transigencia sin ejercer disciplina en sus vidas para traerlos de vuelta (Hebreos 12:5-11; Oseas 2:6-7). Por ello, retroceder en la senda a menudo trae problemas no deseados a nuestras vidas y, por lo tanto, no debe verse como una opción. La vida a través de la senda de fe es lo bastante difícil como para que traigamos problemas adicionales a nuestras vidas por nuestro descuido y desobediencia.
Lo único lógico que podemos hacer es continuar en la senda y buscar la gracia de Dios para soportar las dificultades y problemas que vienen por vivir en obediencia a Su Palabra. El escritor cita de Habacuc 2:4 para mostrar que “el justo” debe “vivir por fe”, porque esto es lo normal para el hijo de Dios, independientemente de la dispensación en la que viva, como lo muestra el siguiente capítulo (Hebreos 11). Por lo tanto, existe la necesidad de conducirnos “en temor todo el tiempo de nuestra peregrinación”, sabiendo que, si desagradamos al Señor de alguna manera, esto puede instar a nuestro Padre a que traiga un juicio gubernamental a nuestras vidas para corregirnos (1 Pedro 1:17).
Hebreos 11:1-40: Un paréntesis: La senda de fe
Hasta estas alturas de la epístola, el escritor ha enseñado a los creyentes hebreos a que se deshagan de las formas externas de la religión terrenal que tenían en el judaísmo a cambio de algo mejor: el camino nuevo y vivo de acceso a Dios que por medio de Cristo se ha introducido. Se entra en él por fe. De hecho, todo en el cristianismo debe hacerse según el principio de la fe: “porque por fe andamos, no por vista” (2 Corintios 5:7). Por lo tanto, abandonar el judaísmo, un sistema de vistas y sonidos y ritos externos, por el camino nuevo y vivo en el cristianismo, que es en gran medida algo espiritual, requeriría fe. En este capítulo, muestra que andar por fe no debe ser visto como algo nuevo, porque los santos desde el principio de los tiempos han vivido por la fe. Desde el comienzo de la historia del mundo, lo que ha complacido a Dios en aquellos que han venido a Él es que lo han hecho por “fe” (versículo 6). Siendo este el caso, estos creyentes hebreos eran llamados a vivir por fe en la nueva posición que habían tomado en el cristianismo.
Luego procede a dar una lista extensa de santos del Antiguo Testamento que vivieron y murieron en fe, encontrando así la aprobación de Dios. El Espíritu de Dios rastrea las actividades de estos fieles y muestra las marcas distintivas de la fe que los impulsó a través de la vida. Ellos sirven como ejemplos del tipo de fe que los creyentes hebreos debían tener. El capítulo 11, por lo tanto, demuestra cuál es el gran principio sobre el que se mueve el hombre celestial: la fe.
El capítulo puede considerarse como un paréntesis; las exhortaciones se reanudan hasta el capítulo 12:1.
Lo que la fe hace
Versículos 1-3.— Los primeros tres versículos son introductorios. El escritor comienza diciendo: “Es pues la fe la sustancia de las cosas que se esperan, la demostración de las cosas que no se ven”. Esta declaración no define exactamente lo que es la fe, sino más bien, lo que hace la fe. (Tal vez Juan 3:33 definiría mejor lo que es la fe: “El que recibe Su testimonio, éste signó que Dios es verdadero”). La fe hace que “las cosas que se esperan” sean tan reales como si las tuviéramos en nuestra mano ahora. Ella nos da “convicción” con respecto a las cosas espirituales invisibles; así, las cosas de Dios se vuelven tan reales para nosotros como si las viéramos con nuestros ojos naturales. De hecho, cada una de las cosas eternas que tenemos, y que siempre tendremos, es adquirida por la fe —todo lo demás pasará—. Los “antiguos” en épocas pasadas obtuvieron un buen “testimonio” al vivir por fe, y así lo haremos nosotros hoy.
El versículo 3 dice: “Por la fe entendemos haber sido compuestos los siglos por la Palabra de Dios, siendo hecho lo que se ve, de lo que no se veía”. Esto muestra que la fe nos da a entender cosas que están fuera de la comprensión de la mente natural, porque él afirma claramente aquí que lo que se ve no debe su origen a las cosas que aparecen ante nuestros ojos naturales.
La referencia del escritor a la Palabra de Dios que se utilizó para componer los mundos apunta a Génesis 1:3: “Y dijo Dios ... ”. (Véase también Salmo 33:6). Esta es una referencia a la reconstrucción de la tierra y los cielos descrita en Génesis 1:3-31. La palabra “compuestos” en griego (“katartizo”) significa “reparados” o “arreglados” (Strong), o “puestos en orden de nuevo” (Liddell y Scott), o “ajustados” (Nestlé). La misma palabra se traduce como “remendar” en La Biblia de las Américas en Mateo 4:21 y Marcos 1:19. Y también se traduce como “restaurar” en Gálatas 6:1. Por lo tanto, este versículo indica que Dios reparó o restauró lo que había creado previamente. El hecho de que necesitara ser reparado muestra claramente que había entrado en una condición caótica (descrita en Génesis 1:2), porque Dios no creó la tierra en ese estado (Isaías 45:18).
Después de haber hecho algunas observaciones introductorias con respecto a la fe, el escritor señala ahora varios aspectos de la fe que caracterizaba a los santos del Antiguo Testamento, los cuales deben replicarse en los cristianos que transitan por la senda de fe. El resto del capítulo (versículos 4-40) está dividido en tres grupos de santos del Antiguo Testamento:
• Los santos antediluvianos (versículos 4-7).— Estos ilustran la fe que se acerca a Dios sobre la base de un sacrificio aceptable, y así escapa del juicio que viene sobre este “presente siglo malo” (Gálatas 1:4; Romanos 5:9). Ellos manifiestan una fe que salva.
• Los santos en la época patriarcal (versículos 8-22).— Estos ilustran la fe que echa mano del “mundo venidero” (Hebreos 2:5) y en consecuencia renuncian a este mundo presente para andar como extranjeros y peregrinos a través de él. Ellos manifiestan una fe que ve.
• Los santos israelitas (versículos 23-40).— Estos ilustran la fe que está dispuesta a soportar el rechazo y la persecución de este presente siglo malo porque ha echado mano de cosas más grandes, por las cuales considera que vale la pena sufrir. Ellos manifiestan una fe que sufre.
Así, estos santos del Antiguo Testamento ilustran la fe que salva, la fe que ve y la fe que sufre. Estas tres cosas se necesitan para vivir la vida cristiana en un mundo que se opone a Dios y a Cristo. Es interesante notar que no hay fallas registradas en el capítulo. No es que estos santos no fallaran; pues sabemos que sus vidas tenían muchas imperfecciones. Sin embargo, el Espíritu de Dios no se enfoca en eso, sino más bien en la bienaventuranza por la cual su fe les hizo vivir, que es las cosas invisibles de Dios. Muchas cosas positivas acerca de estos santos del Antiguo Testamento podrían haberse dicho aquí, pero el escritor es guiado a seleccionar sólo ciertas cosas que eran particularmente aplicables a la situación que estos creyentes hebreos estaban enfrentando. Se mencionan los nombres de dieciséis santos del Antiguo Testamento (la mitad de ellos son del libro de Génesis), pero muchos más se hallan implícitos sin ser nombrados. Cada uno de estos santos exhibe el gran principio subyacente que el profeta Habacuc declaró: “El justo vivirá por fe” (Habacuc 2:4; Hebreos 10:38).
Los santos antediluvianos
Versículos 4-7.— En los primeros tres santos vemos la fe que coloca al creyente individual en una relación correcta con Dios. Estos ejemplos ilustran la fe que se acerca a Dios sobre la base de un sacrificio aceptable, y escapa así del juicio. Aquí es donde comienza una vida con Dios.
ABEL (versículo 4).— Abel es un ejemplo de la comprensión divina que da la fe; por esa razón, trajo un “mejor sacrificio” (LBLA). Él sabía que era un pecador, y que Dios es un Dios santo que no puede pasar por alto los pecados. Abel, por lo tanto, vino a Dios sobre la base de un sacrificio, y una víctima murió como sustituto en su lugar. Sin duda, él había aprendido lo que era aceptable para Dios a partir del pecado original de sus padres en el Jardín del Edén, debido a lo cual fue sacrificada la vida de un animal para cubrirlos con túnicas de pieles (Génesis 3:21). El sacrificio de Abel hablaba de la muerte de Cristo y de lo que ella logra para la gloria de Dios y la bendición de los que creen. Así, su fe ilustra cómo un pecador puede hallar el favor de Dios y ser salvo.
ENOC (versículos 5-6).— La fe de Enoc muestra que las vidas de aquellos que vienen a Dios en fe tienen un final maravilloso: ¡son llevados a la presencia misma de Dios en el cielo! Como sabemos, Enoc fue “traspuesto para no ver muerte” (Génesis 5:22-24). Esto no le sucederá a todos los que creen, ya que muchos han muerto en fe y serán resucitados, pero todos los creyentes irán a estar con el Señor. Lo que le sucedió a Enoc ilustra la esperanza correcta de la Iglesia: ser arrebatada de la tierra en la venida del Señor sin ver muerte (1 Tesalonicenses 4:17). Esto se llama la “esperanza bienaventurada” (Tito 2:13). Eso es lo que estos creyentes hebreos debían esperar. El escritor dice que Enoc “tuvo testimonio de haber agradado á Dios”. Por lo tanto, concluye que debe haber tenido fe, porque, dice: “sin fe es imposible agradar á Dios; porque es menester que el que á Dios se allega, crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan”.
NOÉ (versículo 7).— La fe de Noé lo llevó a responder a las advertencias de Dios y a prepararse para el juicio que estaba a punto de caer sobre el mundo valiéndose del refugio que Dios designaba en el arca. Las “cosas que aun no se veían” se refiere a la lluvia que no había caído antes. Noé le creyó a Dios y construyó el arca, y al hacerlo, “condenó al mundo”, porque pregonaba el mensaje de que el juicio se acercaba. Del mismo modo, estos hebreos necesitaban encontrar refugio a través de la fe en el único sacrificio de Cristo y así ponerse a salvo del juicio de sus pecados. Muchos ya lo habían hecho, pero había algunos, al parecer, que todavía no.
Los santos en la época patriarcal
Versículos 8-22.— Este segundo grupo de santos son los “padres” de la nación de Israel (Hechos 26:6; Romanos 9:5; 11:28; 15:8, etc.). Se les llama “los patriarcas”, comenzando con Abraham (Hebreos 7:4) y descendiendo hasta los doce hijos de Jacob (Hechos 7:8). Como se mencionó, este grupo de santos ilustra la fe que echa mano del mundo venidero y, en consecuencia, deja ir las ambiciones en este mundo actual. Esto, a su vez, hace que estén dispuestos a caminar como extraños y peregrinos a través de él.
ABRAHAM (versículo 8).— Abraham ilustra la fe que responde al llamado de Dios, a pesar de que era un llamado a algo que no podía ver con sus ojos. Fue “llamado ... para salir al lugar” de bendición que le fue prometido. Su fe lo llevó a responder, y “salió sin saber dónde iba”. Esto pudo haber parecido tonto a los ojos de aquellos que observaban sus pisadas, pero era la voluntad de Dios. El escritor menciona este punto porque era lo mismo que los creyentes hebreos necesitaban hacer en principio. Abraham tuvo que dejar su antigua posición en Ur de los caldeos y salir a un nuevo lugar que no había visto. Del mismo modo, ellos habían escuchado el llamado de Dios en el evangelio a salir de su posición anterior en el judaísmo hacia Cristo, a pesar de que había muy poco que ver externamente en el cristianismo.
Versículos 9-10.— La fe de Abraham lo hizo ir a una tierra que le había sido prometida, y él y su posteridad (“Isaac y Jacob”) estaban contentos de vivir allí como extranjeros y peregrinos. Aunque la tierra de Canaán le había sido dada por herencia, Abraham no intentó tomar posesión de ella desposeyendo a la gente de allí, sino que vivió en ella separado de aquella gente. Lo que lo sostenía era su fe. Tenía el ojo puesto en algo que no se veía. El escritor nos dice que “esperaba ciudad con fundamentos, el artífice y hacedor de la cual es Dios”. Esta, se nos dice en el capítulo 12:22, era “la ciudad del Dios vivo, Jerusalem la celestial”. Lo que Abraham sabía de las cosas celestiales y eternas no se nos dice, pero ellas habían capturado su corazón y lo habían hecho caminar en una senda diferente a la de otros hombres.
Esas cosas invisibles no solo capturaron el corazón de Abraham, sino que también él logró transmitir las convicciones de su fe a su posteridad. Esto es evidente por el hecho de que también estuvieron “viviendo en tiendas” (LBLA), una marca característica de un peregrino. Este fue un marcado contraste con Ismael y su posteridad. Ellos construyeron para sí mismos “villas” y “campamentos” y nombraron a algunos como “príncipes” (Génesis 25:12-18). Contentarse con vivir en una tienda nos muestra que Abraham no tenía la intención de establecerse en este escenario, ni tampoco tenía deseos de ser una persona distinguida en el mundo. Así también con estos creyentes hebreos que estaban luchando con las cosas que los ataban al judaísmo; si tan solo comprendieran la magnitud de sus bendiciones espirituales en Cristo, estas les harían liberarse de las cosas externas de una religión terrenal.
SARA (versículos 11-12).— Sara ilustra la fe que confía en Dios a pesar de los impedimentos naturales. Su confianza estaba en la Palabra de Dios. Dios les había prometido a Abraham y a Sara que tendrían un hijo, y ellos le creyeron. Él fue fiel a Su Palabra, y Sara “recibió fuerza para concebir simiente; y parió aun fuera del tiempo de la edad”. Del mismo modo, habiendo puesto su confianza en el Señor Jesucristo, estos creyentes hebreos podían contar con Él para que les ayudara a superar dificultades imposibles en la senda de fe.
Versículos 13-14.— El escritor entonces resume lo que caracterizaba la fe de estos patriarcas y lo presenta ante los creyentes hebreos como un modelo para su fe. Él dice: “Conforme á la fe murieron todos éstos sin haber recibido las promesas”. Esto no contradice al capítulo 6:15 que dice que Abraham recibió la promesa. Estos pasajes están hablando de dos cosas diferentes. El capítulo 6:15 se refiere a que Abraham recibiría un hijo y a través de él tendría una posteridad; aquí en el capítulo 11 Son promesas relacionadas con la herencia en Canaán. Además, la palabra “todos” a la que se refiere el escritor en este versículo representa a todos los que conforman este grupo de santos patriarcales. Si se estuviera refiriendo a todos los mencionados hasta ahora en el capítulo, estaría contradiciendo lo que dijo acerca de Enoc quien no murió. Su punto al afirmar esto es que la fe de estos antiguos santos los llevó a comenzar la senda, y sus convicciones al respecto eran tan profundas que continuaron en esa senda hasta el final de sus vidas —ellos no retrocedieron—. Vivieron y murieron por lo que su fe veía. Del mismo modo, los creyentes hebreos necesitaban este tipo de fe y convicción con respecto a la decisión que habían tomado de venir a Cristo, y que perseverasen en ella.
Lo que impulsaba a estos hombres y mujeres a través de la vida era su fe. Su fe veía las cosas que Dios les había prometido, a pesar de que ellas estaban “lejos” en el tiempo. “Creyéndolas” ellos y “saludándolas” en sus corazones, trajo como resultado que vivieran sus vidas “confesando” en qué estaban ocupados sus corazones. El escritor dice que aquellos que proceden de esta manera “claramente dan á entender” que están viviendo para otra “patria”, y no para este mundo. Esos queridos santos de la antigüedad miraron más allá de las cosas que se ven y abrazaron las cosas que no se ven, y eso produjo un efecto práctico en sus vidas que los hizo andar como “peregrinos y advenedizos” a través de este presente siglo malo.
Versículo 15.— El escritor agrega: “Que si se acordaran de aquella de donde salieron, cierto tenían tiempo para volverse”. Es decir, si hubieran permitido que sus mentes permanecieran en el viejo país del que habían salido (Mesopotamia), eso habría tenido el efecto de arrastrarlos de vuelta allá en sus corazones —y a donde vaya el corazón, los pies lo seguirán—. No habría pasado mucho tiempo antes de que ellos se regresaran a esa tierra. Pero no lo hicieron; mantuvieron sus ojos y sus corazones puestos en lo que se les había prometido, y eso los motivó a continuar en la senda de fe. Esto sirvió como una nota precautoria para estos creyentes hebreos que estaban bajo la presión de regresar al judaísmo. Si ellos mantuvieran sus pensamientos ocupados con los viejos tiempos en el templo y sus conexiones allí, etc., eso tendría un efecto negativo en ellos, y eventualmente los atraería de vuelta a él. Por lo tanto, era importante que ellos siguieran el ejemplo de los patriarcas y mantuvieran sus mentes fijas en lo que tenían en Cristo (Colosenses 3:1-2).
Versículo 16.— La fe de aquellos santos de la antigüedad actuó como un telescopio espiritual que traía las cosas celestiales a la vista. Ellos confiaron en la Palabra de Dios respecto a las promesas, prefiriendo “una patria mejor” (LBLA), que era “celestial”, por lo cual Dios aprobó su fe. Él “no se avergonzó de llamarse Dios de ellos” y alegremente se identificó con ellos. No quedarán decepcionados; Dios “les ha aparejado ciudad” allá arriba, la cual obtendrán en el día de su resurrección. Mientras tanto, sus almas y espíritus incorpóreos están con Cristo arriba (Filipenses 1:23).
Versículos 17-19.— Abraham es mencionado de nuevo para mostrar que Dios prueba la fe. De hecho, todos los que toman la senda de fe serán probados tarde o temprano. Dios le dijo a Abraham que ofreciera a su hijo, Isaac, el mismo que por tanto tiempo había esperado tener y a través del cual se cumplirían las promesas. Humanamente hablando, hacer esto no tenía sentido, pero Abraham no permitió que lo que no entendía obstaculizara su obediencia a Dios. Y como resultado, se dice: “Por fe ofreció Abraham á Isaac cuando fué probado”. La prueba para él consistía en ver si estaría dispuesto a renunciar a lo que más atesoraba en su corazón con tal de obedecer a Dios. Como sabemos, atravesó la prueba maravillosamente. Él habría dado muerte a Isaac si el Señor no hubiera intervenido (Génesis 22:10-12). Miles de cosas podrían haber pasado por su mente en cuanto a por qué Dios querría esto, pero Abraham siguió adelante sin actuar según sus propios pensamientos y preferencias, y obedeció a Dios.
El escritor ahora nos cuenta cómo Abraham pudo pasar la prueba de su fe; él creía que “aun de los muertos es Dios poderoso para levantar (a Isaac); de donde también le volvió á recibir por figura”. Esto es algo que llama mucho la atención, ya que hasta ese momento en la historia no había habido ningún registro conocido de alguien que hubiese resucitado de entre los muertos. Aunque en realidad Abraham no inmoló a Isaac, se le dio el crédito por creer en la resurrección y, en cierto sentido, “volvió á recibir” a Isaac de entre los muertos figuradamente. El escritor fue guiado por el Espíritu a colocar este incidente ante los hebreos como un ejemplo a seguir. El asunto que estaban enfrentando con respecto a dejar el judaísmo por el cristianismo era definitivamente una prueba de su fe. Amaban mucho su herencia en el judaísmo, pero ¿estarían dispuestos a renunciar a ella para obedecer a Dios? ¿Pondrían la voluntad de Dios antes que sus propios deseos naturales? Abraham sí lo hizo, convirtiéndose así en su gran ejemplo.
ISAAC (versículo 20).— El escritor pasa ahora a la fe de Isaac. Él dice: “Por fe bendijo Isaac á Jacob y á Esaú respecto á cosas que habían de ser”. En esto, Isaac es un ejemplo de alguien que camina a la luz del futuro, momento en que las promesas serán cumplidas. Del mismo modo, los creyentes hebreos debían tener la previsión de Isaac y vivir en vista de la “esperanza” cristiana (capítulo 10:23). Mirar hacia adelante en fe es algo saludable para el peregrino que anda por fe; esto mantiene su corazón y su mente en “las cosas por venir” y lejos de las cosas de este mundo.
JACOB (versículo 21).— Realmente no había mucho en la vida temprana de Jacob que fuera de fe, pero a medida que fue atravesando varias circunstancias y las disciplinas que Dios le había preparado, creció espiritualmente al paso de los años. En sus últimos días, manifestó una inteligencia que la fe le da al creyente. De hecho, de todos los patriarcas, ¡solo de él se dice que “adoró”! Lo hizo “estribando sobre la punta de su bordón”. Luego “bendijo á cada uno de los hijos de José” con una inteligencia que mostró que él entendía algo del final del primer orden del hombre en la carne y de la introducción de un nuevo orden que iba a venir, al cruzar sus manos “adrede” cuando los bendijo (Génesis 48:5-14). Es difícil saber cuánto de esto entendió Jacob realmente, pero es algo que los creyentes hebreos harían bien en seguir. Todo el orden de adoración en el judaísmo, el cual se acomoda al primer hombre, había sido puesto a un lado para dar lugar a un nuevo orden de cosas en conformidad al nuevo hombre en Cristo. Ellos tenían que aceptar este hecho.
JOSÉ (versículo 22).— José es otro ejemplo de la fe que mira hacia el futuro. En lugar de mirar hacia atrás a sus días de gloria en Egipto, fijó su mirada en la gloria de Israel en la tierra de Canaán, y al dar “mandamiento acerca de sus huesos” mostró dónde estaba su corazón. Comprendió que no estaría vivo para verlo, pero quería que sus huesos fueran enterrados en ese lugar del cual su fe se había apoderado.
Los santos israelitas
Versículos 23-40.— Los santos de este tercer grupo ilustran la fe que está dispuesta a soportar el rechazo y la persecución del mundo porque se ha adueñado de cosas mayores. Estos santos manifiestan una fe que sufre.
LOS PADRES DE MOISÉS (versículo 23).— Los padres de Moisés (Amram y Jocabed) rehusaron seguir a la masa de los israelitas en Egipto a quienes el rey les ordenó matar a sus hijos varones en el río (Éxodo 1:22). Su fe los llevó a apartarse de sus hermanos en esto, y a esconder a su hijo de Faraón. Su fe les hizo ir en contra de lo que en ese día era considerado como lo que debía hacerse. Entendieron completamente que esto podría llevarlos al sufrimiento, e incluso a la muerte, pero “no temieron el mandamiento del rey” e hicieron lo que Dios quería que hicieran. Una vez más, los creyentes hebreos necesitaban seguir este ejemplo de fe y tener el valor de hacer la voluntad de Dios de mantenerse separados de la masa de sus hermanos judíos que habían tomado una posición en contra de Cristo, incluso si eso los llevara al sufrimiento.
MOISÉS (versículos 24-28).— La fe de Moisés exhibe esta misma disposición a aceptar el sufrimiento a causa de hacer la voluntad de Dios. El escritor dice: “Por fe Moisés, hecho ya grande, rehusó ser llamado hijo de la hija de Faraón; escogiendo antes ser afligido con el pueblo de Dios, que gozar de comodidades temporales de pecado. Teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los Egipcios; porque miraba á la remuneración. Por fe dejó á Egipto, no temiendo la ira del rey; porque se sostuvo como viendo al Invisible”. Como sucedió en el caso de los patriarcas en el versículo 13, había un orden moral en los ejercicios de la fe de Moisés que lo llevó a renunciar a su posición en Egipto. La Providencia lo había puesto en la corte de Faraón, pero la fe lo sacó.
Teniendo puesta la mirada en la divina “remuneración”, Moisés pudo hacer una estimación correcta de “los tesoros de los Egipcios”, que no eran más que cosas vanas. Esto lo llevó a echar su suerte con el sufriente y afligido pueblo de Dios. Esto es bastante sorprendente; renunció a una posición excepcional en Egipto, y a las “comodidades temporales de pecado” que la acompañaban, para identificarse con el pueblo de Dios que sufría. ¡Él escogió sufrir con ellos! ¿Pero qué lo llevó a hacerlo? ¡Qué “tuvo” (consideró) el vituperio asociado a los hijos de Israel como “mayores riquezas” que los tesoros de Egipto! El escritor señala que este vituperio era del mismo tipo que “el vituperio de Cristo” al cual se estaban enfrentando los creyentes hebreos. F. B. Hole pregunta: “Si la gloria de Egipto no logró compararse con el vituperio de Cristo, ¿cómo se verá en comparación con la gloria de Cristo?” (Hebrews, página 53). El escritor nos cuenta que Moisés pudo soportar las dificultades que acompañaban tal posición de reproche porque su fe veía “al Invisible”, y esto lo motivó.
La lección que esto les daba a los creyentes hebreos era que necesitaban igualmente mantener sus ojos como “viendo al Invisible”. Para el que no tiene fe, esto es ridículo. Él pregunta: “¿Cómo se puede mirar algo invisible?” Pero la fe ve cosas invisibles (2 Corintios 4:18). Aunque Cristo ha regresado al cielo y ya no le podemos ver físicamente, mantener nuestros ojos de la fe puestos en Él y en lo que tenemos en Él nos da la resistencia que necesitamos para continuar en la senda. Los creyentes hebreos necesitaban darse cuenta de que el vituperio de Cristo que llevaban a manos de sus hermanos incrédulos era un privilegio (Hechos 5:41; Filipenses 1:29). El paso que su fe los había llevado a dar al identificarse con Cristo sería recompensado (premiado) en un día venidero.
LOS HIJOS DE ISRAEL (versículos 29-30).— Luego, el escritor señala la situación en la que se encontraban los hijos de Israel, misma que dio lugar a su milagroso paso por el Mar Rojo. Ellos estaban siendo perseguidos por Faraón y su ejército, y no había ningún lugar a donde pudieran ir. ¡De frente estaba el Mar Rojo y a ambos lados había montañas infranqueables! Su aprieto parecía no tener solución, pero Dios intervino y los libró abriendo un camino a través del mar, el cual “probando los Egipcios, fueron sumergidos”.
El estímulo que estos creyentes hebreos debían tomar de esto era que, aunque su situación parecía bastante imposible, Dios estaba en ella, y Él abriría un camino a través de la persecución, etc. Necesitaban tener la fe que tuvieron los hijos de Israel y avanzar siguiendo la dirección de Dios. Una lección que podrían tomar de este incidente es que Dios sabe cómo hacerse cargo de los perseguidores de Su pueblo.
Luego, habiendo entrado en la tierra de Canaán, “cayeron los muros de Jericó” delante de los hijos de Israel (versículo 30). (Es de notar que el viaje de 40 años de Israel por el desierto es pasado por alto completamente). ¡El escritor nos dice que los muros cayeron como resultado de su fe! Una vez más, las circunstancias que parecían imposibles fueron superadas simplemente al confiar en Dios, el Dios de las circunstancias.
RAHAB (versículo 31).— El escritor sigue con Rahab, una creyente gentil. Ella miró hacia adelante y vio que el juicio se acercaba, y por fe abandonó la posición en la que se encontraba al identificarse con aquella nueva obra que Dios estaba haciendo en la tierra con los hijos de Israel. Se menciona a Rahab porque su situación, en principio, era similar a la de los hebreos. Tal como en el caso de ella y de su pueblo, el juicio venía sobre los judíos a nivel nacional. Esta era la consecuencia de haber rechazado a Cristo (Salmo 69:22-28; Mateo 22:7; Lucas 12:58-59; 1 Tesalonicenses 2:14-16). Una destrucción literal estaba a punto de caer sobre la nación por parte de los ejércitos romanos, ¡y este juicio no estaba lejos! De hecho, ocurrió en el año 70 d. C., apenas unos 7 años después de que se escribiera la epístola. Por lo tanto, estos creyentes judíos no tenían mucho tiempo para demorarse en Jerusalén. Lo prudente era hacer lo que hizo Rahab y abandonar su posición anterior sobre la cual pendía el juicio de Dios, e identificarse con la compañía cristiana saliendo “fuera del campamento” (Hebreos 13:13, LBLA).
GEDEÓN, BARAC, SANSÓN, JEFTÉ, DAVID, SAMUEL Y LOS PROFETAS (versículo 32).— Luego, el escritor menciona otro grupo de santos del Antiguo Testamento y nos dice que el “tiempo” le faltaría para contar de ellos en detalle. Estos hombres son conocidos en la Escritura tanto por sus debilidades y fracasos como por su fe. Lo alentador aquí es ver que, a pesar de que su fe era imperfecta, Dios aprobó sus actos de fe y los ayudó a tener éxito. Así, a pesar de que nuestra fe pueda ser débil, o que hayamos fracasado en la senda, Dios todavía puede darnos Su aprobación si actuamos por fe. Por lo tanto, no se trata de cuánta fe tenemos sino en quién la tenemos. El ver a estos siendo mencionados entre los santos de fe del Antiguo Testamento debería animarnos a todos.
El poder y la perseverancia de la fe
Versículos 33-40.— En los versículos finales del capítulo 11, el escritor se refiere a varios santos de manera anónima, quizá para ahorrar “tiempo”. Los divide en dos grupos:
• Los que fueron librados de sus circunstancias difíciles por la misericordia de Dios. Sus historias ilustran el poder de la fe (versículos 33-35a).
• Los que no fueron librados de las circunstancias adversas que enfrentaban, pero se les concedió gracia para pasar por ellas. Sus historias ilustran la perseverancia de la fe (versículos 35b-38).
Los que fueron librados mediante misericordia
Versículos 33-35a.— En cuanto al primer grupo de santos, el escritor dice: “Que por fe ganaron reinos” (p. ej., Josué), “obraron justicia” (p. ej., Ezequías), “alcanzaron promesas” (Salomón e Israel; 1 Reyes 8:56), “taparon las bocas de leones” (Daniel), “apagaron fuegos impetuosos” (Sadrac, Mesac y Abed-nego), “evitaron filo de cuchillo” (p.ej., Jeremías), “siendo débiles, fueron hechos fuertes” (LBLA) (Sansón), “fueron hechos fuertes en batallas” (los Macabeos; Daniel 11:32), “trastornaron campos de extraños” (el ejército de Gedeón), “las mujeres recibieron sus muertos por resurrección” (la mujer pobre de Sarepta y la mujer rica de Sunem). Como se dijo, estos ejemplos ilustran el poder de una fe que obra para librar a los santos de Dios de sus aflicciones.
Los que no fueron librados, pero recibieron gracia
Versículos 35b-38.— El escritor dice entonces: “Mas otros ... ”. Con esto llegamos al segundo grupo de santos, los que no fueron librados de sus circunstancias adversas, pero cuya fe los hizo triunfar por encima de sus aflicciones —con una brillantez mayor que la del primer grupo—. Dios les concedió la gracia para poder atravesar sus pruebas victoriosamente, incluso si se trataba de ir a la muerte (Santiago 4:6). Los que encabezan la lista de estos loables santos son aquellos que “fueron estirados, no aceptando el rescate, para ganar mejor resurrección”. Es decir, a estos queridos creyentes se les ofrecía liberación de sus perseguidores si tan solo cedían. De haberse retractado, habrían sido puestos en libertad. Sin embargo, su fe no aceptaría una liberación bajo tales condiciones, y esto los condujo a su muerte. A pesar de lo sombrío que pudo haber sido para ellos hallarse en dichas circunstancias de prueba, un brillante futuro les espera con toda seguridad. Ellos obtendrán una “mejor resurrección” en la venida del Señor (el Arrebatamiento).
Él dice: “Otros experimentaron vituperios” (p. ej., Nehemías; Nehemías 4:1-3) y “azotes” (los capataces de los hijos de Israel; Éxodo 5:16); “y á más de esto prisiones y cárceles” (José, Miqueas, Jeremías, etc.); “fueron apedreados” (Zacarías; 2 Crónicas 24:21), “aserrados” (Isaías), “tentados” (p. ej., Job), “muertos á cuchillo” (Urías; Jeremías 26:23); “anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras” (Elías), “pobres, angustiados, maltratados” (los profetas en el tiempo de Elías; 1 Reyes 18:4; 19:10). Entonces el escritor añade, como un paréntesis: “De los cuales el mundo no era digno”. En efecto, esto es verdad. Este grupo de santos ilustra la perseverancia de la fe. Ellos parecían haber perdido y sido derrotados por sus enemigos, pero en realidad sus vidas eran triunfos de la fe. El Cielo tiene el registro verdadero y Dios lo declarará en el día de Cristo.
Versículos 39-40.— En resumen, él dice: “Y todos éstos, aprobados por testimonio de la fe, no recibieron la promesa”. Este “testimonio” era verdadero de todos los santos en este capítulo. No vivieron para ver el reino del Mesías de Israel, sino que vivieron y murieron en fe, y así todos ellos obtuvieron la aprobación de Dios. No han perdido nada, porque tendrán su parte en el lado celestial del reino milenario cuando resuciten (Daniel 7:18,22,27, traducción J. N. Darby; Mateo 13:43; Hebreos 12:22-24).
Al utilizar los pronombres “nosotros” y “ellos”, el escritor distingue la porción de bendición que los santos del Antiguo Testamento tenían de la que tienen los cristianos. Él dice: “Dios había provisto algo mejor para nosotros, a fin de que ellos no fueran hechos perfectos sin nosotros” (LBLA). Esto muestra que Dios tiene diferentes porciones de bendición para los diversos grupos de creyentes dentro de Su gran familia. No todos son bendecidos de la misma manera; algunos tienen una porción celestial y otros tienen una porción terrenal (Efesios 3:15). Contrariamente a la enseñanza errónea de los teólogos reformados (del pacto), la familia de Dios no está constituida solo por la Iglesia (cristianos). Ellos piensan que la iglesia está formada por todos los creyentes desde el principio hasta el fin de los tiempos. Hay santos del Antiguo Testamento que resucitarán con una porción celestial de bendición (“los espíritus de los justos hechos perfectos”) y luego están los cristianos (“congregación de los primogénitos”) que también tienen una porción celestial de bendición, pero claramente diferente y muy superior a la que tienen los santos del Antiguo Testamento (Hebreos 12:23). Nuestro versículo 40 indica claramente esta distinción, llamando a nuestra porción cristiana “algo mejor”. Esto se debe a nuestra unión especial con Cristo por el Espíritu Santo que mora en nosotros, que nos hace Su cuerpo y esposa (Efesios 5:30-32; Apocalipsis 19:7). Luego, también estará el remanente redimido de Israel (Apocalipsis 7:1-8) y los gentiles creyentes (Apocalipsis 7:9) que poblarán el lado terrenal del reino milenario. Estos santos tendrán una porción terrenal de bendición en relación con Cristo, el Mesías de Israel.
El hecho de que a la compañía cristiana se le denomine “primogénitos” (lo cual indica preeminencia) muestra que la Iglesia ocupa un lugar muy superior al que tienen otros dentro de la gran familia de Dios (Hebreos 12:23). Hemos sido escogidos para una bendición especial por la gracia soberana de Dios, no porque seamos mejores que los otros en Su familia, sino porque Dios se ha propuesto mostrar “la gloria de Su gracia” y “las abundantes riquezas de Su gracia” ante el mundo (Efesios 1:6-7; 2:7) y nosotros somos sencillamente los trofeos de Su gracia.
El versículo 40 también indica que los santos del Antiguo Testamento resucitarán al mismo tiempo que los santos del Nuevo Testamento que han muerto en Cristo. Él dice: “a fin de que ellos no fueran hechos perfectos sin nosotros” (LBLA). Ser “perfeccionados” significa que nuestros cuerpos han de ser glorificados. Pero los santos de Dios aún no han sido perfeccionados en este sentido (Filipenses 3:12), porque esto va a ocurrir en la venida del Señor (el Arrebatamiento; Filipenses 3:20-21).
Hebreos 12: Dos medios que Dios usa para animarnos a ir en pos de Cristo
Las exhortaciones prácticas (corramos, retengamos, etcétera) se reanudan ahora. El escritor dice: “Por tanto, puesto que tenemos en derredor nuestro tan gran nube de testigos, despojémonos también de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos envuelve, y corramos con paciencia [perseverancia] la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor [Líder] y consumador [Culminador] de la fe, quien por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz, menospreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios” (LBLA). En el capítulo 11, hemos visto varios elementos de fe exhibidos en las vidas de los santos del Antiguo Testamento, pero ahora en el capítulo 12, el escritor dirige nuestra atención a Alguien que es mucho más grande que todos ellos juntos: Cristo mismo. Es como una persona que pasa por un museo de bellas artes. Examina y aprecia las diversas pinturas mientras camina por los pasillos, pero entonces se encuentra con la obra maestra que supera a todas las demás. Del mismo modo, los santos del Antiguo Testamento exhibieron ciertos aspectos admirables de la fe, pero a menudo con algo de debilidad e incluso fracaso. Mas cuando venimos a Cristo, vemos todos los aspectos de la fe exhibidos perfectamente. Él se presenta ante nosotros en este capítulo como el Objeto de nuestra fe y como el Ejemplo de nuestro andar en esta tierra.
Dado que los creyentes hebreos estaban en peligro de desmayar en la senda y sumirse bajo la presión de sus pruebas, el escritor es guiado por el Espíritu a hablar de dos grandes cosas que Dios emplea para motivarnos a ir en pos de Cristo:
1) Somos atraídos por el encanto de Cristo en gloria (versículos 1-4).
2) Somos impulsados por las pruebas de la vida que Dios usa como disciplinas en el entrenamiento de Sus hijos (versículos 5-11).
Estas dos cosas podrían distinguirse como: cortejar y destetar. La primera cautiva nuestros afectos y la segunda educa nuestros espíritus. Estas cosas son necesarias para el peregrino en la senda de fe.
Correr con paciencia la carrera
Versículo 1.— La exhortación en este capítulo es que “corramos con paciencia la carrera que nos es propuesta”. Así, la senda de fe es considerada como una “carrera” que debemos “correr con paciencia”. El correr implica energía espiritual y la paciencia implica perseverancia. Estos dos elementos son necesarios para que una carrera sea exitosa. Si somos creyentes en el Señor Jesucristo, estamos en la carrera. Sin embargo, no todos los que están en la carrera se encuentran corriendo, debido a la falta de energía y perseverancia. Por tal razón, todo cristiano necesita entender desde el principio que la senda de fe no es una carrera de velocidad, sino una carrera de larga distancia que continúa a lo largo de nuestras vidas.
El escritor comienza por recordarles a los creyentes hebreos que ellos estaban rodeados por “una tan grande nube de testigos”. Estos son los santos del Antiguo Testamento mencionados en el capítulo 11. No son testigos en el sentido de espectadores. Es decir, no están arriba en el cielo mirándonos, observando lo que estamos haciendo. Los santos que han muerto y han ido al cielo aún no han sido glorificados. Están allí en sus almas y espíritus, pero no en sus cuerpos, los cuales aguardan la resurrección. Por lo tanto, no ven lo que está sucediendo en la tierra (Job 14:21; Eclesiastés 9:5). Los santos del Antiguo Testamento son tenidos por testigos debido a que hacen constar el hecho de que una persona puede exitosamente vivir por fe en la tierra y contar con la aprobación de Dios. Estos testigos están ahí para animarnos con su ejemplo. Han andado por la senda de fe antes que nosotros y han llegado a la meta. Se han enfrentado a todo tipo de oposición en el camino y por fe han superado esos obstáculos. Así, ellos permanecen como una prueba de que se puede andar por la senda de fe para la gloria de Dios.
Dado que hay muchos impedimentos al correr la carrera, se nos dice que corramos “dejando todo” lo que impida nuestro progreso. Los dos impedimentos principales que menciona el escritor son: los pesos y los pecados. Estos deben ser eliminados si queremos correr la carrera con éxito. Lo mismo sucede cuando un atleta se prepara para una carrera; este arroja todo lo que es innecesario para que nada le estorbe. Nosotros necesitamos hacer lo mismo en esta carrera espiritual.
Un “peso” es algo que no es moralmente incorrecto en sí mismo, sin embargo, no nos permite avanzar en la carrera. El peso en particular que el escritor seguramente tenía en mente aquí es la ornamentación exterior de la religión terrenal en el judaísmo. Pero podría tratarse de cualquier búsqueda terrenal que atrape la atención de nuestros corazones y exija nuestro tiempo y energía. Aunque tal cosa puede no ser pecaminosa, tenderá a distraernos de Cristo en gloria y hará descender nuestros pensamientos y mentes a la tierra. Sea lo que sea, hay que despojarnos de eso. De manera similar, un corredor no entra a la carrera llevando un par de botas pesadas y una mochila en la espalda. No es porque esas cosas estén en contra de las reglas de la carrera, sino porque lo agobiarán. Nota: quitar pesos en nuestras vidas es algo que Dios no hace; es algo que Él quiere que nosotros hagamos.
Podríamos agregar que la exhortación aquí es a desprendernos de “todo” peso, pues podría haber una serie de cosas en nuestras vidas que nos estén agobiando. Tenemos la tendencia de retener aquello que nos es muy preciado, y deshacernos de cualquier otra cosa, y luego contentarnos pensando que hemos hecho la voluntad de Dios. Pero por lo general la cosa que nos es más querida es la que se convierte en el peso más grande en nuestra vida, y por eso necesita ser atendida en primer lugar. Este ejercicio nos desafía y revela dónde se encuentran nuestros afectos realmente. Debido a que nuestros corazones son engañosos (Jeremías 17:9), es posible que ni siquiera nos demos cuenta de que hay un peso en nuestra vida. Lo mismo pasa con una persona que no siente el peso mientras está sentada, pero una vez que se levanta y comienza a correr, este se hace evidente. Por lo tanto, la forma más sencilla de detectar un peso en nuestra vida será corriendo: poner energía en seguir a Cristo seriamente.
Se ha sugerido que hay tres señales reveladoras que indican la presencia de un peso en nuestra vida:
• Nos sentimos intranquilos con ello y no tenemos paz al respecto.
• Nos hallamos defendiéndolo y argumentando en su favor cuando surge en una conversación.
• Vamos por ahí buscando personas —particularmente hermanos mayores, tenidos por “espirituales”— que nos digan que no tiene nada de malo.
El escritor menciona también que el “pecado” debe ser puesto a un lado. El “pecado que tan fácilmente nos envuelve” (LBLA) del que habla aquí, no se refiere a cierto pecado acosador que podamos tener que a menudo nos derrota, sino al principio del pecado (que es iniquidad o hacer nuestra propia voluntad) que obra en nuestras vidas. Nada nos obstaculizará tan rápidamente como la voluntad propia; esta debe ser juzgada. El gran pecado en la epístola a los Hebreos es la “incredulidad”, la cual si no es juzgada por aquella persona que es un creyente meramente profesante, le conducirá a la apostasía (Hebreos 3:12).
Versículo 2.— Para superar estos obstáculos y tener la energía necesaria para correr la carrera con paciencia, el escritor nos señala a Cristo en gloria como el Objeto de nuestra fe. El despojarse de los pesos y del pecado no es suficiente para asegurar el éxito en la senda de fe. Aunque tales ejercicios son necesarios, son cosas negativas que no sostendrán al creyente en la senda. La fe debe tener un Objeto que perseguir. Por lo tanto, el escritor dice: “Puestos los ojos ... en Jesús”. La nota al pie de la traducción de J. N. Darby dice: “Eso significa, apartar la vista de otras cosas y fijar el ojo exclusivamente en Uno”. Poner los ojos en Cristo, donde Él está en lo alto, llena el corazón con cosas que pertenecen a esa esfera. Esto, a su vez, actúa como un poder positivo en nuestras vidas que nos da energía para ir en pos de aquellas cosas, en lugar de lo que es meramente terrenal. Así, aunque los santos del Antiguo Testamento son de estímulo para nosotros en la senda, no son nuestro objeto. Nota: no se nos dice: “puestos los ojos en los testigos”. Los tenemos como ejemplos detrás de nosotros, pero Cristo es el Objeto que Dios pone delante de nosotros a quien debemos mirar. En esto, tenemos una clara ventaja sobre los santos del Antiguo Testamento. Ellos no tenían a Cristo en lo alto como su Objeto; nosotros sí. Él aún no había venido en la época de ellos y, por lo tanto, no estaba sentado a la diestra de Dios para que ellos lo miraran y buscaran en fe.
En cuanto a que Cristo es nuestro Ejemplo, Él recorrió la senda de fe perfectamente, desde el principio hasta el final de Su vida, y de este modo es verdaderamente el “Autor y Consumador de la fe”. Lo que lo motivaba en la senda era “el gozo puesto delante de Él” (LBLA). Su gozo era doble: En primer lugar, era Su gozo hacer la voluntad de Dios para la gloria de Dios (Salmo 40:8; Juan 4:34). Esto lo hizo a la perfección. Como resultado, y como una señal de Su aprobación, Dios lo levantó de entre los muertos y lo sentó a Su diestra (Salmo 110:1; Filipenses 2:9-11). En segundo lugar, el Señor miraba al momento en que se uniría con la Iglesia (Su cuerpo y esposa), por lo cual se entregó a Sí mismo a la muerte (Efesios 5:25-27), y esto también llenó Su corazón de gozo. Esta perspectiva lo sostuvo en la senda y le permitió sufrir “la cruz” y menospreciar la “vergüenza”. Es poco probable que el escritor se estuviera refiriendo a la obra de Cristo en la cruz para hacer expiación, porque lo está colocando ante nosotros como nuestro Ejemplo, y ciertamente no podemos seguirlo en lo que a hacer expiación se refiere. Su muerte en la cruz aquí lo relaciona más con un Mártir justo. En esto, Él es un ejemplo de paciencia. Él perseveró en obediencia a la voluntad de Dios a pesar de toda la oposición, y completado Su trayecto “sentóse á la diestra del trono de Dios”.
Versículos 3-4.— El escritor dice: “Reducid pues á vuestro pensamiento á aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, porque no os fatiguéis en vuestros ánimos desmayando. Que aun no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado”. Él quiere que contemplemos las circunstancias increíblemente difíciles que el Señor soportó a manos de los pecadores. Él llegó hasta el límite al hacer la voluntad de Dios, pues “resistió hasta la sangre”. Es decir, Él se negó a dejar de hacer la voluntad de Dios, ¡y eso le costó la vida! ¡Preferiría morir antes que desobedecer! ¡Qué ejemplo nos da el Señor!
Los creyentes hebreos debían “reducir ... su pensamiento á Él” en esto, porque aún no habían sido llamados a ir tan lejos. De manera similar, al seguir el ejemplo del Señor, debemos vivir y servir a Dios con el pensamiento de agradarle (Hebreos 13:21), y un día escuchar al Señor decir: “Bien, buen siervo y fiel ... entra en el gozo de tu Señor” (Mateo 25:21). Necesitamos tener este tipo de compromiso con la voluntad de Dios, incluso si eso significa que nuestra vida acabe en martirio.
Las disciplinas de un Padre amoroso
Versículos 5-11.— El otro medio que Dios usa para mantener nuestros pies en la senda son las pruebas que encontramos en la vida. Las pruebas de la vida son utilizadas por Él para producir un efecto doble en nosotros; ambos efectos tienen como propósito la gloria de Dios y la bendición nuestra.
Por un lado, Dios toma las pruebas de la vida, y con maravillosa sabiduría, amor y destreza, las usa en Su entrenamiento de nuestros espíritus. Se ha dicho correctamente que Dios tiene más cosas que hacer en nosotros que a través de nosotros (en cuanto al servicio). Él utiliza esas cosas duras y difíciles para sacar a la luz ciertos aspectos de la carne que podrían estar obrando dentro de nosotros, de los cuales no nos damos cuenta. De esta manera, se nos da la oportunidad de juzgar estas cosas, y como resultado, que “participemos de Su santidad” (versículo 10, LBLA). Por otro lado, Dios usa las mismas pruebas para conformarnos a la imagen de Su Hijo (Romanos 8:29). A través del calor de las pruebas, Él produce semejanza a Cristo en nosotros. Así es como las cualidades morales de Cristo —compasión, amabilidad, mansedumbre, humildad, etc.— se forman en nosotros.
Dios se ha propuesto llenar el cielo con personas que sean tal como Su Hijo, y por esa razón esta obra de conformidad moral es necesaria. Es como el escultor, a quien en la inauguración de una de sus obras (una estatua de un león) se le preguntó cómo fue que produjo una obra de arte tan magnífica; él respondió: “¡Solamente quité todo lo que no parecía un león!”. Del mismo modo, Dios está trabajando en cada uno de Sus hijos teniendo a la vista la imagen de Su propio Hijo, y quitando de ellos todo lo que no se parece a Él. Así, los sufrimientos y las pruebas que atravesamos en el camino están siendo utilizados por Él para arrancar de nosotros los bordes ásperos, y a veces esto puede ser doloroso. Sin embargo, si el producto final es que somos hechos más como Cristo, entonces estos sufrimientos que son por “un poco de tiempo” valen la pena (1 Pedro 5:10).
El aspecto que particularmente está ante nosotros en este capítulo se relaciona con lo primero: la eliminación de cosas carnales en nuestros espíritus y en nuestros caminos, por medio de lo cual llegamos a ser más santos de manera práctica. Los maestros de la Biblia llaman a esto “Santificación práctica o progresiva”. Debemos tener en cuenta que estamos en la escuela de Dios, y como resultado, estamos bajo Su entrenamiento divino, así como un padre amoroso que entrena a su hijo (Job 36:22). Su objetivo con nosotros es convertirnos en compañeros idóneos para Su Hijo. Él nos ama tanto que no nos dejará en el estado moral en el que nos encontrábamos cuando recién nos salvó. De modo que Su escuela tiene mucho que ver con efectuar un cambio moral en los creyentes. Además, Dios quiere que participemos con Él en este trabajo. Si estamos dispuestos a cooperar y a ejercitarnos respecto a nuestro andar y caminos, el proceso será exitoso.
Siendo este el caso, el escritor explica el propósito divino detrás de este trabajo. Él dice: “Y estáis ya olvidados de la exhortación que como con hijos habla con vosotros, diciendo: Hijo mío, no menosprecies el castigo del Señor, ni desmayes cuando eres de Él reprendido. Porque el Señor al que ama castiga, y azota á cualquiera que recibe por hijo. Si sufrís el castigo, Dios se os presenta como á hijos; porque ¿qué hijo es aquel á quien el Padre no castiga? Mas si estáis fuera del castigo, del cual todos han sido hechos participantes, luego sois bastardos, y no hijos. Por otra parte, tuvimos por castigadores á los padres de nuestra carne, y los reverenciábamos, ¿por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? Y aquéllos, á la verdad, por pocos días nos castigaban como á ellos les parecía, mas éste para lo que nos es provechoso, para que recibamos Su santificación. Es verdad que ningún castigo al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; mas después da fruto apacible de justicia á los que en él son ejercitados” (versículos 5-11). Por lo tanto, vemos que Dios está buscando producir el “fruto apacible de justicia (práctica)” en nosotros.
Dos maneras en las que no se debe reaccionar
Versículo 5.— Comienza hablando de dos maneras en las que no debemos reaccionar cuando una prueba llega a nuestra vida, porque si reaccionamos equivocadamente, no nos beneficiaremos de ella. En primer lugar, no debemos “menospreciarla” (versículo 5a). Esto se refiere a tomar a la ligera el problema y descartarlo como algo que no tiene importancia. Podemos ser indiferentes a la prueba y decir: “Le sucede a mucha gente; no es gran cosa”, pero al hacer esto, nos perderemos de lo que Dios tiene para nosotros en ella. Luego, en segundo lugar, no debemos “desmayar” bajo ella (versículo 5b). Esto se refiere a abatirse y desanimarse, y como consecuencia, darse por vencido. Esta reacción a menudo resultará en quejas, lo cual, en esencia, es cuestionar la sabiduría del proceder de Dios con nosotros, y esto nunca es algo bueno.
Los tratos correctivos de Dios
Versículo 6.— Dios utiliza tanto la disciplina como el azote en Su entrenamiento divino (LBLA). Estas son cosas ligeramente diferentes. La disciplina es una corrección relacionada con la eliminación de las faltas de carácter que podamos tener; no tiene que ver con cierto pecado en particular en nuestra vida. El azote, por otro lado, es la corrección relacionada con pecados positivos en los que podemos estar andando cuando seguimos nuestra propia voluntad. Es un juicio gubernamental directo que Dios designa para llevarnos al arrepentimiento, que cuando se alcanza puede ser levantado. (Véase Collected Writings of J. N. Darby, volumen 26, páginas 261-262).
Tres cosas necesarias para sacar provecho de las pruebas
Versículos 6-11.— El escritor pasa a describir tres cosas que son necesarias para poder sacar “provecho” de nuestras pruebas.
En primer lugar, necesitamos entender que el amor divino está detrás de todo lo que viene a nuestras vidas. Por lo tanto, dice: “El Señor al que ama castiga” (versículo 6). ¡Nunca olvidemos que la mano que sostiene la vara de corrección tiene una herida de clavo en ella! Puede que no entendamos el por qué y para qué de lo que está sucediendo en nuestra vida, pero podemos estar seguros de que la mano que nos hiere es movida por un corazón que ama. Verdaderamente Dios tiene en vista nuestro bien en todo lo que permite en nuestras vidas, porque “Su camino es perfecto” (Salmo 18:30, LBLA). Podemos estar seguros, por lo tanto, de que Él no ha cometido un error en lo que ha permitido que nos suceda. Sin esta confianza en Dios, es poco probable que nos beneficiemos mucho de nuestras pruebas.
En segundo lugar, él dice que necesitamos “estar sujetos al Padre de nuestros espíritus” (versículo 9, LBLA). Esto se refiere a un espíritu de sumisión que se inclina bajo la poderosa mano que “ha determinado” la prueba en nuestra vida (Job 23:14). Es la disposición de nuestra parte lo que le permite hacer Su obra en nosotros, como el barro en las manos del alfarero. Tener un espíritu sumiso es la manera en que reconocemos que Su sabiduría y Su proceder para con nosotros son correctos y buenos, y que admitimos que Él sabe lo que es mejor para nosotros. Luchar contra una prueba manifiesta un espíritu no juzgado que no se beneficiará de ella. Nota: Él es llamado “el Padre de los espíritus”. Esto significa que Él es el Entrenador divino de nuestros espíritus, y como tal, está tratando de formar un espíritu correcto en nosotros. Esto demuestra que Él no solo está interesado en lo que hacemos, ya sea que se trate de algo bueno o malo, sino que también le interesa nuestra actitud. Esto es lo que vemos en Daniel: tenía “un espíritu extraordinario” (Daniel 5:12; 6:3, LBLA).
En tercer lugar, necesitamos ser “ejercitados” acerca de lo que sucede en nuestra vida. Cuando se nos presenta una prueba, no debemos decir: “¿Cómo puedo sacarme de esto?”, sino más bien, “¿Qué puedo sacar de esto?”. En tiempos de prueba, necesitamos escudriñar nuestros corazones y revisar nuestras vidas, y pedirle al Señor que nos muestre lo que Él está tratando de enseñarnos (versículo 11). Eliú animó a Job a hacer esto en su prueba. Le rogó que dijera al Señor: “Enséñame Tú lo que yo no veo: que si hice mal, no lo haré más” (Job 34:32). Si el Señor nos muestra algo en nuestras vidas que es incongruente con Su santidad, debemos juzgarlo y seguir adelante (1 Corintios 11:31). De esta manera “participamos de Su santidad” (versículo 10, LBLA).
Ánimo para continuar en la senda de fe
Versículos 12-15.— Con Cristo ante nuestras almas (versículos 1-4) y Dios obrando entre bastidores para nuestro bien en todo cuanto venga a nuestras vidas (versículos 5-11), el escritor sigue adelante dando algunos estímulos sencillos que acompañan sus comentarios anteriores. Él dice: “Por lo cual alzad las manos caídas y las rodillas paralizadas”. Las manos caídas y las rodillas paralizadas describen a alguien que está desanimado. Este era evidentemente el estado de algunos de los santos hebreos en aquel momento. Su remedio es simple; levantar las manos caídas. Levantar las “manos” (hablando figurativamente) tiene que ver con la oración (1 Timoteo 2:8). Las “rodillas” también están asociadas con la oración (Hechos 9:40; 20:36; 21:5; Efesios 3:14). Por lo tanto, los anima a orar. Santiago habla de manera similar: “¿Está alguno entre vosotros afligido? haga oración” (Santiago 5:13). Entrar en la presencia de Dios de esta manera revitaliza nuestro poder espiritual y nos ayuda a vencer el desaliento. Recargamos nuestras baterías espirituales allí y obtenemos energía renovada para continuar en la senda.
Versículo 13.— Luego dice: “Y haced derechos pasos á vuestros pies, porque lo que es cojo no salga fuera de camino, antes sea sanado”. Esto demuestra que en tiempos de desánimo debemos tener especial cuidado con lo que hacemos y hacia dónde vamos, porque si nuestros pies se desvían, aunque sea un poquito, nuestro mal ejemplo podría hacer tropezar a otros. Por lo tanto, ahora más que nunca necesitamos mantener nuestros pies en la senda. No podemos hacer “sendas derechas” (LBLA) para los pies de otros, pero sí podemos cuidar hacia dónde van nuestros pies, y de esta manera tener precaución de no desalentar a los demás. Evidentemente, había algunos entre estos creyentes hebreos que estaban teniendo problemas en su andar, a quienes él llama “cojos” (figurativamente hablando). Estos eran especialmente vulnerables. Su deseo para ellos era que no se apartaran del camino, sino que fueran “sanados”. Si los más fuertes anduvieran en una senda derecha en pos del Señor Jesús, eso sería un estímulo para los más débiles, y tal vez resultaría en su sanidad.
Versículo 14.— Ellos debían “seguir la paz con todos, y la santidad [santificación], sin la cual nadie verá al Señor” (versículo 14). Nuevamente, esto es santificación práctica. El contexto del capítulo 12 determina que para ver al Señor de la manera en la que el escritor habla aquí se requiere el ojo de la fe, como se menciona en el versículo 2. (Véase también el capítulo 2:9). Así, si no tenemos cuidado de seguir la santidad práctica en nuestras vidas, perderemos de vista a Cristo en lo alto y seguramente iremos a la deriva en nuestras almas. La santificación práctica es una de las tres cosas indispensables mencionadas en la epístola. Ellas son:
• Sin “derramamiento de sangre” no hay remisión de pecados (capítulo 9:22).
• Sin “fe” es imposible agradar a Dios (capítulo 11:6).
• Sin “santidad” nadie verá al Señor (capítulo 12:14).
Nota: “paz” y “santidad” se encuentran juntas aquí. Si las separamos, será una paz falsa, porque no podemos (debidamente) tener paz a expensas de la santidad.
Versículo 15.— Añade: “Mirando [vigilando] bien que ninguno se aparte [carezca] de la gracia de Dios, que ninguna raíz de amargura brotando os impida, y por ella muchos sean contaminados”. Esto muestra que, si perdemos nuestro disfrute de las cosas que la gracia de Dios nos ha traído, y caemos en un mal estado de alma, es probable que causemos problemas al difundir nuestra infelicidad entre nuestros hermanos. Una “raíz de amargura” es alguna queja o insatisfacción que crece bajo tierra (por así decirlo) en el alma de una persona. Pero luego, después de algún tiempo, sale y afecta a otros. Una persona que está amargada de esta manera por lo general irá por ahí buscando a aquellos que son de un espíritu afín, y verterá sus quejas en ellos. El resultado es que “muchos” quedan “contaminados”. Judas Iscariote es un ejemplo de esto. Su queja de que María ungiese al Señor con una libra de perfume de nardo puro (lo cual él pensó que era un desperdicio) fue una raíz de amargura que afectó a los otros apóstoles, y ellos se dejaron llevar y también la criticaron (Juan 12:3-8). Siendo este el caso, el escritor aconseja a los creyentes hebreos que velen diligentemente para impedir que tal cosa se levante en medio de ellos y que tengan cuidado de no dejarse influenciar por ello.
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Hebreos 12:16-27: Quinta advertencia contra la apostasía
El peligro de no escuchar la voz de Dios hablando desde el cielo
Versículos 16-27.— El escritor hace una última digresión para advertir de nuevo en contra de la apostasía. Esta vez es en relación con negarse a escuchar la voz de Dios hablando desde el cielo.
Ha hablado de los “cojos”, ahora pasa a hablar de los “profanos”. Esta es una clase diferente de personas. Como ya hemos mencionado, uno que es cojo es un creyente espiritualmente débil cuyo andar se ve afectado de alguna manera, mientras que una persona profana es simplemente un creyente profesante que en determinado momento apostatará. Él muestra aquí que un apóstata generalmente será conocido por mantener un carácter inmoral y/o profano en su vida. Menciona a Esaú como un ejemplo de esto último. No se dice que Esaú fuese un fornicario, pero lo que sí se dice es que era una persona profana. J. Flanigan dijo: “Aquí no se halla implícito ni demostrado que Esaú fuera un fornicario” (What the Bible Teaches [Lo que la Biblia enseña], Hebreos, página 265). W. Kelly dijo: “Podría tomar una variedad de formas; y aquí tenemos especificado impureza carnal y un carácter profano, cosas intolerables donde Dios está y es conocido. De este último mal, Esaú es el ejemplo, quien por una comida vendió su primogenitura” (The Epistle to the Hebrews, páginas 245-246).
Ser profano significa tratar las cosas divinas y sagradas como si fueran cosas comunes. Esaú demostró su carácter profano al cambiar su primogenitura por una comida común (Génesis 25:29-34). ¡Estuvo dispuesto a intercambiar su bendición por un momento de gratificación! Esto nos muestra lo que pensaba de su primogenitura. El escritor luego dice: “Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fué reprobado (que no halló lugar de [para] arrepentimiento), aunque la procuró con lágrimas”. La palabra “después” en este versículo se refiere a un tiempo posterior en la vida de Esaú cuando su padre Isaac era ya un anciano y quería bendecir a sus hijos antes de morir. Como sabemos, su hermano Jacob se coló y engañó a su padre y le robó la bendición (Génesis 27). Cuando Esaú se dio cuenta de lo sucedido, intentó, pero no pudo encontrar una manera de lograr el “arrepentimiento” —es decir, un cambio de mente (el significado del arrepentimiento)— en lo que su padre había pronunciado tocante a la bendición. Aunque Esaú “la procuró con lágrimas”, no pudo revertir el resultado; la bendición había sido invocada sobre su hermano Jacob (Génesis 27:38). Sus lágrimas fueron a causa de la bendición que perdió; no porque él estuviese arrepentido de su vida pecaminosa. Lloró, no porque fuera un pecador, sino porque era un perdedor. W. Kelly dijo: “No era el arrepentimiento lo que Esaú buscaba fervientemente con sus lágrimas, sino la bendición que su padre había dado a otro por error” (The Epistle to the Hebrews, página 246).
Las implicaciones aquí son obvias. Si los creyentes meramente profesantes que había entre los hebreos cedieran a la tentación de obtener un alivio momentáneo del sufrimiento que estaban experimentando a cambio de regresar al judaísmo, perderían privilegios que nunca recuperarían, ¡incluso si los buscaran con lágrimas! Esto, como el escritor ha enseñado varias veces en la epístola, se debe a que es imposible renovar para arrepentimiento a un apóstata que se vuelve atrás de esta manera. Si ellos apostataban, se convertirían en perdedores como Esaú.
Los dos sistemas en contraste: La ley y la gracia
Finalmente, el escritor pone los dos sistemas de la Ley y la gracia uno al lado del otro y pide a los hebreos que consideren cuál de ellos preferirían tener. Estos sistemas son resumidos bajo la figura de dos montañas: el Monte Sinaí (versículos 18-21) y el Monte de Sión (versículos 22-24).
Versículos 18-21.— El pacto legal se describe primero. El Monte Sinaí es donde la Ley fue dada, y representa todo el sistema del judaísmo dado por Dios a través de Moisés. El escritor repasa la solemne escena de su inauguración, estando el monte rodeado de oscuridad, fuego, relámpagos, truenos, humo, sonido de trompeta, etc. Estas cosas simbolizaban el hecho de que el Dios con quien estaban entrando en una relación de pacto era inaccesible en términos meramente humanos. Si un hombre o una bestia tocaban accidentalmente la montaña, ¡tendrían que ser apedreados hasta la muerte! (Éxodo 19:13). (La Reina-Valera agrega que serían “pasados con dardo”, pero esta frase tiene muy poco apoyo de los manuscritos griegos y realmente no debería estar en el texto). El pueblo se presentó ante Dios con temor. Al presentarse Él en este carácter legal, ellos quedaron absolutamente aterrorizados de encontrarse con Él. Incluso el mediador (Moisés) tuvo miedo, y dijo: “Estoy asombrado y temblando”. Toda la escena era algo que infundiría terror en el corazón de cualquiera, incluso en el del guerrero más fuerte.
El Dios del antiguo pacto era un Dios que debía ser temido—un Dios de juicio. Los términos de esta relación legal con Él eran: “¡Haz esto y haz aquello, o si no, serás juzgado!” Él exigía obediencia, y si el pueblo fallaba en obedecerle, eso significaba condenación y muerte para ellos. Por esta razón Pablo llamó al antiguo pacto un “ministerio de muerte” y un “ministerio de condenación” (2 Corintios 3:7-9). No hace falta decir que una relación con Dios en estos términos no es muy atractiva. Al ser confrontados con esta exhibición visible del poder y la majestad de Dios, el pueblo se mantuvo a distancia y le pidió a Moisés que hablara con Él en lugar suyo, lo cual Moisés hizo (Éxodo 20:21).
Una vez más, las implicaciones aquí son obvias. Al hacerles recordar a los hebreos la severidad del sistema legal, el escritor estaba en realidad preguntándoles sin decirlo con palabras si realmente querían regresarse a eso. ¿De veras querían tener una relación con Dios en esos términos? Es similar a lo que Pablo dijo a los gálatas que querían estar bajo la Ley. Él les preguntó: “Decidme, los que queréis estar debajo de la ley, ¿no habéis oído la ley?” (Gálatas 4:21). Sin duda, ellos no estaban viendo al sistema legal como lo que realmente era, y eso muestra que el juicio gubernamental que estaba sobre ese sistema les estaba afectando la vista (Salmo 69:23; 2 Corintios 3:14-15). Afortunadamente, dado que estos creyentes hebreos habían tomado terreno cristiano al profesar creer en el Señor Jesús, el escritor pudo decir: “no os habéis llegado al monte” Sinaí.
Versículos 22-24.— Él entonces procede a describir a qué se habían “llegado” mediante lo que la gracia ha obrado en Cristo. Es un vasto sistema de bendición, no solo para los cristianos, sino para todos los hijos de Dios, algunos de los cuales tendrán una porción terrenal de bendición y otros tendrán bendiciones celestiales (Efesios 3:15). El escritor menciona ocho cosas aquí. Ocho es un número que sugiere un nuevo comienzo. En consecuencia, habrá todo un nuevo orden de cosas para los cielos y la tierra en el Milenio (Isaías 65:17; 66:22). En la Reina-Valera 1909 estas ocho cosas se encuentran claramente separadas por la palabra “y”, tal como sucede en la traducción de J. N. Darby. (Véase su nota al pie).
1) “Sión”.— Esta es la Jerusalén terrenal bajo la influencia de la gracia de Dios, en aquel momento cuando el Señor se levante para restaurar y bendecir al remanente creyente de Israel. El Salmo 132:13-14 dice que el Señor ha escogido a Sión como Su lugar de descanso en la tierra. En ese día milenario que viene, Él morará allí, y ella será el centro administrativo de la tierra (Salmo 48:1-3; Jeremías 3:17; Ezequiel 48:35; Sofonías 3:5). También será el centro de la enseñanza moral y espiritual (Isaías 2:1-3; Miqueas 4:1-2) y el centro de adoración para todas las naciones (Salmo 99:1-9; Isaías 56:7; Zacarías 14:16).
2) “La ciudad del Dios vivo, Jerusalem la celestial”.— Esto nos lleva al lado celestial de las cosas. Es la ciudad donde morarán los santos celestiales de los tiempos del Antiguo y Nuevo Testamento. No es la ciudad que el apóstol Juan describe en Apocalipsis 21:9–22:5, a la cual llama “la nueva Jerusalem” (Apocalipsis 3:12; 21:2,10). La Nueva Jerusalén es representativa de la Iglesia en su papel administrativo en el mundo venidero. Esta ciudad (“Jerusalem la celestial”) es aquella que Abraham buscaba, “el Artífice y Hacedor de la cual es Dios” (Hebreos 11:10). W. Scott dijo: “Rogamos al lector que preste cuidadosa atención a la distinción entre ‘la nueva Jerusalem’ del Apocalipsis, que es la Iglesia glorificada, y ‘Jerusalem la celestial’ de la que habla Pablo (Hebreos 12:22). Esta última, a diferencia de la primera, no se refiere a las personas, sino que es la ciudad del Dios vivo, una ciudad real, la ubicación de todos los santos celestiales. Es la misma [ciudad] a la que se hace referencia en el capítulo anterior, la que santos y patriarcas buscaban (Hebreos 11:10-16)” (Exposition of the Revelation of Jesus Christ [Exposición de Apocalipsis], página 421). Con respecto a la Jerusalén celestial, W. Kelly comenta: “Ahora dejamos atrás la tierra y por fe contemplamos la ciudad que Abraham miró, tal como Dios la preparó para los peregrinos y extranjeros en la tierra, la ciudad que tiene los fundamentos, cuyo hacedor y constructor es Dios. Es el asiento de gloria en los lugares celestiales para los santos sufrientes con Cristo quienes serán también juntamente glorificados” (The Epistle to the Hebrews, página 249).
3) “Las miríadas de ángeles, un conjunto universal” (traducción W. Kelly).— Esto se refiere a la “congregación universal” (traducción J. N. Darby) de los ángeles quienes en su momento serán colocados bajo el orden administrativo de los santos celestiales que serán glorificados. Las Escrituras indican que el gobierno del “mundo venidero” (el Milenio) estará en manos de los hombres (Hebreos 2:5). Actualmente, la tierra está bajo la jurisdicción de los ángeles, los cuales actúan para Dios directamente en la ejecución de Sus tratos providenciales con los hombres. Pero después de que la presente dispensación de la gracia llegue a su fin y la Iglesia sea llamada al cielo, los ángeles serán reunidos y relevados de su posición y papel actuales. En ese momento, el gobierno de la tierra será puesto en manos de los santos celestiales. Los ángeles todavía llevarán a cabo los tratos providenciales de Dios en la tierra, pero en aquel día será a través del mando administrativo de los santos celestiales glorificados, con la Iglesia desempeñando un papel especial en ello.
Esto se describe en Apocalipsis 4–5. Los “cuatro seres vivientes” (LBLA) representan (simbólicamente) los atributos del poder providencial en la ejecución del juicio sobre la tierra. Estas no son criaturas reales, sino emblemas de la capacidad infinita de Dios para gobernar la tierra providencialmente. Se describen como “un león” (poder), “un becerro” (firmeza), “una cara como de hombre” (inteligencia) y “un águila volando” (rapidez de ejecución). En Apocalipsis 4, estos seres vivientes se encuentran fusionados con los ángeles, y son considerados como una misma cosa al actuar para Dios en Su gobierno de la tierra. Pero en Apocalipsis 5, cuando el Cordero toma el libro, “los cuatro seres vivientes” (LBLA) se encuentran separados de los ángeles y fusionados con los “ancianos” (hombres redimidos glorificados), operando como una sola compañía. Este cambio indica que la administración de la tierra será transferida a las manos de hombres glorificados (Lucas 19:16-19; Romanos 8:17; 2 Timoteo 2:12; Hebreos 2:5; Apocalipsis 21:9–22:5).
4) “La congregación de los primogénitos que están alistados en los cielos”.— Esta es la Iglesia de Dios en su morada final en los cielos. Cristo es mencionado como el “Primogénito” en las Escrituras (Romanos 8:29; Colosenses 1:15,18; Hebreos 1:6; Apocalipsis 1:5), pero este pasaje no se refiere a Él. La palabra en el griego está en plural y denota una compañía de “primogénitos” y, por consiguiente, se traduce como “los primogénitos”. Como se mencionó anteriormente, se refiere a la Iglesia, a la cual Cristo amó y se entregó a Sí mismo por ella (Mateo 16:18; Efesios 5:25-27). Los que componen la Iglesia son llamados primogénitos porque tienen un lugar de preeminencia por encima de las otras personas bendecidas en la familia de Dios. (En las Escrituras, “primogénito” significa uno que es primero en rango, poseyendo la preeminencia sobre todos los demás: Éxodo 4:22; Salmo 89:27; Jeremías 31:9).
Las epístolas de Pablo revelan las bendiciones especiales que solo la Iglesia tiene, las cuales los otros hijos de la familia de Dios no tienen. Solo ellos poseen la bendición de la filiación en relación con el Padre (Romanos 8:14-16; Gálatas 4:1-7; Efesios 1:4-5), y solo ellos son miembros del cuerpo de Cristo al estar habitados por el Espíritu Santo (1 Corintios 12:12-13; Efesios 3:6). Esta compañía especial ha sido así distinguida por la gracia soberana de Dios, no porque sean mejores que los demás en Su familia, sino porque Dios se ha propuesto mostrar “la gloria de Su gracia” y “las abundantes riquezas de Su gracia” delante de todos en el mundo venidero (Efesios 1:6; 2:7). Él va a mostrarle al mundo lo que Su gracia puede hacer. Para demostrarlo, Él ha tomado a los peores pecadores de entre los gentiles, y a través de la redención, ¡los ha puesto en el lugar más alto posible de bendición y favor que Su amor podría proporcionar! Llegará el día de exhibición (el Milenio) cuando todo el mundo se admirará de tan maravillosa gracia, que rendirá “alabanza de la gloria de Su gracia” (Efesios 1:6,12,14). (El escritor ha mencionado dos asambleas en este pasaje: una asamblea [o conjunto/congregación] general de ángeles, y la que de manera especial es designada como la asamblea [congregación] de creyentes en el Señor Jesucristo: la Iglesia de Dios).
5) “Dios el Juez de todos”.— Esto se refiere a la gloria judicial de Dios siendo exhibida públicamente en el Milenio. En ese día, Dios será conocido no sólo en gracia, sino también en juicio, porque Él va a “juzgar al mundo con justicia, por aquel Varón al cual determinó” (Hechos 17:31; Salmo 72:1-2; 99:4; Isaías 11:1-4; 32:1).
6) “Los espíritus de los justos hechos perfectos”.— Estos son los santos del Antiguo Testamento. El hecho de que se diga que son “perfectos”, que es el resultado de haber sido resucitados y glorificados, muestra que el escritor está considerando las cosas como serán en el Milenio. Estos santos también tendrán un lugar celestial en el reino (Daniel 7:18,22,27; traducción J. N. Darby).
7) “Jesús, el mediador del nuevo pacto” (LBLA).— Esto nos trae de vuelta a la tierra; muestra una vez más que el escritor tiene el Milenio en mente, porque el nuevo pacto no se hará con Israel sino hasta entonces. El hecho de que él diga “Jesús”, nombre que el Señor llevó como hombre, y no otros nombres como Jehová, etc., muestra que en ese día Israel reconocerá que aquel hombre humilde a quien rechazaron y crucificaron hace mucho tiempo es su Mesías. Y, al hacerlo, serán restaurados y disfrutarán de las bendiciones del nuevo pacto (Jeremías 31:31-34).
8) “La sangre del esparcimiento”.— Esto se refiere a la sangre de Cristo. Es la base de todas las bendiciones en el mundo venidero, tanto en el cielo como en la tierra. La menciona en contraste con la sangre de Abel, quien fue asesinado por su hermano (Génesis 4). La sangre de Abel fue rociada sobre la tierra y clamaba a gran voz pidiendo a Dios que se ejecutara juicio sobre el ofensor, Caín. En contraste, la sangre de Cristo ha sido rociada (simbólicamente) sobre el “propiciatorio” allá arriba (Romanos 3:25, traducción J. N. Darby), y en lugar de clamar por venganza, ¡clama por perdón para aquellos que la derramaron! Nuevamente, las implicaciones aquí son obvias. Al igual que Caín era culpable del asesinato de su hermano, los judíos son culpables de matar a Cristo (Hechos 3:14-15). Pero a pesar de haberle dado muerte, ¡Dios había ideado mucho antes una manera de perdonar a la nación culpable a través de la misma sangre que derramaron! (1 Juan 1:7). Así, el pecado nacional de los judíos puede ser “borrado”, si tan sólo se “arrepienten” y se “convierten” (Hechos 3:19), lo que muchos harán en un día venidero.
Al describir estas ocho cosas, el escritor nos ha llevado a la cima de una montaña (por así decirlo), de la tierra a los cielos y de nuevo de vuelta a la tierra, siendo la cima “Dios el Juez de todos”.
Su punto al presentar esta imagen vívida de los dos sistemas uno al lado del otro es que, si algún judío que había tomado terreno cristiano realmente estaba pensando en regresar al judaísmo, necesitaba reflexionar en torno a lo que estaría renunciando bajo la gracia de Dios, y también en aquello a lo que estaría regresando bajo la Ley. Si estas cosas se entendieran correctamente, cualquier deseo que uno pudiera tener de regresar al judaísmo seguramente sería abandonado. Sinaí nos confronta con mandamientos legales, juicio y condenación. Sión, por otro lado, nos presenta la gracia que ha asegurado la bendición celestial y terrenal para todos los que creen, que supera con creces cualquier cosa que Israel haya tenido bajo el primer pacto. Decidir bajo cuál de estos uno quisiera vivir debería ser algo sencillo y sin ambigüedades.
Una última llamada
Versículos 25-27.— La conclusión a la que llega es clara para los hebreos: no rechacen la voz que habla desde el cielo. El escritor dice: “Mirad que no desechéis al que habla. Porque si aquellos no escaparon que desecharon al que hablaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháramos al que habla de los cielos”. Si no hubo escapatoria del juicio para aquellos que desobedecieron la voz de Dios que hablaba en la tierra al dar la Ley (Éxodo 20), ¡cuánto menos escaparía alguien del juicio que caerá sobre aquellos que rechacen la voz de Dios que les estuvo hablando desde el cielo!
La santidad del juicio de Dios simbolizado por el sacudimiento del Monte Sinaí no será nada en comparación con la conmoción que viene. ¡El sacudimiento venidero abarcará todo en la tierra y en el cielo! Él cita de Hageo 2:6 para confirmar esto: “Aun una vez, y Yo conmoveré no solamente la tierra, mas aun el cielo”. Esto ocurrirá cuando el Señor haga que la creación material desaparezca después de que el Milenio haya terminado su curso (Hebreos 1:10-12; 2 Pedro 3:10). Como consecuencia, va a haber una eliminación de todas las cosas hechas en esta creación presente, una disolución de todo aquello en lo que la carne podría apoyarse. El punto del escritor al afirmar esto es que, dado que el judaísmo es de la primera creación, también será eliminado. Por lo tanto, aquellos que se aferraban a esa religión terrenal necesitaban darse cuenta de que todo sería disuelto algún día, porque la creación material no continuará. Pero incluso antes de eso, en un futuro muy cercano al tiempo en que se escribió la epístola (63 d. C.), los romanos iban a venir y destruir la ciudad y el templo (70 d. C.). Millares de judíos serían asesinados y miles más serían tomados cautivos. ¡No habría manera de continuar con el judaísmo porque todo sería aniquilado! Por otro lado, las cosas espirituales que la gracia ha introducido a través de Cristo “son inconmovibles”, y por lo tanto “permanecerán” (LBLA).
Hebreos 12:28-13:25: Exhortaciones finales
Las exhortaciones prácticas se reanudan de nuevo en el capítulo 12:28. Esta parte final de la epístola tiene dos grupos de exhortaciones: las que están relacionadas con la vida personal del creyente y las relacionadas con su vida de asamblea.
Exhortaciones tocantes a la vida personal del creyente
Capítulos 12:28–13:6.— Las exhortaciones y estímulos en esta serie de versículos abordan el estilo de vida apropiado que debe caracterizar a los creyentes como hermanos santos con un llamamiento celestial (Hebreos 3:1).
AGRADECIMIENTO (versículos 28-29).— Él dice: “Por lo cual, puesto que recibimos un reino que es inconmovible, demostremos gratitud, mediante la cual ofrezcamos a Dios un servicio aceptable con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor” (LBLA). Así, al tener algo mucho mejor en el camino nuevo y vivo de acceso a Dios en el cristianismo (Hebreos 10:19-22), el escritor quiere que se den cuenta de ello, que “demuestren gratitud” y que respondan sirviendo a Dios de manera “aceptable” desde esta posición tan favorecida en la fueron establecidos (LBLA). Volverse al judaísmo no sería servir a Dios de manera aceptable. Para todos aquellos que estaban considerando tal idea, dice: “Nuestro Dios es fuego consumidor” que juzga todo lo que es contrario a Él.
AMOR FRATERNAL (versículo 1).— Luego dice: “Permanezca el amor fraternal”. Habían comenzado bien en sus primeros días como cristianos y vivían en una atmósfera de amor (Hechos 2:44-47); ahora necesitaban “permanecer” en ella. Por lo tanto, les dice “permanezca”, porque al nacer de Dios, los cristianos tienen una nueva vida y naturaleza que ama instintivamente (1 Juan 5:1). Todo lo que necesitamos hacer es que “permanezca”, es decir, que permitamos que la naturaleza divina en nosotros haga lo que hace naturalmente: amar (1 Juan 4:19). Esta exhortación es necesaria porque podemos interponernos en el camino de nuestra naturaleza divina cuando esta quiere expresarse, al permitir que los sentimientos carnales de aversión por algunos de nuestros hermanos obstaculicen el flujo de nuestro amor.
HOSPITALIDAD (versículo 2).— Una forma en la que el amor se expresará es en la “hospitalidad a extraños” (LBLA, nota al pie). Nuestros hogares deben estar abiertos a nuestros hermanos para promover la comunión cristiana. Los “extraños” mencionados aquí son hermanos en el Señor de diferentes áreas que viajaban por esa región. Estos hermanos pueden haber estado huyendo de la persecución; estaban en apuros y necesitaban comida y refugio. Gayo fue elogiado por Juan por hacer esto, y especialmente por aquellos que estaban sirviendo al Señor (3 Juan 5-7). La comunión cristiana en nuestros hogares es una forma importante de promover la salud de la asamblea localmente. Él agrega que algunos “sin saberlo, hospedaron ángeles”. Esto puede ser una referencia a Abraham y Sara. Abraham ciertamente estaba consciente de que los hombres que lo visitaban eran ángeles y que uno de ellos era el Señor mismo. Pero Sara parecía no entender esto; por eso, cuando ella lo escuchó decir que iban a tener un hijo en su vejez, se rió dudando (Génesis 18).
SIMPATÍA (versículo 3).— Luego dice: “Acordaos de los presos, como presos juntamente con ellos”. Esta es otra forma en la que el amor puede expresarse: mostrando simpatía a aquellos que habían sido encarcelados por su fe y “maltratados” (LBLA). “Acordaos” no es simplemente recordarlos y orar por ellos, sino llegar hasta ellos solícitamente y visitarlos, si es posible. Esto es lo que Onesíforo hizo en el caso de Pablo, y Pablo dijo de ello, “muchas veces me refrigeró” (2 Timoteo 1:16-18). Los tales están privados de compañerismo y cuando lo reciben realmente lo aprecian.
Y añade: “puesto que también vosotros estáis en el cuerpo” (LBLA). Esto no es una referencia a nuestra conexión unos con otros en el cuerpo (místico) de Cristo, como se menciona en 1 Corintios 12:26. (La Iglesia como el cuerpo de Cristo no está en consideración en Hebreos). Es, más bien, la conexión que tenemos unos con otros a través de estar en nuestros cuerpos físicos. Podemos simpatizar con su sufrimiento porque también estamos en el cuerpo y, por lo tanto, sabemos lo que es sufrir físicamente. Estos creyentes hebreos podrían muy bien terminar siendo encarcelados por su fe y estar en la misma situación, así que mientras todavía estaban libres, debían mostrar su simpatía hacia aquellos que estaban de esta manera aprisionados.
PUREZA MORAL (versículo 4).— El matrimonio debe ser respetado y mantenido en pureza. La violación del vínculo matrimonial a través del adulterio será visitada por el juicio gubernamental de Dios porque “á los fornicarios y á los adúlteros juzgará Dios”.
CONTENTAMIENTO (versículo 5).— “Sean las costumbres [conducta o manera de vivir] vuestras sin avaricia; contentos de lo presente; porque Él dijo: No te desampararé, ni te dejaré”. Esta exhortación aborda la necesidad de cultivar el contentamiento en las circunstancias actuales de la vida en las que Dios nos ha puesto (Filipenses 4:11; 1 Timoteo 6:8). Tenemos necesidades temporales, pero estas no deben ser cubiertas por medio de transacciones codiciosas. “El amor del dinero” ha sido la ruina de muchos (1 Timoteo 6:9-10). Los cristianos deben trabajar con sus manos, y el Señor ha prometido suplir todas sus necesidades (1 Tesalonicenses 4:11; Filipenses 4:19). Nota: Él provee lo que necesitamos, no necesariamente lo que deseamos.
VALOR (versículo 6).— Finalmente, dice: “De tal manera que digamos confiadamente: El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me hará el hombre”. Esta es una cita del Salmo 118:6. Con el Señor de su lado, no debían temer la persecución relacionada con tomar la posición cristiana. La última parte del versículo 6 es realmente una pregunta y podría leerse: “Si [ya que] el Señor es mi ayudador, ¿qué puede hacerme el hombre?”. Así es como el Salmo 118:6 lo traduce (LBLA).
Exhortaciones tocantes a la vida de asamblea del creyente
Versículos 7-25.— Como se mencionó, el segundo grupo de exhortaciones se refiere a sus privilegios y responsabilidades colectivas.
ACORDARSE DE SUS LÍDERES CRISTIANOS QUE LOS HAN PRECEDIDO (versículos 7-8).— Al alejarse del judaísmo, los creyentes hebreos podrían haber pensado que el escritor les estaba pidiendo que dieran la espalda a su vasta herencia dentro de esa religión. Pero él no dice eso. Abraham, Moisés, David, etc. todavía debían ser valorados por ellos a causa de su fidelidad, como indica el capítulo 11. Lo que necesitaban ver era que ahora también tenían una herencia cristiana de líderes preciados, a quienes debían recordar.
Esta compañía de creyentes hebreos tenía líderes que les habían enseñado la Palabra de Dios, a quienes debían valorar y recurrir en busca de ayuda espiritual y aliento. Por lo tanto, el escritor dice: “Acordaos de vuestros pastores [líderes o guías], que os hablaron la palabra de Dios; la fe de los cuales imitad, considerando cuál haya sido el éxito de su conducta. Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”. El hecho de que él diga: “Que os hablaron ... ” (tiempo pasado) indica que estos líderes cristianos habían pasado a estar con el Señor y ya no estaban en la tierra. J. N. Darby dijo: “Al exhortarlos (versículo 7) a recordar a aquellos que han guiado al rebaño, habla de los que ya han partido en contraste con aquellos que aún viven (versículo 17)” (Synopsis of the Books of the Bible, sobre Hebreos 13:7; véase también Collected Writings, volumen 27, páginas 321 y 413). A pesar de que habían partido para estar con el Señor, su fe había dejado a las futuras generaciones un legado de carácter y valentía cristianos a “imitar”. Esteban (Hechos 7) y Jacobo (Hechos 12) serían ejemplos de tales casos, tal vez Judas Barsabás y Silas fueron otros (Hechos 15:22, traducción J. N. Darby). Estos eran “varones principales [líderes] entre los hermanos”. Algunos de estos líderes pueden haber estado ejerciendo el obispado en una asamblea local, pero W. Kelly señala que esa no es la fuerza de la palabra utilizada aquí. Se trata de líderes en un sentido general (The Epistle to the Hebrews, página 261).
Nota: él dice: “la fe de los cuales imitad”. Él no dice que debían imitar sus gestos, o sus idiosincrasias, o la forma en que hablaban públicamente en el ministerio. Hacer eso es convertirse uno mismo en clon de estos queridos siervos de Dios, lo cual no es la voluntad de Dios. Así como una estrella difiere de otra estrella en gloria (1 Corintios 15:41), Dios quiere que todos brillemos de forma individual a nuestra manera. Era su “fe” la que debían imitar (1 Corintios 11:1; Efesios 5:1). Estos líderes que habían sido antes eran una demostración del hecho de que andar por fe en la senda cristiana se puede hacer victoriosamente.
El “éxito” (o esencia) de su conducta (forma de vida) era “Jesucristo”. Cristo era la meta en todo lo que esos hombres habían perseguido en la vida. Es la razón por la que continuaron sin desviarse. Estos creyentes hebreos debían considerar esto y seguir su ejemplo haciendo de Cristo el Objeto y Centro de sus vidas. El escritor agrega que Cristo es “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”. Es decir, los tiempos pueden cambiar y aquellos que han servido a su generación por la voluntad de Dios haber “dormido” (Hechos 13:36), pero Cristo siempre está ahí para que cada nueva generación ponga los ojos en Él, porque Él nunca cambia.
GUARDARSE DE DOCTRINAS EXTRAÑAS QUE MEZCLAN EL JUDAÍSMO CON EL CRISTIANISMO (versículos 9-10).— La siguiente exhortación advierte contra el peligro de ser “llevados de acá para allá por doctrinas diversas y extrañas” que mezclen el judaísmo con el cristianismo. Toda esta enseñanza judaizante se opone a los principios de la gracia cristiana y no tiene lugar en la economía actual. Tales enseñanzas generalmente se enfocan en tratar de producir un estándar más alto de santidad en los creyentes a través del legalismo, lo cual no funciona. Por lo tanto, el escritor dice: “porque buena cosa es afirmar el corazón en la gracia, no en viandas, que nunca aprovecharon á los que anduvieron en ellas”. Él usa “viandas” aquí como una figura para las ordenanzas externas de la religión terrenal (Hebreos 9:10). Su punto es claro y directo: los cristianos que han adoptado principios judaicos no se han beneficiado espiritualmente de ello.
Continúa diciendo: “Tenemos un altar, del cual no tienen facultad de comer los que sirven al tabernáculo”. Este “altar” no es el altar de bronce, ni es el altar de oro en la vieja economía, sino algo representativo de ese “camino ... nuevo y vivo” por el cual nos acercamos a Dios en el verdadero cristianismo (Hebreos 10:19-22). “Comer” de este altar simboliza participar en la adoración espiritual que se ofrece en el cristianismo (1 Corintios 10:18). Este versículo 10 nos enseña que a aquellos que quieren aferrarse al judaísmo no se les debe permitir que tomen parte en la verdadera forma de acercarse a Dios en el cristianismo. Hacerlo sería mezclar los dos órdenes, lo cual es algo que Dios no quiere.
Como se mencionó en la introducción de este libro, la cristiandad está impregnada de principios y prácticas judaicas. Es verdaderamente una mezcla de judaísmo y cristianismo. Dado que esto es así, aquellos que deseen asistir y participar en los llamados “servicios de adoración” en las iglesias de la cristiandad y, al mismo tiempo, estar en comunión a la Mesa del Señor donde los cristianos buscan adorar de acuerdo con el camino nuevo y vivo, se les debe decir que no tienen “facultad [derecho]” de comer de ella. Por consiguiente, no se les debe permitir hacerlo. La razón es simple: Dios no quiere una mezcla de las dos cosas.
SALIR AL NUEVO LUGAR DE REUNIÓN FUERA DEL CAMPAMENTO (versículos 11-14).— En estos versículos, el escritor menciona un rito significativo relacionado con la ofrenda por el pecado que ha tenido su cumplimiento en la muerte de Cristo: “los cuerpos de aquellos animales” que eran ofrecidos fueron consumidos por el fuego en un lugar “fuera del campamento” (LBLA) (Levítico 4:12). Como cumplimiento de esto, el Señor Jesús “padeció fuera de la puerta” de Jerusalén (Juan 19:20). Fue expulsado del sistema del judaísmo por sus malvados líderes y murió allí como un criminal. Pero al ser expulsado de ese sistema, Dios ha hecho de Cristo el nuevo centro de reunión para aquellos que lo reciben como su Salvador. El efecto de la muerte de Cristo fuera del judaísmo fue “santificar al pueblo por Su propia sangre” en un sentido relativo o externo (capítulo 10:29). Es decir, estableció un nuevo terreno sobre el cual los creyentes deben reunirse en separación del judaísmo.
Siendo este el caso, el escritor exhorta: “Salgamos pues á Él fuera del real [campamento], llevando su vituperio”. A menudo se ha preguntado: “¿Qué es exactamente ‘el campamento’?” Es una expresión que denota al judaísmo con sus principios y prácticas. Así, el versículo 13 es un llamado formal a todos los creyentes dentro de ese sistema judaico a que corten sus conexiones con él saliendo al Señor Jesús quien está fuera de él. Él es el nuevo Lugar de Reunión, el Centro de reunión del cristiano (Mateo 18:20). Esta no es una ubicación geográfica como en el judaísmo (es decir, el templo de Jerusalén), sino más bien, un terreno espiritual de principios sobre los cuales Dios quiere que los cristianos se reúnan para la adoración y el ministerio.
Dado que la profesión cristiana se ha impregnado de principios y prácticas judaicas, y existe una mezcla de los dos sistemas en casi todas partes, este llamado a salir a Cristo “fuera del campamento” (LBLA) tiene una aplicación muy práctica para nosotros en la cristiandad. El principio es simple: los creyentes están llamados a separarse del judaísmo, independientemente de dónde se encuentre o en qué forma pueda estar. Podría ser en el judaísmo formal (una sinagoga) o en lugares de culto cuasi-judeocristianos (las iglesias de la cristiandad). Este llamado a separarse del judaísmo ha llevado a cristianos ejercitados a disociarse de las iglesias en la cristiandad, donde existe esta mezcla, y reunirse simplemente en el nombre del Señor Jesús (Mateo 18:20; compárese con 2 Timoteo 2:19-21).
Algunos cristianos que abogan por la mezcla judeocristiana en los sistemas eclesiásticos dirán que “el campamento” (LBLA) se refiere estrictamente al judaísmo formal, y nada más. Y que cualquier copia de este, piensan ellos, no debería considerarse como el campamento. Sin embargo, si este razonamiento fuera correcto, entonces los creyentes judíos, que han sido llamados a separarse del campamento, realmente no necesitan separarse de la sinagoga, porque incluso la secta más estricta del judaísmo de hoy no es más que una extracción del verdadero judaísmo bíblico que Dios dio a través de Moisés. Incluso cuando el Señor estuvo aquí en la tierra, este se había distorsionado salvajemente por las interpretaciones y las tradiciones de los ancianos. Es solo que hoy en día lo está mucho más. Este argumento, por lo tanto, es ciertamente falso, y sólo se insiste en él para evitar que se haga una aplicación práctica en los que asisten a las iglesias. Es cierto que muchas de las cosas judaicas dentro de estas iglesias han sido modificadas un poco para que se adapten mejor al contexto cristiano, pero dichos lugares de culto todavía tienen los rasgos del judaísmo en principio. De hecho, si les pidiéramos las Escrituras para muchas de sus prácticas eclesiásticas, señalarían libremente al judaísmo del Antiguo Testamento como su modelo. Gran parte del orden judeocristiano actual ha existido en el cristianismo durante tanto tiempo que ha sido aceptado por las masas como el ideal de Dios. Lo que ha sucedido en gran medida es que la cristiandad se ha unido al “campamento” (LBLA) de la religión terrenal, y es precisamente de esto que el versículo 13 llama a los creyentes a salir.
El escritor agrega que, así como el Señor salió fuera del campamento para llevar nuestro juicio como la ofrenda suprema por el pecado, ahora nosotros debemos salir a Él fuera del campamento, y al hacerlo llevaremos Su “vituperio”. En consecuencia, reunirse alrededor del Señor fuera del campamento conlleva vituperio porque este nuevo terreno de reunión es algo que es rechazado. Por lo tanto, debemos estar preparados para soportar el sufrimiento asociado a esto. El vituperio que sentían estos creyentes hebreos provenía principalmente de los que estaban dentro del campamento. Y los creyentes que se separan de los principios judaicos en las iglesias de la cristiandad también encontrarán que el reproche vendrá principalmente de aquellos en los sistemas eclesiásticos que rehúsan separarse de esa mezcla. El apóstol Juan llamó a las personas que toman este terreno cuasi-judeocristiano, “los que se dicen ser Judíos, y no lo son, mas mienten” (Apocalipsis 2:9; 3:9).
El escritor agrega que “aquí” en la tierra “(los cristianos) no tenemos ciudad permanente”, como los judíos que tenían a Jerusalén (versículo 14). En cambio, dice: “buscamos la (ciudad celestial) por venir”. Como resultado, no hay una sede terrenal en el cristianismo. Por lo tanto, el nuevo lugar de adoración para el cristiano está:
• Dentro del velo en cuanto a nuestros privilegios espirituales (Hebreos 10:19-20).
• Fuera del campamento en cuanto a nuestra posición eclesiológica (Hebreos 13:13).
PONER EN PRÁCTICA NUESTROS PRIVILEGIOS SACERDOTALES (versículo 15).— Habiendo enseñado que todos los cristianos son sacerdotes con libertades que exceden cualquier cosa que los sacerdotes aarónicos tuvieran en el judaísmo (Hebreos 10:19-22), el escritor ahora nos exhorta a ejercer nuestros privilegios sacerdotales en alabanza y oración. Él dice: “Así que, ofrezcamos por medio de Él á Dios siempre sacrificio de alabanza, es á saber, fruto de labios que confiesen á Su nombre”. Este es un sacrificio espiritual que los cristianos pueden ofrecer en la presencia inmediata de Dios. Se hace “por medio de Él” (ver también 1 Pedro 2:5), lo cual es una alusión a Cristo como nuestro Gran Sacerdote presentando nuestra adoración a Dios con perfección (Hebreos 10:21). Nota: no se menciona que esta alabanza se ofrezca con el auxilio de aparatos externos de orquestas y coros, etcétera, porque la verdadera adoración cristiana es “en espíritu y en verdad” (Juan 4:24). Es decir, es algo espiritual producido en los corazones de los creyentes por el Espíritu Santo (Filipenses 3:3). La verdadera adoración cristiana se manifestará mediante “el fruto de labios” y se realizará “confesando Su nombre”, porque no debemos tomar otro nombre que el del Señor Jesús (Mateo 18:20).
USAR NUESTROS RECURSOS MATERIALES PARA APOYAR EL TESTIMONIO CRISTIANO (versículo 16).— El escritor habla luego de otro tipo de sacrificio cristiano: comunicar de nuestras posesiones materiales en forma monetaria. Él dice: “Y de hacer bien y de la comunicación [de vuestros recursos] no os olvidéis: porque de tales sacrificios se agrada Dios” (traducción J. N. Darby). Así, si nuestros recursos materiales se utilizan para promover el testimonio cristiano, son considerados como un sacrificio para Su nombre. Este tipo de sacrificio se puede hacer a nivel individual (Gálatas 6:6) o a nivel colectivo, como de una asamblea (Filipenses 4:14-16). Los principios para tal forma de dar se establecen en 2 Corintios 8–9. El hecho de que diga “no os olvidéis” muestra que esto puede llegar a descuidarse.
OBEDECER Y SUJETARSE A LOS LÍDERES (versículo 17).— Él dice algo más respecto a sus “pastores [líderes o guías]”. Estos estaban vivos y haciendo su obra entre los santos al momento de escribir la epístola, a diferencia de aquellos en el versículo 7 que habían muerto y estaban con el Señor.
Él dice: “Obedeced á vuestros pastores, y sujetaos á ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como aquellos que han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no gimiendo; porque esto no os es útil”. Estos “guías” han sido levantados por el Espíritu Santo para cuidar del rebaño (Hechos 20:28). Ellos “velan” por los santos como sobreveedores. Tienen experiencia en las cosas de Dios, habiendo andado en la senda durante mucho tiempo, y de este modo pueden ser de ayuda para los santos en asuntos espirituales. Esto demuestra que las ovejas que han salido del campamento hacia Cristo no se quedarán sin el cuidado pastoral. Fuera de los límites de ese sistema legal, habrá peligro de enemigos y de que las ovejas se descarríen, etc., pero estos guías protegerán e instruirán al rebaño en estos asuntos prácticos. A veces podemos tomar a mal su interacción con nosotros y considerarla como una intromisión en nuestras vidas personales, pero si somos sumisos y tratamos de seguir el consejo espiritual que nos den, seremos ayudados en la senda. Ellos tienen que dar “cuenta” al Señor de cómo han cuidado del rebaño. Su deseo es hacerlo “con alegría, y no gimiendo”.
ORAR POR LOS SIERVOS DEL SEÑOR (versículos 18-19).— Cabe señalar que el escritor toca las tres esferas de privilegio y responsabilidad en la casa de Dios. Los versículos 15-16 se refieren al ejercicio del sacerdocio; el versículo 17 tiene que ver con el oficio del obispado, y ahora en los versículos 18-19 tenemos la esfera del don. Como siervos en el ejercicio de sus dones espirituales, dice: “Orad por nosotros: porque confiamos que tenemos buena conciencia, deseando conversar bien en todo”.
El hecho de que el escritor pida a estos creyentes hebreos que oren por él, sin haberse identificado, puede parecer un poco inusual. La respuesta natural sería: “¿Orar por quién?” Pero él asume que ellos saben quién es él —que la mayoría de los expositores, si no todos, creen que era Pablo—. Más específicamente, su petición de oración por su liberación de la prisión para que pueda ser “restituido” a ellos y así poder continuar su ministerio público entre los santos seguramente apunta a que él es el apóstol Pablo (versículo 19).
Cosas que caracterizan al nuevo lugar de reunión cristiano
Al resumir las exhortaciones anteriores con respecto al nuevo centro de reunión en el cristianismo, el escritor ha hecho mención de varias cosas que caracterizan ese terreno.
• Es un terreno en el cual el Señor Jesucristo es el Centro de reunión: “á Él” (versículo 13a).
• Es un terreno que está “fuera del campamento” (LBLA), libre así de principios y prácticas judaicas (versículo 13b).
• Es un terreno que conlleva el “vituperio” de Cristo (versículo 13c).
• Es un terreno que no tiene sede terrenal: “no tenemos aquí ciudad permanente” (versículo 14).
• Es un terreno donde los cristianos tienen libertad para adorar “en espíritu y en verdad” (Juan 4:24) con “fruto de labios”, sin el auxilio de aparatos externos de orquestas y coros, etc., que caracterizan a la religión terrenal.
• Es un terreno sobre el cual el amor se ve en acción, donde los creyentes comunican entre sí con sus recursos materiales (versículo 16).
• Es un terreno donde se ejerce el cuidado pastoral, sin nombramiento oficial para ese trabajo o entrenamiento previo en las escuelas de los hombres (versículo 17).
• Es un terreno donde la oración es algo que se practica (versículos 18-19).
Su doxología
Versículos 20-21.— Para concluir, el escritor invoca a Dios para que ayude a los creyentes hebreos a alcanzar la madurez espiritual. Él dice: “Y el Dios de paz que sacó de los muertos á nuestro Señor Jesucristo, el gran Pastor de las ovejas, por la sangre del testamento eterno, os haga aptos en toda obra buena para que hagáis Su voluntad, haciendo Él en vosotros lo que es agradable delante de Él por Jesucristo: al cual sea gloria por los siglos de los siglos. Amén”. Su deseo era que el gran poder de Dios, que había sido demostrado en la resurrección del Señor Jesús de entre los muertos, fuera el agente que efectuara el crecimiento espiritual en ellos. (“Aptos” significa un crecimiento completo). Y él desea que esto fuera manifestado en su cumplimiento de la “voluntad” de Dios, lo cual sería “agradable delante de Él”. El contexto de la epístola sugiere fuertemente que el escritor se está refiriendo a la completa separación de ellos del judaísmo bajo el viejo pacto, y a una comprensión de lo que habían adquirido a través de “la sangre del pacto eterno” (LBLA).
Sus saludos finales
Versículos 22-25.— Sabiendo que podría haber una reacción negativa a lo que ha expuesto en la epístola, agrega una suave palabra de aliento: “Empero os ruego, hermanos, que soportéis la palabra de exhortación; porque os he escrito en breve” (versículo 22). Su deseo aquí es que permitan que lo que él les ha presentado llegue hasta lo más profundo de sus corazones, y que respondan apropiadamente.
Les recuerda que “Timoteo” había sido “puesto en libertad” (versículo 23, LBLA), y que podría ser una ayuda para ellos en la comprensión de la verdad que él ha comunicado en esta epístola.
Él los anima a “saludar” a todos sus “pastores [líderes]”. Esto promueve la paz entre los hermanos. Y cierra con: “La gracia sea con todos vosotros. Amén” (versículos 24-25).